Otro en tu corazón - Emma Darcy - E-Book

Otro en tu corazón E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Después de vivir libre e intensamente sus años de soltería, Matt Davis se sentía preparado para asumir la paternidad. Y Carol Kelly parecía ser la respuesta a sus deseos. No sólo era una mujer provocativamente sexy, sino que además estaba dispuesta a casarse con el primer hombre decente que se cruzara en su camino. Pero, antes, Matt tendría que convencerla de que, además de disfrutar de su maravilloso cuerpo, aspiraba a obtener algo más de la experiencia matrimonial.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Emma Darcy

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Otro en tu corazón, n.º 1046 - marzo 2021

Título original: Fatherhood Fever

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-113-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SI AL MENOS me dieras un nieto tendría una razón para vivir».

Las palabras de su madre resonaron en un hondo pozo de frustración. Tal había sido su irritación al oírlas, que Matt Davis salió al aire libre y encendió un cigarrillo, aspirando desafiante una bocanada de humo. Con ese gesto beligerante intentaba combatir el sentimiento de culpa que le producía haber roto la promesa de abandonar el peligroso hábito de fumar.

Se encaminó lentamente al jardín, rumiando su sensación de fracaso al no conseguir que su madre hiciera algo positivo en su propio beneficio. Desde la muerte de su padre había caído en una gran depresión, dejándose arrastrar, incapaz de recobrar su antigua energía. El hecho de haberla llevado a ese balneario de salud le pareció al principio una buena idea, pero enseguida se dio cuenta que no obraba los resultados milagrosos que había esperado. La dieta saludable, los ejercicios, los tratamientos programados no contribuían a devolverle la voluntad de encontrar alicientes para seguir viviendo.

Era absurdo creer que el resto de sus días dependía de un nieto. Había muchas otras maneras de llenar el vacío de su viudez. ¡Cielo Santo, si sólo tenía cincuenta y cinco años! Y resultaba muy atractiva cuando se encontraba animada. A su padre no le hubiese gustado que lo llorara por siempre. Si saliera más a menudo, si hiciera cosas, se mantendría distraída. Desde luego que un nieto no le iba a exigir el menor esfuerzo. Sería algo así como un regalo caído del cielo.

El problema consistía en que no era tan fácil conseguírselo.

Tras una furiosa calada al cigarrillo, Matt se detuvo en la escalinata de piedra, contemplando cómo el humo ascendía en espiral desvaneciéndose en el aire frío. Pensó que también desaparecía, como la generación de su madre, cuando las mujeres se contentaban con ser esposas y madres. Las mujeres con las que él se había relacionado íntimamente consideraban la maternidad como un impedimento a su libertad y no deseaban un hijo hasta no sentirse preparadas.

Torció la boca en un gesto de cruel ironía. Él sí que se sentía preparado. A sus treinta y tres años estaba más que preparado para ser padre. Había vivido intensamente sus años de soltero y empezaba a encontrar que la vida se tornaba cada vez más vacía. Sus ambiciones respecto al trabajo estaban más que satisfechas. La empresa mercantil que había creado y desarrollado le proporcionaba sólidas ganancias que le aseguraban una cómoda vida para el futuro. No era exactamente un solitario, sentía un gran deseo de formar su propia familia y compartir con ella todo lo valioso que la vida pudiera aportar.

Estaba seguro de que sería un buen padre, así como su propio padre lo había sido. Ese pensamiento inundó su mente de antiguos recuerdos, y de pronto sintió una gran tristeza. Su madre no era la única que añoraba a aquel hombre. Pero la vida debía seguir su curso, pensó con un hondo suspiro.

Desgraciadamente, la simpleza con que su madre creía que podría casarse y formar una familia en el momento en que lo decidiera, en los tiempos actuales eran puras fantasías.

Encontrar una mujer que deseara cooperar en un plan de vida tan pasado de moda era como encontrar una aguja en un pajar.

Para ellas, todos los demás intereses, como una carrera profesional, viajes, vivir la vida a fondo, eran más importantes que tener un hijo. Al menos dos antiguos amores, Janelle y Skye, así se lo habían asegurado antes de romper la relación. Al parecer tendría que encontrar una veinteañera que no conociera mejores alternativas, o a una mujer desesperada al borde de los cuarenta para poder realizar su deseo de paternidad.

