Narciso descubre Instagram - Daniel Rosende - E-Book

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Daniel Rosende

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Beschreibung

Esta obra es un recorrido por las leyendas más relevantes de la mitología clásica. Los dioses del Olimpo, los héroes como Heracles y acontecimientos históricos como la guerra de Troya se enfrentan al pensamiento de Sócrates, Platón o Nietzsche. La mitología se cuenta y analiza desde una perspectiva inédita: analizándola filosóficamente. Detrás de cada mito hay brillantes consideraciones sobre el ser humano, cuestiones relativas a la justicia, el conocimiento, el amor, la guerra, la moral o la importancia del lenguaje. ¡Atrévete a pensar disfrutando con este venturoso libro! Te sorprenderá.

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BLOQUE I

Cuestiones introductorias

Introducción

Para explicarte en qué consiste este libro me gustaría comenzar haciendo un experimento mental. Imagina que estás dando un paseo solitario, te detienes ante un objeto que llama tu atención y te acercas para ver qué es con mayor claridad. Parece un anillo. Lo recoges del suelo y ves que carece de inscripciones; sin embargo, te lo pruebas y… ¡desapareces!

Te asustas, te preguntas si has perdido la cordura porque sabes que la invisibilidad solo existe en las leyendas. Regresas a casa, te calmas, te sitúas delante del espejo y repites el experimento: te vuelves a poner el anillo y vuelves a ser invisible.

Confirmado: no has perdido la cordura, sino que tienes el poder de la invisibilidad. A partir de ese momento se te plantean varios dilemas. ¿Deberías contárselo a tus amigos o familiares? ¿Tienes miedo de que, si se hace público, acabes encerrado en un laboratorio secreto? ¿Qué harás con tu nuevo superpoder? ¿Preferirías no utilizarlo? ¿Exprimirías tu ventaja y la usarías para robar? ¿Aprovecharías para darle un buen susto a esa persona que te cae fatal? Las posibilidades son ilimitadas.

En el mundo mitológico la invisibilidad no es algo nuevo. El hermano de Zeus, Hades, poseía un casco que tenía el poder de hacer invisible a todo aquel que lo llevara puesto. Seguro que conoces obras literarias como El hombre invisible, de H. G. Wells, o El señor de los anillos, de Tolkien, que nos habla de un anillo de poder que, entre otras características, te confiere la invisibilidad. También Harry Potter poseía una capa de invisibilidad, e incluso en series televisivas muy recientes, como The Boys, hay un superhéroe que es invisible.

El ejemplo que acabamos de citar, el de la invisibilidad, es tratado por el propio Platón, un gran filósofo que seguro que te suena. Él se preguntaba: ¿Cómo actuarían una persona justa y una injusta si ambas tuvieran un anillo de invisibilidad?

Déjame modificar el experimento un poco. Vamos a prescindir del anillo por un momento. Imagínate que puedes robar dinero sin que nadie se entere. Es decir, tú no eres invisible pero tu acción sería invisible para los demás, ¿lo harías? Como ves, a partir de un experimento mental basado en un elemento mitológico, nuestro anillo, hemos acabado reflexionando sobre una cuestión moral. ¿Cómo deberías actuar? ¿Qué significa ser buena persona? ¿Está bien robar en algunos casos? Ya empiezas a vislumbrar cómo se conectan la mitología y la filosofía.

Este libro no es un manual de mitología corriente, pues lo que haremos será utilizar la mitología clásica o actual para pensar. Hemos comenzado hablando sobre invisibilidad y, a continuación, te hemos hecho pensar qué harías tú si fueras invisible. La fantasía nos servirá para cuestionarnos quiénes somos, en qué mundo vivimos o cómo deberíamos actuar individual o socialmente. A lo largo de esta obra, reflexionaremos sobre la forma en que conocemos nuestro entorno, cuál es el lugar del ser humano en el cosmos o cuál debe ser el papel de la ciencia, la tecnología o la política. En definitiva, nos serviremos de los mitos para recapacitar sobre nuestro mundo, para filosofar.

¿Y qué es eso de la filosofía? Suena a una disciplina muy antigua y difícil, cultivada por ancianos que utilizan palabras extrañas. No te asustes tan pronto. La filosofía se ocupa de pensar lo que pensamos, esto es, de pensar nuestras ideas. Sí, lo sepas o no, tú tienes un esquema mental de creencias e ideas que utilizas cada día de tu vida para tomar decisiones. Algunas ideas las habrás aprendido en la televisión y otras serán de tus padres o de la sociedad en la que has crecido. ¿Alguna vez te has parado a analizar fríamente cuáles son tus ideas? ¿Son tuyas o son ideas de otros que tú has asumido como propias?

