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El atractivo Chase Barrett veía peligrar su soltería por culpa de su hermana Leigh. Estaba totalmente decidida a quitarse de encima a sus tres hermanos, que eran a cuál más protector, aunque en el mejor de los sentidos. Así que convenció a Megan Kendall, la mejor amiga de Chase, para que hiciese algo de una vez con todo aquello que sentía por Chase. Él se mantenía firme en su opinión de que el amor no existía. ¿Conseguirían Megan y la familia Barrett convertir a Chase en un hombre enamorado de verdad?
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Seitenzahl: 149
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Mary E. Lounsbury
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Persiguiendo a un soltero, n.º 1318- noviembre 2019
Título original: Catching Chase
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-634-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Mientras lo observaba, de pie junto a la entrada de la sala de reuniones, Megan Kendall solo podía pensar que Chase Barrett era un auténtico rompecorazones. Y no solo ella lo pensaba. Todo el pueblo de Paxton, en Texas, era de la misma opinión. Con su arrebatador aspecto y su encantadora sonrisa, las mujeres caían a sus pies igual que si fueran árboles tumbados por un huracán. Y no siquiera Megan se libraba. Chase y ella habían sido amigos durante veinte años, y él todavía no sabía que Megan estaba locamente enamorada.
—Imagínatelo desnudo —le susurró Leigh Barrett a Megan.
—Megan parpadeó y miró a la hermana pequeña de Chase.
—¿Cómo dices?
—Al alcalde —dijo ella señalando el estrado—. Si te pones nerviosa, imagínatelo desnudo.
Megan se quitó las gafas y observó a Earl Guthrie, un anciano de setenta y tres años. Cuando vio que lo estaba mirando, le dedicó a Megan una sonrisa bondadosa.
—No, creo que no —le dijo a Leigh—. Prefiero imaginármelo completamente vestido.
—Como quieras —dijo Leigh con una risita—. A ver si encuentro a alguien a quien puedas desnudar con la mirada.
—No hace falta, Leigh. No estoy nerviosa —le aseguró Megan, hojeando sus apuntes. Su discurso era impecable y su plan infalible. Además, siendo la principal bibliotecaria de Paxton, conocía a todos los asistentes. Aquello iba ser un paseo.
Pero, obviamente, Leigh no se creía que no estuviera nerviosa. Estaba de pie, mirando a su alrededor. Todavía no había localizado a su hermano, pero seguro que acababa encontrándolo.
—Leigh, estoy bien, de verdad —le dijo Megan, pero entonces Leigh vio a Chase y lo llamó a gritos para que se uniera a ellas.
Chase atravesó la sala atestada de gente. Las reuniones del consejo municipal congregaban a una gran audiencia, pero aquel día había más gente de la habitual. A Megan le gustó tener tanto público dispuesto a escuchar sus ideas para la recolección de fondos.
Chase llegó junto a ellas y revolvió el pelo oscuro de su hermana. Luego, se sentó al lado de Megan y le guiñó un ojo.
—Señoritas, ¿cómo se encuentran esta noche?
Megan intentó mantener una expresión agradable, pero no era fácil. Desde que se mudó a Paxton el año anterior, se le hacía cada vez más duro pretender que sus sentimientos hacia Chase eran puramente platónicos. Con su metro ochenta de estatura, su pelo negro y sus ojos azules, provocaba que su corazón le latiera a un ritmo frenético y que le sudaran las manos.
—No me despeines, so tonto —protestó Leigh—. Ya estoy en la universidad. No tengo edad para ir por ahí con el pelo revuelto.
—Pequeña —dijo Chase echándose a reír—, nunca serás lo bastante mayor para mí, y lo seguiré haciendo incluso cuando tengas ochenta años.
—¿Tú y quién más? —se burló Leigh—. Y para que lo sepas, Nathan y Trent me gustan mucho más que tú.
—Oh, por favor —dijo Megan con impaciencia. Leigh quería a todos sus hermanos, pero estaba claro que Chase era su favorito. Cuando volvía a casa de la universidad, siempre se quedaba con él.
—Yo también te quiero, pequeña —dijo él, y miró a Megan— ¿Estás bien?
—Le dije que se imaginara al alcalde desnudo, pero no me ha hecho caso —dijo Leigh.
—Me imagino por qué no —respondió Chase—. Earl no es precisamente un semental.
—Oh, ya sé lo que puede hacer —Leigh se agitó en su silla—. Megan, si te pones nerviosa, imagínate a Chase desnudo.
A Megan se le congeló la sangre. Lo último que quería era pensar en Chase desnudo… Bueno, quizá si quería, pero no en ese preciso momento.
—No, me parece que no —murmuró Megan mirando a Leigh. La joven conocía muy bien los sentimientos de Megan hacia Chase, y durante los dos últimos meses se habían intensificado sus intentos por juntarlos—. No necesito imaginarme a nadie desnudo.
