Mujeres de los fiordos - Karin Fossum - E-Book

Mujeres de los fiordos E-Book

Karin Fossum

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Beschreibung

Esta antología que tenemos entre las manos nos presenta a diez escritoras noruegas contemporáneas, de entre 35 y 85 años, pertenecientes a generaciones y credos literarios muy diversos, pero en las que tal vez podamos también intuir algunos rasgos comunes.Como casi siempre en la literatura, también en estos relatos el tema recurrente son las relaciones humanas. En todos estos cuentos encontramos luces y sombras, otro de los rasgos característicos de la literatura noruega de todos los tiempos. Por lo general, melancolía y realismo aparecen como dos caras de la misma moneda. Los personajes de estos relatos son hombres y mujeres de carne y hueso, con sus anhelos y sus traumas, sus ilusiones y sus decepciones, y una terca búsqueda de algo que proporcione sentido. Cada relato está traducido por un traductor diferente, lo cual pensamos que proporciona una riqueza especial a la antología: diez escritoras y diez traductores, entre los cuales hay tanto latinoamericanos como españoles, cosa que se refleja también en el lenguaje final de los relatos, en los que se ha querido respetar las diferencias y la riqueza de esta lengua que hablamos tantos pueblos distintos.

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Seitenzahl: 181

Veröffentlichungsjahr: 2013

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MUJERES DE LOS FIORDOS

VV.AA.

Relatos de escritoras noruegas

Traducción de

La traducción de este libro ha sido financiada por NORLA

© De la presentación: Cristina Gómez Baggethun

© De los relatos: las autoras

© De las traducciones: los traductores

Edición en ebook: febrero de 2013

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-15564-51-5

Diseño de colección: Marisa Rodríguez

Corrección ortotipográfica: Juan Marqués y Ana Patrón

Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Portadilla

Créditos

Presentación

Cambió el viento y nos vi con otros ojos

Mujeres de los fiordos

Trude Marstein

Karin Fossum

Hanne Ørstavik

Beate Grimsrud

Merethe Lindstrøm

Gro Dahle

Karin Sveen

Laila Stien

Herbjørg Wassmo

Bjørg Vik

Perfiles

VV.AA.

Trude Marstein

(Steventon, 1775-Winchester, 1817)

Karin Fossum

(Sandefjord, 1954)

Hanne Ørstavik

(Finnmark, 1969)

Beate Grimsrud

(Bærum, 1963)

Merethe Lindstrøm

(Bergen, 1963)

Gro Dahle

(Oslo, 1962)

Karin Sveen

(Hamar, 1948)

Laila Stien

(Nordland, 1946)

Herbjørg Wassmo

(Vesterålen, 1942)

Bjørg Vik

(Oslo, 1935)

Presentación

Cambió el viento y nos vi con otros ojos

No deja de sorprender el boyante estado de salud de la literatura contemporánea noruega. El hecho de que un pequeño país de apenas cinco millones de habitantes, situado allá en un remoto rincón de Europa cercano al Polo Norte, pueda ofrecer tal cantidad y variedad de literatura de calidad supone un fenómeno muy particular, que evidentemente tiene sus razones de ser, tanto históricas como contemporáneas. Desde antiguo los escritores tienen un papel muy destacado en esta joven nación que en 2005 celebró su primer siglo de independencia. Durante todo el siglo xix, cuando el país pugnaba por encontrar una identidad nacional que pudiera cohesionar a un pueblo que anhelaba la autonomía, los escritores contribuyeron decididamente a esa búsqueda y fueron a su vez reconocidos por ello. Desde entonces la tradición se ha mantenido y la literatura ha tenido y tiene un papel central en los debates sociales y políticos de Noruega. Las nuevas publicaciones constituyen siempre un evento que está en boca de todo el mundo y del que se hace gala en los medios de comunicación, y los escritores son personajes especialmente queridos y respetados por sus compatriotas. Por otro lado, el que la socialdemocracia noruega haya apoyado económicamente la literatura, tanto con subvenciones a las ediciones como con becas para los autores más reconocidos o prometedores, ha permitido también que las editoriales apostaran por escritores jóvenes que han tenido así oportunidad de desarrollar sus talentos.

