Mujeres fuertes - Jonathan Pender - E-Book

Mujeres fuertes E-Book

Jonathan Pender

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Beschreibung

"Las mujeres entendemos mucho de mandatos, de estereotipos, de sacrificios, de renuncias y postergaciones. Sabemos lo que es callarse la boca, mirar al piso, caminar con miedo. Y, sobre todo, conocemos bien lo que significa salir a guerrear la vida con fortaleza, todos los días. Pero ¿qué nos mantiene en pie? En este libro, Jonathan Pender nos convida ocho historias, ocho nombres, ocho Mujeres fuertes, y así nos abre a un asunto muy propio. Cuenta —y en ese decir nos muestra— que podemos permitirnos ser débiles, que debemos aprender a abrazarnos en la vulnerabilidad, y nos interpela a asumir que lo que nos rompe todos los días también se puede romper" (Julieta Santos).

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Jonathan Pender

Mujeres fuertes

NARRATIVAS

Pender, Jonathan

Mujeres fuertes / Jonathan Pender. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8924-21-2

1. Relatos Personales. I. Título.

CDD 808.883

© 2022, Jonathan Pender

Primera edición, abril 2022

Diseño y diagramaciónLara Melamet

Corrección Martín Vittón y Karina Garofalo

Conversión a formato digital: Libresque

Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.pampublicaciones.com.ar

A la memoria de Diana Sacayán, Micaela García y Justina Lo Cane,y en ellas, a quienes construyen por el amor y por la igualdad.

 

A Fabiana, «de vez en cuando mamá».

 

A Alay y a Pietro.

Prólogo

Estuve triste y furiosa. En el momento en que me dejé caer por el barranco de la felicidad del enamoramiento, enganché una espina que me pinchó el globo. La relación de a dos que construyó el encantamiento se terminó el sábado. Otra vez hoja en blanco, otra vez empezar de cero.

La lectura de Mujeres fuertes me hizo reflexionar sobre la manera de vincularnos en este nuevo milenio cargado de hiperconectividad y, a la vez, una extraña sensación de soledad. Historias duras, construidas en relatos de ficción, hacen mella en cada unx sabiendo que eso que leemos alguna vez pasó. ¿Cuántas veces me pregunté si el problema era yo? ¿Estaré volviéndome loca? Cuántas veces supe que el problema era mi yo que había inventado, la máscara de supervivencia, el personaje que interpretaría. Tantísimas veces supe que el problema estaba en la cultura y sus prácticas, en lxs sujetxs reproduciendo órdenes de poder.

Es necesario y vital comprender que si no desarmamos el lenguaje, no hay manera nueva de ver el mundo. Toda forma de organización social, todo sistema de acción, todo conjunto de relaciones sociales implican, en su misma definición, una dimensión significante. Leer a Pen es reconocer esos caminos de transformaciones donde la palabra es, sin dudas, nuestra gran aliada. Es necesario, lo sabemos, construir un mundo con nuevas perspectivas.

Este crudo pero hermoso libro es tierra fértil y se suma al andar de nuevxs escritorxs que se hacen cargo, que ponen el cuerpo y la palabra. Historias que no le tienen miedo a la oscuridad, al dolor, a contar la vida, porque del barro también pueden nacer cosas bonitas.

Reflexionando sobre qué escribir, repasando mis emociones y también mis apuntes de pensamientos, me encontré con un texto que escribí en 2018 y se los quiero compartir.

 

¿Tenés Instagram?, me pregunta el abogado rubio, heterosexualmente casado, con el que hice match en Tinder.

Sí, lo uso para mí trabajo de presentadora drag, así que un poco es ficción. Aunque también hay fotos muy viejas mías y de todo mi proceso. Yo sé que después del Instagram viene el “bueno, che, capaz que mañana se me complique, te voy avisando”. Y después nunca más, pero ya que insistís…

Y ahí fue el link de mi Instagram. Me clava el visto y no responde, pensé en que si su foto de perfil me desaparecía, era porque me había bloqueado.