Déjame ilustrar esta cuestión con un ejemplo deliberadamente provocador. Imagínate que estás paseando por un centro comercial y, de pronto, aparece una persona desnuda. ¿Qué crees que sucedería? Los vigilantes de seguridad correrían para detener al exhibicionista que, con toda seguridad, acabaría en una comisaría de policía o en una institución de salud mental. En nuestra sociedad no consideramos normal ir desnudos por la calle, pero… ¡espera! Hay sociedades nudistas en las que está aceptado ir desnudo y se entiende como algo natural. Anteriormente, incluso había filósofos, como Diógenes, que se paseaban desnudos por la plaza pública. ¿Por qué es malo mostrar un cuerpo desnudo? Es posible que nunca te lo hayas preguntado. Quizá, tras pensarlo, llegues a la conclusión de que no es algo intrínsecamente malo, pero vivimos en una sociedad que lo condena y hemos asumido esos valores e ideas como propios. Como ves, la filosofía no se conforma con lo que aceptamos como «normal», sino que, en su afán por conocer el mundo y conocernos a nosotros mismos, nos obliga a cuestionar todo nuestro sistema de creencias. Nos pide que usemos la razón como una herramienta para luchar contra la ignorancia, las injusticias y las opiniones infundadas.

Hay quien cree que, en una sociedad gobernada por la ciencia y la tecnología, la filosofía está de más. A ellos les preguntaría: ¿Qué ciencia se ocupa de averiguar qué son el bien, la justicia y la igualdad o cómo debemos convivir en comunidad? Las ciencias se ocupan de aquello que podemos medir o pesar, pero estarás de acuerdo en que el ser humano se puede estudiar desde diferentes planos. Desde el punto de vista científico, el amor es un recurso evolutivo para que tus genes se perpetúen en el tiempo, pero estoy seguro de que cuando el amor aparece en tu cabeza no lo hace desde esta perspectiva.

Advertencia: la filosofía no es una forma de autoayuda. Es habitual que la retórica de la autoayuda dé por hecho que se puede vender la felicidad como un producto de consumo. Por el contrario, en filosofía problematizamos qué es una vida feliz o cuáles son las condiciones necesarias para el bienestar, pero no damos respuestas simples a problemas complejos. Es decir, te ayudaremos a pensar por ti mismo, pero no pensaremos por ti. En la mayoría de los temas que vamos a tratar te haremos preguntas para que razones de manera autónoma y para que compartas tus pensamientos con tus amigos, tus padres o tus profesores. Las preguntas que te vamos a hacer no van seguidas de una respuesta, pues nuestro objetivo no es convencerte de nada, sino invitarte a reflexionar. Espero que el camino te resulte placentero, que disfrutes pensando, conociéndote y asomándote a nuevas ramas del saber mientras te haces más sabio. Cuando acabes este libro habrás recapacitado sobre multitud de temas que podrán ser relevantes en tu proyecto vital e intelectual. Además, aprenderás a ver e interpretar el mundo desde nuevas perspectivas. Durante este proceso te conocerás mejor a ti mismo y serás más consciente de cuáles son tus ideas para, así, intentar mejorarlas.

Como elemento motivador, nos gustaría señalar que las ideas de grandes filósofos y filósofas han servido como fundamento teórico para desarrollar movimientos sociales, políticos o económicos. ¿Sabías que Gandhi se inspiró en Sócrates para iniciar el movimiento pacifista, o que los derechos humanos son posibles, en parte, gracias a las contribuciones del filósofo Immanuel Kant?

Vamos a confrontar a Zeus, Atenea y Poseidón con el pensamiento de Sócrates, Platón, Aristóteles y Friedrich Nietzsche. Vamos a usar la mitología como excusa para pensar. Que empiece la aventura.

El poder y función de los mitos

Estarás de acuerdo conmigo en que el mundo de la mitología y la fantasía son fascinantes. Piensa en tus superhéroes favoritos y en lo espectacular que sería tener supervelocidad, superfuerza, la capacidad de transformarte en objetos o el poder de controlar las mentes. Lo que quizá no sepas es que una buena parte de estos superpoderes no son invenciones recientes de personajes de cómic o de series televisivas. Por el contrario, en la mitología griega clásica ya hay seres con poderes prodigiosos en los que se inspiran los creadores de cómics. Un ejemplo claro sería el de Aquaman, que está inspirado en Poseidón, el dios con el poder de controlar los mares.

A diferencia de los cómics o series actuales, que suelen estar pensadas para el entretenimiento, la mitología griega —aunque ahora la llamemos mitología— era una religión que intentaba explicar cómo funciona el mundo.

Si lees cualquier manual introductorio de filosofía, es muy probable que el primer tema, o uno de los primeros temas, hable del paso del mito al logos, es decir, del mito a la razón.

