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Julia James

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Beschreibung

La atracción que sentían el uno por el otro iba a cambiarles la vida… Talia Grantham, una heredera consciente de su deber, pasó una noche maravillosa con un atractivo desconocido, Luke Xenakis, sabiendo que nunca podría haber nada más entre ellos. Así que se quedó asombrada cuando se enteró de que el enigmático griego había adquirido la empresa y todos los bienes de su padre. El arrogante Luke le ofreció a Talia un empleo para salvar la casa familiar. Y ella no pudo rechazar la oferta… ni negar la química existente entre ellos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Julia James

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Oferta irresistible, n.º 2766 - marzo 2020

Título original: Irresistible Bargain with the Greek

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-050-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

EL DORMITORIO aún estaba en penumbra. Las gruesas cortinas ocultaban la luz del amanecer. Arrastrando los pies, Talia se dirigió a la puerta. Todo su cuerpo protestaba en silencio, pero se obligó a hacer lo que debía.

Marcharse.

Dejar al hombre que dormía en la ancha cama, con el musculoso torso desnudo destapado, torso que, extasiada, había acariciado.

Le parecía que la emoción era un cuchillo que la evisceraba. ¡Abandonar al hombre que la había llevado a un paraíso que no soñaba que existiera! Al hombre que le había ofrecido, durante unas escasas y dichosas horas, la esperanza de algo que no conocía: la de escapar de la prisión en que se hallaba atrapada.

De la prisión a la que ahora volvía.

Porque no podía hacer otra cosa.

Al bajar el picaporte sin hacer ruido notó que el móvil le sonaba en el bolso, llamándola para que volviera a la prisión en la que tenía que vivir.

Volvió a sentir la cuchillada, que se burlaba de la noche maravillosa que acababa de pasar en los brazos de aquel hombre. La había mirado y ella supo instantáneamente que haría lo que no había hecho en su vida: entregarse a él sin vacilar.

Había dejado que se la llevara de la fiesta al tiempo que se deleitaba en el deseo sensual que la consumía y que era la primera vez que experimentaba. Sin duda se trataba de algo más que pasión física.

Había habido una conexión entre ambos tan tangible como sus cuerpos entrelazados; algo que los había atraído mutuamente. Una facilidad a la hora de hablar y comunicarse que la había hecho reír; una calidez y cercanía que había sido algo más que la unión de sus cuerpos.

El dolor casi la hizo gritar al abrir la puerta, incapaz de apartar la vista del hombre al que no volvería a ver.

La angustia la ahogaba. Nunca haría aquello de lo que habían hablado durante la noche.

«Ven conmigo», había dicho él con los ojos brillantes. «Esta noche solo es el comienzo de lo que nos espera estando juntos. Ven conmigo al Caribe. Hay mil islas que descubrir. Y cada una será para nosotros. Ven conmigo».

Su voz le resonó cálida y vibrante en el cerebro.

Se llevó la mano a la boca para ahogar un gemido. Le era imposible irse con él.

Le resultaba imposible hacer cualquier otra cosa que no fuera lo que estaba haciendo.

Abandonarlo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La noche anterior

 

Luke Xenakis observó el almacén victoriano reconvertido en pisos de lujo en los Docklands de Londres. Venía de la City, después de la reunión definitiva con su agente de bolsa, una reunión que le había costado conseguir más de diez años terribles.

Y ahora, por fin, había logrado lo que se había propuesto. Por fin tenía agarrado a su enemigo por el cuello.

Ojo por ojo.

Sus antepasados no hubieran dudado en llevar a la práctica esa amarga verdad. Luke hizo una mueca al entrar en el edificio. Sin embargo, en aquellos tiempos más civilizados tenía que haber otras formas de administrar una justicia salvaje a quien se lo merecía. Y esa noche se haría justicia.

En el plazo de veinticuatro horas, su enemigo quedaría eliminado desde el punto de vista financiero, económicamente arruinado.

La mueca se transformó en una sonrisa salvaje.

Subió por la escalera de hierro hasta el ático, desde donde le llegaba el sonido de una música a alto volumen, lo que le hizo olvidar cualquier otro pensamiento.

Era lo que deseaba en aquel momento.

El comienzo de una nueva vida.

 

 

Talia se detuvo en el descansillo del ático, súbitamente vacilante. ¿Debía entrar a la fiesta que se celebraba en su interior?

«Lo necesito», se dijo.

