Ortodoxia - G.K Chesterton - E-Book

Ortodoxia E-Book

G.K. Chesterton

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Esta nueva traducción de la principal obra de Chesterton, sin crítica alguna a las realizadas hasta ahora, ofrece una mayor fluidez al hilo argumental. La edición incluye notas sobre el contexto histórico y literario que clarifican las numerosas referencias y el estilo paradógico del autor. La crítica ha dicho: «Seguramente, nadie ha defendido la fe cristiana con argumentos tan sorprendentes y ejemplos tan deslumbrantes, como Chesterton lo hizo en Ortodoxia. Una obra maestra de retórica (…), uno de los libros mejor escritos del siglo XX.»Dale Ahlquist. «La literatura es una de las formas de la felicidad: quizá ningún escritor me haya deparado tantas horas felices como Chesterton.»Jorge Luis Borges. «Uno de los escritores más importantes de nuestra época. Fue, sin duda, el más personal e inconfundible de todos.»Fernando Savater.

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Seitenzahl: 424

Veröffentlichungsjahr: 2022

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G. K. CHESTERTON

ORTODOXIA

Traducción, prólogo y notas por Juan Luis Lorda

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2022 de la edición realizada por JUAN LUIS LORDAby EDICIONES RIALP, S.A.

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6257-2

ISBN (versión digital): 978-84-321-6258-9

A los profesores

y colegas de la Universidad de Navarra,

José Morales y Víctor García Ruiz,

con agradecimiento y admiración por su labor como traductores de John Henry Newman

y por otros muchos motivos y méritos.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

PRÓLOGO SOBRE CHESTERTON Y ORTODOXIA

PREFACIO

1. INTRODUCCIÓN PARA EXCUSAR LO QUE SIGUE

2. EL LOCO DEL MANICOMIO

3. EL SUICIDIO DEL PENSAMIENTO

4. LA ÉTICA EN EL PAÍS DE LOS DUENDES

5. LA BANDERA DEL MUNDO

6. LAS PARADOJAS DEL CRISTIANISMO

7. LA ETERNA REVOLUCIÓN

8. LA NOVELA DE AVENTURAS DE LA ORTODOXIA

9. LA AUTORIDAD Y EL AVENTURERO

NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN

AUTOR

PRÓLOGO SOBRE CHESTERTON Y ORTODOXIA

LOS PRÓLOGOS NACEN, como este, por el deseo de ayudar, pero pueden suponer un obstáculo al abordar un libro de pensamiento. De manera que recuerdo al lector la libertad que tiene para pasar directamente al texto de Chesterton que empieza en su breve Prefacio.

En este prólogo hablaremos de la importancia de Ortodoxia, del momento histórico y personal en que lo escribe Chesterton y, muy brevemente, de la estructura del libro. Y dejaremos para una nota, al final del texto, la descripción de las características de esta edición.

LA IMPORTANCIA DE CHESTERTON Y DEORTODOXIA

Durante los muchos años que he pasado con esta traducción, se me han llenado las carpetas de artículos y referencias sobre Chesterton. Aprovecharé algunas para ilustrar la importancia de Chesterton y de su libro Ortodoxia.

«La literatura es una de las formas de la felicidad: Quizá ningún escritor me haya deparado tantas horas felices como Chesterton»[1], declaraba Jorque Luis Borges, que era un decidido chestertoniano, como saben todos los que lo aprecian[2]. Incluso «el más devoto de sus lectores»[3]. Aunque no compartía su teología. «En mis libros hay, sin embargo, —espero— páginas de Kafka y de otros escritores como Chesterton»[4].

«Uno de los escritores más importantes de nuestra época. Fue, sin duda, el más personal e inconfundible de todos, y si alguien tuvo alguna vez una voz propia, ese fue Chesterton»[5]. Es Fernando Savater, que siempre trató con admiración a Chesterton, en las varias reseñas que le hizo en El País o en su suplemento, Babelia. «Casi siempre logra darnos que pensar, sin dejar nunca de hacernos sonreír. Su táctica es recordarnos lo que ya sabemos pero estamos a punto de olvidar por alguna “genialidad” de nuevo cuño»[6]; «Chesterton detectó infaliblemente algo de lo que hoy está ya convencido casi todo el que no milita en algún milenarismo redentor: que hay una superstición de lo moderno y lo progresista, y que esa superstición no es particularmente estimable desde el punto de vista de la liberación de los hombres»[7].

Y esto confiesa, quizá con envidia, Kafka a Janouch: «Chesterton es tan gracioso que casi se podría pensar que ha encontrado a Dios»[8]. Kafka, que se expresa con mucha libertad en esas conversaciones de paseo, tenía una rara intuición para lo literario y andaba también buscando.

Y ahora sobre el libro. Esta vez es Dale Ahlquist, presidente y cofundador de la American Society Chesterton: «Si solo leemos una obra de Chesterton —debería avergonzarnos si así fuera— ha de ser Ortodoxia. Seguramente, nadie ha defendido la fe cristiana con argumentos tan sorprendentes y ejemplos tan deslumbrantes, como Chesterton lo hizo en Ortodoxia. Una obra maestra de retórica que (…) realmente constituye uno de los libros mejor escritos del siglo XX»[9].

Y, aunque hoy no es tan conocido, conservo el admirable estudio que el gran humanista judío francés André Maurois hizo de Chesterton en 1935. Ortodoxia, dice,es «un libro único por la fuerza del pensamiento y la brillantez del estilo»[10]. «Puede reprochársele el ser a veces la víctima de su propio virtuosismo (…) yuxtaponiendo paradojas, construye una imagen de la realidad porque la realidad es, precisamente, una suma de paradojas (…). En una época de malsano racionalismo, Chesterton ha recordado a los hombres que la razón es un maravilloso instrumento»[11].

En España, Juan Manuel de Prada se ha sentido muy identificado con Chesterton, por su itinerario vital: Al leer este libro, dice, «me acometió una risueña impresión de hermandad»[12].

Ortodoxia es el libro más importante de una personalidad excepcional. Cualquiera que esté acostumbrado a manejar bibliografía de pensamiento sabe el prestigio que tiene en el mundo cristiano anglosajón. Es uno de los primeros títulos que aparecen en cualquier lista entre los más recomendados, los más influyentes y los que no se pueden dejar de leer.

