Nos vemos en el bar - Yakela Relabe - E-Book

Nos vemos en el bar E-Book

Yakela Relabe

0,0

Beschreibung

Todos los pueblos, por pequeños que sean, tienen un bar, un sitio de reencuentro, un espacio para compartir. Yakela se dirige allí cada día para expresar sus sentimientos y compartir sus dudas en voz alta. No sabe si nadie la o lo escucha, pero solo es allí donde se siente libre y puede expresarse tal y como es. Mediante estas cortas historias podremos empezar a conocer tal y como es ella/él, pues estos son los «entrantes» a sus historias. Es momento de averiguar quién es, o bien intentar saber si esas historias son suyas o de los que están sentados allí a su alrededor; en aquella barra del bar, que nunca sabremos si está vacía o si nunca existió. Tal vez estas pequeñas historias fueron contadas por ti mismo. Cualquier semejanza con tu vida no es una coincidencia, pues tanto tú, lector/a, como Yakela, formáis parte de una misma vida que estáis viviendo, con o sin barra de bar, real o inventada. Nos vemos en el bar.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 270

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Yakela Relabe

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de cubierta: Rubén García

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1068-048-7

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

Dedicado a todos aquellos que saben quién soy.

Prólogo

Pues llegó el día de empezar a escribir sobre mí o sobre la vida. Supongo que, cuando me empecéis a leer, muchos de vosotros os preguntaréis si lo que estáis leyendo es cierto o no. Si estoy hablando de mí o bien me estoy inventando un personaje para decir todo aquello que pienso o que me gustaría hacer, pero que, gracias a mí y a cada uno de vosotros, no tengo valor a hacerlo.

No sé muy bien cuáles son aquellas cosas que puedo contar que os lleven a seguir leyéndome, pero la verdad es que intento que eso no me afecte, pues si escribo es para mí y no para vosotros. Es cierto que cada uno tiene su propia táctica para relajarse, para sentirse más ligero con su día a día, con sus pensamientos. Algunos beben, otros fuman, otros hacen deporte y otras follan…

La verdad es que yo también hago —o hacía— muchas de estas cosas, pero bueno, un día me di cuenta de que escribir, fumar y beber a la vez, acentuaba esta satisfacción. A veces, incluso se me abrían nuevas ideas que contar, supongo que, en el fondo, abre mucho más los sentidos o, mejor dicho, te libera de las paredes de mierda que llevas encima al no ser expresivo.

Un día leí que la vida no es literatura, que hay que vivir y, después, es cuando uno puede empezar a escribir. Así que vamos a por ello, a contar quién soy y qué he vivido hasta ahora.

Recordad que seré vuestro amigo, vuestro enemigo; seré hombre, mujer; seré débil, fuerte, gordo, flaco; carnívoro, herbívoro; seré del norte, del sur… pues el blanco y el negro se aburrieron de estar solos.

Es por ello que, a lo largo del texto, utilizo tanto el masculino como el femenino. Esto es, simplemente, para evitar que se emitan juicios de valor sobre cada una de las historias que cuento.

Las historias, al igual que las bebidas, nos trasladan a nuestros recuerdos. Gracias por saborearlas conmigo.

Que continúe la ronda, la próxima la pago yo, con letras…

1 De vuelta a la normalidad

De vuelta a la normalidad, le decían. Había llegado a la casa donde había crecido, ahora con pareja. La verdad era que se trataba de una sensación rara. Un primer día de alegrías y con ganas de comerme el país mediante nuevas actividades dispuestas a ser compartidas. Tenía en mente la posibilidad de apuntarme al gimnasio, marcarme «normas» que nunca mantengo durante mucho tiempo, pero, en este caso, serían para salir a socializar, sentir el entorno, respirar aire no laboral… Puto home office, nos había ido quemando las ideas poco a poco, sin darnos cuenta.

Por fin ese home office había conseguido que nos mantuviéramos sentados en aquellos mismos pupitres que el Sr. Waters and Co, nos había mostrado a finales de los 70. Pero, en este caso, se habían convertido en letrinas, pues nos pasábamos el día sacando la mierda de nosotros mismos y removiéndonos en la misma, pues no había espacio donde liberarla.

