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Frieda no es como cualquier niña, ella no sueña con ser princesa sino una superniña, odia el rosa y los vestidos. Lo suyo es el taekwondo y las travesuras. Adler es el príncipe perfecto, educado, elegante, atento y cariñoso; pero Frieda logra sacar lo peor de él, le hace perder los estribos. Cada vez que están juntos las travesuras terminan en peleas y castigos… Pero cuando les toque convivir bajo el mismo techo tendrán que aprender a llevar la fiesta en paz. No puede ser tan complicado, ¿verdad?
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Seitenzahl: 526
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Publicado por:
www.novacasaeditorial.com
© 2023, Araceli Samudio
© 2023, de esta edición: Nova Casa Editorial
Editor
Joan Adell i Lavé
Coordinación
Edith Gallego Mainar
Cubierta
Nova Casa Editorial
Ilustración cubierta
Tania Yebrin
Maquetación
Elena López Guijarro
Corrección y revisión
Déborah Figueroa | Marc Campos | Raquel Horta
Primera edición: 2023
ISBN: 978-84-18726-98-9
Depósito legal: B 22141-2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
ARACELI SAMUDIO
Ni
príncipe
ni
princesa
Agradecimientos
A Dios, por darme la posibilidad de utilizar las letras como herramienta para tocar las almas de aquellas personas que eligen mis historias.
A mi marido y mis hijos, por ser el motor y la fuerza de mi vida, por apoyar mis sueños y aguantar las largas horas en las que me pongo a escribir.
A mis amigas escritoras, con las que comparto esta pasión por las letras.
A mis lectores, porque hicieron que esta historia se convirtiera con velocidad en mi historia más leída de la plataforma Wattpad permitiéndome así llegar a muchas más personas. Gracias por adorar a Frieda y Adler, por soñarlos, dibujarlos, recrearlos en sus mentes y entregarme a través de sus comentarios tanto amor y cariño. Gracias por estar ahí para mí y por hacer que este viaje sea siempre único y mágico.
A Nova Casa Editorial, por confiar en mi trabajo y permitirme darte la oportunidad de que estos personajes a los que amo tanto lleguen a sus manos.
A ti, por darme la oportunidad de contarte esta historia.
Si alguna vez sentiste que no encajas,
este libro es para ti.
Si alguna vez tus errores te costaron caro,
este libro es para ti.
Si te buscas y aún no te encuentras,
este libro es para ti.
Averiguamos quiénes somos con el paso del tiempo. Por partes. Poco a poco. Fragmentos que vamos encontrando gracias a las personas que conocemos, las experiencias que tenemos y los momentos que vivimos. Es la suma de esas partes la que nos compone, como piezas de un puzle que nos va mostrando una imagen.
La fragilidad de un corazón bajo la lluvia,
María Martínez.
Agradecimientos
Si alguna vez...
Epígrafe
Inicio
1. Besar al sapo
2. La noticia
3. Lucha
4. Tregua
5. Te odio
6. Venganza
7. Castigo
8. Arduo trabajo
9. Confesión
10. Hasta pronto
11. Insecto muerto
12. Puntería
13. Jugando con fuego
14. Fiesta
15. Beso fallido
16. Fuego
17. Caricias
18. Confusiones
19. Pasión
20. Charla
21. Besando al sapo
22. Negación
23. Enamorada
24. Conversación
25. Yo te...
26. Pensamientos
27. Locura
28. Intimidad
29. Despedida
30. Distancia
31. Secretos
32. Errores
33. Miedos
34. Encuentro
35. Soluciones temporales
36. Enredos
37. Descubiertos
38. Verdades
39. Caos
40. Desilusión
41. Dolor
42. Giro
43. Ya basta
44. Tiempo
45. Noticia
46. Amor
47. Hasta siempre
48. Recuerdos
49. Una lucha
50. Muñeco
51. Princesa
52. Una idea
53. Sorpresa
Epílogo
Capítulo extra
Querido lector:
Biografía
Inicio
Si hay algo que no entiendo es la obsesión que tiene la sociedad por hacer encajar a las personas en ciertos estereotipos. ¿No sería mucho mejor que nos enfocáramos en las cosas que nos hacen especiales? ¿Por qué tenemos que estar siempre preocupados por ser o parecer iguales al resto?
Me gusta pensar que en alguna dimensión paralela existe una especie de «fábrica de humanos». Y es que a veces lo siento así, como si hubiéramos sido construidos en serie. Me imagino una fábrica grande con muchas máquinas, por ejemplo, una donde se fabrican caramelos de distintos sabores. Imagino que todos los caramelos son preparados de la misma manera hasta que en algún punto son separados, unos cuantos van a la derecha, otros a la izquierda, otros hacia el centro. Allí se les pone el sabor que tendrán y los colores: todos los rojos son de fresas, los verdes, de menta; los amarillos, de banana, y así. ¡Qué locura sería encontrar un amarillo que fuera de fresas, ¿no? Eso significaría un error en el proceso de fabricación.
Bueno, de alguna manera similar nos separan a nosotros en la fábrica de humanos. Si eres niña, te debe gustar el rosa y las muñecas; si eres niño, debes amar el azul y los autos; si eres inteligente, de seguro que eres del grupo de los nerds, por lo que serás aburrido y usarás anteojos. Si llevas tatuajes o tienes el pelo de colores, no pienses que podrás ser contratado en una empresa, tu abuelita te advertirá que así nadie te tomará en cuenta. ¿En qué clase de mundo estamos?
Soy una persona que se ha salido del molde. En algún momento de mi fabricación me caí de la línea que llevaba a todas las niñas hacia el rosa y las muñecas, yo prefiero el negro o el violeta, y las muñecas me gustaban solo para hacer de extras cuando necesitaba armar una ciudad en la cual Spiderman salvaba a alguien. Tampoco me gustan los autos ni el azul, así que tampoco soy un niño. Solo soy yo y lo acepto sin preocuparme por lo que la sociedad espera de mí. Soy un caramelo de fresas de color violeta. ¡Y tampoco soy de uva!
Por suerte, nací en una familia donde siempre me respetaron y aceptaron como soy. En vez de la princesita, elegí ser la superniña de papá, y me gusta creer que tengo superpoderes desde pequeña. Amaba treparme por cualquier sitio porque de grande quería ser Spiderwoman, una vez dejé que una araña me picara solo para ver si aquello sucedía, ¡vaya frustración! No pasó nada, salvo el dolor y el enrojecimiento en la herida.
Mi madre es hermosa y femenina, mi tía es bailarina de ballet, podría decirse que son todo lo que se espera de una chica, pero lo son porque les gusta, porque aman lo que hacen, y eso me parece bien. Yo nunca encajé en las clases de ballet a las que me llevaron desde pequeña. ¡Eran tan aburridas! Odiaba esa faldita rosa llena de encajes que me picaba las piernas y, como la academia estaba en un edificio y en el salón de enfrente había clases de Taekwondo, yo prefería escaparme e ir allí, ¡me encantaba!
El entrenador me dejaba entrar, le parecía adorable, una niña de ojos verdes con malla de danza rosa que se colaba entre sus alumnos. Cuando mi padre me buscó una tarde y se percató que no estaba en clases, se pegó el susto de su vida. Creyó que me habían secuestrado o algo parecido, pero entonces me vio salir de la clase de Taekwondo y corrió a darme un abrazo. Todos los maestros de la academia estaban asustados, no me habían visto llegar y no entendían por qué mi padre había ido a buscarme. Entonces, el entrenador les contó que hacía una semana que yo ingresaba a sus clases y que él creía que lo sabían.