¡¡Sos re compañera!! Me encanta, exclamó sorprendido. Te soy sincero, para mi inexperiencia, al no tener tetas me es fuerte. Es un prejuicio estúpido mío. Tendré que seguir trabajando para deconstruirme.

Lo leí y pensé: Uuuff, pobre varón confundido. Para mí mala suerte fui criada en las lógicas de la feminidad. ¿Y qué es lo único que hacemos bien las feminidades además de chupar pijas y lavar platos? Criar y educar. Entonces estaba ahí, poniéndome el delantal blanco para hacer lo que hago todo el tiempo: tener que explicar lo que soy. Pero no, ese día estaba tan harta, tan podrida de sudores, tan transpirada, tan perforada por el mundo, que me arranqué todas las palabras de la boca y las tiré en un mensaje.

¿Sabés cuál es el problema? Empecé. Que enmascarado en la buena onda y en tu proceso de deconstrucción yo ya no voy a ser el objeto de deseo sexual, sino que me voy a convertir en el rol pedagogo del varón que desmantela su masculinidad. Y la verdad es que estoy harta de ser la profe, quiero poder conocer un chabón y coger sin mambos como lo hacen el resto de las minas. Imagino que vos a tu esposa no le cuestionaste si tenía las tetas chicas o grandes, o el pelo largo o corto, o si era narigona o tenía un ojo torcido. La conociste, salieron, pegaron onda y cogieron. Hasta se casaron y tuvieron un pibe.

AHHHH, PERO YO NO TENGO TETAS, entonces ¿cómo te veo como una mujer si no tenés tetas?

Lo mismo que les pasa a las mujeres con la maternidad obligatoria, nos pasa a las travestis y trans con las tetas y la silicona. A las mujeres cis les dicen que para llegar a completarse tienen que gestar. A las travestis y trans nos dicen que, para ser mujeres, unas verdaderas mujeres, tenemos que tener tetas y el pelo largo y que no se nos note la barba, que nuestra voz no sea grave, que el pie no sea grande, que no tengamos la espalda ancha, que nos pongamos pollera porque de pantalones somos un hombre. Y podría seguir.

El silencio fue largo e incómodo, podía sentir a través del celular el deseo agridulce de querer matarme y cogerme a la vez. Lo que sienten los varones cuando algo que consideran inferior tiene el tupé de retarlos y ponerles en evidencia la precariedad de su género.

Al rato me cayó un mensaje. Te entiendo y no te estoy pidiendo que seas mi profesora, lo único que te digo es que nunca estuve en esa situación. Yo intento deconstruirme, soy hijo del patriarcado y me cuesta. Pero podrías ayudarme, además me encantaría conocerte.

Dentro de mí se activó la alarma de “amiga, rajá de ahí”. Nada más peligroso que un varón con buenas intenciones. El chongo que te da la razón como si estuvieras loca, que no frena la pelota y se pone a reflexionar de lo que hizo, el que se hace el aliado, el feministo, el que te pega y después te dice que va a cambiar. Nada bueno hay esperándonos ahí.

Sólo espero que las breves pero intensas charlas que tuvimos te sirvan para crecer y cambiar, y transformarte y disfrutarte, ser libre entre tanta mediocridad. Yo voy a seguir en la eterna búsqueda de alguien a quien le sobre coraje, porque de tibios está hecho el mundo.

Y me despedí con la frase de la gran Susy Shock, que es lo mejor que le puedo desear a alguien: “Buena vida y poca vergüenza”.

 

PAULINA LATONI DOMÍNGUEZ

I. La historia de Juana «Jaqueada»

«Ya no quiero de ti nada, vete mucho a la chingada. Vete y busca quien te quiera, quien te aguante a tu manera. Por mi parte está perdido, te he dejado en el olvido.»

 

CRISTIAN CASTRO, «Es mejor así», Un segundo en el tiempo, 1993, letra de Raffaele Riefoli.

 

 

Enciendo. Punto muerto. Primera. El destino dirá. En el estéreo suena, como siempre, Cristian Castro. Lo amo. Pero esta vez es distinto, tiene otro significado, no sé. Es la banda sonora de mi vida y ahora, de mi partida. Me acabo de separar, después de seis años, me separé. Lo escribo y todo me parece un tremendo wooooooooooow.

