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Celeste González de Bustamente

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Beschreibung

Centrada en las noticias transmitidas por la televisión mexicana entre 1950 y 1970, Celeste González de Bustamante cuenta aquí la historia de México durante un tiempo crucial en su desarrollo como país, un momento de confusión internacional ocasionada por la Guerra Fría. La autora explica cómo durante ese periodo, y como producto de supuestos compromisos adquiridos al momento de entregar las concesiones televisivas, la buena relación entre gobiernos y empresas televisoras los llevó a "modelar" la información para beneficio mutuo. Una de las más importantes aportaciones de esta reconstrucción histórica de las noticias de la televisión mexicana durante la Guerra Fría es que se apoya documentalmente en fuentes de Televisa. Algunos de estos valiosos documentos se vinculan con eventos tan relevantes en la historia de México como el asesinato de estudiantes el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, de Tlatelolco.

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Fotografía: John de Dios

CELESTE GONZÁLEZ DE BUSTAMANTE es profesora en la escuela de periodismo de la Universidad de Arizona. Su trabajo de investigación se centra en la historia y el desarrollo de las noticias televisivas y los medios en América Latina, principalmente en México y Brasil, con énfasis en los límites al poder de los medios y la influencia de éstos sobre los ciudadanos en las democracias emergentes.

“MUY BUENAS NOCHES” México, la televisión y la Guerra Fría

COLECCIÓN  COMUNICACIÓN

Traducción JAN ROTH KANARSKI

CELESTE GONZÁLEZ DE BUSTAMANTE

“Muy buenas noches”

MÉXICO, LA TELEVISIÓN Y LA GUERRA FRÍA

Prefacio RICHARD COLE

Primera edición en inglés, 2012 Primera edición en español, 2015 Primera edición electrónica, 2015

Título original: “Muy Buenas Noches”: Mexico, Television and the Cold War © 2012, Board of Regents of the University of Nebraska

El capítulo sexto fue publicado anteriormente en inglés como “Olympic Dreams and Tlatelolco Nightmares: Imagining and Imaging Mexican Television News”, Mexican Studies / Estudios Mexicanos 26, núm. 1 (2010), pp. 1-30 © University of California Institute for Mexico and the United States y Universidad Nacional Autónoma de México Reproducido con la autorización de la University of California Press

Diseño de la colección: María Luisa Passarge

D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2657-8 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Para Héctor y Claire

ÍNDICE

Portada

 

Prefacio

Agradecimientos

Introducción

 

1. El surgimiento de la televisión en México

2. La invención de las teletradiciones

3. Rebeldes y revolucionarios

4. Los primeros diplomáticos de la televisión

5. Cohetes calientes y Guerra Fría

6. Sueños olímpicos y pesadillas de Tlatelolco

7. Victoria para los brasileños y para Echeverría

 

Conclusión

Bibliografía

PREFACIO

Quien sepa lo mínimo acerca de la televisión en América Latina sabrá que Televisa constituye una fuerza cultural, política y económica sumamente poderosa, tanto en México como en todo el hemisferio. Durante la segunda mitad del siglo XX, el Grupo Televisa se convirtió en el conglomerado mediático más redituable e influyente en el mundo de habla hispana. Por décadas sus telenovelas han sido exportadas a más de cien países. Hay gente de sitios tan alejados como la antigua Yugoslavia que asegura haber aprendido el español viendo Los ricos también lloran, la afamada serie dramática protagonizada por Verónica Castro en 1980. Sin embargo, aún queda mucho por aprender acerca de cómo esta compañía y quienes la crearon fueron capaces de erigirse como una autoridad que hoy en día rivaliza con el Estado y con otras instituciones como uno de los entes políticos y culturales más influyentes de la nación.

El televidente ocasional hispanohablante tal vez habrá escuchado hablar de Televisa, pero es seguro que no sabría explicar cómo esta compañía creció al punto de igualar su grado de influencia en el público televidente al de las instituciones políticas más poderosas de México. Ello se debe a que ha sido muy poco lo que se ha publicado sobre este grupo mediático desde una perspectiva histórica, sobre todo en inglés. ¿Qué veía el público durante los primeros años de la televisión? ¿Qué temas pensaban los ejecutivos y reporteros de los noticiarios que los televidentes debían ver? ¿Qué asuntos permanecían fuera del aire y por qué razón? ¿De qué manera influían las empresas estadunidenses sobre la televisora mexicana y sobre su programación? Éstas son sólo algunas de las líneas de investigación que Celeste González de Bustamante desenreda y algunas de las preguntas que responde en Muy buenas noches.

Estos interrogantes fueron de vital importancia durante el otoño de 1968, cuando reporteros y fotógrafos extranjeros coincidieron en México durante la XIX Olimpiada, los primeros y, hasta la fecha, los únicos juegos olímpicos disputados en América Latina. Mientras los políticos y los ejecutivos de los medios intentaban mostrar la cara más brillante y moderna del país, la voluntad autoritaria del gobierno llevó al asesinato en masa en una plaza de la Ciudad de México, donde murieron cientos de estudiantes y transeúntes. La masacre ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, grabada en la memoria colectiva de sus habitantes, se mantiene como una de las mayores tragedias del país, como un punto de inflexión en el que la sociedad civil emerge, y este hecho coadyuvó para que el país poco a poco se opusiera a la mano dura de un gobierno unipartidista. Fue en esta coyuntura crítica que el punto de vista de los funcionarios públicos y el de los ejecutivos de la televisión se separaron, lo que condujo a un llamado por la nacionalización de la industria. En la década de 1960, cuando trabajé por un tiempo en The News, el periódico en inglés de la Ciudad de México, Telesistema Mexicano era el pulpo de la comunicación masiva en el país. Las observaciones de González de Bustamante acerca de Telesistema Mexicano y del clima político de esa turbulenta etapa son acertadas.

Muy buenas noches se enfoca en la historia de los noticiarios televisivos entre 1950 y 1970, relatando así la historia de México y sus ciudadanos en un momento crucial en el desarrollo de la nación, en medio del desorden internacional causado por la Guerra Fría, y marcado por eventos como la toma de La Habana por Fidel Castro en 1959 y los primeros pasos del hombre en la Luna en 1969. Se trata de una historia épica que sería difícil —si no imposible— relatar sin recurrir a las fuentes primarias de Televisa. Pocos académicos han tenido acceso a los ricos archivos de libretos de la compañía; González de Bustamante ha sido una de las primeras académicas estadunidenses en consultarlos, por lo que pudo examinar temas que otros autores sólo han podido abordar en términos genéricos y teóricos. La fortaleza de Muy buenas noches radica en la habilidad de la autora para mostrar cómo los ejecutivos de la televisión mexicana presentaban a los televidentes la nación y el mundo entero, y cómo en los noticiarios a menudo se borraba la línea que separaba los intereses comerciales de los objetivos del Estado mexicano y la vida de los televidentes.

