Noches con mi jefe - Liv Morris - E-Book

Noches con mi jefe E-Book

Liv Morris

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Beschreibung

He aterrizado en Nueva York con mi currículum en la mano y mi virginidad intacta. El currículum se lo daría a cualquier hombre que pasara por la calle, pero lo otro…, vaya, no me voy a conformar hasta sentir antes una química explosiva, ya que nadie ha podido encender ese interruptor todavía. Pero eso ha sido hasta conocer a Barclay Hammond, CEO de la editorial más prestigiosa de Nueva York y el soltero más codiciado de la ciudad. Es dominante. Encantador. Guapísimo. Y mi nuevo jefe. La salvaje atracción entre los dos está fuera de toda duda. Las largas jornadas hasta altas horas de la noche que pasamos juntos y las miradas que me lanza en la sala de reuniones hacen que me sea imposible resistirme. Deseo que sea "el primero", y él también me desea a mí… Solo hay un GRAN problema. Salir con el jefe está estrictamente prohibido en Hammond Press. ¿Quién iba a pensar que perder "eso" iba a ser tan complicado? "Noches con mi jefe ofrece todas las sensaciones del mundo". USA Today.

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Título original: Bossy Nights

Primera edición: febrero de 2021

Copyright © 2018 by Liv MorrisPublished with Bookcase Literary Agency

© de la traducción: Mª José Losada Rey, 2021

© de esta edición: 2021, Ediciones Pàmies, S. L.C/ Mesena, 1828033 [email protected]

ISBN: 978-84-18491-33-7BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Ilustración a partir de fotografías de S. Borisov/OPOLJA/Shutterstock

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

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Epílogo I

Epílogo II

Agradecimientos

Contenido extra

1

Tessa

En cuanto la puerta del hotel se cierra detrás del botones, lanzo el bolso sobre la cama, voy hacia la ventana y descorro la cortina. Los edificios de oficinas de Manhattan se alzan para encontrarse con el cielo del atardecer, ambos iguales en su majestuosidad. Miro a la acera, y veo a la gente moviéndose por las calles en todas direcciones. Si se añade el montón de taxis que circulan por el asfalto, la escena posee una energía enloquecida que me hace sentir viva, como si tuviera pulso propio.

«Y pensar que casi no llego aquí…».

Tengo un objetivo que alcanzar durante la semana que pasare aquí: encontrar un trabajo que me proporcione suficiente dinero para vivir en Manhattan de forma permanente. Es posible que sea solo una fantasía, ya que acabo de graduarme de la universidad y poseo una limitada experiencia laboral.

Mi mejor amiga, Magnolia, un nombre que parece anunciar a los cuatro vientos que ha nacido en el Sur —que es lo que nos ocurre a ambas—, planea reunirse conmigo si consigo empleo esta semana, así que fracasar no es una opción. Llevamos años planeando tomar Manhattan por asalto, incluso aunque eso signifique que tengamos que cortarnos el pelo la una a la otra y vivir de fideos ramen para poder permitirnos pagar un apartamento.

Apoyándome en el cristal, rezo en silencio para que en algún lugar de esta jungla de cristal mi currículum de novata esté cayendo en las manos adecuadas.

Cojo el bolso y saco el móvil junto con una tira de papel de aluminio que no es otra cosa que una ristra de condones.

«¿Qué cojones es esto?».

—Es cosa de Maggie… —murmuro en voz baja.

Dejo caer los envoltorios de aluminio en el cubo de basura que hay junto a la cómoda, busco el número de Maggie en la agenda del teléfono y la llamo. Tengo que ponerle las cosas claras.

—¡Por fin, Tessa! ¿Estás ahí? —dice Maggie a su habitual velocidad de fórmula uno.

—He encontrado unos condones en mi bolso —resoplo, aunque no me sorprende—. ¿Y si me lo hubieran registrado en el aeropuerto y los hubiera visto un tipo de la compañía aérea?

—Probablemente te habría pedido tu número. Relájate, ¿vale? ¿Qué planes tienes para esta noche? —me pregunta, obviando la parte en la que debería decirme que lo lamenta.

—No lo sé. —No me siento especialmente atraída por salir a cenar sola por primera vez mientras la noche cae sobre la ciudad. Hay una carpeta del servicio de habitaciones en el escritorio, a mi lado, y le doy la vuelta a la tapa—. Tal vez pida algo. —Un rápido vistazo a los precios me hace sentirme acalorada y reconsiderar esa decisión.

—Debes de estar de coña. ¡Tessa, es la primera vez que estás sola en Nueva York! Tienes que hacer tres cosas esta noche.

—Dímelas. —Suspiro, sabiendo hacia dónde van los tiros. Sus demandas son siempre las mismas.

Maggie ha estado intentando que deje de ser virgen desde el instituto. Y por una vez, tengo que estar de acuerdo con ella. Sin embargo, soy una chica realista y me he visto todos los episodios de Sexo en Nueva York, así que sé que encontrar una pareja estable en este lugar de relaciones sin compromiso no va a ser fácil. Tengo que estar abierta a todas las opciones, incluso a las que no he considerado antes. Sin embargo, meterme en el mundo de las relaciones de una noche siendo virgen es complicado. Es difícil ocultar un molesto himen.

—Este es el plan —explica Maggie—. Uno: quiero que bajes al restaurante del hotel a cenar. No te parapetes detrás del servicio de habitaciones. Dos: una vez allí debes entablar conversación con un hombre, preferiblemente con uno que sea muy sexy. Tres: finalmente, tienes que llevarlo a tu habitación y tener una noche de sexo increíble con él.

Escucho el regocijo en la voz de Maggie. Debe de estar imaginándose que la llamo mañana por la mañana para decirle que me he ligado a un macizo en el bar. Y eso no va a pasar. Nunca.

