Orilla intranquila - Víctor Blázquez García - E-Book

Orilla intranquila E-Book

Víctor Blázquez García

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Beschreibung

Cuando las naves aparecieron en el cielo y se situaron sobre nuestras ciudades, nadie sabía lo que iba a ocurrir. La invasión fue implacable: querían conquistar el planeta y no les importaba destruir y matar todo lo que se interpusiera en su camino. Aquellos que sobrevivieron al primer ataque tuvieron que huir y abandonar todo cuanto amaban y conocían. La guerra parecía perdida, pero algunos plantaron cara y decidieron luchar para no ser exterminados. Y entre ellos se erigió un héroe. Sin embargo, cuando alguien se convierte en leyenda, la verdad de su historia su enturbia. «Orilla intranquila» es una novela de acción sobre el heroísmo y el inicio de una leyenda y, lo que es más importante, sobre la verdad y las mentiras que la conforman.

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Seitenzahl: 303

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Víctor Blázquez García

Orilla intranquila

 

Saga

Orilla intranquila

 

Copyright © 2013, 2021 Víctor Blázquez and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726858310

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A Pedro e Isabel, por tirar de este carro Y hacer que todo esto sea posible.

Y, siempre, a mi mujer y mis dos hijos

La esencia del héroe

Prólogo por Ángel Luis Sucasas

«Podía empezar narrándote un cuento y acabar hablando de la majestuosa construcción de un monumento en la otra parte del mundo. Pero yo no soy el protagonista, apenas soy una rata de laboratorio y nadie quiere ser una rata de laboratorio. Los jóvenes sueñan con ser guerreros y levantarse en contra del invasor y defender a los suyos, como hizo él. Por eso Xander se llevó el mérito y se convirtió en el héroe del que hablan las canciones y todos los demás fuimos relegados al olvido por el resto de la gente».

¿Qué hace de un héroe un héroe? ¿Qué lo diferencia de todos aquellos con los que compartió desdichas en un momento de la historia? ¿Cómo se inició su leyenda; y por qué? Y lo más importante ¿Cuánto hay en ella de verdad?

Sobre todas estas cosas versa la novela que tienes entre las manos: Orilla intranquila, una visión nada habitual sobre la heroicidad en tiempos de guerra que Víctor Blázquez (El cuarto jinete) se ha atrevido a narrar.

Leer Orilla intranquila es cuestionarse, una y otra vez, sobre la esencia del héroe, sobre los mitos que narramos de aquellos entre nosotros que destacan y nos hacen soñar con ser como ellos.

En tiempos de paz, esas estrellas son mucho más efímeras. Apenas un parpadeo y ya las hemos olvidado. En tiempos de guerra, sin embargo, sus historias permanecen con nosotros para siempre, porque en tiempos de guerra sufrimos, sangramos, perdemos a quienes más hemos amado y sentimos, en nuestras propias carnes, todos los tormentos de los desdichados.

Orilla intranquila explora todos y cada uno de estos tormentos con crudeza mientras nos narra, en boca de un testigo, como uno entre los millones que sufren se convertirá en leyenda: Xander, el símbolo de la resistencia; el padre de la Orilla Intranquila.

Pero, en contra de lo que se estila en la narración convencional esa legada de la figura de Jesucristo que Hollywood ha desacralizado y manoseado en sus narraciones de «elegidos para la gloria», en consonancia con el (falso) sueño americano—, Víctor Blázquez decide retratar al héroe de forma realista, cruda, sincera. El héroe no es: «uno entre nosotros». Es: «uno de nosotros».

Y eso se traduce en una verdad muy difícil de tragar: no es el héroe el que existe sino nosotros quienes lo creamos, quienes pintamos su ficción cada día, exagerando sus logros y minimizando sus defectos, olvidando a todos aquellos que ayudaron a convertirlo en mito cuando aún no era nada.

«Que no te extrañe, Xander sólo era un joven asustado que no tenía en su interior ni la capacidad de mando ni el interés por él que acabaría demostrando. Muchas veces, cuando la gente habla sobre Xander y lo ensalzan como Gran Héroe y Salvador, lo describen como si hubiera sido así desde su nacimiento, como si desde que fuera un embrión en el útero de su madre ya mostrara unas capacidades innatas para la guerra. Si uno hiciera caso a las historias podría llegar a creer que la guerra duró veinte años y Xander combatió en ella desde que era un niño y apenas levantaba un palmo del suelo, arrancando vidas de alienígenas con sus propias manos y liderando batallones y ejércitos siendo apenas un adolescente. Pero nada más lejos de la verdad, que no te engañen con cuentos».

