Nuevos estudios helénicos - Leopoldo Lugones - E-Book

Nuevos estudios helénicos E-Book

Leopoldo Lugones

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"Nuevos estudios helénicos" es la segunda serie de estudios que Leopoldo Lugones dedicó al tema de la Grecia clásica, después de "Estudios helénicos". En este libro el escritor argentino se centra, fundamentalmente, en el género heroico de la "Ilíada".-

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Leopoldo Lugones

Nuevos estudios helénicos

 

Saga

Nuevos estudios helénicos

 

Copyright © 1928, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726641738

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Al eminente helenista

y maestro en letras clásicas

DON LUIS SEGALÁ Y ESTALELLA

LETRAS CLÁSICAS

El ilustre helenista D. Luis Segalá y Estalella, uno de los más eminentes de Europa y el primero en la actual literatura castellana, acaba de remitir a Leopoldo Lugones un ejemplar de su versión directa y literal de las obras completas de Homero, editada por Montaner y Simón con verdadera magnificencia, acompañado de una carta cuya amistosa intimidad acentúa el mérito que dicho maestro atribuye a los trabajos de aquél en dicha materia. La circunstancia de que todos ellos publicáronse originalmente en La Nación, y la importancia que para nuestra alta cultura reviste una opinión tan autorizada, indúcenos a insertar dicho documento. Añadiremos a título informativo que el volumen, profusamente ilustrado con reproducciones clásicas, contiene, además de la Ilíada y la Odisea, los himnos o proemios, la Batracomiomaquia, los epigramas, los fragmentos y un copioso índice analítico de la onomástica referente.

He aquí la carta del Sr. Segalá:

 

“Universidad de Barcelona, Facultad de Filosofía y Letras.—12 de octubre de 1927.

”Muy apreciado y admirado amigo:

”Al comenzar la presente, no puedo menos de recordar unas palabras que un ilustre profesor norteamericano me escribió con ocasión de dedicarme un ejemplar de varios cantos y fragmentos de la Ilíada que había publicado: nuestro amor a Homero, me decía, nos hace hermanos. Así ha sucedido también con nosotros; pues, cumpliéndose una vez más la doctrina tan bellamente expuesta por Platón en el Ion, nos sentimos atraídos por Homero como los anillos de hierro por la piedra imán; y como si fuéramos sacerdotes de un mismo culto, nos profesamos fraternal afecto y nos agradecemos mutuamente nuestros afanes por propagar el espíritu helénico —símbolo de libertad y de nobleza— por los países donde se habla la hermosa lengua castellana.

”Pero hay una diferencia esencial en nuestro apostolado: usted, que conoce todas las exquisiteces de nuestro romance y tiene un alma sensible a todas las excelencias de la poesía, puede darnos una interpretación completa de Homero, así por su fondo, hábilmente transcrito, como por la forma imitada hasta el grado de perfección que permite la índole de los modernos lenguajes; mientras que el que esto escribe, desposeído de tan excelsas dotes, ha de limitarse a trasladar el fondo de la obra en sencilla prosa; en una versión tan exacta como sea posible, para que, como dijo un insigne maestro, el doctor Menéndez y Pelayo, pueda leerse con el original delante. Resulta, pues, mi admirado amigo, que usted es el cantor de Homero, el nuevo aedo que le da carta de naturaleza en el idioma castellano, haciéndolo revivir para que las sencillas bellezas y sublimidades homéricas ejerzan un bienhechor influjo en nuestra cultura, y su autor reciba los aplausos de nuestros contemporáneos de ambos hemisferios; mientras que a mí me corresponde el humilde oficio de interpretarlo gramaticalmente, para facilitar a una minoría selecta la dicha inefable de leer en su idioma original la epopeya más perfecta que han producido los siglos. ¡Non omnia possumus omnes!

”Dígnese, pues, aceptar el ejemplar, en papel Nankín, de mi prosaica versión, que tengo el gusto de enviarle por el mismo correo, y hágame el señalado favor —si se digna hacer una crítica de la misma— de indicarme todos los defectos que en ella descubra, a fin de subsanarlos en una próxima edición, que irá aumentada con la Continuación de Homero, de Quinto de Esmirna.