En este libro vamos a defender que el paso del mito al logos es, a su vez, un mito.

En la antigua Grecia, la realidad se explicaba mediante relatos imaginativos, los mitos, hasta que llegaron una serie de pensadores, los filósofos, que los sustituyeron por la razón. Según este tópico, no existe un cambio abrupto y claramente diferenciado entre la especulación mítica y la especulación racional, sino que, para ser justos, deberíamos decir que ambas coexistieron durante siglos, complementándose e interrelacionándose. Los mitos no son meros relatos, en ellos subyace la racionalidad, contienen imágenes, símbolos, alegorías, metáforas y todo tipo de expresiones sensibles del pensamiento.

En autores como Homero y Hesíodo encontramos un verdadero esfuerzo de especulación y brillantes consideraciones sobre la condición humana, la cultura, las adversidades, así como temas éticos obviados por la mayoría de los primeros filósofos. Cabe decir que hay excepciones, como Pitágoras o Heráclito, quienes sí trataron cuestiones éticas, si bien no les concedieron un lugar tan primordial como lo harán Sócrates y la filosofía posterior. El mismo Platón recurría a elementos míticos como el Demiurgo —un dios— para desarrollar su pensamiento. Podríamos debatir sobre si Platón utiliza elementos míticos, símiles o imágenes de forma pedagógica, para arrojar luz sobre aquello que es muy difícil de comprender mediante conceptos puros, o utiliza la mitología de forma similar a Homero o Hesíodo. Sin embargo, resolver esta cuestión excede el objetivo de esta obra, así que nos vamos a quedar con que la relación entre el mito y el logos es mucho más difusa de lo que la mayoría de manuales de filosofía suele reconocer.

Hechas las presentaciones sobre la mitología y la filosofía, vamos a analizar diferentes textos en los que la mitología nos ayuda a pensar, a comprender nuestro mundo, siempre dándole un enfoque práctico y actual.

En los primeros diez capítulos encontrarás mitos clásicos, mitos y alegorías filosóficas y mitos literarios. Hemos decidido organizar así el comienzo para ofrecerte una panorámica general de lo que incluirá el resto de la obra. Tras la primera sección, nos centraremos en la mitología clásica; después, nos ocuparemos de filósofos que han utilizado figuras míticas o alegorías, y finalizaremos proponiéndote doce retos intelectuales y, finalmente, las conclusiones.

Si completas la lectura, aprenderás sobre mitología y te harás preguntas profundas que permanecerán escarbando túneles en tu conciencia, pero también descubrirás que algunos superpoderes no son necesariamente míticos y depende de ti ser capaz de dominarlos.

Eres matrona y no lo sabías

En la antigua Grecia había un señor muy peculiar. Era uno de los primeros filósofos. Decían de él que era muy feo, aunque no parecía tener complejos por ello. Se dedicaba a pasear por la plaza pública y charlar con la gente. Algunos lo admiraban y otros lo odiaban porque tenía una forma de proceder francamente llamativa. Se hacía pasar por alguien ignorante que necesitaba ser instruido y cuando debatía con los demás, en vez de contradecirlos, los adulaba por su sabiduría y les hacía preguntas y más preguntas hasta que estas personas, presuntamente sabias, se quedaban sin saber qué decir y se daban cuenta de que en realidad eran ignorantes. Dicho señor, Sócrates, afirmaba ser quien menos sabía, pero aseguraba que tenía la capacidad de hacer que se mostrara la sabiduría que cada uno llevaba en su interior. Fíjate en este fragmento:

Me llamo Sócrates y no soy sabio en modo alguno. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen muy ignorantes, hacen admirables progresos, pero no aprenden nada de mí, pues son ellos mismos los que descubren y engendran bellos pensamientos. Experimentan lo mismo que les pasa a las que dan a luz, sufren los dolores del parto y se llenan de perplejidades1.

Sócrates fue el maestro de Platón, quien escribía diálogos filosóficos utilizando la figura de Sócrates como personaje principal. Por ello, nos resulta tan complicado distinguir las ideas de Sócrates de las de Platón. Sócrates creía que la labor más importante de la que debemos ocuparnos es la de conocernos a nosotros mismos. También creía que, en algún lugar de nuestro interior, habitan la belleza, el bien y la justicia y tan solo tenemos que conseguir que esos bienes encerrados en nuestro interior se manifiesten2. Lo sé, es una idea muy polé­mica. Te recuerdo que no tienes que estar de acuerdo con ninguna de las teorías que vas a leer; pero quizá deberías planteártelas y reflexionar sobre ellas.

Sócrates y, especialmente, Platón, creían que cuando nacemos hay en nosotros una especie de software, unas ideas preinstaladas. Creían que nuestra alma ya ha estado en contacto con la esencia de la belleza, la verdad y el bien, por lo que conocer es recordar.

