Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello - Rufino José Cuervo - E-Book

Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello E-Book

Rufino José Cuervo

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Beschreibung

Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello. Rufino José Cuervo Fragmento de la obra Habiendo llegado a mis manos varias reimpresiones chilenas de la última edición de la Gramática de don Andrés Bello, que contiene notables variaciones y es generalmente desconocida entre nosotros, propuse a los señores Echeverría Hermanos hiciesen una reproducción de ella agregándole algunas notas mías y un índice alfabético que yo también trabajaría. Aceptaron la oferta y a poco (en 1874) se dio principio a la edición, que es la misma que ahora sale a luz (1881), por segunda vez, más esmerada y con mayor número de notas. Como era mi propósito que el texto del autor saliera sin adición ni interpolación alguna, las notas se pusieron al fin; y como en las ediciones de Chile se han deslizado ya bastantes erratas, que por sí dejan ver claramente que, huérfana la obra, ha carecido de la mano cuidadosa de su dueño, he cotejado otros ejemplares, y se ha puesto el mayor esmero por parte de los señores Editores en que la presente salga correcta. La Gramática de Bello es en mi sentir obra clásica de la literatura castellana, y merece todo el lujo, elegancia y atildamiento tipográficos que corresponden a una obra de esta especie; el autor, modesto sobre manera, la consagró a sus hermanos de Hispano-América, y ella se imprimió en la ortografía casera usada en el país en que la sacó a luz. Deseando por mi parte hacerle justicia y darle el aspecto de universalidad de que es digna, solicité de los señores Editores la pusiesen en la ortografía adoptada por la mayor parte de los pueblos que hablan castellano, y ellos tuvieron la benevolencia de acceder a mis deseos, a pesar de no ser ésta la que siguen en las obras que imprimen por su cuenta.

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Rufino José Cuervo

Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9007-622-4.

ISBN ebook: 978-84-9897-384-6.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Introducción

«Habiendo llegado a mis manos varias reimpresiones chilenas de la última edición de la Gramática de don Andrés Bello, que contiene notables variaciones y es generalmente desconocida entre nosotros, propuse a los señores Echeverría Hermanos hiciesen una reproducción de ella agregándole algunas notas mías y un índice alfabético que yo también trabajaría. Aceptaron la oferta y a poco (en 1874) se dio principio a la edición, que es la misma que ahora sale a luz (1881), por segunda vez, más esmerada y con mayor número de notas.

«Como era mi propósito que el texto del autor saliera sin adición ni interpolación alguna, las notas se pusieron al fin; y como en las ediciones de Chile se han deslizado ya bastantes erratas, que por sí dejan ver claramente que, huérfana la obra, ha carecido de la mano cuidadosa de su dueño, he cotejado otros ejemplares, y se ha puesto el mayor esmero por parte de los señores Editores en que la presente salga correcta. La Gramática de Bello es en mi sentir obra clásica de la literatura castellana, y merece todo el lujo, elegancia y atildamiento tipográficos que corresponden a una obra de esta especie; el autor, modesto sobre manera, la consagró a sus hermanos de Hispano-América, y ella se imprimió en la ortografía casera usada en el país en que la sacó a luz. Deseando por mi parte hacerle justicia y darle el aspecto de universalidad de que es digna, solicité de los señores Editores la pusiesen en la ortografía adoptada por la mayor parte de los pueblos que hablan castellano, y ellos tuvieron la benevolencia de acceder a mis deseos, a pesar de no ser ésta la que siguen en las obras que imprimen por su cuenta».304

Estas palabras con que principia la advertencia puesta por mí a las notas e índice de la Gramática de Bello, dan a conocer suficientemente la historia de estos trabajillos hasta 1881.

En 1883 se incluyeron las notas y el índice en el tomo V de las Obras de Bello costeadas por el Gobierno de Chile, sin que se tocara conmigo para nada; si se hubiese dirigido a mí, yo hubiera indicado al editor que desde 1881 habían salido las dos cosas con correcciones y aumentos, y aun pudiera haber hecho otros en beneficio de su obra. En 1887 recibí con fina dedicatoria de don L. M. Díaz el libro en que reimprimió (Curazao, 1886) dichas notas e índice acompañadas de las anotaciones de don Francisco Merino Ballesteros y de observaciones propias del mismo señor Díaz. Declaradas así estas obritas res nullius, no me cogió de nuevo la llegada de otra reproducción de la Gramática de Bello con las susodichas notas e índice, hecha en Bogotá en 1889. El editor, al mismo tiempo que deja ver que yo para nada he intervenido en dicha impresión, advierte, para acreditarla, que lleva notas de otro (por todo cinco notas que forman unas veinte líneas), y que ha seguido la ortografía sancionada por la Academia Española, como si yo no lo hubiera hecho antes. Estoy, pues, en cierto modo puesto en entredicho, y si me atengo a la buena voluntad de los demás, nunca llegará el caso de que se me reconozca siquiera el derecho de corregir, alterar o aumentar lo que es mío. Para vindicar este derecho hago la presente publicación, y aseguro mi propiedad literaria para recordar que soy dueño y que siquiera por cortesía debe indicárseme el uso que va a hacerse de lo que me pertenece. Agradezco debidamente a mis apasionados la importancia que dan a mis cosas, pero no puedo perdonarles que me atribuyan la presunción de creerlas inmejorables.