—Uno, sí. Dos…, tal vez. Tres, estás loquísima —termino con una risa mientras niego con la cabeza—. Nunca me he besado con un desconocido; ¿qué te hace pensar que seré capaz de llevar a uno a mi habitación?

—Vive un poco. Sin daño no hay peligro. —Maggie me recita el lema de su vida al oído.

Ella tiene razón. Debería vivir, pero ¿eso significa de verdad ligarme al primer tipo dispuesto y capaz y subirlo a mi habitación tirando de su corbata de Gucci?

—Créeme. Llevo preparada para eso mucho tiempo. Pero aún no he conocido al tipo que esté a la altura de conseguir el pase a mi dormitorio.

—Todavía sufres estrés postraumático por esos idiotas de Montevallo —afirma, mencionando la universidad de Alabama en la que nos graduamos hace una semana—. Olvídalos. Estás empezando de nuevo en un sitio nuevo. Nadie sabe nada de tu discapacidad sexual ni de que tu familia está llena de policías de más de uno noventa.

—Nueva ciudad. Nueva yo —digo con todo el entusiasmo que puedo reunir, lo cual no es mucho considerando el trauma con el que lidié durante la universidad.

Una vez que hubo circulado la noticia de que todavía era virgen en segundo curso, se colocó una diana invisible entre mis piernas. Durante tres largos años, tuve muchas primeras citas llenas de dulces halagos y manos ansiosas. Nadie me quería por mí misma. Querían presumir de que habían sido el primero. Me estremezco ante los recuerdos y rezo para que queden enterrados en la universidad. A veces me siento como la octava maravilla del mundo. Alguien estará dispuesto a hacer el trabajo conmigo…, espero.

—Quítate los vaqueros, píntate los labios y baja. No te quedes en tu habitación. ¿Vale?

—Vale. —Al fin y al cabo, no me he gastado una gran parte de mis ahorros solo para quedarme sentada en la cama y ver reposiciones de Friends. He venido a Nueva York para tratar de encontrarme a mí misma, y necesito salir de la habitación para lograrlo.

Al poner fin a la llamada con Maggie, decido que la camiseta de Taylor Swift y los vaqueros ajustados me hacen parecer una adolescente de catorce años, no una mujer de veintitrés. Decidida a resultar presentable, abro la maleta y saco un vestido rosa sin mangas y volantes en los hombros.

Después de cambiarme con rapidez, elijo unos zapatos de salón de color nude, me pongo brillo rosa en los labios y cojo mi bolso. Ha llegado la hora de enfrentarme a mis sueños, aunque me asusten más de lo que soy capaz de admitir.

2

Tessa

Cuando atravieso el vestíbulo, respiro hondo mientras me acerco al restaurante. La maître está vestida de negro, lo que me hace dudar de mi atuendo rosa.

—Buenas noches. Me gustaría una mesa para cenar, si hay alguna disponible —digo de una manera fluida, como si todo estuviera calculado. No hay necesidad alguna de mostrar mi ansiedad por estar sola en una ciudad donde no conozco a nadie.

—Claro, señorita —dice con un ligero siseo. Me molesta un poco, pero paso—. ¿Se reunirá su familia con usted?

«Ay…, eso ha dolido».

—No. Cenaré sola —respondo, derrotada por sus palabras y sintiéndome como una adolescente a la fuga.

Después de poner los ojos en blanco, aquella mala pécora coge un menú de debajo del atril y me guía hasta una pequeña mesa cuadrada.

—La atenderán enseguida —dice, mirándome por encima del hombro antes de darse la vuelta.

«Hasta nunca…».

Tras instalarme en la silla, miro a mi alrededor. El restaurante posee un evidente aire de encuentro con el viejo mundo, con las gastadas mesas brillantes y las paredes de ladrillo. Las luces están encendidas pero atenuadas, y dotan al espacio un ambiente tenue. He elegido el Hotel Hammond porque tiene muy buenas puntuaciones en todos lados, y definitivamente está a la altura.

Examino la carta de vinos, que consta de varias páginas, y me concentro en los tintos que se sirven por copa. No veo un pinot noir ni un merlot por ninguna parte, así que paso a los vinos espumosos, hasta que veo finalmente uno que me es familiar: mi querido prosecco. Es mi versión de champán de bajo presupuesto. Un hombre de treinta y tantos con camisa blanca de manga larga y pantalones negros se detiene en mi mesa.

—Buenas noches. Me llamo Jeffrey y seré su camarero esta noche. —Le brindo una sonrisa de bienvenida, que él me devuelve—. ¿Qué le gustaría beber esta noche?

—¿Podría servirme un prosecco, por favor? —respondo, cerrando la carta de vinos.

—Por supuesto —dice, acercándose a mí—. Pero antes necesito ver su carnet de identidad.

Al menos susurra la última parte. Aunque debería haberlo esperado después de los comentarios de la maître. En serio, es sorprendente que me haya dejado leer la lista de vinos.

Saco la cartera del bolso y le entrego a Jeffrey el carnet de conducir. Él lo examina, luego me estudia a mí y finalmente sonríe.

«Ufff…».

—Sabía que eras sureña, Contessa Holly —dice al tiempo que me devuelve la identificación. Tampoco se me pasa por alto la chispa traviesa y coqueta de sus ojos—. Y tienes un nombre precioso. Muy adecuado para una mujer joven y hermosa.

—Gracias. —Bajo la mirada al regazo, sintiendo que el rubor se extiende por mi cara. Me pregunto si todos los hombres de aquí son tan atrevidos.

—¿Te suelen llamar Contessa? —continúa, aunque me gustaría que me sirviera ya el vino.

—Solo Tessa —replico, mirándolo una vez más.