Esa noche, por espacio de unas horas, se perdería. Se olvidaría de las dificultades de su vida, de la presión que aumentaba progresivamente.

Suspiró. Los nervios de su pobre madre estaban peor que nunca y el malhumor de su padre había aumentado durante los meses anteriores. No sabía el motivo ni quería saberlo. Empleaba toda su energía en intentar calmar a su madre y aplacar a su tiránico padre, para que no lo pagara con su madre.

Era estresante y agotador, pero no tenía otro remedio.

«Así que tengo que seguir siendo Nastasha Grantham, hija ornamental del magnate Gerald Grantham, de la inmobiliaria Grantham Land. Debo formar parte de la imagen que él proyecta, junto con su elegante esposa, su enorme mansión al lado del Támesis, y su aún más enorme villa en Marbella. Y los pisos de lujo por todo el mundo, la flota de coches de lujo, el yate y el jet privado. Todo ello para que los demás le envidien el éxito y la riqueza».

Era lo único que le importaba a su padre: el éxito y la imagen, no su esposa ni su hija, desde luego.

Lo más penoso, pensó Talia, era que, aunque ella era dolorosamente consciente de la verdad, su madre seguía creyendo que su padre sentía devoción por ellas. Siempre hallaba excusas para su comportamiento, como la presión laboral o las exigencias de su trabajo, y afirmaba que todo lo hacía por ellas. Sin embargo, Talia sabía que su padre solo sentía devoción por sí mismo.

Su madre y ella eran meras posesiones para mejorar su imagen. Esperaba que Maxine, su esposa, fuera una brillante anfitriona, y ella, una abnegada hija que trabajaba para él como diseñadora de interiores, se encargaba de la decoración de las propiedades que compraba y tenía que estar disponible para los innumerables acontecimientos sociales a los que le exigía que acudiera. A cambio, podía vivir en uno de sus muchos pisos de Londres, sin pagar alquiler, y recibía una paga para ropa.

El mundo la consideraba una princesa mimada, la niña de papá, cuando la realidad era brutalmente distinta. Era un peón en el despiadado juego de poder de su padre, que controlaba con mano de hierro todos los aspectos de su vida.

Alejarse el tiempo que fuera de sus exigencias era para ella muy valioso. Como esa noche. Había aceptado una invitación para acudir a la fiesta de alguien al que conocía del mundo del diseño. No era lo que solía hacer. En las escasas noches que tenía libres, se quedaba en casa o iba a un concierto o al teatro, sola o con una amiga.

Nunca con un hombre.

No salía con hombres. Solo una vez, con algo más de veinte años, había tenido una relación con un chico, pero su padre había utilizado su influencia para arruinar la carrera del joven, y luego se lo había contado. A ella le había servido de lección.

Ahora, a los veintiséis años, le resultaba difícil aceptar que no podría tener una relación con quien quisiera.

A su alrededor, los asistentes a la fiesta hablaban, bailaban y flirteaban.

«¿Cuánto más podré soportar esta vida?», se preguntó.

Nunca le había parecido más insoportable la jaula dorada en que vivía. Nunca se había sentido más desesperada por huir.

Y esa noche se escaparía. Se sumergiría en la fiesta y el baile. Su madre estaba en la mansión del Támesis y su padre en el extranjero, probablemente con una de sus amantes.

¡Cuanto más tiempo estuviera fuera, mejor!

Avanzó, entre la multitud, hacia el bar que había visto al otro lado de la habitación. Mientras lo hacía, notó que los hombres la miraban. Era una sensación familiar. Sabía que el cabello y los ojos castaños, los finos rasgos y la piel inmaculada formaban parte de la imagen que su padre quería que presentara al mundo, ya que tener una hermosa hija de la que presumir lo beneficiaba.

Normalmente se vestía como él quería. Pero esa noche estaba desafiando las reglas. Sacudió la cabeza y sintió el cabello suelto, cuando lo habitual era que lo llevara recogido, en la espalda desnuda. También se había maquillado más de lo normal.

El vestido sin tirantes y de color borgoña que llevaba, más corto y ajustado de lo habitual, lo había comprado esa tarde de forma impulsiva en una tienda de diseño de segunda mano, de la que era cliente habitual porque le permitía ahorrar parte de la paga que recibía. Había abierto una cuenta a su nombre, que su padre no controlaba, por si algún día llegaba a ser libre.