La utilidad de un estudio como éste es evidente para los estudiosos y académicos mexicanos, pero el tema de la televisión y México también puede interesar a quien tiene a los Estados Unidos como objeto de estudio. ¿Por qué? En primer lugar, México es el tercer socio comercial externo de los Estados Unidos, después de Canadá y China. Más aún, México es el destino más popular entre los turistas estadunidenses que buscan vacacionar fuera de su país. Además, al conocer lo que ocurre más allá de su frontera sur, los estadunidenses aprenden más sobre sí mismos. Según el censo de 2011 en los Estados Unidos, los latinoamericanos constituyen la minoría étnica más numerosa y de mayor crecimiento en ese país, y la mayor parte proviene de México. Por último, no debemos olvidar que una buena parte de ese país alguna vez perteneció a México, hasta el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. Debemos admitirlo: histórica, cultural, política y económicamente los Estados Unidos y México están unidos por la cadera. Los conflictos y los lazos entre ambos países se revelan y aclaran en Muy buenas noches.

RICHARD COLE

AGRADECIMIENTOS

Este proyecto comenzó en la Universidad de Arizona durante un seminario de investigación sobre la historia del México moderno. Ahora, más de diez años después, es un libro. El financiamiento para la investigación en que se basa provino de varias fuentes, entre ellas la Tinker Foundation, la American Philosophical Society y el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Arizona.

En el transcurso de la última década, muchas personas, cercanas y lejanas, me brindaron su ayuda en este proyecto, de diversas y a veces inesperadas maneras. Al hacer un recuento, me siento abrumada y honrada por toda la ayuda e inspiración recibida, y tengo que reconocer que definitivamente no hubiera terminado este libro sin el apoyo de todos ellos.

En México, aprecio y agradezco la ayuda de los archivistas, especialmente a Gustavo Bazán y Sandra Peña, quienes me brindaron su experiencia en la Biblioteca Miguel Alemán, el Archivo General de la Nación, la Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico de la UNAM. Aprecio profundamente la oportunidad de haber tenido acceso a los archivos de noticieros de Televisa en Chapultepec y en el Estadio Azteca para realizar mi investigación. Agradezco de manera especial al licenciado Jorge Vidaurreta, a Mario Arrieta Gutiérrez y a Antonio Ruiz Maquedan. Quedo también muy agradecida con quienes me permitieron entrevistarlos, entre otros, Miguel Alemán Velasco, Raúl Álvarez Garín, Lolita Ayala, Pablo García Sáinz, Patricia Fournier, Adriana Labardini (quien me recibió en su hermoso hogar), Jorge Perezvega, Ana Ignacia Rodríguez, Miguel Sabido y Jorge Saldaña.

Agradezco a mis colegas de instituciones académicas de México —Manuel Guerrero y Julia Palacios de la Universidad Iberoamericana y Jorge Martínez de la UNAM—, quienes me prodigaron su apoyo y sus invaluables puntos de vista. Doy gracias a Guillermo Palacios, de El Colegio de México, por su ayuda y por llevarnos a mi esposo Héctor y a mí a disfrutar las mejores margaritas del mundo en el restaurante San Ángel Inn. No puedo olvidar la orientación y los consejos que a lo largo de los años me brindó la muy sabia doctora Carmen Nava, de la Universidad Autónoma Metropolitana. Gracias también a la familia Gudiño, nuestros vecinos en la Ciudad de México, quienes adoran a Claire y nos hicieron sentir como en casa mientras completaba mi investigación para la tesis y aun mucho después.

Cercanos a casa, le debo mi eterna gratitud a mi consejero y ahora colega de la Universidad de Arizona, Bill Beezley, por su apoyo incondicional. Es bueno saber que mi antiguo mentor se encuentra a un campo de futbol de distancia, pues, como dicen, “quien una vez es consejero, siempre es consejero”. Sería negligencia no mencionar a los otros dos “Hombres Sabios” de la universidad que fueron importantes pilares para mí: Bert Barickman y Kevin Gosner. Asimismo, agradezco a mi mentora, querida amiga y colega Jacqueline Sharkey, quien me animó a volver a cursar un posgrado y después, como mi directora, me brindó el apoyo necesario para navegar en el mundo académico. A Héctor González, mi amigo y antiguo supervisor, y quien debería ser académico, le agradezco su constante interés y ánimo.

Me siento bendecida de poder trabajar en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Arizona, junto con algunos de los mejores colegas del país. Del mismo modo, agradezco a la facultad, en especial a Jeannine Relly, por sus palabras de aliento y por su genuino interés en mi trabajo. Agradezco a mi querido colega y gran editor Bruce Itule, quien leyó críticamente el borrador inicial del manuscrito. Kevin Gosner hizo lo mismo, y además otorgó al libro una perspectiva histórica. Enhorabuena a John de Dios, quien me ayudó a preparar las imágenes del libro. Igualmente a Kevin Andrade, estudiante de posgrado, quien me asistió en las últimas etapas del manuscrito. Gracias también a Tom Gelsinon, del Departamento de Estudios Mexico-Americanos de la Universidad de Arizona.

Al paso de los años el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Arizona se ha convertido en mi segunda casa, por lo que me gustaría agradecer particularmente a Raúl Saba, Scott Whiteford, Colin Deeds, Julieta Gómez González y al profesor emérito Ed Williams, todos ellos maravillosos colegas y amigos.

Fuera de la Universidad de Arizona, Roderic Camp me brindó su apoyo y sus valiosos conocimientos acerca de la política mexicana. En varios momentos de este proyecto llegué a conocer y a recibir el apoyo de un gran número de académicos, que han sido una maravillosa fuente de guía e inspiración. Esos estimados colegas son Robert Alegre, Ann Blum, Elaine Carey, Manuel Chávez, Richard Cole, Leonardo Ferreira, Bill French, James Garza, Sallie Hughes, Andrew Paxman, Otto Santa Ana, Lucila Vargas y Eric Zolov. Una nota de gratitud especial va para Liza Bakewell, quien no sólo me indujo a terminar el proyecto; también me abrió las puertas de la Ciudad de México. ¡Gracias, comadre!

Agradezco también a mi grupo de estudios por su inspiración intelectual, tanto durante los días en que elaboraba mi tesis como en épocas posteriores: Elena Albarrán Jackson, Maritza de la Trinidad, Tracy Goode, Dina Berger, Amie Kiddle, Amanda López, Mónica Rankin, Ageeth Sluis, Rachel Kram Villarreal, Gretchen Raup, Laura Shelton y Aurea Toxqui.

Igualmente estoy en deuda con los editores de la University of Nebraska Press; con Heather Londine y Bridget Barry, así como con Susan Silver y Foster Zucco, quienes me ayudaron a enriquecer este trabajo.

Estoy eternamente agradecida con mis buenos amigos de Tucson: Lili Bell, Erma Ciancimino, Hilda Greenwald, Milani Hunt, Jessica Judd y Lynette Leija, quienes han soportado mis locuras durante varios años, cuando trabajaba en este y en otros proyectos, y quienes han sabido perdonar mi ausencia en las reuniones.