Que no te engañen con cuentos. Porque Xander, como todos los verdaderos héroes, fue como tú. Sintió miedo, fue cobarde, se equivocó una y mil veces, juzgó mal en muchas ocasiones y rechazó la opinión, por orgullo, de otros que habían juzgado bien.

¿Entonces, despojado de toda pantomima legendaria, qué nos queda? ¿Es el héroe digno de ser llamado tal por unas acciones concretas en el momento ideal que ya tiñen de gloria todo lo que hará después y ensombrecen para siempre en la ignorancia todo lo que no supo o debió hacer? ¿O más bien habría que decir que no hay héroes, solo personas, con todas sus miserias y glorias, y que nadie merece ser destacado sobre nadie?

Y sin embargo la palabra héroe existe y todos hemos visto, aun aquel en la más pacífica y aburrida de las existencias, a alguien que la ha merecido. Tal vez descubrir que el héroe es «uno de nosotros», que se equivocó y fue débil, que no siempre actuó valientemente no lo haga menos digno de respeto, sino más.

Y tal vez, tras llegar al FIN de esta historia, tú, lector, que habrás vivido el fragor de la batalla desde la Orilla Intranquila, dique de la resistencia contra el invasor homicida, hayas encontrado tu respuesta y descubras cuál es la esencia del héroe.

XXX

Ni siquiera soy capaz de imaginar lo que Xander sentía en aquellos momentos, con la capucha negra rodeando su cabeza y sumido en la más absoluta oscuridad ante el mundo que le rodeaba, ciego pero no sordo, oyéndoles moverse a su alrededor, parloteando en un extraño idioma que en los oídos de Xander sonaba como el barboteo de insectos en época de apareamiento.

La tensión que debió sentir, los nervios a flor de piel pensando que en cualquier momento una de aquellas cosas podría volver un arma hacia él y acribillarle, como habían hecho con tantos de nosotros. Los alienígenas eran crueles, y lo habían demostrado en muchas ocasiones a lo largo de la guerra. No les importábamos, no se preocupaban por nosotros. Habían venido a aplastarnos, a arrebatarnos el planeta. Eso es lo único que les importaba.

Xander se movía arrastrado por las pesadas cadenas que rodeaban sus muñecas y tobillos, sin saber dónde estaba, sin saber a dónde le llevaban, sabiendo que su vida estaba en el filo de la navaja, tropezándose en todo momento y casi cayendo, pero volviéndose a poner de pie. Ellos no concedían valor a la debilidad y caerse bien podía significar recibir un tiro en la nuca. Por eso Xander se incorporaba lo más deprisa posible cada vez que trastabillaba y amenazaba con irse al suelo. Se mantuvo firme siempre que pudo, no cedió ante los golpes y los empujones, pero tampoco protestó ni se mostró conflictivo. Tenía un plan, y supongo que eso le daba fuerzas.

Cada vez que le gritaban y le golpeaban, siempre sin cuidado alguno, despectivos y ruines, él pensaba en Elia. Cada vez que creía flaquear, pensaba en Elia. Cada vez que el miedo encontraba una manera de introducirse en su cuerpo, Xander pensaba en Elia. Es parte de la leyenda, del mito. Alrededor de las hogueras, todos hemos oído y contado alguna vez la leyenda de Xander y su Orilla Intranquila. Ha pasado tantas veces de boca en boca que algunos datos se han tergiversado, otros se han engrandecido y los hay que incluso han sido inventados. Depende del lugar en el que oigas la historia, algunos hablarán del valor, otros discutirán si Xander estuvo en tal o cual batalla, los hay que llegarán a jurar que su fantasma sigue vagando por los campos yermos, ayudando a los débiles y a los desfavorecidos, protegiéndolos. Sea como sea, todos te contarán que Xander hablaba del pasado con una entonación particular, que cuando mencionaba a Elia podías llegar a pensar que la conocías, que incluso la amabas tanto como él lo hacía. Todos han oído hablar de cómo Xander y Elia se conocieron frente al gran árbol de hojas rojizas que presidía lo alto de una colina. A las tropas les gustaba escuchar a Xander, no solo porque hablaba como un líder sino porque su forma de recordar cómo era el mundo antes de Su llegada, antes de la guerra, siempre hacía aflorar los recuerdos y les devolvía el valor. Vi a muchos de los nuestros derramar lágrimas durante alguna de las charlas de Xander a la luz de una de las fogatas que calentaban las frías cuevas donde nos ocultábamos; yo mismo llegué a llorar como un crío hambriento una noche, mientras Xander nos contaba las cosas que recordaba y echaba de menos.

