Otro amor en su pasado - Kim Lawrence - E-Book

Otro amor en su pasado E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Era imposible tenerla por completo... ni siquiera convirtiéndola en su esposa El magnate de origen italiano Luca O'Hagan tenía una cita para cenar con su hermano, pero lo que se suponía sería una tranquila velada en Manhattan, se convirtió en un encuentro apasionante cuando Luca conoció a la bella secretaria de su hermano. Desde el primer momento, le resultó imposible no dejarse llevar por la atracción que sintió hacia ella. Pero Alice tenía algunos secretos.

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Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Kim Lawrence. Todos los derechos reservados.

OTRO AMOR EN SU PASADO, Nº 1561 - julio 2012

Título original: Luca’s Secretary Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0701-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

La madre le dio las gracias una y otra vez y la gente que pasaba por aquel lugar de Nueva York se quedó mirándolos. Se formó un círculo a su alrededor, todos parecían querer escuchar cómo aquella mujer le agradecía el haber salvado la vida de su hijo.

Sin embargo el niño en cuestión, de unos cinco años más o menos, no parecía muy agradecido, ya que le dio una patada al hombre que lo había salvado de morir atropellado.

Luca forzó una sonrisa mientras apartaba al niño y se preguntaba qué tendría de bueno ser padre. A él le gustaban los niños, aunque ningún hijo suyo haría algo tan horrible como morder a alguien, pero no tenía especial interés en convertirse en padre, no era el momento. A pesar de que tenía fama de ser una persona inconformista, sus ideas acerca del matrimonio y la familia eran bastante tradicionales. Aunque aún no había conocido a ninguna mujer con la que hubiera deseado compartir el resto de su vida.

Luca venía de una familia de irlandeses e italianos, y sus familiares siempre le habían dejado claro que una de sus obligaciones en la vida era casarse y tener hijos, pero él no tenía prisa. Tenía treinta años y, cuando sus padres le reprochaban el seguir soltero, él les recordaba que tenía un hermano de treinta y dos años, Roman, que también podía ocuparse de dar continuidad a la familia.

Luca estaría encantado de cumplir con su papel de tío, aquello no implicaría demasiados sacrificios para él. Desgraciadamente era improbable que su hermano se casara, no había ninguna posible candidata cerca.

A no ser que Alice, su secretaria siempre fiel y servicial, pudiera ser una posible candidata. Era evidente que aquella mujer estaría muy dispuesta a casarse con su jefe. Luca negó con la cabeza mientras recordaba su cara de ojos grises y cabello rubio y rizado.

De repente, el niño que estaba sujetando aún se soltó y regresó junto a su madre.

–¡Te odio! –le gritó desde detrás de su madre.

–Tú tampoco me caes muy bien –respondió él.

Su hermano no podía casarse con su secretaria... No estaba enamorado de ella, aunque a Roman no parecía interesarle mucho el amor. Se había hecho bastante cínico con los años y quizá fuera capaz de casarse sin estar enamorado, algo que hace unos años le había resultado impensable.

Su hermano le había dejado claro la visión pesimista y desilusionada que tenía respecto a aquel tema, se lo había confesado en una conversación reciente en la fiesta de aniversario de sus padres. Su padre no había desaprovechado la oportunidad para sacar su tema favorito.

Más tarde habían salido a pasear junto al lago que había en sus extensas tierras de Irlanda.

–Papá ha sido muy sutil, ¿no crees? –había dicho Luca.

–Como siempre, supongo, aunque creo que tiene algo de razón –Roman se detuvo y recogió una piedra del suelo. Después la lanzó al agua–. Lo importante para un buen lanzamiento es la muñeca.

–No me digas –Luca agitó los brazos de forma exagerada al ver cómo su piedra superaba la de su hermano. Roman sonrió ante aquel gesto que le recordaba la rivalidad que siempre había habido entre ellos–. Ya no eres lo que eras, Roman ¿Me has estado ocultando algo? ¿Acaso hay alguien nuevo en tu vida?

–¿Alguien?

–¿Te has enamorado? ¿Acaso crees que nuestros padres no aprobarán la relación? Eso sería muy interesante. Dios, no estará casada, ¿verdad?

–¿Crees que el estar enamorado es una buena razón para casarse?

–Nunca me había parado a pensarlo, supongo que para ti no lo es.

–El amor es un estado de locura transitoria, y la locura no es una buena condición para realizar ningún tipo de contrato, y eso es lo que es el matrimonio, un contrato.

Luca no se consideraba un hombre excesivamente romántico, pero aquella descripción del matrimonio le pareció excesivamente fría.

–¿Y qué hay de encontrar tu media naranja, tu alma gemela?