Siempre me gustó, de chica tenía sus pósters pegados por toda la habitación. El que más me gustaba era el que promocionaba su CD Un segundo en el tiempo porque miraba a la izquierda, con los ojos achinados y un saco blanco sobre su torso desnudo dejaba ver su pecho peludo, su jopo rubio que llegaba hasta el cielo y una cadenita que parecía de plata.

“Cada momento voy tropezando en desamor y es que no queda nada entre tú y yo.” Por suerte.

Empecemos por el principio. Soy Juana, tengo veintiocho años y a los veintidós me enamoré de mi jefe. No hay remate. Una cagada, lo sé, pero pasó. Me metí por el orto todo eso de “donde se come no se caga”. Yo comí, cagué y un montón de otras cosas que no vienen al caso. O sí, pero ahora me da vergüenza escribirlas. Bueno, nada que ver, como si alguien pudiera leer esto. Basta, nena, dale, andá al grano. Mil vueltas para comerte la naranja.

Ser vueltera y larguera para hablar es mi especialidad, parece que para escribir también. Es nuevo todo esto, la psicóloga dice que es un buen ejercicio para hacer catarsis. La muy vaga no me aguanta y me manda a resolver sola mis mambos. Si hago terapia es para que me cante la posta de mi vida. Pim, pum, pam y ya. La cosa es que me mandó a escribir y en esa estamos.

Ay, no, pobre, la amo. ¿Ciclotímica quién?

¿En qué estaba? Ah, sí, en que soy vueltera. Es que soy de Piscis con ascendente en Piscis… O sea, tengo todos los números comprados y eso me justifica. No soy yo, es mi carta astral. Qué cosa eso de justificar, la vida justificando a la gente. Siempre tratando de ver la parte del vaso con agua, me paso de positiva, buscando siempre el porqué de todo. Pero pasa que a veces la maldad no tiene porqués, hay gente de mierda que disfruta serlo.

Le justifiqué y creí todo, qué ilusa. Se burló frente a mis ojos y yo, ni enterada. O sí, a esta altura creo que un poco sabía y lo naturalicé, de alguna manera fui funcional a su neurosis. No sé, algo del inconsciente, ponele. Me encanta, de repente tiro palabras re psico, se hacía la copada la mina. Sorry not sorry.

Culpa es mi segundo nombre. Juana Culposa Legrand. ¡Ah! Ese no es mi apellido real, el posta prefiero mantenerlo en el anonimato. Me gusta jugar a ser la nieta de Mirtha con hache. No es que flashee estrellita, pero mirá si pierdo el celular y alguien se hace el día con mis penas. A partir de ahora soy Juana a secas y a él lo vamos a nombrar como “la pesada herencia”. ¿Dale?

Estoy escribiendo en las notas del celular porque me da paja hacerlo en un cuaderno. Tuve todas las intenciones, hasta lo compré, es hermoso, tiene un unicornio en la tapa. Pero, como siempre, la emoción duró dos días. El celu tiene otra dinámica, hasta sé qué decir.

¿No les pasa que chamuyando por WhatsApp son lo más y cara a cara son un queso?

Soy culposa porque soy de Piscis, no lo elegí, me lo regaló el universo. La cosa es que siempre encuentro un motivo para excusar, tapar o justificar las cagadas ajenas. Me sobreadapto tanto que hasta justifiqué el maltrato y la invasión a mi privacidad. Llegué a creer que era la responsable, que no lo había dado todo, qué ilusa.

Me metieron el dedo en el orto y no me gustó ni un poco. ¡Ay, qué fina, Juanita!, diría mi madre. Voy a escribir y decir lo que se me antoje, es mi espacio y al que no le guste, que la chupe. ¿Acaso no son estas mis memorias cual Margaret Atwood en El cuento de la criada? Bueeeeeeeeeena, loca mala.