Imagínate que una noche te despiertas, ves que tienes un correo electrónico con un enlace, accedes a él, te encuentras un documento de gran interés, lo lees y te vuelves a dormir. A la mañana siguiente recuerdas que medio dormido habías leído algo interesante. Ese algo interesante debe estar en tu interior, pero no logras recordar qué es. Accedes nuevamente al enlace, que ahora no funciona. ¿Se podría decir que ese conocimiento está en algún lugar de tu interior, aunque ahora mismo no seas capaz de recordarlo?

Si Sócrates y Platón estaban en lo cierto, deberíamos buscar en nuestro interior para hallar el conocimiento oculto que nos habita. Es posible que ahora te expliques por qué, en ocasiones, algo te parece que está mal, aunque nadie te haya enseñado que ese algo concreto esté mal. ¿Es posible que se deba a que ya tienes una idea de bien preconfigurada? Del mismo modo que el artista Miguel Ángel decía que dentro de un bloque de mármol hay una escultura y solo habría que retirar los trozos de mármol que sobran, ¿podemos hacer lo mismo con nuestra mente? ¿Podemos eliminar la ignorancia y dejar que aflore la sabiduría?

Otra posibilidad es que no tengamos ninguna idea de nacimiento precargada y que todo lo que conocemos lo aprendamos por medio de los sentidos. Lo analizaremos más adelante, en el capítulo Tabula rasa.

El filósofo Nietzsche decía que debemos convertirnos en quienes somos haciendo aquello que solo nosotros podemos hacer. Debemos ser el maestro y el escultor de nosotros mismos. Yo me pregunto: ¿es posible que haya algo que solo nosotros sepamos hacer en un mundo con más de siete mil millones de personas?

Para finalizar este primer capítulo, voy a hacerte una serie de preguntas: ¿hasta qué punto crees que te conoces a ti mismo? ¿Estás seguro de saber quién eres? ¿Es posible que ignores una parte de ti? De ser así, ¿qué crees que necesitas para conocerte? ¿En qué piensas cuando te hablo de conocerte? ¿Tu físico? ¿Tus ideas? ¿El modo en que interaccionas con los demás? ¿Tu papel en la comunidad? ¿Todo a la vez?

El fuego de Prometeo

Has reflexionado sobre quién eres. Me muero de curiosidad por saber a qué conclusiones habrás llegado. Algo muy general es que eres un ser humano. Si lo piensas, somos unos seres muy originales. Tenemos inteligencia, lo cual nos ha permitido crear tecnología avanzada, sistemas de comunicación como internet e, incluso, viajar al espacio. Cosas impensables para el resto de los animales.

¿Qué dice la mitología sobre este asunto? Cuenta una leyenda que Epimeteo era un titán algo despistado, su propio nombre significa ‘el que piensa tarde’ en griego. Prometeo, por su parte, era un titán previsor.

Epimeteo debía encargarse de dar a cada animal algo positivo. A los camaleones les dio la capacidad de camuflarse, a los elefantes un gran tamaño, a otros animales les dio garras afiladas, fuerza o velocidad. Cuando llegó al ser humano se había quedado sin nada que atribuirle. Afortunadamente, Prometeo, el previsor, robó el fuego al dios Apolo y el control de las artes a Hefesto y Atenea para regalárselo a los humanos3.

Según este mito, lo que nos distingue del resto de los animales es nuestra capacidad técnica e inteligencia. ¿Habríamos sobrevivido sin ella?

Piensa en un recién nacido en una selva, en lo vulnerable que es al lado del resto de los animales. No tenemos una gran agilidad, fuerza o garras afiladas; sin embargo, con nuestro ingenio nos las hemos arreglado para sobrevivir. Hemos aprendido a manejar herramientas para suplir las deficiencias físicas que tenemos respecto a otros animales y, además, dominamos un lenguaje simbólico que nos permite comunicarnos con gran eficacia. Tenemos la capacidad de pensar de forma abstracta y una cultura. Le transmitimos nuestros hábitos a nuestros descendientes de tal modo que todo aquello que resulta útil para la supervivencia de la especie se lo enseñamos a las nuevas generaciones. En conclusión, ¿se podría decir que nuestro atributo natural es la cultura? Algunas criaturas son capaces de comunicarse, de manejar herramientas o razonar en un plano básico; por tanto, ¿la diferencia entre el ser humano y el resto de seres es de grado o es cualitativa?

Si acudimos a fuentes religiosas, como el Génesis, Dios creó a los animales para nuestro uso. Por su parte, desde un punto de vista científico, Charles Darwin descubrió que entre los primates y los seres humanos hay un ancestro común, es decir, que tanto los primates como nosotros tenemos tataratatara[…]tatarabuelos comunes. También hay quien afirma que somos un animal más y quien cree que nos hemos distanciado completamente del mundo animal.