Fue un malentendido, me enfrenté a un regaño bastante importante, eso sin contar el escándalo que hizo mi padre en ambas academias. Aunque ni mamá ni papá me infligían castigos físicos, me explicaron que había hecho mal en no decirles y que se habían asustado mucho. Les dije que pensé que les molestaría que no fuera como la tía Taís y respondieron que yo podría ser y hacer siempre lo que me hiciera feliz, pero que no debía mentir. Bueno, tengo que agregar que me gané un castigo aburrido que mejor ni recordar.
Pero luego me inscribieron en las clases de taekwondo, cambié las mallas rosadas por mi dobok blanco y mi cinturón del mismo color. Mi papá me acompañó el primer día —bueno, el primer día oficial— y me dijo que estaba orgulloso de mí, después de todo una superniña necesitaba saber defenderse para cuando tocara pelear con los villanos. Lo abracé y lo amé por ello.
Sin embargo, la escuela y la vida fueron otra historia. No encajaba en ningún sitio, era demasiado masculina para juntarme con las princesas, muy bonita para salir con las que se consideraban a sí mismas «feas» y me veían como amenaza, demasiado inteligente para las que no hablaban más que de banalidades, muy tonta para las que eran fanáticas de las matemáticas, demasiado aburrida para las que adoraban las fiestas, y muy divertida para las que estaban siempre deprimidas.
Por tanto, anduve siempre en mi propio mundo, con una sola amiga que era y sigue siendo como mi hermana, y que siempre fue muy distinta a mí. A ella —a Marcia—, sí le gusta el rosa y las faldas cortas, le gusta el maquillaje y los brillos, las carteras pequeñas y los zapatos de taco. Le encantan las flores y las joyas, pero por supuesto que hay algo que la hace salir del molde, y es algo un poco más complejo, a ella, a veces le gustan las chicas, no lo sabe bien, pero el caso es que eso la ha hecho víctima de burlas y, por tanto, tampoco encaja. Así que solo somos ella y yo, creando cada día nuestra propia historia sin que nos importe en lo más mínimo lo que el resto del mundo piense.
—Entonces, ¿sí vas a ir a Alemania? —pregunta mientras terminamos de estudiar. Ya solo quedaba una prueba y el año escolar finalizaría.
—¡Como todos los años desde que tengo uso de razón e incluso antes! —exclamo y lanzo un bufido.
—Sí… No sé por qué te quejas, tú al menos viajas, yo no voy ni a la esquina. ¡Tres meses sin ti serán aburridos! Odio las vacaciones solo porque tú nunca estás. —Se queja mi amiga.
—Te juro que preferiría quedarme encerrada tres meses en el baño a tener que soportar al principito —bromeo y pongo los ojos en blanco.
No soporto a Adler y la sola idea de ir a verlo me pone de muy mal humor.
—Adler no es malo, no sé por qué su presencia te molesta tanto —dice Marcia, aunque sabe que la miraré con odio y ríe con diversión—. Bueno, bueno… ¡yo solo decía! —exclama con un gesto de su mano con el que finge detenerme, por si se me ocurriera atacarla.
Suspiro.
En dos semanas estaré confinada a tres meses junto a Adler, el chico a quien mis padres insisten en que debo querer como un primo o un hermano. Sus padres y los míos son mejores amigos desde hace muchos años, y siempre soñaron que nos lleváramos bien. Y aunque delante de ellos lo hacemos, el chico me parece insoportable. ¡Y vaya que el sentimiento es mutuo!
1.
Besar al sapo
Si había algo que Frieda odiaba más que a Adler era tener que viajar. Aborrecía volar, y más si se trataba de viajes largos, incluso aunque tendría que estar acostumbrada, pues había viajado a Alemania cada año de su vida. Adoraba a sus tíos Niko y Berta, pero la sola idea de volver a ver al pequeño príncipe y tener que aguantar el encierro de horas dentro de un avión, le daba dolor de cabeza.
Todo en él le molestaba, su risa —que según ella sonaba más insoportable que el sonido de su despertador a las cinco de la mañana de un lunes—, su mirada profunda que parecía estar siempre evaluándola y leyendo todos sus pensamientos o su simple presencia.
Llegaron al aeropuerto cerca de las diez de la mañana. Sus padres iban tomados de la mano unos pasos delante de ella, era increíble la forma en que se adoraban, ella los admiraba y los amaba, eran lo mejor que le había dado la vida. Su hermano menor, Samuel, caminaba a su lado emocionado, mientras miraba todo como si fuera la primera vez que estaba allí.
—Me hubiera gustado que Gali estuviera aquí —murmuró.
Galilea y Samuel eran amigos que se consideraban primos y se llevaban pocos meses de diferencia. Ella era la hija de la mejor amiga de su madre, pero en ellos sí había funcionado eso de que se llevaran bien, se adoraban y eran inseparables. Frieda suspiró.
—¡Vamos, Frieda! No puede ser tan malo —exclamó en un intento de animarla.
La casa del tío Niko era grande, tenía patio, piscina, y dos habitaciones de huéspedes que siempre habían estado destinadas para ellos, pues eran los únicos que la ocupaban. En una dormían sus padres y la otra la utilizaban ella y su hermano, aunque él prefería quedarse en el cuarto de Adler, por los videojuegos.
Como era de esperarse, apenas salieron de la zona de desembarque vieron a su familia alemana. El tío Niko traía un ramo de flores que siempre le regalaba a su madre, la tía Berta tenía un cartel que decía: «Willkommen» —bienvenidos, en alemán—, y Adler tenía otro cartel que decía: «Hola, princesita». Frieda rodó los ojos con exasperación y Samuel negó con la cabeza mientras se contenía la risa.
Su madre y su padre abrazaron a la pareja de amigos y luego a Adler mientras ella abrazó a sus tíos. Luego Samuel y Adler se abrazaron, hasta que les tocó el turno a ambos.
—Hola, Fri —la saludó el chico a sabiendas de que odiaba que la llamara así.
—Hola, Frog —murmuró apenas.
Ella había decidido llamarlo así para molestarlo por algo que había sucedido cuando eran niños, pero a él le daba igual.
De camino al estacionamiento, los adultos se pusieron al día con los acontecimientos de sus vidas, Samuel y Adler hablaron sobre un videojuego nuevo que había adquirido este último y Frieda caminó detrás recordándose a sí misma que solo debía fingir por tres meses que ese niñato perfecto le caía bien.
Y es que ese era el pacto que habían hecho cuando tenían diez y once años, habían prometido cumplirlo luego de un inconveniente que lastimó a sus padres y a ellos les costó un castigo, así que solo debían fingir, al menos delante de ellos.
Durante aquellas vacaciones muchos años atrás, Adler había decidido decirle a Frieda que estaba enamorado de ella, de hecho, le había repetido lo mismo durante cada verano, pero la niña lo ignoraba o le respondía que eran demasiado chicos. Sin embargo, aquella vez —y ya cansada de su insistencia—, Frieda le dijo que a ella también le gustaba. Entonces, la niña le propuso que se dieran el primer beso, pero le pidió que lo hicieran frente al lago que atravesaba un parque y que estaba a dos cuadras de la casa.
Fijaron que el beso sería a las seis de la mañana del domingo y que debían escaparse para que sus padres no los vieran salir. Frieda tenía todo planeado y le había dicho a Adler que solo le daría un beso si lo hacía en las condiciones que ella elegía.
