No somos amigos - Joel A. De Gracia - E-Book

No somos amigos E-Book

Joel A. De Gracia

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Beschreibung

Alexander Amador es uno de los empresarios más exitosos de Panamá. Joven, apuesto, altivo y de una gran soberbia, nadie imagina el sufrimiento del que se esconde detrás de ese muro impenetrable que ha moldeado con los años. Vive en una rutina inamovible, pero varios hechos comienzan a hacer temblar su perfecto mundo organizado. Mauricio, recién graduado de la universidad, espera impaciente ingresar al empleo que su padre le ha prometido. Honesto, buen hijo y solidario, está lejos de ser el niño que hostigaba a sus compañeros en la escuela. La vida de los dos jóvenes vuelve a entrelazarse haciéndolos comprender que, a veces, las decisiones no tienen por qué ser definitivas.

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JOEL A. DE GRACIA

NO

SOMOS

AMIGOS

No somos amigos

© 2023, Joel A. De Gracia

© de esta edición: noviembre 2023

Ediciones Venado Real

[email protected]

Primera edición: noviembre de 2023

ISBN: 978-9915-9599-7-9

Dirección editorial y corrección: Juliana Del Pópolo

Edición: Lilibeth Acevedo

Diseño de cubierta y diagramación: H. Kramer

Reservados todos los derechos.

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

AGRADECIMIENTOS

SOBRE EL AUTOR

.

Este libro va dedicado a todas las personas que han creído en mí, en especial a mi madre, mi abuela y mi hermana.

INTRODUCCIÓN

Hay recuerdos que nos despiertan alegría, algunos un poco de tristeza. Otros nos traen añoranza. Todos, de alguna manera, nos dejan ese sabor nostálgico en la boca. Este recuerdo, en particular, era un cóctel de todo eso:

Sentí un leve aroma a mi alrededor, lo conocía, pero tenía mucho sueño y, a mi parecer, era demasiado temprano para levantarme. El olor se intensificaba a medida que pasaban los segundos hasta que se enlazó con una voz dulce, la cual me emocionó tanto que me hizo despabilarme por completo y salir de la cama de un brinco. Mi madre estaba ahí y en sus manos sostenía un pequeño pastel de color azul, mi favorito. Estaba hermosa, como siempre, y su apariencia resaltaba con los rayos de sol que entraban por mi ventana.

—¿Cómo amaneció el cumpleañero? —preguntó con una sonrisa mientras colocaba el pastel frente a mí. Yo estaba más interesado en darle un abrazo, ya que llevaba semanas sin verla. Me abrazó fuerte—. Feliz cumpleaños —susurró.

—¡Gracias, mami! ¿Dónde está papá? —le pregunté al separarnos.

—Está abajo tomando café y esperando para felicitarte —respondió ella sin dudarlo.

Corrí escaleras abajo hasta llegar a la cocina donde estaba él parado de espaldas. Pude ver la camiseta blanca que siempre utilizaba cuando estaba en casa, sentí una paz indescriptible, me acerqué y lo abracé por detrás.

—Hijo, feliz cumpleaños —me felicitó. Me levantó y estrechó en sus brazos—. Te trajimos un regalo, esperamos que te guste.

Era una caja forrada con papel rojo y un lazo de color blanco. Lo rompí tan rápido como pude y vi que adentro había una consola de videojuegos que aún no estaba en circulación en Panamá. Estaba muy emocionado por tenerla, pero más me gustaba que estuvieran mis padres conmigo. Mientras admiraba el regalo, alguien colocó sus manos sobre mis ojos.

—Felicidades, Alex —me habló cerca a la oreja, de inmediato me volteé y vi a mi abuela con una enorme caja de color blanco y un lazo azul marino que la rodeaba. Con cuidado quité el lazo y descubrí una computadora portátil de color negro brillante. Mis ojos se agrandaron más de lo normal y mis labios mostraron mis dientes en una sonrisa de oreja a oreja.

—Muchas gracias, abuela —dije más emocionado.

—No se cumplen doce años todos los días. Te lo mereces por ser tan bueno. —Me brindó un fuerte abrazo y un beso en la frente.

