Mi hogar eres tu - Araceli Samudio - E-Book

Mi hogar eres tu E-Book

Araceli Samudio

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Beschreibung

"De a poco, las piezas se acomodan en la vida de Grecia: tiene un buen trabajo, alquila un departamento que le gusta, su amiga Anto vive en el mismo edificio y Pachi, su pequeña hija, que tiene un trastorno del espectro autista, progresa día a día. A Grecia no le pesa ser madre soltera: disfruta la vida con Pachi, comparte la pasión de su hija por el cielo nocturno, las estrellas, los planetas y todos los matices del color violeta. Los dolores de un pasado muy duro están bajo llave, como también lo está su corazón. O al menos eso cree, porque cuando Santiago, ese compañero de trabajo tan carismático y seductor, se cruce en su camino, el viejo sueño de tener un hogar brillará con más fuerza que todas las estrellas y reclamará su lugar en el rompecabezas que esta joven responsable y encantadora armó con tanto cuidado. Con gracia, delicadeza, humor inteligente y el romanticismo más profundo, Araceli Samudio nos regala una historia de amor inolvidable, de esas que hacen llorar y reír de emoción, y que también nos transforman."

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Seitenzahl: 313

Veröffentlichungsjahr: 2025

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De a poco, las piezas se acomodan en la vida de Grecia: tiene un buen trabajo, alquila un departamento que le gusta, su amiga Anto vive en el mismo edificio y Pachi, su pequeña hija, que tiene un trastorno del espectro autista, progresa día a día.

A Grecia no le pesa ser madre soltera: disfruta la vida con Pachi, comparte la pasión de su hija por el cielo nocturno, las estrellas, los planetas y todos los matices del color violeta. Los dolores de un pasado muy duro están bajo llave, como también lo está su corazón.

O al menos eso cree, porque cuando Santiago, ese compañero de trabajo tan carismático y seductor, se cruce en su camino, el viejo sueño de tener un hogar brillará con más fuerza que todas las estrellas y reclamará su lugar en el rompecabezas que esta joven responsable y encantadora armó con tanto cuidado.

Con gracia, delicadeza, humor inteligente y el romanticismo más profundo, Araceli Samudio nos regala una historia de amor inolvidable, de esas que hacen llorar y reír de emoción, y que también nos transforman.

Araceli Samudio es escritora. Nació y vive en Asunción, Paraguay.

Madre, esposa, docente y también emprendedora, la autora es un referente en novela romántica, género que le permite desplegar su sensibilidad, su talento para contar historias y la mirada atenta y comprometida con problemáticas del presente.

Entre sus publicaciones, se destacan La chica de los colores (2017), Tu música en mi silencio (2017) y Con los ojos del alma (2018); estas tres novelas integran la serie “Amor en un mundo inclusivo”, que publicó Nova Casa Editorial, España.

Es autora de la trilogía Lo que me queda de ti (2019) y de las novelas Sueños de cristal (2017), La pareja imperfecta (2020), Ni el cielo ni el infierno (2022) y Cuéntame un secreto (2022), entre otras.

Mi hogar eres tú, finalista del Certamen Lidia María Riba (2022), es su primera novela en el sello VeRa.

A mi mamá, que supo sacarnos adelante sola a pesar de todas las dificultades que tuvo en la vida. Porque gracias a ella soy quien soy.

Las personas no somos más que una capa tras otra de secretos. Motivos ocultos, enterrados en nuestros corazones, que nos da miedo compartir. Y, aun así, esperamos que los demás confíen en nosotros sin albergar dudas, como un salto de fe al que te lanzas con los ojos cerrados.

 

Cuando no queden más estrellas que contar,

María Martínez

Inicio

 

Son las cuatro en punto y yo la veo lista. Se ha puesto una falda violeta con volados y abajo lleva unas calzas floreadas. Trae una camiseta negra con una luna en medio, me la hizo comprársela la semana pasada, cuando fuimos a la tienda por un regalo para el cumpleaños de su amiguita, Tina. La usa hace cuatro días, hoy tendré que ver la manera de negociar con ella para poder lavarla.

–Son las cuatro –informa como si yo no lo supiera–, ha sonado ya la alarma de mi reloj –comunica y señala el reloj que le ha regalado Anto por su cumpleaños. Es uno de esos relojes infantiles con GPS incorporado que te permite saber dónde está tu hijo a cada rato.

–Ya vamos –comento mientras termino de vestirme.

Salimos de la mano camino al parque; es un domingo tranquilo, uno de esos días en los que el mundo parece estar en pausa. Amo los domingos en el parque porque han sido mi escondite desde los diez años.

