Novios de papel - Maisey Yates - E-Book

Novios de papel E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Compromiso fingido, pasión auténtica Cuando la experta en Relaciones Públicas Lily Ford firmó un contrato con el magnate Gage Forrester, sin darse cuenta también le estaba entregando su vida. Gage quería tenerla a su disposición las veinticuatro horas del día y, cuando necesitó buena publicidad para su empresa, encontró una solución tan inesperada como original: anunciar públicamente su compromiso con Lily. Todo por el negocio, naturalmente. Sería un compromiso falso, pero Gage era muy tradicional cuando se trataba de cortejar apasionadamente a una mujer…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maisey Yates. Todos los derechos reservados.

NOVIOS DE PAPEL, N.º 2128 - enero 2012

Título original: Marriage Made on Paper

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-394-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

A LILY Ford no le gustaba nada ver a Gage Forrester en su despacho, apoyado en su escritorio, su aroma envolviéndola y haciendo que su corazón se acelerase. No le gustaba nada ver a Gage, el hombre que había rechazado los servicios profesionales de su empresa de relaciones públicas, pero su cuerpo parecía tener mente propia.

–He oído que Jeff Campbell la ha contratado –empezó a decir, cruzando los brazos sobre su impresionante torso.

No, Gage Forrester no era de los que estaban todo el día detrás de un escritorio. Un físico como aquél no ocurría por accidente, ella lo sabía por experiencia. Tenía que ir cuatro veces por semana al gimnasio para combatir los efectos de un trabajo sedentario, pero debía hacerlo. Su imagen era importante porque su trabajo consistía en hacer que la imagen de sus clientes fuera perfecta a ojos del público.

–Ha oído correctamente –respondió, echándose hacia atrás en la silla para poner distancia entre ellos y sentir que tenía cierto control sobre la situación. Era su oficina, maldita fuera. Gage Forrester no tenía por qué estar allí.

Pero los hombres como él actuaban de ese modo: llegaban, veían y conquistaban a las mujeres.

Pero no a ella.

–¿Ha venido a felicitarme? –le preguntó.

–No, he venido a ofrecerle un contrato.

Eso la dejó sin habla, lo cual era raro en Lily.

–Pero rechazó mi oferta de representar a su empresa, señor Forrester.

–Y ahora le estoy haciendo una oferta.

Lily frunció el ceño.

–¿Esto tiene algo que ver con que Jeff Campbell sea su mayor competidor?

–No lo considero un competidor –Gage sonrió pero en sus ojos podía ver un brillo de acero, la dureza que lo hacía legendario en el mundo empresarial. No se llegaba a la cima siendo blando, ella lo sabía y lo respetaba por ello. No le gustaba Gage porque lo consideraba moralmente corrupto pero llevar la cuenta de la empresa Forrestation sería un enorme empujón para su agencia, la cuenta más importante que hubiera tenido nunca.

–Le guste o no, es su competidor. Y resulta fácil trabajar con él. No crea tantos problemas como usted.

–Y por eso no es un competidor. Está demasiado preocupado por su imagen pública.

–A usted no le haría daño preocuparse un poco más por su imagen –replicó ella–. Esa interminable lista de actrices y modelos con las que sale hacen que parezca un frívolo y últimamente ha tenido mala prensa.

–¿Ésta es una consulta gratuita?

–No, yo cobro por horas.

–Si no recuerdo mal, sus servicios son caros.

–Lo son, desde luego. Si quiere algo barato, tendrá que irse a la competencia.

Gage se sentó al borde del escritorio, descolocando sus cosas, y Lily frunció el ceño de nuevo. Le gustaría tanto colocar la grapadora como tocar su brazo para ver si era tan duro como parecía…

De inmediato, hizo una mueca ante tan absurdo pensamiento. Ella no fantaseaba con los hombres.

–Eso es algo que me gustó de usted cuando la entrevisté. Tiene confianza en sí misma.

–¿Y entonces qué fue lo que no le gustó de mí, señor Forrester? Porque contrató a la agencia Synergy, no la mía.

–No suelo contratar mujeres jóvenes. Particularmente, si son atractivas.

Lily lo miró, boquiabierta.

–Eso es absurdamente sexista.

–Tal vez, pero así no tengo que lidiar con un afecto que no deseo, como me pasó con mi antigua ayudan te, que se enamoró perdidamente de mí.

Aquello era increíble.