Cuando estaban frente al lago, la niña le pidió que cerrara los ojos —porque así era como lo hacían los adultos—, y Adler, emocionado e ingenuo, no puso objeciones. Entonces, Frieda sacó una pequeña rana —que había tomado el día anterior y guardado en una cajita— y se la puso en la boca. Lo que ella no planeó fue que el contacto de la piel de la rana con la boca de Adler le provocara una alergia espantosa. Ella no sabía que esos animalitos tenían algunas glándulas que segregaban un veneno que podía ser peligroso si se acercaba a la boca o a los ojos.
Adler, asustado por la horrible sensación de aquella piel fría y viscosa en sus labios, abrió los ojos y se percató de que acababa de besar a una rana. Frieda soltó al animal en el agua y se largó a reír.
—¡Eres una imbécil y me las vas a pagar por esto! —gritó el niño enfadado y humillado mientras sentía que su boca se hinchaba y se endurecía.
Sin embargo, como en ese momento era mucho más alto que Frieda, logró tomarla con facilidad y tirarla al lago, pero con el enfado olvidó que la niña no sabía nadar muy bien y que el agua estaba helada. Ella se asustó y al no poder tocar el fondo con los pies, empezó a gritar desesperada, segura de que se ahogaría.
Adler se percató de aquello y creyó que ella solo bromeaba, entonces recordó que la niña tenía miedo al agua y nunca solía acompañarlos cuando se bañaban en la piscina. Corrió hasta el lago y se lanzó para poder sacarla de allí. Por fortuna no estaba demasiado lejos y pudo arrastrarla hasta la costa.
Al salir de allí la pequeña lloró y le dio golpes que Adler no respondió. Aunque pensaba que ella tenía la culpa, él jamás golpearía a una chica, aunque se lo mereciera, como creía era el caso de Frieda. Su labio estaba demasiado hinchado y la sensación de ardor y picor lo volvía loco, sin embargo, y aunque le pidió que se detuviera, ella no lo hizo, y teniendo en cuenta que era buenísima en el taekwondo, terminó por ganarse un ojo morado.
Así fue como cerca de las siete de la mañana —cuando sus padres ya despiertos y desesperados se preguntaban por su paradero—, ellos llegaron mojados, lastimados y asustados. Odiándose aún más, si eso era posible.
Luego de mandarlos a bañar y a cambiar, y de que Berta le aplicara al chico algún medicamento natural para reducir la inflamación, los obligaron a sentarse en el sofá uno al lado del otro y les hicieron preguntas como si se tratara de dos presos que se habían escapado de la cárcel.
—¡Fue culpa de él! —exclamó Frieda acusándolo—. Me tiró al lago y casi muero ahogada.
—¡Pero ella me puso un sapo en la cara! —Se defendió Adler.
—¿Cómo y por qué lo hiciste? —preguntó Carolina a su hija quien bajó la cabeza avergonzada.
¿Cómo le explicaría a su madre que había engañado al chico porque este quería darle su primer beso?
—Fue porque hicimos un juego y yo perdí la apuesta. Ella me dijo que besara al sapo como castigo. —Se apresuró a decir Adler y Frieda lo miró sintiéndose aún más culpable.
¿Por qué la defendía o era que acaso no quería que supieran que él la quería besar?
—Sí… Como no me gusta que siempre me esté diciendo princesa Fri, le dije que hiciéramos una apuesta. Debíamos jugar una carrera hasta el lago, si yo perdía él me llamaría así para siempre, si él perdía debía besar a una rana, para ver si así se convertía en un príncipe —añadió Frieda y todos la miraron confundidos.
¿De verdad habían inventado ese juego tan tonto a esa edad?
—Sí sabes que una rana no puede convertirse en príncipe, ¿no? —preguntó Nikolaus preocupado y ella rio.
—El que debía convertirse en príncipe al besar a la rana era Adler —añadió y el niño frunció los puños enfadados. La había defendido, ¿y todavía se burlaba de él de esa manera?
—El caso es que perdí, y me enfadé y la eché al agua —admitió interrumpiendo la risita tonta de Frieda—. Olvidé que no sabía nadar.
—Pero luego fue él quien me rescató —añadió ella mirándolo con algo similar al agradecimiento al recordar el miedo del que fue presa en ese momento.
Al final sus padres quedaron tan confundidos que adjudicaron todo aquello a una simple travesura de niños. Les dieron un castigo y los hicieron prometer que no se harían más daño y que se cuidarían por siempre. También les repitieron todas esas ideas de que eran como hermanos y que los amaban a los dos. Les dijeron que lo peor sería que todos tuvieran que alejarse a causa de sus peleas y que las familias, por más que discutiesen o peleasen, siempre terminaban por perdonarse y solucionar sus conflictos. Los obligaron a pedirse perdón y a abrazarse, y no les quedó otra que cerrar los ojos, aguantarse el asco y el enfado, y hacerlo.
Berta y Carolina se molestaron mucho con aquella travesura, les dijeron que ellas se querían y que era muy triste que ellos se portaran así. Aquello hizo sentir mal a los niños, que cuando quedaron solos hicieron un trato.
—Creo que por nuestros padres tenemos que intentar… llevarnos bien… al menos frente a ellos —dijo la niña y él asintió.
—Yo de verdad te quiero, pero tú eres muy mala —replicó Adler muy dolido—. De todas formas, tienes razón, al menos frente a ellos. Y debemos prometernos ya no hacer esta clase de bromas. ¡Te pasaste con lo de la rana! —Agregó aún enfadado acusándola con un dedo.
—Cierto, y tu casi me matas —replicó ella y enarcó las cejas.
—Bien… tregua delante de ellos —dijo Adler y le pasó una mano para cerrar el trato.
En aquel momento, aceptó también que ella no merecía la pena y que por más hermosa que fuera, por más bellos ojos que tuviera, era una mala persona. Entonces decidió que ya no la querría.
—Acepto —asintió Frieda y tomó su mano.
No le caía para nada bien ese chico, nunca lo soportaría, sin embargo, su madre era feliz allí, en ese sitio. Y no había nada ni nadie más importante para Frieda que su mamá y su papá. Y por ellos debería aguantar a Adler.
Cuando llegaron a la casa, Frieda se excusó, dijo que tenía sueño y fue a encerrarse a la habitación, se dio un baño y se acostó en la cama. Sacó su celular para conectarlo el wifi de la casa y mandarle un mensaje a Marcia.
«Ya estoy aquí, el príncipe sigue siendo un sapo».
Se colocó los audífonos y se concentró en oír música e intentar dormir un rato. Eso sí le gustaba de las vacaciones, dormir, leer y escuchar música.
2.
La noticia
Desde algún rincón onírico, Frieda sintió algo en su oído y lo espantó como pudo; volvió a sentirlo y sacudió su mano una vez más para librarse de aquello que le molestaba. Entonces, oyó una risa que acabó por despertarla y abrió pesadamente los ojos.
—Despierta, princesa Fri —dijo Adler que reía mientras le hacía cosquillas en las orejas con una pluma grande de color blanco, Samuel lo veía muy entretenido mientras esperaba la reacción de su hermana.
—¡Idiotas! —exclamó Frieda levantándose y empujándolos a ambos.
—¡Oh! ¡Qué miedo! —añadió Adler e hizo un gesto como si temblara y ella puso los ojos en blanco, molesta.
—Mamá nos llama para almorzar —dijo Samuel en medio de las risas.
Frieda no hizo caso y se metió al baño para lavarse la cara y acomodarse el cabello. Cuando salió, los chicos ya se habían retirado, así que bajó al jardín donde de seguro estaban todos, pues el tío Niko adoraba cocinar en la parrilla al aire libre.