Dejado aparte esto, vuelvo a la Gramática de Bello, y de aquí para adelante haré y desharé en lo impreso, al fin como en cosa mía.

Desde que a fines del siglo XVI se declaró en España texto exclusivo para la enseñanza del latín, atribuyéndolo a Nebrija, el arte compuesto por el padre Juan Luis de la Cerda, ha sido la gramática objeto de monopolio más o menos exclusivo en los pueblos que hablan castellano, con lo cual nos hemos acostumbrado a ver en esta disciplina no sé qué de fijo y puramente preceptivo, extraño a todo progreso, sea en la investigación de los hechos o en su explicación, sea en la clasificación o en la nomenclatura; y por consiguiente todos, sabios como ignorantes, apegados a lo que de niños aprendieron, con dificultad admiten innovación alguna, y raras veces perciben la diferencia entre una obra de rutina o de caprichosas invenciones y una obra científica. A pocos se les ocurre que el mérito de un libro filológico, ni más ni menos que el de uno sobre anatomía o botánica, consiste en la claridad con que represente el estado actual de la ciencia y en que abra horizontes para nuevas investigaciones; y que por lo mismo ninguna obra de esta especie tiene valor definitivo. Es esto tan cierto que ya obras monumentales como las de Bopp, Diez, Draeger van cediendo el puesto a otras, que a su vez se oscurecerán cuando aparezcan las que resuman los adelantos subsiguientes. Ninguna extrañeza, pues, ha de causar el que, con ser admirable la obra de Bello, requiera ahora en algunas partes rectificación o complemento. Habiendo yo estudiado esta gramática en el colegio, y tenídola después constantemente a la mano, si algo notable he encontrado en mis lecturas, luego se lo he anotado al margen; al extender esas anotaciones, solo me propongo dar un testimonio del respeto que siempre he profesado al autor, al propio tiempo que de admiración a su ciencia y de gratitud por la utilidad de que me han sido sus lecciones. ¡Ojalá consiguiera que el nombre de Bello fuera siempre el símbolo de la enseñanza científica del castellano, como hasta hoy lo ha sido, y que su obra se conservase en las manos de la juventud como expresión de las doctrinas más comprobadas y más recibidas entre los filólogos!

El Autor ha encarecido, pero acaso no bastante, lo poco a que queda reducida la esencia de la gramática general, y cuán infundado es suponer una perfecta correspondencia entre las leyes del pensamiento y las del lenguaje. Pott graciosamente dice que a medida que van estudiándose nuevas lenguas, como otro Titono se van encogiendo y adelgazando hasta poner miedo aquellos «principios generales e inmutables de la palabra hablada o escrita» que con tanto magisterio nos explayaban los enciclopedistas del siglo XVIII; otro lingüista llega a decir que para comprender la estructura del chino y de las lenguas americanas, no solo hemos de olvidar nuestra nomenclatura gramatical, sino despojarnos de las ideas que ella sugiere; y Sayce no duda afirmar que si Aristóteles hubiera nacido azteca (es decir, si su lengua nativa fuera polisintética), habría dado a su lógica una forma completamente diferente de la que le dio siendo griego.305 Pero no es esto solo: el lenguaje no es ya aquel mecanismo inerte y sin vida perennemente sujeto a fórmulas inmutables; todo se muda en él, la pronunciación, la escritura, la morfología, las acepciones de las voces, la sintaxis; y por tanto la nomenclatura y las reglas de una lengua no siempre son aplicables a otra. De aquí se infiere que Bello dio un paso muy conforme al estado actual de la filología al emancipar nuestra gramática no solo de las vacías especulaciones de la gramática general y las llamadas gramáticas filosóficas, sino de la rutina de la gramática tradicional. Pero hay puntos en que acaso no llevó tan adelante el método científico como sin duda lo hiciera a escribir en nuestros días; no siempre ha tenido presente que el movimiento y trasformación del lenguaje no se verifican de un salto sino paulatina e insensiblemente, y que, si alguna vez interviene en ellos el libre querer del hombre, las más se obran sin que éste se dé cuenta de ello, o como hoy se dice, inconscientemente; por manera que, alejándose una lengua más y más cada día de su tipo originario, sucede que en este movimiento incesante ofrecen las voces y construcciones estados que no pueden ajustarse a una nomenclatura anterior, y antes que trazar divisiones y clasificaciones por medio de líneas rectas, conviene en tales casos rastrear las gradaciones y pasos sucesivos que señalan el desenvolvimiento de formas, acepciones y construcciones. Bello procedió muchas veces en puntos semejantes con sorprendente sagacidad, por ejemplo, en la explicación de las construcciones irregulares del verbo ser; pero es indudable que el mismo método puede aplicarse con mucha más frecuencia.