La mañana estaba soleada y hermosa, mi abuela me consintió con un espectacular desayuno que tenía huevos revueltos, tocino, pan tostado y un enorme vaso con jugo de naranja.

—Hijo, vamos a tomarnos una foto por tu cumpleaños número doce —mi papá me llamó, indicándome que me acercara.

—Acabo de invitar a algunos vecinos para hacerte una pequeña reunión en la tarde. ¿Qué te parece? —dijo mamá al entrar a la cocina.

El ambiente alrededor era cálido, papá reía mientras tomaba de su taza grande color marrón; disfrutaba mucho ver el vapor que emanaba y amaba el aroma al café caliente.

Mientras comía un poco de helado con gelatina y miraba mi nueva consola, mamá se acercó con un pequeño radio y lo colocó frente a mí. Un instante después la abuela y papá también se colocaron cerca.

—Queremos que escuches esta canción, es para ti —dijo mi madre con una sonrisa,

Tocó varios botones del aparato y de inmediato el sonido llenó el lugar. La canción era peculiar, mas la letra me conmovió, cada palabra entró por mi piel, pasó por mis venas y llegó a mi corazón. Todavía recuerdo la sensación de aquel momento…

“Jugaremos juntos, como unos locos sin parar,trazando sueños en el mar, mirando el cielo juntos,hasta el amanecer, correremos juntos,tomando impulso sin parar, pintando sueños a la par,mirando el cielo juntos, hasta el amanecer…”

El mejor regalo que había recibido era ese.

La piel se me erizó y mis lágrimas corrieron sin parar al escuchar la canción que me dedicaron. La abuela solo sonreía. Les agradecí, la letra había llegado hasta lo más profundo de mi ser y sentí que era el mejor cumpleaños que estaba teniendo hasta ese momento. No podía pedir nada más. La felicidad era inmensa.

Miré hacia el reloj y eran los dos de la tarde. Todo estaba listo para la reunión, pero aún nadie había llegado, me estaba vistiendo en mi habitación, cuando de pronto escuché voces en la parte de abajo. Me acerqué a la ventana que daba vista hacia el patio trasero y me sorprendí al ver las decoraciones, no sabía en qué momento habían hecho todo eso. La decoración consistía en largas guirnaldas blancas y grandes globos azul eléctrico. El sol estaba en su punto máximo y su luz llegaba hasta la mitad del patio. Me apresuré a bajar las escaleras, salí de la casa por la parte de atrás y llegué al sitio de la celebración. El clima estaba fresco, aunque el sol se mantenía majestuoso. El momento era perfecto. Caminé por el pasto hasta quedar frente a una enorme torta de mi personaje favorito.

Empezaron a llegar los invitados, eran algunos vecinos de la barriada.

—Alexander, ven a recibir a tus amigos —me instó mi abuela desde el fondo. Fui hacia la entrada y cada persona que llegaba me decía «Feliz cumpleaños» y yo solo sonreía. La música era divertida, todos la estaban disfrutando, pero yo aún tenía en la cabeza aquella canción tan maravillosa que me habían dedicado mis padres. Tenía la gran esperanza de que ahora sí, ellos estarían más presentes y no viajarían tanto.

Estaba por caer la noche, ya era hora de cantar el cumpleaños, así que fui adentro para buscar a mamá, pero no pude encontrarla en ninguna habitación. Escuché que alguien bajaba las escaleras, era papá. En su mano derecha llevaba una maleta de viaje color marrón claro. Se acercó de prisa a mí.

—Hijo, se presentó una emergencia, tenemos que irnos para resolverla. —En medio de sus palabras apareció mamá detrás de él, con su rostro entristecido.

—Tenemos que irnos, pero estaremos aquí mañana para estar contigo todo el día. —Me dio un beso en la mejilla y un abrazo.

—Te queremos, Alexander, nunca lo dudes. —Fueron las últimas palabras de papá antes de brindarme un fuerte abrazo y marcharse.

