Ocho historias para un domingo - Maikel Chávez - E-Book

Ocho historias para un domingo E-Book

Maikel Chávez

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Cuando ves a Maikel Chávez venir hacia ti con los brazos abiertos gritando de alegría, no puedes dejar de reír y saltar de felicidad. Él te contamina. Si lo escuchas por la radio haciendo las voces de muchos, muchísimos personajes, te dices « ¿Cómo puede?», « ¡Qué bárbaro!». Al verlo sobre el escenario actuando y manipulando muñecos, te maravillas y lo admiras: tan buen actor y titiritero es. Si lees sus obras, comentas « ¡Qué clase de dramaturgo!». Y te diviertes, y aprendes, y lloras a veces, y cantas con sus personajes, y vuelves a reír y a saltar de felicidad… porque Maikel te contamina, te contagia, te transmite todo lo positivo que hay en él. Y como él, son sus piezas teatrales. Llenas de juegos y canciones, de colores y enseñanzas, de preocupación por la realidad circundante y voluntad para mejorarla, de magia e inocencia, de gracia inigualable y profundo sentido de la amistad, de mucho humor y amor desbordante. Ocho historias para un domingo están aquí para corroborarlo. Es una selección hecha por el maestro titiritero Rubén Darío Salazar (Santiago de Cuba, 1963), quien recibiera en 2020, junto al diseñador escénico Zenén Calero (Matanzas, 1955), el Premio Nacional de Teatro de Cuba.

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Table of Contents

Índice

Nota

I. Un niño grande que actúa y escribe

Con ropa de domingo

Historias de viejitas con sombrillas

Papobo

II. Escribir para otros

Carabalagüita

Aventuras en Pueblo Chiflado

III. El mundo de Federico Maldemar

Un mar para Tatillo

La ínsula prometida

Vida y milagro de Federico Maldemar

Landmarks

Cover

Table of Contents

Índice

Nota

I. Un niño grande que actúa y escribe

Con ropa de domingo

Historias de viejitas con sombrillas

Papobo

II. Escribir para otros

Carabalagüita

Aventuras en Pueblo Chiflado

III. El mundo de Federico Maldemar

Un mar para Tatillo

La ínsula prometida

Vida y milagro de Federico Maldemar

Edición: Josefa Quintana Montiel

Cubierta: Marietta Fernández Martín

Composición: Lisandra Fernández Tosca

Conversión a E-book: Ediciones Cubanas

© Maikel Chávez García, 2020

© Sobre la presente edición:

Ediciones Alarcos, 2020

ISBN Versión E.book ePub: 9789593051538

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Ediciones Alarcos

Casa Editorial Tablas-Alarcos

Consejo Nacional de las Artes Escénicas

Línea y B, El Vedado, La Habana 10400, Cuba

[email protected], www.eltandem.cult.cu

(53) 7833 0226, (53) 7833 0214

Nota

Cuando ves a Maikel Chávez (Villa Clara, 1983) venir hacia ti con los brazos abiertos gritando de alegría, no puedes dejar de reír y saltar de felicidad. Él te contamina.

Si lo escuchas por la radio haciendo las voces de muchos, muchísimos personajes, te dices «¿Cómo puede?», «¡Qué bárbaro!».

Al verlo sobre el escenario actuando y manipulando muñecos, te maravillas y lo admiras: tan buen actor y titiritero es.

Si lees sus obras, comentas «¡Qué clase de dramaturgo!». Y te diviertes, y aprendes, y lloras a veces, y cantas con sus personajes, y vuelves a reír y a saltar de felicidad… porque Maikel te contamina, te contagia, te transmite todo lo positivo que hay en él.

Y como él, son sus piezas teatrales. Llenas de juegos y canciones, de colores y enseñanzas, de preocupación por la realidad circundante y voluntad para mejorarla, de magia e inocencia, de gracia inigualable y profundo sentido de la amistad, de mucho humor y amor desbordante.

Ocho historias para un domingo está aquí para corroborarlo. Es una selección hecha por el maestro titiritero Rubén Darío Salazar (Santiago de Cuba, 1963), quien recibiera en 2020, junto al diseñador escénico Zenén Calero (Matanzas, 1955), el Premio Nacional de Teatro de Cuba.

FEFI QUINTANA MONTIEL

A los que han permanecido conmigo en estos caminos del teatro,

de altas y bajas, de aciertos y lunares.