Siempre fue mi momento de paz, mi escape del mundo y sus problemas, mi instante de magia. Llegaba cada domingo al parque más cercano de la casa en la que estuviera viviendo en ese momento y me sentaba en un banco a observar la vida. Amaba ver a las madres con sus hijos pequeños cuidándolos con tanto cariño, a los niños jugar con sus hermanos, a los padres enseñar a sus retoños a andar en bicicleta o a patear una pelota. Era algo tan lejano a mí, algo que nunca había experimentado, algo que anhelaba con locura: ser parte de una familia, tener un hogar.

Los años pasaron y yo seguí yendo al parque cada domingo. cuando era una adolescente comencé a observar a las parejas. Yo ya era grande para conseguir el sueño de que mi padre me enseñara a andar en bicicleta o mi madre me recogiera el pelo en dos trenzas, pero quizá no lo era para formar mi propio hogar, enamorarme de un chico que un día se convirtiera en ese padre y yo en esa madre para alguien más, darle a ese niño o niña el amor y el hogar que yo no tuve.

Pero a veces hay que aceptar que no podemos tener todo lo que queremos, que algunas ilusiones solo se quedan en eso, en ilusiones o sueños rotos que no se llegarán a cumplir nunca. Sin embargo, no todo es tan malo y nunca olvidaré lo que me dijo una vez una maestra en quinto grado, cuando mi mundo comenzó a desmoronarse.

–No todo puede ser tan malo, Grecia, y si miras con atención, hay cosas buenas que salen de las cosas que en principio parecen malas.

Y aquí estoy yo, con mis veintiocho años, siendo la madre que alguna vez deseé para mí.

–¿Vas a ir a jugar a los columpios? –inquiero mientras ajusto el moño del cabello de Paz.

–Sí, tú quédate aquí.

Sonrío y la beso en la frente, luego me siento en el mismo banco de siempre, en el que está más cerca, desde donde la puedo ver y ella a mí. La miro correr hasta el columpio, pero se detiene de inmediato. Un niño ha llegado antes que ella y se ha sentado en el columpio violeta, el que ella considera de su propiedad por ser de su color favorito.

–¡Ese es mi columpio! –exclama–. ¡Te ordeno que te bajes de allí, de inmediato!

Me pongo alerta y miro alrededor, hay muchas personas y bullicio, espero que nadie repare en ella.

–¿Estás loca, niña rara? –inquiere el chico que parece de su misma edad o quizás uno o dos años más grande.

–¡Te he dicho que salgas! –ordena Paz y puedo ver que sus manos se abren y se cierran una y otra vez.

A sabiendas de lo que está por venir, me levanto y camino hasta ella para evitar que se descontrole, o al menos intentarlo. Miro alrededor para ver si no aparece la madre del niño y esto va a mayores.

Suspiro, respiro y cuento del uno al diez en lo que llego a ella.

–Pachi, ¿por qué no esperas un rato a que el niño termine de jugar? Quizá podrías columpiarte en el amarillo –digo y señalo el de al lado. Me he agachado para quedar a su altura.

–¡No! –exclama–. ¡El amarillo no es mío, el violeta lo es!

–No me voy a ir de aquí hasta que anochezca –canturrea el niño con una sonrisa burlona y yo sé que esto se descontrolará de inmediato.

Pachi comienza a patalear y las lágrimas fluyen de sus ojos.

–Es domingo, es mi turno del columpio violeta, mamá. Sácalo, por favor… –implora.

–No puedo, corazón –digo y la abrazo–, él tiene derecho a usarlo tanto como tú, apenas se canse se bajará y será tu turno.

–¡No! –exclama en un grito–. ¡Dijo que no se iría hasta la noche y nosotras en dos horas volveremos a casa!

Suspiro. Pachi tiene problemas para entender el lenguaje, lo entiende todo de manera literal y es muy difícil explicarle que el niño solo la está molestando.

En cuestión de segundos mi bella hija está desbordada, llora, patalea, se estira el cabello y se tira al suelo. Todo el parque nos está mirando, la madre del niño se acerca y lo llama, no sin antes echarme una mirada asesina. Él baja de la hamaca, pero ya es tarde, Pachi ha salido de sí y está en medio de una rabieta.

Intento abrazarla, calmarla, que me mire a los ojos, que hagamos los ejercicios de respiración, pero nada funciona.

–Lo que le hace falta es una buena paliza –musita una madre que pasa al lado.

Estoy acostumbrada a esos comentarios, a quedar siempre como una mala madre incapaz de controlar a su hija que a los siete años sigue haciendo rabietas como si tuviera dos.

–¡Mis hijos jamás me avergonzarían así en público! –exclama con orgullo otra mujer a lo lejos.