Hoy (y siempre) necesitamos buenas dosis de cuatro cosas que en este libro abundan; razones cristianas, sensatez, optimismo y calidad humana.

Pero nos conviene recordar un poco el contexto histórico y quién era Chesterton en 1908.

ESTAMOS EN 1908

1908 está realmente lejos. Cuando se edita esta traducción, estamos a una distancia mayor de un siglo. En Londres, muchos taxis todavía eran coches de caballos. Se cocinaba y se calentaba todo con carbón o leña. En Inglaterra existían unas clases sociales muy marcadas, que se distinguían en el reparto de la propiedad y en el género de vida y en las costumbres. La clase alta señalaba claramente sus fronteras con todos los recursos de la distinción, que tan estupendamente estudió Bordieu[13]. Los caballeros iban todos con sombrero, chistera o bombín y bastón. Había una clase media muy activa, a la que pertenecía Chesterton. Y un mundo obrero (que llevaba gorra y no bombín), surgido y castigado durante la revolución industrial, muy agitado y que todavía no participaba en el sufragio político y apenas en la vida cultural y social. El marxismo era entonces solo otro socialismo utópico entre muchos, más activo en Inglaterra que en otros lugares; y, precisamente en ese año de 1908, Lenin estaba en Londres.

Irlanda seguía bajo el duro dominio inglés, pero con muchos fermentos de independencia. Inglaterra era entonces el país más poderoso del mundo. Y un gran imperio colonial, con su activa administración, su brillante ejército, su incomparable marina y sus encendidos patriotas, entre los que no se contaba Chesterton, que, siendo un inglés muy patriota, nunca fue imperialista, como se apreciará en el texto. En esos años, el Almirantazgo no quitaba ojo al provocativo despegue marítimo del Imperio alemán.

Era una época de Imperios, seis grandes: el Británico, con la joya de la corona, que era la India, el Alemán, el Austrohúngaro, el Alemán-prusiano, el Ruso y el Otomano. Pero otras naciones europeas también querían ser imperios y estaban embarcadas en aventuras coloniales por los más variados rincones del mundo: Francia e Italia, incluso Bélgica y Holanda… y lo que le quedaba a Portugal, que como repetía la propaganda, “no es un país pequeño”, con Angola y Mozambique. Solo España parecía sin ganas después de haber perdido lo que le quedaba del suyo, apenas diez años antes, en 1898, frente a los Estados Unidos.

En pocos años, los seis imperios, incluido el Británico, caerán en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), dando origen a inestables democracias, a nuevas colonizaciones, francesa e inglesa, sobre los despojos otomanos, y a estados totalitarios que acabaron dominando la política internacional: la Alemania nazi y la Rusia soviética. Cuando la Alemania nazi empezó a invadir Europa, Inglaterra, con Churchill a la cabeza, fue a la Segunda Guerra Mundial y la ganó con la ayuda de los Estados Unidos y la Rusia soviética. En los años sesenta, casi todas las colonias que quedaban en África y Asia declararon la independencia. Y, a partir de 1989, el totalitarismo ruso cayó inesperadamente con todos sus satélites.

Todas estas cosas pasaron desde 1908 hasta nosotros. Pasaron y se desvanecieron. Sobre todo, los totalitarismos y, en particular, la enorme presión política y propagandística del comunismo en todo el mundo. Por eso, curiosamente, muchas de las cuestiones intelectuales de 1908 son bastante parecidas a las nuestras.

QUIÉN ERA CHESTERTON EN 1908[14]

Cuando publica Ortodoxia, en 1908, G. K. Chesterton (1874-1936) tiene 34 años, que pueden parecer muchos o pocos. Para la seriedad inglesa de la época, llena de figuras consagradas, era, desde luego, un periodista o articulista bastante joven. Pero no un novato. Había publicado ya unos cuantos libros, tres recopilaciones de artículos, dos libros de poesía, dos ensayos literarios y cuatro novelas. Y, además, el ensayo que precede a este, Herejes (1905), donde recorre y critica las diversas cosmovisiones, filosofías o “utopías” que se movían entonces por Inglaterra.

Había empezado un poco lento, porque en su juventud no estaba seguro de lo que quería hacer y, con su hermano, se había despistado mucho vitalmente (1892-1894). Entre 1893 y 1895, asistió con escaso interés y aprovechamiento a cursos de pintura en Slade School y de literatura en el University College, de Londres. Pero no se examinaba.

Se colocó como lector, primero, de una pequeña editorial (George Redway, 1896), donde le tocó leer esoterismo, literatura teosófica y ocultismo[15]. Y enseguida, en otra mayor, Unwin (1896-1902), que publicaba bastante literatura e historia. Leía nueve horas al día. Así en poco tiempo conoció el mundo literario y de pensamiento que aparece reflejado en este libro. Pero cobraba muy poco.

Su padre, jubilado prematuramente, y su madre le apoyaban mucho y también contribuyeron financieramente a que editara sus dos primeros libros de poesía en 1900. El primero era casi una broma con dibujos suyos, Greybeards at Play (Barbagris en escena), pero el segundo The Wild Knight (El caballero salvaje[16]) iba en serio y recibió buenas críticas[17]. ¿Por dónde iría el futuro de aquel chico, un poco poeta, un poco dibujante, un poco editor, un poco escritor, ya con 25 años?

En el semanario liberal The Speaker le habían dejado colocar cuatro poesías y un articulito, entre 1887 y 1899, pero a partir abril de 1900 le dieron una sección. Y en 1901 se le ocurrió hacer una serie, “en defensa de”, sobre los asuntos más disparatados (las novelas de un penique, las cosas feas…), que salió divertida y ocurrente. Eso le abrió las puertas de otros periódicos (Daily News) y revistas. Y, más adelante, desde 1905, del semanario Ilustrated London News, donde seguirá escribiendo toda su vida (1905-1936). Los primeros artículos “en defensa” los reunió en The Defendant (1901).

Con los primeros ingresos estables pudo casarse con su novia, Frances (1901), a la que se había declarado dos años antes en el parque. Pero eso también le ligó a la prensa. Su vida dependía de esos ingresos. Desde entonces nunca dejó de escribir columnas. Ese sería el futuro.