—¡Frieda, cariño! —llamó la tía Berta, que, con Carolina, preparaba ensaladas.
Al verlas, la muchacha caminó hasta ellas y miró a Adler y Samuel que jugaban a la pelota en el césped.
Su tía le preguntó acerca de las clases, las amigas, los chicos, y todo lo que normalmente hacía a la vida de una adolescente normal, pero en realidad, ella no tenía demasiado que contar. Su madre la miraba y sonreía, sabía que Frieda odiaba esa clase de preguntas, sin embargo, contestaba todas con paciencia y educación.
—¡Princesa! ¿Quieres jugar un poco? —la llamó Adler desde el césped y ella negó.
—Anda, diviértete —insistió Berta con un gesto para animarla—. Adler estaba muy entusiasmado por tu llegada —sonrió.
Frieda se preguntó si los adultos eran tan tontos que no se daban cuenta lo que en realidad sucedía alrededor, o si acaso solo decidían ignorar, porque, aunque ellos disimularan bastante bien, a ella le parecía muy notorio y visible —para cualquiera— que ella y Adler no se llevaban nada bien.
Aunque algo era cierto, a Adler le encantaba fingir que se adoraban y siempre lo hacía delante de sus padres, dejándola en una situación muy incómoda. A veces pensaba que lo hacía adrede, para molestarla, pero también creía que él era de esas personas que vivían para agradar a todos y siempre buscaba ser el bueno de la historia.
Adler era el mejor alumno de su clase desde el primer grado, hablaba cinco idiomas, tocaba el piano y además adoraba leer. Era un chico perfecto, siempre iba bien vestido y peinado, nunca decía malas palabras ni trataba mal a nadie, salvo a ella cuando nadie los veía. Todo eso le chocaba a Frieda, que pensaba —o más bien estaba segura—, que todo en Adler era una fachada, y que bajo esa carita perfecta de niño bueno se escondía alguien a quien nadie conocía. Y es que Frieda odiaba a las personas que vivían para llenar las expectativas de los demás y no eran genuinos.
Se levantó y caminó hacia los chicos para unirse al juego. No tenía ganas de escuchar a su madre pidiéndole que intentara ser amable con Adler. Carolina se daba cuenta de que no le caía del todo bien, pero pensaba que era más bien por el carácter de su hija, algo asocial e introvertida.
—Entonces, ¿te animas? —preguntó Adler acercándose a ella. Estaba sudado y se veía asqueroso a los ojos de Frieda.
—Hueles a sapo envenenado, Frog —susurró ella tapándose la nariz.
—¡Me descubriste! Me puse tu perfume hoy cuando entré en tu cuarto —dijo él con un gesto divertido.
Frieda dio una patada y liberó la pelota que el chico traía entre su pie y el suelo, y empezó a correr tras ella. Samuel se hizo a un lado, sabía por experiencia que era un partido de a dos y no quería meterse en medio de su hermana cuando decidía retar a Adler. Aprovechó para ir a tomar algo fresco y los dejó allí para que se desquitaran. Él sí sabía que no se soportaban.
Adler corrió tras Frieda y se acercó mucho a ella.
—Si me desmayo por el apestoso olor que tienes no cuenta como triunfo para ti —amenazó Frieda, Adler sonrió.
—No pongas excusas, perderás como siempre, Fri…
Cómo todas las veces que decidían competir en algo, aquel partido era como un duelo para ellos. El que ganaba siempre se burlaba del otro durante días, y ninguno de los dos quería dar su brazo a torcer. En ese momento estaban empatados: tres a tres, sin embargo, cuando Frieda pudo recuperar la pelota para intentar llevársela a su arco, Adler se la quitó de nuevo y pateó directo y con fuerza. Entonces ella, al darse cuenta de que perdía, se echó al suelo y fingió llorar.
—¡Ay! ¡Ay! —exclamó y pronto su padre y Nikolaus la buscaron con la mirada.
Adler, que estaba a punto de celebrar su triunfo, escuchó los gritos y, sin entender qué había sucedido, se giró para verla.
—¡Me lastimaste! —Lo acusó.
Adler frunció el ceño confundido ya que ni siquiera la había tocado.
—¿Qué sucedió? —preguntó Rafael acercándose a su hija—. ¿Estás bien?
—Creo que me torcí el tobillo, él me empujó para sacarme la pelota y poder ganar. ¡No es justo si ganas con trampas! —exclamó, observó su tobillo derecho y se lo sobó mientras su padre se acercaba para ayudarla a levantarse.
Adler la miró con sorpresa, ¿de verdad le decía eso cuando era ella quien acababa de hacerlo? ¡Mentía para evitar perder!
El chico odiaba cuando ella manipulaba la situación para quedar como la santa ante sus padres y sus tíos. Lo hacía siempre y no lo toleraba. Frieda se jactaba de ser una chica distinta, independiente y libre, decía que odiaba los estereotipos, pero bien que cuando quería aprovecharse de la situación, se ponía en el plan de niñita débil y mimada.
—¡Yo no hice nada! —Se quejó Adler y levantó ambas manos.
—Eres alto, Adler, a lo mejor fue sin querer… —dijo Nikolaus acercándose para ayudar a Frieda a levantarse.
Entre los dos la colocaron en medio y ella se sujetó del hombro de su padre y su tío mientras fingía que no podía caminar bien y sollozaba.
Adler frunció los puños, enfadado, otra vez se salía con la suya.
—Traeré una pomada para los golpes. —Se apresuró a decir Berta mientras los hombres colocaban a la chica en una de las sillas y la hacían levantar la pierna.
La mujer volvió rápido con la pomada y se dispuso a pasársela por el tobillo a la chica, pero entonces apareció Adler de nuevo.
—Deja mamá, yo se la pasaré, después de todo es mi culpa —añadió y luego miró a Frieda—. Perdóname, Fri —acotó y fingió una mirada dulzona que a Berta la derritió por completo. Ella estaba muy orgullosa de su hijo.
Frieda abrió los ojos en un gesto de desesperación y rogó que su tía no le permitiera tocarla, pero era obvio que no le haría caso. Suspiró frustrada.
—No hace falta, yo la pongo —dijo e intentó tomar la pomada en sus manos, pero Berta se la pasó a Adler.
—Deja que te mime un poco, así lo disculpas por lastimarte —añadió y le pasó el frasco a su hijo antes de volver a lo que hacía.
Adler se sentó y se untó pomada en las manos, luego acarició el tobillo de la chica y la observó a los ojos.
—¿Dónde te duele? —preguntó e hizo presión en una zona—. ¿Aquí? ¿O aquí?
Y presionó de forma más intensa.
—¡Ay! ¡Duele! —masculló Frieda.
—Esa es la idea, princesa, si vas a fingir un golpe, al menos que te duela en serio —susurró él sin borrar la sonrisa cínica de su rostro. Su madre y Carolina miraban la escena desde lejos—. De todas formas, te gané, no vale hacer trampas.
—No ganaste porque me caí antes de que el gol entrara —se quejó ella.
—Te tiraste, querrás decir. ¡Ay, ay, ay, princesita, ya no eres tan temeraria como cuando eras una niña! —exclamó con diversión y negó con la cabeza
—Me las pagarás —musitó Frieda con los labios apretados.
—¡A comer! —gritó Nikolaus y llevó una bandeja de carne a la mesa.
—¿Quieres que te cargue o puedes caminar? —preguntó Adler e hizo una reverencia ante la muchacha.
