Ozma de Oz - L. Frank Baum - E-Book

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L. Frank Baum

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Beschreibung

En esta historia volvemos a encontrarnos con Dorothy que vive tranquilamente otra vez con sus tíos en Kansas. Añorando sus aventuras en Oz, acepta acompañar a su tío en un viaje con mar para ir a visitar a unos parientes. Durante el viaje, una terrible tormenta amenaza con hundir el barco y Dorothy es arrojada al mar con la única compañía de una gallina. La extraña pareja de naufragas consigue llegar a la costa y pronto descubren que han llegado a un lugar tan extraño como peligroso. 

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L. Frank Baum

OZMA De OZ

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 979-12-5971-521-0

Greenbooks editore

Edición digital

Mayo 2021

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 979-12-5971-521-0
Este libro se ha creado con StreetLib Writehttp://write.streetlib.com

Indice

OZMA DE OZ

OZMA DE OZ

CAPÍTULO 1

LA NIÑA EN EL GALLINERO

El viento soplaba con fuerza y agitaba las aguas del océano, rizando la superficie. Después el viento empujaba los bordes de los rizos hasta convertirlos en ondas, y movía esas ondas de un lado para otro hasta que se transformaban en olas gigantes. Las olas alcanzaban una altura horrible, mayor aún que la de los tejados de las casas. Algunas de ellas, por cierto, eran tan altas como las copas de los árboles y parecían montañas, y los abismos que separaban esas inmensas olas eran como valles profundos.

Tanta loca turbulencia de las aguas del enorme océano, que el viento travieso provocaba sin ninguna buena razón, terminó en una terrible tormenta, y una tormenta en el océano es capaz de hacer raras diabluras y causar mucho daño.

En el momento en que empezó a soplar el viento había un barco navegando mar adentro. Cuando las olas se pusieron a saltar y a rodar y a subir más y más, el barco se movía acompañando la violencia de las aguas y se inclinó, primero hacia un lado y después hacia el otro, y el mar lo azotó con tanta fuerza que hasta los marineros tuvieron que aferrarse a los cabos y a los pasamanos para que el viento no los barriera de la cubierta y los arrojara al mar.

Y las nubes eran tan espesas en el cielo que la luz del sol no podía atravesarlas, de manera que el día se oscureció como si fuera de noche, lo que se sumó a los terrores de la tormenta.

El capitán del barco no tenía miedo porque ya había visto otras tormentas y las había atravesado con el barco sin sufrir daño, pero sabía que sus

pasajeros correrían peligro si trataban de quedarse en cubierta, de manera que los metió a todos en el camarote y les dijo que se quedaran allí hasta que pasara la tormenta, y que fueran valientes y no se asustaran, que todo saldría bien.

Entre aquellos pasajeros había una niña de Kansas llamada Dorothy Gale, que iba a Australia con su tío Henry a visitar a unos parientes que nunca habían visto. El tío Henry, conviene saberlo, estaba débil y nervioso, porque había trabajado tan duro en su granja de Kansas que su salud se había resentido. De, manera que había dejado a la tía Em en casa para que vigilará a los jornaleros y se ocupara de la granja mientras él viajaba a Australia a visitar a los primos y a disfrutar de un buen descanso.

Dorothy tenía muchas ansias de acompañarlo en ese viaje, y el tío Henry pensó que sería una buena compañía y que le ayudaría a levantar el ánimo, así que resolvió llevarla consigo. La niña era una viajera muy experimentada, porque una vez un ciclón la había llevado muy lejos, hasta el maravilloso País de Qz, y en aquel extraño lugar había corrido muchas aventuras antes de regresar a Kansas. Por lo tanto no se asustaba con facilidad, ocurriera lo que ocurriese, y cuando el viento empezó a aullar y a silbar, y las olas se pusieron a rodar y a saltar, a nuestra niña la agitación no le preocupó en lo más mínimo.

