Noche de salvaje pasión - Sara Orwig - E-Book

Noche de salvaje pasión E-Book

Sara Orwig

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Beschreibung

Aaron Black estaba cansado de la vida, y pensaba que nada volvería a acelerarle el pulso. Hasta que una noche llena de magia bailó con Pamela Miles. El elegante hombre mundano y la tímida maestra de escuela compartieron una noche de pasión y deseo... pero ella desapareció a la mañana siguiente. Decidido a encontrar a su amor, Aaron dio enseguida con la pista de Pamela y descubrió que ella iba a tener un hijo suyo. ¿Podría convencerla de que quería casarse con ella no por cumplir con su deber, sino porque su amor era más grande que todo el estado de Texas?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Harlequin Books S.A.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noche de salvaje pasión, n.º 1099 - febrero 2018

Título original: World’s Most Eligible Texan

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-751-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

–¿Te quieres ir a tu casa de Royal?

–Sí, me has oído bien. ¿Puede venir a recogerme el avión familiar? –preguntó Aaron Black, que estaba hablando por teléfono.

Sabía que para su hermano era una sorpresa que le pidiera una cosa así.

–No me puedo creer que me lo pidas, pero por supuesto que te enviaré cuanto antes el avión. Mi querido hermano, uno de nuestros diplomáticos en España se va a tomar unas vacaciones en Royal, Texas. Sigo diciendo que me parece increíble.

–El Departamento de Estado lo ha arreglado todo, así que puedo tomarme un descanso –contestó Aaron–. ¡Maldita sea, tú también te tomas vacaciones!

–Claro, y suelo irme con mi familia a uno de esos países donde tú trabajas. Pero no dejamos Houston para volver a Royal.

–Quizá deberías hacerlo. Royal es muy bonito.

–Sí, si te gustan las vacas y los mosquitos. Me apuesto lo que quieras a que a los dos días me llamas de nuevo para que te vaya a recoger el avión. ¿Y qué pasará con la embajada mientras tú no estás?

Aaron sonrió divertido desde su oscura y silenciosa casa de Georgetown.

–La embajada americana en España podrá pasarse unos días sin su primer secretario.

–No puedo creer que esté hablando con mi hermano. ¿Estás seguro de que estás bien, Aaron?

–Sí, estoy bien. Saluda a Mary y a los chicos de mi parte. Mejor todavía, dales un beso muy fuerte. Y gracias por enviarme el avión.

–Claro. Hasta pronto. Llámame de vez en cuando para decirme que sigues bien.

–Estoy bien, mami.

–Bueno, soy tu hermano mayor y tengo que cumplir con mi papel de vez en cuando. Además, insisto en que estás haciendo algo muy raro. ¿No tendrá algo que ver con el Club de Ganaderos de Texas?

–En efecto –respondió su hermano con franqueza.

Su hermano no era miembro, pero podía haberlo sido y sabía que el club era una fachada para que sus miembros trabajaran secretamente salvando vidas.

–¿Y por qué no me lo has dicho antes? Cuídate.

–Gracias, Jeb –Aaron colgó el teléfono–. Sí, es un poco raro. Gracias a una texana alta y morena estoy haciendo cosas que no había hecho en mi vida.

Mirando como hipnotizado los copos de nieve y las luces, recordó la fiesta del Club de Ganaderos que había tenido lugar tres semanas antes. El pulso de Aaron se aceleró en sus venas al recordar el momento en el que había visto por primera vez a aquella mujer que llevaba un sencillo vestido negro. Cuando se había dado la vuelta, los ojos azules de la mujer se habían encontrado con los suyos y él había sentido, por un momento, que algo se encendía en su interior. La mujer se estaba riendo de lo que le había dicho alguien. Aaron, al ver su sonrisa y sus enormes ojos azules, había sentido un deseo irresistible de conocerla. Creía que conocía a todo el mundo en Royal, pero desde luego a aquella mujer no la había visto nunca.

En ese momento, Justin Webb le dijo algo y Aaron se giró hacia él para saludarlo. Cuando volvió a mirar en dirección a la mujer, esta había desaparecido. Le llevó veinte minutos encontrarla en medio de la sala abarrotada de gente. En cuanto la vio, se presentó y dos minutos más tarde estaba bailando con ella. Luego, mucho más tarde… Recordó su rostro, el calor de sus besos, su pasión. Aaron lo tenía tan fresco, que su cuerpo reaccionó a los recuerdos. Se llamaba Pamela Miles.