Al llegar al bar apoyó las muñecas, llenas de pulseras, en la barra. Quería tomar algo, no para emborracharse, sino para demostrarse a sí misma que esa noche iba a hacer lo que quisiera.

Dejarse llevar, aunque solo fuera por una vez.

–Un vino blanco, por favor –dijo sonriendo al camarero.

–Y una ginebra para mí.

La voz a sus espaldas era profunda y con un leve acento extranjero. Ella miró hacia atrás y se quedó paralizada.

El hombre era muy alto. Talia abrió mucho los ojos al contemplarlo, una respuesta instintiva y visceral ante lo que veía:

Cabello negro, ojos negros, mandíbula firme, nariz recta, boca esculpida, hombros anchos, pecho amplio, caderas estrechas y piernas muy, muy largas.

La mirada del hombre se desvió del barman hacia ella, que experimentó una reacción aún más visceral. Se dio cuenta inmediatamente, por la mirada de él, de que le gustaba lo que veía y que no trataba de ocultarlo. Un intenso temblor la recorrió.

Era como si él supiera que aceptaría de buen grado que le gustara su aspecto, como si supiera que lo iba a corresponder. Como si no tuviera ni idea de que era hija de Gerald Grantham, que no era libre de seguir sus impulsos, fueran cuales fueran. Fuese lo que fuese lo que aquel hombre la incitara a hacer.

Ante su mirada de aprobación fue consciente de sus senos, la curva de sus caderas, la garganta expuesta a su vista y el cabello cayéndole por la espalda desnuda.

Contuvo la respiración, sorprendida por su reacción incontrolable. Sabía que se le habían dilatado las pupilas y que no había nada que pudiera hacer para disimular su reacción.

«¿Qué me pasa?».

Aquello no se parecía a nada que hubiera experimentado, ni siquiera con el amante que había tenido.

Él extendió la mano para agarrar el vaso que el barman le había dejado en la barra y se lo llevó lentamente a la boca.

–Por una noche repentinamente más interesante –dijo inclinando el vaso hacia ella y mirándola con ojos brillantes.

Durante unos segundos, a Talia le resultó imposible apartar la mirada de sus ojos.

«¿Qué me ha hecho para que reaccione así?».

Hizo un esfuerzo para recomponer su expresión y, sin responderle, lo que hubiera sido imposible porque estaba sin aliento, agarró la copa de vino, que también estaba en la barra.

Dio un trago más grande de lo que pretendía, pero lo necesitaba.

Se dio cuenta de que el hombre le tendía la mano que tenía libre. Llevaba pantalones oscuros y una camisa blanca con el cuello abierto y los puños doblados, que dejaban al descubierto unas muñecas bronceadas, en una de las cuales lucía un reloj de una lujosa marca. Ni siquiera aquellos que frecuentaban fiestas como esa podían permitirse fácilmente esa clase de reloj.

Sus negros ojos seguían fijos en ella. El brillo había desaparecido y ahora le dirigían una mirada especulativa.

–Luke –dijo él, con la mano aún tendida hacia ella.

Como si su mano tuviera vida propia, Talia tomó la de él y sintió la frialdad y la fuerza de sus dedos.

–Talia –contestó sonriendo.

Utilizó el nombre que había adoptado como propio. Su padre la llamaba Natasha, en vez de Natalia, que era su nombre y como la llamaba su madre. Pero «Talia» no era ni la hija prisionera de su padre ni la guardiana protectora de su madre. «Talia» era ella.

–Talia…

En boca de él le pareció más exótico y sensual. Su voz tenía un leve acento, un timbre que la hacía vibrar en un plano subliminal.

Él dio un trago de ginebra antes de dejar el vaso en la barra y apoyar el antebrazo en ella. Parecía relajado.

Pero no lo estaba, pensó ella. Era una pantera que intentaba no asustar a su presa antes de estar lista para abalanzarse sobre ella.

–Háblame de ti, Talia.

Lo dijo con despreocupación, como una forma de continuar la conversación, una conversación basada no en quiénes eran, sino en la corriente que se había establecido entre ambos.

Ella dio otro sorbo de vino. ¿Debía prolongar aquello, teniendo en cuenta el poderoso impacto físico que aquel hombre le había producido?

–Soy interiorista –se oyó a sí misma decir.

Lo hizo con voz firme, de lo que se alegró, porque no se correspondía en absoluto con lo que sentía. Dio otro sorbo de vino. Vio que él enarcaba una ceja mirando a su austero alrededor.