Tal vez cuando tenga treinta años probaré a usar mi nombre completo. Siempre he sentido que necesitaba ser más madura para que me pegara bien mi nombre de pila. Tal vez después de que llegue a ser una alta ejecutiva o me case y tenga un par de hijos. Aunque, al ritmo que llevo, tendré suerte si consigo tener antes una cita.

—Tessa te va bien. Enseguida traigo el prosecco para la linda dama de rosa. —Da un golpecito a la mesa y me lanza una sonrisa no demasiado sutil antes de andar hacia la barra.

Abro el menú de la cena y examino las opciones. Abro los ojos de par en par ante los precios. Todos los platos principales cuestan más de veinticinco dólares, incluso los de pasta y pollo, que suelen ser los más baratos.

Soy muy consciente en este momento de que ya no estoy en Alabama, y me doy cuenta de una verdad aleccionadora: necesito conseguir un trabajo donde gane un sueldo lo suficientemente elevado para sobrevivir aquí. Por fin, me decido por una de las cosas más baratas: la sopa de lentejas. Debería llenarme bastante, y, si tengo suerte, quizá incluya algo de pan.

Mientras espero a que vuelva el camarero, un hombre mayor que yo con un traje oscuro hecho a medida entra solo en el restaurante, llamando mi atención. Un hombre con traje siempre me llama la atención; para mí es lo mismo que para los hombres lo es la lencería.

Sus hombros son anchos y su postura es dominante. Todo el mundo lo mira mientras atraviesa el restaurante como si fuera el dueño del lugar. Su cabello negro es espeso y ondulado, y posee un brillo que cualquier mujer moriría por tener para sí misma, yo incluida.

Olvidemos el simple acto de llevar ropa puesta. Su traje se mueve como si estuviera tapizado a su medida. Su paso se reduce al acercarse a la barra, que resulta estar cerca de mi mesa. ¡Qué suerte la mía!

Sus gruesos bíceps tensan la tela cuando separa un taburete para tomar asiento. ¡Maldición!, ahora solo puedo ver su espalda, y no es que me esté quejando. Tiene un culo de infarto.

—Disculpe la espera, señorita. Aquí tiene su bebida. —Jeffrey parece jadeante cuando deja una copa de champán llena de líquido burbujeante delante de mí.

—Gracias —digo antes de tomar un sorbo.

El líquido frío me golpea la lengua y desaparece rápidamente, mientras el apuesto ejecutivo se acomoda en su taburete. Escudriña la sala, pero se detiene cuando su mirada se posa en mí y se encuentra con la mía.

«Vaya…».

Sus penetrantes ojos oscuros me miran de forma inexpresiva. Me quedo paralizada en el sitio, con la copa todavía en los labios; me resulta difícil respirar. Dios, es el hombre más sexy que he visto nunca, salvo en las películas o en las revistas, e incluso en esos casos, no puedo pensar que exista un hombre más guapo que él.

Me giro en la silla y miro por encima del hombro, esperando que haya alguien más de pie a mi espalda, quizá una mujer hermosa que pueda emular su belleza. Pero no hay nadie. Vuelvo a mirar hacia delante. Mis ojos conectan de nuevo con los de este hermoso desconocido, y me siento abrumada de que me preste toda su atención.

Mueve la cabeza y noto que esboza levemente una sonrisa de lado. A continuación, me lanza una sonrisa deslumbrante, y noto que me envuelve una extraña ráfaga de sensaciones. Creo que he llegado a desmayarme por un leve instante y que he tenido un momento «Sí, es por ti», a lo Jake Ryan en Hannah Montana. Salvo que el macizo no es un estudiante de último curso del instituto apoyado en un coche deportivo, sino que es un dios del sexo de treinta y tantos sentado en la barra del restaurante de un hotel en Nueva York.

Me miro el vestido y hago una mueca. El top de volantes me recuerda al vestido de dama de honor de Molly Ringwald en Dieciséis velas. Tal vez ya sea hora de cambiar de look.

Le lanzo una débil sonrisa como respuesta, algo que considero una hazaña monumental, ya que no puedo recordar ni mi propio nombre. Se lleva un vaso de líquido ámbar a los labios. Sus ojos no se apartan los míos ni un segundo mientras bebe un sorbo, haciendo gala de unas habilidades de seducción muy practicadas.

Se lame los labios, y vuelve a aparecer esa sonrisa devastadora. Mis pezones reaccionan, pugnando contra la fina tela de algodón del vestido. Nunca he conocido a un hombre así —o, mejor dicho, a ningún hombre—, porque no se parece en nada a los chicos de la universidad. Es un hombre letal y demasiado mayor para mí.

«Tal vez…».

—Disculpe, señorita. ¿Ha decidido ya qué va a pedir?

Jeffrey se encuentra de pie frente a mí con un bolígrafo en la mano, bloqueando al sexy y atractivo desconocido que me estaba mirando, arrancándome así de mi ensoñación.

—Oh, sí, la cena —farfullo mientras Jeffrey espera una respuesta.

—Sí, ya imagino que estás aquí para cenar, o tal vez estás esperando a alguien. —Sus cejas se arquean en un gesto interrogativo.

—Lo siento —me las arreglo para decir mientras me muevo en la silla—. ¿Puedo tomar la sopa de lentejas, por favor?

—¿Y de plato principal? —pregunta Jeffrey.

—Solo tomaré la sopa.

«Aggg…».

Necesito encontrar un lugar donde pueda alimentarme por menos de cincuenta dólares.

—¿Otro prosecco? —pregunta, pero estoy segura de que no necesito beber más con el zumbido que inunda mi cabeza. Además, necesito patearme la ciudad mañana por la mañana en busca de trabajo, no curarme una resaca.

—No, gracias. Solo agua.