Mi mundo se iba con ellos. Todo dejó de tener sentido. Ya no me importaba la fiesta, ni los invitados. Un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la punta de los dedos hasta la última hebra de cabello. Era como estar en medio de una escena gris, sin sonido y sin color. En el lugar había una mesa llena de regalos, pero en medio estaba un corazón vacío. Me senté en una silla cerca de la mesa y dejé que las lágrimas corrieran por mi rostro como manantial en época lluviosa.

—Se lo que estás sintiendo. —Mi abuela trató de consolarme abrazándome.

—Siempre es lo mismo con ellos, nunca están para mí.

—Aquí estoy yo, y siempre voy a estar para ti.

Comprendí que las cosas eran así, ellos nunca cambiarían y el trabajo siempre sería su prioridad. Ya no me importaba cantar los cumpleaños, ni cuántos regalos me traerían de sus viajes, tenía muchos lujos, pero una vida vacía.

CAPÍTULO 1

Pasaban las seis de la tarde en la carretera interamericana. El cielo comenzaba a oscurecer. Delante del auto negro solo se observaban luces naranjas provenientes de los postes de luz que pasaban muy rápido a sus costados por la velocidad con la que conducían.

Dentro de la camioneta se encontraban Mauricio, quien conducía, y Lorena, hermana de este. Regresaban de sus vacaciones de verano hacia la ciudad de Panamá donde sus padres los esperaban con mucho entusiasmo. Mauricio deseaba volver pronto, ya que al día siguiente comenzaría a trabajar en la empresa de su padre. Él era un joven de veinticuatro años, entusiasta, extrovertido, dinámico y líder por naturaleza. Desde pequeño quería llevarse el mundo por delante y compartía esa alegría con su hermana, aunque no era semejante a él, sobre todo por la diferencia de edad. Mauricio era tres años mayor que ella. Lorena era dominante, de un carácter más agresivo y perfeccionista en todo lo que hacía, y muchas veces chocaba con su hermano.

El reloj daba casi las nueve de la noche cuando entraron en la ciudad. Parecía que había llovido un largo tiempo, ya que todo se encontraba empapado y había charcos por doquier. Se dirigieron hacia su residencia ubicada en una zona exclusiva de la ciudad. Las nubes aún lanzaban sus pequeñas gotas de lluvia, cuando sus padres salieron para recibirlos. Lorena se bajó y abrazó a ambos. Mauricio descargó las maletas antes de saludarlos de igual forma. Luego entraron a la casa. Colocó las maletas en la sala de estar mientras iban relatando los acontecimientos de sus vacaciones. También sacaron algunos regalos que trajeron para ellos.

Después de compartir un rato, Mauricio decidió subir a su habitación para descargar su maleta e instalarse. Sin embargo, una vez allí, sacó su viejo cuaderno y comenzó a hojearlo. Era algo que llevaba siempre consigo, no importaba a dónde fuera, para poder anotar experiencias, ideas y cualquier cosa que rondara su cabeza que le pareciera que después podría ser de utilidad. Mientras estaba en esa tarea, golpearon la puerta; era su madre que traía en sus manos lo que parecía un libro, encuadernado con cuero marrón oscuro.

—¿Qué es eso? —preguntó curioso él.

—Es un nuevo diario, hijo. Sé cuánto te gusta anotar lo que vives, y me pareció que, ya que comienzas una nueva etapa en la empresa, debías tener un nuevo cuaderno para poder plasmar lo que vaya sucediendo.

Sonrió ante la respuesta, extendió su mano y tomó el pequeño libro. Lo abrió y en la primera hoja decía «con cariño para Mauricio». En ese momento entró al lugar su padre, quien le informó que debía estar en la empresa a las ocho de la mañana. Él asintió y su emoción aumentó aún más. Nunca había trabajado y no conocía ese inmenso mundo. Le gustaban los retos y a este, en particular, lo consideraba uno grande.

Sus padres salieron de la habitación y de inmediato llamó a un viejo amigo. Le comentó todo lo sucedido en sus vacaciones, pero lo más importante, que había conseguido el número de tres chicas. Su amigo no se sorprendió mucho, ya que a Mauricio le iba muy bien con las mujeres.