Pero lo que nos ocupa en esta ocasión es la literatura contemporánea escrita por las mujeres de este país, que está enraizada en una larga y rica tradición. En 1853, Camilla Collett escribió y publicó Las hijas del gobernador, que en muchos sentidos fundó la novela moderna en Noruega, y que denunciaba la situación de las hijas de las familias burguesas que estaban obligadas a casarse para poder garantizar su sustento. Desde entonces, el país ha alumbrado a muchas grandes escritoras —entre ellas la Premio Nobel Sigrid Undset—, que con sus obras han contribuido a mejorar ostensiblemente la situación de la mujer en un país que ahora puede jactarse de ser una de las sociedades más igualitarias del mundo. Ahora bien, la buena literatura siempre trasciende las luchas locales, temporales o de género, y las autoras noruegas nos han obsequiado también con obras que apuntan mucho más allá de la lucha feminista y constituyen verdaderas aportaciones literarias en sí mismas.

Esta antología que tenemos entre las manos nos presenta a diez escritoras contemporáneas, de entre 35 y 85 años, pertenecientes a generaciones y credos literarios muy diversos, pero en las que tal vez podamos también intuir algunos rasgos comunes. Como casi siempre en la literatura, también en estos relatos el tema recurrente son las relaciones humanas. Lo que tal vez resulte algo más sorprendente es que las relaciones sobre las que enfocan nuestras autoras no son principalmente las llamadas de amor romántico, las relaciones carnales entre hombre y mujer, que solo protagonizan alguna de las historias, sino que es mucho más frecuente la preocupación por las relaciones entre padres e hijos, entre hermanos y familiares, que aparecen en muy diversas variedades: desde las tiernas relaciones en una familia cuya madre es religiosa y cuyo padre es comunista, en el entrañable «El buen corazón», hasta el inquietante personaje de la madre que arrastra a sus hijos a una excursión por un paisaje que se va oscureciendo mientras nosotros nos preguntamos qué pretende, en «El largo paseo», pasando por el difícil personaje de un padre duro e inflexible que quiere convertir a su hijo en un hombre fuerte y masculino, en «La columna», por la deliciosa relación entre «Las hermanas en el parque» o por la madre fría y pagada de sí misma en el relato titulado cruelmente «Amor», en realidad el primer capítulo de una novela que lleva el mismo título.

Ahora bien, el amor no filial, el «otro amor» también aparece, aunque tal vez de un modo algo preocupante. Las relaciones entre hombre y mujer son el absoluto protagonista del relato «Hambre intensa, náusea súbita», perteneciente a la ópera prima de la autora titulada del mismo modo y donde todos los relatos tratan sobre los desencuentros entre hombres y mujeres en su desesperada búsqueda del amor en un mundo donde nadie parece tener nada que dar. En el interesante relato de «El mirador con sol» nos encontramos a una mujer que viaja para reunirse con su hermana mientras medita con nostalgia sobre su relación de pareja, escrito de un modo aparentemente distante que va dejando en manos del lector la reconstrucción y comprensión de una historia desde una perspectiva diferente. Y en otros dos relatos, «El mar de la tranquilidad» y «El motivo», nos enfrentamos a unas protagonistas cuyas relaciones con los hombres quedan oscurecidas por las relaciones nunca resueltas con sus propios padres, un demente y un egoísta respectivamente, y se ven reducidas a meras relaciones entre extraños.

Y en todos estos cuentos encontramos luces y sombras, otro de los rasgos característicos de la literatura noruega de todos los tiempos. Por lo general, melancolía y realismo aparecen como dos caras de la misma moneda. Los personajes de estos relatos son hombres y mujeres de carne y hueso, con sus anhelos y sus traumas, sus ilusiones y sus decepciones, y una terca búsqueda de algo que proporcione sentido. Si la vida no es un camino de rosas, tal vez el modo de enfrentarse a ello pase primero por no engañarse en el diagnóstico. Las situaciones que presentan estas autoras pertenecen a la vida cotidiana, que al final es la protagonista de los relatos, como lo es en la mayoría de la literatura noruega desde las sagas medievales hasta hoy. Ahora bien, la denuncia de ciertos modos de relacionarnos no deja de ser la apuesta decidida por encontrar otra manera de hacerlo, una manera que funde comunidad. De ello son fiel reflejo los tres relatos más luminosos de la antología: el mencionado «Las hermanas en el parque», pero también las tiernas relaciones de «El buen corazón» o el sereno sentido del humor de «Una petunia olvidada», el relato de la más veterana de las autoras que nos ocupan, la vieja feminista Bjørg Vik, que describe una cálida relación entre personas maduras.