Porque el mundo no siempre estuvo cubierto de ruinas y campos quemados. Eso es todo lo que las nuevas generaciones conocen pero nuestro mundo era próspero y hermoso antes de la invasión. Detrás de mi hogar se extendía un enorme campo de flores rojas hasta donde alcanzaba la vista. Era un lugar hermoso, y cuando el viento soplaba y mecía las flores casi parecía que el campo estaba sangrando. La última vez que estuve allí lo único que encontré fue devastación, cráteres humeantes, cuerpos destrozados y muertos por los bombardeos.

Cuando la primera nave alienígena surcó el cielo y se detuvo sobre una de nuestras ciudades, Xander y Elia estaban celebrando su unión, todo el mundo sabe eso, y seguramente tú también lo hayas escuchado en más de una, y de dos y de tres ocasiones. Estaban riendo, felices y alegres, rodeados de sus seres queridos, amigos y familiares que se habían reunido para celebrar la unión, y en un momento dado Rio, uno de los mejores amigos de Xander y Elia, llegó a la carrera, señalando el cielo y gritando por la impresión, y provocando que la importancia del día cambiara de lugar. Xander y Elia dejaron de ser el centro de atención y pasaron a convertirse en unos espectadores más de uno de los momentos más impactantes que nuestra sociedad haya vivido jamás.

Aquel día yo estaba trabajando. No conocía a Xander y aún estaba lejos de conocerle. Dedicaba toda mi concentración a examinar con detalle una nueva especie de gusano de agua descubierta en el fondo del océano una semana atrás. Había discusiones al respecto sobre quién iba a atribuirse el descubrimiento. El capitán de la barcaza decía que lo habían encontrado bajo su mando y por tanto tenía derecho sobre la propiedad de lo que hubieran hallado sus tripulantes. Quería que la nueva especie fuera conocida como Lionao Marino en honor a su hija, llamada Liona. Por otro lado, el verdadero descubridor, un tipo de mirada sibilina y gestos rudos llamado Teon, reclamaba los honores que le correspondían. Había sido él quien se había sumergido y había sido él quien había encontrado uno de aquellos gusanos en el fondo y había decidido llevarse uno como recuerdo en el recipiente que debería haber utilizado para recoger muestras de musgo submarino.

De haber seguido su curso el mundo, aquel gusano habría acabado llamándose, con toda probabilidad, Lionao Marino, por motivos puramente burocráticos y de poder. El capitán de la barcaza tenía amigos influyentes que…

…Lo sé, todo esto no te interesa, estás aquí para que te hable de Xander. Tiendo a irme por las ramas cuando hablo, es un defecto que me viene de familia, tendrías que haber oído a mi padre contando historias. Podía empezar narrándote un cuento y acabar hablando de la majestuosa construcción de un monumento en la otra parte del mundo. Pero yo no soy el protagonista, apenas soy una rata de laboratorio y nadie quiere ser una rata de laboratorio. Los jóvenes sueñan con ser guerreros y levantarse en contra del invasor y defender a los suyos, como hizo él. Por eso Xander se llevó el mérito y se convirtió en el héroe del que hablan las canciones y todos los demás fuimos relegados al olvido por el resto de la gente.

Tuve la desgracia de vivir en primera persona la invasión y la sangrienta y violenta lucha que vino después; también tuve la suerte de conocerle y de ver muchas de aquellas cosas por mí mismo. Nunca negaré el valor que tuvo su presencia, ni sus hazañas, pero hay muchos agujeros en la historia oficial respecto a él y respecto a muchos otros que lucharon a su lado y cuyos nombres han sido olvidados. Esto es así y así ha sido siempre, claro. Muchos combatieron en la gran guerra pero no tenían su carisma. Nadie habla sobre Fonte y sus valientes, de la violencia con la que los nuestros cayeron sobre los invasores y les repelieron; tampoco habla nadie ya de Niome y la sangrienta lucha que tuvo lugar en el estrecho montañoso; y por supuesto, nadie habla de las ratas de laboratorio aunque también hiciéramos nuestra parte. Las guerras no se luchan en solitario, eso es lo que quiero dejar claro.

Pero si es de Xander de quien quieres oír hablar, será de Xander de quien te hable. Aunque lo haré a mi manera, es mejor que eso quede claro ahora, al principio, para no lamentar luego inconvenientes. Para tu reportaje, cualquiera podría contarte la historia de las canciones y los cuentos que las madres susurran a sus hijos para infundirles valor en las noches oscuras y ahuyentar sus miedos. Estoy seguro, de hecho, que ya conoces esas historias.