Con un rápido gesto de asentimiento, Jeffrey desliza el menú bajo su brazo y se va hacia la parte trasera del restaurante, que está llena de gente.

Incapaz de resistir el poder de atracción que poseen los hombres sexis, me vuelvo y me encuentro al macizo todavía sentado de lado en el taburete girado hacia mí. Está concentrado en el móvil, que parece pequeño entre sus dedos largos y capaces. Maggie tiene una teoría que siempre me ha parecido una locura. Ella piensa que el pene de un hombre es aproximadamente del doble de tamaño de su dedo pulgar, lo que significaría que este hombre ha sido extremadamente bendecido por debajo del cinturón.

Su mandíbula muestra una sombra incipiente, pero no se puede considerar que luzca barba. De hecho, sería un crimen contra la Madre Naturaleza y los humanos que lo vean que una mandíbula como la suya estuviera completamente cubierta.

Después de unos minutos, deja el móvil en la barra. Con una ligera sonrisa, coge su bebida y la levanta en un brindis… por mí. No puedo creer que siga mirándome.

«¿En qué universo paralelo estoy?».

Levanto la copa para brindar a distancia con él y tomo un sorbo, pero ningún líquido me moja los labios. Bajo la copa y la miro. Está vacía. Él se ríe de mi situación, y yo me uno a él. Levanta un dedo, pidiéndome que espere, y gira en el taburete para hacerle una seña al camarero.

Durante la conversación me señala, y el camarero asiente antes de darse la vuelta. El Señor Alto-Moreno-Sexy sigue con el vaso levantado, así que supongo que me invita a un trago. No puedo creer que me esté sucediendo esto. Se lo debo a Maggie por haber insistido en que salga de mi habitación esta noche. Nunca he llegado a pensar que pasaría del punto número uno. Bueno, en realidad no he hablado con él, pero invitarme a una copa es como dar la bienvenida a una charla en una cita adulta.

—Gracias —farfullo, y me pongo un mechón de pelo suelto alrededor del dedo, un hábito nervioso que tengo desde que puedo recordar y que me hace parecer infantil. Meto las manos por debajo de la mesa para controlar mis dedos errantes.

Me sonríe al tiempo que hace una rápida inclinación de cabeza, pero hay algo tierno en la forma en que me mira. Me tranquiliza aunque mi corazón se acelere. Cuando se aleja de la barra y se levanta con la bebida en sus manos, su ropa parece recolocarse mágicamente a su alrededor. Ni siquiera necesita enderezarse la corbata.

Me quedo sin aliento cuando lo veo moverse hacia mí, y mi ritmo cardíaco alcanza niveles aeróbicos.

«¿Está acercándose a mi mesa de verdad?».

La idea me excita y me asusta a la vez. Su aspecto grita que es un hombre de mundo refinado, mientras que yo me he sentado aquí con mi vestido de Forever 21 como si me acabara de graduar en la universidad… Lo que es cierto.

Antes de que pueda dar dos pasos completos en mi dirección, una mujer se interpone delante de él. «¡Maldición!». Va vestida con ropa de alta costura con una falda negra ajustada y una blusa de seda blanca metida en la cintura. Lleva recogido el cabello oscuro en un moño alto en la parte superior de la cabeza. No puedo verle cara, pero sí que lo besa en la mejilla, y, para mi desgracia, él hace lo mismo con ella.

Intercambian algunas palabras, mientras él mira por encima del hombro de su conocida para mirarme. Nuestros ojos se encuentran, y él sonríe mientras inclina la cabeza, casi como si tratara de disculparse. Aunque no sé por qué. La mujer gira la cabeza y sigue su mirada hasta encontrarse conmigo.

Y, por supuesto, es muy hermosa, y está más cercana a su edad y nivel de sofisticación. Maquillaje perfecto, pelo perfecto, ropa perfecta, imagen perfecta. Yo nunca tendría ese aspecto ni pasando por un programa de la televisión de esos de cambio total de imagen ni con una inmersión total en productos de Sephora.

Con una mirada de reconocimiento en los ojos, la mujer me inspecciona una vez más con instinto femenino, y luego le dice algo. Él asiente… ¿Es a ella o a mí?

Me encuentro en completo shock, parece que no puedo cerrar la boca. Está hablando con una mujer con la que parece compartir más que dos besos al aire y sigue coqueteando conmigo. Qué maestría… Es una jugada perfecta, pero un jugador es un jugador.

Él me guiña un ojo con rapidez y luego pone la mano en la espalda de su cita antes de guiarla al exterior del restaurante, lo que me hace preguntarme sobre la corta interacción que he tenido con él.

Observo a la pareja hasta que desaparecen en el vestíbulo. En el fondo es una suerte que su cita haya llegado antes de que se acercara a mi mesa. Prefiero saber la verdad a distancia a que me explote en la cara.

Respiro hondo y trato de liberarme de todos los alocados sentimientos que ese tipo ha despertado en mi interior. Ningún hombre me había puesto tan cachonda y excitada antes. Después de respirar dos veces más, me siento menos acelerada y veo que Jeffrey se dirige hacia mí con una bandeja en las manos.

—Su sopa de lentejas, mi señora —dice, poniendo el tazón humeante delante de mí—. Y una cesta de pan. Le he añadido varios trozos de más —susurra.

—Gracias —digo, preparada para tomármela.

—Y otro prosecco, de un admirador de la barra. —Se vuelve hacia donde estaba sentado el hombre de los ojos seductores—. Bueno, parece que se ha marchado. ¡Qué raro…!

—Sí, mucho. Se ha ido con su cita.

—¿Sabes quién era? —Jeffrey se inclina más hacia mí, como si me estuviera diciendo algo que no debería.