En realidad, solo sería una parte del futuro. Cabe el peligro de reducir a Chesterton a un columnista ocurrente, en diálogo con todo lo que pasaba alrededor en la política y en las costumbres y en el pensamiento. Y sin duda lo fue y nunca quiso dejar de serlo. Y toda su vida sintió la presión de mandar las cosas terminadas para una fecha. Y quizás sin esa presión no hubiera escrito lo muchísimo que escribió. Y tampoco hubiera pensado lo muchísimo que pensó.

Pero esta actividad tan exigente no extinguió otras. Como apunta Borges, «fue también un hombre de genio, un gran prosista y un gran poeta»[18]. Siguió creciendo como poeta y editando poesía a lo largo de su vida.

Tampoco dejó nunca de ser un enamorado de la literatura inglesa y un excelente crítico literario. «La labor crítica de Chesterton (…) es no menos encantadora que penetrante», sigue Borges[19]. Una parte de sus muchas contribuciones iba siempre dedicada a los grandes de la literatura inglesa y mundial. En esos primeros años (1902-1903), escribe sobre Charlotte Brontë, Walter Scott, Carlyle, Stevenson, Tennyson, Thackeray, Tolstói, y especialmente Dickens, sobre el que publicará un notable ensayo en 1906. La conocida editorial Macmillan le pidió un ensayo sobre el poeta Browning (1903)[20], que fue su primer libro serio. Después escribió otro sobre el gran pintor victoriano Wats (1904).

Además, por debajo, como ríos subterráneos que se nutrían de todo lo que pensaba y escribía, se desarrollaron dos grandes reflexiones sobre el sentido de la vida y sobre la democracia o construcción justa de la vida pública, que iban asomando en artículos de más calado.

Y, además, las novelas. El mismo año que Orto­doxia, publica El Napoleón de Notting Hill. Y, después, las novelas policíacas sobre el Padre Brown, que fueron muy populares. pero que quizá, con los años, desdibujaron un poco la identidad literaria de Chesterton, como hace notar Ian Boy: sería injusto olvidar su empeño en las ideas distributistas, y su intento de empujar lo que era su utopía social[21].

EL CAMINO DE LAORTODOXIA

Lo notable en Chesterton es que la jocosidad con la que trata lo cotidiano no le quita profundidad a lo que piensa, sino al revés. Le permite distanciarse de lo que parece serio y no lo es tanto, y juzgarlo con mucha libertad y con humana comprensión. Ese el mérito de este libro, porque no es lo normal.

Lo normal es que las adhesiones intelectuales se conviertan, antes o después, en adhesiones sentimentales, perdiendo sentido crítico, ganando animosidad, y percibiendo a los opositores como enemigos. A Chesterton no le pasaba esto, su humor le impedía perder el sentido de la proporción y percibir a los opositores como enemigos, más bien los comprendía porque se veía retratado en su despiste. Eso le permitió llevarse sorprendentemente bien con tanta gente que pensaba muy distinto. Recuerda su gran amigo Hillaire Belloc: «Encaraba la controversia —su deleite— raramente desde el conflicto y casi siempre desde el aprecio, incluyendo el de su contrario»[22]. Belloc, en cambio, no tenía ese don.

En el ámbito de las ideas, los años difíciles de juventud habían roto las pocas convicciones que podía tener (1892-1894). Pero el contacto con la poesía (especialmente Wordsworth y Whitman), le habían enraizado en una visión positiva de la vida, que congeniaba con su modo de ser. Es el punto de partida de su madurez intelectual, como se recuerda en el cuarto capítulo de este libro: el “optimismo cósmico”.

En política, se sentía demócrata y vagamente socialista por exclusión, porque no se veía como parte del pensamiento liberal radical o imperialista y tampoco le gustaba el materialismo redentor ni las propuestas de los nuevos evolucionistas. Mantenía distancias críticas y su idea de la vida social estaba configurándose. Se dirigirían después hacia el “distributismo”.

Religiosamente tenía un pasado mitad puritano, por su madre, mitad liberal, por su padre, más bien unitariano. Era poco practicante y nada piadoso en el sentido católico. Eran gente media liberal, moderna entonces y decente, aunque a Chesterton no le parecen decentes los años malos de su juventud, y es uno de los elementos que configuran su idea del hombre caído y necesitado de redención. Su situación religiosa había cambiado al tener a su lado a su mujer, Frances, que era una anglicana practicante. Le proporcionó la experiencia cercana de una fe auténtica vivida por una persona normal.

Con ese bagaje, firme en el optimismo cósmico e inseguro en todo lo demás, se enfrenta con la tremenda ebullición del pensamiento inglés en ese momento que se llama “época eduardiana”[23]. El inmenso desajuste social provocado por la revolución industrial, la reclamación materialista que se apoya con fuerza en que “el ser humano procede del mono”, como acaba de demostrar Darwin (1859), y las críticas antirreligiosas acumuladas de toda la tradición ilustrada desatan una frenética búsqueda de alternativas a las convicciones cristianas que sostenían hasta entonces la sociedad. Y surgen como setas intentos (filosofías, utopías) de reconstruir a las personas y a las sociedades, de repensar el universo y de encontrar nuevos caminos místicos. Chesterton se ve metido de repente en ese tornado de ideas y las siente como fuerzas centrífugas y alocadas. Recordará muchos años después en su Autobiografía, ya con la perspectiva de la fe: «Vi a Israel dispersado por las colinas como ovejas sin pastor, y vi a una multitud de ovejas correr balando ansiosamente hacia cualquier parte donde pensaban encontrar uno»[24].

A comienzos del siglo, con su espíritu juvenil, Chesterton siente interés por aquellos nuevos “pastores” (Bertrand Shaw, Wells, Blatchford, Toltoy…) y admira sus virtudes, pero también advierte que son “virtudes que se han vuelto locas”, que es uno de los grandes discernimientos de este libro (capítulo 3). Sus objeciones descompuestas y sus exageraciones divergentes, que no puede compartir, le acercan al centro de donde huyen, que es la Ortodoxia. No se acerca porque haya leído autores cristianos y espirituales (que no leyó hasta mucho más tarde), sino por una especie de contrabalanceo.

Quizá la primera vez que uno lee este argumento, le parece un recurso literario. Pero, a medida que conoce mejor su contexto, ve que ha pasado lo que Chesterton dice que ha pasado.

A principios de 1900 era un chico que no sabía qué hacer, con mucha literatura metida en el cuerpo y un notable despiste vital. En 1908, después de ocho años de lectura y tráfago intelectual[25], es un pensador joven y sorprendentemente clarividente. Aunque todavía tardará catorce años en hacerse católico (1922).