—Por supuesto, tendremos que quedarnos en el camarote —dijo al tío y a los demás pasajeros—, y permanecer lo más quietos posible hasta que termine la tormenta. Porque el capitán dice que si salimos a cubierta el viento nos puede arrojar por la borda.

Es evidente que nadie quería arriesgarse a un accidente de ese tipo, así que todos los pasajeros se apiñaron en el oscuro camarote, escuchando los ruidos de la tormenta y los crujidos de los mástiles y las jarcias y tratando de no chocar unos contra otros cuando el barco se ladeaba.

Dorothy casi se había quedado dormida cuando se sobresaltó al descubrir que faltaba el tío Henry. No podía imaginar adonde había ido y, dado su estado de salud, empezó a preocuparse por él y a temer que hubiera cometido el error de salir a cubierta. En ese caso estaría en grave peligro a menos que volviera a bajar inmediatamente.

El hecho era que el tío Henry había ido a acostarse en su pequeña litera,

pero Dorothy no lo sabía. Sólo recordaba qué la tía Em le había advertido qué cuidara mucho de su tío, así que sin pensarlo dos veces decidió salir a cubierta a buscarlo, a pesar de que en ese momento la tempestad estaba en su momento álgido, y el barco cabeceaba de una manera realmente horrible. Lo único que logró hacer la niña fue subir por las escaleras hasta cubierta, y al llegar allí el viento la golpeó con tanta fuerza que casi le arrancó la falda. Pero Dorothy sentía una alegre excitación al desafiar a la tormenta, y mientras se aferraba al pasamano miró con atención a través de la penumbra y creyó ver la forma borrosa de un hombre abrazado a un mástil no lejos de donde ella estaba. Podía ser su tío, así que lo llamó con todas sus fuerzas:

—¡Tío Henry! ¡Tío Henry!

Pero el viento chillaba y aullaba con tanta violencia que la niña apenas distinguía su propia voz, y era evidente que el hombre no la oía, pues no se movió.

Dorothy decidió que tenía que ir a buscarlo, así que durante un momento de calma en la tormenta echó a correr hacia donde estaba amarrado a la cubierta, con cuerdas, un enorme gallinero. Llegó hasta allí sin peligro, pero apenas se había aferrado con las manos a las tablas de la caja donde guardaban las gallinas cuando el viento, quizá enfurecido porque la niña se había atrevido a resistir su poder, redobló de pronto su furia. Con un grito de gigante enojado rompió las cuerdas que sujetaban el gallinero y lo levantó en el aire con Dorothy todavía aferrada a las tablas. La caja giró una y otra vez, hacia aquí y hacia allá, y un rato más tarde cayó a lo lejos, en el mar, donde las grandes olas se apoderaron de ella y la subieron a una espumosa cresta y después la hundieron en un valle profundo, como si no fuera más que un juguete creado para su diversión.

Dorothy se dio un buen chapuzón, pero no perdió el aplomo ni un segundo. Siguió apretando con fuerza las robustas tablas y en cuanto pudo enjugarse los ojos vio que el viento había arrancado la tapa del gallinero y las gallinas revoloteaban en todas direcciones, subiendo y bajando por el aire como plumeros sin mango. El fondo del gallinero estaba hecho con tablones, y Dorothy descubrió que iba aferrada a una especie de balsa, con listones a los lados, que sostenía su peso con facilidad. Después de toser el agua que tenía en la garganta y recuperar el aliento, logró subirse a los tablones y

apoyar los pies en el gallinero de madera, que aguantó su peso sin problemas.

«¡Vaya, tengo un barco propio!», pensó, más divertida qué asustada ante ese brusco cambio de condiciones, y entonces, mientras el gallinero trepaba a la punta de una enorme ola, miró con ansiedad alrededor buscando el barco del que había sido arrastrada por el viento.

