Nadie como tú - Liz Jarrett - E-Book
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Nadie como tú E-Book

Liz Jarrett

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Beschreibung

No hay otra como ella. Algo dentro de Jared Hendrick le decía que Leigh era la mujer adecuada para él. Ahora lo único que tenía que hacer era que ella también lo viera así. Pero Leigh solo quería disfrutar de su soltería y no meterse en ninguna relación. Aunque Jared contaba con la ayuda del hermano de Leigh, un hombre bueno pero sediento de venganza, le iba a costar mucho atrapar a aquella mujer.

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Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Mary E. Lounsbury

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Nadie como tú, n.º 1367 - marzo 2016

Título original: Leigh’s for Me

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8009-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

IBA a matar a sus hermanos. A los tres. Lentamente. Delante del pueblo entero de Paxton, Texas.

¿Cómo se habían atrevido a invitar a Jared Kendrick a la boda de Trent? No, no solo lo habían invitado a la ceremonia, sino también al banquete nupcial. ¿Acaso estaban locos? ¿O se trataba de una broma de pésimo gusto?

Fuera lo que fuera, iban a morir por ello. Estaba claro.

—Ha sido una boda preciosa —comentó Amanda Newman, la esposa del pastor que había oficiado la ceremonia—. Trent y Erin estaban tan emocionados... Ahora, ya todos tus hermanos están felizmente casados. Supongo que tú no tardarás mucho en seguir su ejemplo...

Leigh casi sintió náuseas. Habría preferido zambullirse en una piscina llena de pirañas antes que seguir aquella sugerencia. Gracias a aquella boda, por fin se había librado del último de sus entrometidos hermanos. A partir de aquel momento, sería una mujer libre e independiente. Y no renunciaría por nada del mundo a su recién ganada libertad.

—Soy demasiado joven para casarme —replicó. Se puso de puntillas y barrió con la mirada a la multitud de invitados al banquete, buscando a sus hermanos. ¿Cómo podía resultar tan difícil encontrar a tres hombres altos vestidos de esmoquin en aquel mar de gente? Más que difícil era imposible, porque no lograba verlos.

Quizá los muy cobardes se estuvieran escondiendo de ella. Sí. Era muy probable. Al menos si tenían una ligera idea de lo que estaba pensando en aquel momento...

—Oh, estoy segura de que esta boda te dará alguna idea —añadió Amanda, sonriente, a la vez que le daba unas palmaditas en el brazo—. Puedo ver que estás mirando mucho la decoración... y quizá incluso haciendo algún plan para tu propio banquete nupcial...

Leigh se volvió para mirarla, estupefacta. Amanda era una anciana encantadora, pero no podía estar más desencaminada en sus suposiciones. No la sacaría, sin embargo, de su error. Después de todo, no podía decirle a la esposa de un pastor que estaba buscando a sus propios hermanos para matarlos.

—Oh, no estoy en absoluto interesada en casarme. Gracias.

Imaginando que aquello zanjaba toda discusión, volvió a escrutar la multitud. ¿Dónde se habrían metido aquellos sujetos? Finalmente localizó a dos de sus cuñadas, Megan y Hailey, al lado de la mesa del bufé. De modo que Chase y Nathan no podían andar muy lejos...

Bingo. Los había encontrado. Se disponía a dirigirse hacia allí cuando Amanda le puso una mano en el brazo. Una vez más.

—Casarse y fundar una familia es uno de los mejores regalos de esta vida —le comentó—. Eso es algo que ya han descubierto tus hermanos.

A duras penas contuvo Leigh un gruñido. ¿Acaso aquella mujer no se daba nunca por vencida? Ella no quería casarse. No quería enamorarse.

Lo único que quería era hablar con sus malditos hermanos y quizá sacar a Jared Kendrick a patadas de allí. ¿Era eso mucho pedir?

—No te ofendas, Amanda. Pero no tengo deseo alguno de llevar una tranquila vida de mujer casada en una casita hogareña, de esas que tienen su vallita de madera pintada de blanco...

—¿De veras? Vaya. Habría jurado que la casa que le has alquilado a Megan responde exactamente a esa descripción —pronunció una voz profunda, muy cerca de ella.