Fue el propio Rio quien me contó que Elia estaba preciosa aquel día, que sus ojos refulgían como joyas y que su felicidad podía palparse y contagiarse; que cualquiera que se acercaba a ella terminaba sonriendo y rebosante de alegría aunque no supiera por qué. También me dijo que Xander parecía incapaz de dejar de mirarla. Todo el mundo se acercaba a él para darle la enhorabuena, y él tenía un momento para dedicarle a cualquiera, amable y educado, pero sus ojos se desviaban y la buscaban anhelantes a cada rato y cuando la encontraban, sonriendo y saludando a su vez a los que se acercaban a ella para felicitarla, la expresión de Xander se ablandaba, suspiraba de amor y bebía los vientos por ella. Rio era un buen chico, vivaracho, muy inteligente y siempre dispuesto a ayudar, probablemente uno de los amigos más fieles de Xander, siempre a su lado y dispuesto a obedecer sus órdenes.

Cuando la primera nave apareció surcando el cielo, Rio estaba fuera del recinto hablando con unos amigos. Lo primero que oyeron todos fue un zumbido que provenía del norte y se intensificaba por momentos. Ninguno de ellos lo entendía, y no podían ver qué lo producía porque los edificios les tapaban la vista. Después cruzó por encima de sus cabezas, enorme y metálica, de ese color gris plateado que todos recordamos, levantando lo que parecía un huracán por debajo. Las ropas de Rio y sus amigos se agitaron y sacudieron como látigos y la tierra se levantó a su alrededor lanzando polvo y arena en todas las direcciones. Todos siguieron con la mirada la enorme nave, con las bocas abiertas por la impresión. Luego Rio se giró y corrió al interior del edificio para llamar la atención del resto, gritando y tratando de explicar lo que había visto. Xander salió con todos los demás, todo el mundo se agolpaba junto a las puertas del edificio, las miradas vueltas hacia el enorme aparato, que parecía haberse detenido en medio de la ciudad, elevado a unos ciento cincuenta metros del suelo. En algún momento, Xander buscó a Elia y sus manos se entrelazaron, en sus corazones la misma sensación de miedo y curiosidad que nos embargaba a todos en aquel momento.

Como ya te he comentado, yo estaba en el laboratorio tomando notas sobre las características de aquel gusano marítimo de apenas la longitud de un dedo y aspecto terroso. Era una criatura fascinante y estaba completamente entregado a su estudio. Cuando rememoro aquel momento siempre digo que oí el zumbido producido por la nave al pasar por encima de nuestro edificio, aunque la verdad es que creo que estaba tan entusiasmado con el gusano que ni siquiera me enteré hasta que Fox entró gritando en la sala. Fox era mi joven ayudante, aunque por su aspecto parecía un anciano debido a una curiosa enfermedad de la piel que le creaba arrugas y le daba un aspecto casi amarillento, pero era despierto y trabajador. Al principio no fui capaz de entender nada de lo que decía, así de nervioso estaba. Daba saltitos y señalaba hacia arriba y yo seguí con la mirada la dirección de su brazo pero sólo encontré el techo, así que le miré y le pedí que se calmara y me explicara qué demonios pasaba que fuera tan importante para entrar así en el laboratorio y casi producirme un paro cardíaco.

—¡Una nave!—gritó, abriendo mucho los ojos.

Recuerdo que pensé que estaba delirando, que aquella expresión enloquecida tenía que significar que había perdido la cabeza, pero cuando me agarró del brazo y me guio al exterior, me dejé llevar. Al principio, la luz del sol me hizo entrecerrar los ojos y parpadear, incapaz de distinguir aquello que Fox quería que viera y que no dejaba de señalar mientras exclamaba una y otra vez ¡Una nave! Después logré abrir los ojos y la vi. Desde donde estábamos nosotros teníamos una vista privilegiada de la plaza donde ellos descendieron por primera vez. Cuando me asomé al balcón, la nave estaba suspendida en el aire, inmóvil, tan majestuosa como enorme en aquel estado de latente espera, como ahorrando energía. Casi parecía que hubiera estado allí desde siempre. La gente empezaba a acercarse por las calles, si uno miraba hacia abajo podía ver numerosas cabezas vueltas al cielo, las bocas abiertas por el asombro. Yo mismo tuve aquella expresión idiota en mi cara durante un buen rato. ¿Y quién no?

Todo el mundo confluía en la plaza y en las calles aledañas, tal era la fascinación y la curiosidad que sentíamos. Abandonamos el laboratorio y nos introdujimos en medio de la muchedumbre, deseosos de estar presentes cuando ocurriera lo que tuviera que ocurrir. La expectación se transmitía de unos a otros casi como una corriente eléctrica, en murmullos y conversaciones, mientras todos manteníamos la mirada fija en la nave.

—¿Y si se cae?—me preguntó Fox en un momento dado.

