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Narraciones de la noche presenta treinta y dos relatos unidos por nocturnales y extrañas experiencias que oscilan entre lo onírico y lo real. Suspenso, misterio, tragedia y surrealismo son algunos de los tópicos impresos en las páginas de estas historias de intriga, a través de las que el autor intenta mostrar la incapacidad del ser humano de controlar su destino, pues el control no es más que una ilusión en la que todos estamos inmersos.
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Seitenzahl: 68
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PRIMERA EDICIÓNEnero 2022
Editado por Aguja LiterariaNoruega 6655, dpto 132Las Condes - Santiago - ChileFono fijo: +56 227896753E-Mail: [email protected] web: www.agujaliteraria.comFacebook: Aguja LiterariaInstagram: @agujaliteraria
ISBN: 9789564090122
DERECHOS RESERVADOSNº inscripción: 2021-A-6636Narraciones de la nochePewmafe
Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático
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IMÁGENESTapas e interior: Juan Carlos Paineo García
ÍNDICE
La hora del paseo
Noche de hotel
Cinco años
Colillas y estacionamiento
Ilusión
Nueve de noviembre
La misión
La otra mejilla
Absurda oscuridad
El cuadro
La gota
Un segundo del ahora
Clase dinámica
Depresión
Inusual lectura
Un ojo de la cara
Otro punto de vista
La suerte entre las páginas
El peligro de usar máscara
La memoria es frágil
Resultado tardío
Frenesí
El Plan
Desadaptado
Noticia vespertina
Danza onírica
Presentimiento confuso
Estrés
El precio de no ayudar
Evolución
El viaje
Protagonista
La hora del paseo
Niveles
de
pensamiento
Siempre viene, muy puntual, a esta hora, pero hoy se ha retrasado. No sé qué le habrá sucedido. Aunque es olvidadizo, jamás se ausenta a nuestra cita porque somos buenos amigos, creo que soy el único que tiene. Muchas veces se rasca la melena, debe tener pulgas andando por ese cuerpo viejo que no se baña muy seguido. Pese a que no es muy limpio, hay veces en que me acerco y lo acaricio.
Desde que lo conozco es anciano. Por supuesto que debe ser de una especie muy rara, es el único que he visto así, con ese pelo rojo que le crece por todo el cuerpo, especialmente en la cabeza, formando la tupida melena que ya mencioné.
A pesar de su avanzada edad, es ágil, por eso me extraña que no haya llegado. Cuando viene se pone alegre al verme, me da la mano como todo un caballero y recorrimos el parque juntos, jugando sobre los prados. Le gusta echarse siempre en el mismo rincón, ese que se forma entre dos árboles en la esquina de la plaza; yo lo acompaño gustoso y así pasamos la tarde. Somos realmente muy buenos amigos.
Se ha retrasado demasiado, desde hace varios minutos que lo espero en la puerta de mi casa, pero no ha asomado ni la nariz. Nos da hambre a la misma hora y estoy empezando a tener apetito, debe ser señal de su pronta aparición. Recuerdo la última vez que estuvimos juntos y comimos unas gigantescas porciones de carne. Yo la prefiero bien cocida y él medio cruda, tiene una dentadura excelente y devora con ferocidad a pesar de su edad.
Algo se divisa a la distancia, es una silueta familiar. ¡Pero si es él!, se acerca con su paso pausado, sin apuro e ignorando que lo espero.
Ya se encuentra muy próximo. Al llegar, me pone el collar en el cuello y nos vamos a pasear.
Noche de hotel
Cuando el
sueño tarda,
es mejor
esperarlo
Era de noche en aquella ciudad desconocida y el frío hacía doler mis huesos. Sabía que en unos minutos más quedaría en la calle, así que apresuré el paso mientras miraba los letreros luminosos que, de vez en cuando, encandilaban mis ojos al publicitar sus productos.
Así fue como por fin, entre restoranes, bares y otros lugares carentes de buena reputación, di con un hotel.
Ingresé al salón principal, apenas iluminado por un antiguo candelabro de veintiuna velas que colgaba en medio del techo. Me aproximé al mesón de recepción y toqué la campanilla, pero nadie acudió. Moví la mano para hacer sonar de nuevo el tintineo cuando me detuve ante la presencia de un señor con corbata que me preguntó si deseaba una habitación. Le contesté que sí, que necesitaba una con agua caliente, porque mi cuerpo pedía a gritos una buena ducha después de tan agotador viaje.