CÓMO ESORTODOXIA DE CHESTERTON

Todo el libro tiene el argumento que aparece en la presentación: hay una confluencia de razones que le conducen hacia la fe cristiana. Ese argumento de fondo se desarrolla entre pequeñas, continuas y divertidas digresiones que pueden despistar. Por eso interesa presentar brevemente los capítulos.

I. Introducción para excusar lo que sigue. Presenta el libro como la aventura de su vida y avisa de que hay un hecho importante de partida, que es la caída o el pecado, el que algo no funciona en el mundo y en las personas, pero esto se verá mejor poco a poco y, sobre todo, al final.

II El loco del manicomio. Es una reflexión sobre la locura, que le va a servir después para entender de qué tipo de locura están afectadas las “utopías” o cosmovisiones en circulación.

III. El suicidio del pensamiento. Sale al encuentro de las diversas posturas sobre la naturaleza del cosmos. El materialismo, que no puede concederse que exista realmente la libertad. Y el evolucionismo radical, donde todo viene solo de lo inferior y es inferior. Son pensamientos suicidas porque impiden el pensamiento. Por otro lado, están los espiritualismos alternativos, que tienen otro aire, pero parecen igualmente locos.

IV. La ética en el País de los Duendes. Es una vuelta atrás para contar tres convicciones fundamentales. Dos que adquirió de niño en el “cuarto de los niños” con su ama y los cuentos infantiles. Primero, una confianza en la democracia y en el sentido común de la gente normal. Después, sobre las leyes físicas, que a veces se manejan de una manera que convierten todo en mecánico y quitan la libertad humana y la fascinación al contemplar el universo. La tercera gran convicción viene en la juventud y es el “patriotismo cósmico”, una visión positiva del mundo, que le lleva al agradecimiento.

V. La bandera del mundo. Es el momento de entrarle a los movimientos políticos utópicos y reformistas. Es una época de grandes intentos de renovación y las pretensiones revolucionarias quieren cambiarlo todo, pero no aman suficientemente el mundo para poderlo cambiar.

VI. Las paradojas del cristianismo. Ve cuántas cosmovisiones atacan el cristianismo desde posiciones opuestas sumando objeciones contradictorias. El cristianismo o la Ortodoxia debe tener algún poder especial para recibir críticas tan contrarias y combinar fuerzas tan dispares.

VII. La eterna revolución. Tenemos delante a los progresistas que quieren reformarlo todo, pero, al mismo tiempo, defienden que la moral cambia con los tiempos. Pero si los estándares morales cambian con el tiempo, no tiene sentido apoyarse en estándares morales; y eso hace imposible mejorar las cosas.

VIII. La novela de aventuras de la Ortodoxia. Se opone a que todas las religiones y morales sean la misma. Compara el panteísmo budista y el unitarismo, que quitan su emoción a la existencia, y las sugestivas ideas cristianas de la Trinidad y la creación, que representan pluralidad y amor. Con la tragedia del sufrimiento de Cristo y la libertad individual para decidir un destino eterno. Tener presente la Caída original permite comprender que se vive en una aventura, comprender los desajustes y afrontar las mejoras. Esa es la gran novela de la existencia.

IX. La autoridad y el aventurero. Da las razones por las que cree, una suma de indicios que coinciden. Sobre todo, la seguridad de tener una fuente de verdad, una autoridad. Que también es una fuente de perdón y un espacio de libertad y alegría, la Iglesia.

CÓMO LEER ESTE LIBRO Y ESTA EDICIÓN

Ortodoxia parece haber sido escrito con bastante rapidez, como era el modo de escribir y de ser de Chesterton. En su mente se acumulaban y contrastaban sus lecturas y las experiencias de su vida, y cuando tenía clara una idea, la vertía vertiginosamente en el papel. Y entonces le venían a la mente mil recursos literarios, comparaciones, referencias y paradojas.

Este es el encanto principal, pero también la dificultad del libro. Un argumento de fondo y una escritura fluida acompañada de una nube de adornos y referencias divertidas. Por eso, conviene leerlo como fue escrito, con ritmo, fijándose en las líneas del argumento de fondo y sin perderse en los detalles.

En esta edición se ha hecho un enorme esfuerzo para que el texto sea fluido y se distinga lo más posible el argumento. También se han cuidado las referencias cristianas, ya que el itinerario de Chesterton es realmente un acercamiento, paso a paso, a la fe, aunque no se manifieste aquí todo su proceso interior.

Una tercera aportación de esta traducción son las notas sobre la multitud de referencias y alusiones. A medida que las ponía veía claro su interés, pero también me preocupaba que distrajeran al lector. Por eso, con frecuencia las he agrupado al final de los párrafos. Mi consejo al lector es que lea de corrido el texto para percibir el argumento y vaya a las notas solo después, si quiere aclarar algo.

AGRADECIMIENTOS

He de agradecer a todos los que me han ayudado. En primer lugar, a mi colega y maestro, el Profesor D. José Morales, experto y traductor de Newman, que hizo una revisión, hace ya años, de los primeros capítulos. A la Profesora Ruth Breeze, que tuvo la amabilidad de revisarlo cuando ya estaba acabado. A algunos alumnos que me hicieron observaciones inteligentes, como John Murdock, Sergio López Ripoll, Ana Fernández Urdiales y Francisco Javier Duve.

Querría hacer una mención especial a la directora del G. K. Chesterton Institute for Faith & Culture, de Seton Hall University, Gloria Garafulich Grabois, que tuvo la amabilidad de interesarse por este trabajo y enviarme la edición que prepararon para el centenario del libro.

Al director de Rialp, Santiago Herraiz, que constantemente me ha animado a proseguir y acabar este trabajo que se ha prolongado tantos años.

Y a los residentes del Colegio Mayor Albaizar, que me han acompañado y atendido en el esfuerzo final, mientras estaba confinado, con todos mis papeles, contagiado por la epidemia de Covid.

Quiero también reconocer el trabajo que en España hacen varias sociedades, entre otras: el Club Chesterton, de la Universidad San Pablo CEU, con una notable labor editorial; el Club Chesterton de Granada, que mantiene un Chestertonblog muy nutrido; y el Centre d’Estudis i Documentació G. K. Chesterton, en Barcelona, que es el más veterano y que, además, de mantener mucha documentación en línea, conserva recuerdos de la visita que Chesterton hizo a Barcelona.