”Gracias mil por sus obras literarias, y especialmente por sus Estudios Helénicos, que he leído con verdadera fruición y que me han confirmado plenamente el juicio que ya hace tiempo había formado de su personalidad, como uno de los más ingeniosos, castizos y elegantes escritores castellanos, como poeta y crítico eminente y como inspirado reconstructor artístico del pensamiento clásico. Creo sinceramente, como digo en el prólogo de la nueva edición, que su traducción y sus estudios son lo mejor que acerca de Homero se ha publicado en lengua castellana.”

Dice así la referida mención del prólogo en que el Sr. Segalá estudia las versiones homéricas efectuadas desde el siglo XVI en castellano y en catalán (pág. LXVI):

“El insigne literato argentino Leopoldo Lugones ha traducido las rapsodias (aquí la referencia original) de la Ilíada y de la Odisea, acompañando su labor con un amplio comentario justificativo.

“Esta traslación del original en rotundos y cincelados versos, demuestra que su autor es, a la vez que un eximio filólogo que interpreta fielmente a Homero, un inspirado poeta que siente toda la grandiosidad de sus poemas, y conoce de tal suerte los primores de nuestro romance que lo hace rivalizar con el lenguaje de la antagua Grecia, es decir, con el más preciso, copioso y bello del mundo. El Sr. Lugones ha adoptado el verso alejandrino, que, a su juicio, no es más que el hexámetro romanceado. (Aquí una erudita nota confirmatoria). Como traducción poética, no va la presente tan atada al texto como puede ir una versión en prosa, y su autor nos dice que “traducir a Homero palabra por palabra es contraproducente y sólo tiende a embrollar el sentido, por la sencilla razón de no existir correspondencia exacta entre nuestras voces y las griegas, ni entre los regímenes y concordancias de ambos idiomas. Traducir en tal forma es traducir mal, convirtiendo la exactitud en servilismo”.

”Justo es confesar que si los alejandrinos no nos suenan como los exámetros, son mucho más semejantes a ellos, por su pompa y magnificencia, que los endecasílabos libres o agrupados en octavas reales o en otras combinaciones métricas, y que las traducciones en verso del señor Lugones y sus estudios helénicos, son lo mejor que sobre Homero se ha producido en nuestros tiempos y en lengua castellana, no sólo en América, sino en la propia España.”

 

El parágrafo concluye con la trascripción de sendos trozos de la Ilíada y la Odisea, traducidos por Lugones.

(De LaNación, de Buenos Aires.)

INTRODUCCIÓN

En el segundo de mis Estudios Helénicos (pág. 70) definí a la caballería andante, llamándola Imitación de Homero, y presentando como prototipos del paladín a Héctor y Diomedes. Estos Nuevos Estudios, al tratar casi exclusivamente la materia heroica de la Ilíada, ratifican aquel aserto en las sendas personalidades de Aquiles y Agamenón.

Aparte el interés arqueológico y pintoresco que les asigna un excepcional valor de antehistoria en el estudio de nuestra civilización, los poemas homéricos ofrecen un elemento más precioso todavía, con la entidad psicológica del héroe, si lo consideramos, cual me parece justo, autor de aquel estado social. Motor principal, por lo menos, y dechado para el hombre común, fué lo que es ahora el lord en la formación del gentleman británico. A este fin moral entraban los poemas en la enseñanza corriente como verdaderos manuales, además de lo que servían para la gramática y la estética del idioma; de suerte que ningún país empleó en su pedagogía texto más genuino, perfecto y eficaz. La doctrina homérica, religión inclusive, constituyó, pues, el fundamento de la enseñanza griega, y conformó a su tipo heroico todos los directores de pueblos que durante quince siglos encabezaron nuestra civilización, desde Codro hasta Juliano.