—Ni te me acerques, sapo —murmuró Frieda y se levantó para caminar hasta la mesa.
—No te olvides de fingir que te duele —susurró Adler y la chica comenzó a renguear. Adler se rio y la siguió a la mesa.
Cuando todos se habían sentado y ya se disponían a servirse, Nikolaus se puso de pie para hablar y dar su discurso de siempre.
—Estoy muy feliz de que la familia esté reunida de nuevo. Quiero darles la bienvenida a esta que ya saben es su casa y esperamos que la pasen muy bien. Además, tenemos una noticia que darles, estoy seguro de que Frieda estará muy contenta —dijo y aquello a la chica le supo a problemas. Cuando su tío hablaba así, siempre tenía que ver con Adler.
—Ha sido una decisión muy difícil de tomar —añadió Berta y colocó una mano sobre la de Adler—. Pero creemos que es lo mejor para nuestro hijo. Él ha decidido ir a la universidad allá, así que queremos pedirles si puede quedarse en su casa, sabemos que es como un hijo para ustedes y consideramos que es lo mejor para él.
Rafael sonrió y asintió con entusiasmo, Samuel aplaudió feliz y Carolina, emocionada, se levantó para abrazar al chico, ella lo adoraba en verdad, lo quería como si fuera su propio hijo.
La única que se quedó petrificada en su asiento, conmocionada con la noticia fue Frieda. Tenerlo en su casa, bajo el mismo techo durante unos cuatro o cinco años, no le parecía nada divertido. Suspiró con impotencia mientras veía a toda la familia feliz.
Su peor pesadilla no sería ese verano, como había pensado, serían todos los días de los siguientes años.
3.
Lucha
Frieda vio pasar los abrazos y las felicitaciones, oyó como había surgido la idea de ir a estudiar a su país, como Adler consiguió universidad, y como sus padres pensaban que un viaje y conocer nuevas personas sería ideal para el chico. Ella solo podía pensar una cosa: «¿Cómo sobreviviría a una vida con Adler bajo el mismo techo?».
Mientras todos hablaban de los planes y almorzaban con tranquilidad, ella sintió que se le cerraba el estómago, apenas terminó de comer, pidió permiso y se levantó para ir a tomar un poco de aire bajo una sombrilla que estaba justo al lado de la piscina. Un rato después su madre se sentó a su lado.
—Parece que no te golpeaste tan fuerte —dijo ya que la había visto caminar como si nada. La chica se encogió de hombros—. Cariño, sé que por algún motivo la relación entre Adler y tú no es de las mejores y no lo entiendo, de verdad. Él es un chico tan dulce, tan bueno, tan…
—¡Basta, mamá! Por favor —interrumpió Frieda con impaciencia, no era buen momento para escuchar lo perfecto que era Adler.
—Bien. De todas formas, tienes derecho a sentirte así, pero debes saber que no puedo decirles que no. No puedo y no quiero. Adler es como mi hijo, yo cuidé de él cuando era pequeñito, incluso podría afirmar que él despertó mi instinto de maternidad. Espero que comprendas que no estoy en posición de negarme a esto, sé que, si tú quisieras venir, ellos te tratarían como una hija, como siempre ha sido.
Frieda asintió, su madre tenía razón y ella no podía decirle nada al respecto.
—Entonces, cariño, tendrán que encontrar la forma de superar estas diferencias que tienen, él es un buen chico, estoy segura de que, si le das una oportunidad, verás que no es tan malo como piensas —añadió Carolina con ternura.
—Agh… ¿De verdad lo vas a defender? —preguntó la joven con exasperación.
—No lo defiendo, Frieda, solo te pido que pongas de tu parte. No soy tan tonta, sé que él también te molesta, solo que es más astuto y entonces eres tú la que queda mal, a eso me refiero. Inténtalo, no es un mal chico, podrían encontrar la forma de llevarse bien o la casa se convertirá en un campo de batalla —añadió—. Dale una oportunidad. Siempre has dicho que odias que la gente te ponga etiquetas o te catalogue de una u otra forma, no hagas lo mismo tú. Déjalo ser y anímate a conocerlo mejor, por ahí terminan cayéndose bien —pidió y tomó con cariño la mano de su hija.
—Lo dudo, ma… pero lo haré por ti —suspiró Frieda con resignación. No sabía cómo lo haría, pero no tenía alternativas.
Durante la tarde, los adultos y Samuel salieron para ir a visitar a una amiga en común. Ni Frieda ni Adler quisieron ir, ella decidió encerrarse en su habitación a leer y escuchar música, sin embargo, sus planes se vieron truncados cuando el chico ingresó al cuarto.
—Como no puedes caminar te traje palomitas y refresco. ¿Vemos una película?
Frieda frunció el ceño, ¿qué estaba mal? ¿Por qué la repentina amabilidad?
—¿Envenenaste las palomitas? —preguntó incorporándose en la cama, cerró el libro, se sacó los auriculares y lo miró a los ojos.
—No, el refresco —rio Adler y colocó todo en la mesa de noche al lado de la cama. Ella enarcó las cejas.
—¿Qué sucede? ¿Qué deseas? Si pretendes ser amable para que te presente a mis amigas una vez que vayas allá, olvídalo, tendrás que conseguir tus propias chicas, no podría desearle algo tan malo ni a mi peor enemiga —respondió y él negó con la cabeza.
—Estamos solos, todos salieron. ¿Por qué no hacemos algo divertido? —dijo acercándose con lentitud, Frieda rio y negó con la cabeza.
—Ni aunque fueras el último hombre del planeta, Adler, olvídalo —respondió ella y fingió que le daban náuseas—. Mira, de solo pensarlo me pongo enferma.
—Qué pena, princesa, pero no tienes opciones, le he echado llave a todas las puertas y si gritas nadie te escuchará —añadió con seriedad, Frieda frunció el ceño y entrecerró los ojos.
—¿Recuerdas que soy cinturón negro, no? —cuestionó irónica, Adler sonrió al recordar las golpizas que le daba de niño.
—¿Y sigues en forma? —inquirió con diversión.
—¿Quieres probar? —respondió ella con gesto amenazador.
—Oh… sí —susurró él y ambos rieron—. Hagamos un trato, juguemos a la lucha, como cuando éramos pequeños. Si yo gano, me dejas hacerte mía —sonrió y enarcó las cejas de manera sugestiva, a Frieda ese gesto le dio risa.
—Suenas como el patético chico malo, tóxico y posesivo de un intento de novela erótica —añadió y puso los ojos en blanco—. ¿Y si yo gano? —preguntó ella.
Adler se encogió de hombros y fingió pensar unos minutos, entonces hizo un gesto exagerado como si se le hubiese ocurrido la mejor idea del mundo.
—Podrás hacer de mí lo que desees —exclamó el chico señalándose a sí mismo—. Seré tuyo —añadió y puso la mano en el pecho para hacer una reverencia exagerada.
—¡Puaj! ¿Estrangularte cuenta? Porque antes de cualquier otra cosa me tomo tu refresco envenenado —dijo Frieda y tomó el vaso en sus manos para beberse el contenido casi sin respirar. Luego se atajó la garganta como si le faltara el aire y fingió caer muerta sobre la cama, Adler rio, en ocasiones ella podía ser muy divertida.
—Bien, hablando en serio, solo quiero una tregua. Digo, viviremos juntos, ¿no? Corrección —dijo y puso una mano en su pecho—. Tendrás el honor de vivir conmigo, y bueno, tenemos que practicar a llevarnos bien, ¿no lo crees?