La verdad era que ninguna de las posibilidades le atraía demasiado.

Lo que él quería…

El ruido atronador de una moto que aceleraba por el camino de entrada a la residencia, interrumpió el curso de sus pensamientos. Volvió la cabeza hacia el bullicio que rompía la paz y quietud del ambiente. Automáticamente, Matt intentó identificar la marca del aparato. Era una Ducati 600 SS, roja, de un elegante estilo italiano.

Se detuvo a unos cuantos metros de distancia de donde él se hallaba, todavía ante la entrada del jardín. Sólo cuando el conductor se bajó del aparato se percató de que era una mujer. Instintivamente le echó una mirada evaluativa. La vestimenta de cuero negro moldeaba un cuerpo fantástico, con deliciosas curvas femeninas, perfectamente proporcionado.

La visión le desencadenó una gran revolución hormonal, que por esos tiempos ya creía agotada.

Cuando se quitó el casco, Matt no pudo evitar quedarse contemplando sin disimulo la asombrosa revelación de su rostro y cabellos. Su mirada registró la delicada barbilla, los grandes ojos azules muy claros, separados por una fina nariz y una boca sensual; pero fue el pelo lo que más le impresionó. Era como una viva llamarada de luz.

En su vida había visto cabellos de tan fuerte intensidad. La cabellera de un brillante color cobre lucia dos bandas iridiscentes de tonos anaranjados la una y oro la otra que, como dos halos, enmarcaban la curva de sus mejillas.

La visión estimuló toda clase de pensamientos salvajes en la mente de Matt. Esa mujer no sólo era sensualmente atractiva. Era pura dinamita que hacía alarde de su osadía, que jugaba con el peligro, desafiando todas las normas convencionales, decidida a bailar a su propio ritmo, sin importarle el juicio de los demás, dispuesta a ir donde el destino quisiera llevarla.

Era un desafío que removió algo más que las hormonas de Matt. De golpe le había incendiado la sangre haciendo desaparecer todos los pensamientos sensatos que hasta entonces albergaba su mente.

Él quería…

–¿Puedo dejar la moto aquí mientras voy a Recepción?

Su voz lo arrancó del torbellino de deseo en que se encontraba sumido, haciéndole volver bruscamente a la realidad. Los brillantes ojos azules lo miraban burlones. Matt tuvo la incómoda sensación de que ella sabía con toda precisión el impacto que le había causado, y que el hecho en el fondo la divertía. Poco acostumbrado a que una persona le sorprendiera examinándola tan abiertamente, dijo la primera tontería que se le ocurrió.

–Claro que sí. Ahí estará segura y además no entorpece la entrada de otros vehículos.

La boca de la mujer se curvó en una sonrisa burlona.

–¿Haciendo trampas, eh?

–¿Qué dice? –balbuceó, sintiendo que se le habían estropeado los engranajes mentales.

–Está prohibido fumar en esta casa de reposo –le dijo antes de volverse a sacar un bolso de la moto.

Miró el cigarrillo todavía encendido entre sus dedos.

–No creo molestar a nadie fumando aquí afuera –se excusó.

–Lo hombres siempre tiene una justificación para sus trampas.

–¿Y las mujeres no? –replicó, molesto por el cínico comentario.

–No veo aquí a ninguna mujer contaminando el aire puro y cristalino que pagamos para respirar. Aunque tal vez usted sea un empleado de la empresa, que no paga nada. ¿Instructor de aerobic? ¿Masajista?

–Adivine –respondió Matt lacónico, irguiendo el cuerpo ante la mirada femenina que examinaba abiertamente su altura y los músculos del torso insinuados bajo la chaqueta del chándal.

–Para un hombre como usted –comentó con voz cansina–, esta residencia debe ser un buen coto de caza. Me lo imagino en medio de un ramillete de mujeres necesitadas de una buena puesta en forma.

–Yo…

Ella estaba ante él, como una bruja provocativa, con la cabeza ladeada, el cabello cual una llamarada de fuego; una mano sostenía la correa del bolso que le colgaba del hombro, la otra puesta sobre una cadera, y las piernas separadas de modo desafiante. Todo el cuerpo cubierto de cuero negro, provocándole, desafiándole, segura de los efectos que producía su sensualidad.