Incalculables progresos ha hecho en nuestros días la Gramática, no ya en cuanto enseña a corregir una que otra falta contra el buen uso de cada época, sino principalmente en cuanto expone y aplica los principios que rigen el lenguaje, ora tomando por campo una lengua especial, ora una o más familias de ellas. Profundos y minuciosos estudios sobre la voz humana y los órganos que la producen han dado luz al elemento fisiológico del habla y a la trasformación paulatina de la parte material de las palabras. Por otro lado el examen no menos profundo de los procedimientos intelectuales que preceden y acompañan a la expresión hablada de los conceptos, ha enseñado a distinguir la parte que en el movimiento del lenguaje corresponde al individuo y la que corresponde a la sociedad, y emancipando a la Gramática de la inflexibilidad y estrechez de la lógica, la ha enlazado con la psicología, de que ha resultado la explicación de multitud de hechos que o antes no se habían reparado o se habían interpretado erradamente. Por la frecuencia con que en estas notas tocaré ciertos principios, los indicaré aquí brevemente, como que son de capital importancia en todas las partes de la gramática:

1.º Las categorías gramaticales tienen por fundamento las categorías psicológicas, pero no siempre se corresponden exactamente; así en las frases hubo fiestas, hizo grandes calores, el sujeto psicológico, el concepto que domina en el entendimiento del que habla, lo representan los sustantivos fiestas, calores, y el atributo hubo, hizo; conforme a la gramática esos sustantivos son acusativos. A cada paso se advierte tendencia a restablecer la armonía entre las dos fórmulas gramatical y psicológica, y por eso muchos dicen hubieron fiestas, hicieron grandes calores; si bien la gramática reclama sus fueros y no siempre admite la reacción.

2.º Todas las palabras (y también las frases y oraciones) se asocian en nuestro entendimiento constituyendo grupos, ya en razón de su forma, ya en razón de su significado, ya de uno y otro. Hay en cada lengua muchísimos de estos grupos y una misma palabra puede pertenecer a varios de ellos; verbigracia: ovejas, pastores, árboles, pies, constituyen un grupo por su forma, dado que todos tienen s por inflexión común, y también por el sentido porque todos convienen en significar pluralidad; ovejas, casas-tiendas, padre-nuestros, los Martínez, cualesquiera, forman un grupo de sentido en cuanto significan pluralidad, mas no de forma porque ese significado no se expresa en todos de una misma manera; ovejas, rebaño, ganado se asocian también en razón del sentido, pero por otro respecto: así ovejas puede pertenecer a lo menos a tres grupos. Además cada grupo puede dividirse en otros más pequeños; así en el grupo de plurales ovejas, árboles, pastores, pies, se apartan las voces que añaden solo s y las que añaden es. Este principio de asociación, designado con el nombre de analogía, tiene influencia suma en la vida del lenguaje. Ella nos proporciona inmediatamente modelos para acomodar a la lengua toda voz que no hemos usado u oído antes; de modo que un niño que por primera vez oiga el nombre ornitorrinco o el verbo cristalizar, inmediatamente les dará las inflexiones de las voces semejantes que ya conoce, diciendo ornitorrincos, cristalizó. Pero al mismo tiempo que la analogía es elemento de orden y contribuye a eliminar irregularidades, como si el mismo niño dice sabo, cabo por sé, quepo, puede también inducir a aumentar las irregularidades, si se toma como tipo una irregularidad o grupo de irregularidades, como cuando de alelí sacan en Aragón el plural alelises, a semejanza de maravedises, o cuando el verbo fregar que, conforme a nuestra fonética, se conjugaba frego, frega, vino a conjugarse friego, friega, pasando al grupo de negar, segar.