A mi abuela Victoria Real, dueña del universo que imagino

a diario para reinventar la realidad.

A mi madre Eida García.

A mis tías preferidas Eivet y Erel.

A Ernesto Tamayo por renovar la esperanza.

I. Un niño grande que actúa y escribe

Maikel Chávez es muy joven y ya acumula un corpus dramatúrgico tan sugerente como vivo, casi todo tangible en la escena, con sus soles y bemoles frente al respetable. Cuando lo conocí, en abril del año 2002, su semblante aniñado, de apenas diecinueve años, no dejaba entrever la fuerza de su histrionismo, expuesto luego en sus diversos roles en La cucarachita Martina y el ratoncito Pérez, una puesta en escena de Ariel Bouza, sobre el texto de Abelardo Estorino, inspirado en el conocido cuento anónimo de origen popular.

El muchachito nacido en Caibarién, Villa Clara, me dio en 2003 otra sorpresa. No solo pude justipreciarlo sobre la escena en su loable desempeño actoral, Maikel fue también el dramaturgo de la obra que estrenaba ese año Teatro Pálpito, nada más y nada menos que Con ropa de domingo, una simpática y efectiva versión libre sobre la narración literaria El cangrejo volador, de Onelio Jorge Cardoso. Chávez se convirtió así en el nuevo enfant terrible del teatro para niños y jóvenes cubano. Obtuvo varios galardones como actor y dramaturgo en los principales concursos y festivales del país, viajó allende los mares y alternó con estrellas de las tablas, tan admiradas y queridas como la inolvidable actriz titiritera Xiomara Palacio y la maestra Corina Mestre.

Solo podía ser Con ropa de domingo la obra para comenzar esta selección de textos para niños de Maikel Chávez. La pieza contiene el germen de su ulterior teatro dedicado a los infantes. Personajes con gracia sobreabundante, historias de criolla picardía, escenas salpicadas con frases de una metáfora sencilla y transparente, como solo saben hacerlo los nacidos entre monte y mar. Para que este luminoso inicio no se ensombreciera con el tope del autodidactismo, Maikel ingresó en varios cursos de dramaturgia, los organizados por el Centro de Investigaciones de las Artes Escénicas Cubanas y el Royal Court Theatre de Londres.

Esta primera parte de una selección que he titulado Ocho historias para un domingo, da comienzo a un viaje que pretende ser divertido y cómplice. Una confabulación del autor con ustedes y conmigo. Un conciliábulo que continúa con sus elucubraciones dramáticas sobre el cuento de Manuel Cofiño Las viejitas de las sombrillas, renombrado por Chávez como Historias de viejitas con sombrillas.Delicioso juego de teatro dentro del teatro, suerte de homenaje jocoso a la tercera edad y sus naturales desvaríos, al que se le agregan canciones y rondas cubanas y latinoamericanas de todos los tiempos, a la vez que desarrolla una antigua leyenda, interrumpida por las intempestivas salidas de cada una de las viejitas, todas de peculiares características personales. La obra fue estrenada por Teatro Pálpito con enorme éxito.

Cierro con Papobo esta primera sección dedicada a la visión dramatúrgica de Maikel sobre historias literarias de escritores cubanos. Obra inspirada en el cuento homónimo de David García, que tiene lugar en la época colonial. Estrenada en 2004 por el grupo Arteatro, el autor ubica la trama en los predios de un taller de carpintería, guiño feliz a la principal tesis de la fábula. Otra vez el teatro dentro del teatro y un llamado a la fantasía y el espíritu bondadoso de la Navidad, en contradicción con las evidentes diferencias de las clases sociales de una Cuba dividida por las razas y el peculio de distintos estamentos de vida. Se valora desde el texto la importancia de la inteligencia, el amor filial y la redención que da el trabajo. La pieza, de un tono campechano mezclado con ternura, ofrece diversas posibilidades a la dirección artística que la elija. He aquí tres textos ideales para comenzar a leer y encontrarnos nuevamente dentro de tres obras y algunas páginas, en un soleado día de domingo.

Rubén

Con ropa de domingo

Pieza para actores y títeres

Premios al mejor texto dramático Festival de Guanabacoa 2003

Premio Villanueva de la Crítica 2004

Personajes

Güirito

Madre

Paloma torcaza

Cangrejo nuevo

Abuelo cangrejo

Padre

Espacio escénico

Una estación de ferrocarriles en provincia.

