Noche de amor en Río - Jennie Lucas - E-Book
SONDERANGEBOT

Noche de amor en Río E-Book

Jennie Lucas

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Le había ofrecido un millón de dólares por una noche… Fingir querer a Gabriel Santos debería ser fácil para Laura Parker. Al fin y al cabo, era tremendamente guapo, sólo se trataba de una noche y él le había ofrecido un millón de dólares. Sin embargo, había tres cosas que tener en cuenta: 1. Ellos dos ya habían pasado una noche inolvidable en Río. 2. Laura estaba enamorada de Gabriel desde entonces. 3. Gabriel no quería hijos, pero no sabía que era el padre del niño de Laura.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 179

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Jennie Lucas.

Todos los derechos reservados.

NOCHE DE AMOR EN RÍO, N.º 2111 - octubre 2011

Título original:Reckless Night in Rio

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.:978-84-9000-999-4

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Promoción

Capítulo 1

QUIÉN es el padre, Laura? Con su hijo de seis meses en brazos, Laura Parker sonreía de orgullo y placer en la granja familiar, que tenía doscientos años de antigüedad y que estaba repleta de amigos y vecinos que habían acudido al banquete de boda de su hermana. Se colocó bien las gafas y miró con desánimo a su hermana menor. «¿Quién es el padre?».

La gente había dejado de hacerle esa pregunta, ya que Laura se negaba a responder, por lo que comenzaba a creer que el escándalo había acabado.

–¿Lo dirás alguna vez? –el rostro de Becky reflejaba tristeza bajo el velo. A los diecinueve años, era una recién casada idealista, con sueños románticos sobre el bien y el mal–. Robby se merece un padre.

Tratando de contener la angustia, Laura besó a su hijo.

–Ya hemos hablado de eso.

–¿Quién es? –gritó su hermana–. ¿Te avergüenzas de él? ¿Por qué no me lo dices?

–¡Becky! –Laura miró inquieta a los invitados–. Ya te he dicho que... –inspiró profundamente–. No sé quién es.

Su hermana la miró con ojos llorosos.

–Mientes. Es imposible que te hayas acostado con cualquiera. Fuiste tú quien me convenció de que esperara el verdadero amor.

Quienes estaban más cerca de ellas habían dejado de fingir que charlaban y trataban de oír lo que las hermanas decían. La familia y los amigos paseaban por las habitaciones de la granja, haciendo crujir el suelo de madera, mientras que los vecinos estaban sentados en sillas plegables arrimadas a las paredes y comían de platos de cartón que sostenían en el regazo.

Laura abrazó al niño con más fuerza.

–Becky, por favor –susurró.

–Te ha abandonado. ¡Y no es justo!

–Becky –su madre apareció de repente–, creo que no conoces a la bisabuela Gertrude, que ha venido desde Inglaterra. ¿Quieres ir a saludarla? Creo que también querrá conocer a Robby –añadió mientras tomaba al niño de los brazos de Laura.

–Gracias –le susurró ésta.

Ruth Parker le contestó con una amorosa sonrisa y un guiño antes de llevarse a su hija y a su nieto. Laura los observó alejarse con el corazón lleno de amor. Ruth llevaba su mejor vestido, pero el pelo le había encanecido y el cuerpo se le había encorvado ligeramente. Y en el último año se había vuelto más frágil.

A Laura se le hizo un nudo en la garganta. Creía que se olvidaría del escándalo que había supuesto su embarazo al volver a su pueblo, al norte de New Hampshire, sin trabajo y sin respuestas. Pero ¿lograría superarlo su familia? ¿Y ella?

Tres semanas después de marcharse de Río de Janeiro descubrió que estaba embarazada. Su padre le había exigido que dijera quién era el padre. Laura temió que fuera a buscar a Gabriel Santos con un ultimátum o, peor aún, con una escopeta. Así que mintió y dijo que no lo sabía. Dijo que su estancia en Río había sido un festín sexual, cuando en realidad sólo había tenido un amante en toda su vida y durante una sola noche.

Una maravillosa noche.

«Te necesito, Laura». Seguía sintiendo la violencia del abrazo de su jefe mientras la tumbaba en el escritorio apartando papeles y tirando el ordenador al suelo. Al cabo de más de un año, seguía sintiendo el calor de su cuerpo, el roce de sus labios en el cuello y sus besos brutales en la piel. El recuerdo de cómo Gabriel Santos le había arrebatado su virginidad continuaba invadiendo sus sueños todas las noches.