Siento tanta vergüenza, pero estoy tan acostumbrada a esta sensación. Lo peor es que luego me asalta la culpa por avergonzarme de mi hija. Me siento tan mala madre, tan incapaz, y es frustrante. A pesar de todo lo sigo intentando, trato de que Pachi respire y se calme.

Tengo ganas de echarme a llorar con ella, de tirarme al suelo y hacer pataletas a la espera de que alguien me vea, de que todas estas madres perfectas cuyos hijos perfectos de siete años ya no hacen berrinches, se enteren de que no todos los niños son iguales, que algunos son especiales y tienen más dificultades, que a algunas madres nos toca lidiar con hijos con trastornos del espectro autista (TEA) y que lo único que necesitamos del mundo es un poco más de comprensión y empatía.

Y cuando pienso que Pachi no se calmará jamás, siento el peso de una mano sobre mi hombro y su llanto cesa de pronto.

Capítulo 1 Juicios

Grecia

Varios meses antes

Me incorporo en mi silla al sonido del teléfono, Anto me avisa que Pedro nos llama para la reunión semanal, tomo las carpetas de mi escritorio y voy hasta su oficina. Allí ya están Olga y Alejo, saludo, me siento en mi sitio y espero a que lleguen los demás.

Un rato después, Santiago ingresa a la sala de reuniones con su típica sonrisa cargada de seguridad en sí mismo. Nos saluda y se sienta en su sitio sin dejar de mirar su celular y sonreír. Lo miro de reojo, es el pequeño gusto que me doy en cada reunión: deslizo mi vista por sus rizos salvajes y dorados, por sus ojos color miel y la mandíbula cuadrada que le da ese aspecto tan varonil. Su labio inferior es un poco más grueso que el superior y cuando se curvan en una sonrisa dejan ver unos dientes perfectamente alineados. A veces, como hoy, trae una barba de un día que le da un toque rebelde que se contrapone con sus trajes perfectos y sus corbatas de diseñador. Observo sus manos masculinas tipear algo en su teléfono, su sonrisa se ensancha más y afloja un poco el nudo de su corbata. Es uno de los hombres más guapos que he visto en mi vida y me encanta observarlo de vez en cuando, de lejos, sin peligros, sin problemas.

Levanta la mirada segundos antes de que Pedro entre en la sala, sus ojos se fijan en los míos y yo bajo la vista con velocidad, me ha pillado y resulta incómodo.

–Buenos días –saluda Pedro y yo agradezco que haya llegado justo en este momento. Todos respondemos al saludo–. Tengo algunas noticias que comentarles…

Comienza a hablar de las ventas de la semana pasada, los tratos cerrados y los que están a punto de cerrarse, luego nos presenta la lista de nuevos clientes y explica las condiciones de algunas casas.

Trabajo en esto desde hace casi cinco años y lo disfruto mucho; vender casas, mostrarles las opciones a las familias que buscan formar un hogar es hermoso, me llena de satisfacción observar a las parejas jóvenes elegir su primer nido, a las familias buscar una casa que se adecue a sus necesidades, es genial cuando encuentran la que les gusta, es como si de inmediato pudieran ver cómo se desarrollarán sus vidas bajo ese techo. Es un poco como ir al parque para mí, me permite espiar en la vida de los demás, ver desde afuera aquello que nunca pude ni podré tener.

No me quejo, vivo en un pequeño departamento arrendado de dos habitaciones. No es grande, pero es mucho más de lo que alguna vez tuve y estamos muy bien allí.

A estas alturas ya me he resignado a jugar con las cartas que la vida me ha dado, no es que me queje, no es que reniegue, no es que me haya rendido, solo es que he decidido sacar a mi hija adelante a como dé lugar. Ella es mi prioridad y haré lo que sea necesario para que esté bien. Con mi trabajo y lo que gano en las comisiones de las ventas que cierro, puedo pagar todos sus tratamientos y su escuela, y mis necesidades han pasado a segundo plano. Anto dice que debería relajarme un poco más y darme más tiempo para mí, salir, conocer gente. Pero no es sencillo.

–Habrá algunos viajes de aquí en más –informa Pedro–. La empresa se está expandiendo a otras ciudades y tendrán la opción de viajar a concretar ventas en las mismas. Si no pueden o no quieren, avísenme para que yo sepa con quiénes puedo contar para este proyecto.

–¡Yo puedo! –exclama Santiago muy emocionado.

Yo suspiro, viajar es casi imposible para mí, ¿con quién dejaría a Pachi? ¿Cómo iría a sus terapias? Niego con la cabeza al tiempo que escucho a mis compañeros decir que cuenten con ellos.

–Yo no puedo viajar –añado cuando la atención de todos recae sobre mí–, pero puedo encargarme de todo lo que sea por aquí.