Al leer estos relatos de mujeres de edades muy distintas, pero escritos todos ellos en los últimos veinte años, hay otro rasgo que salta a la vista. Hasta cierto punto, y con honrosas excepciones, nos quedamos con la sensación de que las escritoras más jóvenes tienen una visión más cruda de la realidad y de que describen relaciones más alienadas que sus compañeras mayores. Si esto se debe a su juventud —las más jóvenes están aún en la treintena— o si es un rasgo generacional que responde a una nueva actitud ante la vida, es una cuestión que aquí no podemos sino plantear, pero que desde luego llama a la reflexión. En las escritoras más maduras encontramos un sentido del humor y una lozanía que a veces echamos en falta en las más jóvenes. Solo el paso del tiempo nos revelará si esto responde a la evolución del mundo en que vivimos o al desarrollo personal de las autoras.

Por último, quisiéramos apuntar otra peculiaridad que caracteriza en general a la literatura noruega y en particular a los relatos de esta antología: la gran libertad formal de las autoras y su decidido carácter experimental. El modo en que están escritos los relatos es muy variado. Entre relatos formalmente más clásicos, la más joven de las autoras, Trude Marstein, nos ofrece un cuento sin un solo punto y aparte, en el que incluso los diálogos están incluidos en el cuerpo del texto y no se utilizan guiones. En esta edición se ha intentado respetar la variedad formal de las escritoras, poniendo énfasis en no homogeneizar lo que es heterogéneo, como tantas veces se hace en las traducciones. Las editoriales noruegas han aceptado e incluso fomentado la búsqueda de nuevas formas de expresión de los literatos y eso mismo hemos querido hacer con la edición en castellano. Se apreciará que cada relato ha sido traducido por una persona distinta, lo cual pensamos que proporcionará una riqueza especial a la antología: diez escritoras y diez traductores, entre los cuales hay tanto latinoamericanos como españoles, cosa que se refleja también en el lenguaje final de los relatos, en los que se ha querido respetar las diferencias y la riqueza de esta lengua que hablamos tantos pueblos distintos.

Por último hay que agradecer especialmente su labor a NORLA, la institución noruega sin cuyo apoyo esta publicación hubiera sido imposible de llevar a cabo. Esperamos que la lectura les sea grata y que contribuya a acercarles al modo de expresión de aquel lejano país. Aunque probablemente, lo que haga grande a una literatura sea su capacidad para trascender lo local y hablar a los corazones de personas de muy diversos orígenes. A su juicio queda determinar si este es el caso de los relatos que nos ocupan.

Cristina Gómez Baggethun

Sevilla, octubre de 2008

Mujeres de los fiordos

Trude Marstein

«HAMBRE INTENSA, NÁUSEA SÚBITA»

Título original: «Sterk sult, plutselig kvalme»