Fantástico. Mientras ella buscaba a sus hermanos, Jared Kendrick había aparecido de repente y se encontraba en aquel momento justo a su lado. No se volvió para mirarlo. Decididamente, aquel día estaba yendo de mal en peor.

—Hola, Jared —lo saludó Amanda—. Tengo entendido que has vuelto a Paxton. ¿Tienes intención de convertir el rancho de tus padres en una escuela de rodeo, verdad? —sin esperar su respuesta, continuó—: Mary Monroe me dijo que te había visto montando esa moto tuya por el pueblo. Y que ibas muy rápido... Yo le dije que probablemente no ibas tan rápido, pero no creo que me creyera...

Leigh alzó los ojos al cielo. Por supuesto que aquel tipo conducía rápido. Así era Jared Kendrick. Si había alguna norma en Paxton, él iba y la rompía. Siempre.

—Puede que rebasara en un par de kilómetros el límite de velocidad —admitió Jared—. Dígale que a partir de ahora iré más despacio.

Incapaz de contenerse, Leigh replicó, irónica:

—Ya, claro.

—Hola a ti también, Leigh.

Volviéndose con lentitud hacia él, se preparó mentalmente para la impresión que sabía se llevaría cuando lo viera. A pesar de que había dejado de gustarle, seguía siendo una mujer de carne y hueso. Y las mujeres de carne y hueso de cualquier edad difícilmente podían resistirse a Jared. Era alto, más de uno ochenta, con un precioso pelo castaño oscuro y unos ojos del mismo color. Un verdadero bombón.

De manera previsible, tan pronto como Leigh lo miró, su misma naturaleza la traicionó. Su estúpido corazón se aceleró. Y lo mismo le sucedió a su estúpida respiración.

—Hola, Kendrick —esbozó una sonrisa descaradamente falsa—. Creía que todavía seguías en la cárcel. ¿Te gustó la experiencia?

—Me alegro de ver que no has cambiado nada desde el verano pasado, Leigh —repuso, riendo.

Amanda frunció el ceño, chasqueando los labios.

—Oh, Jared, ¿de veras que has estado en la cárcel? Vaya, vaya... Yo pensaba que seguías trabajando con aquella gente del rodeo... Por supuesto, tú siempre fuiste un chico bastante revoltoso, pero no tenía ni idea de que te habías metido en problemas serios...

Leigh esperó pacientemente a que Jared corrigiera a la anciana, pero él se limitó a encogerse de hombros. Oh, por el amor de Dios... ¿Acaso no iba a hacer nada al respecto? El pueblo entero iba a disfrutar con aquel rumor. Leigh sabía que antes de que terminara la velada, todo el mundo en Paxton juraría y perjuraría que Jared había estado en prisión por asesinato.

—Quizá mi marido pueda darte algunos consejos —le sugirió Amanda—. Como pastor que es, esas cosas se le dan muy bien.

—Amanda, Jared no ha estado en la cárcel —rezongó Leigh—. Era una broma.

La anciana soltó una risita, y Leigh volvió a alzar los ojos al cielo.

—Oh, vaya. Así que los dos estabais bromeando. Menos mal. Aunque tengo que admitir que me ha sorprendido verte hoy en la boda. No sabía que fueses amigo de Trent.

—Todo el mundo parece sorprendido de verme. Y Leigh la que más. Me gustó especialmente el grito que soltó cuando me vio al lado de sus hermanos, cerca del altar. Tendrá que consultarlo con su marido, Amanda, pero apostaría a que es la primera dama de honor que ha gritado durante una de sus ceremonias.

—¡Ja! Estoy segura de que son muchas las mujeres que gritan ante tu presencia... Y yo no soy una excepción —replicó Leigh, y de inmediato se quedó consternada al tomar conciencia del doble sentido que, muy a su pesar, contenían aquellas palabras. A juzgar por su sonrisa, resultaba evidente que Jared también se había dado cuenta—. ¡Hey! No te equivoques. Lo que yo quería decir es que...