Y el recuerdo de lo que había pasado después aún le dolía como un disparo en el corazón. A la mañana siguiente de seducirla, ella le dijo, entre lágrimas, que no tenía más remedio que dejar el trabajo, y él se había limitado a encogerse de hombros.

–Buena suerte –le dijo–. Espero que encuentres lo que buscas.

Eso fue todo, después de cinco años de amor y dedicación. Había amado a su jefe de forma estúpida y sin esperanza. Llevaba quince meses sin verlo, pero no lograba olvidarlo por mucho que lo intentara. ¿Cómo iba a hacerlo cuando su hijo tenía sus mismos ojos oscuros?

Las lágrimas que había vertido una hora antes en la iglesia no habían sido sólo de felicidad por Becky. Había querido a un hombre con todo su corazón sin verse correspondida. Y a veces todavía se imaginaba que oía su voz profunda dirigiéndose a ella, únicamente a ella.

«Laura».

Como en aquel momento. Recordarla era hacerla realidad. Su sonido le llegó al corazón como si él estuviera detrás de ella susurrándole al oído.

«Laura».

La sentía muy cerca.

Muy cerca.

Le temblaron las manos al dejar la copa de champán barato. La falta de sueño le producía alucinaciones. Tenía que ser eso. No podía ser...

Inspiró profundamente y se volvió.

Gabriel Santos estaba frente a ella. En medio del salón atestado, sobresalía en todo con respecto al resto de los hombres presentes. Y estaba más guapo que nunca. Pero no era sólo su mandíbula cincelada ni el caro traje italiano lo que lo hacían destacar. Tampoco la altura ni la anchura de los hombros.

Era la intensidad despiadada de sus ojos negros.

Laura sintió un escalofrío.

–Gabriel... –susurró.

–Hola, Laura.

Ella tragó saliva al tiempo que se clavaba las uñas en las palmas para despertarse de aquella pesadilla.

–No puede ser que estés aquí.

–Pues estoy, Laura.

Ella tembló al oírle decir su nombre. No le parecía adecuado que estuviera allí, en el salón de la casa familiar, rodeados de amigos que comían lo que ellos mismos habían llevado.

Gabriel Santos, de treinta y ocho años de edad, poseía un complejo internacional de industrias que compraban y enviaban acero y madera a todo el mundo. Dedicaba su vida a los negocios, los deportes de riesgo y las mujeres hermosas. Sobre todo a éstas.

Entonces, ¿qué hacía allí? A no ser que...

Vio por el rabillo del ojo que su madre desaparecía en el vestíbulo con el niño.

Cruzó los brazos para que no le temblaran las manos. Así que Gabriel estaba en la granja Greenhill. No era complicado encontrarla allí. Los Parker llevaban viviendo doscientos años en la granja. Que su jefe estuviera allí no implicaba que supiera de la existencia de Robby.

–¿No te alegras de verme?

–Claro que no –le espetó ella–. Recuerda que ya no soy tu secretaria. Así que si has hecho miles de kilómetros porque necesitas que vuelva a Río para coserte un botón o prepararte un café...

–No he venido por eso –sus ojos brillaban. Miró el salón, decorado con bombillas rosas y corazones de papel rojo en las paredes–. ¿Qué celebráis?

–Una boda.

Él se le acercó más haciendo crujir el suelo de madera. Laura pensó en lo guapo que era. Se había olvidado de su inmenso atractivo. Sus sueños no le hacían justicia. Se daba cuenta de por qué lo perseguían mujeres de todo el mundo y por qué acababan desesperadas.

–¿Y quién es la novia?

A ella le sorprendió la dureza de su voz.

–Becky, mi hermana pequeña.

–Ah –relajó los hombros de manera casi imperceptible–. ¿Becky? ¡Pero si sólo es una niña! –Y que lo digas. ¿Creías que era yo? Se miraron fijamente a los ojos. –Por supuesto que creía que eras tú. La idea de salir con otro hombre, y mucho más la de casarse con otro, hizo que Laura reprimiera una carcajada. Se alisó el vestido de dama de honor con manos temblorosas.

–Pues no.

–¿Así que no hay nadie importante en tu vida? –preguntó él en tono despreocupado.

Había alguien importante. Tenía que sacar a Gabriel de allí antes de que viera a Robby.