Traducción del noruego de

Cristina Gómez Baggethun

Unos pringados no paran de meter dinero en la gramola y ponen una música horrible. Ella tiene el vaso vacío, pero a él le quedan aún tres o cuatro centímetros. Por cada cerveza que han tomado ella ha tenido que esperarlo, y han ido pagando cada uno lo suyo. Ya no recuerda si han sido tres o cuatro botellas de medio litro. ¿Nos hemos bebido tres cervezas, o cuatro?, pregunta. Yo sólo me he bebido tres, responde él, mientras tamborilea sobre la mesa con el dedo índice, lo hace casi al compás de la música, pero no del todo. Aunque tú ya tenías una cuando llegué, continúa, así que supongo que te habrás bebido cuatro. A pesar de que ya había conseguido digerir el comentario con el que él comenzó la conversación: ¿Vienes mucho por aquí?; ahora vuelve a molestarle. Al principio se lo tomó como una parodia, pensó que estaba jugando con los tópicos, pero qué va, estaba completamente serio y aguardaba su respuesta, así que tuvo que responder que no, que no venía mucho. No le apetece otra cerveza, no se la puede permitir, pero le apetece aún menos seguir charlando con aquel tipo: ya lo han hablado todo y hace rato que la conversación es hueca, lo último que le ha dicho el chico es que le está gustando la música. Tiene que ser compasión, piensa ella, pero ni eso siquiera es capaz de sentir. Lo más fácil sería decir: ¿Nos tomamos otra cerveza? No solo sería más fácil que decir: ¿Nos vamos?, sino incluso más fácil que permanecer allí un solo segundo más con el vaso de cerveza vacío. ¿Nos tomamos otra cerveza?, le pregunta con una entonación que demuestra el interés suficiente; mientras lo dice lo mira, pero justo después aparta tranquilamente la mirada. No, la verdad es que estoy cansado, responde él sonriendo, no me entra más cerveza. Y luego se pone a hablar de un sobrino suyo, que a los cuatro años ya leía con fluidez y que ahora, con ocho cumplidos, se dedica a leer a Hamsun. Es un niño insoportable, dice. Ella se ríe, aunque no muy fuerte; sonríe de oreja a oreja y por dos veces expulsa aire por la nariz. Él no se ríe. No le cabe en la cabeza que el tipo no quiera tomarse otra cerveza y decide fregar los platos antes de acostarse. Él le propone que vayan al cine al día siguiente; tal vez, responde ella, le he prometido a mi padre hacerle una visita, ya te llamo mañana. Cuando aparece el camarero y se lleva los vasos vacíos, ellos se levantan y salen afuera. El tipo se queda quieto con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta. No es que sea muy tarde, dice. No, responde ella. ¿Te gusta escuchar música?, pregunta él. ¿Te apetece venirte un rato a casa a escuchar música? Ella vacila unos segundos, aunque en realidad no está pensando; luego lo mira, sonríe y responde que sí. Cuando empiezan a caminar ella le pregunta: ¿Cogemos un taxi? No, vamos andando, es la respuesta, no queda muy lejos. Ella lleva unos zapatos nuevos que están empezando a hacerle ampollas, y él camina anormalmente deprisa. En un momento dado están a punto de atropellarlo porque cruza la calle sin mirar. A pesar de la alta velocidad, el tipo no para de hablar durante todo el trayecto hasta su casa, primero sobre cuestiones sociales: sobre las ventajas e inconvenientes de la inmigración, sobre si la prostitución debería ser legal o no, sobre la calidad de las guarderías noruegas comparadas con las suecas. Después habla sobre sí mismo, sobre sus experiencias laborales y sus planes de futuro. Ella tiene más que suficiente con seguirle el paso y anda corta de aliento, así que se conforma con responder que sí y que ya. Eres un poco tímida tú, le dice el chico sonriente y con la cabeza vuelta hacia atrás. No, qué va, responde ella. Quizá es que eres poco charlatana, insiste él. A ella le duelen los talones y tiene la sensación de tenerlos en carne viva. Al alcanzar un portal, el tipo se detiene prácticamente en seco. Aquí vivo yo, dice, con la llave en la mano, y luego abre la puerta y entra delante. Cuando suben las escaleras ella va mirándole la espalda, no intercambian palabra en los cinco pisos, su culo no está mal, pero el pantalón no le gusta tanto. No está segura de que realmente le apetezca acostarse con él. Al llegar a la entrada ella se agacha para desatarse los zapatos. Me alegro de que te quites los zapatos antes de entrar, dice el tipo abriendo una puerta. Esto es el dormitorio, dice; ella tiene ganas de hacer pis. La cama es bastante estrecha. Sobre la mesilla hay una revista. Está todo un poco desordenado, dice el chico. Dos o tres prendas cuelgan del respaldo de una silla. Ella sigue de pie, con los brazos cruzados y la cabeza alzada, apoya el peso sobre una pierna y se da cuenta de que el jersey se le ha subido un poco dejándole la tripa al descubierto. Primero voy a tener que hacer pis, piensa. Las sábanas son floridas y de color pastel, el edredón está pulcramente doblado por la mitad. El chico sale de la habitación y ella lo sigue. Este es el salón, dice. Las paredes son de color rojo burdeos, hay macetas con plantas y las pantallas de las lámparas