Pedro asiente y sé que no le resulta extraño ya que él está al tanto de mi realidad porque varias veces ha tenido que darme algún permiso.

Salimos de la reunión luego de conversar sobre algunos temas y regreso a mi oficina.

–Podrías viajar… yo podría quedarme con Pachi… –dice Antonella sentada conmigo en mi despacho. Ella es mi amiga desde hace unos doce años, de hecho, la considero una hermana. Es la única persona en la que confío plenamente y por eso le he conseguido el puesto de secretaria aquí en la oficina. Estamos siempre juntas y hablamos de todo, nos llevamos seis años de diferencia, pero eso nunca ha influido en nuestra relación.

–No, Anto… estoy mejor así, cerca de ella… Además, tú también tienes una vida que vivir, no puedes atarte a nosotras, eres joven.

Ella niega con la cabeza y se acerca para tomarme de la mano.

–Tú eres mi familia… la familia que yo he elegido… –susurra con cariño.

El golpe en la puerta nos saca de este momento emotivo, ella se aleja de mí para abrir y Santiago se encuentra de pie en el umbral.

–¿Interrumpo? –pregunta con su sonrisa de ensueño.

–No, ya me iba –alega Anto, busca la carpeta que dejó en el escritorio y se va hacia la salida. Me guiña un ojo sin que Santiago la vea y se marcha.

Santiago Villasboa es un hombre de esos que saben que son guapos y tiene la certeza de que con su sonrisa puede derretir un iceberg. Su autoconfianza y su belleza natural lo hacen muy interesante para las mujeres. Todas las chicas que trabajan aquí suspiran por él, y él lo sabe, se encarga de ser agradable con todas, lo que le da muchos puntos extra. Pero nunca ha hablado conmigo y mucho menos acercarse a mi oficina.

Hacemos el mismo trabajo en esta empresa y llevamos más o menos el mismo tiempo. Es buen vendedor, imagino que su porte y su confianza lo llevan a concretar varias ventas, no lo sé, pero lo que más me interesa en este instante es saber qué hace aquí.

–¿En qué te puedo ayudar? –inquiero para poner distancia.

–Solo… yo… me preguntaba si…

Lo miro, me cruzo de brazos, ladeo la cabeza y levanto las cejas como si lo instara a concretar de una vez su idea.

–¿Por qué no quieres viajar? Digo, eres buena vendedora… tienes los mejores números. La oportunidad de vender, por ejemplo, esas casas lujosas de la playa o las cabañas en la nieve a turistas adinerados, te daría muy buenas comisiones…

–Pues qué bueno por ti, podrás tomar todas las oportunidades que yo dejaré en libertad –digo y él niega.

–No me importa eso, solo me daba curiosidad… –añade y se encoje de hombros.

A mí me da curiosidad su curiosidad, pero no pienso hablarle de mi vida.

–No puedo, es solo eso… –digo y me muerdo el labio inferior mientras busco algo en mi escritorio para fingir que estoy ocupada.

–Bien… siento haberte insistido, supongo que solo buscaba una excusa para poder hablarte…

Creo que la boca se me abre como a los dibujos animados y la mandíbula se me cae hasta el suelo, porque esa respuesta no me la esperaba y ni siquiera soy capaz de comprenderla. ¿Qué podría ver en mí alguien como Santiago Villasboa y por qué querría una excusa para hablarme?

–Te he dejado sin palabras, eso es bueno –dice y sonríe con esos labios seductores. Yo sacudo la cabeza y niego, no quiero ni puedo ir por ese camino.

–No pierdas tu tiempo conmigo –añado y finjo leer algo en una de las carpetas que tomé de mi escritorio–, no soy de las que caen en trampas de hombres como tú…

–¿Trampas de hombres como yo? –pregunta y se lleva la mano al pecho como si le hubiera ofendido–. ¿Y cómo se supone que soy?

–Hombres que buscan diversión… Chicos de una sola noche… –digo con autosuficiencia, sin siquiera mirarlo. Me siento nerviosa y sé que lo ataco, pero es la manera que tengo de hacerlo correr.

–Vaya… ¿Así que no te gusta divertirte? –inquiere y se sienta en la silla frente a mi escritorio. Su sola presencia me pone nerviosa, sobre todo por esa seguridad que transmite como si tuviera la certeza de que en un par de minutos estaré sentada en su regazo–. ¿Qué clase de chica eres tú? ¿De las que buscan un anillo, la casa y los hijos?

Su pregunta me ofende en algún punto que no puedo identificar; molesta cierro la carpeta y lo miro a los ojos mientras busco las palabras exactas para contestarle. Es cierto, antes era una de esas chicas, ahora solo busco paz.