Descubrir quiénes somos, quiénes son los animales y nuestros parecidos y diferencias marcará el modo en que nos relacionemos con el resto de los animales. ¿Qué crees tú? ¿Cuánto de animal hay en ti? ¿Somos esclavos de nuestros instintos o podemos controlarlos? ¿Puedes controlar tu agresividad o quién te atrae?

Los que piensan que los animales son seres inferiores no tendrán ningún dilema a la hora de utilizarlos para nuestro entretenimiento, aunque esto les suponga malestar, pues consideran que su dolor no es relevante. Algunos filósofos, como Jeremy Bentham, proponían que, a la hora de valorar si un ser debe de tener derechos morales o no, en lo que nos tenemos que fijar no es en si tiene dos o cuatro patas o más o menos pelo, sino en si tiene la capacidad de sufrir, pues todos los seres que sufren buscan huir del sufrimiento. De ese modo acababa, en su opinión, con la discriminación por razón de especie.

El filósofo Peter Singer y otros profundizaron más en estas ideas y afirmaron que, sea cual sea la característica en la que nos fijemos para diferenciarnos de los animales —razón, lenguaje, etc.—, siempre habrá seres humanos sin capacidad de razonar o sin lenguaje. Y de ningún modo nos parecería justo llevar a cabo con esos seres humanos prácticas como enjaularlos, hecho socialmente aceptado respecto de los animales. La cuestión que debemos plantearnos, entonces, es si es o puede llegar a ser comparable el sufrimiento de los seres humanos y el de los animales. Seguro que en las redes sociales habrás visto debates encendidos entre quienes creen que los animales deben tener derechos morales y los que afirman que tal posición es absurda.

Como te adelantaba, aquí no te vamos a dar respuestas a los dilemas. Solo te damos información para facilitar que pienses con profundidad y llegues a tus propias conclusiones. Para ello, en este capítulo te proponemos que intentes dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿En qué nos diferenciamos del resto de los animales? ¿Deberían tener derechos algunos o todos los animales? ¿Por qué?

El unboxing de Pandora

Te contaré cómo sigue la historia de los titanes Prometeo y Epimeteo. Zeus se enteró de que Prometeo había irrumpido en el Olimpo, el lugar en el que habitaban los dioses, y planeó un castigo. Creó a una mujer a la que llamó Pandora y logró que Epimeteo se casara con ella a pesar de las advertencias de Prometeo, quien sabía que era una trampa de Zeus. Pandora encontró una caja sellada, sentía curiosidad por saber qué contenía y decidió hacer un unboxing. Abrió la caja y de ella salieron todos los males del mundo, que llevaron a los mortales a la desesperación. La esperanza salió en último lugar, de ahí que digamos que la esperanza es lo último que se pierde. La esperanza, que es un mal menor, evitó que los mortales se quitaran la vida.

Pandora, para saciar su curiosidad, abre una caja y es responsable de todos los males del mundo. Eva come el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal y transmite el pecado a toda la humanidad. Vemos que en la mitología se repite un patrón: las personas que actúan para saciar su curiosidad, especialmente las mujeres, aparecen representadas como responsables de causarnos problemas. ¿No crees que satisfacer la curiosidad es algo sano y que forma parte de nuestra naturaleza?

La curiosidad, por tanto, actúa como un motor que nos mueve hacia la búsqueda de conocimiento. Sin ella no se entendería que hayan prosperado la filosofía y la ciencia.

Vamos a hacer un experimento mental para preguntarnos sobre los límites razonables de la curiosidad. Imagínate que ponen a tu alcance un ordenador en el que están resueltas las grandes cuestiones que siempre quisiste averiguar, como si hay vida extraterrestre, si somos fruto del azar o si formamos parte de un diseño inteligente. Alguien con poder sobre ti te ordena que bajo ningún concepto accedas al ordenador. Debes vivir en la ignorancia, te dicen, aunque ese saber esté a tu alcance. ¿Optarías por obedecer a la autoridad o preferirías satisfacer tu conocimiento? ¿Culparías a alguien que en tu lugar hubiera saciado su curiosidad?

Ahora déjame reformular el dilema desde otra perspectiva. Suponte que se está llevando a cabo un experimento para comprender cómo se originó el universo, pero existe el riesgo de que al replicarlo se produzca una gran liberación de energía que podría destruir total o parcialmente el planeta. Si eliges la sabiduría puede haber consecuencias negativas, pero no escoger el camino del saber supone perpetuar la ignorancia. ¿Qué preferirías tú? ¿Deberíamos asumir el riesgo? ¿Qué crees que escogería la gente si se sometiera a votación?

