Novio de alquiler - Kim Lawrence - E-Book

Novio de alquiler E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

La boda iba a ser un importante acontecimiento social, pero Georgina no podía afrontarlo sola. ¿Cómo podría soportar ver que su antiguo prometido, el hombre que le había jurado amor eterno, se casaba con otra? Georgina necesitaba ayuda, y una solución desesperada. ¡Necesitaba un acompañante! Callum Stewart era perfecto. Encantador, dinámico… Tanto, que no pasó desapercibido en la boda. ¡Y Georgina perdió la cabeza! Fue una aventura de una noche y, sin embargo, Georgina sabía que Callum era especial. Pero también era un soltero empedernido. ¿Cómo podría decirle que lo acontecido en la noche de la boda había tenido como resultado un niño?

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Kim Lawrence

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Novio de alquiler, n.º 979 - agosto 2021

Título original: Wedding-Night Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-873-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

GEORGINA se probó el sombrero de paja una vez más antes de descartarlo por el de seda en color crema. Aunque le parecía una seta gigante a todo el mundo, le iba estupendamente con la forma ovalada de su rostro. Cuando estaba intentando meter la larga melena castaña dentro de la copa, llamaron a la puerta. Las claras profundidades de sus ojos color avellana, rodeadas de espesas pestañas, se ensombrecieron de temor.

¡Era él! Respiró profundamente para intentar parecer tranquila y sosegada y fue hacia la puerta, que abrió con un gran ademán de bienvenida. Pero mientras recorría con la mirada la figura de aquel hombre de arriba abajo, la estudiada sonrisa se le fue borrando del rostro. En su lugar, sus oscuras y bien definidas cejas se fruncieron con un gesto de desaprobación.

¡Tenía que haber un error! Se le cayó el alma a los pies cuando descubrió aquellos rasgos afilados y aquella piel morena. ¡No era lo que ella había estado esperando en absoluto! ¿Cómo podría aquel hombre comportarse con propiedad en una reunión de sociedad? ¡Ni siquiera parecía tener modales para comportarse en familia! Y, además, tampoco llevaba chaqué a pesar de que lo había especificado claramente. ¡No volvería a fiarse nunca más de Bea!

La indignación la hizo erguirse por completo, aunque no era muy alta. Durante un segundo, tuvo la extraña sensación de que lo había visto antes, lo cual era absurdo, ya que aquél no era el tipo de hombre que se olvidase fácilmente. Tampoco era el hombre que necesitaba.. Pero la descarga eléctrica que la recorrió cuando creyó reconocerlo era demasiado intensa como para ser ignorada totalmente.

–¿Señorita Campion?

Se sintió algo indignada cuando notó que el alto desconocido parecía casi tan sorprendido como ella. Sus ojos azules observaron el traje rosa con una expresión de asombro y luego se entrecerraron en lo que parecía un ceño. Sus facciones permanecieron duras como una roca. Probablemente aquel gesto era lo más cercano al desconcierto que aquellos rasgos podían expresar.

De repente, deseó haberse puesto una falda más larga y le pareció un grave error haberse atrevido a romper las estereotipadas combinaciones de colores. No debía haberse puesto un traje rosa con su color de pelo. Pero era una estupidez ya que, aparte de que tenía todo el pelo oculto dentro del sombrero, aquel hombre ni llevaba chaqué ni parecía un árbitro del buen gusto.

–Pedí traje de etiqueta –le dijo duramente. Él parpadeó pero no pareció muy impresionado–. Sin embargo, no es obligatorio y ese traje no está mal –admitió de mala gana.

La tela y el corte parecían casi de diseño, aunque cualquier cosa le hubiese sentado bien a aquel hombre.

–Es mejor que entre.

–¿Es usted la señorita Georgina Campion?

Ella se dio cuenta de lo alto que era cuando se tuvo que agachar para esquivar la lámpara del pequeño recibidor. Tenía la voz grave, profunda y con un ligero acento que no podía localizar. Georgina se sintió aturdida y bastante a disgusto cuando confirmó su identidad. Por el contrario, él estaba completamente tranquilo y miraba a su alrededor con curiosidad. «Claro, hace esto todos los días. Mucho mejor que sea un buen profesional», se dijo a sí misma tranquilizándose.

