Pack Deseo y Jazmín agosto 2016 - Varias Autoras - E-Book

Pack Deseo y Jazmín agosto 2016 E-Book

Varias Autoras

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Beschreibung

Conquistando al jefe Joss Wood Un inesperado beso levantó una llama de pasión. Cuando el productor de cine Ryan Jackson besó a una hermosa desconocida para protegerla de un lascivo inversor, no sabía que era su nueva empleada ni que se trataba de la hermana pequeña de su mejor amigo. La única forma de llevar a cabo su nueva producción era fingir una apasionada relación sentimental con la única mujer que estaba fuera de su alcance. Entonces, ¿por qué pensaba más en seducir a Jaci Brookes-Lyon que en salvar la película? La mujer del conde Marion Lennox De ama de llaves a señora del castillo. Las cláusulas del testamento eran sencillas: para heredar el castillo escocés, Alasdair McBride, conde de Duncairn, tenía que casarse con el ama de llaves, Jeanie Lochlan. Dada su relación en el pasado, no iba a ser fácil, pero la atracción mutua era innegable. Después de la boda, ya viviendo juntos en el suntuoso castillo, comenzaron a desentrañar secretos de la familia que fueron uniéndoles. Y, al sentir que empezaban a derrumbarse todas las barreras que tan cuidadosamente habían erigido, se preguntaron si un año sería suficiente. Toda una sorpresa Soraya Lane El hijo de su mejor amiga… Rebecca Stewart y Ben McFarlane eran muy buenos amigos y la pareja con más probabilidades de casarse. Pero la pasión estalló entre ellos justo la noche antes de que él se marchara para convertirse en un exitoso jugador internacional de polo. Tres años después, Ben volvió. Era una estrella deportiva, acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies, mientras que ella era camarera y madre soltera. Pero tenían algo muy importante en común y Rebecca debía encontrar la manera de decirle que era padre.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack Deseo y Jazmin, n.º 106 - agosto 2016

I.S.B.N.: 978-84-687-9082-4

Índice

Créditos

Índice

Conquistando al jefe

Portadilla

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

La mujer del conde

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Toda una sorpresa

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Capítulo Uno

Jaci Brookes-Lyon cruzó el vestíbulo de estilo art déco del hotel Forrester-Granthan, en Park Avenue, y se dirigió a los ascensores, flanqueados por estatuas de tamaño natural de los años treinta del siglo XX, que representaban a bailarinas de cabaret. Se detuvo junto a una de ellas y le acarició el hombro desnudo con la punta de los dedos.

Frunció los labios y suspiró mientras miraba a la mujer rubia y de ojos oscuros que le devolvía la mirada frente al espejo. Cabello corto a capas, vestido de noche entallado, maquillaje perfecto y elegantes zapatos de tacón. Jaci reconoció que tenía buen aspecto. Parecía elegante y segura de sí misma; tal vez un poco sobria, pero eso tenía fácil solución.

Era una lástima, pensó, que la imagen tuviera la misma consistencia que un holograma.

Salió del ascensor y respiró hondo mientras cruzaba el vestíbulo hacia las imponentes puertas del salón de baile. Al entrar en la sala, llena de hombres y mujeres vestidos de diseño, se dijo que tenía que sonreír y mantenerse erguida al entrar en la habitación atestada de gente que no conocía.

Sus colegas de Starfish estarían por allí. Había estado con ellas antes, durante la interminable ceremonia de entrega de premios. Sus nuevas amigas, Wes y Shona, escritoras como ella contratadas por Starfish, le habían prometido que le harían compañía en su primera fiesta de la industria cinematográfica. Así que, cuando las encontrara, se sentiría mejor.

Hasta entonces, tendría que aparentar que se divertía. ¡Por Dios! ¿No era aquella Candice Bloom, la ganadora de múltiples premios a la mejor actriz? Pues parecía mayor y más gorda que en la vida real.

Jaci agarró una copa de champán de una bandeja que pasó a su lado y le dio un sorbo. Después se retiró a un rincón del salón mientras buscaba a sus colegas. Si no las encontraba en veinte minutos, se marcharía. Se había pasado toda la vida siendo un adorno a quien nadie sacaba a bailar en las fiestas de sus padres, y no tenía intención alguna de seguir haciéndolo.

–Ese anillo parece un excelente ejemplo de artesanía georgiana.

Jaci se volvió al escuchar esas palabras. Era un hombre de ojos castaños. Jaci parpadeó al contemplar su esmoquin de color esmeralda y pensó que parecía una rana con traje brillante. Llevaba el fino cabello negro recogido en una grasienta coleta y tenía los labios finos y crueles.