—Sé exactamente lo que querías decir, Leigh, y gracias —murmuró—. Quizá algún día puedas comprobar por ti misma lo acertado de ese comentario.

Consciente de que Amanda los estaba observando, Leigh añadió con el tono más dulce que fue capaz de adoptar:

—Kendrick, antes preferiría bailar una polca con una serpiente de cascabel. Aunque tampoco sería una gran diferencia, ¿no te parece?

Amanda miró a uno y a otra, frunciendo el ceño.

—¿De qué estás hablando, querida? ¿Le estás tomando el pelo otra vez a Jared?

—Eso, Leigh —una sensual sonrisa asomó a sus labios—. ¿Me estás tomando otra vez el pelo?

—Estoy siendo completa y absolutamente sincera —aseveró con tono firme, lo cual lo divirtió aún más.

—Oh —exclamó Amanda, confundida—. Entiendo. Bueno, supongo que será mejor que nos sentemos. Parece que los brindis están a punto de empezar.

Leigh miró a su alrededor. Los invitados estaban tomando asiento en torno a las pequeñas mesas redondas. Tras despedirse rápidamente de Amanda se dirigió hacia las mesas de la primera fila, una de las cuales supuestamente le correspondía. Ahora tendría que esperar a hablar con sus hermanos, pero al menos se había alejado de Jared.

¿Por qué diablos lo habrían invitado al banquete? ¿Acaso el amor les habría derretido el cerebro? Ellos odiaban a Jared, y desde su primera y fallida salida de hacía unos meses, él era el último hombre sobre la tierra al que deseaba volver a ver.

Así que... ¿qué diablos estaba haciendo allí? ¿Y por qué seguía afectándola tanto su presencia?

Jared rio entre dientes mientras veía a Leigh alejarse apresurada hacia su mesa. Estaba enfadada con él. Realmente enfadada.

Bien. Eso quería decir que no le era indiferente. Que no se había olvidado de lo que sucedió el verano anterior. Y que su plan tenía posibilidades de triunfar.

—Me alegro mucho de verte de nuevo —le comentó en aquel momento Amanda, despidiéndose.

Antes de que la anciana pudiera retirarse, Jared aprovechó al vuelo aquella oportunidad para hacerse con otra aliada en el pueblo.

—Yo también me alegro muchísimo. Ahora que he regresado a Paxton, confío en poder hacer cambiar la opinión que la gente del pueblo tenía sobre mí. Ojalá puedan olvidar las trastadas que hice de jovencito...

—Entiendo —asintió Amanda, conmprensiva—. Lo que quieres es una segunda oportunidad.

—Exacto.

—Cambiar las opiniones de la gente es algo que requiere tiempo —lo advirtió—. He oído algunas historias sobre ti. Como cuando, poco después de que mi marido y yo nos trasladáramos aquí, alguien decoró los árboles de delante de la iglesia con rollos de papel higiénico rosa.

De acuerdo. Se lo merecía.

—De hecho, Amanda, decoré con papel higiénico no solo los árboles de la iglesia, sino todos los de Main Street. No era nada personal contra ustedes...

La anciana casi pareció sorprenderse de que lo hubiera reconocido tan abiertamente.

—Oh, sí. Eso ya lo sabía. Aun así, fue bastante lamentable...

—Lo lamento mucho, de veras. Por cierto, tengo entendido que están recogiendo fondos para hacer alguna obra de jardinería durante la próxima primavera.

Amanda parpadeó, asombrada.

—Sí. Esperamos sacar lo suficiente para plantar algunos arbustos y quizá más flores.

—Me gustaría colaborar en la tarea. Mañana, cuando vaya a la iglesia, le entregaré un cheque para ayudar a cubrir esos gastos.

La anciana parpadeó aún más.

—¿Vas a ir a la iglesia?

Jared reprimió un hondo suspiro. Conseguir cambiar la opinión de la gente no iba a ser tarea fácil.

—Sí.

Amanda recompensó su respuesta con una angelical sonrisa.

—Estaremos encantados de tenerte con nosotros. Pero, Jared, espero que con esto no estés intentando comprar nuestra buena voluntad...