–¿Nos conocemos? –preguntó él con una leve nota acusadora.

–Tengo el tipo de cara que le recuerda a todo el mundo a sus primas lejanas –dijo Georgina, dándose cuenta que él había tenido la misma sensación inicial que ella. A menos que fuera sólo un intento algo torpe por ser agradable, algo poco probable, ya que no había nada en su actitud que indicase que pudiera ser más amable de lo necesario–. Dadas las circunstancias, es mejor que me llames Georgina. Mi familia me llama Georgie pero lo odio –le avisó secamente.

–A cualquiera le pasaría lo mismo –respondió él de manera conciliadora. Un ligero movimiento de la boca parecía indicar que esa confesión le parecía divertida–. Georgina es un nombre encantador.

Ella lo miró con recelo pero sólo emitió un pequeño gruñido como respuesta.

–Entre. Le he dejado la flor para el ojal en el frigorífico. Si no nos damos prisa, llegaremos tarde.

Georgina fue a recoger el clavel blanco y, cuando volvió, se encontró a su acompañante ojeando sus libros. Alzó la vista cuando ella entró. Georgina se dio cuenta de que con aquel hombre a su lado iba a llamar muchísimo la atención, pero no sabía si eso sería bueno o malo.

–Supongo que dadas las circunstancias es mejor que me diga su nombre –dijo ella mientras le daba la flor y se prendía a su vez un ramillete de orquídeas en la chaqueta.

–Me llamo Callum… Smith –concluyó suavemente.

Luego, dio un paso adelante cuando ella se pinchó en el dedo con el alfiler. Una pequeña manipulación de la verdad no le hacía sentir ningún remordimiento. A pesar del desfase horario producido por el viaje en avión y la lectura del testamento al que había tenido que asistir, de repente Callum se sintió menos cansado. Ya se había dado cuenta de que Georgina debía ser una joven muy astuta. Prueba de ello eran las instrucciones que le había dejado su tío para que él le entregara su parte de la herencia personalmente. En cualquier caso, ella no era lo que había esperado.

Realmente, valdría la pena descubrir qué era lo que ella tenía para que el viejo zorro de Oliver la hubiese encontrado tan atractiva, más allá de lo que estaba a la vista, pensó mientras fruncía cínicamente los labios. En realidad, no le importaba darle el dinero, sólo quería saber cómo había engatusado a su tío.

Hasta entonces el viaje no había resultado tan fácil como había anticipado. Había esperado encontrar a una heredera ya instalada en el trono de su tío. Pero era evidente que no era así. Le irritaba pensar que tendría que pasar más tiempo en Londres de lo que había esperado en un principio. No tenía ganas de verse envuelto en asuntos que no le interesaban.

Desde que había llegado, el mismo nombre le había asaltado constantemente, primero en el bufete del abogado y luego en Mallory’s. Era más que sospechoso que ella fuese la única persona que pareciese conocer una información esencial. El estar cara a cara con la amiga de su tío le había causado una pequeña conmoción, pero unos ojos grandes y un halo de inocencia no le iban a engañar.

–Permíteme –se ofreció cortésmente, mientras le quitaba las flores de las manos.

Su apariencia joven e inocente debía de haberle parecido muy atractiva a un hombre ya maduro, aunque todavía fuerte. Pensó que sin duda Georgina sabía cómo manejar todos sus encantos y, aunque sonreía, un sentimiento de repugnancia se fue apoderando de él. Su interés se estaba acrecentando mucho más de lo que, si era sincero, quería admitir.

¿Cómo reaccionarían sus amigos y su familia si supieran que él, Callum Stewart, que siempre se comportaba con una lógica fría y aplastante, estaba listo para embarcarse en aquella extraña cita a ciegas? Intentaba justificar sus actos diciéndose que descubriría mucho más sobre ella si Georgina no lo consideraba un peligro.