–Tal vez lo imaginó. O tal vez usted mismo la animó –sugirió ella. Aunque debía admitir que Gage era un hombre muy atractivo, eso no significaba que todas las mujeres se enamorasen «perdidamente» de él. Sí, seguramente Gage lo creía. El poder le hacía eso a la gente, a los hombres sobre todo. Empezaban a ver a todo el mundo como una propiedad, como si tuvieran derecho a recibir devoción.

Algunos hombres ni siquiera necesitaban dinero, sólo a alguien más débil que ellos.

Lily intentó apartar de sí los recuerdos.

–No lo imaginé, se lo aseguro. Y nunca la animé –dijo Gage– no estaba interesado en ella. Los negocios son los negocios, el sexo es sexo.

–¿Y no deben mezclarse nunca? –preguntó Lily, irónica.

–Exactamente. Además, cuando la despedí me montó una escena.

–¿Por que la despidió?

Gage levantó una ceja.

–Una mañana llegué a la oficina y la encontré desnuda sobre mi escritorio.

Lily volvió a quedarse boquiabierta.

–¿Lo dice en serio?

–Desgraciadamente, sí. Pero desde entonces no he vuelto a contratar a una mujer joven y desde entonces no tengo problemas. Usted no estará prometida o esperando un hijo, ¿verdad?

Ella estuvo a punto de soltar una carcajada.

–No se preocupe, señor Forrester, no tengo planes de boda y menos de tener hijos. Mi carrera es lo más importante.

–He oído eso muchas veces. Pero entonces una mujer conoce a un hombre, oye campanas de boda… y yo termino teniendo que entrenar a otra persona.

–Si algún día oigo campanas de boda, saldré corriendo en dirección contraria.

–Estupendo –dijo Gage.

–Pero sigo pensando que es usted sexista. Suponer que en cuanto se case una mujer va a dejarlo todo para tener hijos es ridículo. Y aunque así fuera, hay millones de mujeres trabajando siendo madres.

–No soy sexista, hablo por experiencia. Yo no cometo el mismo error dos veces, pero he visto los comunicados de prensa que ha hecho para Campbell y he visto también que sus acciones subían.

–Las suyas también han subido –comentó Lily.

–Puede ser, pero las de Campbell estaban bajando antes de que la contratase.

Lily levantó una mano y fingió examinar sus uñas de color granate, esperando que no notase el ligero temblor de sus dedos.

–¿Y ahora quiere que renuncie a mi contrato con Campbell? Tendría que hacerme una oferta que no pudiera rechazar, señor Forrester.

–Eso es lo que pienso hacer –Gage dijo una cifra que aceleró su corazón hasta límites peligrosos.

Llevaba tanto tiempo trabajando, luchando para mantener a flote su agencia de relaciones públicas que pensar en todo ese dinero hizo que le diera vueltas la cabeza.

Y el dinero sólo era una parte del trato. La notoriedad de trabajar para la empresa Forrestation sería impagable. Gage tenía fama de ser un poco canalla y eso era a la vez atrayente y aterrador para los inversores. Se arriesgaba a veces a expensas de su popularidad y casi siempre acertaba.

Algunos de sus proyectos de construcción habían sido impopulares con una minoría muy ruidosa y, aunque los hoteles eran un éxito una vez terminados, había tenido piquetes protestando en la calle frente a sus oficinas de San Diego en más de una ocasión. Muchas de las protestas eran sencillamente contra una nueva edificación pero, para Lily, algunas veces eran comprensibles.

Sin embargo, por controvertido que fuera, Gage era también multimillonario y, aunque a veces hubiera simpatizado con las protestas, las cifras de negocio eran indiscutibles.

–Digamos que estuviera interesada –empezó a decir–. En la cláusula del contrato con Campbell hay una fecha de rescisión.

–Yo cubriré cualquier pérdida.

–Y necesitaría una cuenta de gastos.

Gage se inclinó hacia delante, su aroma masculino haciendo que el corazón de Lily latiera más deprisa por segunda vez en unos minutos.

–Mientras no incluya las manicuras –bromeó, tomando su mano.

Las de él eran duras, fuertes como las de un trabajador, aunque el roce no le resultaba desagradable. Al contrario, le hizo sentir un calor inesperado.

Lily apartó la mano, intentando fingir que no la había afectado en absoluto. A ella no la afectaba nada, especialmente cuando estaba trabajando.