Jaci pensó que atraía a los tipos repulsivos.

Él le tomó la mano para mirar el anillo. Ella intentó soltarse, pero, para ser un anfibio, la había asido con mucha fuerza.

–Tal como creía. Es una exquisita amatista de mediados del XVIII.

Jaci no quería que aquel hombre le hablara de su anillo, por lo que apartó la mano al tiempo que reprimía el deseo de frotársela en el vestido.

–¿Dónde lo ha conseguido? –preguntó él. Tenía los dientes sucios y amarillos.

–Es una herencia familiar –contestó ella, pues tenía muy arraigados los buenos modales como para marcharse y dejarlo plantado.

–¿Es usted inglesa? Me encanta su acento.

–Sí.

–Tengo una mansión en los Cotswolds, en un pueblo que se llama Arlingham. ¿Lo conoce?

Lo conocía, pero no iba a decírselo porque, si lo hacía, no conseguiría librarse de él.

–No, lo siento. ¿Me discul…?

–Tengo un colgante con un bello diamante amarillo que quedaría perfecto en su escote. Me la imagino llevando únicamente el colgante y unos zapatos de tacón dorados.

Jaci se estremeció mientra él se pasaba la lengua por los labios. ¿De verdad que aquella forma de flirtear le funcionaba con las mujeres? Le apartó la mano que le había puesto en la cintura.

Tuvo ganas de mandarlo a paseo, pero a los hijos de los Brookes-Lyon los habían educado con diplomacia.

Frunció la nariz. Había cosas que no cambiaban.

Como no podía decirle a aquel tipo lo que pensaba de él, y no podía porque carecía de la capacidad de enfrentarse a los demás, tendría que ser ella la que se marchase.

–Si se va, la seguiré.

¡Vaya! ¿Le leía el pensamiento?

–No lo haga, por favor, no me interesa usted.

–Pero no le he dicho que voy a financiar una película ni que tengo un castillo en Alemania y un caballo de carreras –dijo él con voz quejumbrosa.

«Y yo no voy a decirle», pensó ella, «que la casa en la que me crie es una mansión del siglo XVII que lleva cuatrocientos años en manos de mi familia; que mi madre es prima tercera de la reina y que tengo una relación lejana con la mayor parte de la familias reales europeas. Esas cosas no me impresionan, así que usted, con su actitud pretenciosa, no tiene posibilidad alguna de hacerlo. Y le sugiero que emplee ese dinero que dice poseer en comprarse un traje decente, un champú y en que le hagan una limpieza dental».

–Disculpe –murmuró Jaci mientras se dirigía a las puertas del salón de baile.

Al aproximarse a los ascensores, mientras se felicitaba por haber conseguido escapar, oyó que alguien ordenaba a una pareja de ancianos que se apartara de su camino. Se estremeció al reconocer la voz nasal del señor Sapo.

Alzó la vista para mirar los números de los pisos del ascensor y se dio cuenta de que, si lo esperaba, aquel hombre la alcanzaría y se quedaría encerrada con él en esa caja de metal, pegados el uno al otro. Y seguro que no dejaría las manos ni la lengua quietas.

Agarró con fuerza el bolso bajo el brazo, miró hacia la izquierda y vio una salida de emergencia. Decidió bajar corriendo por la escalera. Seguro que así no la seguiría.

–Tengo la limusina aparcada frente al hotel.

Una voz a su derecha la hizo gritar. Se volvió con la mano en el pecho. La mirada de aquel tipo era salvaje, como si disfrutara de la emoción de la caza y su asquerosa barba tipo «mosca» se agitó cuando sus húmedos labios esbozaron una sonrisa. Se había puesto detrás de ella, y Jaci no se había dado cuenta.

Ella se hizo a un lado y miró la zona de recepción, que estaba vacía. Aquello era una pesadilla. Si bajaba por la escalera, estaría sola con él, al igual que en el ascensor. La única alternativa era volver al salón de baile, donde había gente.

Las puertas del ascensor se abrieron y vio que salía un hombre alto, con las manos en los bolsillos, que se dirigía al salón. Tenía el pelo castaño y despeinado, las cejas oscuras, los ojos claros y barba de tres días.

Jaci pensó que conocía ese rostro. ¿Era Ryan? Estiró el cuello para verlo mejor.