—Siempre tienes mujeres, no le dejas nada a los demás.

—Tú también tienes tus admiradoras, aparte de que tienes novia.

—Pero tú me ganas —su amigo estaba riendo—. Mañana empieza tu vida como empresario, sé que te irá muy bien.

—Gracias, espero aprender y no fallarle a mi padre.

Luego de unos minutos, la conversación terminó. Mauricio se acostó boca arriba en su cama, mirando la parte superior de su habitación. Sentía que algo bueno le pasaría. Era una sensación extraña y desafiante a la vez. Sin darse cuenta, se durmió.

***

Eran las seis y media y el viento golpeaba fuerte los árboles y palmeras de la calzada. Un sitio tranquilo para meditar y realizar actividades deportivas. No era más que una lengua de tierra extensa, bañada por el majestuoso Océano Pacífico, a un costado de la ciudad de Panamá. Tenía bancas de madera a sus extremos para sentarse y apreciar el mar. En uno de esos asientos se encontraba Alexander Amador, observando el horizonte.

Habían pasado ya ocho años desde la trágica muerte de sus padres en un accidente aéreo, pero este aún llevaba el luto, siempre vestía de colores oscuros a cualquier parte que iba. Desde pequeño vivía con su abuela en Paitilla, en un apartamento bastante amplio, lujoso y con una vista privilegiada. Era heredero de la mayor industria de distribución automotriz en toda la región de América central y el Caribe, y estaban próximos a expandirse a América del Norte. Sus padres trabajaron duro muchos años para brindarle una vida llena de lujos, pero se olvidaron de lo más importante: la atención y el cariño que todo hijo necesita.

Alexander meditaba sobre su soledad, no tenía hermanos y en su infancia nunca tuvo amigos ni buenos compañeros de escuela. Fue un niño sobreprotegido, lo que generó en él una gran inseguridad. Eso lo llevó a convertirse en un chico solitario. Sin embargo, estar siempre solo hizo que se concentrara en sus estudios y ser el más sobresaliente de su clase. Se graduó con honores de la universidad y, habiendo aprendido de su padre, en cuanto a negocios se trataba, su inseguridad se transformó en soberbia y prepotencia. Su carácter era agrio, irritante y a veces hasta injusto. Aún más después de que la amargura de perder a sus progenitores lo invadiera. Su vida era en blanco y negro siempre. No mostraba emociones en su rostro y estar de mal humor era su constante.

Se levantó del banco en dirección a los estacionamientos. Mientras caminaba vio a todo tipo de personas: amigos que compartían y parejas sentadas disfrutando del hermoso paisaje, lo que le hacía sentir una pequeña melancolía. Mas no estaba en él dejarse arrastrar por ese tipo de sentimientos, los erradicaba con su autosuficiencia; nunca necesitaba a nadie.

Al llegar a su carro blanco perlado, notó que alrededor de este había un grupo montando bicicletas. De inmediato frunció el ceño y se apresuró a subir. Los jóvenes se detuvieron para que el auto saliera sin problemas.

—Deberían estar molestando en su casa y no aquí. Partida de vagos —gritó Alexander al pasar y se marchó, acelerando a toda velocidad.

Los chicos solo miraron con confusión la reacción del hombre, pero de inmediato prosiguieron con sus actividades.

Mientras conducía, miraba las luces a través de sus anteojos: la noche era hermosa. Llegó muy pensativo a su residencia. Avanzó a su estacionamiento asignado, pero se percató de que había otro auto estacionado. Alexander se enojó sobremanera. Se bajó de su móvil y de inmediato llamó a la administración del edificio para realizar el reclamo. Después de unos minutos, escuchó el ruido del elevador que llegaba a ese piso. De él salió una joven de hermoso aspecto, cabello negro largo, piel canela bronceada, ojos chocolate oscuro y mirada penetrante. La mujer hablaba por celular y se dirigía en dirección hacia la camioneta que estaba en el puesto de Alexander. Este la observó con enojo mientras se acercaba a ella.