–¿Acaso necesitas un alma gemela para sentirte completo? ¡No digas tonterías!

–Yo me siento completo pero, ¿te imaginas qué sería de papá sin mamá, o de mamá sin papá?

–Hay algunas excepciones –reconoció Roman muy a su pesar–. Yo he intentando buscar el amor para casarme, pero por si no lo recuerdas, las cosas no salieron bien.

Luca le tocó el hombro.

–¿No me digas que el hecho de que te dejaran plantado en el altar en una ocasión te ha transformado en un hombre soltero resentido que desprecia el matrimonio?

–No te preocupes, me voy a casar, aunque el amor no será algo imprescindible para dar el sí quiero, de hecho será del todo prescindible, ¡qué más da casarse ahora que casarse dentro de cinco años!

¿Y si su hermano hablaba en serio? ¿Y si estaba buscando a la mujer que fuera la madre de sus hijos? ¿Y si estaba pensando en Alice Trevelyan?

¿Acaso algo así no sería absurdo? No importaba lo absurdo que resultara, a Luca no le agradaba la idea, era evidente que Alice no era la mujer adecuada para su hermano. Luca no lograba encontrar las razones que justificaran aquella afirmación, pero su instinto se lo decía, y había veces que el instinto era más poderoso que la razón.

La secretaria de su hermano era una mujer muy atractiva, era la mujer más sensual que Luca había conocido. No llevaba ni ropa ajustada ni faldas cortas, pero a pesar de su ropa formal y recatada, tenía siempre un aspecto muy provocativo.

Era difícil conformarse con sólo mirarla, Alice era una mujer que cualquier hombre desearía tocar, él mismo había vivido aquello. Luca no se acercaba a ninguna mujer que tuviera relación con su hermano, pero el verla atravesar el despacho era suficiente para desear tener algo con ella.

No quería estropear la camaradería que su hermano y aquella mujer tenían por un fuerte deseo carnal.

Aunque Luca estaba seguro de que Roman también deseaba a Alice. Él nunca había sabido muy bien la relación que existía entre ambos, parecían entenderse muy bien en el trabajo pero, ¿también se entendían en la cama?

Luca jamás se lo había preguntado a su hermano y no estaba dispuesto a hacerlo. Si Roman decidía mezclar el trabajo con el placer, era asunto suyo, él prefería no hacerlo.

Alguien le dio una palmadita en la espalda haciéndole volver al presente.

–Te mereces una medalla, amigo –Luca asintió mientras pensaba que lo que realmente debía hacer era salir de aquel lugar lo antes posible. Cada vez había más gente a su alrededor y lo último que quería hacer era atraer la atención de la gente. Se esforzaba por mantenerse al margen, para que nadie reparara en él, aunque no solía lograrlo.

Luca pensó en los titulares, quizá tenía algo que ver con su pasado como periodista. Habían pasado ya diez años desde que había trabajado en un periódico nacional y su instinto periodístico acerca de lo que iba a suceder aún no lo había abandonado.

Si su padre no hubiera sufrido aquel ataque al corazón, quizá él aún estaría trabajando en el periódico. Finn O’Hagan había tenido que retirarse y Roman, todo un experto en finanzas, se había quedado a cargo de la empresa familiar.

Antes de sufrir el infarto, Finn llevaba un tiempo pensando en deshacerse de la editorial estadounidense que había heredado de un tío y que había dejado de ser rentable. La había mantenido por razones sentimentales durante mucho tiempo y Luca había accedido a pedir un año sabático para poner todo en orden y preparar la empresa para la venta.

Sin embargo algo extraño había sucedido, Luca había disfrutado mucho trabajando en la empresa y su entusiasmo se había dejado notar.

A finales de aquel año lograron que la empresa saldara todas sus deudas y había logrado que un nuevo escritor con gran fama firmara con ellos, lo que había atraído a otros escritores conocidos. El imperio O’Hagan había cambiado radicalmente y en aquellos momentos tenían sedes en Sidney, Londres y Dublín. Además Luca seguía disfrutando de su trabajo.

En aquellos momentos, llegó el padre del niño y la mujer volvió a llorar mientras le explicaba lo que había sucedido. El padre se quedó paralizado y Luca aprovechó aquel instante para alejarse de allí. Intentó ocultarse tras la multitud, a pesar de que con un metro noventa y cinco de estatura era difícil pasar desapercibido.

A pesar de ello logró salir de allí sin problemas. Cuando estaba ya lejos del gentío sonó el teléfono, era su hermano.

–¿Sigue en pie lo de esta noche? –le preguntó Roman en cuanto Luca contestó.

Él miró la hora.