Ya muy cercanos a casa, estoy en deuda con Antonia (Toña) Rodríguez, quien cuidó a mi mayor alegría, Claire, mientras yo realizaba la investigación para el libro. Agradezco a mi hermana Shelley London, quien siempre ha sido el soporte de mis sueños intelectuales y atléticos. Agradezco a mis padres, Sam y Nina González, porque siempre me han apoyado, en California, México y Tucson, pero especialmente durante los últimos años, en que trabajaba para terminar el manuscrito. Agradezco a mi madre por su amor, por esa habilidad para criar niñas que llevó de Oaxaca, México, a Tucson, Arizona, y por sus invaluables servicios de “taxista”. Por último, agradezco a las dos personas más cercanas a mí y que han visto más de este proyecto que cualquier otra persona (aunque sea de reojo, mirando sobre mi hombro, mientras yo me concentraba en la pantalla de la computadora): mi esposo Héctor y mi hija Claire; ¡con gusto les doy las gracias y los alabo por el resto de mi vida!

INTRODUCCIÓN

Esos hogares pueden carecer de un buen suministro de agua, de calefacción, de una buena estufa o de una lavadora, pero nada de eso importa tanto como un televisor.

LUIS BECERRA CELIS

El sudor brotaba de su frente y le empapaba la camisa, mientras Emilio Azcárraga Milmo, hijo de uno de los caciques mediáticos más influyentes del país, saludaba a miembros de la prensa. Había tomado seis años erigir el Estadio Azteca, pero ahora Azcárraga Milmo se preparaba para inaugurarlo. Se limpió el entrecejo, tomó un micrófono y dio la bienvenida a reporteros y fotógrafos a la comida de prensa. Hasta ese momento Azcárraga junior, como a veces era llamado cariñosamente, había vivido a la sombra de su padre, el León, Emilio Azcárraga Vidaurreta, quien en 1950 había rugido que él era el “zar de la radio mexicana y que pronto sería el zar de la televisión nacional”.1 Sin embargo, ese caluroso día de primavera, el 29 de mayo de 1966, en que fue inaugurado el estadio, Azcárraga Milmo salió de la sombra de su padre y se paseó junto al presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz. Ambos caminaron a través de un campo de futbol cuidadosamente podado, a lo largo de un oscuro túnel de concreto, para abordar un sedán negro último modelo. El chofer paseó al presidente y al naciente magnate de los medios por toda la estructura de cien mil toneladas de concreto. Azcárraga Milmo era dueño del estadio y del equipo local, el Club América. Había adquirido el equipo en 1959, anticipando la construcción del estadio y el imperio que sería su compañía.2

En ese momento se reunían ciento cinco mil fanáticos del futbol, mientras los camarógrafos de televisión grababan la ceremonia inaugural.3En la XHTV, Canal 4 de Telesistema Mexicano, los narradores anunciaban el momento en que, a cuatro años de que el entonces presidente Adolfo López Mateos pusiera la primera piedra del estadio, otro presidente acudía a inaugurarlo.4 Uno de los dos narradores resaltaba: “Azcárraga Milmo y el presidente están a punto de entrar al auto”,5 y que el presidente estaba siempre junto a Emilio Azcárraga. Al comenzar las noticias vespertinas Jacobo Zabludovsky, el conductor de noticiarios más conocido en la Ciudad de México, y Pedro Ferriz Santa Cruz daban detalles acerca de la ceremonia inaugural a los habitantes de la capital. Ferriz comentaba: “Nosotros, como mexicanos, también nos sentimos orgullosos de tener un estadio de tal magnitud y que en todo sentido es mejor que cualquier otro en el mundo. He estado en el Estadio Maracaná de Brasil y en el de Wembley de Inglaterra, en el Estadio Nacional de Santiago y en el de Tokio, y a mi parecer el nuestro es más funcional en todos los sentidos”.6

Las imágenes de Díaz Ordaz y Azcárraga Milmo caminando juntos son una metáfora de los estrechos vínculos que unían al gobierno con los medios de comunicación durante la segunda mitad del siglo XX. La mayoría de los académicos han llegado a la conclusión de que Televisa, en lo que se convertiría Telesistema Mexicano en 1973, caminaba al mismo paso que el gobierno y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el partido gobernante durante 71 años (1929-2000).7 Ningún académico veraz podría poner en duda que los lazos políticos entre los ejecutivos de la televisión y el partido ayudan a explicar el largo reinado del PRI. pero esto sólo es una parte de la historia. ¿Cómo ocurrió esto día a día y a través de los años?

Sin duda, las decisiones gubernamentales que regulan las comunicaciones y la infraestructura de las telecomunicaciones ayudaron a desarrollar la industria de la televisión y facilitaron el éxito de Televisa, que al finalizar el siglo XX se encontraba entre las más poderosas compañías de medios del mundo. El Grupo Televisa dominaba tanto en producción como en ganancias en el mundo de habla hispana. En 1977 la compañía había transmitido 21 423 horas de programación televisiva para aproximadamente 28 millones de televidentes, con 60% de la programación producida en el país. Los ingresos de la compañía por publicidad alcanzaron los 144 millones de dólares, en tanto que el ingreso de todas las ventas de publicidad llegaba a un total de 184 millones de dólares.8

Mucho antes de que la televisión cumpliera 20 años (1950-1970), los barones mediáticos y los funcionarios de gobierno habían desarrollado lazos políticos, económicos y sociales.9 La cercanía entre el magnate Rómulo O’Farrill y el presidente Miguel Alemán Valdés facilitó las cosas para que el primero actuara como prestanombre del entonces presidente cuando se creó la primera estación de televisión en el país, la XHTV.10 En varias ocasiones Emilio Azcárraga Milmo se refirió a sí mismo como “un soldado del PRI”.11 Pero a pesar de la cercanía entre los caciques mediáticos como Azcárraga Milmo y el PRI, la relación no fue algo estático ni transcurrió sin tensiones; forjada a lo largo de los años, en ocasiones se puso a prueba. En la década de 1950 Azcárraga Vidaurreta tenía que pasar por el secretario particular del presidente para concertar reuniones con Alemán, un indicio de que ambos no eran precisamente amigos del alma.12 En 1968 el presidente Gustavo Díaz Ordaz criticó la cobertura que hizo Telesistema Mexicano del movimiento estudiantil y de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre, a pesar de la evidencia de que fue en extremo limitada. Al comenzar la década de los setenta el presidente Luis Echeverría amenazó con apoderarse de la industria de la televisión en una oleada de esfuerzos por nacionalizarla.13