Acto único

Entran madre e hijo cansados, vestidos con ropa de domingo. Estudian al público y caminan en diferentes direcciones hasta que deciden quedarse en el centro del escenario, ponen una maleta de madera y se sientan de espaldas al público. Se quitan los zapatos y caen dos montoncitos de tierra.

Madre. Estoy muerta. Aquí hay mucha gente, mijo, así nunca llegarás a la capital. ¡Mejor nos vamos!

Güirito. ¡Aguanta, mima! Por tu culpa se nos fue la guarandinga. Ahora tengo que llegar hoy, mañana o la semana que viene.

Madre. Yo no puedo esperar tanto. ¡Ay, Dios mío! Mira, tengo un dolor aquí. Creo que me astillé una costilla. Mira, mira, no puedo respirar (inventa sonidos onomatopéyicos que denotan falta de aire): haj huj haj huj haj huj…

Güirito. (Ríe al descubrir el ardid.) ¡Mentira! (Transición. Más serio. Su madre esquiva la mirada.) Siempre me dices lo mismo cuando no quieres complacerme.

Madre. (Desesperada, intenta hacerlo entrar en razón.) Güirito, ¿qué será de Segunda, la Matilda, Caramelo, la Boniato, ¡ay!, se te muere Pata e Gato.

Güirito. Tinín Quintero se quedó cuidándolos. Son animales, mamucha, comida no les va a faltar. Yo vendré a visitarlos cuando pueda.

Madre. No es lo mismo.

Güirito. Sí es lo mismo.

Madre. No es lo mismo.

Güirito. Que sí, mamá.

Madre. Tú no sabes el sacrificio que estás haciendo. Vas a dejar la finca Zapatero donde nos despierta el gallito Cuco al amanecer.

Güirito. El nieto de Felo lo dejó ronco la semana pasada con una pedrá y ya ni plumas tiene en la cola.

Madre. ¿Cómo puedes olvidar las historias del conejo Montero? ¿Las caricias del gato Loló, las maldades del majá Veguero? ¿Te acuerdas, Güirito, cómo nos encontramos al ratoncito Miguelito entre el rocío de la mata de malanga? ¿Te acuerdas ¡qué frío!?

Güirito. Sí, mamucha, pero eso ya pasó, ya crecí. ¿Usted quiere que me quede toda la vida en la finca? A mí me gusta otra cosa.

Madre. ¿Y por qué no estudias veterinaria? ¿O te haces montero? En la vaquería hace falta gente.

Güirito. Eso ya lo discutimos. Yo quiero ser titiritero.

Madre. Titiritista, titiritista.

Güirito. Titiritero. Quiero aprender, estudiar. En la finca eso es imposible. Hay que tener voluntad.

Madre. Voluntad… No, si la culpa es mía… Ya sé por dónde vienes. ¡Ay, no sabes cuánto me arrepiento!

Se dirige al público buscando complicidad.

Madre. ¿Por qué le conté tantas historias y le llené la cabeza de pájaros y flores? ¿Quién me mandó a hacerle creer que las estrellas y las nubes estaban cerquita? ¿Por qué le hablé de amaneceres y rocío, de colores y olores que no caben dentro del pecho? (Transición.) ¡Ay, quién me mandó hacerle ver tanta guanajería! (Va hasta su hijo.) Güirito, aquello es fantasía, te ordeno que pongas los pies en la tierra. No te dejaré ir.

Güirito. Me iré quieras o no. Ya está decidido.

Madre. ¡Ay, este dolor no se me quita, no tengo aire (vuelve a los extraños sonidos inventados que denotan falta de aire): haj huj haj huj haj huj…!

Güirito. Tranquila, mamucha, no se me ponga nerviosa.

Madre. (Exagerada.) Suéltame, ingrato. (Corriendo por todo el escenario.) Auxilio, auxilio, detengan a este mal hijo, que está acabando con su vieja madre.

Güirito. (Atajándola.) Psss… La gente, mamucha. ¿Qué va a pensar la gente?

Madre. Eso es, necesito tener testigos. Escuchen todos: ¡mi hijo, mi único hijo, al que he criado con todo el amor del mundo, se va y me deja sola, dice que quiere ser titiritista! Cara de títere tiene él.