—Disculpe, ese es mi estacionamiento. Tuve que estar mucho tiempo esperando y tengo cosas que hacer —reclamó Alexander, la chica se volteó hacia él y colgó la llamada.

—El estacionamiento no decía que era de un propietario. Todos los demás están marcados menos este —contestó la chica, cruzándose de brazos.

—Para eso existen estacionamientos de visitas, y más para personas como usted, que solo vienen a molestar —respondió él aún más indignado.

—Créame que no tomaré más ese lugar, no quisiera volver a encontrarme con usted, amargado.

La joven subió a su auto y se marchó tan rápido como pudo. Él estacionó el suyo, subió el ascensor y, furioso, azotó la puerta de la entrada de su departamento al entrar. Su abuela se acercó cuando escuchó el ruido. Al verlo, quiso conocer el motivo de su enojo, pero fue inútil, él se rehusaba a decir palabra alguna. Lo único que ella logró escuchar fueron sus balbuceos.

—Espero no verla nunca más —decía entre dientes.

***

Eran las siete de la mañana y el sol brillaba más de lo normal. El sonido de las bocinas de los autos se escuchaba por doquier en la extensa calle 50 de la Ciudad de Panamá. En uno de los tantos coches se dirigía Mauricio con su padre hacia la oficina. Era el primer día de trabajo del joven y la emoción se le reflejaba en el rostro. Su padre lo observaba con detenimiento.

—Primera vez que veo a alguien tan contento por ir a trabajar —dijo el hombre con una enorme sonrisa.

Mauricio le devolvió la sonrisa, cuando de repente este pisó el freno de manera brusca. El joven volvió la vista hacia el frente para ver que acababa de ocurrir una colisión bastante seria. Se bajó del carro, miró los vehículos involucrados. Era un choque frontal entre dos. El golpe fue tan fuerte, que el auto que recibió el impacto quedó a diez metros de separación, en la vía contraria.

Mauricio corrió hasta la ventana del copiloto del carro más afectado, su padre lo siguió. Vio a dos chicas inconscientes, una mostraba un golpe en la frente y la conductora tenía la mitad del rostro lleno de sangre. En el otro vehículo, el conductor tenía lesiones muy leves, pero de igual forma estaba preocupado y se acercó para tratar de ayudar. Las personas de los demás autos que pasaban por allí, también acudieron.

El joven había sido bombero voluntario mientras estudiaba su carrera y estaba certificado por esta institución, conocía a la perfección como brindar primeros auxilios, y sabía muy bien qué hacer en aquel momento. Se acercó hasta el coche más dañado y se detuvo frente a la conductora. Cuando miró a la joven ya no pudo dejar de mirarla. Sus ojos se clavaron en aquel rostro y a cada segundo que pasaba su corazón latía más rápido. La chica que iba de copiloto recuperaba poco a poco el conocimiento. Desorientada miraba a su amiga mientras se frotaba la cabeza por el dolor. Las personas intentaban abrir las puertas, pero estas no respondían.

—Marlén, ¿estás bien? —preguntó a su amiga, no recibió respuesta alguna.

No perdió más tiempo y trató de abrir la puerta, pero esta no cedía. Luego de dos intentos más, pudo abrirla. Revisó su cuerpo para comprobar que no estaba atascado o perforado. Tomó su mano para medirle el pulso que estaba débil y su respiración apenas se alcanzaba a sentir. Miró para revisar las condiciones del auto, salía humo gris de la parte delantera y un fuerte olor a quemado estaba impregnando todo a su alrededor. Había riesgo de incendio. La joven, a pesar de su dolor, hizo un nuevo intento, esta vez con más fuerza, para abrir la puerta. Lo logró, aunque el esfuerzo la mareó un poco más.

Mauricio, que se había acercado, la ayudó a bajar del coche. Al ver el humo, decidió sacar a la otra chica con sumo cuidado por si el vehículo se incendiaba. Colocó su brazo bajo las axilas de la joven y luego, muy despacio, levantó su mandíbula para mantener la cabeza, cuello y espalda de manera vertical. Por último, utilizó su propio cuerpo de soporte para levantarla y sacarla del auto.