[1] J. L. Borges, en Prólogos de la Biblioteca de Babel, Alianza, Madrid 2001, 68.

[2] Enrique Anderson Imbert, Chesterton en Borges, en “Anales de Literatura Hispanoamericana”, 2/3 (1973/74) 469-494.

[3] En el artículo Los laberintos policiales y Chesterton, publicado en “Sur” (10.VII.1935), cit. por E. Anderson, op. cit., p. 476.

[4] Declaraba en entrevista a la revista “Semana” con motivo del centenario de Kafka, Borges a los cien años de Kafka, publicado el 22.VII.1984.

[5] F. Savater, Las paradojas de Chesterton, en “Archipiélago” 65 (2005) 17. Este n.º 65 de la revista está dedicado íntegramente a Chesterton.

[6] En la reseña que hace a Ortodoxia, con el título Un patriota cósmico, en “El País” (10.II.2001).

[7] F. Savater, Las paradojas de Chesterton, en “Archipiélago” 65 (2005) 19.

[8] G. Janouch, Conversaciones con Kafka, Destino, Barcelona 1997, 172.

[9] D. Ahlquist, G. K. Chesterton. El apóstol del sentido común, Voz de papel, Madrid 2006, 28.

[10] A. Maurois, Mágicos y lógicos, Escelicer, Madrid 1943, 166.

[11]Ibidem, 168-170.

[12] Juan Manual de Prada, Ortodoxia y provocación, en “El semanal” (17.IV.2005).

[13]La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (Taurus, Madrid 1998).

[14] Además de su propia Autobiografía (1936), que no es muy detallada, sigue siendo muy valiosa Maisie Ward, Gilbert Keith Chesterton (Sheed and Ward, London 1944), que la completó con Return to Chesterton (Sheed and Ward, London 1952), después la de Michael Finch, G. K. Chesterton (Weidenfeld & Nicholson, London 1986). Resultó una gran aportación la de Joseph Pearce, G.K. Chesterton. Sabiduría e inocencia (Encuentro, Madrid 1998, original inglés 1996); y más recientemente la de Ian Kerr, G. K. Chesterton. A Biography (Oxford University Press, London 2011). En castellano, es muy agradable la semblanza de J. R. Ayllón, El hombre que fue Chesterton (Palabra, Madrid 2017).

[15]Autobiografía, Acantilado, Madrid 2003, 95

[16] En castellano, “salvaje” traduce mal wild, aparte de que la evolución cultural ha marginado la palabra. Al comparar los sinónimos, se ve que comparten la idea del no cultivado, pero, mientras en castellano puede ser un insulto, en inglés tiene también el sentido positivo de ardiente y entusiasta o excitante, con fuerte carga emocional. Chesterton la usa 51 veces en Ortodoxia, generalmente en ese sentido. Para él, la ortodoxia es claramente wild, una excitante y prodigiosa aventura.

[17] En su Autobiografía (o. cit., 106), Chesterton cuenta que el crítico James Douglas declaró que Chesterton era evidentemente un pseudónimo y que el autor debía ser el poeta John Davidson, quien, por supuesto, escribió rectificándolo. Poco después, Chesterton tuvo ocasión de conocer al crítico y al poeta en una comida como cuenta en el mismo lugar.

[18] J.L.Borges, en Prólogos de la Biblioteca de Babel, Alianza, Madrid 2001, 66.

[19]Ibidem.

[20] «Finalmente, la corona de lo que llamaríamos respetabilidad me llegó de la mano de la editorial Macmillan, que muy halagadoramente me invitó a escribir un estudio sobre Browning, para la English Men of Letters Series» (Autobiografía, o. cit., 109). Era una señal de aprecio, teniendo en cuenta que, en realidad, Chesterton no tenía títulos académicos en Literatura. Pero había mostrado su valía como crítico literario en artículos, reunidos en Twelve Types (1902) y en los libritos que le pidió la casa Hodder & Stoughton en 1902-1903, sobre Carlyle, Stevenson, Dickens, Tennyson, Thackeray y Tolstói.

[21]Chesterton & Ortodoxia. Leyendas y realidades, en “The Chesterton Review” 4 (2010) 31-43. Número especial de la edición castellana de la revista, que dirige Gloria Garafulich. Ian Boy fue fundador y director de la americana (1974-2010).

[22] H. Belloc, Lugar de G. K. Chesterton en las letras inglesas. Se puede encontrar también onlineOn the Place of Gilbert Chesterton in English Letters: «He approached controversy, his delight, hardly ever as a conflict, nearly always as an appreciation, including that of his opponent». Y sirve de prólogo a la edición de Ortodoxia, Porrúa, México 1987, XIII.

[23] Lo describe muy bien Dermot Quinn en Ortodoxia y sus primeros críticos, en la edición especial en español de “The Chesterton Review” 4 (2010) 45-56.

[24]The autobiography of G.K. Chesterton (Hutchinson, London, 1936), al final del cap. VII: «I saw Israel scattered on the hills as sheep that have not a shepherd; and I saw a large number of the sheep run about bleating eagerly in whatever neighbourhood it was supposed that a shepherd might be found». Es una alusión a Mc 6,30-34: Jesucristo «al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor». Y a las quejas de Dios a los profetas: «Mi rebaño anda errante por todos los montes y altos collados, mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra, sin que nadie se ocupe de él (…), ha sido expuesto al pillaje y hecho pasto de todas las fieras» (Ez 34, 6-8)

[25] Llama la atención la intensidad de lecturas que Chesterton ha tenido que hacer en este tiempo. La edición que, desde 1919, están llevando a cabo Pablo Gutiérrez Carreras y María Isabel Abradelo de Usera de los artículos de Chesterton en Ilustrated London News, con ya cuatro volúmenes, en Ediciones Encuentro, ha aportado un índice detallado de temas y de autores citados. Ya en el primer tomo, que cubre los años 1905-1906, hay una cantidad asombrosa de autores. Y permite ver cómo aparecen muchos de los que luego saldrán en Ortodoxia. Estos mismos estudiosos han editado la obra colectiva Chesterton de pie (CEU Ediciones, Madrid 2020), con numerosos análisis.