Hacia el final de los noventa, Azcárraga Milmo empezó a criticar al PRI, y sus defensores aseveran que el empresario jamás pidió a los empleados de Televisa a proclamarse también “soldados del PRI”.14 Miguel Alemán Velasco, hijo del ex presidente y quien dirigiera la primera sección de noticias de la compañía a finales de los sesenta y principios de los setenta, actuó como enlace entre la compañía y el gobierno, y afirma de igual manera que nunca se declaró soldado del PRI.15 De hecho, el eterno conductor de noticas Jacobo Zabludovsky admitió que tuvo que seguir las órdenes de Azcárraga Milmo, pero que el Tigre, como era conocido por amigos y enemigos, nunca le dijo directamente que respaldara al PRI.16

Para seguir con la metáfora, al pasar en cámara lenta el movimiento de la imagen el espectador puede darse cuenta de que Díaz Ordaz y Azcárraga Milmo caminaban juntos, pero no exactamente sincronizados. Avanzaban en la misma dirección pero a velocidades distintas, y cada uno ocupaba su propio espacio en la pantalla. Lo mismo puede decirse de la relación entre los ejecutivos de la televisora y los funcionarios de los gobiernos de 1950 a 1970. Díaz Ordaz tuvo una relación menos amistosa con Azcárraga Milmo, especialmente después de 1968, de la que sus predecesores Adolfo López Mateos y Miguel Alemán Valdés habían tenido con los magnates de los medios.17

PROPÓSITO Y DISEÑO DEL ESTUDIO

De 1950 a 1970, es decir, durante el apogeo del PRI y de la Guerra Fría, la televisión apareció como la herramienta más novedosa y valiosa para quienes se interesaban en conquistar el corazón y la mente de los ciudadanos. Este libro busca describir y explicar el papel que desempeñaron ejecutivos, productores y reporteros televisivos en ese esfuerzo. Bajo la dirección de sus ejecutivos, los productores fungían como autoridades culturales que podían, en gran medida, reforzar los mensajes que las autoridades políticas querían diseminar, aunque no siempre fue así.18Este libro se enfoca en los nexos entre el poder y la cultura mediante cinco estudios de caso, con dimensiones nacionales e internacionales. Los casos están relacionados con los siguientes temas: 1) revolucionarios mexicanos y cubanos durante 1959; 2) visitas de presidentes y jefes de Estado, tanto de México como de otras naciones al país; 3) la carrera espacial y la participación del país en la competencia tecnopolítica de la Guerra Fría; 4) el movimiento estudiantil y las Olimpiadas de 1968, y 5) la elección presidencial y la Copa Mundial de Futbol en 1970. En estos casos es posible realizar un análisis del poder en dos niveles fundamentales: en el nivel internacional, el libro examina la hegemonía extranjera (principalmente estadunidense) que se ejerce sobre el Estado y sobre los medios de comunicación nacionales, y en el nivel nacional, el estudio se concentra en la influencia que el Estado ejerce sobre los medios de comunicación y cómo éstos, a su vez, influyen sobre los ciudadanos.

Las dimensiones nacionales e internacionales de los casos elegidos son ideales para examinar la cuestión central del libro: los límites de la hegemonía cultural de la televisión durante el auge del PRI y de la Guerra Fría. Se llama hegemonía cultural al proceso por el que los diferentes grupos sociales aceptan y asimilan las ideas y creencias de la clase dominante, en este caso las que detentaban quienes controlaban el espacio televisivo.19 En una región azotada por el autoritarismo interno y una fuerte influencia extranjera, el concepto de hegemonía cultural puede ser útil para comprender la complejidad del proceso mediante el cual las naciones y los ciudadanos, enfrentados a poderes dominantes como el Estado-nación y los Estados Unidos, consentían y, a veces, resistían tal poder. T. J. Jackson Lears resume el valor que tiene la hegemonía cultural:

Los historiadores del pensamiento tratan de entender cómo las ideas refuerzan o socavan las estructuras sociales existentes, y los historiadores sociales buscan reconciliar la aparente contradicción entre el poder que ejercen los grupos dominantes y la relativa autonomía cultural de los grupos subordinados a los que victimizan.20

El reconocimiento de que tanto los productores de noticiarios como los televidentes tienen una “relativa autonomía cultural” responde los principales interrogantes de este libro: ¿cómo y hasta qué grado las noticias transmitidas por televisión entre 1950 y 1970 lograron reflejar o diferir de las posiciones gubernamentales y de los intereses estadunidenses? O, dicho de otra manera, ¿cuáles eran los límites de la hegemonía cultural en los noticiarios de televisión? ¿Hasta qué punto los televidentes aceptaban como ciertos los mensajes difundidos?

Enfocar este trabajo en los límites de la hegemonía cultural nos abre la puerta para plantear otras preguntas críticas: ¿cómo contribuyeron los productores de medios y noticiarios televisivos a que el PRI conservara el poder por tanto tiempo? Si la prensa televisada desempeñó un papel en la legitimación del PRI entre los ciudadanos, ¿qué impulsó a miles de obreros ferroviarios, estudiantes y grupos populares a enfrentarse al partido gobernante en 1958, 1959 y 1968? ¿Qué clase de mensajes antihegemónicos difundían las agrupaciones populares? También podemos preguntarnos acerca del liderazgo estadunidense en la región: ¿qué alcance tenía la influencia de las agencias de noticias extranjeras? ¿Los ejecutivos de los noticiarios actuaban como simples conductos de la información de la Associated Press y de la United Press International, o los productores locales “retocaban” los artículos en temas como armas nucleares y carrera espacial, al añadir sus propios términos nacionalistas? Responder estas preguntas lleva a toda investigación acerca de los primeros años de la televisión más allá de los dos bandos académicos que han surgido al respecto: los que se enfocan en la relación entre el Estado y los medios, y los que hacen hincapié en los “héroes de negocios”, los que sobredimensionan el poder de los magnates mediáticos, como los miembros de la familia Azcárraga.21 Los estudios sobre la “relación simbiótica” —por ejemplo los de Fátima Fernández Christlieb— se enfocan en la relación entre el gobierno y los medios, y en el papel del gobierno como “instrumento” de una clase dominante.22 Los trabajos basados en el modelo del “héroe de negocios” destacan las cualidades individuales del empresario como un ingrediente necesario en el éxito de los medios electrónicos de comunicación.23 Este estudio basa su investigación en el análisis de la hegemonía tanto desde arriba como desde abajo, por dentro y por fuera, en un esfuerzo por integrar y transformar la historia social y la historia política.24

Al responder estas preguntas fundamentales, el libro ofrece un argumento en tres partes. Primero, durante el auge del PRI y la Guerra Fría, la cobertura de noticias entre 1950 y 1970 apoyaba de manera desmesurada al PRI y los intereses estadunidenses, y surgían conflictos cuando los reportes no se ajustaban a los deseos de los funcionarios de gobierno y de los inversionistas extranjeros. En otras palabras, los productores de los noticiarios solían adherirse a la pauta oficial; no obstante, Telesistema Mexicano y después Televisa eran más que simples portavoces del gobierno y de los intereses extranjeros. Segundo, al analizarlos en conjunto, los estudios de caso apuntan a una forma particular de identidad nacional, a una mexicanidad que promovía la modernidad y los valores consumistas provenientes de las altas esfera políticas. Tercero, los televidentes-ciudadanos no siempre creían lo que veían en la pantalla chica, y hacia finales de los sesenta una masa crítica de ciudadanos intentó hacer oír sus propios mensajes híbridos.