—Bueno, si te resulta más fácil, imagíname a mí desnudo —sugirió Chase—. Haré lo que sea para ayudar.
Megan sabía que Chase se estaba burlando de ella. De repente se percató del tiempo que había perdido intentado que la tomara en serio. Se enamoró de él a los ocho años, cuando se mudó a Paxton, y desde entonces no se había librado de ese sentimiento, ni siquiera cuando pasó cinco años trabajando como bibliotecaria en Dallas. Allí estuvo saliendo con un hombre, pero fue inútil. No podía olvidarse de Chase, y en su fuero interno sabía que los dos estaban destinados a estar juntos.
—Eh, Chase —dijo una suave voz femenina a sus espaldas—. Estás para chuparse los dedos, como un postre especial, y a mí me encantan los postres…
Megan se volvió y vio a Janet Defries. Justo a quien necesitaba esa noche.
—Hola, Janet —la saludó Chase—. ¿Tienes pensado ayudar a Megan?
Lo único que tenía pensado Janet era en exhibirse antes Chase, ya que se inclinó sobre él, mostrando una generosa porción de escote.
—¿Y vas tú a ayudar con el comité, Chase? Porque si es así, yo podría hacerlo también durante unas horas…
Megan intercambió una mirada con Leigh. Las dos sabían que el interés de Janet por ayudar en el comité no era mayor que el de los perros por cantar.
—Me encantaría quedarme —dijo Chase—, pero tengo mucho trabajo en el rancho.
—Lástima —Janet se sentó detrás de él—. Creo que deberíamos pensar en una manera para pasar juntos un rato agradable.
El mensaje no hubiera sido más claro ni aunque lo hubiera gritado por megafonía. Megan se odió a sí misma por querer enterarse, pero no podía mirar. Se forzó a quedarse quieta y reprimió un suspiro. Sin duda Janet era el tipo de Chase. Una mujer con un cuerpo ardiente y nulo interés en una relación duradera.
—Sí, un día de estos —dijo Chase.
Megan sintió que hervía por dentro. De acuerdo, puede que no tuviera los sujetadores de Janet, pero sí podía hacer feliz a Chase. Podía conseguir que creyera en el amor.
Si el maldito bobo le diera la oportunidad.
—Bien —dijo Janet poniendo una mano sobre el brazo de Chase y humedeciéndose los labios—, pero date prisa si no quieres que me vaya con Nathan o con Trent. No eres el único hombre condenadamente guapo en tu familia.
—¿Qué os parece? —preguntó él riendo—, ¿amenazarme con mis hermanos cuando estoy sentado aquí como un angelito?
—¿Un angelito? —preguntó Leigh con sorna—. ¿Tú? Vamos, harías enrojecer hasta al mismo demonio, Chase Barrett.
—Hago lo que puedo —respondió Chase con una maliciosa sonrisa.
Megan lo sabía muy bien. Lo había visto seducir a casi todas las mujeres de Texas. ¿Por qué no podría fijarse en ella? Acababa de cumplir veintinueve años, y no era ninguna virgen soñadora y romántica. Era una mujer de verdad, llena de fuego y de pasión, que sabía muy bien lo que quería.
Quería a Chase, pero él la seguía tratando como a una adolescente.
Finalmente el alcalde acabó su discurso y dio paso a Megan.
—Recuerda, imagínate a Chase desnudo si te pones nerviosa —le susurró Leigh.
Megan estaba intentando pasar junto a Chase, quien tuvo que levantarse para facilitarle el paso. Los dos se miraron a los ojos, y ella se quedó helada durante unos segundos.
—¿Sabes? —le dijo a Leigh—. Puede que lo haga. Y si él se pone nervioso, que me imagine desnuda a mí.
Chase volvió a sentarse, acalorado y confundido. ¿Sería por el calor? ¿Por el agua? ¿O porque Megan Kendall acababa de coquetear con él?
—¿Has hablado hoy con Nathan o Trent? —le preguntó Leigh.
—Nathan está trabajando a destajo para acabar ese programa informático, y un nuevo oficial acaba de unirse al cuerpo de Trent, de modo que los dos están muy ocupados.
—Megan y yo estamos encantadas de que hayas venido —le dijo su hermana.
Chase la miró con los ojos entrecerrados. Algo le pasaba a Leigh. Seguramente tenía que ver con él, por haber interrumpido su lío con Billy Joe Tate la noche anterior.
—Sea lo que sea lo que estés haciendo, déjalo —dijo Chase—. No funcionará.
—¿Yo? No estoy haciendo nada —respondió ella fingiendo inocencia—. ¿Qué puedo hacer contigo, con Nathan y con Trent vigilándome todo el día? Tengo casi veintidós años.