–Por supuesto, aunque aún tengo que ver a Hennessey, tal vez llegue un poco tarde.

–¿Estará la encantadora Ingrid también contigo?

–Qué gracioso.

–Es una mujer bastante tenaz, ¿no crees? Se le da muy bien hacerse publicidad ella misma.

–Tú le hablaste sobre mí, ¿a que sí?

–¿Yo? ¿Cómo puedes sospechar de mí? Mi orgullo está herido, ni mi propio hermano confía en mí.

–¡Dio mio! Eres perverso, eso es lo que eres.

–Tienes que entenderlo, Luca, aquella mujer no dejaba de hablar de bodas y de repente encontré la solución... Después de todo, a ti te gustan mucho las rubias, sobre todo las esbeltas de aspecto nórdico. Así que le dije que a ti te invitaban a las fiestas más distinguidas y que eras mucho más fotogénico que yo y tenías una gran reputación, sobre todo en Estados Unidos.

–Así que tú sabías ya que era lesbiana.

Roman estuvo a punto de atragantarse.

–¿Acaso a ti también te pidió que le donaras tu esperma?

–Sí –admitió Lucas con una mueca–. Aunque me dejó muy claro que sólo estaría interesada si los exámenes médicos revelaban que tenía una buena salud.

–Y yo pensaba que me había elegido a mí, que era especial para ella... –dijo su hermano con un tono burlón–. Con respecto a esta noche, no te preocupes, Alice y yo probablemente también lleguemos tarde. ¡Ah! Quería advertirte que seguramente Alice se haya creído la versión que las revistas han publicado sobre lo tuyo con Ingrid.

–¿Y tú no te has molestado en contarle la verdad?

–Sinceramente ni se me ha pasado por la cabeza. Cree que estoy siendo muy fuerte.

–Eres perverso...

–Ella piensa que eres un donjuán sin corazón –le dijo su hermano sin molestarse en ocultarle lo mucho que aquello le divertía.

–Entonces, ¿Alice vendrá esta noche?

–Por supuesto que vendrá, ella es como de la familia.

Unos segundos después Luca guardó el teléfono móvil en el bolsillo y recordó las palabras de su hermano: que Alice era como de la familia... Luca negó con la cabeza, ¿no se estaría obsesionando con el tema?

Luca se recordó a sí mismo que, aunque Roman se lo pidiera, Alice podía contestarle que no. Aunque no era probable que la mujer que le había quitado una navaja a un loco para salvar a su jefe, le dijera que no a una proposición de matrimonio.

¿Acaso sería tan malo que Alice Trevelyan se convirtiera en su cuñada?

Luca sintió cómo un escalofrío recorría todo su cuerpo, estaba claro que la idea no le agradaba en absoluto. Sabía que, si no lograba encontrar otra novia para Roman, él tendría que casarse con ella.

–¿Quiere beber algo mientras espera? –le preguntó el camarero.

Alice no solía beber, pero pensó que una copa de vino la ayudaría a sobrellevar la situación.

Después de todo, si se hubiese negado... ¿Acaso era tan difícil decir que no? Tomó un sorbo de vino mientras intentaba consolarse, no era la única a la que le costaba decirle que no a su jefe. Su jefe tenía fama de conseguir que la gente siempre le dijera que sí.

Bebía despacio, no quería terminar la noche ebria. Seguía sola en aquel distinguido hotel de Nueva York y rodeada de parejas. En aquellos momentos le resultaba difícil no pensar que era la única persona de aquel lugar que no tenía acompañante. Se llevó la mano al pecho buscando el anillo que llevaba colgado de una cadena desde el día en que su madre la miró preocupada y le dijo que tenía miedo de que nunca se olvidara del pasado.

–Eres aún muy joven, Alice, y sabes tan bien como yo que a Mark le habría gustado que rehicieras tu vida –a Alice no le costó recordar aquellas palabras de su madre.

Al notar que no lo llevaba, se sintió desnuda, más de lo que se sentía por llevar puesto aquel vestido corto que le había obligado a quitarse la cadena.

Alice apartó la mirada al ver que la pareja que estaba sentada junto a ella se acariciaba las manos. A ella no le gustaba dejarse llevar por la pena, así que pensó en las ventajas que tenía el no tener pareja, y una de las mejores era tener aquella cama enorme para ella sola.

Roman era difícil en algunas cosas, pero era muy generoso. Le había alojado en una habitación muy lujosa al lado de la de él.

Alice se quedó mirando la copa vacía y pensó que tal vez había bebido demasiado, sin embargo, ¿acaso los borrachos no se sentían felices y con ganas de cantar y bailar?

Pero ella no se sentía sí.