–Soy de las chicas que creen que están mejor solas –informo–, además, ya no caigo en trampas de chicos guapos y seductores que solo te dan dolores de cabeza. Sí, me divierto –afirmo, aunque es mentira ya que no salgo sola, ni con chicos, hace una eternidad–, pero yo elijo con quién y cómo…

–¡Vaya! –exclama y se cruza de brazos–. No estaba tan lejos de la idea que me había hecho de ti… Eres arrogante y presumida, por eso nunca hablas con nadie que no sea Antonella. ¿Crees acaso que los demás no estamos a tu altura?

Yo niego, este tipo no tiene idea de quién soy y sus suposiciones me molestan.

–No me hago responsable de tus inseguridades, Villasboa –digo para molestarlo, porque sé muy bien que de inseguro no tiene un solo pelo.

–Yo tampoco salgo con chicas como tú –añade.

–¿Inteligentes y autosuficientes? –inquiero con una media sonrisa al tiempo que llevo un lápiz a mi boca y lo mordisqueo.

–Niñitas malcriadas, hijitas de papá que se creen princesas.

Se levanta y sale de la oficina sin más, y yo me quedo entre aturdida y divertida. No tiene idea de quién soy y su definición me resulta irónica porque soy todo lo contrario a lo que se imaginó, y eso duele.

Capítulo 2 Misterio

Santiago

Salgo de la oficina de Grecia Leal sin comprender qué es lo que ha sucedido adentro. Vengo observándola con especial atención desde hace un par de meses, cuando llegó a la oficina y avisó que había vendido una propiedad que estuvo en venta por más de cinco años y que todos habíamos intentado vender sin éxito.

Era una casa grande y antigua con una leyenda urbana detrás que hacía correr a todos los posibles interesados, y cuando Pedro le preguntó cómo convenció a los compradores, ella solo sonrió y dijo que no había sido complicado.

Su sonrisa me pareció misteriosa, sus ojos se me hicieron interesantes. Grecia no es lo que alguien llamaría una belleza despampanante de esas que pasan a tu lado y no puedes evitar mirarla, de hecho, es lo que cualquiera llamaría una persona normal. Tiene la piel morena y los ojos oscuros, lleva el pelo negro, lacio y largo por debajo de los hombros, no es delgada como las modelos de hoy en día ni tampoco podría llamarla gorda, simplemente tiene la carne bien repartida en unas caderas redondeadas y unos senos bastante llamativos, aunque ella intente ocultarlos en camisas cerradas de cuello alto.

Hay algo en ella que me resulta llamativo, quizás esa especie de misterio que guarda al ser tan reservada y mantenerse tan distante de todos. He intentado conseguir información por todos los medios, he hablado con todas las chicas de la oficina que andan alrededor de ella, pero nadie sabe mucho más que yo: que es buena vendedora y que es algo ermitaña. La única persona cercana a ella es Antonella, una joven que se desempeña como secretaria, pero no me he acercado a ella porque sé que iría a decírselo y eso le llamaría la atención.

Sin embargo, antes de la reunión la pesqué mirándome. Ella bajó la vista de inmediato, pero yo sé que lo estaba haciendo. Si tengo que ser sincero no es algo que me resulte raro, estoy más que acostumbrado a las miradas furtivas y demás reacciones que suscito en el sexo opuesto, pero no es algo de lo que me guste jactarme pues no he hecho nada para merecerlo.

Su mirada clavada en mí y su reticencia a viajar, aunque pudiera ganar mucho más, me dieron pie para acercarme a hablarle. No tengo idea de por qué esta curiosidad hacia su persona ha ido creciendo en mi interior, lo único que sé es que no me he sentido así desde hace… quizá nunca, por lo que tampoco quiero privarme de lo que pueda descubrir. Si algo me ha gustado desde niño es resolver misterios, y Grecia Leal parece uno que de por sí llama muchísimo mi atención.

Hablar con ella fue extraño, al principio la noté sorprendida, pero pronto tomó las riendas de la conversación y se mostró firme. Yo quise salir airoso como lo hago siempre, diciendo alguna que otra tontería que llamase a una posible interacción, pero ella reaccionó mal y se enfadó. Me juzgó y me encasilló en una clase de hombres que no soy y creo que eso me molestó, odio que las personas me etiqueten por cómo me veo; sin embargo, admito que yo también la juzgué, solo para molestarla. No creo que Grecia sea una persona engreída, pero no comprendo tampoco su manera tan distante de mostrarse con todos.

–Quizás es lesbiana –dice Joaquín, mi asistente.

–No lo creo –niego–, en todo caso que lo fuera no tendría nada que ver con su hermetismo, ¿no?