Era la versión adulta, y aún más atractiva, del joven que había conocido hacía mucho tiempo. Duro, sexy y poderoso: un hombre en el sentido más amplio del término. Se le contrajo el estómago y sintió un cosquilleo en la piel.

Fue un estallido de deseo instantáneo, una atracción inmediata. Y él ni siquiera la había visto.

Y necesitaba que la viera. Lo llamó, y el hombre se detuvo bruscamente y miró a su alrededor.

–La limusina nos espera.

Jaci parpadeó, sorprendida por la persistencia del «señor Sapo». No iba a darse por vencido hasta que no la metiera en el coche, la llevara a su casa y la desnudara. Al ver a Ryan allí, con la cabeza inclinada, pensó que todavía había otra cosa que podía hacer para desembarazarse de aquel tipo.

Y esperaba que a Ryan no le pareciera mal.

–¡Ryan, cariño!

Jaci se acercó a él a toda prisa, levantó los brazos y le rodeó el cuello con ellos. Vio que los ojos de él se abrían de la sorpresa y sintió sus manos en las caderas. Pero antes de que Ryan pudiera hablar, pegó su boca a la de él esperando que no la rechazara.

Los labios masculinos eran cálidos y firmes. Ella sintió que le clavaba los dedos en las caderas y que su calor le calentaba la piel a través de la tela del vestido. Le acarició por encima del cuello de la camisa y sintió que el cuerpo de él se tensaba.

Ryan echó la cabeza hacia atrás y la miró con sus penetrantes ojos, que brillaban con una emoción que ella no pudo identificar. Pensó que la iba a apartar pero, en lugar de eso, la atrajo aún más hacia sí y la besó en la boca. Le recorrió los labios con la lengua, y ella, sin dudarlo, los abrió para que la probara y la conociera. Le rodeó la cintura con un fuerte brazo y los senos de Jaci chocaron contra su pecho, al tiempo que el estómago lo hacía contra su erección.

El beso podía haber durado segundos, minutos, meses o años, Jaci no lo sabía. Cuando finalmente Ryan separó su boca de la de ella, mientras seguía abrazándola, lo único que ella fue capaz de hacer fue apoyar la frente en la clavícula masculina mientras intentaba orientarse.

Le pareció que había huido de la realidad, del tiempo y del vestíbulo de uno de los hoteles más famosos del mundo para entrar en otra dimensión. Eso no le había ocurrido nunca; jamás se había dejado llevar por la pasión hasta el punto de tener una experiencia extracorporal. Que eso hubiera sucedido con alguien que era poco más que un desconocido la dejó desconcertada.

–Leroy, me alegro de verte –dijo Ryan, por encima de su cabeza. A juzgar por el tono normal de su voz, parecía estar acostumbrado a que lo besaran mujeres desconocidas en hoteles de lujo.

–Esperaba que estuvieras aquí –prosiguió él alegremente–. Me disponía a buscarte.

–Ryan –contestó Leroy.

Como no podía seguir eternamente abrazada a Ryan, por desgracia, Jaci alzó la cabeza y trató de escaparse del abrazo retorciéndose. Le sorprendió que, en lugar de soltarla, él siguiera abrazándola.

–Veo que conoce a mi chica.

Jaci entrecerró los ojos y miró a Ryan.

¿Su chica?

Se le desencajó la mandíbula. ¡Ryan no se acordaba de su nombre! No tenía ni idea de quién era.

El señor Sapo miró a Ryan.

–¿Estáis juntos?

Jaci no poseía un manto que la hiciera invisible. Iba a decirles a aquellos dos que dejaran de hablar de ella como si no estuviera allí cuando Ryan le pellizcó en la cintura y se quedó callada, sobre todo porque estaba indignada.

–Es mi novia. Como sabes, he estado fuera, y hacía dos semanas que no nos veíamos.

Leroy no parecía convencido.

–Creí que ella se marchaba.

–Habíamos quedado en el vestíbulo –afirmó Ryan con tranquilidad. Se frotó la barbilla en la cabeza de Jaci y esta se estremeció–. Es evidente que no has recibido el mensaje en el que te decía que venía hacia aquí, cariño.

¿Cariño? Estaba claro que Ryan no tenía ni idea de quién era, pero mentía con eficacia y convicción absolutas.

–Vamos dentro –él señaló el salón de baile.

Leroy negó con la cabeza.

–Ya me iba.

Ryan, sin soltarla, le tendió la mano a Leroy.

–Me alegro de verte, Leroy. Espero que nos veamos pronto para acabar la charla que dejamos a medias. ¿Cuándo podemos quedar?