La importancia de esta clase de letras en los países de formación histórica, como los europeos, es todavía mayor en los de formación económica, como los americanos; pues al vincularlos por el alma con la civilización estética, que fué la del paganismo, les contrapesa la excesiva materialidad inherente a su afán de lucro, proponiéndoles como ideal el desinterés de la belleza y del heroísmo. Trataríase, si se permite la expresión, de una verdadera religión civil, que necesitan, por lo demás, muchas conciencias disidentes o emancipadas de todo culto. Por ello atribúyese tanta importancia a los estudios clásicos en los Estados Unidos, y es ya una tradición intelectual de nuestro país la devoción a la Grecia antigua. Y si se recuerda que por el origen español, la concurrencia itálica y la cultura francesa, pertenecemos a la estirpe grecolatina, doble motivo hallaremos para remontar hasta su fuente. No existe, por lo demás, otra que sea tan clara y tan luminosa.

Poema de guerra punitiva, o sea, conforme a las ideas de la antigüedad, acción de venganza; y episodio suscitado por un rencor entre jefes, la Ilíada proclama, sin embargo, a cada momento, los bienes superiores de la equidad y de la paz. Su último Canto celebra en las honras de Héctor la clemencia de Aquiles. Y éste, como se verá en el primero, acudió a la guerra sin odio ni ofensa personal, con el único propósito de ayudar a los Atridas ultrajados por la iniquidad del seductor de Helena. “Para desfacer el tuerto”, habría dicho la literatura caballeresca. Cuando en el Canto III, los pueblos enemigos acuerdan referir la decisión de su querella ai resultado de un combate singular entre Menelao y Alejandro (Paris), he aquí cómo imploran a Zeus mientras se ultima los preparativos del encuentro (versos 320-324):

Zeus padre que en el Ida reinas glorioso y grande:

Haz que quien puso entre ambos pueblos el desconcierto,

Descienda al fondo de la morada de Hades, muerto;

Y que amistad, en cambio, tu alianza fiel nos mande.

Este duelo es el prototipo del combate judicial o juicio de Dios, que el derecho medieval tomó por norma de procedimiento para definir la sentencia, y de la justicia personal que practicaba, a su vez, el caballero andante. Bastaría dicha consideración para establecer la importancia de la poesía homérica en la formación de la Europa cristiana, que la recibió por medio de la Eneida, según lo tengo dicho ( 1 ), integrando así, para mayor significación, la determinante influencia grecolatina.

Más completo también, moralmente hablando, que sus imitaciones cristianas, el poema homérico no se atiene a un prototipo ideal, sino que prefiere la naturalidad humana del modelo y hasta su flagrante maldad en determinadas ocasiones; pues en esto, como en todo, el realismo pagano era una valiente aceptación de la vida. Habríale parecido absurdo, como en efecto lo es, proponer al hombre un numen por dechado, procurando con ello la realización del ideal. Su objeto fué idealizar la realidad humana al contacto de la deidad. Así revelaba en el hombre al dios encarnado, o mejor dicho caído en la materia que de tal modo redimía y exaltaba, lejos de perseguir su anulación como los cultos pesimistas del Asia. Siendo, pues, su objeto el hombre, cualidades y defectos humanos concurrían a la formación del modelo, que con ello resultaba imitable y proporcionado. De tal suerte, la ira y el encono que determinaron su rebelión, no abolían en el alma de Aquiles las nociones de la equidad y la rectitud. He aquí cómo responde al discurso de Ulises, quien lleva la palabra en la embajada del Canto IX, y que procura persuadirlo con su maña habitual (308-313):

Divino Laertiadas, Ulises ingenioso,

Preciso es que os exponga con veraz desembozo

Lo que yo pienso y cómo lo he de cumplir, y dónde,

Para que ceséis vuestro circunloquio enfadoso.

Pues, igual que las puertas del Hades, me es odioso

Quien dice lo contrario de lo que en su alma escande.

Y más adelante, al recordar que la causa de la guerra es Helena, cuyo descarrío ultrajó a los Atridas en la persona de Menelao (340-343):

¿Acaso, entre los hombres, sólo aman los Atridas

A sus esposas? Todo noble y cuerdo varón,

Quiere y cuida la suya, cual yo, de corazón

Amé a la que tuve, aunque por las armas fué habida.