Si llegamos a la conclusión de que la curiosidad no es algo negativo, es posible que debamos exculpar a Pandora y a Eva. ¿Por qué negarnos a la sabiduría? ¿Por qué castigarnos por ello? ¿Crees que estos mitos son un reflejo de una sociedad patriarcal o se trata de una simple coincidencia?

Frankenstein existe

Hasta ahora nos hemos preguntado quiénes somos a nivel individual y qué es el ser humano en general. Para ello, hemos reparado en que para el ser humano son fundamentales la tecnología, como nos dice el mito de Prometeo, y la curiosidad. El próximo mito combina curiosidad y tecnología. No es un mito clásico, sino que se trata de la obra de Mary Shelley llamada Frankenstein o el moderno Prometeo. En ella, un científico llamado Frankenstein, a través de la unión de distintas partes de cadáveres, consigue que un ser obtenga vida. Aunque no tiene nombre en la novela, popularmente, llamamos Frankenstein al monstruo, atribuyéndole el nombre del científico que lo crea. En principio suena bien vencer a la muerte. El problema es que el experimento resultó ser una abominación, una especie de muerto viviente incontrolable y peligroso.

Si lo piensas, hay una simbología clara. Mary Shelley nos está hablando de los límites de la ciencia y la técnica y de cómo en un descuido podríamos vernos superados por nuestras creaciones. Seguro que has visto muchas películas con una temática similar: creamos una inteligencia artificial y esta se rebela contra los seres humanos, sumiéndonos en un mundo de caos.

Seguro que estamos de acuerdo en que, en general, la tecnología es asombrosa, nos hace la vida más fácil pues, entre otras cosas, nos permite viajar a gran velocidad o hablar con seres queridos que están a miles de kilómetros. Seguro que te costaría imaginar un mundo sin tecnología, sin internet, sin teléfonos, sin ordenadores o sin electricidad. También estarás de acuerdo conmigo en que la tecnología no es más que una herramienta y que el uso que le demos depende de nosotros.

Partiendo de esta idea, se nos plantean varios dilemas. Uno de ellos es que la tecnología se ha empleado para crear armas destructivas y se está destruyendo una parte del planeta en aras del desarrollo tecnológico. Además, muchos nos hemos vuelto dependientes, no entenderíamos la vida sin tecnología. Esto tiene como consecuencia que estemos más controlados que nunca, todas nuestras búsquedas, amistades, intereses, están almacenadas en servidores que tienen muchísima información sobre nosotros. ¿Qué sucedería si esa información cayera en las manos equivocadas? Imagínate que un gobierno autoritario o una dictadura se hace con esta información para fichar a sus enemigos políticos. O pensemos en el argumento cliché al que nos referíamos antes. Supongamos que una empresa crea robots capaces de hacer un trabajo manual parecido al que actualmente hacemos los humanos. ¿Sería posible que alguien pudiera vulnerar la seguridad de dichos robots y los utilizara para hacernos daño? ¿Sería posible que algún día hubiera una inteligencia artificial tan avanzada que llegara a sus propias conclusiones y decidiera eliminarnos? Más allá de estas situaciones distópicas, deberíamos preguntarnos si debemos poner algún tipo de freno al desarrollo tecnológico.

Un tema que está cobrando bastante relevancia filosófica en los últimos años es el del transhumanismo, es decir, el deseo de trascender a lo humano mediante la tecnología. Mediante la implementación de la tecnología podríamos conseguir cambios a nivel físico, intelectual y psicológico que den lugar a poshumanos, término empleado para designar a quienes superan las limitaciones impuestas por nuestro cuerpo. El videojuego Deus Ex trata el tema del transhumanismo, pues el personaje principal puede utilizar modificadores tecnológicos que mejoran su fuerza, su capacidad para saltar o para ver mejor.

Vamos a imaginarnos a una persona que tiene una enfermedad cardiaca y sigue con vida gracias a un aparato tecnológico llamado marcapasos que le ayuda a regular los latidos del corazón. Me imagino que, en este supuesto, nadie estará en contra de que alguien siga viviendo gracias a la tecnología. Sin embargo, ¿qué me dirías sobre alguien que no está enfermo, sino que simplemente emplea la tecnología porque quiere mejorar sus habilidades o atributos? ¿Sería ético que pudiéramos prolongar nuestra vida varias décadas mediante la tecnología? ¿O que alguien se pusiera un implante en el ojo para ver en la oscuridad o a kilómetros de distancia? ¿Qué te parece si nos ponemos un exoesqueleto que nos permita tener una fuerza descomunal? No estamos en contra de la utilización de la tecnología para vivir mejor o para mantenernos vivos, pero cuando proponemos utilizarla para otros fines, como los que te acabo de describir, comenzamos a dudar sobre si sería conveniente.