–Por supuesto que no. Aunque la imagen es extremadamente importante en mi trabajo. La imagen del cliente y la de la persona que se encarga de las relaciones públicas van unidas.

–¿Es el discurso habitual? –preguntó Gage.

Lily sintió que le ardían las mejillas.

–Sí.

–Muy bien ensayado. Pero creo haberlo escuchado el día que me ofreció sus servicios.

Ella apretó los labios, intentando controlar su temperamento. Algo en Gage Forrester la hacía sentir inquieta. Despertaba emociones que eran nuevas para ella, emociones que normalmente solía controlar con mano de hierro.

–Ensayado o no, es cierto. Cuanto mejor sea mi imagen, mejor será la imagen de la compañía a la que represento. Y eso significa más dinero.

–¿Esta charla es una forma de decir que sí?

–Sí –respondió ella.

–Quiero que trabaje para mí personalmente. No quiero a otra persona de su equipo, tiene que ser usted.

–Es así como suelo trabajar.

–El proyecto de Tailandia es controvertido y mis inversores empiezan a agarrarse la cartera.

–¿Por qué es controvertido?

–Temen que construyendo más hoteles distorsionemos la cultura de la zona, que algo tan occidental no muestre la verdadera Tailandia, que le estemos dando a los turistas un parque temático.

–¿Y es cierto?

Gage se encogió de hombros.

–¿Eso le importa?

–No tiene que caerme bien, señor Forrester, pero mi trabajo es hacer que usted caiga bien.

–Entonces, aunque tuviera un problema personal con el proyecto…

–Como las campanas de boda, daría igual –lo interrumpió Lily–. Mi negocio consiste en presentar su mejor cara al público y a sus accionistas.

–Muy bien. Necesito los detalles tan pronto como sea posible –de nuevo, Gage se inclinó para tomar su maletín del suelo–. Éste es el contrato. Si necesita cambiar algo, dígamelo y lo discutiremos. Pero debe rescindir el contrato con Campbell, su agencia no puede representarlo en ninguna capacidad. Sería un conflicto de intereses.

–Por supuesto.

Gage tomó el móvil que había sobre el escritorio y se lo ofreció.

–¿Quiere que lo llame ahora mismo?

–El tiempo es dinero.

Lily marcó el número de Jeff Campbell, intentando disimular su nerviosismo. No le gustaba que Gage Forrester la pusiera tan nerviosa y no ayudaba nada que Jeff Campbell hubiera intentando coquetear con ella. Aunque, por eso, rescindir el contrato le dolería un poco menos. Lo último que quería era trabajar con un hombre que sólo pensara en el sexo.

El teléfono sonó dos veces antes de que Jeff contestase:

–Hola, soy Lily.

Gage levantó una ceja pero no dijo nada.

–Lo sé –Jeff parecía demasiado contento por su llamada, su tono de voz casi íntimo.

–Siento mucho tener que decirte esto, pero me han ofrecido un contrato mejor y no puedo rechazarlo.

Lily escuchó mientras Jeff expresaba su disgusto. Aunque, considerando que estaba rompiendo un contrato que habían firmado unas semanas antes, fue relativamente amable. Seguramente seguía esperando conseguir una cita… y se lo confirmó preguntando si podían cenar juntos para hablar del asunto.

–Lo siento, voy a estar muy ocupada.

Los ojos azules de Gage clavados en ella la ponían nerviosa. Pero los hombres nunca la ponían nerviosa, ni la alteraban. Ella no dejaba que la afectaran en absoluto.

–Hay una penalización económica por ruptura del contrato, tú lo sabes –estaba diciendo Jeff, con voz de hielo.

–Lo sé –Lily miró a Gage, intentando leer su reacción–. Pero es algo que debo hacer. Es lo mejor para mi agencia.

–¿De modo que la ética y los compromisos no significan nada para ti? ¿Lo único importante es el dinero?

Lily llevó aire a sus pulmones.

–Si estuvieras en mi posición, tú harías lo mismo. Los negocios son los negocios.

–Pero nunca lo habías tratado como si sólo fuera un acuerdo comercial.

Estaba dando a entender que había algo entre ellos cuando no era verdad. Los hombres parecían pensar que un saludo amable significaba que querías acostarte con ellos. Pero era su problema, no el suyo.