Güirito. No puedo dejarla así, es injusto, pero también tengo mis razones. (Con el público.) Yo nací en Manicaragua, en la finca Zapatero, un bateycito que queda entre Mataguá y La Jorobada. Allí es bonito, pero no puedo estudiar lo que verdaderamente quiero. En ese lugar tuve una linda niñez, mi madre me llenó la cabeza de pájaros y flores, historias que yo necesito contar. La última, por ejemplo, fue la más importante, y ahora no quiere reconocerlo.

Madre. Esa historia del cangrejo no tiene nada que ver.

Güirito. La del cangrejo no, pero la del cangrejo con voluntad sí.

Madre. ¡Y dale con lo mismo! A ver, ¿qué te enseñó?

Güirito. Me enseñó a defender con más fuerzas lo que uno se propone en la vida.

Madre. Qué sabrás tú, muchacho. Eso no es así. El cuento es otra cosa. ¡Ay! En mala hora se apareció tu padre con el dichoso libro de Onelio Jorge Cardoso guareciéndose de la lluvia y del viento en la noche del ciclón.

Güirito. El cuento del ciclón me lo sé de memoria. Estoy hablando del cangrejo volador, el que quería llegar a las estrellas.

Madre. ¡Llegar a las estrellas! ¿Tú quieres ser cosmonauta o titiritista?

Güirito. Titiritero… ¿Por qué no pone a estas personas de testigo y cuenta lo que le sucedió al cangrejo?

Madre. Haz el ridículo tú, que quieres ser artista.

Güirito. Ande, mamá, si usted se lo cuenta a todos en el batey.

Madre. Es distinto, a esta gente yo no la conozco. Además, estoy esperando la guarandinga.

Güirito. ¿Y no va a esperar a que venga el tren para despedirme? Mamucha, lo que usted tiene es vergüenza porque sabe que tengo razón.

Madre. Está bien, vejigo, acepto el reto. (Ridícula y rápidamente.) Había una vez un cangrejo que estaba construyendo un hueco en la tierra…

Güirito. Mamucha, cuéntelo bien. Parece una guajira…

Madre. ¿Y qué cosa soy yo? ¿No soy una guajira?

Güirito. Sí, pero usted es una guajirita linda. No una payasa.

Madre. Cállate la boca. ¡Ay, si tu padre se entera! ¡A él no le va a gustar la idea de que estemos aquí pintando mono! (Transición.) Está bien, vamos a hacer el cuento tal y como es. ¡Qué no hace una madre por su hijo!

Güirito. Espérese, mamucha, déjeme hacer de titiritero.

Madre. ¿Cómo? Ven acá, mijo, ¿de dónde sacas tú ahora un muñeco?

Güirito. Los mismos que usted me ha hecho siempre. ¿Acaso olvida que es la mejor costurera del batey?

Madre. ¡Ay, pichoncito, no me digas eso, que lloro! ¿Tú trajiste los muñequitos que te hice?

Güirito. Aquí están.

Madre. (Llorosa.) Uuuuuuh aaaaah eeeeeh. ¡Qué lindo! Ande, mi hijo, sueñe usted.

Música. Juego escénico entre los dos. Al final queda construido el retablo con la maleta de madera.

Madre. Había una vez un cangrejito nuevo que estaba construyendo un hueco profundo en la tierra, cuando sin más ni más viene una paloma torcaza a sacarle conversación.

Escena con títeres sobre la maleta de madera.

Paloma. Bonito que te está quedando el pozo ese.

Cangrejo. No se trata de un pozo, estoy haciendo mi casa.

Paloma. ¿Cómo? Ese oscuro agujero, ¿tu casa?

Cangrejo. Pues sí, mi casa.

Paloma. Pero ¿cómo se entiende ese disparate, muchacho? Si tú puedes vivir en un árbol.

Cangrejo. ¿Se olvida usted que está hablando con un crustáceo? No soy una paloma, señora.

Paloma. Pero eso qué importa si eres un cangrejo con voluntad.

Cangrejo. ¡Un cangrejo con voluntad! ¿Sería eso posible? ¿A quién se le ocurre que un cangrejo pueda vivir como un pájaro más del monte? ¿No se estará burlando usted de mí?

Paloma. No me burlo de nadie. Digo que si puedes vivir en lo alto de un árbol, ¿cómo vas a pasarte la vida bajo la tierra?