El padre de él había llamado a emergencias en el momento en que su hijo bajaba del auto, antes de seguirlo. Ahora, al verlo sacar a la chica, lo siguió para ver en qué más podía ayudar. Mauricio la colocó varios metros lejos del incidente y limpió un poco la sangre que tenía en el rostro, era un corte superficial. Colocó la cabeza de la chica hacia arriba para tratar de escuchar si respiraba, pero esta no mostraba signos y de inmediato decidió brindarle reanimación cardiopulmonar.

—¿No está respirando? —le preguntó su padre alarmado.

—No, voy a reanimarla —contestó.

Colocó las palmas de sus manos entrelazadas sobre el esternón y con el peso de su cuerpo inició las compresiones. Por cada treinta compresiones él le daba respiración boca a boca. Luego de la segunda repetición, su respiración comenzó a volver poco a poco. Mauricio se detuvo y quedó a pocos centímetros de ella, muy angustiado. La vio, de verdad, por primera vez y le pareció hermosa. Ella logró abrir los ojos por unos segundos, vio la silueta de un hombre frente a ella y se desmayó otra vez. Sin embargo, su pecho y abdomen se movían, demostrando que sí respiraba.

Ya a lo lejos se escuchaba el sonido de los bomberos y la ambulancia acercándose. La copilota estaba un poco aturdida, pero se mantenía consciente. Los bomberos llegaron al lugar y apagaron cualquier indicio de incendio de los autos. Uno de ellos reconoció a Mauricio, este lo saludó e indicó lo sucedido y las maniobras que había realizado. Recibió muchos elogios y felicitaciones por parte de los profesionales. El resto ya quedaba en manos de los paramédicos.

Mauricio no paraba de mirar a la chica llamada Marlén y cómo la atendían. En el momento en que la subieron a la ambulancia para asistirla, sintió un nudo en la garganta y mucha impotencia al saber que nunca más la volvería a ver. Muy dentro de sí, creía que era extraño sentir tanta responsabilidad por alguien que no conocía, pero no le importaba, solo quería saber de ella y su estado de salud.

—Bueno, nuestra labor aquí terminó. Debemos irnos, hijo.

—No podemos irnos, no sabemos qué pasará con ellas —contestó angustiado, Mauricio.

—Ya hicimos suficiente por ellas. Ya se nos hizo tarde, vamos.

—Está bien. Solo dame un segundo.

Mauricio se acercó a un paramédico que aún se encontraba en el lugar y le preguntó sobre el traslado de las chicas. Después de haber obtenido una buena respuesta, se retiró. Cuando regresó al auto se miró a sí mismo y descubrió que su ropa estaba sucia. Su padre se dio cuenta y le indicó que debía cambiarse en cuanto tuviera tiempo, como iban bastante tarde decidió que lo haría en horas del mediodía.

Al llegar a la oficina, el joven se colocó el saco del traje, para cubrir su camisa sucia. Entraron y subieron al ascensor repleto de personas de diferentes empresas ubicadas en el edificio. En el quinto piso, descendieron. Conocía el lugar, ya que había ido con frecuencia a buscar a su padre, pero no sabía nada sobre los procesos que allí se realizaban. Comenzando con el día laboral, su padre empezó a pasearlo por toda el área, y fue presentándole algunos miembros y colaboradores.

***

Alexander se despertó muy temprano, como de costumbre. Se ejercitó un poco y luego se metió a la ducha. Mientras se vestía, escuchó que alguien tocaba la puerta de su habitación.

— ¿Abuela?

—Sí, mijo, para decirte que el desayuno está servido.

—Está bien. En unos minutos salgo. No comeré mucho. Voy un poco retrasado —siguió hablando desde detrás de la puerta.

—Debes comer bien, tus días son muy agitados —contestó la señora con preocupación.

—Lo sé. Ya salgo.