Leroy no hizo caso de la mano tendida y miró a Jaci de arriba abajo.

–Me estoy pensando lo del proyecto.

¿Qué proyecto? ¿Qué negocios se traía entre manos Ryan con Leroy? Era una pregunta estúpida, ya que no sabía a qué se dedicaban ninguno de los dos. Jaci miró dubitativa a su nuevo y flamante novio. Sus ojos eran inescrutables, pero a ella le pareció que, por debajo de su aparente calma, bullían de ira.

–Me sorprende que digas eso. Creí que teníamos un trato.

Leroy esbozó una desagradable sonrisa.

–No estoy seguro de querer entregar tanto dinero a alguien a quien no conozco muy bien. Ni siquiera sabía que tuvieses novia.

–No creía que el trato requiriera ese nivel de familiaridad.

–Me pides que invierta un montón de dinero. Quiero estar seguro de que sabes lo que haces.

–Creía que mi historial te había convencido a ese respecto.

–Lo que sucede es que tengo lo que deseas, así que te recomiendo que si te digo que saltes, me preguntes a qué altura.

Jaci contuvo el aliento, pero Ryan, lo cual decía mucho en su favor, no se dignó a contestar esa ridícula afirmación. Ella supuso que Leroy no sabía que Ryan lo consideraba un gusano y que se debatía entre darle un puñetazo o marcharse. Jaci lo supo porque sus dedos le apretaban la mano con tanta fuerza que había perdido la sensibilidad de los suyos.

–Vamos, Ryan, no discutamos. Me pides mucho dinero, y yo necesito estar más seguro. Así que estoy dispuesto a que nos volvamos a ver, y, si quieres, tráete a tu encantadora novia. Y también me gustaría conocer a alguien más de tu empresa. Te llamaremos.

Leroy se dirigió a los ascensores y pulsó el botón de bajada. Cuando las puertas se abrieron, se volvió y les sonrió.

–Espero volver a veros pronto –afirmó, antes de desaparecer en el interior del ascensor.

Cuando las puertas se cerraron, Jaci tiró de la mano para soltarse de Ryan y observó su expresión airada.

–¡Maldita sea! –exclamó soltándola al fin y pasándose la mano por el cabello–. ¡Qué cretino manipulador!

Jaci retrocedió dos pasos.

–Volver a verte ha sido… extraño, como mínimo, pero ¿te das cuenta de que no puedo hacerlo?

–¿El qué? ¿Ser mi novia?

–Sí.

Ryan asintió.

–Claro que no puedes. No funcionaría.

Una de las razones era que tendría que preguntarle quién era.

Además, Ryan, según le había dicho su hermano Neil, salía con modelos y actrices, cantantes y bailarinas. La hermana pequeña de su antiguo amigo, que no era ninguna de esas cosas, no era su tipo, por lo que se encogió de hombros e intentó no hacer caso de la creciente indignación que sentía. Pero a juzgar por el bulto en los pantalones que ella había notado mientras la besaba, tal vez fuera su tipo.

Ryan le lanzó una fría mirada.

–Leroy está molesto porque lo has rechazado. Dentro de dos días se habrá olvidado de ti y de sus exigencias. Le diré que nos hemos peleado y que hemos roto.

Ya lo tenía todo pensado. Qué bien.

–Tú eres el que lo conoce y el que ha hecho un trato con él, así que haz lo que más te convenga –dijo ella con acritud–. Entonces, adiós.

–Ha sido una experiencia interesante –afirmó él–. ¿Por qué no te esperas diez minutos a que Leroy haya salido del edificio y después utilizas los ascensores que hay aquí a la vuelta? Puedes salir a la calle por la otra entrada del hotel.

La estaba echando, cosa que no le hizo ninguna gracia, sobre todo cuando ni siquiera recordaba su nombre. ¡Qué arrogancia! El orgullo la hizo cambiar de idea.

–No tengo ganas de marcharme todavía. Creo que voy a volver a entrar –dijo mirando hacia el salón de baile.

Jaci vio la sorpresa reflejada en los preciosos ojos de Ryan. Notó que quería librarse de ella, tal vez porque le daba vergüenza no recordar quién era.

–Me he alegrado mucho de volverte a ver, Ryan.

Él frunció el ceño.

–¿Por qué no tomamos un café y nos ponemos al día?

Jaci negó con la cabeza y le sonrió con condescendencia.

–Cariño, ni siquiera sabes quién soy, así que no tendría mucho sentido. Adiós, Ryan.