La noche prometía poner a prueba toda su capacidad de autocontrol. No tenía ganas de pasar unas horas con una persona que parecía poseer la ración de ego que le correspondía a todo el país.

Era irónico pensar que iba a cenar con el soltero que no sólo tenía fama de rico e inteligente, sino que era tan guapo, que todas las mujeres hubieran saltado de alegría al saber que iban a cenar con él, y sin embargo, para ella era como un castigo.

Aunque la mayoría de las mujeres, entre las que Alice no se encontraba, no sabían lo desagradable que Luca O’Hagan era realmente. Alice hubiera preferido ir al dentista que tener que cenar con el hermano de su jefe.

El problema de aquel hombre era que lo habían mimado demasiado, nunca había tenido que luchar para conseguir algo, ni siquiera con las mujeres. Tal vez habría sido mejor persona si alguien le hubiera negado algo alguna vez. Ella lo había visto en acción alguna vez, y su reputación era acertada, todas las mujeres se sentían irremediablemente atraídas por él.

Alice decidió esperar diez minutos más. Si no aparecía, regresaría a su habitación y pediría algo al servicio de habitaciones. Tras tomar aquella decisión pidió otra copa.

En aquel momento, el maître se acercó a su mesa. Parecía hablar con un cliente importante.

–Aquí tiene su mesa preferida –le dijo a alguien que Alice no podía ver.

Ella se dio cuenta de que aquella persona debía ser alguien muy distinguido, ya que el maître le hablaba en un tono especial que ella distinguió fácilmente, era el tono que la gente utilizaba cuando se dirigían a grandes personalidades.

Alice se preguntó qué tendrían algunas personas para que los demás les trataran con tanto respeto. A ella le hubiera gustado pensar que aquello se debía al dinero y al poder de aquellas personas, pero tenía que admitir que aunque a su jefe y a su hermano les hubieran quitado todas sus posesiones, los tratarían igual.

Hizo un esfuerzo y se giró con una sonrisa, pero el hombre que había provocado tanto revuelo no era el que ella pensaba. Suspiró pero se quedó mirando al recién llegado unos segundos. Era un hombre que merecía ser mirado con detenimiento.

Decidió que no le importaría estar esperando a un hombre como aquél. Era alto y elegante, tenía algunas canas, pero poseía un aspecto juvenil y, cuando sus miradas se encontraron, él le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa algo avergonzada y apartó la mirada.

Se dedicó a estudiar la carta de vinos como si no la hubiera mirado todavía. Aquel hombre y probablemente toda la gente del restaurante, pensaban que la habían dejado plantada, y no estaban equivocados.

Mientras miraba la carta el maîtrese acercó a ella y le informó de que el señor O’Hagan había llamado para decir que no tardaría en llegar.

–Estoy impaciente –le dijo ella. El hombre la miró desconcertado–. Gracias –dijo ella esforzándose por mostrar el agradecimiento que él parecía esperar de ella.

Pero no estaba agradecida, estaba enfadada, el que dos miembros de la familia O’Hagan la hubieran dejado plantada aquella noche era suficiente razón para enfadar a cualquiera.

–Quédate y habla con él, no quiero que se enfade y además salir un poco te hará bien, te lo mereces –le había dicho Roman antes de abandonarla.

–En realidad no me importaría acostarme temprano –le había contestado Alice a su jefe. Roman debía de estar loco si pensaba que pasar la noche con su hermano le podía resultar algo agradable.

–Es una pena, yo anulé nuestra cena del mes pasado y no quiero que Luca piense que le guardo rencor.

Alice se compadeció de su jefe.

–En fin, supongo que podría...

–Estupendo.

Roman había perdido a una mujer despampanante de un metro ochenta, una modelo sueca que aparecía en las portadas de todas las revistas de moda y que había pasado de las manos de Roman a las de Luca. Cuando Roman regresó de un viaje de negocios a Praga descubrió que su novia se había ido a los Estados Unidos con su hermano.

Roman no había demostrado disgusto alguno, se había limitado a encogerse de hombros. Sin embargo Alice sabía que Roman ocultaba su dolor. Debía haber resultado muy duro para él, sobre todo teniendo en cuenta que la historia había sido portada en todas las revistas del corazón.

Alice deseó que su jefe no hubiera estado muy enamorado de la modelo, aunque aquello no justificaba el comportamiento de su hermano, ¡Luca era un ser despreciable!

Las buenas personas no le quitaban la novia a un hermano, aunque nadie había dicho que Luca fuera una buena persona, sólo se decía que era increíblemente atractivo.

No había dudas de que Luca era un hombre muy guapo, aunque a ella no le gustaba aquel tipo de belleza tan evidente.