Cangrejo. Pero es que toda mi familia lo ha hecho siempre así.

Paloma/Madre. ¡Pues la familia es la familia, y sin familia no hay familia, quédate con tu familia!

Güirito. Pero, mamá, eso no es lo que dice la paloma.

Madre. Na, fue que se me olvidó ese pedazo.

Güirito. (Ríe.) Mamucha, ¡qué falta de memoria más grandota!

Madre. Muchacho, mira a esta gente, creerán que tengo memoria de mosquito.

Güirito. Bueno, no se vuelva a equivocar, recuerde que las historias se cuentan tal cual son.

Entran nuevamente a escena con títeres sobre la maleta de madera.

Cangrejo. Pero es que toda mi familia lo ha hecho siempre así.

Paloma. Ya me imagino a tu familia. Es decir, que por uno que empezó una vez, todos los demás han seguido haciendo lo mismo. ¿En esa familia no hay aspiraciones?

Cangrejo. Bueno, hay cangrejos; aspiraciones, que yo sepa, no.

Paloma. Entonces tú vas a ser el primero de los tuyos que viva en un árbol.

Cangrejo. ¿Cómo? ¿Yo, vivir en un árbol?

Paloma. Sí, entre las ramas de un júcaro, de un dagame, en el palo que más te guste del monte.

Cangrejo. ¡Un nido!

Paloma. Un nido que lo meza el viento, de día con sol, de noche cerca de las estrellas.

Cangrejo. ¡Qué bueno sería! En el fondo, todos los cangrejos queremos llegar a las estrellas… pero yo solo soy un cangrejo.

Paloma. Tú eres lo que quieras ser. Serás un crustáceo con (entredientes) votad…

Cangrejo. ¿Con qué?

Paloma. (Enredando las palabras.) Con velocidad…

Cangrejo. ¿Con qué?

Paloma. Con vertiginosidad…

Güirito. (Manipulando el cangrejito, molesto.) ¿Con qué?

Paloma. (Grita enfadada.) ¡Con voluntad!

Güirito. (La regaña.) ¡¡¡Mamucha!!!

Madre. El cangrejo no siguió haciendo su cueva en la tierra. Aquella misma tarde, después que se lavó las tenazas en el río, fue a ver a su abuelo.

Movimiento de la maleta de madera y vuelven a los títeres.

Cangrejo. Abuelo, quiero fabricar mi casa fuera de la tierra.

Abuelo. ¡¿Cómo?!

Cangrejo. Sí, voy a hacerla, si es posible, en el copito de un caguairán.

Abuelo. Debes tener cuidado con la hierba que comes. ¿Qué has comido hoy?

Cangrejo. Palmiche, abuelo, palmiche. Pero hablé con la paloma torcaza.

Abuelo. ¡Con esa loca!

Cangrejo. Me ha dicho que es un disparate vivir bajo la tierra como una lombriz.

Abuelo. Sea. Pero ten en cuenta que tú no eres más que un cangrejo.

Cangrejo. Un cangrejo que acaso un día pueda vivir cerca de las estrellas.

Abuelo. Pero ¿qué diablos de casa es esa?

Cangrejo. Un nido, abuelo, un nido.

Abuelo. Ah, claro, un nido, qué lindo… un nidito. (Transición.) ¿Un nido? ¿Y dónde están tus alas, muchacho?

Cangrejo. Pues, quién sabe, con el tiempo.

Abuelo. Qué tiempo ni ocho cuartos, muchacho. Mientras seas cangrejo, no hay ala que te salga ni pluma que te cuelgue. Cangrejo naciste y cangrejo terminas.

Güirito descubre a la mamá haciendo muecas con el muñeco.

Güirito. (La regaña.) ¡Mima…!

Madre. (Exageradamente.) ¡Aaayyy! ¿Tú estás oyendo eso, Güirito? Qué viejito más lindo, sabio, inteligente… Es verdad que los abuelos siempre tienen una respuesta para darte. La experiencia es la experiencia.

Güirito. Pero ¿qué está diciendo usted?

Madre. Él tiene razón, aquí se termina la historia. No te empeñes en cambiar las cosas. El cangrejito con los cangrejos, y Güirito con su mamá y su papá.

Güirito. Mamacita, no diga esas cosas.

Madre. ¿Quién te va hacer los jugos de tamarindo?

Güirito hace muecas escondido.