Su arrebato de dolor al saber la muerte de Patroclo, estuvo próximo a la demencia. Tirado por el suelo como una mujer abandonada o un niño iracundo, tanto lo domina su extravío que parece a punto de suicidarse. La falsa personalidad de un héroe puramente legendario, como el paladín, habría excluído esa doble deprimente pasión de la rabia brutal y de la impotencia desesperada, substituyéndola, con doctrinaria retórica, por el ejemplar dominio de sí mismo. Pero Aquiles no era un filósofo, sino un guerrero; no un comentador de la muerte, sino un bravo que la conceptuaba el precio de la honra y de la equidad, resumidas para él en el deber de venganza. La religión, profesada, sin embargo, con sinceridad, no estorba ni subordina en su conciencia el imperio de aquellos dos principios; porque siendo humanamente racional, no le exige que proceda como un dios. Pero asistamos a su patética violencia.

Antíloco acaba de dar la fatal noticia (XVIII, 22-34):

Tal dijo. Envolvió al héroe negra nube de penas,

Y cogiendo ceniza, se la echó a manos llenas

Sobre de la cabeza; manchó el rostro agraciado

Y la fragante túnica, y en el polvo tirado

Cuan largo era, arrancábase a puñados el pelo.

En tanto, las esclavas que habían cautivado

Aquiles y Patroclo, transidas por el duelo,

Con agudas clamores, presurosas salían

Y rodeaban a Aquiles, golpeándose el pecho

Y sintiendo sus miembros ceder; mientras deshecho

En lágrimas Antíloco, por las manos tenía

A Aquiles, que con honda congoja se quejaba;

Pues que se degollase con el hierro temía.

Mas, cuando afligida por su propósito de venganza y sus lamentos que habíanla atraído desde el fondo del mar,

Tetis ( 2), bañada en llanto, de este modo le dijo:

—Corta será tu vida, desde que así hablas, hijo,

Porque a la muerte de Héctor la tuya ha de seguir,

Contestó el raudo Aquiles, sin dejar de gemir:

....................................................

....................................................

....................................................

Buscaré al asesino ( 3) de aquel amado ser ( 4),

A Héctor, y cuando quieran Zeus y los inmortales,

Recibiré la muerte; pues ni todo el poder

De Hércules a evitarla llegó, aunque tan querido

Era del soberano Kronión; pues fué vencido

Por el hado y la cólera inaguantable ( 5) de Hera.

Así yaceré muerto, si suerte igual me espera.

Mas, desde hoy, mi alta gloria, tan hondo hará llorar

A troyanas y dárdanas de los senos lozanos ( 6),

Que en las tiernas mejillas secarán a dos manos

Sus lágrimas. Y el tiempo que llevo sin pelear

Apreciarán con eso. No intentes prohibirme

La lucha, aunque me quieras, pues no has de persuadirme.

[(114-126)

Esta decidida aceptación del destino fatal, no impide que más adelante, en su duelo con Eneas, el instinto de conservación se le imponga bajo su aspecto de miedo irracional ante el peligro: tal es siempre de humano el héroe homérico. Olvida, así, que su armadura, forjada por Hefesto, es invulnerable: tanto impresiónanlo el lanzazo de Eneas y el reto con que lo antecede (XX, 258-266):

Dijo y clavó su pica potente en el escudo

Formidable y tremendo, que resonó al lanzazo.

Tembloroso, el Pelida desvió con fuerte brazo

El broquel, suponiendo que con el bronce agudo

Lo atravesara el ínclito Eneas fácilmente.

Insensato! Olvidaban su corazón y mente

Que no es dado a los hombres destruir ni exceder

Los presentes con que honran los dioses.

La venganza implacable que ejecuta en Héctor: justicia de rey a rey, para los cuales no hay tribunal competente, es un verdadero sacrificio de la propia vida a la patria cuyo peor enemigo suprime, y a la ley del talión familiar que exigía cabeza por cabeza; mas no a consecuencia de la responsabilidad personal, sino a título de reparación compensadora. Por esto, dicha pena de muerte era redimible a precio que el propio agraviado estimaba, o mediante un matrimonio que substituyera al deudo perdido. Tal fué el concepto del perdón para el griego. El propio significado esencial de dicha voz en su lengua, excluye lo sentimental. Defínese literalmente por la frase “con reflexión”, pues se trata de una palabra compuesta: acepción y forma que ha seguido nuestra voz, cuyo significado literal expresa, a su vez, “por don”, o mediante precio. Era, pues, cosa de la razón, no del sentimiento como la compasión o la simpatía, voces que en latín y en griego, respectivamente, significan dolor compartido. Por lo demás, el mismo perdón cristiano transfiere la recompensa a la otra vida; pues con él, como con cualquier otro acto agradable a Dios, “se gana méritos para el cielo”...