—Me ha invitado a una copa antes de largarse con su cita. Yo diría que es un ligón. —Cruzo los brazos sobre el pecho con un resoplido. Solo de pensar en el valor que ha tenido el desconocido, me pongo nerviosa de nuevo.

—¿En serio? —Jeffrey deja la bandeja—. Lo conozco desde hace unos años. En realidad, es el dueño del hotel… Bueno, es de su familia, y se portan genial con todos los empleados.

—Espera, ¿es el dueño del hotel?

—Sí, el negocio pertenece a la familia Hammond. ¿Sabes?, los mismos que son dueños de Hammond Press.

—¿Cómo se llama? —pregunto, porque he intentado que esa editorial responda a más de quinientos e-mails con mi currículum adjunto. Creo que he solicitado todos los trabajos que han publicado online, incluso los que requieren diez años de experiencia. Me muero por trabajar allí.

—Barclay Hammond —dice Jeffrey.

—Tienes que estar de coña. Pensaba que tenía como setenta años.

—Barclay Hammond padre los tiene, pero el hombre que estaba en la barra es su hijo, Barclay Junior.

—Vaya. —Lo he resumido todo con una palabra, lo cual es bastante triste considerando que me gradué con honores en literatura inglesa.

—Oye, tengo que volver al trabajo. —Coge la bandeja y hace un gesto con la cabeza hacia la derecha—. Los de esa mesa me están mirando con el ceño fruncido.

—Lo siento. Lo siento —digo, alejándolo con las manos.

—Oh, por cierto, ha pagado tu cena.

—¿En serio?

—Debes de haberle causado una gran impresión —añade con un brillo en sus ojos.

A pesar de que ese pequeño plato de lentejas y la bebida cuestan el doble que en Alabama, no me parece correcto aceptar el pago de Barclay Hammond sabiendo que es el típico playboy de Manhattan.

Me gustaría que volviera para poder decirle lo que pienso de él, y luego le tiraría el prosecco a su hermosa cara y me recrearía en las gotas que caerían sobre su corbata de Armani. Pero sería una pena que mi bebida favorita se desperdiciara.

3

Barclay

—Barclay. —Mi hermana, Victoria, se ha sentado enfrente de mí mientras cenamos en el Cuatro Estaciones en el Midtown. Levanto la vista del plato, ahora vacío, y la veo mirándome con los ojos entrecerrados mientras se reclina en la silla, después de empujar su plato hacia el centro de la mesa—. No me has dicho nada en quince minutos mientras te tragabas el filete y las patatas fritas.

—Lo siento, hermanita. He tenido mucho trabajo. —La mentira se escapa de mi boca.

Apenas recuerdo la comida que me han servido, y mi distracción no tiene nada que ver con el trabajo. Es por la hermosa criatura que he visto en el bar del hotel después de salir de la oficina. Me ha recordado lo mucho que me gustan la atracción inicial y el flirteo para conocer a una mujer: el deseo adictivo de perseguirla y ver si siente la misma química eléctrica que a mí me parece que vibra entre nosotros.

Mi mente ha estado reproduciendo la visión de aquella bomba rosa. Es un bucle continuo que se ralentiza al llegar a mis partes favoritas, como cuando ha mirado por encima del hombro a su espalda sin creer que le estaba prestando atención. ¿Cómo no iba yo a ser consciente de su fresca belleza con aquel sensual vestido rosa? La prenda dejaba a la vista la aterciopelada piel de sus hombros, y las ondas rubias caían sobre ellos.

Joder, menuda visión…

Sonrío, pensando en el rubor de sus mejillas cuando se dio cuenta de que solo la miraba a ella. No puedo recordar a la última mujer que he visto sonrojarse por un simple contacto visual.

Era lo suficientemente mayor para beber, pero demasiado joven para manejar a un hombre como yo. Probablemente le rompería el corazón y me odiaría por ello más tarde. Y el hecho es que no tengo tiempo para una relación. Cada minuto que paso despierto lo dedico a trabajar.

—Mmm. Ya veo… —dice, mirándome por encima de la copa de vino—. Sabes que acabas de sonreír, algo que no has hecho desde hace meses en mi presencia.

Joder, me ha pillado… Me borro la sonrisa de la cara mientras Victoria busca la verdad en mis ojos. Cambiar de expresión es probablemente una inutilidad, ya que nunca he sido capaz de ocultarle nada, lo que le da una injusta ventaja. Dios sabe que no tengo ni idea de lo que pasa por su mente, aunque estoy seguro de que está a punto de decírmelo.

—¿Cuándo has tenido la última cita?

—No estoy listo para una relación.

—No estoy hablando de una novia, sino de una simple cita. Ya sabes, esas reuniones entre adultos para parejas que normalmente se centran en la comida y la conversación. —Lanza un suspiro de frustración al tiempo que deja la copa de vino en la mesa. El tema no me gusta nada, ¡mierda!

Con su pelo negro en lo alto de la cabeza, una mirada muy seria en sus ojos azules y aquellas preguntas entrometidas, se parece a mi madre, lo que me hace preguntarme si mi querida madre no será la responsable de alguna forma de que estemos manteniendo esta conversación.

—¿Pedimos el postre? Tienen un delicioso pastel de chocolate sin gluten.

Siempre he podido distraerla con dulces cuando éramos niños. Si le ponía una bolsa de ositos de gominola delante la cara, se olvidaba de la pieza de la vajilla o de la cristalería que acababa de cargarme.

—Ha sido un buen intento para evadir mi pregunta, pero me preocupa que no tengas vida fuera de la compañía. —Su mirada se dulcifica, e inclina la cabeza—. Han pasado dos meses desde que Amanda y tú os separasteis. Es hora de seguir adelante.