Madre. ¿Y los dulces de coco? ¡Tanto que te gustan!

Güirito. Mamá, siempre los quemas.

Madre. Te quedas. Está decidido.

La madre se adelanta hasta proscenio y ridículamente comienza a cantar.

Madre. Aquí termina la historia

del cangrejo y su pasión.

Aquí termina la historia

del cangrejo y su pasión.

Pues reviento de emoción

y me falta la memoria.

Güirito hace como si tuviera una guitarra en sus manos, entra en controversia con su madre.

Güirito. Voy conquistando la gloria,

no interrumpa lo que cuento.

Quiero correr como el viento

sin olvidar mi bohío,

quiero bañarme en el río

del amor que llevo dentro.

Madre. Guajiro y titiritista,

un tren que viene y se va.

Guajiro y titiritista,

un tren que viene y se va

y me deja aquí plantá

pa convertirse en artista.

Güirito. Sueñe que voy a la pista

como si fuera un avión

apuntando al corazón

de los niños que me aclaman.

Titiritero me llaman:

¡que comience la función!

Madre. ¿Que comience? Si hace rato que empezamos.

Güirito. El problema es que, si digo otra cosa, no rima, no pega con el quin quin quin de la guitarra…

Madre. ¡Guitarra y quin quin quin! ¿Y por qué no dices «que contínue la función»?

Güirito. ¡¿Contínue?! Ahora sí que me río, mamucha. No sea bruta, se dice continúe.

Madre. Eso es una licencia poética.

Güirito. ¿Una qué?

Madre. Licencia poética.

Güirito. Esta es la viejuca más linda de la tierra. ¡Cómo inventa cosas!

Madre. Ya, deja eso, que me vas a poner blandito el corazón. Llenarás mis ojos de lágrimas y se parecerán a la laguna de los González, allá en Caibarién.

Güirito. ¡Ya, no mencione más ese lugar, que me trae malos recuerdos!

Madre. El cangrejito estaba dispuesto a trabajar, así que se fue al monte y escogió el caguairán que le pareció el más alto y frondoso de todos. Era un trabajo difícil el que se había propuesto. Tendría que subir y bajar del árbol cuantas veces fuera necesario para construir allá arriba su nido. Mas empezó sin miedo echándose en la espalda los palitos secos. ¿Trajiste los palitos secos?

Güirito. ¿Estos?

Madre. Sí, esos mismos. ¿Y las bolitas de resina?

Güirito. ¿Unas de estambre servirán?

Madre. ¡Claro, mi niño! ¿Somos o no cuenteros? Se echó a la espalda los palitos secos, las bolitas de resina y todo lo que fuera necesario.

Güirito. También sucedía que a veces el cangrejito, de tanto subir y bajar el árbol, no podía más y le rodaba la carga. Pero él incansablemente bajaba, cargaba de nuevo y subía con sus muelitas fijas allá arriba donde crecía su nido.

Llega la paloma.

Paloma. ¡Ánimo, muchacho, ya verás cómo pronto sentirás entrar el viento por las ventanas de tu casa!

Cangrejo. Me costó un poco de trabajo convencer a mi abuelo, y ni siquiera piensa que lo lograré. Cree que estoy loco.

Paloma. Es normal, preocupaciones de familia.

Cangrejo. Me dio un poco de lástima.

Paloma. ¿Estás arrepentido acaso?

Cangrejo. No, eso nunca. Sé que cuando la termine y me crezcan alas, el viejo vendrá a vivir conmigo.

Paloma. ¡Qué contento se pondrá el abuelo!

Cangrejo. En poco tiempo la invitaré, señora paloma, a tomarse un cafecito en mi nueva casa: el nido más alto del monte.

Paloma/Madre. Mira eso, muchacho, has formado un trillito de puntos en la corteza del caguairán.

Güirito. Y así, poco a poco, fue construyendo su sueño en lo empinado del monte.

Exageradamente sale la madre con las manos en la cabeza de atrás del retablo.

Madre. Loco, loco de a viaje estás. Te vas a reventar un día de estos, muchacho, bájate de ese árbol, pon los pies en la tierra.

Güirito. (Muy enojado.) ¡¡¡Mima!!! ¡Hasta cuándo, vieja! Nunca habías hecho esto delante del público. Frente a la Dominga, la Cuca, Severino y los demás haces los cuentos que pareces un colibrí. No irás a empezar de nuevo con los inventos.