A ésas alturas el barco ya estaba muy, muy lejos. A bordo quizá nadie había notado todavía su falta ni sabía de su extraña aventura. El gallinero la arrastró a Un valle entre las olas, y cuando subió a otra cresta descubrió que el barco estaba tan lejos que parecía de juguete. Pronto desapareció del todo en la oscuridad, y entonces Dorothy soltó un suspiro de pena por verse apartada del tío Henry y comenzó a preguntarse qué ocurriría a continuación. Ahora mismo se bamboleaba en el seno de un inmenso océano, sin otra cosa que la mantuviera a flote que un mísero gallinero que tenía tablones en el fondo y por los lados listones entre los que entraba constantemente el agua, empapándola hasta la piel. Y no había nada que comer para cuando tuviera hambre -lo que, estaba segura, ocurriría pronto-, ni agua dulce para beber, ni ropa seca para cambiarse.

—¡Válgame Dios! -exclamó, con una carcajada-. ¡Te puedo asegurar que estás en un buen aprieto, Dorothy Gale, y no sé cómo vas a salir de él!

Como si los problemas de Dorothy fueran pocos, se acercaba la noche y las nubes grises se estaban volviendo de un negro tenebroso. Pero el viento, como si se hubiera cansado por fin de sus travesuras, dejó de soplar sobre el océano y se fue corriendo a otra parte del mundo a soplar alguna otra cosa, y las olas, al no ser empujadas de un lado a otro, empezaron a calmarse y a portarse bien.

Creo que fue una suerte para Dorothy que la tormenta amainara; de lo contrario, aunque era muy valiente, me temo que hubiera podido perecer. Muchas niñas, en su lugar, habrían llorado y se habrían dejado llevar por la desesperación, pero como Dorothy había vivido muchas aventuras y había salido sana y salva de ellas, en ese momento no se le ocurrió asustarse. Es cierto que se sentía mojada e incómoda, pero después de soltar aquel suspiro del que ya he hablado logró recuperar parte de su alegría habitual y decidió esperar con paciencia lo que pudiese depararle el destino.

Poco a poco las nubes negras se fueron alejando y descubriendo allá

arriba un cielo azul, con una luna de plata brillando dulcemente en el centro y estrellas pequeñas que hacían guiños alegres a Dorothy cuando ella miraba hacia allí. El gallinero ya no se bamboleaba, sino que flotaba sobre las olas con más suavidad, casi como una cuna, de manera que por los listones del suelo sobre el que se apoyaba Dorothy ya no entraba el agua. Al ver eso, y realmente exhausta por la excitación de las últimas horas, la niña decidió que lo mejor para recuperar las fuerzas y para pasar el tiempo sería dormir. En el suelo había agua y ella estaba empapada, pero por suerte allí el clima era cálido y apenas sentía frío.

Así que se sentó en un rincón del gallinero, apoyó la espalda en los listones, saludó con la cabeza a las amistosas estrellas antes de cerrar los ojos y en medio minuto se quedó dormida.

CAPÍTULO 2

LA GALLINA AMARILLA

Un extraño ruido despertó a Dorothy, que abrió los ojos y descubrió que había amanecido y que el sol brillaba con fuerza en un cielo despejado. Había estado soñando que vivía de nuevo en Kansas y que jugaba en el viejo corral rodeada de terneros, cerdos y gallinas, y al principio, mientras se quitaba las legañas de los ojos, imaginó que de verdad estaba allí.

—¡Ca-ca-ca-ca-ca-ca-caaa! ¡Ca-ca-ca-ca-ca-ca-caaa!

Ah, allí estaba de nuevo el extraño ruido que la había despertado. ¡Era una gallina cacareando! Pero lo primero que vieron los ojos abiertos de la niña, entre los listones del gallinero, fueron las olas azules del océano, ahora tranquilo y plácido, y sus pensamientos volvieron a la noche anterior, tan llena de peligro y penalidades. También empezó a recordar que a causa de la tormenta estaba en esa situación, flotando a la deriva en un mar traicionero y desconocido.