–No tienes derecho a preguntármelo.

–No. Pero no llevas anillo.

–Muy bien –dijo ella mientras se miraba la punta de los pies–. No estoy casada.

No tenía que preguntar si Gabriel lo estaba, porque ya sabía la respuesta. ¿Cuántas veces le había dicho que nunca tendría esposa?

«No estoy hecho para el amor, querida. Nunca tendré una mujercita que me prepare la cena en una casa cómoda mientras leo cuentos a nuestros hijos».

Gabriel se le aproximó aún más hasta casi tocarla. Ella se percató de que la gente murmuraba preguntándose quién sería aquel desconocido tan guapo y bien vestido. Sabía que tenía que decirle que se marchara, pero estaba atrapada por la fuerza de su cuerpo, tan cerca del de ella. Le miró las muñecas que sobresalían por los puños de la camisa y tembló al recordar su cuerpo sobre el de ella, la caricia de sus dedos...

–Laura...

Contra su voluntad, alzó la vista y recorrió su musculoso cuerpo, los anchos hombros y el cuello y se detuvo en su cara, de una belleza brutal. Le vio en la sien la cicatriz de un accidente infantil. Vio al hombre al que siempre desearía, al que no había dejado de desear.

Los ojos de él la quemaban por dentro y la invadió una cascada de recuerdos. Se sintió vulnerable, casi indefensa bajo el fuego oscuro de su mirada.

–Me alegro de volver a verte –afirmó él en voz baja. Y sonrió.

La masculina belleza de su cara le cortó la respiración. Los quince meses separados habían aumentado su belleza, en tanto que ella...

Llevaba un año sin ir a un salón de belleza. Hacía siglos que no se cortaba el pelo y el único maquillaje que llevaba era un carmín rosa y poco favorecedor que se había puesto ante la insistencia de su hermana. El pelo, rubio, se lo había recogido en un moño antes de la ceremonia, pero los tirones de Robby se lo habían deshecho.

Laura se infravaloraba ya en su infancia y, desde que se había convertido en madre soltera, su autoestima era inexistente. Ducharse y hacerse una cola de caballo era lo máximo que llevaba a cabo la mayor parte de los días. Y aún no había perdido el peso ganado en el embarazo.

–¿Por qué me miras?

–Eres más guapa de lo que recordaba.

Laura se sonrojó.

–No mientas.

–Es verdad.

Sus ojos la abrasaban. La miraba, no como si pensara que era una mujer corriente, sino como si...

Como si...

Él desvió la mirada y ella expulsó el aire que había estado reteniendo.

–¿Así que estáis celebrando la boda de Becky? –miró a su alrededor con aire de desaprobación.

Laura creía que su casa era bonita, incluso romántica para una boda campestre. La habían limpiado y ordenado a conciencia, pero, al seguir la mirada masculina, de pronto vio lo pobre que resultaba todo.

Se había sentido orgullosa de lo mucho que había conseguido con un presupuesto tan bajo. Las flores eran muy caras, así que había confeccionado corazones de papel para ponerlos en la pared y había comprado globos y serpentinas. Había decorado la casa a medianoche mientras esperaba que la tarta se enfriara. Para la cena, su madre había hecho su famoso pollo asado y los amigos y vecinos llevaron ensaladas y otros platos. Ella hizo la tarta siguiendo una receta de un antiguo libro de cocina.

Se acostó al amanecer, cansada y feliz. Pero, en aquel momento, al ver la mirada de Gabriel, nada le pareció bonito.

Becky se había mostrado encantada al ver la decoración y la tarta, y Laura pensó que no se podía haber hecho nada más cuando la familia quería una boda bonita para Becky sin tener un céntimo que gastar en ella.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Gabriel la miró.

–¿Necesitas dinero, Laura?

Ella sintió que le ardían las mejillas.

–No –mintió–. Estamos bien.

Él volvió a mirar a su alrededor.

–Me sorprende que tu padre no haya podido hacer algo más por Becky, aunque ande mal de dinero.

–Mi padre murió hace cuatro meses –susurró ella.

Oyó que Gabriel tomaba aire.

–¿Qué?

–Tuvo un infarto durante la cosecha. No lo encontramos en el tractor hasta la hora de la cena, cuando no apareció.

–Lo siento, Laura –Gabriel le tomó la mano.