—Por supuesto que no —contestó, aun sabiendo que no era del todo cierto. Por algún lugar tendría que empezar. Si no conseguía poner a la gente del pueblo de su lado, nunca lograría hacer funcionar la Escuela de Rodeo Kendrick. Decidido a ser sincero con Amanda, añadió—: Quiero formar parte de esta comunidad, así que a partir de ahora su marido y usted me verán en la iglesia cada domingo.

—Maravilloso. ¿Sabes una cosa? Estoy segura de que, con el tiempo, todo el mundo se alegrará de que hayas vuelto a casa —y a continuación se inclinó hacia él, con tono conspiratorio—. Pero tal vez deberías ser algo más amable con Leigh. Esta noche no has hecho absolutamente nada para ganártela. Parece que se ha quedado muy afectada...

Oh, desde luego que se había quedado muy afectada. De eso se trataba. Ya había decidido que con ella seguiría una estrategia distinta de la que utilizaría con el resto del pueblo. A ellos se los podía ganar con amabilidad.

Pero la amabilidad no funcionaría con Leigh. Sobre todo después de lo que había sucedido el verano anterior. No, con ella tendría que ser mucho más... retorcido. Por supuesto, eso era algo que no compartiría con Amanda. Dudaba que aprobara su plan.

Después de despedirse de la anciana, se dirigió hacia una de las mesas del fondo, cerca de la puerta, donde había colocado las dos tarjetas: una con su nombre y la otra con el de Leigh. No tardaría mucho en descubrir que la había retirado de la mesa de la primera fila. Eso no le iba a gustar nada.

Sería divertido.

Se recostó en su silla, esperando. Sonrió cuando la vio dirigirse hacia allí, mirando las tarjetas de cada mesa y buscando la suya. Miró en una mesa, y luego en otra, en otra... Acercándose cada vez más.

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno... —musitó Jared, iniciando la cuenta atrás. Hasta que de repente Leigh lo descubrió—. Fuego.

Rio entre dientes. Verdaderamente parecía a punto de explotar.

Aunque su vestido rosa de dama de honor le daba una apariencia de princesa, en aquel instante se asemejaba más a un dragón escupiendo fuego. Se detuvo frente a él.

—Eres el hombre más mezquino y miserable que existe sobre la faz de la tierra. A tu lado, la basura más fétida huele de maravilla.

—¿Sabes? Esos halagos no te llevarán a ninguna parte.

Leigh resopló furiosa. Y él contuvo una carcajada.

—Toma asiento, cariño —se levantó para sacarle la silla.

Entrecerrando los ojos, le lanzó una mirada que habría atemorizado a cualquiera. Vaya. Sí que estaba enfadada. Menos mal que él no era un cualquiera.

—No me llames «cariño», Kendrick —masculló mientras se sentaba—. Tu encanto no funciona conmigo.

Volviendo a tomar asiento, Jared se volvió para mirarla.

—Tenía la impresión de que, hace solo algunos meses, te gustaba que te llamara «cariño». ¿O era solo porque creías que saliendo conmigo irritarías a tus hermanos? Ahora que me llevo bien con ellos, supongo que ya no te gusta.

Leigh alzó los ojos al cielo.

—Salí contigo porque en aquel tiempo estaba «engañada». Debí haber agarrado algún virus de esos que duran cuarenta y ocho horas, cuando tu buen juicio desaparece más rápido que un vaquero de rodeo. Porque «desapareciste», ¿verdad? Si no recuerdo mal, la última vez que nos vimos me dijiste que me ibas a invitar a cenar. Y luego te evaporaste.

Jared pensó que la situación se estaba volviendo cada vez más divertida. Desde que dejó Paxton, había echado terriblemente de menos aquellos lances verbales con Leigh.

—Ahora estoy aquí, ¿no?

—Ya, pero... —consultó su reloj—... has llegado unos cuatro meses tarde.

Inclinándose hacia ella para que nadie más pudiera oírlo, afirmó:

—Realmente no es por eso por lo que estás enfadada. Yo no te importaba lo más mínimo.

—Hey, eso no es cierto, ¿por qué sino habría salido contigo?