—¡Ca-ca-ca-ca-ca-ca-caaa! ¡Ca-ca-ca-ca-ca-ca-caaa!

—¿Qué es eso? —gritó Dorothy, levantándose.

—Nada, he puesto un huevo, eso es todo —respondió una vocecita aguda pero nítida. La niña miró alrededor y descubrió a una gallina amarilla agachada en un rincón del gallinero.

—¡Dios mío! —exclamó Dorothy sorprendida—. ¿Tú también has pasado aquí toda la noche?

—Por supuesto —respondió la gallina, aleteando y bostezando-. Cuando el viento arrancó el gallinero del barco me aferré a este rincón con las garras y el pico, porque sabía que si caía al agua con seguridad me ahogaría. En

realidad, estu-ve a punto de ahogarme con todo el agua que caía encima.

¡Nunca en mi vida había estado tan mojada!

—Sí —admitió Dorothy—, durante un rato esto estuvo muy mojado.

¿Pero ahora te sientes cómoda?

—No demasiado. El sol me ha ayudado a secar las plumas, como te ha ayudado a ti a secar el vestido, y me siento mejor desde que he puesto el huevo de la mañana. Pero quisiera saber qué va a pasar con nosotras flotando en este charco enorme.

—A mí también me gustaría saberlo -dijo Dorothy-. Pero dime una cosa:

¿cómo es que puedes hablar? Pensaba que las gallinas sólo podían cloquear y cacarear.

—La verdad —respondió pensativa la gallina amarilla— es que he cloqueado y cacareado toda mi vida, y hasta esta mañana, que recuerde, jamás había dicho una palabra. Pero hace un minuto, cuando me has hecho la pregunta, me ha parecido que lo más natural del mundo era contestarte. Así que he hablado, y aparentemente sigo hablando, como tú y los demás seres humanos. Extraño, ¿verdad?

—Muy, muy extraño -dijo Dorothy-. Si estuviéramos en el País de Oz no me resultaría tan raro, porque en ese país de hadas los animales hablan. Pero aquí en el océano debe-mos de estar bastante lejos de Oz.

—¿Qué tal es mi gramática? -preguntó ansiosa la gallina amarilla—. ¿Te parece que hablo correctamente?

—Sí -dijo Dorothy—, para ser una principiante lo haces muy bien.

—Me alegro de saberlo -prosiguió la gallina amarilla en tono de confianza—, porque si una va a hablar más vale que lo haga con corrección. El Gallo Rojo decía con frecuencia que mi cloqueo y mi cacareo eran perfectos, y ahora me consuela saber que hablo correctamente.

—Empiezo a tener hambre -comentó Dorothy-. Es la hora del desayuno, pero no hay nada.

—Puedes comer mi huevo -dijo la gallina amarilla—. No me importa.

—¿No quieres incubarlo? -preguntó la niña, sorprendida.

—No, claro que no. Nunca me interesa incubar huevos a menos que tenga un nido cómodo y agradable y cuente con una docena del fraile. Eso significa trece huevos, un número de la suerte para las gallinas. Así que puedes

comerte sin problemas este huevo.

—Oh, jamás podría comerlo sin estar cocinado -exclamó Dorothy—. Pero igualmente agradezco mucho tu generosidad.

—De nada, querida —respondió muy tranquila la gallina, y empezó a acomodarse las plumas.

Por un momento Dorothy se quedó mirando hacia el ancho mar. Seguía pensando en el huevo.

—¿Para qué pones huevos -preguntó finalmente-si no esperas incubarlos?

—Es una costumbre que tengo -respondió la gallina amarilla-Siempre me he enorgullecido de poner un huevo fresco cada mañana, excepto cuando estoy cambiando de plumas. Por la mañana, hasta que no pongo el huevo no siento ganas de cacarear, y si no pudiera cacarear no me sentiría feliz.