Madre. Ay no, mi niño, estoy contando tal y como viene en el libro. Eso es lo que decían los demás animalitos del monte. ¿No recuerdas el libro?

Güirito. No, mamá, eso lo estás inventando tú.

Madre. Que no, Güirito, que lo decían los pajaritos y demás animalitos.

Güirito. (Se acuerda.) ¡Claro, mima, eso lo decía la jicotea!

Madre. ¿Jicotea? Yo no me acuerdo de tal jicotea.

Güirito. Sí, mamucha, había una jicotea grande que viraba su cuellito arrugadito arrugadito y decía: «Loco, loco de a viaje estás, muchacho, pon los pies en la tierra».

Madre. No, mi niño, las jicoteas son de río. Ellos estaban más arriba, en el monte monte de verdad.

Güirito. A lo mejor allí había ríos repletos de jicoteas.

Madre. ¡Que no!

Güirito. Puede que sí.

Madre. No sé.

Güirito. Disculpe entonces.

Madre. Disculpado estás.

Entran los títeres.

Abuelo. ¿Cómo es posible que usted le halla llenado la cabeza a mi nieto de falsas creencias?

Paloma. No son falsas creencias, son aspiraciones.

Abuelo. Qué aspiraciones ni qué cordeles. El muchacho es un crustáceo y los crustáceos no vuelan.

Cangrejo. Tal vez yo sea el primero de todos que conozca las estrellas.

Abuelo. Sí, cómo no. Buena va a ser la estrellada que te darás con el suelo.

Paloma. ¿Por qué debería ser así? No confía usted en su nieto.

Abuelo. Es un pichoncito.

Paloma. Un pichoncito con deseos de crecer y conocer algo más que huecos en la tierra.

Cangrejo. Voluntad…

Abuelo. Voluntad, voluntad, esa palabrita es la que lo tiene trastornado.

Paloma. ¡El primero de su familia!

Abuelo. Usted mejor dirá: el primer chiflado de mi familia. ¡Está loco, mi nieto está loco!

Madre. Al fin, una mañana se corrió la voz por la isla y vinieron pájaros de todas las provincias a visitarlo. De Oriente llegó un lindo senserenico con su cuello amarillo como una corbata nueva.

Güirito. De Camagüey, un pájaro carpintero de pecho rojo y camisa de guinga.

Madre. De Santa Clara, un sinsonte cantador al que le decían el Jilguero del Escambray.

Güirito. De Matanzas, la más dulce de las palomas.

Madre. De La Habana, un zunzún azul que se paraba en el aire volando. Y de Pinar del Río, un ruiseñor de Viñales al que le decían la Flauta de Aragón.

Se rompe la imagen con la llegada del padre.

Padre. Y llegó Candelario de la finca Zapatero.

Madre. Aayyyyyyyyyyyyy. ¡Escóndete, Güirito!

Padre. Vieja, ¿dónde tú estás?

Madre. ¿Qué tú haces aquí, viejo? Las gallinas están solas, ¿y el caballo? No dejes el caballo mucho tiempo, que tú sabes que se pone triste y después… Ya, ve a los sembrados y busca aguacate para la comida.

Padre. ¿Qué tú haces aquí?

Madre. ¿Dónde? ¿Aquí?

Padre. Sí, aquí mismo.

Madre. ¿Yo? Ay, viejo, ¡qué ocurrente tú eres! Yo estoy aquí haciendo… nada. Nadita de nada.

Padre. ¿Dónde está Güirito?

Madre. Aaaaaay. Güirito está… está en… en casa de la Cuca, allí.

Padre. ¿Y quién está detrás de ti?

Madre. ¿Detrás de mí? Ay, viejo, ¡qué cosas dices! ¿Quién va a estar detrás de mí? La sombra.

Padre. No me mientas, mira que él es también mi hijo.

Madre. Candelario, se tiene que ir; no lo impidas, tiene que estudiar.

Güirito. Papá, disculpa, pero yo te lo iba a decir luego.

Madre. Fui yo la que se lo impidió.

Güirito. Mamucha, no sigas echándote la culpa.

Madre. Cállate, mijo.

Güirito. Papá, lo hice porque quería estudiar, porque quiero ser titiritero. ¿Me entiendes, papá? ¿Eh? ¡No me entiende!