–Puede ser, pero siempre pensé que podría tener algo con Anto, siempre están juntas…

Su teoría no me convence porque sé que Dorian, un chico del área de contabilidad, va a salir con Antonella en unos días, lo sé porque me lo mencionó cuando me pidió consejos para invitarla a salir.

Los muchachos creen que verte bien es sinónimo de ser una especie de gurú de las relaciones con el sexo opuesto, cuando en realidad, la belleza nada tiene que ver con el amor o con las parejas. Pienso que vivimos en un mundo hipócrita, se supone que hoy en día todos debemos abrazar nuestras imperfecciones y dignificar la belleza de todos los tipos de cuerpos, sin embargo, es hoy, más que nunca, cuando las selfies y los videos de gente perfecta llenan todas las redes sociales.

Soy consciente de que tengo buenos genes, de que mi rostro presenta buenas facciones, de que mi cuerpo ha sido construido tras largos años de deporte, pero eso no me hace mejor ni diferente a nadie. A lo mejor sí es cierto que hay un montón de chicas mirándome de manera sugestiva, pero eso no quiere decir que vaya a arrojarme a los brazos de todas. Puede ser que otros lo hagan, pero no yo…

El amor no es para mí y lo deduje luego de que mi corazón haya quedado irremediablemente destrozado, y no tengo las fuerzas ni las ganas para pasearme de cama en cama solo por diversión. Quizás estoy dañado, quizás aún no supero la traición de Gabriela, o a lo mejor no quiero sufrir ni hacer sufrir a nadie, por lo que me mantengo alejado de los problemas y me dedico a vivir la vida haciendo lo que más me gusta y me distrae: trabajar.

Por lo que Grecia Leal se ha equivocado al juzgarme, no soy uno de esos hombres solo buscan diversión, pero estoy acostumbrado a que me juzguen porque eso es lo que la sociedad nos ha enseñado a todos, que los chicos como yo no son para tomar en serio pues van a romperte el corazón.

Cuando llego a mi departamento, me preparo algo de comer y reviso la agenda de mañana. Tengo que visitar tres casas, una está en un condominio y no se entiende muy bien el número que ha puesto Joaquín, tanto puede ser un dos como un siete. Ya veremos, seguro es la que no está habitada.

Voy a mi cuarto, me doy un baño y me dispongo a escuchar un poco de música y relajarme antes de decidir que es hora de dormir. Cuando ya estoy bajo las sábanas azules de mi cama, escucho el sonido de un mensaje entrando.

Ansiosa por verte pronto.

Yo también, ya falta poco…

Coloco la alarma en el teléfono y cierro los ojos buscando el descanso, pero la mirada oscura de Grecia y su misterio no parecen querer abandonarme esta noche. Ojalá tuviera su número, aunque no sé qué le diría, ojalá supiera al menos qué decirle.

No tengo idea de por qué estoy pensando así, por lo que me regaño mentalmente y me obligo a dejar de pensarla, pero la tarea es más difícil de lo que había pensado.

Capítulo 3 Difícil

Grecia

Luego de salir de la oficina, Antonella y yo llegamos a mi casa no sin antes haber pasado por Pachi a la escuela.

–¡Hora de bañarse! –exclamo y ella asiente y se dirige al baño. Es un buen día y está de buen humor.

–¿Qué quería Santiago? –pregunta Anto mientras se sienta en el desayunador de la cocina y yo pongo a andar la máquina de café.

–No lo sé, la verdad es que no tengo idea… Entró supuestamente para preguntarme por qué no viajo y terminamos discutiendo. Jamás habíamos hablado más allá de saludarnos y dijo algo así como que hacía tiempo deseaba hablarme y usó esto como una excusa, ¿te parece? –cuestiono contrariada.

–Oh, eso es genial, ¿no? Santiago es un buen partido, Grecia. Es guapo, interesante, tiene más o menos tu edad y no parece mala persona –dice mi amiga y yo la miro con incredulidad.

–¿Tú crees que yo ando buscando pareja? Además, ¿qué podríamos tener en común él y yo? Es un chico al que no le falta nada, guapo, podría tener a cualquier chica. Toda la empresa suspira por él –añado.

–¿Y eso qué? Tú también eres guapa, no tienes nada que envidiarle a ninguna chica. Es más, cualquier chico sería afortunado de tener a una mujer como tú, y no solo me refiero a la belleza, sino al mujerón que eres, por Dios.

Pongo los ojos blanco y suspiro, no tengo ganas de discutir con Anto sobre su loca idea de que debo salir con chicos y conseguirme un novio. Después de todo la comprendo, ella solo tiene veintidós, todavía tiene la ilusión del amor y el enamoramiento.