Ella se quedó quieta mientras le colocaba el prendido de flores en la chaqueta. Era el tipo de prenda pensada para llevar sin nada debajo y, aunque el escote era discreto, su forma en pico insinuaba más de lo que cubría.

–Ya está.

Dio un paso hacia atrás. El aliento de su respiración era cálido y fragante. La yema del dedo índice le pareció un poco callosa cuando le rozó el cuello. Sin embargo, tenía las manos largas, bien proporcionadas y perfectamente cuidadas. Georgina se enfadó consigo misma cuando se dio cuenta de que había contenido el aliento mientras él le colocaba las flores.

En aquel momento, su decisión de contratar un acompañante le pareció mucho menos sensata de lo que le había parecido antes de conocerlo. Callum Smith no era la clase de hombre que ella había esperado. Bajo un traje bien cortado había un cuerpo poderoso, letal. No podía decirse que fuera un hombre guapo pero irradiaba una energía muy poderosa.

Callum era lo único que tenía y tendría que servirle para aquel día. Le iba a ser difícil aceptar toda aquella descarada e implacable masculinidad durante un día entero. Prefería un atractivo algo más discreto para su acompañante.

–Supongo que no tienes coche. Llevaremos el mío –añadió al no obtener respuesta–. Deberíamos marcharnos ahora. No puedo correr mucho en la autopista –explicó recogiendo el bolso.

–¿Dónde vamos?

Georgina le lanzó una mirada furiosa.

–A la boda de mi prima en Somerset. ¿Es que no os explican nada en esa agencia? –gruñó.

Las dudas que tenía sobre aquel plan volvieron a asaltarla. Bea había sido muy convincente y se había burlado de sus preguntas algo remilgadas sobre la honorabilidad de los acompañantes. Había querido dejar claro desde el principio que todo lo que ella quería era un elemento decorativo para un día.

–Tal vez deberíamos repasar los detalles por si me he olvidado de algo –sugirió él mientras salían a la calle.

–Tienes razón –accedió ella.

El maltrecho Escarabajo estaba en la plaza de garaje compartida donde ella lo había dejado. Cuando estaba a punto de meterse en el coche se lo pensó mejor y se quitó el sombrero, colocándolo cuidadosamente en el asiento de atrás.

–Esta abierto –dijo a su acompañante, que, algo grosero, le estaba mirando fijamente el pelo. Era espeso, brillante y de un color rojizo oscuro. Georgina creía que era la mejor de sus armas y algunas veces le parecía que la única. El pelo le llegaba, liso y brillante, hasta la cintura.

Entonces, Georgina apenas pudo contener la risa mientras le veía intentar meter las largas piernas en el asiento de pasajero.

–¿No se puede ajustar el asiento? –le preguntó cuando se las hubo arreglado para acomodarse en el coche–. No me sorprende que lo dejes abierto. Nadie en sus cabales robaría esta ratonera.

–Antes sí se ajustaba, pero está atascado. Es mejor que te pongas el cinturón. No me gustaría tener tu cuello sobre mi conciencia. Por si te sirve de algo, funciona perfectamente.

¿A qué estaba acostumbrado, a limusinas con chófer?

–Tendrás mucho más que mi cuello sobre tu conciencia si tengo que ir muy lejos en este trasto. ¿No podríamos ir en taxi?

Ella se echó a reír mientras arrancaba el coche.

–¿Hasta Somerset? No me sobra el dinero. Pero no te preocupes –añadió por si se hacía una idea equivocada–, puedo pagarte.

–Me alegro –replicó él secamente–. Si quieres, conduzco yo –añadió algo tenso mientras ella tomaba una curva.

–No se me hubiese pasado por la cabeza que te pudieses permitir ser machista en tu trabajo –entonces, por si había herido sus sentimientos añadió–: No es que haya nada malo en cómo te ganas la vida.

Cualquier tipo de trabajo era difícil de conseguir en la actualidad. Tal vez aquel hombre tenía responsabilidades familiares o estaba sin trabajo. Lanzando una mirada de reojo a su perfil tuvo que admitir que no parecía agobiado por problemas domésticos. Quería saber si le había parecido remilgada y llena de prejuicios.