–Apuesto a que está impresionante cuando se desviste –continuó con los ojos brillantes de fría luz azul–. Lo que cualquier mujer calificaría como un espléndido cuerpo. ¿Levanta pesas en el gimnasio?

Se estaba tomando la revancha por el descaro con que la había examinado. Cuando su mirada se clavó intencionadamente en la entrepierna, Matt al punto recobró el habla.

–Estoy aquí con mi madre.

Fue una torpeza haber dicho eso, pero al menos la mirada de la mujer se apartó de esa zona de su cuerpo. Ella alzó la vista con una mirada divertida.

–¿Un hijito de mamá? –preguntó riendo.

–Sucede que es una persona que me importa mucho, aunque a veces me exaspere –replicó con la mandíbulas apretadas, pensando en que esa mujer le hacía sentirse como un imbécil.

–Eso habla bien de usted –observó. La repentina simpatía y calidez de su voz terminó de confundirlo. Con una alegre mueca burlona, tuvo la osadía de guiñarle el ojo con toda confianza–. Espero que tenga suficiente aguante para continuar siendo un buen hijo.

Y sin más se alejó a grandes pasos camino a la Recepción. Impulsado por una atracción magnética, Matt la siguió con la mirada. Su cabello de cobre brillaba bajo el sol, así como el cuero negro que ceñía sus redondas nalgas. Las piernas se movían ágilmente al ritmo de la vitalidad de su paso.

Matt dejó caer el cigarrillo que le estaba quemando los dedos, mientras se preguntaba cómo sería esa mujer en la cama, imaginando las sábanas en llamas. Un incendio provocado por el calor que emanaría de su cuerpo.

Riéndose de sí mismo, se puso a pasear por el jardín, no sin antes enterrar la prueba de su trampa, y jurándose nuevamente dejar de fumar de una vez por todas. Aspiró profundamente el aire cristalino de la meseta del sur. El balneario quedaba sólo a dos kilómetros de Sidney, pero muy bien podría haber estado en otro mundo, debido a la pureza del ambiente que se respiraba.

«Un hombre como usted». ¿La había impresionado quizá? ¿Se sintió atraída hacia él? La verdad es que no había intentado conquistar a ninguna de las huéspedes de la residencia; ninguna le había atraído en lo más mínimo. Pero esta recién llegada realmente lo había dejado fuera de combate, invadiendo su espacio vital.

Se preguntó cuánto tiempo pensaría quedarse, y si sería capaz de evitar la mirada de águila de su madre a quién no se le pasaría por alto el cambio de su estado hormonal.

Le echó una mirada a la Ducati, roja centelleante. Esa máquina tenía que ser el bebé de aquella mujer. De ninguna manera el ángel que la conducía estaría preparada para ser madre. Tenía que alejarla de su pensamiento porque podría convertirse en un problema. Si se enredaba con ella, seguro que su madre lo miraría lastimera y diría quejumbrosa: «No lo intentas en serio, Matt. Las cosas no van por ahí».

Por otra parte, una vuelta alrededor de la manzana en una Ducati no era malgastar el tiempo. Sería un tiempo muy bien empleado. Por lo demás sólo se vive una vez.

No había límite de edad para convertirse en padre.

Y tampoco era bueno para su madre pensar que un nieto sería la respuesta a sus problemas.

Además, definitivamente él no era un «hijito de su mamá».

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HAMBURGUESAS de lentejas! ¡No, por favor!

El estómago de Matt gruñó una protesta al estudiar el menú. ¡Lo que daría por un filete grande y jugoso acompañado de unas buenas patatas fritas!

–¿Tienes hambre, querido? –preguntó su madre muy animada. Al parecer el masaje Reiki había elevado su nivel de energía.

Él forzó una sonrisa.

–Me muero de hambre –contestó, amontonando en su plato cuatro rebanadas de pan integral. Al menos engañaría el estómago comiendo pan.

–Hacen unas ensaladas tan buenas aquí –siguió hablando la madre, poniendo en su plato una gran cantidad de diversas ensaladas, mientras se movía alrededor del buffet.

Matt pensó que eso le haría bien. Había ganado mucho peso últimamente a costa de comer cualquier cosa. Desconsolado por el menú, puso en su plato un poco de tomate y cebolla y unos cuantos trozos de huevo duro, y luego siguió a su madre a la mesa que ocupaban habitualmente.