–Siento haberte dado una impresión equivocada –le dijo, consciente de que Gage seguía mirándola–. Pero sólo era un acuerdo comercial. Y me temo que debo romperlo.

Gage le quitó el teléfono de la mano, con una expresión demasiado satisfecha para su gusto.

–Sólo quiero confirmarte que la señorita Ford trabaja para mí ahora.

Lily se sentía como un hueso por el que peleaban dos perros y no le hacía ninguna gracia. No le gustaba estar en medio de dos machos alfa ni que Jeff pareciera pensar que estaba interesada en él como algo más que una fuente de ingresos.

Un segundo después, Gage cortó la comunicación y dejó el móvil sobre su escritorio.

–Ésta es mi oficina, señor Forrester –dijo Lily, levantándose–. Voy a trabajar para usted, pero espero que lo recuerde.

–Está trabajando para mí, señorita Ford, eso es lo importante, estemos en su oficina o no.

Por fuera podía parecer la clase de hombre que no se tomaba la vida en serio. Se había forjado una reputación de playboy saliendo con una interminable sucesión de modelos y actrices, pero ella sabía que no era verdad. Gage Forrester había llegado a la cima siendo implacable y seguramente no hacía demostraciones de poder porque no tenía que hacerlas; aquel hombre irradiaba poder. Intuía que tenía el alma de un predador y que hubiera ido a buscarla a su despacho para ofrecerle un contrato si rompía el suyo con Jeff Campbell lo dejaba bien claro.

Antes, un hombre así la hubiera intimidado. Pero ya no. Empezaba a hacerse un nombre en el mundo empresarial y no iba a conseguir su objetivo mostrándose como un conejito asustado.

Tampoco ella había llegado donde estaba siendo una tonta y, aunque la molestase que Gage usurpara su autoridad en la oficina, no iba a pelearse con él.

–Disculpe –dijo entonces, intentando mostrarse calmada y segura de sí misma–. Pero debo confesar que soy un poquito territorial.

Gage intentó ignorar el efecto que su voz ejercía en él. Aquella mujer prácticamente susurraba y cuando se levantó de la silla su paso era tan grácil como el de una gata, sus curvas recordándole que era un hombre.

Era asombrosa, no como las mujeres con las que solía salir, con su estilo de la Costa Oeste y su bronceado falso. Era más bien como una pieza de museo: refinada, elegante y envuelta en terciopelo. Tenía el cartel de «no tocar» escrito en la frente y, sin embargo, como una pieza de museo, eso la hacía más tentadora.

Lily inclinó a un lado la cabeza y puso una mano de uñas perfectas sobre su redondeada cadera. El traje de chaqueta se ajustaba a sus curvas como si fuera hecho a medida, que seguramente lo era, destacando su figura pero no de una manera demasiado obvia. Tenía el pelo castaño, sujeto en un moño, y la piel pálida, algo raro en una California obsesionada por el sol, y llevaba la cantidad justa de maquillaje.

–¿Cuáles son sus condiciones? –le preguntó Lily entonces.

–¿Mis condiciones?

–¿Qué espera de mí para que merezca esa exorbitante suma de dinero?

Tenía personalidad pero eso era bueno, pensó Gage. Tendría que lidiar con los medios de comunicación en beneficio de Forrestation y para hacer eso hacía falta un carácter de hierro. Y Lily Ford parecía dispuesta a demostrar que lo tenía.

–Si de verdad cree que la suma es exorbitante, podría ofrecerle menos.

–Pero yo no podría rechazar una oferta tan generosa, sería una grosería –bromeó ella.

Gage soltó una carcajada.

–Por supuesto que sí. En cuanto al resto, espero que esté disponible las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Tengo varios proyectos por todo el mundo y, si ocurre algo, necesitaré a mi relaciones públicas a la hora que sea, en el país que sea. No puedo esperar porque tenga una cita con su novio.

–Su naturaleza machista aparece de nuevo –dijo Lily–, pero le aseguro que nada tiene prioridad sobre mi trabajo. Ni siquiera una cita.

Le gustaba retarlo, pensó Gage. Y eso era bueno. Su última relaciones públicas había renunciado al trabajo en menos de un año, incapaz de lidiar con la presión. Era un negocio difícil y con un gran nivel de visibilidad en los medios. Que la señorita Ford pareciese disfrutar de un reto era una buena señal.

–En ese caso, ¿por qué no firmamos el contrato?