Estábamos debajo de aquella enormidad. Si la tecnología, que casi parecía magia, que la hacía permanecer allí arriba dejaba de funcionar de repente y el artefacto caía, iba a aplastar a la multitud sin remedio, nosotros entre ellos. Sin embargo, no respondí porque nuestro ejército estaba llegando a la plaza y tratando de controlar la situación, aunque parecía que estaban igual de perdidos y sentían el mismo asombro que nosotros ante lo que estaba sobre nuestras cabezas. También vimos aparecer a algunos representantes del gobierno, que se mantuvieron en un extremo de la plaza, custodiados por el ejército aunque el resto de nosotros permanecíamos ajenos a su presencia.

Los ojos de todos estaban posados sobre aquella nave.

Luego despertó. Cuando empezó a zumbar, muchos de los que estábamos en la plaza nos llevamos las manos a los oídos y algunos gritaron pero nadie se movió. No aún, al menos. Algunos de los militares levantaron sus armas y se prepararon para atacar en caso de recibir una ofensiva. Y entonces una compuerta empezó a abrirse en la base de la nave y comenzó a bajar una escala, tan metálica como el resto de la nave. Sonaron exclamaciones de asombro a lo largo del lugar, sostenidas y crecientes a medida que más voces se unían a la liturgia. La expectación nos hacía mantenernos allí, pero muchos de nosotros, y me incluyo sin temor a lo que pienses de mí, estábamos asustados. Y gracias a eso es posible explicar lo que sucedió cuando el primer alienígena hizo acto de presencia.

En cuanto descendió los primeros peldaños de la escala, se escucharon los primeros gritos de pánico. Sinceramente, no sé qué esperábamos encontrar, pero al ver a aquel ser se desató el miedo. Muchos intentaron alejarse y huir, y estando la plaza llena de gente aquello supuso un problema. Los militares intentaron mantener la calma y evitar los disturbios pero el miedo siempre ha sido un importante catalizador que no atiende a razones. Aquellos primeros momentos se saldaron con varios heridos por caídas, fracturas, pisotones y empujones. Que nadie muriera fue una suerte. Que ningún militar apretara el gatillo por error fue… ¿Una suerte o una desgracia? ¿Habría cambiado en algo que aquel primer encuentro hubiera resultado un baño de sangre o que fuéramos nosotros los primeros en tirar la piedra? Con sinceridad, no lo creo. Eventualmente habrían llegado el resto de las naves y comenzado la guerra. Solo que tal vez hubiéramos estado preparados.

Mi primera reacción también fue retroceder, mi cuerpo se movió iniciando la huida pero mi espalda chocó contra quien estuviera detrás de mí y ahí murió mi intento de escape. Mis ojos no se separaron ni un instante de la figura humanoide que descendía por la escala ataviada por un extraño traje reflectante, de una tela que parecía rígida y se adecuaba a su cuerpo y parecía tener un componente de metal. Caminaba erguido sobre sus extremidades inferiores, al igual que nosotros, pero poco más podíamos adivinar sobre su complexión o anatomía o color de piel. El traje no dejaba a la vista nada, sólo la figura homínida, y el casco que recubría su cabeza era brillante, dorado y esférico, lo que le daba un aspecto peculiar, casi divertido.

Al principio descendió de manera pausada, como si estuviera tanteando nuestra reacción o también tuviera miedo de nosotros. En algún momento debió decidir que no parecíamos una amenaza e hizo un gesto hacia arriba antes de acelerar el descenso. Otras dos figuras, cubiertas con la misma vestimenta y extraño casco, le siguieron en la bajada. Pensé que aquellos trajes parecían algún tipo de coraza, pero su apariencia era demasiado endeble y descarté aquella idea. Resultó que tenía razón desde el principio, igual que la tenía el tipo alto y espigado que se encontraba a mi lado y no dejaba de señalar a los alienígenas una y otra vez cuando se refirió a los artefactos alargados que portaban en una de sus manos en todo momento.

—¿Eso son armas?—preguntó, con una voz grave que parecía extraña en él.

—Claro que son armas —respondió otra voz, a su lado —¿Tú bajarías desarmado a un planeta desconocido?

—Pero son armas extrañas —murmuró el primero.

—Es posible que no sean armas —propuso una tercera voz—.

Pueden ser cualquier cosa.

A pesar de haber acelerado el paso, cuando el primero de aquellos seres alcanzó el suelo se despegó de la escala con cautela, moviéndose despacio y mirando alrededor, a la muchedumbre que le observaba. Sus gestos denotaban tensión, pero se movía despacio como haría cualquiera que intentara demostrar que no supone un peligro ni una amenaza. Levantó una de sus extremidades superiores, y los que estaban en las primeras líneas elevaron una exclamación al aire. Al alienígena le tembló el gesto un poco pero lo mantuvo. Se trataba de una especie de saludo, o de demostración de paz. Para nosotros era un gesto tan irreconocible como extraño.