–¿Has utilizado la agencia a menudo? –preguntó él de modo casual.

–Nunca, pero mi amiga Bea sí que lo ha hecho en varias ocasiones. Muchas mujeres están demasiado ocupadas para tener una relación estable y hay ciertas reuniones sociales que pueden resultar bastante incómodas sin un acompañante.

Le lanzó una mirada retadora para que la contradijera y se dio cuenta de que estaba intentando convencerse a sí misma tanto como a él.

Callum fijó los ojos sobre su perfil y Georgina desvió rápidamente la mirada hacia la carretera. La intensidad de aquella mirada tan azul le parecía demasiado desconcertante.

–Estoy seguro de que tienes razón, pero no creo que tu situación actual dure mucho tiempo. Eres muy atractiva.

–Y yo estoy segura de que tienes un gran repertorio de piropos falsos –le espetó–, pero me gustaría dejar claro que lo que yo necesito es un acompañante atento y aceptable, nada más.

–Era sólo un comentario.

Había visto mujeres más atractivas, famosas por su belleza, y había experimentado una atracción inmediata que algunas veces lo había arrastrado, pero nunca había deseado tocar y poseer a una mujer de una manera tan primitiva y urgente como la que sentía en aquel momento.

Esa reacción visceral había sido desencadenada por aquel breve encuentro de miradas. Los músculos del estómago se le contraían cuando recordaba el lazo invisible de aquel contacto fugaz. Callum frunció el ceño. Su cerebro tenía que seguir funcionando con su habitual claridad y, además, tenía la intención de mantener sus hormonas a raya.

Georgina emitió un gruñido de incredulidad. Tendría que dejar bien claro desde el principio que no era una mujer patética que había contratado a un hombre para que la halagara. Él era un mero elemento decorativo y era mejor que lo recordara, pensó muy segura de sí misma.

–¿Cómo se llama tu prima? Debería tener algo de información para hacer que todo parezca real. Tengo que mantener mi reputación –razonó él, metiéndose de lleno en el asunto.

–Harriet. Se casa con un abogado, Alex Taylor, que, como ya te enterarás, me dejó plantada hace un año y medio. De ahí la necesidad de un acompañante. Usted, señor Smith, es simplemente una manera de salvar las apariencias –le dijo confesando el asunto totalmente.

De alguna manera, era un alivio que con él no tuviera que guardar las apariencias. No le importaba lo que Callum Smith pensase de ella.

–No podrías aceptar todas las miradas y murmullos de compasión, ¿verdad?

En silencio, él se daba la enhorabuena por haber seguido sus instintos en todo lo que se refería a aquella mujer. Así, ella no se sentía obligada a utilizar ninguna artimaña con él, ya que sólo era un empleado. Si ella supiera quién era, le mostraría una imagen bastante diferente. De eso estaba seguro.

–Exactamente –replicó ella, aliviada de que hubiese comprendido su situación–. Supongo que ya te has visto en situaciones parecidas antes.

–Iguales que ésta no –contestó con sinceridad–. Pero tengo bastantes recursos –añadió con una seguridad poco convincente. Ella le lanzó una mirada inquieta.

–Así lo espero –dijo con firmeza.

–¿No podría haberte ayudado un amigo?

–¿Estás diciendo que no tengo amigos y que por eso he recurrido a ti?

–Si tú lo dices.

Georgina le lanzó una mirada fulminante antes de responder.

–Vengo de un pueblo pequeño donde un simple hecho como la boda de mi prima proporciona horas de entretenimiento. No quiero exponer a un amigo a todos esos cotilleos. Necesito alguien que desaparezca sin dejar rastro. Alguien aceptable pero…

–¿Fácil de olvidar?

–Tu llamarás demasiado la atención –se quejó frunciendo los expresivos labios.

–¿Por qué? –preguntó él con mucho interés.