–De acuerdo. ¿Quién eres? Sé que te conozco, pero…

–Ya te acordarás –le dijo ella, que lo oyó maldecir mientras se alejaba.

Pero no estaba segura de que la relacionara con la adolescente de años atrás que estaba pendiente de cada una de sus palabras. No había indicio alguno de la chica insegura que había sido, al menos por fuera. Además, sería divertido ver la cara que pondría cuando se diera cuenta de que era la hermana de Neil, la mujer a la que Neil quería que él ayudara a sortear los peligros de la ciudad de Nueva York.

Pero ella ya era una persona adulta y no necesitaba que su hermano, Ryan o cualquier otro hombre estúpido le hiciera favores. Se enfrentaría a Nueva York sola.

Y si no lo lograba, su hermano y su viejo amigo serían las últimas personas a las que permitiría conocer su fracaso.

–¿Y si me vuelves a besar para refrescarme la memoria? –le dijo Ryan justo cuando ella iba a entrar en el salón.

Se volvió lentamente y ladeó la cabeza.

–Deja que lo piense un momento. Mmm… No.

Pero, pensó mientras entraba, se había sentido tentada.

Capítulo Dos

Jaci se deslizó entre la multitud e intentó que se le calmaran el pulso y la respiración. Se sentía como si acabara de montarse en la montaña rusa y no supiera si subía o bajaba. Anhelaba volver a besar a Ryan, probar de nuevo su sabor, sentir sus labios. Él había derribado sus defensas y le había parecido como si estuviera besando a la Jaci de verdad, como si se hubiera introducido en su interior, le hubiera agarrado el corazón y se lo hubiera estrujado.

Esa locura tenía que deberse a las hormonas, porque esas cosas no sucedían, sobre todo a ella. Se estaba dejando vencer por su imaginación de escritora. Aquello era la vida real, no una comedia romántica. Ryan era muy guapo y sexy, pero ese era su aspecto exterior, no quien de verdad era.

«Al igual que tú, todo el mundo lleva una máscara para ocultar lo que se esconde debajo», se dijo.

A veces, lo que se ocultaba era inofensivo. Ella no creía que su inseguridad perjudicara a nadie salvo a ella misma, y a veces las personas ocultaban secretos, entre ellas su exnovio, que destrozaban a otros.

Clive y sus malditos secretos… No era un gran consuelo que hubiera engañado también a su inteligente familia, que se había emocionado por el hecho de que le hubiera presentado a un intelectual, un político, en vez de a los artistas y músicos que solía llevar a su casa y que no tenían donde caerse muertos.

Jaci se había sentido tan entusiasmada con la atención que recibía por ser la novia de Clive, y no solo de su familia, sino de amigos, conocidos y la prensa, que no le importó soportar su actitud controladora y su falta de respeto y de atención. Después de años de pasar desapercibida, le encantó ser el centro de atención, así como la nueva y atrevida personalidad que había desarrollado.

Pero había volado sola a Nueva York y no deseaba relacionarse con más hombres ni volver a pasar desapercibida.

Se volvió al oír que la llamaban y vio a sus amigas. Aliviada, se abrió paso entre la gente para llegar hasta ellas. Sus amigas guionistas la saludaron afectuosamente y Shona le tendió una copa de champán.

Jaci frunció la nariz.

–No me gusta el champán.

Pero le gustaba el alcohol, que era precisamente lo que necesitaba en aquel momento. Así que le dio un sorbo.

–¿No es champán lo que toman las inglesas pijas en Gran Bretaña? –le preguntó Shona alegremente, sin malicia.

–No soy de esas –protestó Jaci.

–Estuviste prometida a un político de estrella ascendente, ibas a los mismos eventos sociales que la familia real y procedes de una importante familia británica.

Bueno, visto así…

–Has buscado información sobre mí en Internet –afirmó Jaci, resignada.

–Claro que lo he hecho. Tu exnovio parece un caballo –contestó Shona.

Jaci rio. Era verdad que Clive tenía cierto aire equino.

–¿Conocías sus… otros intereses?

–No –respondió Jaci en tono seco. Ni siquiera había hablado de ellos con su familia, que no había querido darse por enterada, así que no estaba dispuesta a diseccionar la vida amorosa de su ex con desconocidos.

–¿Cómo conseguiste el trabajo? –preguntó Shona.

–Mi agente le vendió un guion a Starfish hace más de un año. Hace seis semanas, Thom me llamó, me dijo que querían desarrollar la historia y me pidió que lo hiciera y que colaborara en otros proyectos. Así que aquí estoy, con un contrato de seis meses.