3.º Procedimiento parecido al de la analogía es la fusión o contaminación, que consiste en que, ofreciéndose simultáneamente al entendimiento dos términos o expresiones sinónimas, en vez de escoger una de ellas formamos otra mezclando los elementos de ambas. Así de los dos verbos empezar y comenzar se sacó en lo antiguo compezar y encomenzar, comezar y compenzar; de las dos expresiones no obstante sus esfuerzos y a pesar de sus esfuerzos ha salido no obstante de sus esfuerzos; en punto de filosofía + en cuanto a filosofía > en punto a filosofía; en llegando que llegará + luego llegue > en llegando que llegue, etc. La mayor parte de las construcciones o locuciones irregulares o idiomáticas tienen su origen en la contaminación.

Con estas breves indicaciones bastará para demostrar que la gramática tiene hoy que aliar prudentemente el análisis psicológico con la investigación de los hechos externos del lenguaje; determinar las fórmulas primordiales en que se conforman la lengua pensada y la lengua hablada, y rastrear las causas que han producido las dislocaciones o irregularidades; combinar en fin el método dogmático, que reduce a reglas precisas lo que permite el uso culto o literario, con el histórico, que, puestos los ojos en el desenvolvimiento de la lengua, explica cada hecho por sus antecedentes comprobados. Dándose así la mano el análisis y la cuidadosa observación del uso con la erudición y la crítica, harase fecundo y aun ameno un estudio que tanto fastidia a la niñez y a la juventud y tan escaso atractivo ofrece a la edad madura; acostumbrándonos desde un principio a seguir paso a paso el andar de la lengua para hallar en lo pasado las causas de lo presente, en lo familiar y aun en lo vulgar la clave de lo elevado y lo docto, aprenderemos a juzgar con criterio propio y a esclarecer los casos nuevos que se presenten. No digo que este método sea más fácil que el tradicional, antes sin empacho confieso que ha de ser detestable para aquellos maestros que se persuaden a que sus discípulos serán gramáticos consumados el día que tengan aprendida para cada caso una reglita con sus excepciones contables por los dedos, o una expresión técnica que cierre la puerta a todo examen o corte toda discusión.

Como materia que se toca con la pureza del texto me ha parecido oportuno advertir, en atención a la escrupulosidad que hoy se acostumbra usar en las citas de autores, que en esta Gramática aparecen con frecuencia modificados los ejemplos. Unas veces se ha visto precisado a ello nuestro Autor, a fin de redondearlos, pulirlos y acercarlos, sin menoscabar su pureza clásica, al tipo del castellano actual, dándoles al mismo tiempo la forma más adecuada para que puedan útilmente encomendarse a la memoria. Así, por ejemplo, la cita de don Alfonso XI (número 232) es en su original: «... tenemos por bien que si en los dichos fueros, o en los libros de las Partidas sobredichas, o en este nuestro libro, o en alguna, o en algunas leys de las que en él se contienen, fuere menester interpretación, o declaración, o enmendar, o annadir, o tirar, o mudar, que nos que lo fagamos: Et si alguna contrariedat paresciere en las leys sobredichas entre sí mesmas, o en los fueros, o en cualquier dellos, o alguna dubda fuere fallada en ellos, o algunt fecho porque por ellos non se puede librar, que nos que seamos requeridos sobrello...» (Ordenamiento de Alcalá, libro I, título 28). El autor puso así: «Si alguna contrariedad pareciere en las leyes (decía el rey don Alonso XI), tenemos por bien que Nós seamos requeridos sobre ello». Añadiré los originales de otras citas seguidos de las formas que les dio Bello, para que se vea el exquisito gusto con que fueron modificadas.

«Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus vidas y aquéllos sus amores», Cervantes, Quijote, II, 13. «Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus trabajos, y aquéllos sus amores» (número 260).

«¿Qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Güi de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible?», Cervantes, Quijote, I, 49. «¿Qué ingenio habrá que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Güi de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible?» (número 277).

«Hizo el postrer acto desta tragedia madama de Gomerón, saliendo ella y dos hijas suyas niñas en busca del Conde, y pidiendo arrojada a sus pies la vida de sus hijos con las palabras y afectos que enseña el dolor...; y aunque debió de enternecerle harto al Conde esta lástima... hubo de ensordecerse a tan piadosos ruegos, respondiéndole entonces pocas palabras, aunque graves y resueltas; tal, que volvió al parecer algo consolada con la que le dio de restituille los demás hijos buenos y sanos, como lo hizo», Coloma, Guerras de los Estados Bajos, libro VIII. «Hizo el postrer acto de esta tragedia madama de Camerón, saliendo ella y dos hijas suyas niñas en busca del Conde, y pidiéndole arrodillada a sus pies la vida de sus hijos; el Conde le respondió entonces pocas palabras, tal que hubo de volverse algo consolada» (número 388). Desde la primera edición se lee en este ejemplo Camerón por Gomerón; en la presente edición va corregida esta errata.