—Es extraño. Lo cierto es que no he sentido el sufrimiento normal de un corazón roto que acompaña a una ruptura. Después de cuatro años juntos, debería sentir su pérdida, ¿verdad?

—Tal vez no sentías lo adecuado hacia ella. Al fin y al cabo, te puso un ultimátum y no lo aceptaste.

—No es que no quiera casarme. Es solo que… —Me quedo callado, sin saber cómo terminar la frase.

—Eso es lo que quiero decir. Ella no era la indicada para ti. Así que no es culpa tuya. No podemos evitar enamorarnos y tampoco no enamorarnos. Sucede o no. Pero nunca sucederá si no sales con alguien.

—Mi falta de citas no tiene nada que ver con Amanda. Está más relacionada con el tiempo, con la falta de tiempo. Te lo prometo. —Levanto los dedos para hacer el gesto de juramento de los scouts—. Me dedico a gestionar Hammond Press para que llegue al siguiente nivel en el mundo de la publicación. El mundo del libro está cambiando, y no quiero que lo que nuestro padre levantó quede anticuado.

—Yo tampoco, pero no dejes que el trabajo gobierne tu vida. Ya ves lo que le ha pasado a nuestro padre. Al menos, él nos tiene a nosotros como apoyo.

Me avergüenza ese tema. Mi padre tuvo que dejar la dirección de Hammond Press hace un año, cuando los médicos le dijeron que sus olvidos se debían a algo más que al simple hecho de envejecer. He tratado de amoldarme y tomar su lugar como director general, pero ha dejado un gran vacío. Hasta ahora, la junta directiva aprueba mis acciones, y planeo mantenerlos contentos tanto a ellos como a nuestros inversores.

—Te prometo que volveré al juego este verano. Tal vez conozca a alguien en los Hamptons.

—Oh, por favor, no. No te líes con ninguna de esas muñequitas de porcelana. —Mi hermana pone los ojos en blanco, y no puedo decir que no esté de acuerdo con ella. Quiero que la mujer de la que me enamore sea auténtica, que no esté llena de pretensiones y que no solo aspire a un ascenso social. Ese tipo de mujeres me aburren después del primer sorbo de champán.

—Ya me conoces. Siempre buscaré un diamante en bruto. Y por «en bruto» me refiero a que no sea la típica cita de Manhattan.

—Vale, tú ganas. Cambiemos de tema. Mamá quiere que vayas con ellos a Greenwich para el cumpleaños de papá, que es dentro tres semanas.

—No me lo perdería. La llamaré mañana para decírselo.

—Y será mejor que te prepares para el interrogatorio cuando te presentes sin una cita. —Victoria se ríe, pero sé que tiene razón. Mi madre quiere lo mejor para mí, y a sus ojos eso es una esposa y dos hijos.

—Pensándolo bien, ¿por qué no le dices tú que iré?

—Ni de coña, Barc. Necesitas un pequeño empujón. Al fin y al cabo, te estás acercando a los cuarenta. Y ya sabes lo que dicen de los hombres que nunca se han casado a los cuarenta…

—No, pero estoy seguro de que estás a punto de informarme.

—Que tienen fobia al compromiso.

—Vale. Iré con una cita a los premios Warwick del sábado y demostraré que te equivocas. —Noto las manos húmedas cuando pongo los dedos en la mesa. No tengo tiempo para preocuparme por estas cosas, pero las tácticas persuasivas de mi madre son peores que las de mi hermana. Necesito que el camarero traiga algo dulce ya para que Victoria se ponga a tomárselo. Es mi única esperanza—. Y, por favor, dile a mamá que dentro de tres semanas estaré allí.

—Te ayudaré por esta vez, pero si no vienes con pareja, yo misma te elegiré una cita para la fiesta de cumpleaños de papá. —Se ríe, y sé que no podré soportar la maldita cita que está imaginando, una cita que, probablemente, será con una de sus amigas—. Oh, hay una condición para la fecha de este sábado. No puede ser nadie que ya conozcas. Quiero que te lo curres.

Nunca he estado tan desesperado como para llamar a un servicio de acompañantes, aunque mi amigo de toda la vida, Trevor, sí lo hace. Él usa esos servicios cuando necesita una cita para un evento o un encuentro discreto. Si la situación se pone complicada, podría llamarlo para pedirle el número, pero ese pensamiento me revuelve el estómago.

No hay nada más falso que una cita falsa, y conociendo a mi hermana, se dará cuenta enseguida de mi artimaña.

Así que, en esencia, estoy jodido.

—Una cosa más. La semana que viene es mi tercer aniversario con Danton, y la madre de nuestra niñera tiene que ir al médico. ¿Puedes ocuparte tú de Beatrice? —Su sonrisa es muy alegre, lo que significa que ya sabe que ha ganado esta batalla también.

—Pensaba que querías que sentara la cabeza, no que me asustara. Joder, no he cambiado un pañal en mi vida. —Mi sobrina de tres meses es una adorable versión en miniatura de mi hermana, lo que significa que también tiene carácter. Que el cielo me ayude—. Puedes ser muy malvada.

—Esto es solo una pequeña muestra.

4

Tessa

Cuando suena la alarma del teléfono, rebusco bajo las mantas y luego en la mesilla de noche con la esperanza de silenciar el desagradable sonido. Sin abrir los ojos, toco en la pantalla unas cuantas veces antes de que el ruido se detenga. ¡Aleluya! Odio las mañanas.

Después de un par de minutos, abro un ojo mientras mi cerebro dormido intenta ponerse en marcha. Una pared gris poco familiar llena de accesorios cromados aparece ante mi vista, y la realidad me inunda de golpe: ¡Estoy en Nueva York!