–¡Mamá, mamá, mamá! –Escucho la voz de Pachi desde el baño y voy hasta ella–. Se ha terminado el shampoo violeta –dice y me muestra el frasco vacío.

–¿Qué tal si usas el rosado hoy? –inquiero y ella niega–. No puedo salir ahora a comprar más, Pachi, mira lo que haremos.

Tomo el frasco vacío y pongo en él un poco del shampoo que hay en el pote rosado.

–Listo –sonrío y ella también lo hace.

Bien, es un buen día.

Regreso a la cocina. Antonella ya está sirviendo el café y nos sentamos a tomarlo.

–Un minuto de paz –pido y cierro los ojos para aspirar el aroma del café.

Anto espera un rato antes de volver a hablar.

–¿Qué te dijo la maestra de Pachi hoy?

–Dijo que estuvo animada y colaborativa. Le dieron una tarea sobre el sistema solar y está muy entusiasmada con eso, ya sabes… Tenemos el fin de semana cargado de manualidades –digo y sonrío al imaginar que mi hija no me dejará en paz hasta que preparemos el proyecto, aun cuando falte un mes para la exposición.

–¿Necesitarás ayuda?

–Solo si no tienes nada que hacer –digo y me encojo de hombros–. ¿Saldrás el viernes con Dorian?

–Sí, saldremos. Me daba mucho miedo aceptar su invitación, pero al final lo he hecho, me gusta, me trata bien… Estoy contenta, ¿sabes? –comenta con un dejo de emoción en su mirada, yo sonrío.

–Me alegro por ti… –respondo y le regalo una sonrisa dulce. En verdad creo que Anto se merece un buen chico.

–¿Qué harás mañana? ¿Vas a la oficina o sales? –pregunta.

–Tengo que mostrar cuatro casas mañana, así que no creo que llegue a ir a la oficina –comento–, están distanciadas unas de otras y ya me he traído hoy todo lo que necesitaré para mostrarlas.

–Bueno, pero eso te divierte, ¿no?

–Sí, espero concretar alguna venta. Me he enterado de que la doctora Maribel Valiente vendrá a la ciudad el mes que viene, tiene un centro aquí, pero casi siempre está de viaje. Es una de las mejores psiquiatras infantiles y tiene una especialización en TEA, me gustaría mucho que viera a Pachi…

–Pero Pachi está con todos sus médicos y sus tratamientos, ¿por qué quieres que vaya con otra más?

–No lo sé, solo para que la vea y la evalúe… Admiro mucho a esa mujer –digo encogiéndome de hombros.

–Grecia… –me llama y me toma de la mano.

–Sí, lo sé, sé que no hay una cura mágica, pero me gustaría hablar con ella, que me diera algunos consejos, que la viera… La sigo en redes sociales desde hace mucho, siempre viaja y da muchas conferencias, me encantaría ver qué tiene para decir… A lo mejor sabe algo nuevo…

–¿Es muy caro? –pregunta mi amiga.

–Sí, eso creo… Aún no he preguntado, pero me hago una idea, aunque dicen que van a unirse con una fundación para brindar atención gratuita a la comunidad. Estoy al pendiente de todo eso…

–¿Tan conocida es?

–Una eminencia –suspiro.

–Si necesitas, puedo prestarte…

–No, Anto, espero que no sea necesario –digo y ella asiente.

–Bueno, me iré a casa… Estoy un poco cansada hoy. Si necesitas algo, me avisas.

–Claro.

Se acerca a darme un beso y luego sale, ella vive en el departamento de enfrente, así que siempre estamos cerca. No sé qué haré si un día se muda.

Pachi sale del baño y la ayudo a secarse y a vestirse, luego le preparo la merienda y le enciendo la televisión, tiene una hora para ver su programa favorito, después jugaremos algo y a la cama.

Las rutinas son muy importantes para los niños con este trastorno, según me ha dicho su psicóloga, así que trato de cumplirlas con rigurosidad para no alterarla. A veces, cuando algo será distinto, le aviso con tiempo y la preparo para el cambio. A los niños con trastornos del espectro autista, el cambio en sus rutinas les genera mucha ansiedad.

Me siento en el sofá y la observo, mira la televisión y parece abstraída del mundo, aprovecho estos minutos para descansar mi mente y mi cuerpo. A veces me siento agotada, no es fácil llevar la vida que llevo, pero no puedo rendirme, no cuando ella depende de mí, no le haría nunca a Pachi lo que me hicieron a mí.