Jared admiró sus preciosos rasgos. Le encantaba mirarla. No solo era exquisitamente hermosa, con aquel sedoso cabello negro y aquellos ojos tan azules, sino que también estaba llena de vida, de fuego, de pasión. De toneladas y toneladas de pasión.

Pero ella nunca lo había visto como persona, como hombre... sino solamente como un medio de hacer enfadar a sus hermanos.

—No estás enfadada conmigo —agregó—. Estás enfadada porque no tuve sexo contigo.

—Eso solo demuestra que estás absolutamente loco —replicó ella, suspirando.

—No me digas —se echó a reír.

—Sí te digo. Y para tu información, tuviste la oportunidad perfecta y la desaprovechaste. Mala suerte.

—Ya, claro —rio de nuevo cuando ella le sacó la lengua. Leigh no era en absoluto tímida a la hora de expresar sus sentimientos. Esa era una de las cosas que le gustaban de ella.

Que eran muchas. Siempre la había encontrado fascinante, ya desde que eran pequeños. Leigh tenía una manera muy peculiar de plantarle cara a la vida, de desafiarla a que frustrara sus planes. No podía evitar admirar su coraje, su espíritu emprendedor.

El hecho de que además fuera tan bella era ya el remate. Pero a Jared no le gustaba que lo utilizaran. Y ella lo había utilizado. Había salido con él solamente porque era el «chico malo» de Paxton. Le encantaba mover la barca. Y el hecho de salir con él no solo le había servido para mover la barca, sino para volcarla.

Por eso se había echado atrás. Nunca le había gustado que lo manipularan, y seguía sin gustarle. Si Leigh sentía la necesidad de hacer enfadar a alguien en Paxton, tendría que hacerlo sin él. Consciente de que para tener éxito con su escuela de rodeo necesitaría contar con las simpatías de la gente de Paxton, había empezado con los hermanos Barrett. No le había resultado nada fácil ablandarlos, pero al fin lo había conseguido.

Se volvió hacia Leigh, que le lanzó otra mirada glacial. Ella tampoco iba a ser fácil de ablandar.

—¿Y bien? ¿Cómo te ha ido durante este tiempo? —le preguntó, buscando un tema inofensivo de conversación.

—Te estoy ignorando —repuso ella, suspirando—, así que ni me hables.

—Pero si yo no te estoy ignorando a ti, ¿por qué no puedo hablarte? Bueno, da igual. Tú ignórame y yo hablaré por los dos —como no dijo nada, le preguntó—. ¿Y bien, Leigh, cómo te ha ido? —acto seguido, atiplando la voz, se respondió—: Oh, Jared, este pueblo no ha vuelto a ser el mismo desde que tú te fuiste. Como las otras chicas de Paxton, te he echado tanto de menos que no he podido pensar en otra cosa.

—¡Ja!

Ignorándola, continuó:

—Vaya, Leigh. Me alegro de oír eso. Yo también te he echado de menos —y volvió a contestarse a sí mismo—: Oh, Jared, ¿de veras me has echado tú también de menos? Estoy tan excitada...

Aquello la sacó de sus casillas. Se volvió bruscamente hacia él.

—¿Excitada? Tú has perdido el juicio. Y, por cierto, yo no te eché de menos.

Nuevamente Jared ignoró su respuesta, y siguió adelante con su simulada conversación:

—Bueno, cariño, me alegro de saber que ya no estás enfadada conmigo por el malentendido que tuvimos. ¿Sabes? Por un momento me sentí tentado de aceptar tu propuesta de sexo duro, pero es que no me gustó que me utilizaran así.

A esas alturas, Leigh parecía una olla a presión a punto de explotar.

—Te comprendo perfectamente, Jared —añadió él, remedando su voz—. Debí haberme dado cuenta de que era injusto por mi parte pedirte que salieras conmigo, cuando lo único que quería era hacer enfadar a mis hermanos. Tendré que pensar en una forma de compensarte por ello. Quizá invitarte a cenar una noche. O ayudarte a decorar tu casa. O, ya sé, podría repetirte esa propuesta de sexo duro, pero esta vez porque te desee de verdad, y no porque quiera escandalizar a la buena gente de Paxton.