–Hemos tenido dos días de sol raquítico este verano. Estás demasiado bronceado –le espetó. La verdad era que resultaba demasiado arrebatador para pasar desapercibido, pero Georgina no quería engordar su ego. Estaba segura de que él sabía perfectamente lo que quería decir. En circunstancias normales, un hombre como él no acompañaría a una chica como ella–. ¿No sabes que tomar demasiado el sol es malo para la piel? ¡Produce cáncer!

–Me halaga que te preocupes por mí, pero he estado trabajando al aire libre, en ultramar.

–¿Trabajo físico?

Eso explicaba su espléndida musculatura.

–No te preocupes. No se contagia.

El desdén de su voz la hizo sofocarse de rabia.

–Me importa un comino si eres un temporero o un neurocirujano mientras no me fastidies este asunto. No hay nada malo en el trabajo físico.

–Ya me siento mejor.

–Me alegra que uno de nosotros se sienta así –aseveró ella. ¡Ya había tenido suficiente del inaguantable Callum Smith y el día sólo acababa de empezar!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LA IGLESIA del pueblo era la misma en la que ella había imaginado su boda con Alex y ahora tendría que contemplar con una sonrisa en los labios cómo su prima llevaba a cabo lo que ella había deseado tanto.

«Me da igual», se dijo con firmeza mientras una emoción sofocante la embargaba. No tenía intención de hundirse en la autocompasión aunque le resultase muy difícil.

Georgina se sobresaltó cuando Callum le abrió la puerta. No se había dado cuenta de que él ya había salido del coche.

–Gracias, señor Smith –dijo, haciendo caso omiso de la mano que él le tendía.

–Creo que es mejor que me llames Callum, por aquello del realismo –comentó secamente–. No te olvides del sombrero.

Aquellos ojos entornados habían adivinado el nerviosismo que ella sentía. Georgina lo ocultaba lo mejor que podía, pero la tirantez de la boca y la rigidez de los rasgos, normalmente expresivos, revelaban su confusión interior. Callum se dio cuenta de que no podía apartar los ojos de los labios rosados y ligeramente entreabiertos de Georgina.

Aturdida y algo resentida porque le parecía que él se estaba haciendo dueño de la situación, Georgina tomó el sombrero, se lo colocó en la cabeza y metió los mechones de cabello dentro de la copa.

–¿Qué tal estoy?

–Te has dejado un poco.

Tomó el mechón que se le había deslizado por el cuello y lo deslizó por debajo del borde del sombrero. Al mismo tiempo recordó que había oído recientemente que la llamaban «Señorita Eficiencia» en un tono poco halagüeño. En aquel momento, ella parecía muy joven y vulnerable. ¿Era así cómo había conquistado al viejo zorro?, se preguntó cínicamente.

Los dedos de Callum eran muy largos y el ligero roce contra su cuello le resultó agradable a Georgina, sobre todo porque le permitía distraerse de lo que la esperaba.

–Encantadora. Estoy seguro de que el novio se consumirá de remordimiento.

–En realidad, me da igual –replicó arrogante.

–Menuda actriz estás hecha.

La burla era evidente, pero antes de que tuviera tiempo de ponerle en su sitio, se dio cuenta que le había rodeado la cintura con un brazo y de que aquel rostro bronceado estaba muy cerca del suyo. Él se reía como si ella hubiese dicho algo extremadamente ingenioso.

–¿Qué demonios …?

–Algunos invitados se nos están acercando rápidamente por la izquierda –le susurró junto a la oreja. Además, se la mordisqueó.

Por alguna razón se le cerraron los ojos y un temblor le recorrió todo el cuerpo. Parpadeando, lo miró fijamente a los ojos. No eran sólo unos ojos arrebatadores. Transmitían inteligencia y sentido del humor, aunque la mirada era implacable. No tenía solamente un físico asombroso, sino que además parecía muy inteligente.

Ser acompañante no podía ser por lo que había optado en primer lugar para su trayectoria profesional. ¿Qué circunstancias personales lo habían llevado a…? «No es asunto mío», se dijo tan pronto como una voz familiar la sacó de sus pensamientos.