El ambiente parecía lleno de electricidad, se sentía la excitación, aunque creo que todos sabíamos que la situación podía dar un vuelco en cualquier momento y estallar como un polvorín. Un simple gesto que ellos entendieran como algo agresivo, o nuestros soldados, y su llegada podría haberse convertido en un baño de sangre.

Pero no ocurrió. Siempre me he dicho que resulta curioso pensar que estuve tan cerca de Xander aquel día en el que la vida tal y como la conocíamos cambió, en el que nos dimos cuenta de que no estábamos solos en el universo. Como científico e investigador de otras formas de existencia siempre he jugueteado con la idea de la vida fuera de nuestro planeta y participado en acalorados debates con otros compañeros. Siempre ha habido quien defendía a capa y espada la existencia de vida más allá de nuestro cielo aunque no hubiera la menor prueba que lo corroborara. Curiosamente yo siempre me había mantenido más cerca del lado escéptico de aquellas conversaciones.

Rodeados por todos los que se habían acercado para celebrar un día tan importante para ellos, Xander y Elia también fueron testigos de aquel primer contacto. También vieron a Rigg dar un paso adelante y ponerse el metafórico traje de anfitrión; vieron los gestos lentos y temblorosos para acercarse al extraterrestre, su torpeza motivada por el temor a hacer algo que aquellos extraños seres consideraran ofensivo. Fueron los primeros y torpes intentos de comunicación. Enfundados en aquellos trajes reflectantes, era complicado distinguir si ellos nos miraban con curiosidad, miedo o prepotencia. Sólo era posible intuir que había más de lo segundo y también algo de lo primero por su lenguaje corporal. No dejaba de ser frustrante no poder mirarles a los ojos, pues aquellos cascos esféricos no permitían adivinar la forma de sus rostros. Alguien llegó a murmurar en medio de la muchedumbre que aquellos seres bien podrían carecer de cara en el sentido en que nosotros la entendíamos. Como experto investigador en genética animal podría haber estado de acuerdo pero no respondí a aquel comentario. Saltaba a la vista que aquellas escafandras que ellos llevaban formaban parte de su traje, de su armadura, y parecía obvio que detrás de ellas se escondían sus rostros. Por lo que sabíamos, nuestro aire podía resultar tan irrespirable para ellos como para nosotros el agua.

Aquellos días hubo muchos comentarios estúpidos.

Con Rigg a la cabeza y en actitud más sumisa que la que había mostrado jamás a los que le pusimos en el gobierno con nuestro apoyo, todo el cortejo gobernante inició el camino hacia las dependencias oficiales, con los tres alienígenas caminando entre ellos con cada vez más soltura. Podían verse sus escafandras girando a un lado y a otro, observando. Antes de que se perdieran en el interior del edificio, logré acercarme lo suficiente al cordón militar que mantenía a raya a la muchedumbre y pude oír esos extraños crujidos y chasquidos con los que parecían comunicarse. En mis oídos, su idioma sonaba anormal e incluso molesto.

El revuelo que causó su llegada fue considerable. Durante los siguientes días todo el mundo especulaba sobre las posibilidades que se abrían a partir de ese momento. Nuestros dirigentes tomaron la palabra para hablar de una situación tan épica como histórica. A los alienígenas se les entregaron regalos, pequeñas ofrendas como muestra de cortesía y de que eran bien recibidos. Alguien preguntó si se sabía ya a qué habían venido. La respuesta, en boca del propio Rigg, dejó tantas dudas como satisfizo mentes optimistas.

—La comunicación aún no es viable, pero se está trabajando en ello.

—¿Y si su comunicación es primitiva o instintiva, como la de los animales, y no es posible la comunicación?—preguntó alguien más.

Yo podría haber respondido a eso y mi opinión hubiera sido la misma que Rigg nos ofreció.

—Una civilización tan poderosa como para construir naves capaces de cruzar el espacio, debe comunicarse con un idioma basado en algunas pautas. Nuestros expertos coinciden en que es cuestión de tiempo descifrar esas pautas y conseguir que fluya la comunicación.

No negaré que sentí envidia por no formar parte de aquel comité de expertos, y esa misma noche fantaseé con la posibilidad de examinar y estudiar a uno de aquellos seres. Si era capaz de disfrutar estudiando un nuevo gusano marino, la opción de tener delante a un ser venido de más allá de nuestro cielo me parecía trepidante.