–¿Este sitio, por ejemplo?

–No, no es mi estilo.

Aunque aquel austero estilo modernista no era el suyo, nunca había manifestado cuál era este. Su padre le dictaba exactamente lo que quería: interiores ostentosos que parecieran costar mucho dinero. Y debía conseguirlos con un presupuesto mínimo para que su padre obtuviera el máximo beneficio al venderlos.

Detestaba todo lo que diseñaba para su padre.

«¡No!».

No iba a pensar en él en aquel momento ni en nada relacionado con la prisión en que vivía. No iba a hacerlo cuando aquel hombre extraordinario le prestaba toda su atención, haciendo que se le acelerara el pulso.

–¿Y tú? –preguntó mientras asimilaba los rasgos de su rostro, la forma en que el color de sus ojos coincidía con el de su cabello… asimilando todo de él.

–Me dedico a invertir.

–Se te debe dar bien –respondió ella mientras dirigía la vista al caro reloj de su muñeca.

Él se percató de su mirada.

–Es un regalo que me he hecho hoy –afirmó en tono seco.

–¡Muy bonito! –murmuró Talia, en tono aún más seco–. ¿Es tu cumpleaños?

–Mejor aún –contestó él, antes de dar otro sorbo de ginebra–. Acabo de lograr algo a lo que he dedicado más de diez años. Va a ser un momento dulce.

Su voz tenía un tono inquietante.

Era un hombre al que no había que contrariar.

–Pareces muy emprendedor.

–¿Emprendedor? Ah, sí… –durante uno segundos, pareció estar muy lejos. Después, bruscamente, volvió a centrar la atención en ella–. ¿Por qué estás aquí esta noche, Talia?

Ella se encogió de hombros.

–¿Por qué va uno a una fiesta?

–¿Quieres que te conteste? –la desafió él.

La respuesta no pronunciada era que mucha gente iba a fiestas a ver y a ser vista. Y a ligar.

Ella negó levemente con la cabeza y dio otro trago de la copa. A continuación, como si el vino la hubiera envalentonado, volvió a mirarlo.

–¿Has venido por eso?

–Tal vez –murmuró él sin apartar la mirada de ella.

Talia notó que se sofocaba. Sintió un calor al que no estaba acostumbrada, un calor que podía quemarla.

«Esto va demasiado deprisa. Debería marcharme, hablar con otra gente…».

Pero él seguía hablando. Acabó la bebida y dejó el vaso en la barra. Examinó a Talia de arriba abajo y toda precaución se evaporó en ella. Experimentó una mareante sensación de libertad, de lo que esta podía ofrecerle. No sabía lo que tenía aquel hombre, pero en su vida había experimentado un impacto igual al que le producía.

Y no podía ni quería resistirse.

–Pero de una cosa estoy seguro –oyó que decía él–. Y es de que esta noche hay que beber champán.

Se volvió hacia el barman, que inmediatamente les puso delante dos copas. Talia tomó una.

–¿Vamos a brindar por tu «momento dulce»? –preguntó al tiempo que la levantaba y sonreía.

Él alzó la suya.

–Por algo más –dijo él.

El mensaje era inequívoco e indicaba a Talia qué sería ese «algo más».

Y con los ojos le dio la respuesta.

 

 

Luke estaba tumbado, con un brazo detrás de la cabeza, y el otro alrededor de la cintura de Talia, cuyo largo cabello le cubría el pecho. Sentía su cálido aliento en el hombro, mientras dormía. ¡Por Dios!, ¿había habido otra noche en su vida como aquella?

Era una pregunta sin sentido. ¡No había estado con ninguna mujer como esa!

«Lo supe desde el primer momento».

Desde el momento en que la había visto en el bar, con el cabello cayéndole por la espalda desnuda y su cuerpo espectacular envuelto en aquel ajustado vestido rojo oscuro. Y su rostro… Su belleza era tan asombrosa que lo había dejado sin aliento.

Lo había invadido un deseo instantáneo, la inequívoca reacción primitiva de un hombre ante una mujer que lo atraía intensamente.

«Talia».

La había conocido solo unas horas antes, pero le había revolucionado la vida.

La había deseado desde el primer momento sabiendo que ella, de entre todas las mujeres del mundo, era la que marcaría el nuevo comienzo de su vida.