Sintió su pena y su compasión. Y también la calidez de su mano, que había anhelado todo el año anterior y los cinco años precedentes.

Suspiró y se soltó.

–Gracias –dijo tratando de contener las lágrimas. Creía que ya había superado el duelo, pero se le había formado un nudo en la garganta al ver a su tío acompañando a Becky al altar y a su madre sola en el banco de la iglesia y bañada en lágrimas–. Ha sido un invierno muy largo. Todo se ha venido abajo sin él. La granja es pequeña y a duras penas íbamos saliendo adelante de año en año. Como mi padre ya no está, el banco no quiere prorrogarnos el préstamo ni darnos dinero para poder plantar en primavera.

–¿Qué?

Ella alzó la barbilla.

–Todo va bien ahora –afirmó, aunque trataban de resistir una semana más hasta que llegara el siguiente préstamo. Y luego rezarían para que el año siguiente fuera mejor–. Tom, el esposo de Becky, vivirá aquí y cultivará la tierra. De esa manera mi madre podrá quedarse en su hogar y estar bien atendida.

–¿Y tú?

Laura apretó los labios. Esa noche, Robby y ella se trasladarían al dormitorio de su madre, ya que no podían compartir el de Becky ni el que sus otras hermanas, Hattie y Margaret, compartían. Su madre había dicho que estaría encantada de que su nieto durmiera en su habitación, aunque tenía el sueño ligero. No era una situación ideal.

Necesitaba un trabajo y un piso propio. Era la primogénita; tenía veintisiete años. Debería estar ayudando a su familia, y no al revés. Llevaba meses buscando trabajo, pero no había. Ni siquiera por una fracción de lo que ganaba trabajando para Gabriel.

Pero no iba a decírselo.

–Aún no me has dicho qué haces aquí. Es evidente que no sabías nada de la boda. ¿Has venido por negocios? ¿Está en venta la mina Talfax?

–No. Sigo tratando de cerrar el trato con Açoazul en Brasil. He venido porque no tenía más remedio.

–¿A qué te refieres?

–¿No lo adivinas?

Ella contuvo la respiración. Su peor pesadilla estaba a punto de hacerse realidad.

Gabriel había ido a por el niño.

Después de todas las veces que había dicho que no quería hijos, después de todo lo que había hecho para asegurarse de no tenerlos, había averiguado su secreto y estaba allí para llevarse a Robby. Y no lo haría porque lo quisiera, desde luego, sino porque lo consideraba su deber.

–Quiero que te vayas, Gabriel –susurró ella temblando.

–No puedo.

–¿Qué te ha traído aquí? ¿Un rumor o...? –se humedeció los labios con la lengua y, de pronto, fue incapaz de soportar la tensión–. Deja de jugar conmigo, por Dios, y dime lo que quieres.

Sus ojos oscuros la miraron y le atravesaron el corazón.

–A ti, Laura –dijo en voz baja–. He venido a por ti.

Capítulo 2

HE VENIDO a por ti». Laura lo miró con los labios entreabiertos. Los ojos de Gabriel brillaban de deseo, exactamente como la noche en que le había arrebatado su virginidad, la noche en que había concebido a su hijo. «He venido a por ti».

¿Cuántas veces había soñado con que él le dijera esas palabras?

Llevaba quince meses echándolo de menos, durante los cuales había dado a luz y había criado al niño sin su padre. Deseaba constantemente sentir sus brazos fuertes y protectores, sobre todo en los malos momentos, como cuando le dijo a su familia que estaba embarazada; o el día del entierro de su padre, cuando su madre y sus tres hermanas se habían abrazado a ella llorando, con la esperanza de que fuera la más fuerte; o en las interminables semanas en que había ido al banco todos los días con el niño para convencerles de que le prorrogaran el préstamo para que la granja pudiera seguir funcionando.

Pero también había habido momentos felices, y entonces había echado de menos a Gabriel aún más. Como cuando, a mitad del embarazo, mientras lavaba los platos, sintió la primera patada del bebé; o el día de agosto en que nació y ella lo abrazó mientras él bostezaba y la miraba con los mismos ojos que su padre.

Durante más de un año, Gabriel le había faltado como el agua, el sol y el aire. Lo deseaba día y noche. Echaba de menos su risa y la amistad que tenían.

¿Y estaba allí por ella?

–¿Has venido a por mí? –susurró ella–. ¿Qué significa eso?

–Lo que he dicho. Te necesito.