Sí, habían creado alternativas y nos bombardeaban día y noche con ideas estúpidas; que era el momento de conocernos a nosotros mismos, de dedicar más tiempo a la familia… Venga, va… no nos engañemos, me vas a decir que ahora tengo más libertad, tiempo… ¿para qué? ¿Para ser yo mismo? ¿Cómo voy a ser yo mismo si me mantengo sentado en las mismas cuatro paredes todo el día sin poder hacer nada por lo que hemos venido a esta vida… a socializar?

Lo único que hemos conseguido es que la ilusión se reduzca a ver si nos ha llegado un nuevo mail para mantener nuestra mente ocupada, yeahhh, buen sistema de producción este. Una nueva maquila humana ha llegado para dar prosperidad a este mundo…

Bueno, por lo que veo arriba, me he ido por los lares de no sé dónde sin saber por qué, pero, bueno, supongo que es lo que me apetecía decir ahora, a veces, necesitamos cargar con algo para sentir que aún pensamos; necesitamos sacar el culo de la letrina para sentir, al menos, un poco de aire.

¿De que hablábamos? Sí, de una vuelta a un sitio, a aquel donde había estado los últimos tres años, si no recuerdo mal. Venía de pasar un par de meses de donde había nacido y crecido como persona… Bueno, un poco de dudas con esto último, ya que, tal vez, cuando crecí más fue cuando viajé por el mundo, pero bueno, eso lo dejaremos para otro día.

Había vivido un par de meses un poco extraños y excitantes al mismo momento. Demasiado tiempo, o no, para que volvieran a aparecer aquellos fantasmas que quedaron aparcados y que espero que, poco a poco, pueda ir hablando de ellos.

Tal vez demasiados años utilizando la evasión de espacio para mantenerme tranquilo con mis pensamientos o, básicamente, alejarme de las cosas que me preocupaban. Pero ahora, de golpe, venían los problemas familiares que habían quedado bloqueados años atrás, sin querer pactar tregua alguna. ¿Pues qué esperabas, pequeño hombre, que estos habían quedado solucionados por el simple hecho de ignorarlos?

Pero, al mismo tiempo, eso me había ayudado a estar más vivo que nunca, más sentimental, más abierto a lo que ocurre. No había encontrado letrinas donde sentarme pues… perdonad que interrumpa, me llega un mail, son ya las ocho y es momento de sentarme y ponerme a trabajar… ¿Habíais olvidado que estaba de nuevo en el mundo en donde las horas se cuentan de ocho en ocho o bien en cuarenta semanales?

Nos vemos en el bar.

2 Ego sum lux mundi

¿Y por dónde íbamos?… ¡Ah, sí! Por esa vuelta a ese sitio donde… bla, bla, bla. Pues la verdad es que los primeros días me encontré un poco triste, pero no de lagrimones, sino que más bien tenía una sensación de letargo que —sin querer culpar al dignificado jet lag— estaba más causado por una sensación de pocas cosas que hacer: rutina, cielo gris… una escritura de Herman Hesse mezclada con un chillido de Edvard Munch… Joder, la verdad es que, dicho así, parece aterrador, je, je, je, me refiero a la sensación, pues sobre el cuadro ya se ha escrito demasiado.

Pero ayer, finalmente, tuvimos la posibilidad de socializar un poco, yeahh, eso siempre se agradece. Aunque no siempre escuches lo que te dicen los que se sientan a tu alrededor, sí siempre es interesante sentirte escuchado. A veces, necesitamos ese «ego sum lux mundi» que quedó marcado para siempre en esa costilla, con el firme deseo de «ser la luz del mundo».

Pues nada, llegué a casa y me puse Badlands, de Bruce; la verdad es que, durante el trayecto de vuelta a este país, me había tragado la típica película, el nombre de la cual no recuerdo, sobre un pakistaní que en la Inglaterra de los 80 había reorientado su vida tras escuchar a Bruce.

Curioso cómo, de nuevo, las canciones llegan a ti sin querer, tal vez lo necesitaba en ese momento… así que subí el volumen, y lo que antes nunca hacía, chequeé las lyrics para ver qué nos contaban.