PREFACIO

ESTE LIBRO HAY QUE ENTENDERLO como complemento de Herejes [1905]. Es la parte constructiva que viene después de la destructiva. Muchos críticos se quejaron de que en mi libro Herejes me limitaba a atacar las filosofías de moda sin proponer ninguna alternativa. Este libro intenta responder a ese reto. Por eso no he podido evitar que esté lleno de afirmaciones y tenga un tono personal[1]. Me he encontrado con el mismo problema que se encontró Newman cuando, puesto en entredicho, escribió su Apología. Se vio obligado a centrarse en sí mismo para ser sincero[2].

En mi caso, aunque todo lo demás sea distinto, el motivo es el mismo. No se trata de explicar por qué el cristianismo es creíble, sino por qué he llegado yo a creérmelo. Por eso el libro se desarrolla planteando al principio un enigma y descubriendo poco a poco la solución. Primero, se cuentan las íntimas y sinceras perplejidades del autor; y, después, el modo sorprendente e inesperado en que fue encontrando las respuestas en la doctrina cristiana. Para mí esa es la garantía de que este credo es creíble. Si no, sería inexplicable una coincidencia tan repetida[3].

[1] En la tradición culta inglesa es de mal gusto hacer afirmaciones contundentes y también centrarlas en uno mismo. Sobre esto tienen una sensibilidad que no existe en otros lugares.

[2] John Henry Newman (1801-1890) es una de las grandes figuras del pensamiento católico. Pasó de clérigo anglicano a católico, y tuvo que explicar las razones en un libro genial, Apologia pro vita sua (1864).

[3] Esta “repetida coincidencia” es muy importante para Chesterton, que considera que su fe se basa en eso: la suma de muchas experiencias que concuerdan hacia una verdad. Lo intenta mostrar en todo el libro.

1. INTRODUCCIÓN PARA EXCUSAR LO QUE SIGUE

LA ÚNICA EXCUSA QUE PUEDO DAR para este libro es que responde a un reto. Y, aunque uno sea un mal tirador, queda mejor si acepta el duelo. Hace tiempo publiqué una serie de precipitados pero sinceros artículos con el título Herejes. Y algunos críticos, cuya inteligencia me merece un cálido respeto (quiero mencionar especialmente a Mr. G. S. Street), dijeron que estaba muy bien exigir a los demás que fundamentaran su visión del mundo, pero que yo evitaba predicar con el ejemplo. «Revisaré mi filosofía —decía Mr. Street— cuando Mr. Chesterton nos presente la suya»[1]. Probablemente fue una ingenuidad de su parte sugerir esto a una persona tan dispuesta como yo a escribir un libro a la menor provocación.

De todas formas, aunque Mr. Street ha inspirado y originado este libro, no está obligado a leérselo. Si lo hace, encontrará que, en sus páginas, de una manera algo errática y personal, y más con imágenes que con razones, he intentado establecer la filosofía a la que he llegado. No me parece justo llamarle “mi” filosofía porque en realidad no la he hecho yo. La han hecho Dios y la humanidad. Y, después, esa filosofía me ha hecho a mí.

Muchas veces he sentido la tentación de escribir una novela sobre un navegante inglés que, por haber calculado mal la ruta, llegaba a Inglaterra creyendo haber descubierto una isla en el Mar del Sur. Pero siempre me encontré con demasiado trabajo o con demasiada pereza para escribirla. Ahora se me presenta la oportunidad de darle curso usándola aquí como metáfora filosófica.

Seguramente, este hombre que saltó a tierra armado hasta los dientes, hablando por señas, e intentando plantar la bandera británica encima de un templo pagano, que resultó ser el Palacio de Brighton [Brighton Pavilion][2], parecería un payaso a quienes lo vieran. No voy a negar que pareciera un payaso. Pero si dedujéramos que él se sentía un payaso o que sus principales emociones tenían que ver con eso, no habríamos captado la rica y novelesca personalidad de nuestro héroe.

Su error es el más envidiable que pueda darse. Y estoy convencido de que él mismo lo reconocería si fuera como lo imagino. Porque ¿qué dicha mayor que pasar en un instante del emocionante miedo de exponerse a lo desconocido a la entrañable seguridad de llegar a casa? ¿Qué mejor que sentir toda la alegría de descubrir Sudáfrica sin los inconvenientes de desembarcar allí? ¿Qué mayor gloria que haberse lanzado a descubrir Nueva Gales del Sur y darse cuenta, con lágrimas de alegría, de que se está en la vieja y auténtica Gales del Sur? En esto consiste, me parece a mí, el principal reto de la filosofía y, de alguna manera, el principal reto de este libro: ¿Cómo conseguiremos que el mundo nos asombre al mismo tiempo que nos sentimos en él como en casa? ¿Cómo puede esta misteriosa patria cósmica, con sus habitantes de múltiples patas y sus tremendos y antiguos luceros, cómo puede este universo provocarnos a la vez la fascinación de lo desconocido y las satisfacciones del hogar?

Justificar una fe o una filosofía desde todos los puntos de vista es una tarea demasiado grande incluso para un libro mucho mayor que este. Por eso, es preciso seleccionar el modo de argumentar que vamos a seguir. Y el que me propongo seguir aquí es este. Quiero presentar mi fe como algo que responde perfectamente a esa doble necesidad del espíritu humano: la necesidad de combinar lo familiar con la novedad, que la cultura cristiana ha llamado “novela” [romance, en inglés]. Porque esa palabra todavía tiene un eco del misterioso y antiguo significado de Roma.

Cuando alguien quiere discutir un asunto debe comenzar por señalar lo que deja fuera de discusión. Antes de fijar lo que pretende probar, tiene que dejar claro lo que no pretende probar. Lo que yo no voy probar y propongo como punto de partida común para mí y para cualquier lector normal es que es preferible que la vida sea activa y fascinante, emocionante y llena de interés poético. Una vida como la mayoría de los occidentales parece haber deseado. Y si alguien dice que le apetece más dejar de vivir que vivir, y que prefiere la monotonía y el aburrimiento a la variedad y la aventura no pertenece al tipo de gente normal al que me dirijo. Al que prefiera la nada, nada le puedo ofrecer.

Pero casi todas las personas que he conocido en la sociedad occidental en la que vivo estarán de acuerdo con mi afirmación: deseamos una vida novelesca, que mezcle aventura con seguridad. Queremos que el mundo responda, a la vez, a nuestras aspiraciones de asombro [wonder] y de acogida [welcome]. Anhelamos ser felices en este maravilloso mundo y no solo a vivir cómodamente. Este es el modo de argumentar que voy a seguir.