Los puntos de tensión que se examinan en este libro incluyen aquellos que existían entre los funcionarios de gobierno y los dueños de los medios de comunicación; entre la modernidad y los esfuerzos por preservar las tradiciones o por inventar nuevas; entre los productores mediáticos de élite y los televidentes del pueblo; entre la oposición política y el gobierno autoritario, y la doble cara del país durante la Guerra Fría: un rostro internacional que presentaba a México como una nación moderna y pacífica, y otro nacional marcado por la violencia y la represión.25 La palabra tensión es usada aquí de manera intencional, pues expresa con fidelidad las relaciones entre los protagonistas del mundo de la televisión, ya sea dentro o fuera de la pantalla.26

Los primeros noticiarios de la televisión funcionaban como una suerte de ventana microcósmica, en la que los televidentes podían ver a un país revuelto. Los primeros reportes e imágenes noticiosas, como artefactos históricos, nos proveen expresiones audiovisuales de una lucha social y política. En la segunda mitad del siglo XX se haría evidente, tanto en las calles como en la televisión, que existía más de una visión para el futuro del país, y que estas distintas tele-visiones competían y estaban en conflicto.27

El enfoque del libro en un conjunto de hechos y asuntos internos e internacionales durante las primeras dos décadas del periodismo televisivo permite examinar los principales debates que le dan forma a la historia mexicana y latinoamericana del siglo XX, tales como el papel de los medios de comunicación en la formación de una identidad nacional; los límites de los regímenes autoritarios, incluido el PRI, y la influencia extranjera en la región durante la Guerra Fría. Ciertamente, los académicos apenas han comenzado a escarbar la superficie buscando la significación de los países que no eran considerados superpotencias durante la Guerra Fría.28 Este libro no busca, por tanto, ofrecer una historia institucional de la televisión, sino describir y explicar la forma en que la ésta —a través de los noticiarios— desempeñó un papel indispensable en la creación de un sentido de lo mexicano en una época de grandes cambios políticos, sociales y culturales. Lo mexicano entendido como un concepto fluido, construido por varios actores sociales. Dicho de otra manera, la identidad nacional como parte de una historia cultural dista de ser estática y monolítica; en realidad es contingente y “provisional”.29 La mexicanidad que se busca explicar en este libro ha sido forjada desde arriba por los productores de medios, bajo la influencia de altos funcionarios de gobierno. Al mismo tiempo, este libro aborda una negociación entre los productores de élite y los espectadores comunes, quienes también eran capaces de crear imágenes que evocaban su sentido de mexicanidad.30

En el examen de los puntos de encuentro entre la cultura y el poder, este estudio también se aventura en las discusiones acerca del imperialismo cultural, tanto en el país como fuera de él.31 El que empresas extranjeras como la General Motors y la Standard Oil patrocinaran y se anunciaran en los noticiarios latinoamericanos no era accidental. La práctica surgió del entonces nuevo modelo de desarrollo económico que privilegiaba a las corporaciones multinacionales, en tanto que el viejo modelo hacía hincapié en el control estatal de la industria.32 Aun así, los empresarios y productores de los noticiarios nacionales tomaban decisiones editoriales todos los días, al considerar lo que debía ser incluido u omitido en la cobertura noticiosa. El éxito de Televisa, el conglomerado mediático más poderoso y rentable de América Latina, ha permitido que se retomen los debates acerca de las teorías de la dependencia y de los sistemas mundiales que relegan a las “naciones periféricas”, como México, a un eterno segundo plano en los ámbitos cultural y económico globales. Que el sistema de justicia estadunidense fallara en 1987 en contra del esfuerzo de Azcárraga Milmo por establecer un monopolio de habla hispana, tal como lo había hecho en su país, significa que debemos reconsiderar los marcos teóricos y conceptuales de las teorías de dependencia y de sistema mundial. La sugerencia de Pablo Arredondo Ramírez y María de Lourdes Zermeño Torres de que la transmisión en Televisa de 24 Horas (el noticiario con el mayor tiempo de transmisión en México) representa un caso de “imperialismo cultural al revés” puede ser algo exagerada; pero la forma en que los espectadores interpretan los productos culturales como los noticiarios, tanto dentro del país como más allá de sus fronteras, es parte de un proceso muy complicado y discutido.33 Como construcción teórica, el imperialismo cultural ata de manos a los académicos, y los inhibe para explorar muchos factores relacionados con el desarrollo de las industrias culturales.34

Alejándonos del imperialismo cultural, pero teniendo en mente el concepto de hegemonía cultural, en este estudio utilizamos un marco teórico llamado “marco híbrido”. Éste resulta útil para comprender la negociación de significados entre las agencias internacionales de noticias y los productores nacionales de contenidos periodísticos, así como los distintos discursos entre productores y espectadores. El “marco híbrido” se basa en la hibridez cultural y en el encuadre. La hibridez cultural sostiene que, cuando convergen dos o más culturas, las prácticas sociales y las creencias de cada grupo influyen en los demás grupos, al grado de que se crea una nueva cultura.35 El encuadre, como una construcción metodológica y teórica, ha ganado adeptos entre sociólogos y comunicólogos, y refleja la forma en que productores o redactores de noticias resaltan ciertos elementos de un acontecimiento o tema sobre otros, con el objetivo de dar significación a los reportajes.36

Como lo demuestran los estudios de caso de este libro, los productores de noticiarios de televisión enmarcaban los eventos en formas particulares, a veces de manera que contrariaban las perspectivas de los funcionarios de Estado o los intereses extranjeros. Además, la manera de relatar los hechos de los productores podía entrar en conflicto con la interpretación de los espectadores, quienes quizá habían reinterpretado esos mismos hechos de maneras que consideraban justas y significativas. Por ejemplo, un encuadre híbrido ayuda a explicar cómo los productores de noticiarios intentaron minimizar los movimientos estudiantiles, en tanto que los jóvenes con frecuencia interpretaban los acontecimientos de manera diferente, un conflicto de puntos de vista que en algunos casos pudo haber ayudado a fomentar la solidaridad interna e internacional.37 Los encuadres híbridos nos permiten ver las interpretaciones de los mensajes de los medios como una negociación entre los individuos y los medios que se produce en el tiempo, en lugar de reducir a los espectadores a simples consumidores de los productos mediáticos. Este encuadre también es útil para comprender las relaciones de poder entre los productores de noticiarios y las agencias noticiosas internacionales. Los servicios de información estadunidenses Associated Press y United Press International pueden haber descrito los principales sucesos de la carrera espacial —por ejemplo, la llegada a la Luna— de manera que exaltara la destreza tecnológica de los Estados Unidos; pero los equipos de trabajo de los noticiarios mexicanos a menudo elaboraban notas relativas a la carrera espacial desde un punto de vista propio y bastante nacionalista.