Cómo no, hablaban de unas «malas tierras» que tal vez no te acompañan como tú querías, pero, bueno, con eso no me quedo, sino con la idea de que estás esperando toda la vida por un momento que no llega… Tal vez lo hace solo cuando aprendes las lecciones que debes. Hoy llegó el momento de, por ejemplo, aprender a través de Badlands y, sin querer, rezar por esas esperanzas y esas cosas, como en algún momento la canción decía, me quedo con la idea de que no es ningún pecado alegrarse de estar vivo (la canción también lo decía).

Pensando sin Dios alguno, por el término pecado, sino por el propio «Ego sum lux mundi» que antes mencionaba, tal vez cada día me tendría que levantar pensando en esta frase. Pues mi voluntad es sentir… y por qué no sentir alegría por el simple hecho de abrir los ojos cada mañana.

Claro que me voy a permitir estar triste si me da la gana, pero eso lo decidiré cuando me haga falta o bien lo necesite, pero levantarse con unos puntos a favor marcados por ti mismo ayudan a ver la vida de otra manera. ¡Hostia!, parece un escrito de Eckhart Tolle, je, je, je. ¿Cómo puedes empezar un escrito aclamando a Hesse y acabando con El poder del ahora de Tolle? Pues, simplemente, estando alerta de lo que pasa a tu alrededor. Topicazos, ¡sí! Pero si, en aquel vuelo, no hubiera visto esa película, no habría recuperado a Bruce para que me diera una alegría hoy. Solo estando alerta de las sensaciones, percepciones o sentimientos —¡coño, sé vulnerable, permítetelo!— vas a recibir lo que necesitas en cada momento, pues hay algo en tu interior que te guía, por dónde tienes que andar y cómo, sea o no por Badlands o Goodlands, eso lo decides tú. Siempre estás a tiempo de ver el cambio. Escucha, huele, abre los ojos… Bueno, no me pondré a nombrar todos los sentidos.

Son las ocho de la mañana y toca volver al trabajo.

Nos vemos en el bar.

3 Nuestra semilla

Hay días que te levantas y es difícil ponerte a escribir lo que está pasando a tu alrededor. Otros en los que te pones a observar tu entorno para encontrar un hilo con el que dejarte ir. Días que te levantas y te volverías a dormir; hay días…

Quiero pensar, quiero hacer pensar, quiero entender por qué la semilla existe, ya que el fruto ha tenido explicación por sí solo. Mi afán, en realidad, no es buscar respuestas a lo que está escrito, sino poder tener la capacidad de crearlas tú mismo.

Hay días que no te levantas y es fácil ponerte a escribir sobre lo que está pasando a tu alrededor. Hay algunos que no te levantas y no necesitas observarlo.

Tal vez estaba soñando mientras escribía, o bien soñaba que estaba escribiendo, pues esa realidad tan solo tú la vas a saber, solo de ti va a depender que la crees y la des como realidad absoluta.

No tengas miedo en crear y afirmar lo que tú piensas, pues la realidad de ello recibirá tu propia aceptación. No tengas miedo a aceptar el sueño como realidad si ello te ayuda a vivir, pues la existencia es una pérdida tiempo para aquellos que se dan cuenta de que a vivir, simplemente, es a lo que han venido.

Tal vez, hoy me he vuelto un poco profundo de pensamiento, pero es esa necesidad de dejar que tu cabeza dé vueltas a cosas sin sentido e intentar buscar su conexión con palabras. Sí, ordenar esos términos que ahora estoy poniendo uno detrás de otro para que todo esto cobre un sentido, al menos para mí.

Es como aquella obra surrealista en que el arte era hecho a partir de diferentes trozos de papel. Un collage que intentaba pegar mensajes uno detrás de otro. Joder, qué guay, qué bueno poder buscar una conexión sobre cosas que tal vez no están escritas. Sí, allí es donde podré encontrar una nueva semilla de pensamiento y no el fruto que ya viene por defecto en los diccionarios.

Y ¿cómo lo tomará la gente? Pues no me importa una mierda, de manera que me influya absolutamente, ya que me mantengo en pie con ganas de ver el resultado, de conocer las interpretaciones y reírme o llorar mientras pienso en ellas. Pero con la certeza de que, sea como sea, seguiré experimentando con mis aceptaciones para hacerlas realidad. Esas sí que serán mis semillas y ahora sí que las regaré para que florezcan y den un fruto en mi interior, donde les podré dar color, olor… y las utilizaré siempre que las necesite.