—Ahórrate el melodrama. Solo porque no quiera que mi hermana pequeña tenga una sesión de sexo salvaje en un camión frente a mi casa no me convierte en un entrometido.
Leigh soltó un resoplido tan alto que las mujeres de la fila delantera se volvieron. Pero a ella jamás le importaba llamar la atención.
—Si por mis hermanos fuera, seguiría siendo virgen. Gracias a Dios que me fui a la residencia universitaria. En Austin nadie conoce a los hermanos Barrett.
Chase abrió la boca para replicar, pero en ese momento Megan empezó su discurso. Siguiendo sus buenos modales permaneció en silencio para escucharla. Pero ¿qué demonios les pasaba a las mujeres esa noche?
Y ¿cuándo había perdido su hermana la virginidad? Miro a Leigh, que estaba asintiendo y sonriendo a Megan, mientras esta explicaba las razones que justificaban nuevas instalaciones infantiles en el parque. Intentó ponerse en su lugar. Su padre se había marchado con una camarera cuando Leigh tenía cuatro años. Siete años después murió su madre. Él y sus dos hermanos tuvieron que cuidar de ella lo mejor que pudieron, aunque a veces fueron demasiado estrictos.
¿Cómo iba a aceptar que Leigh le diera un sobrino tan pronto?
Apartó la vista de ella, no sin recordarse que tenía que hablarle una vez más del sexo seguro y de los chicos guapos.
A sus espaldas podía sentir a Janet Defries, quien seguramente estaba pensando lo que podría hacer con él y un tarro de mayonesa.
Finalmente miró a Megan, quien en ese momento explicaba cómo podía construirse un gran castillo de madera si se reunía el dinero y los voluntarios suficientes. Hablaba con fluidez, pero Chase notó que estaba nerviosa.
Le dedicó una sonrisa alentadora, y la mirada que ella le lanzó lo dejó perplejo. Dios santo… ¡Lo estaba imaginando desnudo!
Y antes de que pudiera pensar con calma, él también se la imaginó desnuda.
La sosegada belleza de Megan, con su larga cabellera rubia ceniza y sus bonitos ojos verdes, lo llevaba persiguiendo varios años. Tenía un cuerpo esbelto y bien formado, con las curvas necesarias para mantener la atención de un hombre. Deliciosas curvas que serían tan suaves y sedosas al tacto como…
Cielos… ¿Qué narices estaba haciendo? Megan Kendall era su mejor amiga, y una mujer que creía en cosas como el amor y el matrimonio. Pestañeó con fuerza y tapó con una manta su cuerpo desnudo.
—Creo que Chase debería estar en el comité con Megan —estaba diciendo Leigh. Chase la miró y vio que estaba hablando con el alcalde.
—¿Cómo? No tengo tiempo para estar en un comité. Lo siento —le dijo al alcalde—, estoy muy ocupado.
—Todo el mundo está ocupado —dijo Earl—. Pero puedes sacar tiempo para esto. ¿No quieres que tus hijos tengan un bonito parque donde jugar, Chase?
—No tengo hijos, Earl, ni intención de tenerlos.
Miró a Megan, cuya expresión se había entristecido visiblemente al oír su negativa.
—Espera un momento —dijo Leigh—. Ahora te toca ayudar a ti, Chase Barrett. Trent es el jefe de policía, la empresa de Nathan provee de material informático a todo el mundo, yo trabajo como voluntaria… ¿Cuándo vas a hacer tú algo por los demás?
—De verdad que no tengo tiempo, Leigh —dijo él sintiéndose bastante incómodo—. Pero puedo hacer una donación —la expresión de Megan se suavizó. Parecía que lo perdonaba, después de todo—. ¿Cuánto haría falta?
—No mucho —respondió Megan—. Solo un poco de ayuda para el carnaval y la subasta. Lo único que necesito son unas horas de tu tiempo para las próximas semanas.
—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó Chase, incrédulo.
—¿No estabas escuchando? —preguntó Leigh tirándolo del brazo—. Megan ha explicado que el carnaval atraerá a las personas, y la subasta atraerá el dinero.
—Oh —Charles miró a su hermana con el ceño fruncido.
—Yo estaré encantada de participar en el comité si Chase lo hace —dijo Janet.
Tras esa proposición se oyeron otras de las demás mujeres solteras que había en la sala. Todas estaban dispuestas a ayudar si Chase lo hacía.
—¿Lo ves, Chase? —dijo el alcalde—. Eres un tipo popular. Mucha gente desearía ayudar si tú lo hicieras —miró a los miembros del consejo—. Creo que es una buena idea… Vamos a votar.
A Chase no lo sorprendió que el consejo estuviera de acuerdo con el alcalde. ¿Cómo iba a ser de otro modo? Todo el mundo estaba contento menos él.
—Yo no estoy de acuerdo —le susurró a Leigh.