Madre. Titiritista, titiritista, vete a ver, viejo, si le quitas esa idea de la cabeza. Este muchacho está loco. No quiero que se vaya.

Padre. Yo tampoco quiero que se vaya.

Madre. (Giro dramático.) Ay, chico, tú siempre estás en contra de todo. Él se va porque se tiene que ir, y tú no lo vas a impedir.

Padre. ¡Yo que pensaba que el pichoncito sería un buen montero!

Güirito. Y créeme, papá, que mucho me gustaría, porque desde que nací estoy viendo cómo corretean los caballos y cómo las vacas hacen danzas pastosas de lo regordetas que están. Pero ahora debo tener voluntad y hacer lo que realmente quiero.

Madre. Muchacho, no contradigas a tu padre. Te quedas.

Padre. Vieja, ¿te peinas o te haces papelillos? Estate quieta. Pareces una gallina culeca que no sabe dónde poner el huevo. Arranca, muchacho, arranca pa la finca.

Güirito. Pero, papá. ¿Regresar de nuevo después del trabajo que pasamos para coger la guarandinga?

Madre. Él tiene razón. Güirito, cállate, no le contestes a tu padre.

Padre. Usted va a ser montero, como hemos hecho siempre los de la familia. Tu abuelo Cuco Campoamor era un gran ganadero, tenía una vaquita pinta y le puso Pijirigua, y nosotros corríamos detrás de Pijirigua para ponerle un cascabel como a los gatos, eso era para saber cuándo venía. Ja ja ja ja…

Güirito. Papá, yo ahora quiero hacer otra cosa.

Padre. Usted se queda, muchacho, no me ponga farruco. ¿Dónde vas a encontrar hierba más verde y más fina que esta? ¿Dónde vas a corretear caballos? ¿Entre los edificios? (Soñador.) ¿Recuerdas al caballo Cenizo, Güirito? Ese sí que es un buen caballo.

Güirito. Usted también es un cuentero. ¿Olvida acaso los cuentos del conejo Montero, el gato Loló, el majá Veguero y el ratoncito Miguelito?

Padre. (Ríe pícaro.) También, cuando tú eras chiquitico, yo me encaramaba en el techo de la casa y con una pita bajaba poco a poco un paquete de caramelos. ¿Te acuerdas, Güirito?

Güirito. Sí, papá, y me decías: «Atención, este es un regalo del ratoncito Miguelito por haberse comido toda la comida y por lo bien que se portó con su madre».

Los tres ríen a carcajadas.

Madre. ¡En todo el batey no había nadie que se le igualara cuando de inventar historias se trataba! ¡El mejor cuenta cuentos de la finca Zapatero!

Güirito. Eso es lo que yo quiero hacer ahora, papá. Por eso espero el tren…

Madre. Muchacho, ya él dio la última palabra, no lo contradigas. Te quedas.

Padre. Déjalo en paz. (Pausa.) Ve, hijo, ve, ya tendremos tiempo para enlazar y desenlazar reses, de corretear caballos y darles de comer buena hierba pa que se pongan bonitos.

Madre. ¿Entonces lo perdonas?

Padre. Y tú también, vieja, el muchacho ya no es un niño. ¡Que vaya para que después nos llene de cuentos la casa!

Güirito. Yo sabía que el mejor montero de la finca Zapatero no me fallaría.

Madre. Este bejuco es un pan.

Padre. Bueno, vamos, ¿no contaban ustedes la historia del cangrejo?

Los dos. ¿Y cómo lo sabes?

Padre. Ah, porque hace rato los estoy mirando, yo estaba allá atrás.

Güirito. Pipo, eso no se hace.

Padre. Yo vine corriendo detrás de la guarandinga y escondido de matica en matica, y luego, sentado en la última butaca, me moría de la risa con el cuento, mucho más viendo las payasadas de tu madre.

Güirito. El cuento del cangrejo volador.

Padre. Aquí está el mejor cuentero del batey pa terminar la historia.

Madre. Por estas cosas es que lo quiero tanto.

Padre. Todos los pájaros del monte alabaron el nido del cangrejito, que era como un hermoso balcón al viento y la luz.

Paloma. Ves, hijo, que con empeño se logran las cosas.

Cangrejo. Sí. Ya tengo mi nido y aún no sé volar, no tengo alas.

Paloma. Puede que con el tiempo te salgan.

Cangrejo