–¿Y escribes con el seudónimo de JC Brookes? ¿Se debe a la atención que recibías de la prensa? –preguntó Wes.

–En parte –Jaci miró las burbujas de su copa. Era más fácil escribir con seudónimo cuando la madre de una, que firmaba con su nombre, estaba considerada una de las mejores escritoras de ficción del mundo.

Wes le sonrió.

–Cuando nos enteramos de que se incorporaría un nuevo guionista, pensamos que sería un hombre. Shona y yo estábamos deseando que lo fuera para flirtear con él.

Jaci sonrió, aliviada de que hubieran cambiado de tema.

–Siento haberos desilusionado –dejó la copa en una mesita que había a su lado–. Habladme de Starfish. Lo único que sé es que Thom es productor. ¿Cuándo va a volver? Me gustaría conocer a quien me ha contratado.

–Jax, el presidente y dueño de la compañía, y él están aquí esta noche, pero alternan con los peces gordos. Nosotras estamos muy por debajo en la cadena –contestó Shona al tiempo que agarraba un canapé de una bandeja que pasaba a su lado y se lo metía en la boca.

Jaci frunció el ceño, confusa.

–¿Thom no es el dueño?

Wes negó con la cabeza.

–No, es la mano derecha de Jax, que actúa en la sombra. A los actores y directores les gusta trabajar con los dos, pero ellos son muy selectivos a la hora de elegir con quién quieren colaborar.

–Chad Bradshaw es uno de los actores con el que nunca trabajarán –Shona usó la copa para indicar a un atractivo hombre maduro que pasaba cerca de ellas.

Era un actor legendario en Hollywood. Por eso estaba Ryan allí, pensó Jaci. A Chad le acababan de dar un premio, por lo que era lógico que Ryan estuviera allí para acompañar a su padre. Al igual que Chad, Ryan era alto y tenían los mismos ojos, que podían ser azules claro o grises, dependiendo de su estado de ánimo.

Aunque Ryan no se acordara de ella, Jaci recordaba con todo detalle al joven que su hermano Neil había conocido en el London School of Economics. A sus padres y hermanos les había fascinado que Ryan viviera en Hollywood y que fuera el hermano menor de Ben Bradshaw, que iba camino de convertirse en una leyenda cinematográfica. Como todo el mundo, se quedaron horrorizados cuando Ben se mató en un accidente de tráfico. Pero cuando conocieron a Ryan, muchos años antes de la muerte de Ben, les pareció que era de otro mundo, muy lejano y distinto de aquel en que vivía la familia Brookes-Lyon, y para ella había supuesto un soplo de aire fresco.

Neil y Ryan habían sido buenos amigos, y este no se había dejado intimidar por los aires de superioridad de los Brookes-Lyon. Había ido a Londres para obtener una licenciatura en Economía.

Jaci recordó vagamente una conversación durante una cena en la que él había dicho que quería marcharse de Los Ángeles y dedicarse a algo distinto de lo que hacían su padre y su hermano. Se relacionó con la familia durante dos años, pero dejo los estudios y, desde entonces, no lo había vuelto a ver. Hasta que lo había besado diez minutos antes.

Jaci se preguntó cómo besaría a las mujeres que sí conocía. Si lo hacía simplemente con un poco más de habilidad de la que había empleado con ella, sería capaz de fundir los casquetes polares.

Ryan «Jax» Jackson, con un vaso de whisky en la mano, deseaba estar en su piso, tumbado en su inmenso sofá y viendo su programa deportivo preferido en la enorme pantalla plana. Consultó su reloj. Había tenido un enfrentamiento con Leroy y había besado apasionadamente a una atractiva mujer. Y estaba atrapado en aquel maldito salón de baile.

¿Quién demonios era ella? Sabía que no había besado esa boca antes. Habría recordado esa pasión, ese sabor que lo había vuelto loco por el deseo de poseerla. ¿Quién era?

Miró a su alrededor con la esperanza de volver a verla, sin conseguirlo. Decidió que, antes de que acabara la fiesta, se habría acordado o la encontraría y le exigiría que se lo dijera. No podría dormir si no lo hacía. Vio una cabeza rubia y sintió una opresión en la entrepierna. No era ella, pero, si se ponía así solo por la idea de volver a verla, tenía un problema.

Decidió cambiar el hilo de sus pensamientos. ¿Qué le pasaba a Leroy? Había aceptado apoyar económicamente la película y, de pronto, le pedía más garantías. ¿Por qué?