Sí, voy a crear mis realidades, al fin y al cabo, haga lo que haga, la percepción de la gente sobre mí misma, siempre será diferente a mis intenciones.

Sé lo que tú quieres ser, el de las locuras pasajeras sin sentido, no te encabrones si estas no tienen la percepción esperada pues, al fin y al cabo, no hay nada que hacer. Recuerda que nunca vas a perder, que esa semilla la creaste tú, así que utilízala cuando la necesites. Tal vez la gente no te entienda o no se dé cuenta de qué sientes, pero tú te llevarás contigo la sensación de haberla vivido.

No sé si me levanté, pero son las ocho, de vuelta a la realidad pa currar.

Nos vemos en el bar.

4 Etiquetas que no pueden bailar

Ayer hicimos una quedada en casa de un amigo. Lo típico: un poco de comida vegetariana 2.0 or Web3, unos refrigerios bañados en alcohol…

En un momento de la noche, cuando el alcohol ya había hecho su efecto deseado, o todavía persistía el «entretanto», el interés se centró en la pantalla que se encontraba enfrente del sofá. Según parece, un vídeo se había hecho viral en los últimos días, donde un grupo de jóvenes bailaban enérgicamente una conocida canción de un estilo musical que está relacionado con cierto país.

De golpe, escuché un comentario de los allí presentes que decía algo así como: «No puedo soportar ver a un hombre blanco bailando esta música, me duelen los ojos».

De pronto, el grupo de gente que hasta hacía unos momentos parecía transparente, empezó a escoger etiquetas validadas o no por la sociedad y se las comenzó a pegar en su rostro con orgullo. Había transexuales, lesbianas, heterosexuales, vegetarianos, veganos 2.0, veganos web3, carnívoros NFT, alienígenas…

Siempre feliz con la diversidad de pensamiento, de que la gente se identifique con lo que no solo les hace existir, sino trascender lo cotidiano, lo de todos los días en sociedad…, pero aún no entiendo qué significa «hombre blanco». Esperaba que pudiera ser una etiqueta huérfana.

Lo que menos entiendo es cómo una sociedad que se enorgullece de la diversidad, y que entiende que la misma ayuda a un crecimiento cultural, no permita el cruce de etiquetas con respeto. No entiendo cómo el arte, la música, en fin, toda la cultura se pueda poner en tela de juicio por la estupidez humana.

Somos almas libres que hemos venido a jugar todo lo que se nos ofrece, no limitemos más lo que podemos hacer o dejar de hacer. La sociedad ya se ha encargado de etiquetarnos y, tal vez, no está mal que recojamos esta etiqueta con orgullo para sentir que somos parte de algo, para tener esa sensación de grupo, pero no utilicemos esas etiquetas para odiarnos más, para buscar diferencias o imposibles puntos de encuentro.

Quiero bailar, tocar, cantar todo lo que me apetezca a pesar de lo que la etiqueta de ese diccionario inventado dictamine qué debería o no dejar de hacer.

Repito, no pongamos la cultura en todo esto, de la misma manera que buscas el respeto de la etiqueta que decides jugar, respeta a las otras. Comparte o no sus pensamientos, eso depende de ti, pero, al menos, respétalos, si no, el grupo se irá cerrando, haciéndose cada vez más pequeño y, sí, tal vez estarás al menos tú solo con lo tuyo y «feliz», pero te estarás dejando por el camino muchas otras sensaciones y emociones que, muy posiblemente, te ayuden a crecer.

Son las ocho de la mañana y me voy a bailar lo que me dé la gana, no me importa lo que diga la gente sobre qué es lo que debería o no dejar de hacer.

Sobre la persona del comentario de arriba; la respeto y la compadezco, espero que sea feliz con lo suyo, baile o no baile… Yo, tal vez, no escoja la música el próximo día, no es cuestión de que la pista se quede vacía… y, la verdad, vine a divertirme.

Nos vemos en los bar o en las pistas de baile…

5 ¿De vuelta al pasado?

Recuerdo que hace unos días mencionaba que, tal vez, cuando más había crecido había sido en los tiempos en que más me volcaba en los viajes. Ahora intento pensar qué quería decir con ello y lo más inmediato que me viene a la cabeza es el primer año sabático en Sudamérica. Quizás resulte absurdo decirme a mí mismo que es allí donde crecí más como persona, pero lo que sin duda recuerdo es un estado de mucha felicidad.