Ahora vamos a imaginarnos el mundo que te acabo de describir, en el que cada cual puede mejorar sus atributos mediante la tecnología. Es posible que, si no tengo ningún implante para ver mejor, no me quieran contratar en una empresa de vigilancia, ya que sería mejor contratar a alguien con la capacidad de ver en la oscuridad o a una distancia mayor. También sería más probable que en un almacén contrataran con prioridad a quienes tienen implantado un exoesqueleto que les confiriera fuerza sobrehumana. ¿Podríamos decir, por tanto, que el transhumanismo nos aboca a una nueva sociedad de clases entre humanos y poshumanos?

Como ves, la obra Frankenstein de Mary Shelley contiene el germen del transhumanismo y plantea el problema del uso de la tecnología para tratar de vencer a la muerte. Hay varios precedentes de Mary Shelley, como René Descartes en el Discurso del método, donde el autor se imagina que la medicina nos podría llegar a otorgar inmortalidad física o mentes más fuertes.

¿Debemos poner algún freno al desarrollo tecnológico? ¿Es correcto que busquemos la inmortalidad o creemos seres humanos de forma artificial? ¿Hacen falta límites? Y de ser así, ¿en qué nos debemos basar para establecerlos?

Antes de cerrar este tema, me gustaría recordar al movimiento ludita, aquellos que creían que la tecnología hacía peligrar sus puestos de trabajo y decidían destruirla. Hoy vemos con naturalidad que en muchos supermercados los cajeros hayan sido sustituidos por máquinas en las que te cobras a ti mismo. ¿Es algo inevitable? ¿Deberíamos frenar esta tendencia por los índices de paro que va a generar? ¿Crees que, aunque las máquinas hagan la mayoría del trabajo humano, nos organizaremos de tal modo que no nos perjudique? ¿Qué límites le debemos imponer a la ciencia o a la técnica, si es que hay que imponérselos? ¿La tecnología nos libera o más bien nos encadena?

En capítulos posteriores trataremos con mayor profundidad cuestiones relativas a la tecnología. Por el momento, ya tienes bastante sobre lo que reflexionar.

¿Qué harías si fueras un perro?

En este capítulo seguiremos investigando las particularidades de nuestra vida. Seguimos descubriendo quiénes somos y qué es un ser humano. La filosofía estudia al ser humano desde diversas perspectivas. Reconocerás que para saber quién eres debes hacerte otras preguntas como, por ejemplo, cómo es tu vida, cuál es tu circunstancia vital y cuál es tu historia. Ahora bien, ¿en qué medida puedes escoger tu camino? Los filósofos estoicos usaban una metáfora, decían que te imaginaras que eres como un perro atado a un carro. En esta situación, puedes procurar ir en dirección contraria al carro y ser arrastrado o aceptar la dirección del carro. ¿Crees, como los estoicos, que a veces lo mejor es resignarse y aceptar tu destino en vez de luchar por cambiarlo?

Para responder a esta pregunta, primero tendríamos que saber si hay un destino del que no podemos huir. En cualquier caso, reconocerás que en ocasiones te ves envuelto en situaciones que no dependen de tu voluntad y no puedes hacer nada para cambiarlas.

Epicteto era un filósofo que estableció que hay dos clases de circunstancias en el mundo. Por un lado, están aquellas que dependen de ti y, por otro, aquellas que no. Y debes preocuparte solo de aquello que dependa de ti. Figúrate que se muere alguien a quien quieres. Lo único que puedes modificar es tu actitud y tu forma de afrontarlo, pero no lo sucedido. Como ejemplo extremo, en la obra El extranjero, de Albert Camus, un personaje se mantiene imperturbable ante la muerte de su madre. Es una persona muy pragmática, sabe que no puede hacer nada para cambiarlo y se mantiene sereno; sin embargo, nadie a su alrededor lo entiende y lo acusan de ser una persona cruel. Sé lo que estás pensando, habría que ser muy frío para actuar así, pero reconocerás que tiene sentido y sería práctico.

En definitiva, hay circunstancias que puedes cambiar y otras que no. Lucha por cambiar aquellas que puedas y acepta de la mejor manera posible aquellas que no, pues si verdaderamente no se pueden cambiar, no harás más que frustrarte.

Imagínate que estás haciendo un viaje en un autobús y cuando estáis en medio de la nada se pincha una rueda. No hay ningún otro medio de transporte cerca. Tu única posibilidad es esperar a que cambien la rueda. Habrá personas con actitud estoica que se mantendrán imperturbables, serenas, porque saben que no pueden hacer nada para cambiar la situación, así que se resignan. Otros pasajeros, en cambio, se pondrán nerviosos, empezarán a protestar y a quejarse. ¿Qué tipo de pasajero crees que serías tú?