Estaba cansado de los juegos de los tipos muy ricos. Su sueño era encontrar a un inversor que le diera un montón de dinero sin hacer preguntas.

De todos modos, se alegraba de que Leroy se hubiese ido. Tener a su difícil inversor y a su padre en la misma habitación al mismo tiempo bastaba para que la cabeza estuviera a punto de estallarle. Aún no había visto a Chad, pero lo único que tenía que hacer era buscar a la mujer más guapa del salón, seguro que su padre o Leroy estarían charlando con ella y tratando de conquistarla, a pesar de que tanto el uno como el otro tenían esposa.

¿Qué sentido tenía estar casado si te dedicabas a engañar a tu esposa sin parar?, se preguntó Ryan.

Sintió que alguien le daba un codazo en las costillas, se volvió y vio a Thom, su mejor amigo.

–Tienes mala cara. ¿Qué te pasa?

–Estoy cansado. Del día y de esta fiesta –le dijo Ryan.

–¿Estás evitando a tu padre?

–¿Dónde está el viejo?

Thom levantó la copa hacia la derecha.

–Allí, hablando con una pelirroja muy sexy. Me ha acorralado y me ha pedido que hable contigo, que interceda por él. Quiere volver a relacionarse contigo; según sus propias palabras.

–Eso es lo que me han indicado sus incesantes llamadas y correos electrónicos de los últimos años. Pero no soy tan ingenuo como para creer que se debe a que quiere jugar a las familias felices, sino porque quiere algo –como un papel importante en su nueva película.

–Sería un gran Tompkins.

A Ryan le daba igual.

–No siempre se consigue lo que se quiere.

–Es tu padre.

Eso era decir mucho. Chad había sido su tutor, su casero y una presencia ausente en su vida.

Ryan sabía que todavía le contrariaba haber tenido que hacerse cargo del hijo que había engendrado con su segunda, tercera o quincuagésima amante. Para Chad, la muerte de la madre de Ryan había sido un gran inconveniente. Ya estaba criando a un hijo, por lo que no necesitaba la carga añadida de otro.

Aunque, todo había que decirlo, Chad no se había preocupado de Ben ni de él. Siempre estaba fuera rodando, por lo que Ben y él se criaron solos, con la ayuda de un ama de llaves. Ben, que era dieciséis meses mayor que Ryan, lo había ayudado en los oscuros y tristes años de su adolescencia.

Ryan idolatraba a Ben, que lo había acogido en su hogar y en su vida con los abrazos abiertos. Creía que no había nada que pudiera destruir su amistad, que Ben nunca lo defraudaría.

¡Qué equivocado estaba!

Ben… Aún se le formaba un nudo en la garganta al pensar en él. Sentía emociones encontradas: la pena se veía acompañada por la idea de la traición. El dolor, la pérdida y la rabia se mezclaban al pensar en su mejor amigo y hermano. ¿Acabaría aquello alguna vez?

La multitud que había frente a él se dispersó y Ryan contuvo el aliento. Allí estaba ella. La había besado antes, pero, entre el beso y la conversación con Leroy, no había tenido tiempo de examinarla. Pelo corto, tez blanca y ojos entre castaños oscuro y negros.

Conocía esos ojos. Frunció el ceño e inmediatamente pensó en su estancia en Londres y en la familia Brookes-Lyon. Neil le había mencionado en un correo electrónico de la semana anterior que su hermana pequeña se iba a vivir a Nueva York. ¿Cómo se llamaba? ¡Jaci! ¿Era ella? Llevaba doce años sin verla. Trató de recordar los detalles de la tímida hermana de Neil. El mismo color de pelo, pero entonces tenía una melena que le llegaba a la cintura. Su cuerpo delgado entonces era rechoncho. Pero esos ojos… No los había olvidado. Casi negros, como los de Audrey Hepburn.

¡Por Dios! Había besado a la hermana pequeña de su amigo más antiguo.

Se había olvidado por completo de que se había mudado a Nueva York y de que Neil le había pedido que la llamara. Tenía la intención de hacerlo cuando el trabajo disminuyera un poco, pero no pensaba encontrarla en aquella fiesta ni que la tímida adolescente se hubiera convertido en esa hermosa y sexy mujer que le había excitado de aquella manera.

Como si ella hubiera sentido que la miraba, giró la cabeza y lo vio. Su forma retadora de enarcar las cejas le indicó a Ryan que se había dado cuenta de que la había reconocido y que se preguntaba qué iba a hacer él al respecto.