Cierro los ojos y pienso en la repentina y extraña aparición de Santiago hoy en mi oficina. Llevamos años trabajando y nunca cruzamos más que algún saludo. Si debo ser sincera, yo no soy demasiado sociable. No me gusta meter gente nueva a mi vida porque me genera inseguridades, tengo miedo a ser juzgada, a que me tengan lástima, a que me compadezcan. Tampoco puedo comportarme como cualquier mujer de mi edad, no puedo salir con los compañeros, ir a tomar tragos a la salida de la oficina, andar por fiestas o bares, no es que no me guste, es que no puedo dejar sola a Pachi y tampoco quiero cargar a Anto con mi responsabilidad.

Pachi conoce y acepta a Anto, le habla y a veces la toma de la mano. Eso es bonito teniendo en cuenta lo mucho que le cuesta expresar cariño o emociones. No puedo dejarla con cualquier persona ya que no todos entienden lo que le pasa ni tienen la paciencia necesaria para cuidarla, y tampoco puedo darme el lujo de contratar a menudo una niñera. Aunque lo hago a veces, cuando surge algún evento de la oficina al cual no puedo faltar ni Anto tampoco.

Así que soy madre y trabajadora la mayor parte de mi tiempo, no me queda mucho para mí, más que cuando Pachi va a dormir, y ese tiempo lo utilizo para leer, ver alguna película o darme un largo baño tibio en la bañera.

No soy infeliz, aunque tampoco me siento del todo feliz, pero he vivido con esta ambivalencia siempre. He escuchado miles de veces a lo largo de mi vida que debo ser agradecida por lo que tengo y no quejarme por lo que me falta, eso a veces me hace sentir culpable, porque me resulta inevitable mirar a otras personas y ver sus realidades tan distintas y no compararme y terminar sintiéndome mal. Eso me pasaba mucho cuando era niña, y la respuesta era siempre la misma: sé agradecida por lo que tienes… Es como si al final yo no estuviera destinada a desear más, y si lo hiciera, debería sentirme culpable.

Capítulo 4 Agradecida

Grecia

Catorce años antes

La asistente social me lleva a la nueva casa, es la tercera en la que voy a estar y me siento un poco triste. Me llevaba bien con las personas de la casa en la que estaba antes, congeniaba con Marcela y, aunque no era una mujer que podría decirse cariñosa, era una buena persona y me permitía participar de las actividades que realizaba en su día a día, sobre todo, en su veterinaria.

–¿Por qué no puedo quedarme más aquí? –inquiero curiosa.

–Porque te estamos buscando unos padres que te quieran y te adopten como su hija –me explica la mujer. Es la segunda vez que la veo, tendrá unos cuarenta años, bastante baja de estatura y robusta, usa lentes muy gruesos y lleva el cabello corto con rulos siempre perfectos. Suele vestir con un traje oscuro y carga con un maletín lleno de carpetas verdes.

Una de esas carpetas es mi expediente, a esos papeles se resume mi historia personal: mi pasado, mi presente y mi futuro. En lo que ella y otros trabajadores sociales escriban en esas hojas se resume mi persona y mi destino.

–Pero Luisa me dijo que era muy difícil que alguien quisiera a una niña de mi edad. ¿Por qué no puedo quedarme con Marcela mientras eso sucede? Si es que sucede… –insisto.

–Porque no se supone que crees vínculos muy fuertes con las familias de acogida, luego, si te adoptan, tendrás problemas para adaptarte con tu nueva familia.

–Pero ¿y si no lo hacen?

–Grecia –dice la mujer y se detiene para mirarme–. Hay veces que es mucho más fácil si solo aceptamos las cosas que no podemos cambiar, si aprendes rápido esa lección, sufrirás mucho menos. Podrías estar en un orfanato y no tendrías ni la mitad de las oportunidades que tienes con estas familias. Sé agradecida, valora las oportunidades y disfruta de conocer gente nueva. Al final, es como si estuvieras en un viaje, ¿no?

–¿Un viaje? Un viaje es irse al Brasil o a los Estados Unidos, visitar la playa o la nieve, no andar de forastero de casa en casa por toda tu vida sin tener un lugar al que llamar hogar.

Bufo disconforme con ese discurso y me mantengo en silencio el resto del camino, a estas alturas he aprendido que discutir no tiene sentido, yo nunca podré ganar.

La nueva casa, la tercera en la que viviré desde que fallecieron mis padres, es una casa bonita y grande. Una mujer menuda y delgada nos recibe y se presenta como la señora Ángela. La asistente social habla con ella mientras me ordenan esperar en un pequeño estudio. Desde ahí puedo observar una piscina en el jardín y también a un par de niños correteando alrededor. Sonrío ante la idea de sumergirme en sus aguas en el verano y por un instante pienso que a lo mejor no estaré tan mal.

Un rato después, me buscan. La asistente social me dice que me deja en buenas manos, que me comporte bien y sea obediente. Yo asiento y me despido.

Ángela, entonces, me mira y me sonríe.