—Si ganas la lucha, hacemos la tregua —dijo Frieda poniéndose de pie sobre el colchón. Entonces llamó a Adler con las manos para que se animara a pelear con ella. Este la miró pensativo.
—¿Y si pierdo? —cuestionó.
—Obvio que perderás, iluso. Y cuando eso suceda, tendrás el placer de ser mi esclavo por una semana, me atarás los cordones, levantarás lo que se me cae y me servirás la comida. Además, harás las tareas domésticas que me toquen hacer a mí —añadió.
—¡Otra vez con eso! —bufó y puso los brazos en jarra—. Siempre la misma prenda, nada original lo tuyo, princesa Fri.
—Hace como cinco años que no luchamos, la última vez que fuiste mi esclavo no lo hiciste bien y mamá me regañó por haber barrido mal la sala. Espero que hayas mejorado —dijo mientras lo llamaba y pasaba su peso de un pie al otro. Él sonrió.
—Puedo ser tu esclavo sexual, si lo deseas —añadió y entonces ella se quedó quieta.
—Lo peor de todo esto es que, aunque cuando eras niño no tenías mucho cerebro, ahora que has crecido, la única neurona que te funciona solo piensa en sexo —bufó—. Admite que no te animas a enfrentarte a mí —dijo sentándose de nuevo en la cama.
—¡Ya quisieras! —añadió Adler atacándola entonces.
Iniciaron la lucha como lo hacían cuando pequeños. Era el único juego en el cual ambos se sentían cómodos y durante el cual hacían tregua. Al principio, sus padres regañaron a Adler por tratar así a una niña, pero luego se dieron cuenta de que era ella la que iniciaba el juego, pues practicaba todo lo que aprendía en clases de taekwondo, además, nunca se lastimaban en serio y siempre ganaba Frieda. No sabían si era porque en realidad lo vencía o porque él la dejaba ganar, de todas formas, cuando iniciaron la adolescencia, a sus padres les pareció que ya no era un juego apropiado para ellos y les pidieron que se detuvieran.
—¡Esto es divertido! —dijo Frieda mientras le daba un golpe que Adler detenía.
—Si nos ven nos van a regañar —añadió él mientras caía sobre el colchón empujado por Frieda que ahora se le subía encima.
—¡Tienes miedo! ¡Tienes miedo! —exclamó ella con entusiasmo mientras golpeaba su torso, que ahora era mucho más fornido de lo que recordaba.
—¿De una princesita indefensa que debe fingir un golpe para ganar un partido? —inquirió Adler sujetándole las muñecas para evitar más golpes.
—¿No te dije mil veces que no soy una princesa? ¡Soy una superniña! —grito Frieda como si tuviera ocho años de nuevo.
Adler sin soltarla la empujó y quedó encima. Frieda se sacudió debajo del chico mientras intentaba darle una patada en su zona sensible para que él perdiera fuerzas. La observó divertido intentar zafarse de su agarre, se sentía orgulloso por haberla reducido, eso era algo casi imposible años atrás. Pero entonces ella dejó de moverse, se quedó tiesa y lo observó a los ojos. Él se perdió por un instante en el verde intenso de su mirada, ella se mordió los labios y parpadeó algunas veces. Adler bajó la vista y entonces se dio cuenta de la escena que montaban.
Ella estaba tendida en una cama desarreglada. Su blusa se había desprendido y dejó parte de su abdomen visible, sus cabellos despeinados enmarcaban sus armoniosas facciones y su bella mirada. Todo sucedió muy rápido, pero para Adler fue suficiente, ella ya no tenía ocho años y era aún más hermosa que en ese momento. De pronto se sintió incómodo y entonces la soltó.
Frieda aprovechó su debilidad para enroscar un brazo y una pierna y tumbarlo. Ella estaba adiestrada para hacer aquello, encontrar un momento de flaqueza y quebrar al enemigo. Adler cayó sobre la cama y ella volvió a sentarse sobre él.
Levantó los brazos victoriosa y gritó emocionada.
—¡Gané! ¡Gané! ¡Eres mi esclavo por una semana!
Parecía una niña, pero ya no lo era y las hormonas de Adler respondían a lo que él acababa de notar. Por más que quisiera regresar al momento inocente, el cuerpo de Frieda sobre el suyo, su blusa semidesprendida con la piel al descubierto mientras ella festejaba su triunfo y la posición en la que se hallaban, hizo que su cuerpo reaccionara.
Cuando Frieda se percató que algo se despertaba abrió grandes los ojos con sorpresa. Adler se había puesto rojo de la vergüenza. La joven lo miró sin saber qué hacer y entonces bajó de golpe, la situación se había vuelto incómoda.
Adler se puso de pie sintiéndose confundido y avergonzado, y salió de la habitación lo más rápido que pudo. Frieda se quedó tiesa, se sentó en la cama sin saber qué hacer o qué pensar. Se sentía incómoda y no supo cómo reaccionar al respecto, entonces decidió que la lucha ya no era un juego para jugar con Adler.
Se levantó y arregló su cama en un intento por hacer pasar el rato. Luego observó las palomitas y los refrescos que él había dejado en la mesita, sintió un poco de compasión por él, así que los tomó en sus manos y se dirigió a su cuarto.
—¿Puedo? —preguntó.
—Pasa… —respondió Adler desde adentro, ella ingresó.
—¿Qué pasó con la película? —inquirió.
El chico estaba sentado en la cama y se veía algo turbado.
—Pensé que… bueno… yo…
—Tranquilo, Adler… no pasa nada —sonrió ella.
No quería que él se sintiera mal por algo que no era culpa de ninguno de los dos.
—Bien, supongo que perdí… —dijo el chico encogiéndose de hombros—. Así que soy tu esclavo por una semana.
—Tengo una idea: ya que tú ganaste el partido y yo la lucha, hagamos una tregua de una semana, ¿qué tal? —preguntó y él sonrió.
—Me gusta cómo suena eso. ¿Qué película quieres ver? —dijo él y buscó entre sus películas.
—¡Una de romance! —exclamó ella.
—¿Te has vuelto así de aburrida? —preguntó él viéndola raro—. Veamos una de terror, mejor.
—No, no me gustan. Veamos la de siempre —dijo ella encogiéndose de hombros.
—La de siempre será —asintió él y buscó una que tenía guardada en otro sitio.
Entonces ella lo vio colocar la película. Quizá después de todo su mamá tenía razón y él no era tan insoportable como creía. Si se ponía a pensar, de chicos habían hecho algunas cosas juntos y solían divertirse, las luchas y ver Spiderman eran rutinas que no estaban tan mal.
—¿Sigues usando boxers de Spiderman? —preguntó entonces Adler mientras se sentaba a su lado para ver la película. Se le notaba la intención de molestarla, ya le había pasado la vergüenza.
—Mejor no hablemos de mi ropa interior, no sea que termines queriendo jugar a luchar de nuevo. Porque no puedo jugar si haces trampa, yo no tengo espada —añadió ella y Adler volvió a sonrojarse.
Ella lo empujó con el hombro para minimizar sus palabras.
—Estamos en tregua, recuérdalo, Adler —añadió y él asintió.
—Me agrada… espada… suena grandioso —bromeó.
—Sí… ya quisieras. Solo intentaba ser amable, creo que cuchillo, o navaja le quedaría mejor —siguió ella.
—No me obligues a tener que desenfundarla para mostrártela —dijo y tomó el control de la película. Frieda rio sintiéndose cómoda.
—Dios, no… eso sería asqueroso y luego de verlo no me quedaría más que suicidarme —añadió e hizo un gesto en señal que moría.