Esto me lleva a pensar: ¿sentimos que hemos crecido como personas cuando alcanzamos cierto índice de felicidad? Ahora me pregunto: ¿esa felicidad fue debida a que crecí como persona y aprendí a relativizar las cosas que me preocupaban anteriormente? ¿O bien fue en ese viaje donde conocí la tristeza y es eso lo que me llevó a descubrir la real dualidad de ambas palabras y reconocer que estaba al lado de la que se conocía como felicidad?

Pero ¿ahora dónde estoy? Hoy. Han pasado más de diez años desde ese viaje y no recuerdo anécdotas, momentos, salvo que hurgue en mis pensamientos en busca de ellos. Lo que sí es cierto es que soy capaz de ser feliz cuando se me antoja o, mejor dicho, cuando me lo permito.

Pero ¿ahora dónde estoy, en qué fase? Me vuelvo a preguntar. ¿He crecido durante estos últimos diez años? Tal vez sí, pero ¿en qué sentido?

Si volviera a pasar por cada una de las calles de ese viaje, que anda por allí escrito, ¿cuáles serían las sensaciones? A lo mejor esta sería la única manera de saber si he cambiado, si he crecido o no, y me volvería a preguntar qué significa crecer.

Las calles permanecen iguales, pero el caminante ahora llevaría una carga diferente en su cabeza, más pesada o ligera, no tengo el poder o la sabiduría para averiguarlo.

¿Y qué pasaría si me moviera por esas calles sudamericanas usando el camino de la imaginación? Interesante. Recuerdo que, cuando empecé a escribir en ese año sabático, aparte de convertirlo en mi herramienta de soporte emocional personal, la idea era que cada una de esas palabras se transformaran en una ventana abierta a todos aquellos que no estaban conmigo en ese momento. Quería conseguir, a través de imágenes y palabras, que la gente pudiera viajar sentada desde el sofá de sus casas.

¿Era el momento de jugar yo mismo a ese juego?

Si vuelvo a leer esas historias del pasado, podré ver realmente si mi intención funcionó para los que me leyeron sentados en el sofá. Sí, lo podría releer todo y, día a día, escribir lo que percibo, de esta manera podría saber también si he crecido durante estos últimos años, si lo noto igual o diferente. Por ese camino de certidumbres y dudas podré saber qué significaba felicidad en ese momento y que simboliza hoy.

Pero luego pienso, ¿vale la pena jugársela?

Tal vez lo que viví fue una falacia, puede que la realidad no fuera la que quedó como sentimiento, sino que la construí así para sentirme feliz, hoy o ayer, eso ya no lo recuerdo. ¿Vale la pena volver allí y descubrir que nada de lo que pasó fue cierto o mejor dejar las cosas como están?

Ahora entiendo cuando dicen que no hay pensamientos peligrosos; pensar es, en sí mismo, algo peligroso.

Pero seguiré haciéndolo, pensar. ¡Y bailando, cómo no! Son las ocho de la mañana y ya veremos adónde volamos mañana, desde el sofá de casa, porque siento que me permito ser feliz, me mueva o no.

Y, recordad, nos vemos en el bar.

6 Sé tú mismo

La verdad es que me siento muy bien al volver a escribir. Han pasado muchos años desde que me sinceraba mediante las palabras. Los últimos años recogía impulsos que pasaban frente a mí y me los llevaba a mi terreno, pero, al fin y al cabo, era como si hablara de terceros. El yo estaba escondido, quizás se había vuelto tímido de nuevo y utilizaba a los otros para intentar explicar lo que sentía, siempre evitando la primera persona.

No sé por qué me hice esto a mí mismo, ahora vuelvo a sentir que hoy soy más honesto conmigo mismo y, cómo no, con los demás. Siempre me ha costado expresarme verbalmente, tal vez dudo demasiado de las palabras que saltan de mi boca, por si carecen de sentido y se alejan de mis verdaderos pensamientos. A lo mejor no soy consciente de lo que digo cuando hablo. Y lo curioso es que, cuando escribo, lo hago como si hablara, ya que las palabras se van tecleando sin parar, sin miedo de saltar de una cosa a otra, ya que ellas mismas saben adónde me tienen que llevar.