Por eso, tengo un motivo particular para recordar al hombre que descubrió Inglaterra con su barco. Porque ese hombre con su barco soy yo. Yo descubrí Inglaterra. Por eso, no he podido evitar que el libro esté centrado en mí. Y, para ser franco, tampoco he podido evitar que resulte pesado. El único consuelo es que esa pesadez me puede librar de la acusación que más me molesta, que es la de ligereza. Jugar con los argumentos al estilo sofista es una de las cosas que más me disgustan, aunque es de lo que con más frecuencia me acusan. Creo que no hay nada más innoble que dedicarse a pensar paradojas vacías para defender lo indefendible. Y si fuera verdad, como alguien ha sugerido, que Mr. Bernard Shaw vive de hacer paradojas, sería entonces un vulgar millonario, porque alguien con sus dotes intelectuales es capaz de inventarse un sofisma cada cinco minutos. Es tan fácil como mentir, porque, en definitiva, es mentir. En realidad, lo cierto es que Mr. Shaw está cruelmente limitado en ese sentido, porque es incapaz de decir una mentira a no ser que piense que es una verdad[3]. Y yo siento la misma escrupulosa limitación. Nunca en mi vida he dicho algo solo porque sea ingenioso, aunque, por supuesto, como también me alcanza la vanidad humana, podría llegar a pensar que algo es ingenioso solo porque lo he dicho yo. Pero una cosa es inventarse un encuentro con una gorgona o un hipogrifo, que no existen[4], y otra, descubrir que el rinoceronte existe y sacarle partido al hecho de que parezca imposible. En definitiva, busco la verdad, pero puede que, por instinto, me atraigan más las verdades más pintorescas.

Dedico este libro de todo corazón a esa bendita gente que detesta mis escritos porque le parecen, con toda razón, payasadas sin substancia o bromas sin gracia. Porque si este libro es una broma, es una broma contra mí mismo. Yo soy el personaje que se empeñó en descubrir lo que ya estaba descubierto. Si hay un componente de farsa en lo que sigue, es a mi costa. Este libro explica cómo llegué a creerme el primero en poner el pie en Brighton y me encontré con que era el último. En él repaso mis exóticas aventuras en busca de lo obvio. Y a nadie puede parecerle mi caso más cómico que a mí. Ningún lector puede acusarme de que intento tomarle el pelo porque, en esta historia, el único embromado soy yo, y no estoy dispuesto a ceder ese honor a nadie, bajo ningún concepto.

Con todo gusto confieso que compartía todas las ingenuas ambiciones de finales del xix. Y que, como todo jovencito inquieto, quería adelantarme a mi época. Como todos ellos, quería ir diez minutos por delante de la verdad. Y me encontré con que iba mil ochocientos años por detrás. Levanté la voz con ese típico engolamiento juvenil para manifestar mis verdades. Y fui castigado de la manera más apropiada y simpática posible. Porque hoy sostengo esas mismas verdades, pero he descubierto no que no sean verdades, sino que no son mías. Me imaginé avanzando en solitario y me encontré en la cómica situación de estar a la cola de todo el cristianismo. Intenté ser original —que los Cielos me perdonen— y solo conseguí inventar por mi cuenta una mala copia de las tradiciones que ya existían en nuestra religión. El hombre del barco creía ser el primero que encontraba Inglaterra. Yo creía ser el primero en encontrar Europa[5]. Intenté hacerme una herejía a mi gusto y cuando le di los últimos retoques, resultó ser la ortodoxia.

Puede que alguien se entretenga con el relato de este bendito fiasco. Puede que mis amigos —o mis enemigos— se diviertan al leer cómo aprendí, paso a paso, de la verdad de algunas leyendas curiosas y de la falsedad de algunas filosofías de moda, lo que podría haber aprendido en el Catecismo, si lo hubiera estudiado alguna vez. Puede que resulte entretenido —o quizá no— leer cómo encontré en un club anarquista o en un templo de Babilonia lo que podría haber encontrado en la parroquia de la esquina. Si hay alguien capaz de entretenerse enterándose de qué manera las flores de un campo, los letreros de un autobús, los acontecimientos de la política o las penas de la juventud, con un cierto orden, pueden producir las convicciones de la ortodoxia cristiana probablemente leerá este libro. Pero, como en todo, conviene establecer una razonable división de tareas. Yo he escrito el libro y nadie en esta tierra puede obligarme a leerlo.

Debo añadir una advertencia bastante pedante que, como toda advertencia que se precie, conviene situar al comienzo del libro. Este ensayo solo se propone discutir el hecho de que el núcleo de la doctrina cristiana (suficientemente resumida en el Credo de los Apóstoles) es la mejor raíz para el impulso moral y una ética sana. No trata de discutir la apasionante pero distinta cuestión de cuál sea la sede que tiene autoridad para interpretar el Credo. Cuando aparece aquí la palabra “ortodoxia”, quiere decir el Credo de los Apóstoles tal y como —hasta hace muy poco— ha sido entendido por todo el que se llamaba cristiano, y la forma de vida común en la historia entre los que confiesan ese credo. Por razones de espacio, he tenido que limitarme al contenido del Credo. Y no entro en la cuestión, más discutida entre cristianos modernos, sobre su origen. Este no es un tratado teológico sino una especie de biografía errática. Pero si alguien quiere saber mis opiniones sobre la autoridad doctrinal, basta con que Mr. G. S. Street me rete de nuevo y tendrá otro libro[6].

[1] George Slyte Street (1867-1936), crítico, periodista y novelista inglés, con buen humor y tendencia conservadora, escribió una breve, elogiosa y paternalista crítica de Herejes del entonces joven periodista Chesterton, en el semanario Outlook (17.VI.1905), dándole algunos consejos. En su Autobiografía, Chesterton lo recuerda como un “encantador ensayista” y también en The Victorian Age in Literature.

[2] Residencia real en Brighton, renovada en 1820, para el rey Jorge IV. Se llenó de minaretes y cúpulas orientales que recuerdan el Taj Mahal y le dan el aspecto de un templo indio.