—Hoy no estás tan aburrida como siempre, princesa Fri —añadió él observándola con una sonrisa en los labios.
—Ni tú tan insoportable, Frog —respondió ella encogiéndose de hombros.
Entonces comenzaron a ver la película.
4.
Tregua
Frieda no recordaba unas vacaciones en Alemania tan divertidas desde que tenía como nueve años. Era cierto que Adler siempre le había caído mal, pero entre los niños las cuestiones solían ser más sencillas, se pasaba del amor al odio en muy pocos minutos, y por más que la mayor parte del tiempo el chico solía disgustarle, cuando jugaban o compartían momentos de diversión, se olvidaba un poco de aquello y disfrutaba, al menos hasta la próxima rencilla.
Los días de la tregua fueron bastante cómodos e incluso divertidos. Frieda dejó de sentirse amenazada y de estar todo el tiempo a la defensiva para relajarse un poco, Adler dejó de molestarla y evitó ponerle motes que a la chica no le agradaban.
Salieron en familia a recorrer sitios, a comer, a ver películas, e incluso, compartieron salidas entre los tres —Frieda, Adler y Samuel— a lugares más juveniles donde el chico los llevó y les presentó como sus primos a todos sus amigos.
—¿Vamos a bailar el viernes? —le preguntó Adler esa tarde de miércoles.
La semana de tregua había terminado hacía unos días, pero ambos parecían querer seguirla de forma intrínseca.
—¿A bailar? ¿A dónde? No sé, no es que me divierta demasiado con esas cosas —respondió Frieda mientras se pintaba las uñas de negro.
—Es el cumpleaños de una amiga, nada serio. Será una fiesta divertida —insistió Adler.
—Hmmm, no sé si me darán permiso. No me dejan salir mucho a esa clase de eventos —suspiró con resignación.
—Yo hablaré con tus padres, no podrán resistirse ante mis encantos —bromeó.
—Nadie puede con el príncipe perfecto, el joven Adler, ¿no es así? —comentó Frieda y él asintió con diversión.
—Algo así —susurró.
—Mmmm… pues no sé… Quizás, aunque no traje ropa de fiesta tampoco —dijo encogiéndose de hombros. La verdad era que salir no le apetecía demasiado.
—No hace falta que llamemos al hada madrina y te convierta las calabazas en carrozas, es un encuentro casual, entre amigos.
Frieda lo miró, puso los ojos en blanco y bufó, Adler levantó las manos en señal de rendición y rio.
—Bien… iré —susurró—. Si les hablas a mis papás y me dejan, claro.
—Fíjate cómo los convenzo —añadió Adler y salió del cuarto llamándolos—. ¡Tía Caro, Tío Rafa!
Frieda lo siguió divertida y expectante, y escuchó como Adler pedía permiso a sus padres para que la dejaran ir con él, prometiéndoles que la cuidaría. Se rio ante la idea tan estúpida de que ella necesitara que alguien la cuidara, y menos que ese alguien fuera Adler. Sin embargo, sabía que a su padre le encantaría escuchar algo así y que sería la única manera para que le dieran permiso. Vio como Adler abrazaba a su madre y le plantaba besos en la mejilla para intentar aflojarla mientras ella reía encantada.
Carolina amaba a Adler y este era en extremo cariñoso con ella, a veces, Frieda pensaba que lo hacía a propósito, para molestarla poniéndola celosa, pero otras, decidía creer que él solo era así, cariñoso y extrovertido, espontáneo y atento con aquellos que amaba. Porque de algo sí estaba segura, Adler adoraba a su madre tanto como ella a él.
Como era de esperarse el chico consiguió el permiso y luego fue a decírselo, la encontró en el pasillo espiando la conversación así que puso una cara de «te lo dije» y ella sonrió.
El viernes llegó pronto, Frieda no sabía bien qué ponerse, la ropa no era algo que a ella le importase demasiado, siempre prefería la comodidad a la moda, pero no tenía idea de qué clase de fiesta era y qué tipo de gente iría.
Se decidió por un pantalón ajustado de color negro y una blusa con tonos oscuros algo transparente debajo de la cual se puso un top negro para no dejar a la vista demasiada piel, luego se arregló el pelo. No se maquilló, nunca lo hacía y no entendía por qué a sus amigas les gustaba tanto llenarse de colores el rostro. Marcia siempre se pintaba mucho y Frieda pensaba que así no solo estropeaba su piel, sino que además tapaba esa frescura o naturalidad que caracterizaba a su amiga.
Observó su celular y se dio cuenta de que aún faltaban unos veinte minutos para la hora que habían quedado en salir. Fue hasta la cocina y se preparó un sándwich antes de llamar a Marcia.
—¡Hola, Frieda! —exclamó su amiga contenta de oírla.
—¡Marcia! ¿Cómo estás? Necesitaba escucharte por eso llamo —sonrió.
—¿Pasó algo? —preguntó la muchacha algo asustada.
—No, solo te extraño. ¿Qué haces? —cuestionó mientras volvía a la habitación.
—Nada, cuido a mi hermanito, mis padres salieron, ¿tú?
—No lo vas a creer, y no vayas a burlarte, pero voy a salir con Adler —susurró para que nadie la oyera.
—¡¿Qué?! —exclamó Marcia ante la sorpresa—. ¿Es en serio? ¿Quién eres y qué has hecho con mi amiga? —añadió risueña, Frieda rodó los ojos y rio también.
—Supongo que es por lo de la tregua, que te había comentado el otro día —dijo ella.
—Sí, lo recuerdo, ¿pero no era solo por una semana? —inquirió Marcia.
—Bueno, supongo que se extendió por unos días. No sé, estamos bien así, veremos hasta cuándo dura —respondió encogiéndose de hombros, como si su amiga pudiera verla.
—Quizá su paso por nuestras tierras no sea una pesadilla como lo predijiste entonces —añadió Marcia—. ¡Muero por conocerlo! —exclamó.
—Sí… o no. No lo sé, no creo que nos llevemos bien por demasiado tiempo —respondió.
—¿Y a dónde irán? ¿Es como una cita? —quiso saber su amiga.
—¿Qué? ¡No! O sea, una cosa es la tregua y otra muy distinta una cita con el sapo. No, no, no… —Negó con la cabeza y la escuchó reír del otro lado—. Me lleva a un cumpleaños de una amiga o algo así —añadió.
—¡Genial! ¡Diviértete! —añadió Marcia.
Luego conversaron un poco acerca de nada en especial hasta que Frieda lo vio en el umbral de su puerta con una media sonrisa y la cabeza ladeada hacia un lado en un gesto de que ya era hora.
—Ya me voy, Marcia, te hablo luego —dijo y se despidió.
Adler vestía jeans oscuros y una camisa negra que traía remangada hasta el codo. Llevaba los primeros dos botones desabrochados, lo que hacía que su torso se viera más ancho. El primer pensamiento de Frieda al verlo fue: ¡Wow! Y luego sacudió la cabeza para borrar aquel asombro de su mente.
Adler no era feo, era muy rubio —como su padre y la mayoría de los alemanes— y con ojos claros, alto, y aunque no era demasiado musculoso, se lo notaba fuerte. Pero Frieda no se fijaba en eso, no es que no le gustaran los chicos, pero no le agradaban los que se veían muy guapos, pensaba que esos eran siempre sinónimo de problemas o demasiado vacíos, así que había salido con un par de chicos que no se veían como modelos de revistas para adolescentes.