—Oh, vamos, Chase. Eres como un perro de caza castrado, persiguiendo una presa que se ha escapado —dijo Leigh.
Una risa femenina lo encendió por dentro. Se volvió y vio que Megan le estaba sonriendo de un modo desconocido para él…
Era una sonrisa de seducción.
—Créeme —dijo con voz dulce—, Chase no es en absoluto un perro castrado.
El agua. Seguro que sería por el agua…
Mientras conducía por el camino de grava hacia la casa de Chase, Megan se encontró a sí misma tatareando. Las cosas no podían ir mejor. Chase iba a estar junto a ella en el comité, y Leigh la había invitado para la tradicional barbacoa de los domingos.
Lo que tenía que hacer era aprovechar la oportunidad que Leigh y los ciudadanos de Paxton le habían puesto en bandeja; la oportunidad de llamar la atención de Chase. La noche anterior había estado leyendo los dos últimos libros que llegaron a la biblioteca: Aplasta al blandengue que llevas dentro y Hazlo o laméntate hasta la muerte. Por lo visto, muchas mujeres no se atrevían a perseguir sus auténticos deseos, reprimidas por la educación y los buenos modales. Megan sabía que era una de esas mujeres. Pero aquello iba a cambiar.
Una situación extrema requería medidas extremas.
Conseguir el interés de Chase no iba a ser fácil. Había pasado por tantas relaciones fallidas que ya no creía en el amor. Una vez llegó a decirle que era más probable ver a Santa Claus bajando por su chimenea que encontrar al amor de su vida.
Pero Megan no se perdonaría jamás si no lo intentaba. En el fondo de su corazón sabía que Chase era su hombre, a pesar de su testarudez innata.
Aparcó juntó al lujoso coche de Nathan y al coche patrulla de Trent. Mientras subía los escalones de la entrada sentía el cálido sol de marzo en la espalda. Afortunadamente, su nuevo vestido de algodón era bastante fresco.
Y también era de un vivo y resplandeciente color verde esmeralda. Megan solía vestir tonos pasteles más discretos, pero había decidido variar su estilo para impresionar a Chase.
Apenas había llamado a la puerta cuando esta se abrió bruscamente y apareció Leigh. La agarró del brazo y tiró de ella hacia el interior.
—No dejes que escurra el bulto —le dijo con una sonrisa—. Lo está intentando, pero tienes que mantenerte firme.
—¿Está descontento?
—En absoluto. Está fuera, ocupado con la barbacoa. Supongo que estará alimentando su ego masculino. Dile lo mucho que aprecias su ayuda y que piensas que es un gran tipo.
—Y es verdad. ¿Sabes que las instalaciones infantiles tienen más de cuarenta años? Sería…
—Deja ya de preocuparte, Megan —interrumpió Leigh—. A Chase le vendrá muy bien ayudar, y así salir un poco del rancho. Ahora ve con él y pregúntale si necesita ayuda con la parrilla —cuando Megan se dispuso a salir, Leigh la agarró otra vez por el brazo—. Ah, y no le preguntes nada sobre el agua. No para de murmurar cosas sobre el agua.
Megan asintió, perpleja, y siguió a Leigh hacia la salita.
Nathan, Trent y una mujer pelirroja que Megan no conocía estaban viendo un partido de baloncesto por televisión. Cuando las dos chicas entraron, dejaron de hablar.
—Megan, ya conoces a mis hermanos —se apresuró a decir Leigh—. Y esta es Sandi, con «i» latina. Es la novia de Trent.
—Encantada de conocerte, Sandi —dijo Megan estrechándole la mano. Era muy guapa, como todas las novias que Trent había tenido.
—Igualmente —respondió Sandi sonriendo—. Estoy muy contenta de estar aquí.
A Megan le gustó de inmediato, a pesar de que seguramente no la volvería a ver. Las novias de Trent duraban menos que una pinta de leche.
—Hola, Nathan. Trent.
—Hola, Megan —dijo Nathan. Me alegra volver a verte. Estás muy guapa hoy.
Megan sonrió. Nathan tenía un encanto natural. Podría incluso convencer a los pájaros de que soltaran sus plumas en invierno.
—Yo también me alegro, Nathan. Espero que no te importe tenerme aquí.
Nathan sonrió, añadiendo aún más encanto a su atractivo rostro. Como todos los Barrett, tenía el cabello oscuro y los ojos azules, pero, a diferencia de sus hermanos, llevaba el pelo cuidadosamente peinado.
—Claro que no. Me encanta que hayas decidido venir.
—Hola, Megan —dijo Trent levantándose. Su sonrisa era de puro coqueteo—. Como dice Nathan, estás muy guapa hoy.
Lo dijo con un ligero tono de insinuación, pero Megan lo conocía desde siempre, y no se lo tomó en serio.