Leigh saltó literalmente de su silla.

—Ni lo sueñes.

Y se marchó. Como una locomotora. Todo el mundo en la sala se volvió para mirarla.

Sí, reflexionó Jared, había regresado a Paxton. Y, aparentemente, sus días de montar escándalos aún no habían quedado del todo atrás.

Una vez que terminaron los brindis, los invitados volvieron a levantarse. Leigh encontró al fin a sus hermanos, Chase y Nathan, en la barra. Sus esposas, Megan y Hailey, estaban al otro lado de la sala, hablando con otras mujeres, así que por el momento eran todo suyos. Mejor, porque los tres estaban a punto de mantener una pequeña conversación familiar...

—Hey, hermanita... qué gran boda, ¿verdad? —le preguntó Chase.

Leigh no perdió el tiempo.

—¿Por qué está Jared aquí?

Nathan se encogió de hombros.

—¿A quién más habría podido pedírselo Trent cuando Joe se puso enfermo? Tuvimos que encontrar a alguien a quien le sentara bien el esmoquin. Yo se lo pedí a Jared, y él me dijo que no le importaba. Es un gran tipo.

—Estás de broma, ¿no? A ti no te gusta Jared. A ninguno de los dos os gusta.

Chase le dio unas palmaditas en el hombro.

—Tranquilízate. Aquello es agua pasada. Cuando volvió al pueblo, fue a buscarnos para hablar con nosotros, uno a uno. No se lo pusimos muy fácil, pero demostró tener agallas y lo aguantó todo a pie juntillas. El hombre quiere establecerse aquí y ayudar en la comunidad. Necesita una segunda oportunidad. Nathan, Trent y yo acordamos hacer todo lo posible por ayudarlo.

Leigh se quedó mirando con la boca abierta a su hermano mayor, incapaz de dar crédito a lo que estaba oyendo. Por primera vez desde que tenía memoria, se había quedado sin palabras. Algo fallaba. Aquellos no podían ser sus hermanos. Tenían que ser clones alienígenas. Sus hermanos no se comportaban así.

Cuando finalmente se recuperó de su estupor, les espetó:

—Así que ahora, de repente, os gusta Jared —chasqueó los dedos—. Un tipo al que antes no podíais soportar...

Chase miró a Nathan, y ambos asintieron.

—Es cierto —admitió Chase—. Pero tendrás que admitir que de eso hace mucho tiempo, cuando los tres estábamos en el instituto. Ahora somos personas adultas. Hemos enterrado ya nuestras antiguas hachas de guerra.

Era increíble. Miró a Nathan, el miembro más razonable de toda la familia Barrett.

—Hace unos meses me advertiste en contra de Jared. Decías que era el hombre menos adecuado del mundo para mí. El que menos me convenía.

—Y lo era. Era un jinete de rodeo, y sabíamos que se marcharía del pueblo el día menos pensado, como de hecho hizo. Pero ahora ha vuelto y está intentando montar un negocio. Siempre es de admirar un hombre que ayuda a sus padres pagándoles hasta el último dólar por un rancho arruinado, para que puedan jubilarse tranquilamente en Florida. Además, su negocio tendrá éxito, lo cual también será beneficioso para Paxton —Nathan recogió las dos copas de champán que le ofrecía el camarero—. Deberías intentar ser amable con él, Leigh. Jared es un buen tipo. Todo el mundo se merece una oportunidad.

Antes de que pudiera responder, Hailey y Megan aparecieron de repente.

—Hola, Leigh —la saludó Megan, sonriente—. ¿No es una fiesta maravillosa? Erin y Trent están tan enamorados... —se volvió hacia Chase—. Parece que todos los hombres de la familia Barrett han encontrado el amor de su vida...

—Y tú deberías intentarlo —le aconsejó Chase a Leigh—. Eso podría... er... mejorar tu carácter.

—Ja, ja. Mi carácter está perfectamente bien, gracias. Y no tengo ninguna intención de enamorarme. Sobre todo cuando, al haberos casado los tres, me dejaréis en paz de una vez por todas.