La declaración de Miguel Sabido, antiguo ejecutivo de Televisa, de que “el presidencialismo es la clave para entender la televisión en México” es reveladora; no obstante, el análisis de lo que los espectadores veían al aire resulta igualmente significativo.38 Desafortunadamente, los estudios sobre el contenido de los medios televisivos, particularmente durante los primeros años, son difíciles de hallar.39 A pesar del gran número de trabajos teóricos acerca de la televisión, hay una importante falta de datos consistentes que, de estar disponibles, podrían ayudar a afianzar los trabajos teóricos.40 Parte del problema radica en la disponibilidad y la accesibilidad de las fuentes. Por lo general, son intereses privados los que controlan el manejo de los libretos, los programas, las imágenes (en película y en video), los documentos de la empresa y los demás datos para generar estudios empíricos. Los intereses de las empresas privadas no siempre pueden coincidir con los de un investigador, y viceversa, por lo que el acceso a menudo es denegado a los investigadores.

Tras conseguir un acceso sin precedente a los guiones e imágenes de noticiarios de Televisa producidos entre 1950 y 1970, pude analizar algunos datos duros. Sin embargo, mi acceso a los archivos de la empresa fue limitado por dos factores: el jurídico y los desastres naturales. El departamento jurídico de la compañía es el que decide a quién le permite tener acceso a los archivos, pero también cuáles materiales se pueden consultar y el número de dichos materiales (en mi caso, guiones e imágenes). Tuve oportunidad de examinar guiones producidos entre 1954 y 1970. Los guiones de transmisiones anteriores se habían perdido en tres terremotos, en varias inundaciones, en el traslado de documentos de un almacén a otro y, tal vez, por simple negligencia. Varias imágenes que correspondían a los guiones no pudieron ser encontradas por motivos similares. En cuanto a las imágenes relativas a los movimientos estudiantiles y a la violencia de 1968 y 1971, el departamento jurídico me permitió revisar alrededor de 20 minutos de material. Ninguna de esas imágenes incluía balaceras en las que participaran jóvenes disidentes.

Los guiones e imágenes que pude analizar en los archivos de noticiarios de Televisa en Chapultepec y en el Estadio Azteca de la Ciudad de México representan más que palabras desvanecidas en papel quebradizo o en carretes y cintas cubiertas de polvo. Son pistas para responder importantes interrogantes sobre la historia cultural y social, y sobre la historia de la industria de la televisión. Al tener en mente los tres niveles de propagación de los medios de comunicación —contenido, producción e interpretación—, este estudio sitúa el lugar que ocupan estos artefactos en en la historia.41 Revisar cuidadosamente los guiones de noticiarios y las imágenes en términos de esos tres niveles permitió realizar un esbozo empírico de los primeros años de la televisión y, por ende, ha contribuido a tener un mejor entendimiento de la sociedad mexicana durante ese periodo crucial.

El análisis de los programas noticiosos puede dar luz sobre las discusiones acerca del surgimiento de una contracultura juvenil, el descontento popular y la influencia de los medios de comunicación en la sociedad durante los años de la Guerra Fría.42 Este estudio demuestra cómo los medios reforzaron la estrategia de doble contención adoptada por el gobierno: contener a los disidentes para tener el control del Estado y detener el comunismo para mantener las buenas relaciones con los Estados Unidos. Mediante los reportajes televisados los medios ayudaron al gobierno a implementar esa estrategia. Entender a los medios durante ese periodo es esencial para comprender el papel cada vez más significativo que tuvo la comunicación de masas en la difusión de información entre los ciudadanos en países como México, en los que la mayoría de los habitantes empezaban a recibir las noticias por la televisión. Es más, fue a través de los noticiarios televisivos y gracias a la cobertura de las protestas y de los Juegos Olímpicos como los ciudadanos pudieron comprender la relación entre el país y el resto del mundo durante la Guerra Fría.

Aunque los historiadores de la diplomacia han tendido a enfocarse en los Estados-nación, el análisis de la programación televisiva nos ofrece la oportunidad de comprender el día a día y las experiencias compartidas de la nación durante la Guerra Fría, ausentes en la bibliografía existente.43 Más aún, como han notado varios académicos, el papel de México durante la Guerra Fría ha sido ignorado. Este libro ayuda a corregir lo que actualmente constituye un acercamiento bipolar al estudio de un conflicto global, de manera que no sólo se considere la participación de los Estados Unidos y de la antigua Unión Soviética. A final de cuentas, el análisis de los medios y su función durante ese periodo crucial mantiene su tradicional utilidad, por el involucramiento de los Estados Unidos y los intereses financieros en la producción mediática, lo que incluye el contenido noticioso de las agencias de información extranjeras y de las agencias publicitarias trasnacionales.44

En el primer capítulo se detalla cómo los intereses de los Estados Unidos y de otros países influyeron en el desarrollo de este medio de comunicación, y cómo los empresarios mexicanos vieron más allá de las fronteras del país para establecer las primeras cadenas de televisión. El interés trasnacional en los medios de comunicación latinoamericanos comenzó mucho antes de la inauguración oficial de la televisión mexicana el 1o de septiembre de 1950, con la transmisión del cuarto informe del presidente Miguel Alemán Valdés. Ya a principios del siglo XX los servicios de telégrafo y radio de los Estados Unidos habían establecido vínculos con los empresarios nacionales mexicanos para ofrecer tanto programación informativa como aparatos receptores. Según algunos cálculos, en la década de 1920 México se ubicaba en segundo lugar, después de Canadá, en la importación de aparatos de radio.45 Sin embargo, había límites a los esfuerzos estadunidenses por influir en las industrias culturales del país y en su población, tal como había límites a los esfuerzos del gobierno y de los empresarios de los medios por incidir en el corazón y la mente de los espectadores mexicanos. Este capítulo también hace un recuento de los primeros pasos para establecer la industria, sobre la decisión de establecer un sistema de televisión comercial y lo que esto significó para la programación televisiva, incluidos los noticiarios.