Alexander salió de casa hacia su oficina, ubicada a una distancia de cinco kilómetros. Se dirigía cómodo y confiado en su auto. El sol brillaba con intensidad, lo que elevaba la temperatura de la ciudad de Panamá. Conducía a una velocidad aceptable cuando se topó con un embotellamiento poco común en esa área y a esa hora. Se detuvo por unos minutos y encendió el radio para ver si había alguna noticia del porqué de ese tráfico tan pesado. Sin éxito, no le quedó otra que esperar.

Habían pasado diez minutos y Alexander se mantenía en el mismo sitio. Empezaba a desesperarse, cuando vio a un policía que se acercaba a los conductores, parecía estar dándoles algo de información. Bajó el vidrio de su ventana para escuchar lo que decía.

—Hay un accidente bastante grave más adelante, deben desviarse —gritó el uniformado para ser escuchado.

—Unos ineptos, seguro. Parece que les regalan la licencia. —Alexander pensó en voz alta y frunció el ceño.

Las bocinas empezaron a sonar. Todos los coches trataban de girar en “U” para dar la vuelta y salir del embotellamiento, pero como todos querían salir a la vez, nadie lo lograba. Alexander estaba muy enojado, le habían cerrado el paso por todos lados. Trató de relajarse, volvió a encender el radio y colocó su emisora favorita. Para su sorpresa, estaban pasando una de las canciones que más le gustaban y su nivel de enojo bajó de forma radical.

El mismo policía que les había informado lo sucedido, se colocó entre los autos y empezó a dirigir el tráfico. Se escuchaba la radio con la que mantenía comunicación con sus colegas en avenidas aledañas. Luego habilitó una sección de la calle para que los autos pudieran salir y circular por otro camino. Los coches se movían a paso de hombre, pero ordenados. Alexander giró sin problemas, pero a su derecha otro vehículo se detuvo con brusquedad, a unos centímetros de chocar su gran camioneta blanca. Cuando giró del todo, siguió su camino sin prestarle atención a lo sucedido. Aceleró la marcha ya que tenía una reunión en su empresa e iba bastante retrasado.

En menos de veinte minutos arribó a su destino, descendió del auto de manera tranquila y sin apuro. Se dirigió a su oficina. Se sentó, miró unos documentos y luego salió caminando. Llegó a la sala de reuniones con cuarenta minutos de retraso. Al entrar, vio que todos se encontraban esperándolo a lo que preguntó:

—¿Porque no han iniciado?

Las personas que allí estaban agacharon la cabeza y se acomodaron para iniciar. Alexander caminó con altivez y se sentó frente a todos sin decir palabra alguna. Era como si hubiese llegado el rey y los súbditos tuvieran que rendirle pleitesía. Entre ellos estaban el gerente de ventas y el gerente de fábrica que, murmuraron:

—Desde que este joven está aquí, el ambiente laboral es más incómodo.

—Sí, pero la producción y las ventas han aumentado considerablemente. —Lo interrumpió el gerente de ventas—. No hay que negar que el tipo es un genio en cuanto a estrategias de publicidad y tecnología.

Alexander tomó la palabra e inició la reunión. Todos prestaban mucha atención a lo que él exponía. Algunos tomaban nota y otros solo escuchaban. Hubo alguien que sacó su celular para verlo, no habían pasado ni dos segundos cuando se escuchó decir:

—Julián. Toma tus cosas y sal del salón. —El chico guardó su celular y, sin decir nada, salió del lugar.

Después de eso el ambiente se tornó todavía más tenso y hostil. Todos sentían como si estuvieran en un juicio, listos para ser juzgados. En la reunión, cada gerente propuso ideas para mejorar sus departamentos, pero ninguna convenció al presidente. Este era perfeccionista y deseaba que todo proceso y producto fuera impecable, de calidad y, sobre todo, excelente. Por lo que a cada idea de los gerentes y jefes las modificaba para mejorarlas.

Al concluir la reunión, salieron de la sala. Alexander se quedó trabajando en una estrategia de negocios. Mientras buscaba un archivo en su computadora, se encontró con una imagen donde aparecían él y sus padres en un parque de diversiones muy conocido. En la foto, tenía diez años. Al observarla, su mente viajó a esa época y su rostro mostró tristeza, pero de inmediato pasó la imagen.