Semejante idea de la virtud habríala reputado indignidad el pagano. Verdadero negocio con la divinidad que premia y castiga. El deber del antiguo fundábase en la responsabilidad de cada uno ante los demás y ante sí mismo, no ante los dioses. Todo acto personal aparejaba consecuencias inevitables en esta vida y en la otra.

Pero la noción de responsabilidad era también distinta de la nuestra. No se apreciaba dicha obligación por la intención y la conciencia del delincuente, sino por la nocividad de su falta. La supresión o inutilización de aquél, provenían de la misma necesidad en cuya virtud extirpamos a una fiera, un perro hidrófobo o una serpiente venenosa, sin perjuicio de comprender que su nocividad proviene de su índole o de la afección que padecen. Concepto de la penalidad que tendemos a restablecer.

El arrepentimiento fué, pues, inútil a la conciencia antigua. Los actos no se compensaban sino con actos, viniendo así a resultar sinónimas la equivalencia y la equidad. La venganza era un restablecimiento de equilibrio, y por esta razón podía substituírsela mediante multa o enlace. La moral antigua era completamente práctica. No existían culpas ni remisiones de intención. La norma de proporción, que condiciona la armonía natural en lo biológico y en lo físico, determinábalo todo. Aquella civilización hallábase, pues, en acuerdo íntimo con la vida. No pretendía organizaría sobre el patrón lógico o teológico de tal o cual sistema o culto, sino que se organizaba sobre ella. De ahí su dichosa prosperidad y su carácter estético. La belleza es una expresión de vida triunfante. Por esto atrae, incitando a crear. Y por esto apareja también las nociones de salud, fuerza y serenidad, que el antiguo exaltaba en las estatuas prototípicas de sus dioses.

Por esto también el primero de sus poemas narra y glorifica una campaña militar cuyo móvil caballeresco es la reconquista de una hermosa mujer. Para el griego antiguo, que fuese aqueo o beodo, ateniense o espartano, el deber cívico y el militar integrábanse en la entidad ciudadana. Así, la democracia de Atenas, que fué la más avanzada y culta a la vez, llegó a su culminación con la dictadura militar de la estrategia. Pericles era ante todo un general. Obsérvese de pasada que así esta condición como la de pertenecer a una familia ilustre asemejábanlo a César, fundador del Imperio Romano: otra dictadura del mismo género.

Aquiles, el héroe prototípico, era asimismo el primer militar. Por esto su ausencia y su presencia determinan, respectivamente, el fracaso y el éxito de los sitiadores de Troya. Sus aguerridos mirmidones forman también la tropa modelo: el “muro” clásico, que hasta el tiempo de Polibio decidirá las batallas. La Ilíada insiste en la celebración del método, que dando a la falange cohesión y densidad en grado máximo, cimenta en ella, por decirlo así, el edificio de la victoria. Veamos su formación cuando Aquiles, después de proclamarla, pénela al mando de Patrodo (XVI, 210-217):

Dijo así, dando a todos fuerza y vigor. Las filas,

Oyendo al rey, cerráronse más. Y como se apila

Los sillares de un muro que alta mansión guarece

Del ímpetu del viento, tal de unidos parecen

Cascos y adargas combas. El escudo al escudo

Júntase, el yelmo al yelmo y el soldado al soldado;

Y al inclinarse, tócanse los cascos penachudos

Por sus conos brillantes, tal se hallan de arrimados.

Otro don característico, es aquella voz de combate que en la antigua guerra, y hasta la adopción del orden disperso por nuestras tropas, completaba la entidad bélica del jefe. En el citado Canto XVIII, el héroe, despojado aún de las armas que perdió Patroclo, decide mostrarse a los troyanos desde el foso del campamento sitiador para imponerlos con su presencia; pues Tetis habíale recomendado no exponerse al combate mientras se hallase desarmado. Entonces (215-224):

Detúvose ante el foso, fuera del muro, aun cuando

Sin mezclarse a los otros aqueos, respetando

La cauta orden materna, y alzó desde allá el grito

Que Palas Atenea repercutió a lo lejos ( 7),

Causando a los troyanos desorden infinito.