Me siento derecha en la cama y miro por la ventana. Anoche se me ocurrió dejar las cortinas abiertas para que las luces parpadeantes de Manhattan me sirvieran como luz nocturna. Ahora mi vista está llena de edificios brillantes que reflejan el primer rayo del sol.

Me quito las sábanas de encima y salto de la cama para ir al cuarto de baño y comenzar mi rutina matutina.

Cuarenta y cinco minutos después, cuando me acerco a la puerta del vestíbulo, un portero vestido con esmoquin y sombrero de copa me la abre.

—Buenos días, señorita —me saluda, con una expresión demasiado seria. ¿Cómo puede estar tan mustio en una mañana tan hermosa y soleada?

—Gracias, señor. —No puedo contener mi alegría, y le brindo una sonrisa de oreja a oreja; noto que esboza una sonrisa ladeada.

«Me lo he ganado».

Salgo del hotel por la entrada, cubierta por una alfombra verde. Justo delante de mí, una mujer sofisticada se sube al asiento trasero de un brillante coche negro y se aleja. Los taxis pasan a toda velocidad haciendo sonar el claxon. Incluso a esta hora tan temprana, la energía de la ciudad es un caos organizado.

Tomar una dosis de cafeína es mi primera prioridad, y según la aplicación del móvil, hay un Starbucks a quinientos metros de distancia. Me encanta que en la ciudad se midan las distancias a las comodidades en metros y no en kilómetros. Ni siquiera voy a necesitar coche para ir de aquí para allá.

Sigo el pequeño punto azul que se mueve en la pantalla, asegurándome de que voy en la dirección adecuada. Cuando paso ante un escaparate, capto una imagen completa de mi reflejo como si fuera un espejo. Mi falda de tubo de color rosa combinada con una blusa blanca puede que no resulte tan elegante como el atuendo que llevaba la mujer que desapareció con Barclay Hammond anoche, pero no queda nada mal. Por fortuna, Maggie me ha hecho adquirir algunas prendas esenciales para la búsqueda de trabajo, pero no me he inclinado por la ropa negra. Puede que sea el color que más se use aquí en Nueva York, pero también es el color que usa la gente de Alabama en los funerales.

El logo de la diosa verde de la cafeína aparece delante de mí, y acelero el paso. Una vez dentro, Me topo con una cola de diez personas. Los camareros están a tope detrás del mostrador, así que la fila se mueve con rapidez. La mayoría de los clientes salen del local cuando tienen su café, lo que deja muchas mesas vacías. Como yo no tengo aún un trabajo al que correr, encuentro asiento junto a la ventana y le envío un mensaje a Maggie.

Llámame si estás despierta.

Estoy levantada.

Tengo que contarte lo de anoche.

¿Has conocido a alguien?

Tal vez.

Dios mío. Te llamo.

—Hola —respondo tras el primer timbrazo.

—¿A quién has conocido? —suelta Maggie apresuradamente, mientras oigo la cafetera burbujeando en el fondo.

—Buenos días a ti también. Por cierto, ¿dónde te metiste anoche? —pregunto, porque la estuve llamando y le envié varios mensajes que se quedaron sin respuesta.

—Tuve una cita —suspira—. No creo que me hiciera ni una sola pregunta en toda la noche. Me rindo; no existe un tipo decente de nuestra edad. Solo piensan en prosperar. De lo único que hablaba era de hacerse socio del bufete y comprarse un coche deportivo.

—Dime que no te has acostado con él.

—No. Solo hubo un intercambio oral. Era una cita de Tinder.

—Maggie —medio grito al teléfono—. ¿En qué estabas pensando?

—En que tanta charla hacía que su lengua estuviera en forma.

—No puedo creerlo. —Mi amiga y yo somos polos opuestos en lo que se refiere a sexo y citas. Ella es liberada y lanzada, mientras que yo sigo atrapada entre la segunda y la tercera base desde mi último año de instituto.

—Espero que pronto entiendas de lo que estoy hablando. Cuéntame qué te ocurrió anoche.

Recapitulo toda la noche en el restaurante con Barclay Hammond. En que no dejaba de mirarme, en que me invitó a la cena y a una copa, y en que luego se fue con otra mujer. No menciono la conexión que tiene con Hammond Press, ni que estuve buscando información sobre él online por lo menos durante una hora, después de la cena.

En las páginas de sociedad mencionan que rompió hace un par de meses con una novia con la que mantenía una larga relación, y que era uno de los solteros de oro disponibles de la ciudad. Vaya, ¿parecía disponible anoche?

—Caramba, chica, ¿qué habrías hecho si él se hubiera acercado a tu mesa y su cita no hubiera aparecido?

—No lo sé. Era demasiado mayor para mí.

—¿Qué edad le calculas?

—¿Quizás treinta y cinco o algo más? —Mi voz se desvanece en la última parte.

—Vaya. —Suena tan sorprendida como yo—. Ese es el tipo de hombre que necesitas para tu primera vez. Alguien con experiencia, que sepa cómo hacer el amor con una mujer. Si crees que esas miradas son demasiado, imagina lo que podría hacerte en el dormitorio.

—Tienes síndrome de Lolita —me burlo, pero es verdad. Siempre se fijaba en el hombre maduro más sexy en los bares que frecuentábamos en la universidad.

—¿Recuerdas la cita que tuve con Zorro Plateado? —Su voz soñadora parece flotar en una nube de sexo.

—¿Cómo podría olvidarlo? —Mi tono no esconde la irritación que aún siento al escucharla presumir. Intenté alegrarme por ella, pero nunca he tenido un orgasmo con un hombre, y mucho menos los resultados que ella contó que tuvo con un amante experimentado.

—Hazme caso, Tessa. Cuanto mayor sea, mejor. Han aprendido a manejar el equipo.