En el capítulo 2 se examina los orígenes de los noticiarios por televisión, demostrando que, contra la presunción de que las primeras décadas de las transmisiones de noticias por televisión fueron insignificantes, esos primeros años determinaron el camino que tomó este medio y explican cómo esta industria logró alcanzar, a finales del siglo XX, un poder sin precedente.46 De hecho, tras únicamente cinco años de desarrollo, se habían consolidado varias teletradiciones, como la cobertura de las fiestas patrias y la inclusión de información deportiva en los noticiarios, así como el saludo inicial con que los conductores comenzaban su transmisión nocturna: “Muy buenas noches”.47 Quienquiera que mire las noticias por televisión hoy en día sabrá que estas tradiciones continúan vivas en el siglo XXI. Sin duda la decisión de cubrir las fiestas patrias surgió de una tradición mucho más antigua, que comenzó con la Independencia misma. Estas coberturas combinaban el periodismo con el espectáculo, para crear una comunidad imaginaria compuesta por quienes tomaban parte en la fiesta en cada rincón del país, al tiempo que los noticiarios promovían las celebraciones para reafirmar el sentimiento de nacionalismo entre los ciudadanos.48

En los capítulos 3 a 7 se presentan y explican los análisis cualitativos de contenido de informes noticiosos acerca de los cinco estudios de caso mencionados anteriormente. El primero incluye el movimiento de los trabajadores ferrocarrileros en la década de los cincuenta y la Revolución cubana de 1959, pues ambos acontecimientos representan momentos definitorios para la historia moderna del país. Los disidentes cubanos y mexicanos surgieron como grandes personajes en los noticiarios televisivos entre 1954, con el comienzo del movimiento ferrocarrilero mexicano, y 1959, año en que Fidel Castro tomó control de La Habana. El análisis demuestra que, en su cobertura de los “rebeldes” mexicanos y de los revolucionarios cubanos, los productores de noticias exaltaban a los revolucionarios de Cuba, al presentarlos como campeones que habían derrocado a un dictador, en tanto que los huelguistas ferrocarrileros eran mostrados como una amenaza para la nación. La yuxtaposición ilustra el trato inconsistente por parte de los medios y del mismo país hacia los disidentes nacionales e internacionales. La cobertura del régimen de Castro cambió conforme éste se alineó con la Unión Soviética en los primeros años de la década de los sesenta, reflejando así un cambio dramático en las relaciones diplomáticas entre México, Cuba, los Estados Unidos y la Unión Soviética.

Las conexiones cuatripartitas entre México, Cuba y las dos superpotencias forman el centro de atención del capítulo 4. La Revolución cubana de 1959, uno de los acontecimientos más influyentes del siglo XX en las Américas, y la expulsión de Fulgencio Batista de La Habana el 1ode enero de 1959 marcaron el triunfo de Castro y pusieron en relieve las frágiles relaciones entre las cuatro naciones. La cobertura televisiva de los viajes presidenciales al extranjero y de las visitas de dignatarios extranjeros a México sirvieron como ventanas a través de las cuales fue posible examinar la situación diplomática en 1959. Entre estos acontecimientos se cuentan el viaje del presidente Lázaro Cárdenas a Cuba del 24 al 27 de julio y el del presidente Adolfo López Mateos a los Estados Unidos del 8 al 18 de octubre; también las visitas del presidente Dwight D. Eisenhower a Acapulco del 19 al 20 de febrero, y del vicepremier soviético Anastas Mikoyan a México del 18 al 28 de noviembre. Los reportajes resaltan la posición contingente del país durante esta primera fase de la Revolución cubana (1959-1963); es más, el capítulo muestra la evidencia de una “diplomacia por televisión”, una presentación más popular de la diplomacia que contrasta con las prácticas políticas de los círculos formales y de élite. Conforme crecía el poder y la popularidad de la televisión, los políticos de alto nivel comenzaron a difundir cada vez más sus agendas diplomáticas entre el público utilizando este medio.

Dejando de lado las reuniones entre jefes de Estado, la carrera espacial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética es la que nos da a conocer otra vía por medio de la cual los políticos nacionales e internacionales podían difundir sus agendas durante la Guerra Fría. El capítulo 5 incluye un análisis acerca de cómo los reporteros y productores de noticiarios televisivos representaban los principales momentos de la carrera espacial entre 1957 y 1969. Al enfocarse en acontecimientos como el lanzamiento del Sputnik el 4 de octubre de 1957, la crisis de los misiles cubanos en octubre de 1962 o el alunizaje del 20 de julio de 1969, este capítulo nos revela que los noticiarios fungían como una poderosa expresión audiovisual de las políticas de la Guerra Fría. Los espectadores también se enteraron por este medio de los intentos del país por entrar en la carrera espacial, cuando se cubrían noticias sobre los científicos mexicanos que lanzaban sus propios cohetes. Ya se tratara de avances tecnológicos nacionales o extranjeros, los escritores de los noticiarios solían mostrar los proyectos espaciales de manera que se promoviera a la nación y su modernidad. Mostraban también la delgada cuerda floja que debían sortear los funcionarios públicos en sucesos críticos, como le ocurrió al presidente López Mateos durante la crisis de los misiles cubanos, cuando, curiosamente, el presidente se mantuvo fuera del país por una visita oficial a las Filipinas.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la preocupación del país y de los ejecutivos de la televisión por la modernidad se hizo omnipresente, lo cual fue dramáticamente evidente durante 1968, cuando la nación se alistaba para dar la bienvenida a la XIX Olimpiada. El 12 de octubre de 1968 México sería el primer país en transmitir los juegos en vivo y a todo color para un público global calculado en 900 millones de personas, la audiencia más grande en la historia de la televisión.49 La transmisión de los Juegos Olímpicos representó una oportunidad crítica para que los funcionarios públicos y los ejecutivos de la televisión pudieran transmitir la faceta moderna y económicamente exitosa del país a los hogares de televidentes en todo el planeta. Sin embargo, diez días antes del inicio de las Olimpiadas en la Ciudad de México, fuerzas especiales conocidas como “granaderos” abrieron fuego sobre miles de manifestantes, asesinando a más de 300 estudiantes y transeúntes en la Plaza de las Tres Culturas. Este suceso detuvo momentáneamente los sueños de los ejecutivos televisivos, quienes planeaban ganar millones gracias a la transmisión, así como los sueños del presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien tres años antes había declarado con orgullo que “los ojos del mundo estarán en México en 1968”, y que esperaba que los mexicanos cumplirían con su responsabilidad de brindar a los visitantes una recepción digna y calurosa.50

Al yuxtaponer las coberturas del movimiento estudiantil y de los Juegos Olímpicos, el capítulo 6 describe los fuertes contrastes en la representación de dos grupos de jóvenes: atletas y activistas. Al igual que sucedió con los obreros ferroviarios de 1959, los activistas estudiantiles eran mostrados como una amenaza para el orden y la nación, en tanto que los atletas olímpicos eran glorificados como ciudadanos modelo. A pesar de que los noticiarios acallaban los puntos de vista de los jóvenes activistas, los participantes del movimiento se hacían escuchar en foros de comunicación alternativos, como el teatro callejero, los carteles y las manifestaciones multitudinarias. Este estudio llega a su culminación al mostrar cómo estas formas alternativas de difusión pública de la información alumbraron otra forma híbrida de encuadre de los dramáticos sucesos políticos, así como de los temas que consumían a la nación.