«¡Ay Dios! ¿Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada de este cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente», Cervantes, Quijote, I, 28. «¡Ay Dios! ¿Si será posible que he ya hallado lugar que sirva de sepultura a la pesada carga de este cuerpo que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad de estas selvas no me miente» (número 415).

«Hernán Cortés se valió de este principio para volver a su respuesta, diciendo a Teutile que uno de los puntos de su embajada, y el principal motivo que tenía su rey para proponer su amistad a Motezuma, era la obligación con que deben los príncipes cristianos oponerse a los errores de la idolatría, y lo que deseaba instruirle para que conociese la verdad, y ayudarle a salir de aquella esclavitud del demonio». Solís, Conquista de México, 2, 5. «Hernán Cortés dijo a Teutile que el principal motivo de su rey en ofrecer su amistad a Motezuma era lo que deseaba instruirle para ayudarle a salir de la esclavitud del demonio» (número 976).

«Mirá en hora mala —dijo a este punto el ama— si me decía a mí bien mi corazón, del pie que cojeaba mi señor», Cervantes, Quijote, I, 5. «Bien me decía a mí mi corazón del pie que cojeaba mi señor» (número 1165).

«Cuál buscaba al amanecer entre los montones de muertos horrendamente heridos y mutilados el cadáver de un padre; quién el de un hijo o un hermano; aquélla el de un esposo o de un amante; otros los de sus amigos y protectores». El duque de Rivas, Masanielo, 2, 23. «Cuál buscaba al amanecer entre los montones de muertos horrendamente heridos o mutilados el cadáver de un padre; quién el de un hijo o de un hermano; aquélla el de un esposo o de un amante; otros los de sus amigos o protectores» (número 1170).

Veces hay en que la alteración se ha hecho con el designio de corregir el texto, ya de vicio proveniente del copiante o de la imprenta, ya de incorrección del escritor, y aun alguna ocasión con el de evitar una locución poco usada o que el Autor no explica en la Gramática. De todo esto pondré muestras.

En todas las ediciones de la Gatomaquia que tengo a la vista, inclusa la primera, el poema empieza así:

« Yo aquel que en los pasados

Tiempos canté las selvas y los prados,

Estos vestidos de árboles mayores

Y aquéllas, de ganados y de flores»;

según esto, los árboles están en los prados, y los ganados y flores en las selvas, cosa poco natural. Bello puso éstas vestidas y aquéllos, con lo cual el sentido queda corriente (número 260).

En el número 384 (nota) restablece la medida poniendo eran en vez de estaban en este alejandrino de Berceo (Santa Oria, 7):

«Estaban maravilladas ende todas las gentes».

Esta corrección es intachable, mas no sucede igual cosa con este otro verso del mismo autor (Sacrificio, 7):

«Hy offreçien el cabron e ternero e toro»,

que Bello en la nota citada pone así:

«Hi ofrecien cabro e ternero e toro»,

porque ni parece acertado introducir una voz como cabro que no está autorizada por los escritores de esa época, ni hay necesidad de disolver la combinación ie del co-pretérito, empleada a menudo como diptongo, según se verá en otro lugar. Más aceptable sería esta enmienda:

«Hy offreçien cabron e ternero e toro».

En el número 667 enmendó Bello la incorrección del original, que dice: «más digna de ser amada y estimada» (Granada, Guía, prólogo: R.306 8, 12): «Si la virtud es una de las cosas más excelentes que hay en la cielo y en la tierra, y más dignas de ser amadas y estimadas...».

Puso (número 332) estima en vez de aprecia para evitar el doble asonante de esta cuarteta de Meléndez (Discursos, I: R. 63, 2552).

«Las virtudes son severas,

Y la verdad es amarga:

Quien te la dice te aprecia,

Y quien te adula te agravia».

Una vez que en el número 402 estaba advertido que con un sustantivo por antecedente se prefiere en que a cuando, no había necesidad de hacer el cambio (número 743) en el ejemplo de Lope (Dorotea, 3, 7: R. 34, 393)

«Pasaron ya los tiempos

Cuando, lamiendo rosas,

El céfiro bullía

Y suspiraba aromas».

No se menciona en la Gramática el uso de cuando con subjuntivo después de apenas seguido de un futuro, que está comprobado convenientemente en mi Diccionario; por eso se hace reparable la modificación del siguiente pasaje de Cervantes en El celoso extremeño (R. 1, 1752): «Apenas habréis comido tres o cuatro moyos de sal, cuando ya os veáis músico corriente y moliente en todo género de guitarra» (número 645).