¡Ojo!, yo te hablo toda superada, pero me costó años de diván llegar hasta acá, no me da para tanto la cabeza. Todo el tiempo trato de ser distinta, lo practico frente al espejo y hasta armo guiones. Así de boluda. Ya sé, tremenda tarada hablando frente al espejo. Pero es que me motiva, qué sé yo, me pongo los auriculares, escucho a Cristian y lo que pinte. ¿Ya dije que lo amo?

Tengo listas en Spotify para llorar y otras para reír, en ambas está Cristian, obvio. Qué sentido tiene la vida si no puedo estar más triste de lo que realmente estoy. Para eso está la música, para ponerme los auriculares, subir al bondi y hacer videoclips con la cabeza apoyada en la ventana. Mientras el mundo avanza, me hundo en mi dolor y veo la vida pasar. Muchas veces termina un tema y, como me doy cuenta de que no lo disfruté mucho, lo vuelvo a escuchar. Todo vuelve a empezar.

¿Cómo llegamos hasta acá? Ah, sí, me separé. Una cagada porque lo amo, creo. Lo quiero, creo. Ay, qué difícil todo. ¿Lo estimo?

“Esta vez aprendí que no se debe mentir, de una promesa viví y hoy ya no puedo seguir creyendo en ti.”

Con la pesada herencia nos conocimos de casualidad y de ahí “un eterno suspirar”. Necesitaba laburar, mi familia era un caos, no teníamos un mango. Papá se había enfermado y su trabajo era el único ingreso. En un grupo de Facebook leí que buscaban administrativa para una compañía telefónica, mandé el CV de dos hojas, en la primera estaban mis datos personales y en la segunda la experiencia laboral: cuidado de niños. Como referencia estaba mi tía Mary. No hace falta aclarar que todo era mentira.

Él me tomó la única entrevista que me hicieron y automáticamente dijo que cumplía con los requisitos y daba el perfil. Estaba claro que no se había postulado nadie más, yo no podía cumplir ningún requisito porque no sabía hacer nada. A cada cosa que me preguntaba le decía que sí. El tema fue cuando me pidió que hiciera una tabla dinámica en Excel. Nada que un tutorial en YouTube no solucionara.

Todo se dio muy naturalmente. Como tenía auto, todas las mañanas pasaba a buscarme. Hasta ahí no había pasado nada. Es más, me parecía horrible. Ni siquiera simpático. Pero el muy guacho era (¿es?) de esos a los que se les da bien el chamuyo por celular, ¿lo dije o no lo dije? Y bueno, nada, hizo un laburo fino porque sabía que yo estaba pasando una situación especial y en uno de esos días disparó y le mordí la bala. ¡Ay, Juana, no es necesario! Menos, menos, no siempre hay que ser tan gráfica.

Me acuerdo como si fuera hoy, diría la abuela Iaia. Mensaje va, mensaje viene, llegó un audio: “me gustás y mucho”. Estaba armando la cama, revoleé el celular y me enredé entre las sábanas. Empecé a gritar y al toque, obvio, reenvié el audio a “Perras”, el grupo que tenemos con las pibas.

Ahí empezó el debate, todas tenían algo para opinar. Una preguntó qué onda, si estaba bueno. No me gusta, les dije. No me gustaba ni un poco, pero algo de ese audio me conquistó. Lo escuché mil veces, con una sonrisa de amor mezclada con vergüenza. Hasta que me dormí.

¿A quién no le gusta que le digan cosas lindas? Y más, estando triste.

Eso fue un viernes. Pero ese mensaje no llegó de la nada, antes nos habíamos visto dos veces en plan amigos o compañeros de laburo. Al menos yo no tenía segundas intenciones.

La primera vez fuimos a un bar a tomar cerveza. Yo no tenía ni un mango pero, como me dio vergüenza decirle, les pedí plata a las chicas. No era mucha, para dos birras alcanzaba. El flaco empezó a pedir comida, papas fritas con chanchada, rabas, pizza. Casi muero de un infarto, pero por suerte pagó todo.

No pasó nada, con eso me refiero a que ni siquiera chapamos. Repito, esas no eran mis intenciones. Hablamos y nos reímos mucho, eso lo rescato siempre. Hasta que me enteré de todo, disfrutaba de su compañía. No había otro hombre, no lo necesitaba, aunque él creyera lo contrario.