Hoy siento que vuelvo a ser yo. Es como hubiera estado meses sin follar y, de golpe, un buen polvo me hubiera ayudado a desatascar el flujo sanguíneo de la creatividad, pues ya sabéis que todo depende de si la sangre va hacia arriba o hacia abajo, las sensaciones siempre serán diferentes.

Curiosamente, las mismas costumbres se repiten como hace años: café, cigarros, música y un teclado para expresarlo. Si es por la noche, el café se cambia por alcohol, es tal vez allí cuando los pensamientos se vuelven más abstractos; pero qué bueno es jugar con lo que tienes en la cabeza, tratándolo desde diferentes estados. Recuerdo que, hace unos años, pensé que sería un buen ejercicio para llevar a cabo; tal vez un día de estos podamos intentarlo.

La idea era coger un tema trivial, una palabra con mucho significado, como puede ser «amor», «familia», «amigo» para tratarlo desde diferentes estados. Tomar una hoja en blanco, llegar a ese estado y partiendo de tu mente a cero, empezar a escribir sin pensar en lo que hayas podido borronear anteriormente sobre ello. Lo importante es que nada pueda entorpecer la realidad de ese momento.

¿Os imagináis escribir sobre el significado de «familia» una feliz mañana de cualquier día? ¿Os imagináis hacerlo cuando uno está embriagado, se siente triste o incluso cuando uno acaba de pegar el polvo del que antes hablábamos…?

Si conseguimos hacerlo desde cero, sin influencia alguna de ningún escrito que hayamos desarrollado antes, en este caso relacionado con «familia», seguramente nos daremos cuenta de que los puntos de vista y pensamientos difieren muchísimo.

Con ello te das cuenta de que no hay nada de malo en que una misma cosa la veamos de una manera un día y totalmente diferente el siguiente, pues esa es la verdad que necesitamos escuchar ese día, la que tiene sentido entonces para que podamos sentirnos tranquilos con nosotros mismos.

Seamos sinceros con los pensamientos que nos vienen, a pesar de que, a veces, nos hagan daño, aunque algunos días no los entendamos. También son parte de nosotros mismos. No somos amables o monstruos, no nos veamos así a nosotros mismos, sino como personas sinceras, ya que expresar esa sinceridad nos va a ayudar ser más ligeros, al menos, de mente…

Cuídate a ti mismo y a tus pensamientos, son las ocho y ya sabéis qué toca.

Nos vemos en el bar.

7 Mientras unos cocinan, otros escriben

Y hoy me pregunto: ¿cómo hacéis vosotros para sentiros liberados? ¿Para dejar ir todo aquello que lleváis dentro? ¿Para liberar aquellos pensamientos que entorpecen vuestro camino?

Como decía ayer, para mí ahora es la escritura lo que me ayuda a poner en palabras todo lo que me detiene y, una vez exteriorizado, me siento más ligero.

El otro día un buen amigo —o no— (¿y si me lo estoy inventando?) me comentaba que la solución era ponerse a cocinar. Sí, cada uno de los ingredientes de ese plato se convertían en personajes no inventados, de su vida. Un roleplay cocinado a fuego lento… o bien rápido; todo dependería de sus ansias.

¿Os lo imagináis? ¡A mí me parece increíble! A algunos los pelaría con cuidado, otros los trocearía a finas láminas, incluso algunos acabarían machados con mortero en mano. Pero estoy seguro de que la presentación final del plato adoptaría muchos colores y texturas diferentes, representados por cada uno de los caracteres allí personificados. Wow! Y, cómo no, los aliñaría con cuidado, tal vez con aceite y sal, pero no con la que escuece en la herida, sino con la que da sabor a aquella historia que habíamos creado. La que da sentido a esa historia que, antes de ser cocinada, parecía ser amarga, insulsa o sin sentido.

Ahora, ya sentados en la mesa, nos enfrentaríamos al problema de otra manera; si fuese la primera vez que lo afrontáramos, nos daríamos cuenta de que no habíamos seguido la receta según lo esperado. Quién sabe si aquel personaje lo habíamos laminado con demasiada ira y había quedado mal troceado, perdiéndose su sabor, porque ese ingrediente éramos nosotros mismos y frente a su ausencia nos encontrábamos huérfanos de gusto.