En otras ocasiones no aparece tan clara la razón del cambio, como en éstas:

«¿Los reyes tenéis por santo y por honesto lo que os viene más a cuento para reinar?», Mariana, Historia General de España, 13, 12. «Los reyes tenéis por justo y por honesto lo que os viene más a cuento para reinar» (número 231).

«Andaba el asturiano comprando el asno donde los vendían», Cervantes, Novelas, 8. «Estaba el estudiante comprando el asno donde los vendían» (número 822).

«No hay paz que no alteres,

Ni honor que no turbes».

Tirso, El rey don Pedro en Madrid, 2, 20.

«No hay paz que no alteres,

Ni honor que no enturbies».

(Número 762)

«En fin, señora, ¿que tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo?», Cervantes, Quijote, I, 29. «En fin, señora, ¿que tú eres la hermosa Dorotea, la única hija del rico Cleonardo?» (número 995).

«Decíanme mis padres... que ellos me casarían luego con quien yo más gustase», Cervantes, Quijote, I, 28. «Decíanme mis padres que me casase con quien yo más gustase» (número 1041).

«Solo se quedó en pie Bradamiro, arrimado a su arco, clavados los ojos en la que pensaba ser mujer», Cervantes, Persiles, I, 4. «Solo quedó en pie Brandamiro, arrimado al arco, clavados los ojos en la que pensaba ser mujer» (número 968).

«Cosas... que tocan, atañen, dependen y son anejas a la orden de la caballería andante», Cervantes, Quijote, II, 7. «Cosas... que tocan, atañen, dependen y son anexas a la orden de los caballeros andantes» (número 1193).

Caso hay en que el cambio se hizo sin duda indeliberadamente: «Adornaron la nave con flámulas y gallardetes, que ellos azotando el aire, y ellas besando las aguas, hermosísimas vista hacían», Cervantes, Persiles, I, 2. «Adornaron la nave con flámulas y gallardetes, que ellos azotando el aire, y ellas besando las aguas vistosísimas vista hacían» (número 311). Mi amigo don Miguel Antonio Caro recordó en el digno homenaje que el Repertorio Colombiano consagró a la memoria de Bello con ocasión de su Centenario, la nota que va al fin de la primera edición de la Gramática: «Observo de paso que en el ejemplo de Cervantes de la excepción 6.ª (en la edición última, 9.ª del § 349, a), por un desliz de la memoria he puesto los poetas en lugar de las musas, y fecundos por fecundas, no sin detrimento de la hermosura del pasaje. Pero esta alteración no daña en nada a la oportunidad de la cita». Lo mismo que el Autor advierte aquí puede decirse de las demás alteraciones que quedan notadas; y así como él corrigió luego ésta, que era inoportuna, es indudable que, a repararlas, hubiera hecho lo mismo con las que se hallan en igual caso. En las primeras ediciones que corrieron a mi cargo no me atreví a hacer en el texto otras variaciones que poner en lugar de la frase novísima: «Aun bien que casi no he tomado la palabra» (número 1220), la castiza que usa Cervantes: «Aun bien que yo casi no he hablado palabra», Quijote, II, 1 (R. 1, 4072); y a corregir el nombre del río Sebeto, que todas las ediciones que había visto corrompían volviéndolo Sabeto. En la reimpresión anterior restablecí el texto genuino haciendo desaparecer varios defectos de esta clase. Para la presente me propuse verificar todos los pasajes de nuestros autores citados en la Gramática, y he formado un índice de ellos con indicación de la obra y el lugar en que se hallan; naturalmente uno que otro pasaje se me ha escapado, ya por flaquearme la memoria o los apuntes, ya por no tener a la mano las obras de que fueron sacados. De este trabajillo (que sin duda hará asomar alguna sonrisa a los labios de ciertos gramáticos) resulta que la mayor parte de los ejemplos han sido alterados o aproximados a la lengua actual, y además que unos cuantos contenían inexactitudes en que antes no se había reparado. Fuera de las que son erratas notorias, algunas de esas inexactitudes provienen sin duda de que el Autor no copió de los libros los pasajes, sino que los puso de memoria; no hay para qué decir que, sea la una o la otra cosa, les he de vuelto su primitiva pureza. En cuanto a los otros, me he contentado con indicar que están modificados, pues aquí se presenta una dificultad: reducir a un nivel la lengua de escritores de muchos siglos es falsificación histórica que no puede admitirse; pero también es inadmisible presentar como modelos en una obra destinada a enseñar el castellano de hoy, textos que se apartan de él u ofrecen desaliños o modos de hablar que con la natural mudanza de las cosas han dejado de ser usados. Colocado en este punto de vista, ha tenido razón el Autor para modificarlos; pero el maestro y el discípulo deben estar sobre aviso para no dar por efectiva semejante uniformidad. Creo que con el índice mencionado, en el cual van señalados con signos especiales los pasajes que yo he corregido y aquellos que el Autor ha modificado, quedan satisfechas las exigencias de la crítica e inculcada a los jóvenes la necesidad de la exactitud filológica.