¿En qué estábamos? Ah, sí, en la salida. Bueno, cuando terminó, me llevó a casa y listo. Obvio que no le dije de entrar. Después, la segunda vez que nos vimos, sí. Pero tampoco pasó nada.

Como él había pagado, me parecía cortés invitarlo y hasta cociné, tortilla rellena. Para ese entonces vivía sola. El departamento era grande y se entraba por la cocina. Ese fue el único ambiente que conoció, literal. No lo invité a pasar a ninguna otra parte. Cuando llegó, la comida estaba casi lista. Trajo vino y el vino me puede. Seguramente dije algunas cosas de más, soy re bocona sobria, imaginate borracha. No me acuerdo.

De nuevo, hablamos, comimos, nos reímos. Les sacamos el cuero a algunos de la oficina y nada más. Se fue y por dos semanas no lo vi más, había salido de vacaciones. Qué fiaca ir a laburar esos días, me había acostumbrado a tener chofer personal y encima gratis, porque yo, rata siempre. Tenía que tomar el 307 para llegar al laburo, pero antes combinaba con el 214, alto maneje.

El sábado previo a que volviera a trabajar, llegó el audio y pasó todo lo que ya dije.

“Fue una mañana que yo te encontré, cuando la brisa besaba tu dulce piel, tus ojos tristes que al ver adoré, la noche que yo te amé.”

Ya sé que quieren saber cómo fue el primer viaje después del audio. Incómodo, no se habló del tema. Aunque no lo parezca, soy un poco tímida. ¿A quién le hablás, Juana? Esto de escribir me está volviendo más loca de lo que estoy.

Ese mismo día a la tarde, mandó un mensaje en el que decía que estaba en la odontóloga (casualmente) a la vuelta de casa. ¿Pueden creer eso? Hacía mil años que la pesada herencia se atendía a dos cuadras de donde vivía. Mi respuesta fue cortita: Vení, sabés dónde encontrarme. ¡JUANITA!

Para algunas cosas suelo ser bastante directa, me estaba hinchando los ovarios el misterio. Ya fue, viene, me lo garcho y listo, pensé. Y así fue. Confieso que estaba nerviosa, un poco me gustaba la cosa. ¿Un poco?

Le serví un vaso de agua y por atolondrada se lo tiré encima. Tenía un jean azul oscuro y una campera de jogging, todo Penguin, obvio. Y le enchufé un beso, así de una. Re zarpada la mina. Eso que no te gustaba, Juanita.

Tenía mucho gusto a menta, era verdad que salía de la dentista. Nos dimos unos besos y lo llevé a la habitación. Directo a los bifes, la Juani. Parezco Maradona hablando en tercera persona. La psicóloga (a quien no vamos a nombrar por el mismo motivo que a la pesada herencia) cuando lea esto se va a hacer un festín. Si ya se compró un auto conmigo, con esto se hace alto viaje.

¿En qué estábamos? Ah, sí, en que lo llevé a la habitación. Bueno, beso va, beso viene, le saqué la campera y me lo garché. No fue tan así, la posta es que un toque se asustó y dijo: “Tranqui, tenemos tiempo”. Puede ser que lo haya cohibido un poco. Nos dimos unos besos y a la cama. Intentamos garchar pero pasaron cosas y no pudimos… O mejor dicho, no pasaron ciertas cosas. Fin, eso es todo lo que voy a escribir al respecto.

A decir verdad, no me hago mucho tema con eso, son los hombres los que se preocupan. Es el patriarcado y el pijacentrismo que les enseña a ser una máquina de dar placer y que si no tiene una erección es el fin del mundo. La apocalipsis.

“A tu lado conocí el dolor.”

Tranqui, amigo, bajá un cambio que está todo piola. El sexo es una construcción, el placer es un proceso al que se llega con el encuentro de dos cuerpos que sienten y vibran, en principio, en distintas sintonías.

¿Qué se hace cuando lo que se siente no es correspondido? El raciocinio, la razón de poco vale sin su complemento, sin su co. ¿Alguna vez pensaron que la disputa que existe entre la razón y el corazón son apenas dos letras?: CO-RAZÓN.