–Georgie, ¿eres tú, querida? No te había reconocido. ¿Y tú, George? Estábamos justamente hablando sobre ti… ¡Qué valiente eres! Bueno, mejor darse cuenta a tiempo.

Georgina se mordió los labios mientras asentía. De repente, aquel brazo alrededor de la cintura resultaba muy grato.

–Tía Helen, tío George, éste es Callum –dijo con voz triunfante.

Callum se tomó bien el interrogatorio familiar. De hecho, parecía haber adoptado un cierto aire de autoridad que les hacía retirar la mirada.

–Al fin conozco a la familia de Georgina –dijo, dándole a su tío un apretón de manos tal que éste hizo una ligera mueca de dolor. El beso que plantó en la mejilla a su tía hizo que ésta se sonrojara y que pareciera tan aturdida como una colegiala–. Es una iglesia preciosa. Normanda, ¿verdad? –comentó, mientras observaba el sólido edificio de piedra. Después, tomó la mano de Georgina y entrelazó sus dedos con los de ella.

–¿Son los padres de la candorosa novia?

–Eso es –dijo Georgina sacando la mejor y más relajada de sus sonrisas.

¡Candorosa novia! Su querida prima era demasiado fría como para sonrojarse. Harriet había esperado su oportunidad y había acechado a Alex con la astucia y maña de un animal salvaje. Georgina siempre había sabido que su prima deseaba a su novio, pero también había estado segura de que Alex ni siquiera miraría a otra mujer. ¡Cómo había podido ser tan ingenua! ¡Cuando tuvo la oportunidad, hizo algo más que mirar!

Era inútil volver al pasado, pensó mientras sentía como si le subiera desde muy dentro una sensación de impotencia que ya conocía. «Con el historial familiar me lo tenía que haber imaginado. Bueno, ahora ya lo sé», pensó, levantando la barbilla.

Callum tenía abierta la verja del patio de la iglesia y estaba esperando a que la anciana pareja pasase.

–Sonríe –susurró cuando pasaron ellos, todavía de la mano–. Parece que te llevan al matadero.

Los ojos de Georgina brillaron de rabia e intentó soltarse la mano.

–Pensaba que estabas aquí para darme coba –le espetó enfadada. Aquel hombre se había olvidado completamente de su papel pasivo.

–Pensaba que no te gustaban los piropos falsos.

–Tampoco me gustan demasiado los insultos.

–Tengo que cuidar mi prestigio profesional –le dijo muy seriamente–. Me gustaría que colaboraras un poco. ¿O es que te gusta el papel de mártir?

Ella se mordió los labios. Desde luego, tenía razón. Debía representar un papel para restañar su orgullo herido.

–No soy una buena actriz. Todo esto me resulta raro, siendo tú un completo desconocido.

–Tienes que representar bien tu papel, Georgina. Somos noticia de primera plana –le replicó él. Los labios de Callum rozaron los de ella, suavemente, pero con mucha familiaridad–. Pensaba que todas las mujeres sabían hacerlo.

Sus labios esbozaron una sonrisa cínica.

–Estoy segura de que las chicas que tú conoces sí saben –le respondió con amargura–. ¿Crees que podríamos dejar el grado de autenticidad al mínimo? – añadió.

Luego dibujó una sonrisa brillante, aunque distraída, para el encargado de acomodar a los invitados, un chico que ella conocía desde el colegio.

–¿Georgie? –preguntó, algo dubitativo.

Se sonrojó cuando ella le lanzó una mirada burlona y se apresuró a decir:

–¿Del novio o de la novia? ¡Qué pregunta tan tonta! Dudo que te apetezca estar en el lado del novio, ¿verdad?

Tenía una expresión tan consternada y ridícula que Georgina casi sintió pena por él.

–Gracias, Jim. No te preocupes. Nosotros buscaremos el sitio –replicó–. Ahí está mi madre –le dijo a Callum en voz muy baja, moviendo la cabeza en dirección a uno de los bancos de la primera fila.

–¿La del sombrero rosa?

Callum había bajado la cabeza para escucharla mejor. Ella asintió.