Hay algunos pasajes que, conforme aparecen en las ediciones que de los autores tengo a la vista, no son adecuados al objeto con que los cita el Autor, pero en ningún caso esta circunstancia hace menos cierta la doctrina. En el número 301 se halla este pasaje del duque de Rivas: «Desistiose por entonces del ataque de Jesús María; pero lo fueron otros puestos de importancia»; en la página 219 del tomo 5.º de la edición de Madrid, 1854-5, se lee de este modo: «Desistiose por entonces del ataque a Jesús-María, pero fueron embestidos otros puestos también de importancia» (Masanielo, 2, 12). Bien puede ser ésta una corrección del escritor.307

Por último apuntaré que en tiempo del Autor todos creían que la Canción a las ruinas de Itálica y la Epístola moral eran obras de Rioja, y que el Lazarillo de Tormes lo era de don Diego Hurtado de Mendoza. En cuanto a la primera, está plenamente probado que es de Rodrigo Caro; la segunda, no hay fundamento ninguno para atribuirla a Rioja, y sí algunos para creer que sea de Fernández de Andrada; el autor del Lazarillo es desconocido, y la atribución a Mendoza completamente arbitraria.308 No he hecho indicación o cambio en cada caso.

Nota

Para la acentuación ortográfica se siguen en esta impresión los principios de la Academia Española, en esta forma:

1.º Se aplican estrictamente las reglas aun en casos en que la Academia no lo hace; así, van acentuados reír, freír, oír, conforme a la regla: «En las voces agudas donde haya encuentro de vocal fuerte con una débil acentuada, ésta llevará acento ortográfico; verbigracia país, raíz, ataúd, baúl, Baíls, Saúl». Van acentuados comúnmente, cortésmente, asímismo,309 aun cuando no lo estén en el Diccionario, conforme a la regla: «El primer elemento de las voces compuestas, si consta de más de una sílaba, y el segundo siempre, conservan su acentuación prosódica, y deben llevar la ortográfica que como simples les corresponda; verbigracia cortésmente, ágilmente, lícitamente, contrarréplica, décimoséptimo».

2.º Es punto capital de la reforma de la acentuación dictada por la Academia no hacer distinción, como se hacía antes, entre los verbos y las demás palabras. Escribiendo (o debiendo escribir, pues en el Diccionario no hay bastante consecuencia) pie, quia, mue, bue, Tio (apellido), pies, pues, buen, cien, sien, Dios, bríos, Juan, cuan, bueis, Luis, ruin, no hay duda que debemos escribir fué, vió, dió, fuí;310 así queda visible la diferencia entre estos monosílabos y los disílabos guié, rué, rió, lió, huí, guión, Sión. Seguimos la práctica de la Academia, aunque no la ha reducido a regla, acentuando paraíso, saúco, oído; lo mismo en la combinación uí: huída, jesuíta, casuísta, y por consiguiente huído, muír, destruír.311

Ha parecido conveniente advertir esto, porque hay personas que se creen obligadas a seguir ciegamente hasta las erratas o inadvertencias visibles del Diccionario y de la Gramática de la Academia. No hace mucho que se leía en la portada de un libro que era la décimotercia edición (véanse en la última edición del Diccionario la portada, L, ny, y los demás nombres de letras en que figuran estos numerales).

Notas

1 (número 7). Examinados cuidadosamente los sonidos de una lengua literaria, ya dentro de ella misma, ya comparándolos con los de otras, resulta que su número es generalmente mucho mayor que el de los caracteres con que el uso los representa; de suerte que cada signo, más que un sonido único y exclusivo, denota el tipo de una serie de sonidos más o menos parecidos. Sin acudir a las lenguas extrañas, ni siquiera a las pronunciaciones provinciales, en nuestra habla común hay bastante diferencia en la d o la s según están en medio o en fin de dicción, como en la j antes de a y de i. No sería, pues, extraño que hubiese modificaciones expresadas por un solo signo, más distantes entre sí que otras que representamos con signos distintos. Así, en rigor no siempre es exacto dar como número de los sonidos el número de letras, y por consiguiente es poco científico el llamado principio de escribir como se pronuncia, sin variar el alfabeto en cada localidad y de siglo en siglo.