—Sus intenciones son pacíficas —aseguró Rigg—. Estamos siendo testigos de un momento que cambiará la forma en que vemos el mundo, el inicio de la cooperación entre dos razas.

Alguien susurró que se le había olvidado decir supuestamente delante de pacíficas. Los militares le expulsaron de la sala. La opinión generalizada era afín a los pensamientos de Rigg. Existían voces discordantes que pensaban que debíamos tener miedo, también hubo charlatanes que trataron de aprovecharse de esos temores para fortalecer sus cultos y hubo conatos de disturbios que fueron apagados tajantemente y con rapidez por parte del ejército. Nuestros dirigentes se esforzaron por hacerles ver a nuestros visitantes que podían encontrar en nosotros respeto, cordialidad y colaboración, y nosotros nos adherimos a esa opción. La inmensa mayoría lo hizo, incluso Xander y Elia, aunque Rio me contó que ella a veces expresaba sus miedos en voz alta y Xander se reía y le decía que no había nada que temer.

Hasta los héroes se equivocan.

Y mientras tanto, nuestros dirigentes mostraron a los visitantes todo cuanto creían que era interesante enseñar y ellos, siempre ocultos detrás de sus escafandras y siempre parloteando con sus crujidos y sonidos asonantes, lo miraron todo con curiosidad.

Estaban observando, aprendiendo, estudiando. Tomaron muestras de tierra y de agua. Examinaron nuestras joyas y nuestra fauna y flora. Todos estábamos tan fascinados hablando de las implicaciones que suponía la existencia de vida fuera de nuestro planeta, preguntándonos de dónde venían, si su hogar estaría lejos y sería hermoso, fantaseando con la forma que tendría su anatomía bajo aquellos trajes brillantes, que no nos dimos cuenta de lo obvio. Estaban estudiando nuestros recursos.

Apenas eran la avanzadilla decidiendo si nuestro planeta valía el esfuerzo.

Y mientras ellos nos estudiaban y se preparaban para nuestro exterminio, nuestros líderes les agasajaban y debatían la forma de acercarse más a ellos, de lograr que nos permitieran acceder a su tecnología.

Hubo voces, supongo que el siempre prepotente y soberbio Discall tuvo que ver en este asunto, que propusieron arramblar con todo, utilizar nuestra superioridad numérica y arrebatarles la nave. Fueron acalladas con presteza.

Rigg insistía una y otra vez: Vienen en son de paz.

XXIX

Por aquel entonces, Xander aún no era el guerrero casi mitológico que llegó a ser. Tan solo era un joven que soñaba con surcar los mares y viajar, que se entusiasmaba pensando en destinos exóticos que podría encontrar a lo largo y ancho del planeta y que amaba a Elia más de lo que amaba ninguna otra cosa en el mundo.

Una noche, cerca del sector 351, iluminados por la luz de una hoguera que también servía para calentarnos en el interior de aquella cueva, mientras todos nos apretábamos y le escuchábamos con atención, Xander nos contó que la noche anterior al inicio de la guerra, Elia hablaba de tener hijos. Atendíamos con emoción a sus palabras y él hablaba imprimiendo la entonación justa para mantener el interés, aunque no creo que lo hiciera a propósito. Muchas veces, sobre todo cuando hablaba de Elia y del tiempo pasado, me daba la impresión de que Xander hablaba más para sí mismo que para los demás. No era algo que se le pudiera reprochar. Igualmente tenía algo, en su voz, en su presencia carismática, que nos mantenía pegados a él como imanes.

—Yo también quería hijos —nos aseguró aquella noche. Las mujeres sonreían y suspiraban al oírle. Los hombres se permitían soñar con el mundo que teníamos antes y que era nuestro—. No se me ocurría nada mejor que formar una familia con ella. Estaba muy enamorado de Elia…

Le escuchábamos con verdadera emoción a flor de piel.

—A veces me quedaba mirándola, embobado mientras ella hacía cualquier otra cosa. Estoy seguro de que muchos de vosotros, si me hubierais visto en aquel entonces, habríais pensado que era retrasado mental y os habríais reído de mí.

Los hombres rieron divertidos ante la posibilidad de que pudiera ser como él narraba y sin creerlo de veras. Todos pensaban que era una forma de hablar, una anécdota bonita, pero eran incapaces de visualizar a Xander como un pelele enamoradizo.

—Pero es verdad—aseguró él—, me quedaba atontado mirándola, con una sonrisa en los labios. Me sentía obligado a decirle cuánto la amaba constantemente, como movido por una fuerza externa y todopoderosa.

—¿Cómo era ella, señor?—preguntó alguien. Creo que fue Drogo, que antes de la invasión había trabajado como granjero y se había convertido en un guerrero despiadado pero leal y efectivo bajo el mando de Xander.