En ese momento, y rompiendo el hilo de sus pensamientos, un coche se detuvo a la puerta de su casa en Georgetown. Era su vecino, Brad Meadows, que se bajó el primero y luego ayudó a salir a su mujer y a su hija. Los tres fueron hacia la puerta de su casa riendo, pero la pequeña, de tres años, miró a la casa de Aaron y lo vio de pie en la ventana. La niña sonrió y le hizo un gesto con la mano. Aaron respondió a su saludo y sintió una punzada en su interior.

Brad Meadows tenía familia. Una esposa muy guapa y una hija preciosa, pensó.

«¿Y qué tiene que ver eso conmigo?»,se dijo, pasándose la mano por la frente mientras la imagen de Pamela Miles acudía de nuevo a su memoria. «¿Desde cuándo envidio a alguien porque esté casado?».

Pero entonces pensó en su propia familia y en lo feliz que había sido su infancia, con sus dos hermanos y su hermana. Luego miró a su alrededor y reparó en el salón, silencioso y vacío, como su vida.

Pero, ¿por qué demonios se le ocurrían últimamente ese tipo de cosas?

Sin embargo, la noche que había pasado con Pamela había sido una excepción. La soledad, la sensación de que se estaba perdiendo algo importante y el vacío que había estado experimentando los últimos años, se habían evaporado desde el primer momento que la había mirado a sus ojos. Desde aquella primera mirada, la química entre ellos había sido tan intensa, que solo con recordarla se ponía a sudar. Pero había habido algo más profundo que el simple deseo físico. Por lo menos para él.

A la mañana siguiente, ella se había marchado sin despertarlo. Él trató de no darle importancia a aquel hecho. ¿Cuándo había dejado él que una mujer lo obsesionara tanto? Si ella quería terminar así… de acuerdo. Además, él tenía que regresar a Washington y luego a España, de vuelta al trabajo. Sabía que ella iba a marcharse a Asterland, donde iba a trabajar como profesora. Así que podría ir a verla allí una vez que estuviera de vuelta en España.

Dos días más tarde, un avión privado había salido de Royal, en Texas, con dirección a Asterland con Pamela Miles a bordo. No lejos de Royal, el avión había tenido que hacer un aterrizaje de emergencia. Cuando Matt Walker, un ganadero y miembro del club, lo llamó para informarlo de lo del aterrizaje y otros extraños sucesos ocurridos en Royal, Aaron había tratado de ponerse en contacto con Pamela, pero había sido inútil.

Esta había salido del hospital poco después de sufrir el accidente, pero Aaron tenía tan pocas referencias de ella que no pudo encontrarla. Por otra parte, estaba claro que la mujer no tenía ningún interés en verlo, así que había intentado olvidarla.

Pero Pamela Miles tenía la capacidad de aparecer en su mente de una manera tan constante, y tan extraña para él, que Aaron no podía evitar el continuo deseo de volver a verla..

Mientras observaba cómo los copos de nieve caían, para luego fundirse sobre la estrecha calle de Georgetown, lo invadió una sensación de vacío más fría que la nieve. Al principio, estaba muy ilusionado con su trabajo, pensando que podría cambiar las cosas y ayudar a hacer un mundo diferente, pero ya no pensaba lo mismo.

Últimamente se había vuelto muy consciente de sus treinta y siete años y de lo poco que había conseguido en la vida. Pero la noche de la fiesta en Texas, aquella sensación había desaparecido. Pamela lo había hecho revivir, de una manera que antes hubiera creído imposible.

–Maldita sea, Pamela, estoy seguro de que sentiste lo mismo que yo –movió la cabeza, pensando en que la mujer no tenía ningún interés en él.

Lo había dejado claro. Aunque él iba a regresar para confirmarlo.

A la tarde del día siguiente, a finales de enero, Aaron tomó el coche familiar que le habían dejado en el aeropuerto y se dirigió por una carretera polvorienta hacia el lejano rancho, pero no se fijó en los árboles que se elevaban a un lado y otro de la carretera, porque en su mente solo existía Pamela.

Aaron había vuelto a casa y estaba decidido a encontrar a aquella mujer.

Capítulo Uno

 

–La explicación de por qué sientes náuseas es bien sencilla, Pamela.

La mujer estaba sentada sobre la mesa camilla, con las piernas cruzadas, mirando hacia el doctor Woodbury, que la trataba desde que era una niña.

–Estás embarazada.

–¡Embarazada! –exclamó, agarrándose a la camilla con ambas manos.