El alfabeto, como cosa tradicional y heredada, tiene cierta fijeza que se aviene mal con la fluidez del lenguaje hablado; de donde resultan conflictos entre la pronunciación y la escritura, tanto en razón de la diferencia de los lugares como en razón de la de los tiempos. Así, por ejemplo, la distinción entre z (o c) y s, efectiva para los castellanos, no existe para muchos andaluces, valencianos, vascongados ni para la generalidad de los americanos, los cuales en realidad emplean tres signos para representar el sonido único de s. Lo que hoy sucede, sucedió en épocas anteriores. Fray Juan de Córdoba (1503-1595) en su Arte en lengua zapoteca, México, 1578, escribe: «Los de Castilla la vieja dizen haçer y en Toledo hazer; y dizen xugar y en Toledo jugar. Y dizen yerro, y en Toledo hierro. Y dizen alagar, y en Toledo halagar, y otros muchos vocablos que dexo por evitar prolixidad».312 Los burgaleses se distinguían también por trocar la b y la v, diciendo vien, vestia y bida, bino, según lo testifican el doctor Busto (1533) y el helenista Vergara (1537). La uniformidad ortográfica que vemos en los libros se establece comúnmente sobre el uso de la capital, el cual también influye, aunque en grado infinitamente menor, en la pronunciación.

Para ver lo que pasa al comparar una época con otra, basta resumir brevemente la historia de nuestra pronunciación en sus relaciones con la ortografía; lo que servirá además para mostrar cómo hemos sabido modificar la segunda al compás de la primera, a diferencia de lo que acontece en otras lenguas.

B, V. Los gramáticos de los siglos XV y XVI dicen que estas letras se pronuncian de distinta manera, si bien advierten que muchos las confundían; los del siglo siguiente nos dicen que la confusión era ya general, y describen con precisión el sonido que ordinariamente reemplaza hoy a la b y la v, que no es ni la una ni la otra conforme se pronuncian en francés o en italiano, sino la w del alemán de Hanover (o sea una bilabial fricativa).

La bastante regularidad que en el uso de estas letras nos ofrecen los monumentos literarios anteriores a la confusión dicha, es indicio de que con la misma regularidad se distinguieron algún tiempo en la pronunciación. Desde los albores de nuestra lengua hasta fines del siglo XVI se escribieron siempre con v (u) intervocal las voces que en latín tienen v o b, y con b las que en latín tienen p: mouer (movere), deuer (debere), lobo (lupum); después de l, r también se escribía generalmente v: poluo (pulvis), aluedrio (arbitrium), nieruo (nervum), barua (barba); en la inicial predominaba la b, aun contra el origen: barrer (verrere), boz (vocem), bodas (vota); en dos sílabas consecutivas se escribía por regla general primero b y después v: baua, biuir, biuora, baruasco. A principios del siglo XVII se trastornó completamente esta ortografía, y no hubo regla en el empleo de tales letras.

Ç, Z. A pesar de que los gramáticos coetáneos hablan de la diferente pronunciación de la ç y la z, no es fácil atinar hoy con la verdadera, porque no conociéndose entonces la descripción fonética de los sonidos y habiendo divergencias provinciales entre los castellanos mismos, las explicaciones y comparaciones han de adolecer o de vaguedades o de inexactitudes que aun paran en contradicción de las unas con las otras. Los italianos identificaban la ç a su z, zz áspera (marzo, Zucchero), y ellos como los españoles las igualaban en la rima:

«No hagais la vida estraña

Con cuidados,

Que no pueden ser sobrados

Por un tan poco embaraço;

Quanto mas que de allegados,

Amigos, deudos, criados

Cada qual toma un pedaço.

Nos llamamos loco y paço (pazzo)

Al contento,

Y al que tiene pensamiento

De descansar por tener».

(Torres Naharro, Epístolas, VII)

«Ecco il valente Ulisse de l’Arcone (Alarcón),

Col suo forte Tidide di Mendozza,313

Che l’un con l’hasta batte il fier Maccone,

L’altro la testa con la spada mozza».

(Bernardino Martiriano, Stanze di diversi auttori, 2.ª parte, página 40, Venecia, 1589)

Otros la comparan a la pronunciación que los alemanes dan a la c y a la t latinas diciendo Tsitsero por Cicero, litsium por litium; y a su vez se hallan trascritos con ç nombres alemanes como Zwickau: Çuibica; Landshut: Lançuet. A pesar de todo esto no falta quien nos diga que corresponde a la c francesa de certain y citoyen, y el mismo que escribía Çuibica, Lançuet, escribe uncer, mecer las voces alemanas unser, messer. En cuanto a la z, los más dicen sonaba como la z, zz suave de los italianos (zefiro, azzurro). A mediados del siglo XVI empezaron a confundirse las dos letras para quedar reemplazadas con la z actual en Castilla, al paso que en Andalucía se redujeron las dos a s sorda, y de ahí data la escisión que aún existe en la pronunciación del castellano.