Sonriendo, Lily tomó un bolígrafo de su escritorio y se inclinó para firmar el contrato.

La falda lápiz abrazaba la curva de su trasero de tal forma que Gage no tuvo más remedio que admirarla. Y ella tenía que saberlo, las mujeres sabían eso. Era lógico que Jeff Campbell hubiera querido creer que estaba intentando coquetear con él. Menudo idiota.

Lily Ford no estaba en oferta, sino dispuesta a intimidar. Y seguramente funcionaría con la mayoría de los hombres, pero no con él.

Ella se irguió con expresión satisfecha antes de ofrecerle su mano, que Gage estrechó con firmeza, mirándola a los ojos.

–Estoy deseando trabajar con usted, señor Forrester.

–Eso lo dice ahora, señorita Ford –Gage rió, burlón–, pero aún no hemos empezado.

Capítulo 2

QUE LO primero que sintió al escuchar la profunda voz de Gage Forrester de madrugada fuera un escalofrío de emoción y no una punzada de irritación era turbador en todos los sentidos. Pero Lily estaba demasiado cansada como para analizarlo en ese momento.

–Es la una de la madrugada, Gage –Lily parpadeó para acostumbrarse a la luz del smartphone. Después de cuatro meses trabajando con él, una llamada a esas horas no debería sorprenderla.

–Son las nueve en Inglaterra y es allí donde está el problema.

–¿Tenemos una crisis entre manos? –Lily se incorporó, apartándose el pelo de la cara.

–Lo que tenemos es un piquete protestando en las calles por el último proyecto y necesito un comunicado de prensa que ayude a calmar las cosas.

–¿Ahora mismo?

–Preferiblemente antes de que la multitud se cargue el hotel, sí.

Ella saltó de la cama y pulsó el botón del altavoz.

–¿Cuál es el problema?

–Impacto medioambiental.

Lily tomó el informe, frotándose los ojos.

–Es un edificio ecológico construido en gran parte con materiales reciclados y está ayudando a estimular la economía.

–Pon todo eso en el comunicado y envíalo.

–Un momento. Estaba en la cama, dormida como una persona normal –dijo Lily, acercándose al escritorio, que había colocado a unos metros de la cama para tales ocasiones. Su ordenador estaba siempre encendido, de modo que escribió el comunicado y se lo envió inmediatamente–. ¿Qué te parece?

–Bien –respondió él unos segundos después–. ¿Qué sugieres, enviarlo o leerlo personalmente?

–Las dos cosas. Me pondré en contacto con las televisiones locales y entraremos en las ediciones online de los periódicos de mañana. Tal vez si dejamos claro que el proyecto te interesa de verdad, que estás comprometido con él, el público se calmará un poco.

–¿Qué haría yo sin ti? –bromeó Gage, su voz haciéndola sentir un ligero escalofrío.

Había pensado que se acostumbraría a él con el paso de los meses y, en cierto modo, así era, pero seguía teniendo la habilidad de inquietarla, de ponerla nerviosa.

–Soy la mejor –le dijo–. No lo olvides.

–¿Cómo voy a olvidarlo? Me lo recuerdas continuamente.

–Espero que te refieras a lo bien que hago mi trabajo.

–Por supuesto.

–Muy bien, voy a llamar a las televisiones locales y luego volveré a la cama.

–Pero te necesito en la oficina a las seis.

–Sí, claro.

Seguramente, él ya estaría allí, pensó. Entre el trabajo y sus líos con modelos no sabía cuándo dormía aquel hombre.

Cuando por fin pudo meterse en la cama de nuevo apenas tenía un par de horas antes de ir a la oficina…

¿Y por qué la voz de Gage parecía hacer eco en su cabeza mientras intentaba conciliar el sueño?

Lily entró en el despacho de Gage a las seis de la mañana, con dos tazas de café de tamaño industrial.

–He pensado que lo necesitarías –le dijo, dejando una taza sobre el escritorio.

Gage levantó la mirada del ordenador. A pesar de la hora y de la sombra de barba parecía fresco y recién levantado de la cama, aunque ella debía de tener los ojos hinchados.

–Sí, definitivamente necesito un café.

Lily no pudo evitar mirarlo mientras bebía, cómo cerraba los labios sobre el borde de la taza de plástico, el movimiento de su garganta mientras tragaba. Su boca la fascinaba. Como el efecto que su voz ejercía en ella, no sabía por qué.