—Preciosa —respondió él con la mirada perdida en el sueño y gesto de estar sumido en una ensoñación—. Perfecta, alegre, divertida, cariñosa, amable… cuando se acariciaba la mejilla con gesto distraído, uno podía pensar que era una diosa, recién descendida de los cielos…

Perdió la voz en la última frase y calló, aturdido por la similitud de la metáfora con la imagen del recuerdo del día del primer contacto, cuando fueron ellos los que bajaron de sus naves.

—A Elia no le gustaban —aseguró, y todos entendimos a quienes se refería, no hacía falta más explicación. La luz generada por las llamas creaba arabescos de sombras y resplandores anaranjados en su rostro—. No se fiaba. Decía que cuando los veía, y sobre todo cuando oía el sonido que producían al hablar, tenía escalofríos.

Todos los que estábamos presentes cuando Xander dijo esto asentimos, comprendiendo a qué se refería. Los extraterrestres se comunicaban mediante unos ruidos que recordaban a los chasquidos de una rama al quebrarse en el fuego de una hoguera. Puede que hubiera quien al principio pensó que tenía su gracia, que no era tan molesto, pero dudo que a nadie le gustara. Incluso recuerdo que Rigg torció el gesto en una mueca de disgusto durante aquel primer encuentro, gesto que neutralizó rápidamente como buen político que era.

—Decía que cualquiera que esconde su rostro bajo una máscara, o una escafandra, es porque tiene cosas que ocultar. Ella era la inteligente y yo el idiota.

Algunos hombres ahogaron una risita al darse cuenta de la seriedad con la que dijo eso.

—También era supersticiosa—añadió esbozando una sonrisa triste—, pero formaba parte de su encanto, y además, no creo que dijera aquellas cosas pensándolas de verdad. Tal vez queriendo creerlas, pero no pensándolas. Aquella noche, cuando dijo que quería tener hijos añadió que prefería una niña.

>> Ya veremos lo que nos toca, le respondí yo, cuando la naturaleza es la que manda poco significan las preferencias.

>> Solo hay que saber cómo hacer una niña, aseguró ella, hay métodos. Luego se echó a reír, haciendo que fuera complicado distinguir si hablaba en serio o se estaba burlando de mí. ¿Doctor Mance? ¿Existen métodos?

En ese momento, todos giraron sus cabezas y clavaron sus miradas en mí. Me puse un poco nervioso, ¿sabes? Los ojos de Xander eran brillantes como dos brasas al rojo vivo. Cuando clavaba en ti aquellos ojos podías sentir que el corazón se agitaba en tu pecho, como si fuera el mismísimo Dios el que te miraba.

—Naturales, no —respondí, tartamudeando.

—Un día estábamos hablando de formar una familia—dijo, recuperando la atención de su audiencia con la facilidad de quien sujeta una campana y la hace vibrar para llamar a las masas—, y al día siguiente, estalló la guerra y el mundo se fue al garete.

Todos podríamos contar historias similares. Yo pasé la noche anterior al estallido de la guerra completando mi informe sobre el gusano marítimo recién descubierto y preguntándome si tendría alguna vez la ocasión de examinar a uno de los alienígenas. Me fui a dormir preguntándome cómo serían sus rostros detrás de aquellas escafandras ¿Cuántos ojos tendrían? ¿Serían sus bocas una oquedad con dientes y lengua o algo más parecido a una trompa? ¿Tendrían nariz y orejas? ¿Sexos? ¿Cuál sería su color de piel? ¿Qué sentido tendrían más desarrollado? ¿Qué comerían y cómo serían sus estómagos? ¿Y su esperanza de vida? ¿Serían mortales o habrían alcanzado un plano cercano a la inmortalidad? Había tantas cosas que desconocíamos sobre ellos y la primordial era: ¿A qué habían venido?

Habría sido bueno saberlo.

Cuando despertamos al día siguiente lo descubrimos por las malas.

Primero aparecieron más de aquellas naves, igualmente inmensas, lanzando destellos plateados cuando la luz incidía sobre ellas, rodeadas por sus característicos zumbidos. Fueron tomando posiciones alrededor de toda la ciudad. El pánico se extendió como una enfermedad y todo el mundo buscaba refugio físico o espiritual. Por mucho que Rigg insistiera en que teníamos que mantener la calma, no preocuparnos y evitar dejarnos llevar por el miedo, creo que la gran mayoría presentíamos que el ataque era inminente. Centros sagrados de todas las religiones se abarrotaron de aquellos que buscaban la salvación divina. Otros se ocultaron en sus casas, buscando el consuelo de familiares o amigos.