O pienso mucho o siento de más. ¿Cuál es el punto medio? ¿Realmente existe? ¿Es importante? Pensar menos quizás haga que las personas vivamos un poco más tranquilas. Pero sentir de más no siempre da como resultado la felicidad. Es que la fórmula no cuadra, la ecuación no se resuelve sencillamente. ¿Cuál es X y cuál Y? Si supiera la respuesta, no estaría en esta, nunca fui buena para las fórmulas. Para las relaciones veo que tampoco. Pensar menos puede ayudar a sentir más. No lo afirmo, solo especulo en voz alta. La especulación es, muchas veces, el motor del sentir. Del hacer.

¿Me escribe o solo me responde con amabilidad?

¿Me mira las historias?

Si no le escribo, ¿demuestro interés?

Amor en tiempos de like. Ya escribirlo me enrosca.

Ay, me fui de tema. ¿En qué estábamos? Ah, sí, en la falsa y accidentada primera vez. Así que, nada, nos quedamos acostados hasta que nos dio hambre y fuimos a comer a una pizzería que no existe más. Pagó él, yo no tenía un mango y al final era el jefe, ganaba más. ¿Ya dije que me enamoré de mi jefe? Creo que sí… Fiaca releer todo esto.

Ni para un trabajo de la facultad escribo tanto, se ve que la psicóloga tenía razón, me hace bien esto de escribir lo que pasó, las palabras salen solas, no tengo que hacer ningún esfuerzo… Y eso que no dije nada aún, pienso hacer una saga, otra que Harry Potter.

No garchamos ese día, pero comimos pizza y dejó su cepillo de dientes en casa. ¿Un montón? Sí, un montón. Como usaba aparatos, andaba para todos lados con uno, así que le pareció conveniente dejarlo. Se ve que a mí también. Desde ese día fuimos novios, no hubo antesala ni salidas previas en plan conquista. ¿Dónde había quedado eso de que no me gustaba? Ni idea.

Al poco tiempo viajamos a Villa Carlos Paz para el feriado de carnaval, nuevamente pagó él. Creo que puse algo para la nafta, creo. Habían pasado dos meses y medio del falso garche y el cepillo de dientes. Ahí tuvimos la primera pelea, o sea, a los dos meses de relación. No por la plata, sino porque no se le paraba la pija y me culpaba. Es imposible hablar del tema sin decirlo, las metáforas no son lo mío, nadie puede decir que no lo intenté. O sea, se le paraba pero no sostenía la erección. Posta que para mí todo bien, hay miles de formas de dar placer y gozar, la penetración es una de ellas pero no la única. Ni siquiera es la que más me gusta, a mí chupámela y está todo piola. Para él sí era un mambo y en parte me responsabilizaba por no chuparla bien. ¿En parte, Juana? Ay, de repente este texto se puso serio. Tendré que hacerme cargo, como diría mi psicóloga.

En el momento la piloteaba, hacía lo que pedía y como lo pedía. La lengua acá, los pelos allá, qué rica pija, dame más, ¿te gusta, puta? Cómo te gusta la pija, putita, mirá cómo te la comés…

¿En que estábamos? Ah, sí, en que en esas vacaciones peleamos por primera vez. Tomando mate frente al lago San Roque, mientras pasaba un catamarán con turistas, llorando le pregunté si me iba a dejar por lo que había pasado. El nivel de locura que manejaba, dos meses de relación.

Me mata porque de repente flasheo escritora y le hablo a un supuesto lector. Nada que ver, pero así sale y dejo que fluya. Me sentía mal, insegura, menos mujer, responsable por no ayudarlo a tener una erección plena. Cualquiera que lea esto puede llegar a pensar que soy una boluda (yo lo haría), pero realmente me pasaba eso. La presión era tal que no encontraba otra responsable más que yo.

Fueron pocos días, no más de cinco. El resto estuvo bien, hicimos todo lo que hacen los matrimonios de treinta y pico en vacaciones. Fuimos al teatro por primera vez a ver Casi diva