Pues a lo mejor era momento de engullir y pensar en lo que tendríamos que cambiar el próximo día, en qué deberíamos añadir o cambiar. Quizás dejar pasar esos días, semanas, hasta encontrar que los ingredientes fuesen exactamente los que nosotros necesitamos; posiblemente éramos nosotros mismos los que teníamos que madurar y no nos habíamos dado cuenta…

Perdona, no te digo que te comas los problemas, exprésalos de la mejor manera que sepas y no te preocupes, ya que, si te los comes físicamente, de una manera u otra acabarán saliendo por su propio peso, pues ya sabes lo que pasa después de un café y un cigarrillo.

Perdona, te digo que la comida es para compartirla, prepara ese plato como si para tu abuela fuese, pues la pizca de amor siempre estará allí presente y esa tabla de corte se acabará convirtiendo en almohada.

Son las ocho de la mañana y tocan unos cereales con leche de arroz. Veo que el bol parece firme, eso me alegra el día, creo que tengo mis problemas controlados, mientras veo que los mismos se adormecen abajo…

Nos vemos en el bar, hoy, tal vez, para desayunar.

8 Buscando en otros lo que nunca conseguimos

Ayer comentábamos maneras curiosas con las que la gente se sentía liberada, en ese caso, hablábamos de esos graciosos métodos gastronómicos.

Esta tarde me fui a correr por un rato, supongo que es uno de esos métodos que más de uno utiliza como forma de escape. La verdad es que todo iba bien, tal vez gracias a la activación de no sé qué hormonas que le brotan a uno, bla, bla, bla… pero, a la llegada a la pista de atletismo donde suelo ejercitarme (ha quedado profesional esto), vi la imagen de un niño de unos diez años que, cabizbajo, iba arrastrando los pies mientras intentaba acercarse a la línea de salida de uno de esos uniformes carriles de aceleración humana.

Como «ser» que me parece que soy, me quedé observando para averiguar qué estaba pasando allí. De golpe, el niño se dio la vuelta y, antes de encarar ese carril, miró fijamente a alguien que estaba al final de su línea de desesperación.

Yeahh, ahora lo entendía todo: era el típico padre frustrado de la vida que con cronómetro en mano intentaba ver cómo los logros que él nunca había conseguido se hacían realidad en aquel que llevaba su mismo apellido.

Sin esperar palmadita a la espalda ni nada, el chiquillo iba corriendo de punta a punta sin parar, esperando arrebatar un segundo a aquel «cuentalágrimas» de sudor que su progenitor sustentaba con brazo firme.

Sin expresión facial alguna, la diversión seguro que se le había terminado, como cada día, a eso de las seis de la tarde, momento en que su padre se ponía su flamante ropa deportiva rememorando alguna Olimpiada de los ochenta y salía con pecho afuera de la casa, mostrando a sus vecinos el nuevo juguete que se había comprado. Uno que respiraba y que iría perdiendo el amor por sí mismo; un juguete que, como los otros, no tenía capacidad de decidir su propia historia, pues de una simple marioneta se trataba.

Tal vez —un día con suerte para él— se rompería, tras una caída voluntaria por las escaleras… Más tarde, lo que dirían los informes médicos serviría como voz para lo que él no podía decir con sus propias palabras frente a sus padres.

Me imaginaba a ese juguete roto haciéndose mayor intentando pegar, poco a poco, esos trocitos de amor esparcidos junto a alguien que le quisiera. Sí, en búsqueda de esa mujer que le ayudara a volver a sentirse vivo y que podía decidir por sí mismo.

Sí, quizás ellos un día decidirían tener un niño… Ese descendiente que se convertiría en el remedio a sus problemas. Ese nuevo descendente que se transformaría en la imagen de lo que él no fue, de lo que a él le gustaría haber sido y el ciclo continuaría sin parar, pero está claro que sin reproche alguno, pues era eso lo que había aprendido.