«Embarazada. ¡Pero si solo he hecho el amor una vez en toda mi vida, hace tres semanas! No puede ser».

El doctor Woodbury le estaba hablando, pero ella no oía nada. «¡Embarazada!».

Aquello le causaría problemas en su trabajo. Iba a tener un hijo. Un hijo… La palabra resonó en su mente. ¡Era imposible! Bueno, tampoco era imposible. Había pasado una noche con Aaron Black. Cerró los ojos y se aferró al frío metal de la camilla, sintiéndose como si se fuera a desmayar.

–Conociéndote como te conozco, me imagino que querrás tener el bebé.

Las palabras del doctor resonaron en su mente… «Querrás tener al bebé… ».

Pamela abrió los ojos y se puso una mano sobre el vientre.

–¡Sí! Claro que quiero tenerlo –contestó.

Los ojos azules del médico la miraron con calma.

–Tu madre abortó dos veces después de que te tuviera a ti. No quería tener más hijos.

–Pero yo no soy mi madre –contestó ella pensativa.

De repente, pensó en su madre y la opinión que tenían de ella en la pequeña localidad. Y no solo el doctor, sino todos los habitantes. Su madre era la prostituta local. Así la habían llamado muchas veces. Pamela recordó los comentarios, las palabras a media voz y las bromas que había oído respecto a ella. Y lo que era peor, se acordaba perfectamente de los muchos hombres que solían pasar por la pequeña casa donde vivían.

No obstante, se sorprendió al saber que había tenido dos abortos. Aunque si lo pensaba bien, tampoco debía sorprenderla demasiado. Dolly solo pensaba en sí misma.

Pamela, al pensar en los dos hijos perdidos, tuvo una sensación de pérdida. Podría haber tenido hermanos y hermanas. Apretó la mano que tenía sobre el vientre y trató de concentrarse en lo que el doctor Woodbury le estaba diciendo.

–Voy a tener al niño.

–Ya me lo imaginaba. Pues entonces, aunque estás bien de salud, voy a recetarte algunas vitaminas y te daré cita para el mes que viene.

Pamela se pasó la hora siguiente en una nube mientras compraba las vitaminas y otras cosas que necesitaba. Luego se dirigió al restaurante Royal Diner para comer. Era muy temprano y estaría vacío, cosa que le agradaba. En ese momento, no tenía ganas de ver a nadie.

Gracias al cielo, Aaron Black se había vuelto a España. Ella, por su parte, tendría tres o cuatro meses para hacer planes hasta que el embarazo se notara.

El viento era frío y arrastraba hojas secas alrededor de los pies de Pamela. Cuando abrió la puerta del restaurante, sonó la campanilla de bronce que había a la entrada. Pamela se fijó en que la máquina de música estaba en silencio y luego se dirigió hacia una de las mesas vacías. Después de sentarse, apoyó la cabeza entre las manos.

–Hola, Pamela –la saludó Sheila Foster, la camarera, ofreciéndole un menú plastificado.

Pamela trató de concentrarse en el texto y poco después pidió una hamburguesa y un té. Desde ese momento, tendría que alimentarse pensando en el bebé. «¡Estaba embarazada!», pensó una vez más, horrorizada.

Todavía no podía creérselo. Lo primero que había sentido había sido terror. No sabía lo que se suponía que tenía que hacer una madre y, además, estar soltera y embarazada sería todo un escándalo en Royal. Pero cuando el doctor Woodbury le había preguntado si iba a tener al niño, había vuelto rápidamente a la realidad y había decidido que querría a ese hijo con toda su alma.

Un hijo. Ella jamás había pensado que fuera a tener un hijo. No solía citarse con hombres y no sabía qué podía haber encontrado Aaron en ella, ni siquiera para una sola noche. Aunque desde luego, ella había sucumbido en seguida a sus encantos y había hecho el amor con una pasión arrebatadora.

Mientras esperaba la comida, volvió a recordar la mágica noche de la fiesta del Club de Ganaderos.

 

 

La fiesta había sido en honor de varios dignatarios europeos de Asterland y Obersbourg, y también para agradecer a los miembros del Club de Ganaderos su ayuda en el rescate de la princesa Anna von Oberland, casada con Greg Hunt. A la reunión habían asistido muchas personalidades, incluso Lady Helena Reichard. Había sido una noche fría y clara, y Pamela había ido solo porque Thad Delmer, que había enviudado recientemente, le había pedido que lo acompañara.