Alexis fue su primer novio, era un chico dulce y bastante inteligente, lo había conocido cuando tenía cerca de catorce años y tomó unos cursos de ajedrez a recomendación del maestro de matemáticas que le veía mucho potencial y se lo recomendó a sus padres. Alexis y ella se pusieron de novios y estuvieron juntos por casi cinco meses, hasta que ella se cansó y terminó con la relación. Tener novio le parecía aburrido y el romance no era lo suyo. Sus amigas disfrutaban de las rosas y los chocolates, pero a ella eso —y tener a Alexis todo el día diciéndole cosas tiernas— le abrumaba.
Su segundo novio se llamaba Renato y era un compañero de la escuela. No era ni lindo ni feo, ni alto ni bajo, ni popular ni invisible, solo un chico normal que llamó su atención por su gran amor por la música. Era alguien con quien podía conversar de cualquier tema y que no se preocupaba por caer bien ni por lo que los demás pensaran, a Frieda le gustaba su espontaneidad. Sin embargo, no funcionó porque Renato decidió que ya no la quería y terminó con ella, dos días después ya estaba de novio con Julieta, una chica dos años mayor que ellos.
Ese fue un golpe para Frieda, y fue en ese entonces cuando derramó sus primeras lágrimas por amor, o quizás por enfado. También fue allí cuando decidió no volver a enamorarse hasta ser mayor y más madura, pues llegó a la conclusión de que los chicos de su edad eran tontos y demasiado hormonales.
—Estás bonita —dijo Adler mientras caminaba hacia el auto.
Su padre le había prestado el coche y los cuatro habían salido a despedirlos al pórtico de la casa.
—¡No tomes, Adler! ¡Mira que te llevas a mi niña contigo! —exclamó Rafael y Frieda sonrió. Su padre era muy protector, y aunque a veces le molestaba, también le agradaba.
—No tomaré, tío. Tranquilo —replicó Adler—. Tu princesa está a salvo conmigo —bromeó y se metió al auto. Frieda le dio un golpe en la rodilla—. ¡Auch!
—Compórtate, no arruines la noche —le pidió.
—Me gustaría saber por qué odias tanto a las princesas. ¿Qué te hicieron? ¿Te aparecieron en alguna pesadilla cuando eras niña y te comieron el corazón o algo así? ¡No es normal! —bromeó.
—No las odio, las respeto, solo no soy una de ellas y no me gusta que me comparen. Es decir, no todas las niñas queremos ser princesas. No me molestan, me molesta la gente que porque eres niña, dulce o bonita te llaman así. Siento como si me encasillaran en una forma de ser que no me gusta —añadió.
—¿Y quién te dijo que tú eres dulce y bonita? Ni siquiera estoy seguro de que seas una niña. ¡Vamos, ni siquiera tienes pechos! —rio Adler y señaló su torso, Frieda sintió que la magia acababa.
¿Qué necesidad tenía de molestarla constantemente por cualquier cosa?
—¿Qué tal si me bajo y vas solo? —añadió y fingió que abriría la portezuela del auto.
—¡No! ¡Es broma! ¡Perdón! —se excusó y la tomó del brazo para impedir que lo hiciera.
—No sigas poniéndote pesado, ¿ok? —amenazó Frieda y Adler solo asintió.
El resto del camino escucharon música y conversaron sobre la ciudad y la vida nocturna. Cuando llegaron, Frieda se mostró ansiosa, no le agradaba sentirse fuera de lugar y allí no conocía a nadie.
—Nunca pensé decir esto, pero, no me dejes sola porque no conozco a nadie —pidió.
—Repítelo, por favor —dijo Adler observándola con diversión—. ¿Que no te deje sola dijiste? —Ella puso los ojos en blanco.
—No, es en serio. No soy muy buena para socializar con gente nueva —añadió y suspiró para intentar calmarse.
—Dejémoslo en que no eres buena para socializar —añadió Adler, Frieda lo miró amenazante, no era momento de bromas.
—¿Por qué te pones tan insoportable? ¡Ya me estoy arrepintiendo de haber venido!
—No te dejaré sola, tú tranquila —prometió Adler regalándole una sonrisa e hizo un gesto para que ingresaran al lugar.
Frieda tomó aire de nuevo y lo siguió.
5.
Te odio
Apenas ingresaron a la fiesta Frieda entendió que Adler era bastante apreciado entre sus amigos, todos lo saludaban y le daban la bienvenida. Él la presentaba como su prima —porque era más sencillo— y le decía los nombres de los chicos, aunque ella no recordara ninguno ya que no era muy buena con eso y menos con nombres en alemán.
Al final se acercaron a la mesa donde había comida y bebidas. Un chico se mantuvo con ellos, se llamaba Burke y se veía bastante guapo, parecía ser muy amigo de Adler y conversaban en alemán sobre una chica. Frieda no prestó demasiada atención pues estaba concentrada en probar un poco de cada una de las comidas que allí había.
No se dio cuenta de cuánto tiempo pasó, pero cuando se giró para ver a los chicos, Adler había desaparecido.
—Tranquila, vuelve enseguida —dijo Burke—. Me pidió que te cuidara.
—No te preocupes, me cuido sola —respondió en fluido alemán.
—¿Quieres que vayamos a dar una vuelta? Puedo mostrarte el lugar.
—Bueno… —aceptó Frieda sin mucho más que decir.
Burke la llevó a recorrer la casa, había jóvenes en todos los sitios, algunos tomaban algo, otros bailaban y algunos conversaban en el jardín, había un grupo que jugaba a las cartas en medio de una sala. Se notaba que todos eran de la edad de Adler, y ella se sintió algo pequeña y perdida.
—Iré a traer algo de tomar —dijo Burke cuando llegaron al jardín, ella asintió y quedó sola en el sitio.
Burke se tardó un poco más de la cuenta, lo que hizo que Frieda se sintiera algo tensa. Ingresó de nuevo a la casa y buscó entre la muchedumbre a ver si encontraba a Adler, ¿a dónde se habría metido?
—¿No viste a Adler? —preguntó a uno de los jóvenes que le había presentado más temprano.
No recordaba su nombre, pero sí su rostro pues traía el pelo con rastas y un enorme aro en forma de círculo colgaba de su oreja derecha.
—Creo que entró a la biblioteca —dijo y señaló una puerta que quedaba cerca.
A Frieda le pareció extraño que ingresara a la biblioteca en medio de la fiesta, pero de Adler podía esperarse cualquier cosa. Caminó en esa dirección para ver si lo encontraba allí. Abrió la puerta y se percató de que, en efecto, de Adler podía esperarse cualquier cosa, incluso algo que ella no imaginaba.
Allí estaba él, de espaldas a ella, con los pantalones en la rodilla. Una chica —cuyo rostro no alcanzaba a ver— estaba rodeándolo con las piernas y sentada en un escritorio justo frente a él.
Aquello le pareció asqueroso, repugnante y horrible. Salió de allí lo más rápido que pudo, encolerizada, molesta, al borde de la histeria. Pensaba irse, sin más, pero Burke la encontró cuando salía de la casa.
—¡Hey! ¿A dónde vas? —exclamó.
—¡Lejos de aquí! —respondió Frieda molesta y sin poder controlar su rabia.
Se sentía humillada, abandonada. El imbécil de Adler la había dejado a su suerte luego de haberle prometido que se quedaría a su lado, y lo había hecho para ir a… Ni siquiera podía ordenar sus pensamientos.
—¡Vamos! Ven conmigo, necesitas calmarte —dijo Burke tomándola de un brazo—. Toma un poco de esto.