—Tengo el cuarto perfecto para usted —me respondió, agregando un comentario acerca del excelente amoblado y que, además, había un televisor.
—Interesante —acoté con tono desganado. En realidad, no me interesaban los muebles que tuviese la habitación, lo único que deseaba era tomar una ducha caliente y dormir hasta el otro día en una cama confortable.
—Pero trate de no encender el televisor por la noche —dijo el recepcionista.
—No se preocupe, no necesito hacerlo. Le aseguro que me dormiré apenas caiga sobre el lecho.
—Muy bien. —Descolgó una llave del perchero y me la entregó; tenía escrito el número treinta y tres—. Que tenga buenas noches.
El pasillo estaba oscuro y silencioso, pero eran las once de la noche, entonces intenté no extrañarme: “Todos los hospedados deben estar durmiendo”, pensé. Al caminar noté que el sonido de mis pisadas era muy notorio, aunque el pasillo estaba alfombrado. A pesar de aquella extraña atmósfera y tratando de evitar pensar en ella, atribuí mi percepción a los nervios, al fin y al cabo, era la primera noche que pasaba en una ciudad tan ajena a mí.
Las escaleras me dieron una buena impresión mientras subía al tercer piso, al igual que las puertas, estaban hechas de una elegante madera color caoba. Al llegar al número treinta y tres, me percaté de lo mucho que había recorrido; salí de mi asombro y entré en la habitación.
La ducha fue muy gratificante, luego me puse el pijama y me tendí sobre la cama, cuyo colchón blando y espumoso me invitaba a cerrar los ojos. Después de un tiempo intentando quedarme dormido, y a pesar de estar extremadamente cansado, no pude conseguir que el sueño se apoderase de mí; de pronto sonó la alarma de mi reloj, lo que se repitió en tres ocasiones, indicando que habían transcurrido tres horas; fue en ese momento cuando me convencí de que sería inútil pernoctar ahí, así que me senté en la cama.
El televisor era grande, lo observé un instante con la tentación de encenderlo, pero recordé las palabras del recepcionista. Era absurdo, ¿para qué tenía un televisor en el cuarto si no podía usarlo? Luego de cavilar un rato, apreté el interruptor y apareció la imagen. Era una película de terror, así que presté atención por si la trama resultaba de mi agrado. Lo primero que vi fue la fachada de un hotel muy parecido a donde me hospedaba, después se oyó una respiración fuerte y acentuada; era la típica escena envuelta en misterio, vista desde la perspectiva de un ser no identificado que se dirige hacia el lugar en donde está su víctima.
El personaje se acercó al hotel e ingresó al salón principal, abarcando toda el área con su visión, incluso un candelabro con velas que colgaba del techo. Luego su mirada enfocó unas escaleras y se dirigió hasta ahí, resollando. Comenzó a subir lento y al compás del crujido de la madera bajo sus pies, hasta llegar a un pasillo lleno de habitaciones. Sin duda, en alguna de ellas se encontraba su víctima. Avanzó por el corredor enfocando en primer plano los números en las puertas: treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres…
De un momento a otro despegué la mirada de la pantalla, volteé hacia la puerta y me helé por completo: la manilla se movía igual que en el televisor. Volví a observar la película justo cuando en ella se abrió la puerta y, tras esta, apareció la criatura más espeluznante jamás vista. Temiendo encontrarme con aquel monstruo frente a frente, no me atreví a voltear, pero sentí su respiración a mis espaldas.
No sé cómo lo hice, pero me armé de valor y salté por la ventana. Mientras atravesaba el cristal, recordé que me encontraba en el tercer piso, y al caer, me invadió una horrible sensación de vértigo que me hizo despertar abruptamente sobre la cama, bañado en sudor. Sobresaltado, luego de tan escalofriante experiencia, vi que el televisor no estaba. Bajé al salón principal y pagué la cuenta.
—¿Le agradó la película de anoche? —me dijo el recepcionista antes de partir. Lo observé con suspicacia y me marché sin decir nada.