Al otro lado de la pista veo a un niño corriendo mientras sonríe, mira sus bambas de color rojo con orgullo. Está solo, pero feliz. Me acercaría y le preguntaría: «¿Cómo lo has hecho, eres huérfano?». Pero me gustaría pensar que hay padres y padres; madres y madres y… Recuerda: solo tú eres responsable de las segundas partes, solo tú…

Son las ocho de la mañana y me voy a desayunar, mientras pienso qué desayunaba mi padre cuando tenía mi edad. Gracias, padre, por dejarme decidir. Yo, al menos, me lo creí y me lo sigo creyendo.

Nos vemos en el bar.

9 También podemos sonreír llevando mascarilla

Hoy estaba leyendo lo que había escrito ayer y me sonaba un poco aterrador, pero es lo que a veces pasa cuando afrontamos la realidad de las cosas o, mejor dicho, aquella que nosotros hemos construido.

Hoy me levanté pensando que acaso era un buen momento para dar un vuelco y saltar con un tema que nos diera un poco más de buen rollo, no lo hacía por vosotros, sino para mí mismo.

El otro día me propusieron que sonriera a diez personas desconocidas al día. Sí, lo clásico, eso que vas andando por la calle, te cruzas con alguien desconocido y, nada, levantamiento de brazo y sonrisa al canto.

Doy gracias por recibir esta propuesta, pues ese músculo se había quedado anquilosado tras casi estar dos años sin movimiento alguno, pues parecía en desuso en épocas de mascarilla.

Curiosamente, al menos para mí, no tenía el impulso de sonreír cuando utilizaba la mascarilla y me cruzaba con alguien. Luego pienso: «¿Y eso por qué? ¿Es que tal vez solo sonreímos a la gente para mostrarles que somos felices?». Vaya fake, ¿no? ¿O bien no sonreíamos porque no eran tiempos para estar felices? ¿Estuvimos dos años huyendo del fake o bien estuvimos mostrándonos tal y como realmente somos, sin ser vistos?

Seguramente, cuando hacíamos muecas encubiertas bajo la mascarilla, que no sabían a nada, era lo que realmente éramos, lo que queríamos compartir. Tal vez no nos importaba mostrarnos cómo nos sentíamos, pues nadie lo veía.

Hoy muchas preguntas me vienen a la cabeza y la que lo mata todo es: ¿solo nos mostramos como realmente somos cuando nadie nos puede ver? ¿Quién no recuerda eso de… «Baila como si nadie te estuviera viendo»?

¿Quién no se ha encerrado solo en una habitación y ha empezado a hacer cosas socialmente incorrectas? ¿Quién no disfruta de las locuras en una habitación a oscuras?

Pues tal vez, al fin y al cabo, estos dos últimos años nos ayudaron a ser como realmente somos. Sí, la distancia frente a todo creció entre nosotros. Más que nunca tendíamos a ocultar crecientemente las emociones que la gente esperaba de nosotros, pero fieles a nosotros mismos, las mostrábamos tal y como realmente las sentíamos. Pues no nos importaba si eran congruentes o no con lo que la gente esperaba.

Visto esto, pienso que no nos fue tan mal, pues no implicó una pérdida o renuncia a la libertad. Ahora, tal vez, ha llegado el momento de decir «gracias», darnos permiso a mostraros como queramos, pues ahora conocemos quienes realmente somos. Vosotros y yo. Con o sin sonrisas.

Son las ocho de la mañana, me encierro en mi habitación, busco un espejo, me miro y sonrío. Salto a la calle y busco repetir el gesto, el sentimiento que conlleva… No porque la gente lo espere, sino porque sale de mí mismo. O, al menos, es lo que me gustaría pensar.

Nos vemos en el bar, sonriendo o no.

10 Un mundo sin espejos

No son las ocho de la mañana, me levanto de la cama y, antes de sonreír, me pregunto: «¿Para qué sirven los espejos? ¿Para ver cómo realmente somos frente a los ojos de la gente?».

Me siento enfrente del espejo de la habitación; me observo, hago muecas, digo la misma frase repetidas veces cambiando el tono de voz y la expresión facial, me estiro la piel de las mejillas para parecer más joven; lanzo un beso inventado, hago un guiño de ojo al infinito, observo el desalineamiento de mis dientes, saco la lengua… Llevo como diez minutos frente al espejo y lo cierto es que ya estoy aburrido de mí mismo. La verdad es que somos cansinos, ¿no?