Al llegar, se habían separado para saludar a sus respectivos amigos. En un momento dado, cuando estaba en medio de un grupo, ella se había dado la vuelta y se había encontrado con los ojos verdes de un hombre muy atractivo. El hombre en cuestión iba vestido con un esmoquin negro y una camisa blanca. Ella se fijó en que la estaba mirando de una manera demasiado intensa para ser casual. Era ancho de hombros, pero su figura era esbelta, y tenía el pelo castaño oscuro y bien peinado. Sus facciones eran duras y firmes, pero sus pestañas espesas y sus ojos la habían subyugado.

Mientras lo miraba, el tiempo quedó suspendido y se le aceleró el pulso, como si el hombre hubiera cruzado todo el salón y la hubiera acariciado.

Entonces Justin Webb se había acercado al hombre y él había dejado de mirarla.

Ella sabía quién era: Aaron Black. Un diplomático americano nacido en Royal, pero que vivía fuera. Todo el mundo conocía a su familia. Eran ricos desde siempre, pero gente sencilla.

Tratando de concentrarse y olvidar la mirada de aquel hombre, se volvió y continuó con la conversación que tenía con sus amigos.

Pero de repente, se fijó en que el hombre se había acercado a ella y la estaba mirando a los ojos mientras le ofrecía su mano.

–Es una bonita fiesta. Me llamo Aaron Black –su voz era grave y profunda.

–Yo soy Pamela Miles.

–¿Eres de por aquí?

–Sí.

Pamela se preguntó cómo era posible que no lo supiera. Todos conocían a Dolly Miles y sabían que Dolly tenía una hija.

–Al acercarme, corres el peligro de que tu acompañante se enfade contigo.

Ella soltó una carcajada.

–No te preocupes. He venido con Thad Delner, el director de la escuela donde doy clase. Thad se ha quedado viudo hace poco tiempo y estaba obligado a venir como representante de la escuela, así que me pidió que lo acompañara. Nunca había venido a una de estas fiestas.

–Bueno, entonces, si no has venido con tu novio… ¿quieres que bailemos?

Ella asintió y él la tomó en sus brazos para llevarla hasta la pista de baile. Pamela sintió en seguida el olor de su camisa impecable y de su colonia. Sus dedos tocaron su cuello al colocar las manos sobre sus hombros, unas manos que despedían un intenso calor. Bailaron como si hubieran estado bailando durante toda la vida.

Pamela observó los rasgos del hombre. Su boca era terriblemente sensual y dos hogueras parecían arder en sus ojos verdes.

–Háblame de tu vida, Pamela –le pidió–. Estás aquí con el director de la escuela donde trabajas. ¿Quiere eso decir que en este momento no hay nadie en tu vida?

–Exacto. Llevo una vida normal de profesora y dentro de dos días me voy a Asterland para hacer un intercambio.

–¡Eres tú! –exclamó él, apartándose ligeramente para mirarla a los ojos–. Este es mi día de suerte. Yo estoy trabajando para la embajada americana en España. Podemos vernos algún fin de semana. Asterland es un sitio muy bonito y muy diferente del oeste de Texas.

–Ya me lo imagino –dijo ella, riéndose.

Continuaron hablando y, poco a poco, fueron acercándose más y más hasta que comenzaron a bailar mejilla contra mejilla. A Pamela le latía el corazón a toda velocidad.

Luego, ella tuvo que bailar un rato con Matt Walker, un viejo amigo, hasta que Aaron volvió y le pidió que bailaran de nuevo. Pamela se daba cuenta de que había otras mujeres mirando a Aaron y que era evidente que querían bailar con él. Mientras daban vueltas sobre la pista al ritmo de una canción movida, se fijó en los trajes de las demás mujeres. Eran vestidos que habían comprado en las boutiques más caras de Royal, de Houston o de Dallas, mientras que el vestido que ella llevaba le había costado poco más de cincuenta dólares y lo había comprado en unos grandes almacenes de Royal. Le sorprendía que Aaron quisiera bailar con ella… le sorprendía y se lo agradecía. Por otra parte, parecía que estar en sus brazos era la cosa más natural del mundo, moviéndose junto a él y mirándolo a los ojos.

Una hora después, se acercó Thad Delner. Pamela le presentó a Aaron y Thad le dijo que se iba.

–Yo la llevaré a casa, señor Delner, no se preocupe.

–¿Te parece bien, Pamela? –preguntó Thad, mirándola ligeramente sorprendido.

–Sí –respondió ella, sin aliento.

–De acuerdo entonces. Seguid bailando. Te llamaré antes de que te vayas a Asterland, Pamela.