«Mi antigua vida se ha acabado. He logrado lo que tenía que hacer, la tarea que se me encomendó el día en que mi padre murió de pena por lo que le habían arrebatado y el día en que mi madre murió con el corazón destrozado».

Sus pensamientos se oscurecieron y retrocedieron hasta le momento en que había jurado que vengaría a sus padres, a los que habían despojado, mediante engaños, de todo lo que tenían.

El estrés producido por ello había matado a su padre, y el hombre que lo había hecho se había reído de Luke cuando, con apenas veinte años, había irrumpido, lleno de ira, en su despacho, y el hombre había encendido un puro y llamado a sus guardaespaldas para que le dieran una paliza, al hijo de su víctima, y lo echaran a la calle.

«Y ahora lo he destruido. Le he arrebatado todo, igual que él hizo con mis padres. Por fin pueden descansar en paz».

Y también él podía descansar del interminable esfuerzo de ganar más y más dinero, para forjar el arma que acabaría con su enemigo.

Ahora tenía toda la vida por delante.

Se había preguntado qué haría con ella, pero, de repente, su expresión se dulcificó.

Durante los largos años en que había amasado su fortuna, solo había tenido aventuras ocasionales con mujeres que solo querían eso; aventuras que eran un breve respiro con respecto al oscuro propósito de su vida.

«No era libre de hacer otra cosa».

Pero ahora había alcanzado su objetivo, por lo que no había nada que le impidiera buscar a una mujer que le cambiara la vida y que lo acompañara en el viaje hacia el brillante futuro que le esperaba.

¡Y la había encontrado!

El instinto le decía que era ella.

La atrajo hacia sí y le rozó la mejilla con la boca. Ella se removió en sus brazos. Él notó que renacía el deseo que ambos habían satisfecho con urgencia al marcharse de la fiesta e ir a su hotel.

Habían cenado en la suite y bebido más champán. No sabía de qué habían hablado, pero no de ellos mismos. Lo habían hecho con facilidad y familiaridad, como si hiciera mucho que se conocieran.

Y él la había encontrado precisamente en la noche en que había vengado a sus padres destruyendo a su enemigo. Quería que aquella noche fuera especial, ya que marcaría el comienzo de su nueva vida.

Y la pasaría con aquella mujer, solo con ella.

Volvió a besarla en la mejilla, lleno de emoción. Ella volvió a removerse y él deslizó la boca desde su mejilla hasta sus labios entreabiertos. Notó que se despertaba y que, al acariciar la dulce elevación de su seno, el pezón se endurecía bajo la palma de su mano. Lo que hizo que aumentara su excitación.

Quería volver a poseerla y que lo poseyera.

La besó con mayor profundidad y ella le respondió mientras abría los ojos, llenos de un deseo que él se alegraba de compartir y saciar. Su cuerpo se situó sobre el de ella al tiempo que murmuraba su nombre y la acariciaba. Le separó los muslos, mientras ella lo abrazaba susurrando su nombre y ahogándose en sus besos.

La segunda vez fue tan maravillosa como la primera. Ambos alcanzaron el clímax con una intensidad que fusionó sus cuerpos de forma absoluta. Después, con el corazón todavía latiéndoles a toda velocidad, él abrazó su tembloroso cuerpo.

Le apartó el cabello de la cara y le sonrió. Y habló con voz seria.

–Sabes que esto no puede ser cosa de una sola noche, ¿verdad?

Ella lo miró a los ojos.

–¿Cómo podría ser otra cosa?

–¿No ves lo especial que es? Esta noche es solo el comienzo de lo que tendremos juntos –la besó en la boca–. Ven conmigo hoy, inmediatamente, esta misma mañana.

Durante unos segundos, los ojos de ella lo miraron atormentados, pero la expresión desapareció inmediatamente, como si la hubiera borrado de forma consciente.

–¿Adónde? –preguntó ella, llena de una emoción indescriptible.

–Donde queramos. Di un sitio al que quieras ir. Cualquier sitio.

Ella se echó a reír.

–¡Al Caribe! Nunca he estado allí.

–¡Hecho! –él también rio–. Ahora, lo único que debes hacer es elegir la isla –volvió a tumbarse de espaldas echándole un brazo por debajo de los hombros y colocándole el otro en el costado–. Hay miles para elegir. Podemos explorarlas todas.

Oyó que ella volvía a reírse y le acarició la mejilla.

–Ven conmigo –su voz era seria e intensa–. Ven conmigo.

La miró a los ojos, que volvían a denotar preocupación.