[3] El dramaturgo irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), Premio Nobel de Literatura en 1925, fue un gran amigo de Chesterton, a pesar de pensar muy distinto. Durante gran parte de su vida, fue un ferviente impulsor del fabianismo, socialismo utópico, pacifista y reformista, que se hizo muy popular entre personalidades inquietas de nivel cultural y daría lugar al Partido laborista. Con los años se cansó. Tenía cierta tendencia a sumarse a causas perdidas. Chesterton le había dedicado el capítulo IV de Herejes, y posteriormente le dedicó un breve estudio (1909).

[4] Son dos figuras mitológicas griegas. La gorgona es una mujer con la cabeza llena de serpientes en lugar de cabellos. El hipogrifo es una mezcla de caballo y grifo, alado y con garras de águila en las patas delanteras.

[5] Chesterton usa aquí “Europa” en el sentido de la civilización cristiana occidental. Por eso, algunas veces lo cambiaremos por Occidente.

[6] El Credo de los Apóstoles es un compendio o confesión de la fe cristiana, que se suele recitar los domingos en la Misa. Se usaba en Roma desde los primeros siglos para preparar a los que se iban a bautizar, y se extendió por todo el Occidente. Está en uso en la liturgia y catequesis de la Iglesia católica, de la Iglesia anglicana y de casi todas las confesiones protestantes tradicionales. Chesterton alude a las dudas sobre su fecha de composición. Y también advierte que no quiere entrar en la cuestión sobre quién tiene autoridad para interpretarlo. Es decir, no entra en si es la Iglesia anglicana, la católica o la libre conciencia.

2. EL LOCO DEL MANICOMIO

CURIOSAMENTE, LA GENTE MÁS MUNDANA no suele entender el mundo. Dependen completamente de unas pocas máximas cínicas que, además, son falsas. Recuerdo que una vez paseaba con un próspero editor e hizo un comentario que ya había oído yo muchas veces, porque es como un lema del mundo actual. Pero, al oírlo una vez más, después de tanta repetición, me di cuenta de hasta qué punto es falso. El editor comentó de otro: «Este hombre saldrá adelante, porque cree en sí mismo». Recuerdo que cuando levanté la cabeza para escucharle, mis ojos dieron con un autobús que llevaba escrito “Hanwell” [el antiguo manicomio de Londres][1]. Le dije entonces: «¿Quiere que le explique dónde están los que más creen en sí mismos? Se lo voy a decir. Conozco personas que creen más en sí mismos que Napoleón o que César. Conozco en qué lugar brillan más las estrellas fijas de la seguridad y el éxito. Y le puedo enseñar la sede de esos superhombres. Los hombres que, de verdad, creen en sí mismos están en el manicomio».

Él contestó amablemente que hay muchos que creen en sí mismos y no están en el manicomio. «Es verdad, los hay —respondí— y usted debe conocerlos mejor que nadie. Ese poeta alcohólico, al que no quiere usted aceptar su penosa tragedia, cree en sí mismo. Aquel viejo ministro, del que usted huyó por la puerta de atrás porque quería leerle su poema épico, cree en sí mismo. Si usted reflexiona sobre su experiencia profesional en lugar de contentarse con esa especie de filosofía barata, podrá comprobar que creer en sí mismo es una de las señales más claras de estar perturbado. Usted sabe que todos los actores que son incapaces de actuar creen en sí mismos. Y también los deudores que no pueden pagar sus deudas. Por tanto, parece más seguro decir que a alguien le irá mal porque cree en sí mismo. La completa confianza en sí mismo no solo es un pecado, sino también un trastorno. Creer firmemente en sí mismo es una creencia tan histérica y supersticiosa como creer en Joanna Southcote[2]. El que lo hace tiene “Hanwell” escrito en la frente, como el autobús.

A esto respondió mi amigo el editor con estas profundas y efectivas palabras: «Bien, y si uno no puede creer en sí mismo, entonces ¿en qué puede creer?». Después de una larga pausa, le dije: «Voy a casa a escribir un libro para responder a esa pregunta». Y este es el libro que responde a esa pregunta.

Creo que este libro puede muy bien comenzar donde surgió la pregunta: en los alrededores del manicomio. Los maestros modernos de la ciencia están muy sensibilizados con la necesidad de que toda investigación parta de un hecho. Los antiguos maestros de la religión estaban convencidos de lo mismo; y partían del hecho del pecado, que es tan patente y real como las patatas. Se podrá discutir si un agua bendecida [como en el bautismo] es capaz o no de limpiar a una persona. Lo que no se puede discutir es que necesita ser limpiada. Algunos líderes religiosos de Londres, no solo los materialistas, han comenzado a negar no la capacidad del agua, que se puede discutir, sino la existencia de la mancha, que es indiscutible. Algunos nuevos teólogos niegan el pecado original, que es la única parte de la doctrina cristiana que se puede probar. Y además están los discípulos del Reverendo R. J. Campbell que, con su casi molesta espiritualidad, defienden la impecabilidad divina que no pueden ver ni en sueños, pero niegan el pecado humano que se puede observar en la calle[3].

Los santos más extraordinarios, lo mismo que los escépticos más extraordinarios, toman la existencia del mal como punto de partida de su pensamiento. Si es cierto, como lo es, que un ser humano puede llegar a experimentar un placer exquisito despellejando un gato, los pensadores religiosos pueden sacar dos conclusiones: o negar la existencia de Dios, como hacen todos los ateos; o negar que el hombre esté actualmente unido a Dios, como hacen todos los cristianos. Pero los nuevos teólogos creen haber encontrado una solución más racional negando el gato.

En esta confusa situación, resulta prácticamente imposible (si se quiere un planteamiento de alcance general) comenzar esta reflexión como hacían nuestros padres; es decir, por el hecho del pecado. Porque este hecho que, para ellos y para mí, es tan claro como el agua, ha sido especialmente emborronado o negado. Sin embargo, aunque nieguen la existencia del pecado, todavía no se atreven a negar la existencia del manicomio. De momento, todos estamos de acuerdo en que allí se encuentran colapsos de la inteligencia tan innegables como los derrumbamientos de las casas. Se puede negar la existencia del infierno [hell], pero es difícil negar la existencia de Hanwell [el manicomio de Londres]. Así que, como punto de partida, nos puede servir este en lugar del otro. Y así como antiguamente se juzgaba si las ideas y teorías podían perder el alma, ahora se puede juzgar si llevan a perder la inteligencia.