son de tipo acordeón, las reproducciones que cuelgan en las paredes son de Munch y Van Gogh. El anfitrión señala un aparato de música y tres estantes con CD’s. Me gasto demasiado dinero en música, dice. Y ella piensa: Quiero un whisky, antes quiero un whisky. ¿Dónde está el servicio?, le pregunta. Él no se conforma con indicarle la puerta, va hasta allá y se la abre; extiende el brazo como si la estuviera invitando a entrar. Sobre la repisa de la bañera hay unos botes de cristal con sales de baño rosas y cápsulas de aceites aromáticos, son redondas y de color azul claro. Las toallas, también de color pastel, forman ordenadas pilas sobre el estante y están clasificadas por tamaños. Hace pis y se lava concienzudamente la entrepierna con papel higiénico humedecido. El suelo está impecable, no ve ni un pelo ni una pelusa y tampoco descubre nada al arrodillarse para mirar debajo del banco. En el estante bajo el espejo ve laca para el pelo y crema hidratante. Cuando vuelve al salón, el tipo ha puesto un CD, ella le pregunta qué está sonando, pero nunca ha oído hablar de esa música y le disgusta inmediatamente. En la pared cuelga un diploma, el papel gastado y descolorido es de un color verde menta con letras negras. Lee: mil novecientos setenta y nueve, aparece el nombre de él, tercer premio en una carrera sobre esquís. Gané a mi hermano, le dice el tipo, siempre competíamos por todo. Él era mayor y siempre salía mejor parado que yo en todas las cosas. Le caía mejor a la gente, sacaba mejores notas en el colegio y, por lo general, se le daban mejor los deportes. Pero en aquella ocasión gané yo. Alza la mano en dirección al diploma. Ese día mi hermano estaba constipado y llegó el quinto, dice moviendo algo sobre la mesa del sofá. También tenía más suerte con las chicas, continúa. Yo le odiaba. Se acerca a ella, en la mano lleva un cuenco con una cucharilla, dentro hay algo reseco y de color marrón, tal vez sea pudding de chocolate. Cuando se murió sentí que no le odiaba tanto, prosigue, pero tampoco me afectó demasiado que se muriera. Se dirige a la cocina y, antes de volver, ella le oye dejar el cuenco sobre la encimera de acero. ¿Cuándo murió tu hermano?, le pregunta. En abril, responde él. Se acerca al sofá y empieza a ordenar sistemáticamente los almohadones: comienza por un extremo y va colocando uno a uno los cojines cuadrados; luego se va al baño. Ella duda si sentarse en el sofá, pero decide esperar un poco y se queda de pie mirando los CD’s. El tipo vuelve tan rápido que a ella se le escapa un: ¿Ya has meado? Él pasa de largo y se coloca al otro lado de ella. Mi hermano tenía un gusto horroroso para la música, dice, pero nunca lo admitía. Yo toqué en un grupo durante algunos años, pero ya lo he dejado. En el estante sobre los CD´s hay una fotografía enmarcada entre dos cristales, está apoyada contra un candelabro de latón. Tres niños escuálidos, con los rostros pálidos y los brazos y las piernas extrañamente retorcidos, están tumbados boca arriba sobre una manta. El de en medio es mi hijo, dice. Tiene parálisis cerebral. Vive en Tromsø y hace ocho meses que no lo veo. Cuando nos veamos me reconocerá. Coloca dos vasos sobre la mesa del sofá. ¿Quieres coca-cola? pregunta. Ella responde que sí, que gracias, y se sienta en el sofá. Él trae de la cocina una botella de litro y medio de coca-cola que está medio llena, luego se sienta en un sillón. Llena los vasos y le pasa uno a ella por encima de la mesa, alza el otro y, aunque no bebe, lo sostiene en la mano mientras mira de frente. En una pared hay una puerta cerrada. ¿Qué hay ahí dentro?, pregunta ella señalando la puerta. Es el cuarto de mi hermana, es la respuesta, vivimos juntos. Ahora no está en casa. ¿Cuándo vuelve?, pregunta ella. No vuelve hasta mañana, responde él. Entonces entiendo mejor lo de la laca y la crema hidratante en el cuarto de baño, dice ella sonriendo. A mí no me van los rollos de una noche, le dice el tipo, me gusta más conocer a las chicas antes de acostarme con ellas. Ella lo mira, no dice nada. Si a ti no te importa, prosigue él, preferiría que no nos acostáramos. No la mira al decirlo. Por supuesto, responde ella, yo tampoco había pensado… Ya, replica él, pero por mí te puedes quedar a dormir. Ella asiente con la cabeza, le sonríe y pega un trago a la coca-cola. Me gusta hablar contigo, continúa el tipo sonriendo, y además eres guapa. Se bebe todo el vaso de un trago y lo deja sobre la mesa. Por el modo como inclina la barbilla contra el pecho y abre la boca, ella entiende que está eructando silenciosamente.

Karin Fossum

«LA COLUMNA»

Título original: «Søylen»

Traducción del noruego de

Carmen Freixanet

El padre camina dando grandes zancadas y con paso firme.

Una brisa fresca procedente del mar le azota, alza su escaso pelo claro del cráneo y se lo lleva hacia atrás, un pequeño mechón blanco.

El chiquillo le sigue a trompicones con sus delgadas piernas. Lleva sandalias. Le van un poco grandes. Las rodillas, huesudas y afiladas, el pantalón corto y rojo ondea a su alrededor como una falda de chica.