Un escalofrío me recorre la piel al recordar los ojos de Barclay y cómo me hicieron sentir. Tenía una expresión de saber cosas sobre mí que ni siquiera yo conocía.

Imagino sus labios llenos sobre los míos, nuestras lenguas mezclándose mientras sus largos dedos me tocan en lugares y formas que llevo tiempo anhelando.

—¡Tierra llamando a Tessa! —grita Maggie.

—¿Eh? ¿Qué?

—Te he perdido en algún lugar después de hablar de orgasmos.

—Lo siento. Todavía estoy medio dormida.

—Claro. —Maggie se ríe—. Entonces, ¿qué hay para hoy?

—Voy a ir a todas las grandes editoriales.

—¿Has conseguido entrevistas en todas?

—Ojalá. —Suspirando, me acomodo en la silla—. Tengo sobres dirigidos a todos los departamentos de Recursos Humanos de cada una de ellas, y pienso dejarlos en los escritorios correspondientes. Parece que no puedo conseguir que nadie responda a los correos electrónicos, así que tal vez un toque personal sea más adecuado.

—Bien pensado, Tessa. — No hay nada mejor que tener a una amiga que crea en ti más que tú misma.

—Por cierto, tenías razón sobre el rosa y esta ciudad. Todo el mundo sabe que acabo de llegar del sur. —Miro a mi alrededor en la cafetería, estudiando a los clientes—. Es un mar negro con algunas manchas grises.

—Ya hemos hablado de eso. ¿Te gusta el negro?

—Nada.

—Entonces, quédate con el rosa. Hazlo tuyo. Muéstrales a esos malditos monótonos lo que es nadar contra corriente. —Maggie lo sabe todo sobre la anarquía, mientras que yo siempre me he sentido feliz de seguir la corriente.

—Gracias por la charla de ánimo. Tengo que ponerme en marcha. A quien madruga… Además, solo tengo una semana para conseguir un buen empleo.

—Y espero que también la polla de un tío bueno.

—Basta… —Me río de forma tonta, y unas cuantas personas se vuelven hacia mí con la boca abierta por la sorpresa. Supongo que la risa espontánea destaca tanto en Nueva York como el uso del color rosa.

5

Barclay

Respiro profundamente mientras cojo el móvil. Prefiero que me depilen los pelos del pecho que hacer esta llamada, me supone una pura tortura. Malditas sean todas las tendencias metrosexuales. Un hombre sin pelo es como uno de esos gatos sin pelo. Parecen despellejados y son tremendamente aterradores. Un hombre debe parecer un hombre, joder.

Refunfuñando por lo bajo, busco el número que necesito y llamo mientras me pregunto cómo puedo empezar esta conversación. Prefiero la muerte.

—¡Barc! —grita Lucas al teléfono. Suenan unas campanas de fondo, así que debe de estar trabajando en el parqué de Wall Street—. ¿Va todo bien? Son las nueve de la mañana, y es un día laborable. Rara vez hablamos entre semana.

—Sí, pero no es una emergencia ni nada de eso. ¿Por qué no me llamas cuando salgas? —Mientras digo esas palabras, el ruido de fondo se desvanece.

—Estaba saliendo de la selva. Me tocaba aleccionar a los becarios para el día. ¿Qué te pasa? —Lucas va directo al grano, y yo trago saliva antes de responder. Me había jurado a mí mismo que nunca haría esto, pero aquí estoy sentado en mi despacho dispuesto para hacer lo impensable: pagar por una cita.

—Bueno… —digo vacilante—. Necesito que me des un número.

—¿Un número? Sabes que no puedo darte información privilegiada sobre las acciones. No pienso saltarme esa regla, ni siquiera por mi mejor amigo. No quiero acabar siendo la zorrita de alguien en una prisión federal.

—Dios, Lucas. Nunca te pediría ese tipo de números. Necesito un número de teléfono.—Hago una pausa—. El de la agencia.

Noto la amargura en la lengua, pero es una pastilla amarga que tengo que tragar, porque encontrar una cita con una desconocida para el sábado será imposible con la carga de trabajo que tengo.

—Espera un momento. ¿Has dicho «agencia»? —La voz de Lucas está llena de incredulidad, la misma que yo mismo siento.

—Sí, es una larga historia, que gira en torno a mi entrometida hermana, pero necesito una cita para el sábado por la noche. Para asistir a los premios Warwick.

—¡No me jodas, Barclay! Solo es jueves, tío. Un tipo como tú podría mover un dedo y tener un montón de mujeres dispuestas a hacer cualquier cosa con él o por él.

—No soy el mismo tipo que cuando tenía veinte años. —Hay una razón por la que no veo a mi amigo fuera del gimnasio o de los eventos deportivos; sigue viviendo como si tuviera veinticinco años—. Tengo que encontrar un tipo de mujer específica para que funcione. Debe ser refinada y real, no una top model con bótox.

—¿Qué te pasa? —pregunta Lucas—. Necesitas quedar conmigo esta noche. Hay un sitio nuevo en The Village. A las nueve estará todo solucionado, tal vez antes.

—Mira, olvida que te lo he pedido —digo, renunciando a la loca idea y esperando que Lucas olvide esta conversación. Tiene la memoria de un elefante, así que las posibilidades son escasas, pero cuando las situaciones se empiezan a enredar, alguien suele acabar estrangulado por las mentiras. La idea de no tener citas y de asistir a la fiesta de cumpleaños de mi padre con una de las amigas de Victoria suena mejor a cada momento que pasa.

—No tengo ni idea de por qué lo necesitas, pero te lo paso. Sin preguntas. Después de todos los líos en los que me has ayudado y que nunca podré pagarte… Incluso incluiré el nombre de la chica que deberías pedir. Te envío un mensaje ahora mismo.

—Gracias. Si llega a saberse, eres hombre muerto.