Las cámaras de los noticiarios volvieron al Estadio Azteca y a los deportes en 1970, cuando México fue anfitrión de la Copa Mundial del Futbol. Al mismo tiempo, políticos como Luis Echeverría, quien había sido secretario de Gobernación en 1968, laboraban para restaurar la legitimidad del PRI después de la masacre de Tlatelolco. El país se preparaba para una elección presidencial, en la que Echeverría había sido elegido como el principal candidato. El capítulo 7 examina la cobertura de la elección presidencial y de la Copa Mundial de Futbol, ambas celebradas en julio de ese año. Gracias en parte a la habilidad atlética de Pelé, el equipo brasileño ganó el trofeo en el Estadio Azteca. Mientras Pelé corría por el campo ondeando la bandera brasileña, los fanáticos mexicanos vitoreaban a sus contrapartes latinoamericanos. Azcárraga Milmo podía cantar victoria por haber negociado un trato muy rentable para Telesistema Mexicano, pues ésta era la primera Copa Mundial financiada por intereses privados. Al lado del evento deportivo, la campaña presidencial también ocupaba un espacio de transmisión. Sin embargo, este capítulo demuestra que la cobertura de las elecciones palideció ante la cantidad de tiempo dedicado a la Copa Mundial. A su vez, el tiempo otorgado a los candidatos de oposición era minúsculo comparado con el tiempo otorgado a Echeverría, candidato del PRI. Nuevamente, los productores de noticiarios habían elegido minimizar la dimensión política en sus esfuerzos por enfocar el centro de atención en el entretenimiento y el deporte.

En 1970 terminaron los acuerdos de los ejecutivos de Telesistema Mexicano con los principales periódicos de la capital, poniendo fin al intercambio de contenido entre la prensa y los noticiarios televisivos. Esta acción también puso fin a una época de cierta diversidad en los noticiarios, en términos de producción y contenido. Ya sin tener que considerar a los diarios, los ejecutivos de la compañía buscaban profesionalizar y estandarizar las operaciones con la creación de una nueva división de noticias, con Miguel Alemán Velasco a la cabeza. Una de las primeras tareas de Alemán como jefe de la división de noticias fue diseñar un noticiario nacional de una hora de duración. Así se creó 24 Horas, un noticiario que estuvo en el aire durante tres décadas. Aunque contaba con nuevos elementos, este programa llevaba consigo muchas de las teletradiciones de los primeros noticiarios y consolidó la posición de Jacobo Zabludovsky como la figura más conocida en el ámbito dentro de los medios de comunicación del país. A esos primeros días de la televisión nos dirigimos ahora.

1. EL SURGIMIENTODE LA TELEVISIÓN EN MÉXICO

Pienso que si el gobierno les diese apoyo a los individuos interesados en desarrollar la televisión dentro de nuestro país, en muy poco tiempo México podría tener sistemas, equipo y quizá estaciones de televisión que se comparen de forma satisfactoria con las mejores del mundo.

GUILLERMO GONZÁLEZ CAMARENA

ESTA declaración visionaria del ingeniero en transmisiones Guillermo González Camarena dirigida al presidente Miguel Alemán Valdés fue escrita en 1948, dos años antes de la inauguración oficial de la televisión. El 1o de septiembre de 1950, el presidente Alemán impulsaría a América Latina hacia la era de la televisión, al transmitirse su cuarto informe a la nación por XHTV, Canal 4. La estación era propiedad de su amigo íntimo, el empresario poblano Rómulo O’Farrill Silva, quien también era dueño del popular diario capitalino Novedades, de la recién adquirida estación de radio XEX y de una planta de manufactura automotriz en el vecino estado de Puebla. Las conexiones de O’Farrill con la industria automovilística serían de gran importancia para los primeros años de los noticiarios televisivos, pues algunos de los primeros patrocinadores de esta programación fueron compañías como General Motors y Pemex (la compañía petrolera estatal). El día de la inauguración de la televisión mexicana, O’Farrill declaró orgulloso: “Hoy es un día de fiesta para México, pues hoy nuestro país será el primero en América Latina en contar, para ventaja y beneficio de sus habitantes, con el invento más importante en los tiempos modernos: la televisión”.1 Los contactos de O’Farrill con el presidente Alemán también demostrarían su utilidad, al permitirle vencer al también empresario de medios Emilio Azcárraga Vidaurreta en la carrera por convertirse en el primer dueño de una estación en obtener una concesión para transmitir por televisión. O’Farrill tenía lazos tan cercanos con el presidente que varios académicos han especulado que en realidad actuaba como un prestanombre de Alemán en la fundación de la primera estación de televisión. Es curioso ciertamente que Azcárraga Vidaurreta no recibiera una concesión de televisión hasta 1950, cuatro años después de haberla solicitado, pues contaba con mucho más “capital cultural” a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta del que tenía su rival, O’Farrill.2 Desde su llegada a la capital, proveniente de Tamaulipas, Azcárraga había acumulado una gran parte del panorama mediático comercial del país. Era dueño de la XEQ y de la XEW, esta última la cadena de radio más potente de la Ciudad de México, y quizá de Latinoamérica; también era dueño de la mayoría de las acciones de los estudios cinematográficos Churubusco. Tanto la XEW como la XEQ estaban afiliadas a las cadenas de televisión estadunidenses NBC y CBS, respectivamente. Así, en 1950, Azcárraga Vidaurreta tenía ya al menos un cuarto de siglo de experiencia en negocios con los medios de los Estados Unidos, pues en 1925 había comenzado su relación en la Mexico Music Company, filial de la Radio Corporation of America (RCA), subsidiaria de la NBC.3

Mientras tanto, al verse rodeado por alegatos de corrupción, Alemán buscaba una forma menos directa para ejercer su influencia sobre la televisión a través de O’Farrill, pues “su familia directa podría encontrar difícil el uso descarado del poder presidencial para beneficiarse de este nuevo medio”.4 La decisión de Alemán de entregar la primera concesión de televisión a O’Farrill y no a Azcárraga Vidaurreta, el “zar de la radio mexicana”, es un punto importante para comprender los primeros años del medio. Azcárraga Vidaurreta se había preparado para expandir sus operaciones de transmisión e incluir a la televisión desde la década de los cuarenta, y en 1946 lanzó una campaña para persuadir a los potenciales empresarios en América Latina de establecer sistemas de televisión comerciales en lugar de estatales.5 Según varios comentarios de prensa, y ciertamente para Azcárraga Vidaurreta, él era el candidato natural para recibir la primera concesión televisiva. El presidente Alemán pensaba distinto, y en 1949 otorgó la primera concesión a O’Farrill, quien fundó Televisión de México, XHTV.6

En este capítulo examinamos más de cerca estos primeros pasos de la industria de la televisión, enfocándonos en los primeros dueños de las estaciones, en la decisión de implantar un modelo de televisión comercial y en las leyes establecidas para controlar a la industria. Otro primer paso fue la consolidación de los tres dueños de cadenas televisoras en la Ciudad de México. El estudio de estos aspector dan luz respecto de las relaciones de poder que había entre los intereses extranjeros y la élite de los medios nacionales, entre los medios y el Estado y entre la élite mediática y los televidentes. Además, el capítulo sitúa el desarrollo de la industria de la televisión en el más amplio contexto de una sociedad e ilustra cómo la vida diaria de los ciudadanos había empezado a cambiar poco después de la inauguración de este nuevo medio.