–Gracias por haberme traído, Thad –había dicho ella antes de abrazarse de nuevo a Aaron.

Cuando acabó la fiesta, él la había invitado a una copa en su casa y la magia de la noche había continuado. Poco después, habían llegado a Pine Valley, la elegante zona donde Aaron tenía su casa.

La verja de hierro se abrió y volvió a cerrarse cuando ellos hubieron pasado. Aaron hizo un gesto al guardia.

Nada más entrar y ver tanto la mansión como los jardines que la rodeaban, amplios y bien cuidados, Pamela sintió la diferencia entre los mundos de ambos.

–¿Por qué estás tan callada? –quiso saber él.

–Pensaba en lo diferentes que somos –comentó ella con solemnidad.

–Gracias a Dios –replicó él, agarrando la mano de ella para llevársela a la boca suavemente–. Si fueras igual que yo, te prometo que no te habría traído.

Ella esbozó una sonrisa y se relajó, aunque la sensación volvió a invadirla cuando entraron en la casa y él desconectó la alarma.

–Verjas, guardianes, alarmas… Estás bien protegido.

Él se encogió de hombros.

–Es la casa familiar, y el noventa por ciento del tiempo está vacía –le explicó él, agarrándola del brazo y encendiendo la luz de la entrada.

–Siento que tus padres murieran –añadió ella, recordando el accidente que había tenido lugar unos años antes en Dinamarca, donde habían muerto otros seis americanos, además de sus padres.

–Gracias. Y tus padres, ¿viven?

–No –contestó ella, sorprendiéndose de nuevo de que él no conociera a su madre.

Pamela no había conocido a su padre y estaba segura de que su madre no sabía bien quién había sido.

Aaron la había llevado a través de la cocina hasta un salón grande y ricamente amueblado. Una chimenea se abría en una de las paredes y una gruesa alfombra cubría el suelo de madera de roble. El hombre cruzó el salón para encender la chimenea y ella esperó, observando los cuadros de las paredes, ilustrados con motivos del oeste americano. Cuando volvió a mirar a Aaron, él se había quitado la chaqueta del esmoquin y no pudo evitar dar un suspiro.

Aaron se quitó a continuación la corbata y se desabrochó los últimos botones de la camisa. Entonces Pamela tuvo la sensación de que estaba asistiendo a una escena demasiado íntima y se sonrojó.

–¿Qué te apetece beber: una copa de vino, whisky, agua mineral…?

–Una copa de vino blanco –respondió ella, observando sus manos bien formadas.

Se sentó en uno de los sillones mientras él iba a servir las bebidas. Poco después, se acercó con una copa en la mano.

–Por esta noche. Por la noche en que nos hemos conocido, Pamela –al decirlo, levantó su copa.

–¿Crees que esta noche va a ser importante? –preguntó ella, sonriendo–. Eres un embaucador, Aaron Black, y un hombre peligroso.

Los ojos de él estaban muy brillantes y ella reconoció que, a pesar de su respuesta, nunca olvidaría lo que acababa de decirle.

–¿Te parezco peligroso? Creo que eso me gusta –aseguró él, dejando la copa sobre una mesa de madera de cerezo y comenzando a acariciarle el pelo–. ¿Y por qué soy peligroso?

–Tus palabras podrían hacer que cualquier mujer pierda la cabeza. Los hombres de Texas son todos unos charlatanes.

–Y las mujeres de Texas son las más guapas del mundo.

Ella soltó una carcajada suave y dejó la copa sobre la mesa para mirarlo.

–¡Eres un mentiroso! Soy demasiado alta, tengo demasiadas pecas y nunca me han dicho que sea guapa.

–Quizá yo vea en ti algo que los demás hombres no pueden ver –contestó él con voz grave.

–¡Pero cómo puedes mentir tanto!

–Te estoy diciendo la verdad –le aseguró él, sonriendo con gesto seductor.

Estaban metiéndose en un terreno peligroso y Pamela miró a su alrededor, buscando un tema menos personal del que poder hablar.

–Si la mayor parte del tiempo no vive nadie aquí, ¿quién cuida la casa?

–Tenemos empleados –contestó, sin dejar de mirarla–. ¿Por qué eres profesora?

–Me encantan los niños –respondió ella–. Siento que todos los niños deben aprender a leer y me gusta trabajar con ellos. Nunca he tenido familia. Quizá sea por eso por lo que me gusta tanto trabajar con niños. Y tú, ¿por qué quisiste ser diplomático?