Cual vibra el clarín sobre la ciudad embestida

Con saña aterradora ( 8), la voz del Eacida

Resonó. Y cuando aquella voz de bronce escucharan,

Túrbaseles a todos el alma, y los corceles ( 9),

Presintiendo desgracia, con los carros tornaron.

Este efecto del alarido de pelea sobre gente y caballos, conocíalo y usábalo el indio en nuestra guerra pampeana. No es, pues, fantástico ni excesivo, como pudiera creerse a primera vista, relacionándolo con la llama milagrosa que Atena ha puesto sobre la cabeza de Aquiles. La intervención divina es siempre discreta, por decirlo así, en la poesía homérica.

Insistamos todavía en la determinación del castigo por el mal causado, no por la responsabilidad o la intención del autor, pues tal era el concepto público y privado de aquel derecho penal que Aquiles ejerce al vengarse. Lo que se propone es compensar con la de Héctor la muerte de Patroclo, moral y materialmente. Por esto lo acaba, en vez de prenderlo cuando cae herido, y se niega a aceptar el rescate de sus despojos; y una vez que accede a esto último, inducido por Tetis, y aunque sea ella una diosa, anuncia al espectro del amigo que no lo dejará sin su parte en el precio acordado (Estudios Helénicos, pág. 331).

El mismo Patroclo recordará con mayor precisión aquella penalidad que no excluía ni los actos, para nosotros irresponsables, y con esto impunes, de la demencia o de la infancia. He aquí cómo lo menciona, cuando en el Canto XXIII se aparece a Aquiles, pidiéndole sepultura (83-88):

Que no aparten mis huesos de los tuyos, Aquiles,

Tal como nos criamos en tu morada, juntos;

Pues Menecio llevóme, muy niño, desde Opunto,

Por el funesto crimen que sobre mí pesaba,

Cuando al hijo de Anfidamante, a pesar mío,

Maté, encolerizándome, en un lance de taba.

Ni la involuntaria consecuencia de un arrebato infantil excluía, pues, la expiación, como la inconsciencia no libra de la muerte al animal feroz o ponzoñoso que exterminamos por su condición de tal. La antigua penalidad excluía el caso de conciencia, para atenerse al hecho nocivo. Su justicia era netamente positiva, como se ve. El mismo Zeus, cuando va a decidir con la muerte la lucha de Héctor y Aquiles, pesa en una balanza sus dos destinos (Estudios Helénicos, pág. 306). Fatalidad significaba la determinación causal de cada existencia por la evolución universal que la engendra, al ser aquélla un eslabón en la cadena de las generaciones. Por esto comprendía también a las deidades su inexorable ley. Cualidades y defectos son nativos. No aparejan, pues, responsabilidad, pero sí consecuencias favorables o perjudiciales a su posesor. La justicia entonces no premia ni castiga. Impone solamente la norma de prosperidad social, en cuya virtud son útiles las cualidades y nocivos los defectos. La conciencia personal resulta, pues, inviolable. No cuenta como eximente ni como agravante. Moralmente hablando, aquello era la plenitud de la libertad.

Pero estas consideraciones no intentan eludir o disimular lo que hay de antipático en el carácter del héroe, ni ese es tampoco el espíritu del poema. En la batalla del Canto XX, va Aquiles exterminando troyanos a espada y lanza, cuando (463-472):

Fué ante él Tros Alastórida, que abrazar sus rodillas

Procura, a ver si no lo mata, y con más piedad,

Lo deja vivir libre, por ser de igual edad.

Necio! Ignora que no ha de persuadirlo, pues nada

Blando es de índole, ni hombre manso, sino tremendo.

Conque, al ir a tocarle las rodillas, queriendo

Rogarle así, en el hígado le envasa aquél la espada;

Tiñe la negra sangre de la entraña volcada,

Su pecho; y las tinieblas van sus ojos cubriendo,

Cuando exánime queda.