—Qué raro —dijo la niña, pensativa—. Pero como no soy gallina no tengo por qué entenderlo.

-Claro que no, querida.

Dorothy volvió a quedarse callada. La gallina amarilla era hasta cierto punto una compañía, y también un consuelo, pero a pesar de eso se sentía terriblemente sola en aquel inmenso océano.

Después de un rato la gallina voló y se posó en el listón más alto del gallinero, que quedaba un poco por encima de la cabeza de Dorothy cuando la niña estaba sentada en el fondo, como ocurría desde hacía un rato.

—¡Mira, no estamos lejos de tierra! -exclamó la gallina.

—¿Dónde? ¿Dónde está? -gritó Dorothy, saltando de entusiasmo.

—Por allá, no muy lejos —respondió la gallina, señalando con la cabeza en cierta dirección—. Parece que flotamos hacia allí, así que antes del mediodía tendríamos que encontrarnos de nuevo en tierra firme.

—¡Eso me encantaría! —dijo Dorothy, con ün pequeño suspiro, pues el agua de mar que entraba entre los listones le seguía mojando de vez en cuando los pies y las piernas.

—A mí también -respondió su compañera—. No hay en el mundo nada más lamentable qué una gallina mojada.

La tierra, a la que parecía que se estaban acercando rápidamente porque cada minuto que pasaba se la veía con mayor nitidez, era muy hermosa a los ojos de la niña que iba en el gallinero flotante. Donde terminaba el agua había

una ancha playa de arena blanca y más allá varios montículos roco-sos, detrás de los cuales se veía una franja de árboles verdes que marcaban el comienzo de un bosque. Pero no se veía ninguna casa, ni señales de las personas que podían habitar ese país desconocido.

—Ojalá encontremosalgo para comer -dijo Dorothy mirando con ansiedad la bonita playa hacia la que flotaban-. Ya hace mucho que pasó la hora del desayuno.

—Yo también tengo un poco de hambre -declaró la gallina amarilla.

—¿Por qué no comes el huevo? -preguntó la niña—. Tú no necesitas cocinar tu comida, como me ocurre a mí.

—¿Me tomas por una caníbal? —gritó la gallina, indignada—. ¡No sé qué he dicho o qué he hecho para que me insultes!

—Sí, es cierto, perdón… A propósito, ¿puedo preguntar tu nombre? — dijo la niña.

—Me llamo Bill -dijo la gallina amarilla en tono un poco brusco.

—¡Bill! Pero ése es un nombre de chico.

—¿Y qué diferencia hay?

—Pero eres una gallina mujer, ¿verdad?

—Por supuesto. Pero cuando me estaban empollando nadie sabía a ciencia cierta si iba a ser gallina o gallo, así que el niño de la granja donde nací me puso Bill y me convirtió en mascota porque era la única gallina amarilla de toda la nidada. Cuando crecí y el niño descubrió que yo no cantaba ni peleaba como los gallos, no se le ocurrió cambiar mi nombre, y todas las criaturas del corral y todas las personas de la casa me conocían corno Bill. Así que siempre me han llamado Bill, y Bill es mi nombre.

—Pero es un error —señaló Dorothy, muy seria-, y si no te importa te llamaré Billina. Como ves, al poner el «ina» al final se transforma en nombre de niña.

—Ah, eso no tiene para mí ninguna importancia —dijo la gallina amarilla

—. No importa lo que me llames, siempre que sepa que te refieres a mí.

—Muy bien, Billina. Yo me llamo Dorothy Gale… Dorothy para los amigos y señorita Gale para los desconocidos. Tú, si quieres, puedes llamarme Dorothy. Ya estamos llegando a la orilla. ¿Crees que podré caminar por el agua el trecho que falta?

—Espera unos minutos más. El sol es cálido y agradable, y no tenemos prisa.