–¡Oh, mira a esa chica! –cuchicheó ella mientras se sentaban.

Por el tono sorprendido de su voz de inmediato supo de quién se trataba. Ella llevaba un jersey rojo que se ceñía a su torso como un guante, realzando las curvas soberbias de sus gloriosos pechos.

–No está mal –comentó fingiendo indiferencia.

–Nunca pensé que el rojo combinara con el rojo –murmuró la madre, cuya conmoción inicial se había convertido en fascinación.

–Mmm –se limitó a replicar el hijo.

La visión de tanta plenitud femenina pasó junto a ellos en dirección al buffet, no sin antes dejar caer una fugaz mirada sobre Matt. Desde que era un adolescente no había vuelto a sentir tal poderosa ola de lascivia apoderándose de su cuerpo.

–Bueno, al parecer es nueva aquí –declaró la madre con vivo entusiasmo, como hacía tiempo que no le sucedía.

–Mmm –repitió Matt, muy afanado untando el pan con mantequilla.

Los comensales habituales iban llenando poco a poco la mesa común. Allí solían sentarse diez personas, pero un par de huéspedes se habían marchado esa mañana. Matt no deseaba que lo pusieran en un aprieto discutiendo acerca de la recién llegada. Después de todo era el único hombre allí y centro de muchas especulaciones. Menos aún cuando no estaba seguro del terreno que pisaba con respecto a la chica. Si al menos ella asistiera esa tarde a la sesión de tiro al arco…

–¿No crees que es muy llamativa?

–Bastante –convino Matt, sacando subrepticiamente un salero del bolsillo del pantalón y echando sal sobre la ensalada cuando nadie lo miraba. La sal no estaba permitida en la residencia, así que en un arranque desesperado la había comprado en el pueblo vecino. Era capaz de muchos sufrimientos por su madre, pero comer sin sal era un sacrificio demasiado grande para sus fuerzas.

–Aquí hay un puesto disponible, querida.

Matt no podía dar crédito a sus oídos. ¿Su muy respetable y conservadora madre invitaba a aquel sensual símbolo del pecado, toda de rojo, a sentarse junto a ella? ¿Y todavía frente a él?

Conteniendo la respiración la vio acercarse luciendo una sonrisa de extrañeza, sorprendida ante la alentadora invitación de su madre.

–Gracias –dijo, poniendo su plato en la mesa y mirando a Matt con curiosidad–. Me estaba preguntando dónde podría sentarme.

–Nadie tiene un puesto asignado –informó la madre–. Soy Cynthia Davis. Este es mi hijo Matt. ¿Y tú eres…?

–Carol Kelly.

Al levantarse para tenderle la mano cortésmente, Matt se dio cuenta de que la tenía ocupada con el salero. Pero ya era demasiado tarde.

–Veo que sigue en lo mismo –comentó Carol con una mirada burlona.

–¿En lo mismo? –preguntó Cynthia extrañada.

–Haciendo trampa. Cuando llegué, su hijo estaba fumando en la entrada del jardín. Y ahora se ha agenciado un salero.

–¿Sal? ¿Sal? ¿Alguien ha dicho sal? –se oyó una voz lastimera desde el otro extremo de la mesa–. Daría un ojo de la cara por un poco de sal.

Suspirando Matt ofreció el salero.

–Una influencia corruptora en definitiva –sentenció Carol.

–Y tú eres una aguafiestas –replicó el hombre un tanto exasperado–. Podría haberte ofrecido un poco.

Ella se echó a reír al tiempo que se sentaba.

–¿Muy irritado, no? –lanzó la pregunta en tono de broma.

–Matt, habías prometido dejar de fumar…

–Mamá, si me regañas una vez más…

–Bueno, pero si quieres tener un hijo…

–¿Tú quieres tener un hijo? –los claros ojos azules se quedaron mirándole fijamente.

–Matt sería un padre maravilloso –comentó Cynthia con entusiasmo.

–Pásenme la sal, por favor –tronó Matt a los comensales.

–¿Sal? ¿Alguien tiene sal? –se oyó una voz desde una mesa al otro extremo del comedor.

–Ya tienes a todo el mundo haciendo trampas –murmuró Carol.