Ella tragó saliva.

–¿Por qué?

–Las demás mujeres no están a tu altura en ningún aspecto.

El corazón de Laura comenzó a latir desbocadamente. ¿Se había equivocado al abandonarlo quince meses antes? ¿Se había equivocado al mantener en secreto la existencia de Robby? ¿Y si los sentimientos de Gabriel hubieran cambiado y la quisiera? ¿Y si...?

Él se inclinó hacia ella con una sonrisa.

–Necesito que vengas a trabajar para mí.

El corazón de Laura se detuvo.

Por supuesto, eso era lo único que quería. Era probable que hubiera olvidado su aventura de una noche mientras que ella la recordaría siempre. Laura lo miró y vio que tenía la mandíbula tensa.

–Debo de hacerte mucha falta.

–Así es.

Ella vio por el rabillo del ojo que su madre volvía con Robby en un brazo y un trozo de tarta en la otra mano.

¿Cómo se había olvidado de que su hijo confiaba en que ella lo mantuviera a salvo?

Agarró a Gabriel de la mano y lo sacó de la habitación y de la casa, al aire helado de febrero, lejos de ojos que los espiaran.

Entre la casa y el granero había coches y camionetas aparcados, así como en la carretera situada frente a la granja.

Cerca del granero, Laura vio el agua helada del estanque, que brillaba como si fuera de plata. En él, su padre había enseñado a nadar a todas sus hijas en verano, cuando eran niñas. Ella, cuando estaba alterada, nadaba en el estanque y, al hacerlo, recordaba los brazos protectores de su padre, lo cual hacía que se sintiera mejor.

Deseó poder nadar en aquel momento.

Se dio cuenta de que Gabriel seguía agarrándola de la mano y miró los largos dedos que cubrían los suyos. De pronto, su calidez le quemó la piel.

Se soltó y lo fulminó con la mirada.

–Siento que hayas venido hasta aquí para nada. No voy a trabajar para ti.

–¿Ni siquiera quieres que te hable del trabajo? Por ejemplo, ¿del sueldo?

Laura se mordió el labio inferior mientras pensaba en que le quedaban exactamente trece dólares en la cuenta bancaria, apenas lo suficiente para comprar pañales durante una semana. Pero se las arreglaría. Y no podía correr el riesgo de que le quitaran la custodia de Robby por algo tan insignificante como el dinero.

–Ninguna cantidad me tentará –dijo con fiereza.

Él hizo una mueca.

–Sé que no siempre es fácil llevarse bien conmigo...

–¿Fácil? –le interrumpió ella–. Eres una pesadilla.

–Ésta es la diplomática señorita Parker que recuerdo –afirmó él sonriendo.

–Búscate otra secretaria.

–No te pido que seas mi secretaria.

–Has dicho...

Él la miró con los ojos brillantes y le habló con voz profunda.

–Quiero que pases una noche conmigo en Río, como mi amante.

«¿Como su amante?», pensó Laura. Se había quedado sin habla.

Gabriel continuaba mirándola con ojos inescrutables y las manos en los bolsillos.

–No estoy en venta –susurró ella–. Crees que por ser guapo y rico puedes tener lo que desees, que puedes pagarme para meterme en tu cama y que me vaya al día siguiente con un cheque.

–Una idea encantadora –su boca sensual esbozó una sonrisa desganada–. Pero no quiero pagarte por acostarme contigo.

Laura se ruborizó.

–Entonces, ¿por qué?

–Quiero que finjas que me amas.

Ella tragó saliva.

–Pero hay miles de chicas que podrían hacerlo. ¿Por qué has venido hasta aquí cuando podrías tener a veinte chicas en tu piso en un minuto? ¿Te has vuelto loco?

–Sí –contestó él con voz ronca–. Me estoy volviendo loco. Cada momento que pasa en que la empresa de mi padre está en otras manos, cada momento en que sé que he perdido el legado de mi familia por mi estupidez, me parece que estoy perdiendo el juicio. Lo he soportado casi veinte años. Y estoy muy cerca de recuperarlo.

Laura debía de haberse imaginado que tenía algo que ver con recuperar Açoazul.

–Pero ¿cómo puedo ayudarte?

Él la miró con los dientes apretados.

–Haciendo el papel de amante devota durante veinticuatro horas, hasta que cierre el trato.

–¿Cómo demonios va a ayudarte eso a que lo cierres?