Ahora suponte que paseas por la calle y comienza a llover. No tienes dónde resguardarte ni paraguas. ¿Serás capaz de mantener una actitud estoica e imperturbable mientras la lluvia te empapa o serás más bien de los que convertirán la situación en un drama?

El dolor es inevitable en nuestra vida, y si un estoico lo padece dirá que lo acepta y no lo considerará un mal. ¿Qué hay de ti? ¿Estás preparado/a para adoptar una actitud estoica?

Tal y como te hemos adelantado, este tema se enmarca en uno mayor: ¿somos libres? Si crees que tu futuro está predeterminado, la posibilidad de elegir no sería más que una ficción. Serías una especie de marioneta manejada por el destino o el plan maestro de algún ser superior. Si, por el contrario, crees que eres libre, estarás condenado a serlo.

¿Condenado? Sí, eso es lo que te diría el filósofo Jean-Paul Sartre, que nuestra esencia es la libertad y existimos condenados a elegir. Incluso no elegir es ya una elección. Cada acción que tomas tiene consecuencias, cada vez que escoges algo dejas de lado otros posibles caminos. Por eso la libertad nos produce angustia, como decía el filósofo Søren Kierkegaard. Tomar una decisión es renunciar a otras decisiones que quizá nos llevarían a un lugar mejor. ¿Cómo saber movernos por la existencia eligiendo lo correcto? Si nuestro destino no está escrito, debemos decidir en cada instante cómo queremos ser y qué vida queremos vivir. ¿En qué te basas tú para tomar decisiones y elegir la forma en que te guías por la existencia?

El ladrón de toros

Tras estas pinceladas de filosofía existencial y estoica vamos a relatar un mito que nos servirá para preguntarnos por otro plano vital en nuestra vida: la ética, es decir, saber qué es una buena vida y qué es lo que nos conviene.

Acudamos de nuevo a la mitología griega, en la que es muy habitual encontrar casos de infidelidad, traiciones y acuerdos secretos —si te gusta el «salseo» te lo vas a pasar muy bien leyendo los clásicos—. Zeus tenía una relación amorosa con Hera, pero la fidelidad no era lo suyo. Le fue infiel con Maya, dejándola embarazada. Hera se enteró y se lo tomó fatal, hasta el punto de que intentó matarla.

Autólico ocultó a Maya para protegerla. De la unión de Zeus y Maya nació el dios Hermes, quien, agradecido con Autólico, le dio el poder de convertir a los toros en vacas y de cambiar el color de los animales. Seguro que estás pensando: ¿pero qué chapuza de poder es ese? Sin embargo, Autólico supo cómo sacarle partido a su poder para robar animales sin que sus vecinos se dieran cuenta. Los cambiaba de color y se los llevaba. El animal no podía ser identificado por sus vecinos debido al cambio de aspecto. Si estuvieras en el lugar de Autólico, ¿aprovecharías tu poder para robar? ¿Serías tonto si tuvieras un poder así y no lo utilizaras?

Si traemos el mito a la actualidad, seguro que has visto en las noticias que algunos políticos aprovecharon su poder e influencia para robar dinero público creyendo que nadie se daría cuenta. Es decir, se aprovecharon de lo común para su beneficio personal. Alguna gente afirma que si puedes aprovecharte del sistema y no lo haces es que eres un idiota.

Te contaré que para los griegos idiota era aquel que no se preocupaba de los asuntos públicos, los listillos que iban a lo suyo. Atendiendo a esta definición, serás un idiota si no te preocupa el bien común. Kant creía que hay dos formas de hacer las cosas. La primera es buscando premios o castigos. Por ejemplo, no robas por temor a ser capturado o no robas para que te pongan la medalla de ser honrado. La segunda forma es que estás verdaderamente convencido de lo que vas a hacer. Esto es, no robas porque has llegado a la conclusión —autónomamente— de que no debes hacerlo4. Ese es tu deber.

Y aquí llega la siguiente pregunta: ¿cuando actúas, lo sueles hacer porque estás verdaderamente convencido de que debes obrar así, o sueles hacerlo para buscar premios o evitar castigos? Te pongo en situación: si alguien va a donar sangre para obtener reconocimiento de la comunidad, buscando que los demás crean que es altruista, para Kant será una conducta negativa. Otros filósofos, llamados utilitaristas, piensan de otro modo. Ellos creen que lo que debemos hacer es intentar maximizar el bienestar y felicidad del mundo en la medida de lo posible. Si vas a donar sangre, te sientes bien haciendo un bien; y si, además, te gusta el reconocimiento de los demás, en consecuencia, eso será perfectamente ético, pues estarás aumentando el bienestar en el mundo a la vez que tu propio bienestar.

¿Con quién estás más de acuerdo, con Kant o con el utilitarismo?