Nada, decidió Ryan apartando la mirada. No tenía tiempo de pensar en su repentina atracción por Jaci. Su vida ya era suficientemente complicada, no necesitaba complicaciones añadidas.

Jaci entró a trompicones en Starfish Films a las nueve y cinco de la mañana siguiente, haciendo juegos malabares con el bolso, el móvil, dos guiones y un café con leche, y decidió que nunca más volvería a dormir menos de tres horas. Era el vivo retrato del mal humor.

No le había ayudado haberse pasado la mayor parte de la noche reviviendo el mejor beso que le habían dado nunca, recordando la fuerza del cuerpo masculino y el atractivo y fresco olor de la piel de Ryan. Hacía mucho que un hombre no le hacía perder el sueño; ni siquiera lo había perdido por Clive en los peores momentos de su relación. Además, no se había mudado de ciudad para perder el tiempo con hombres, guapos o no. Lo importante era su trabajo.

Era la oportunidad de hacerse un hueco en la industria cinematográfica. Tal vez no fuera tan brillante como su madre, pero sería ella.

Llegó a su escritorio y dejó los guiones en la silla. Se dijo que su elección había sido la correcta. Podía haberse quedado en Londres, pero se le había presentado la oportunidad de cambiar de vida y, a pesar de que estaba muerta de miedo, la iba a aprovechar. Iba a demostrarse a sí misma y a su familia que no era una inútil. Aquel era su momento, su vida, su sueño, y nada la distraería del objetivo de escribir los mejores guiones que pudiera.

Shona asomó la cabeza por la puerta del despacho.

–No has elegido el mejor día para llegar tarde, bonita. Ya ha comenzado una reunión en la sala de reuniones, así que te aconsejo que vayas para allá.

–¿Una reunión?

–Los jefes han vuelto y quieren intercambiar impresiones. Vamos.

Unos minutos después, Shona la guiaba por el edificio al tiempo que se tapaba la boca para disimular un bostezo.

–Estamos todos, incluidos los jefes, un poco cansados y con mucha resaca. No entiendo por qué hay que tener una reunión a primera hora de la mañana. Seguro que habrá gritos.

Se detuvo ante una puerta abierta, le puso una mano a Jaci entre los omóplatos y la empujó dentro. Esta dio un traspié y chocó con el brazo de un hombre que pasaba a su lado, que se vertió en el pecho la taza de café que llevaba en la mano, manchándose la camisa.

El hombre soltó un par de palabrotas.

–Lo que me faltaba.

Jaci se quedó inmóvil al levantar la vista y contemplar la boca que había besado la noche anterior. Se detuvo en sus ojos y en sus espesas cejas fruncidas.

–¿Jaci? ¿Qué demonios haces aquí?

–Jax, esta es JC Brookes, la nueva guionista –dijo Thom desde el otro lado de la sala. Tenía los pies sobre la mesa y una taza de café en la mano–. Jaci, te presento a Ryan «Jax» Jackson.

Ryan necesitaba una caja de aspirinas, limpiarse la camisa y salir del lío en que se había metido. Se había pasado casi toda la noche dando vueltas en la cama mientras pensaba en el cuerpo que había tenido entre los brazos, en su olor y en la calidez y el sabor de su boca.

Al final se había dormido, irritado y frustrado, horas después de acostarse, por lo que no tenía la energía mental suficiente para asumir que la mujer que había protagonizado sus sueños pornográficos la noche anterior no solo era la hermana menor de su amigo, sino también la guionista de su próxima película.

–¿Tú eres JC Brookes?

Jaci se cruzó de brazos. Ryan pensó que, a pesar de las ojeras de sus hipnóticos ojos castaños, tenía un aspecto fantástico. Tragó saliva e intentó concentrarse.

–¿Eres guionista? No sabía que escribieras.

Ella frunció el ceño.

–¿Por qué ibas a saberlo? Hace doce años que no nos vemos.

–Neil no me lo había dicho.

–No lo sabe –murmuró ella, y Ryan, a pesar de lo desconcertado que se hallaba, oyó una nota dolorida en su voz–. Solo les dije a él y al resto de la familia que me trasladaba a Nueva York durante un tiempo.

Ryan se separó la pegajosa camisa del pecho y se volvió hacia Thom.

–¿Cómo ha conseguido el empleo?

–Su agente me mandó un guion, lo leyó Wes, lo leí yo y lo leíste tú. A todos nos gustó, pero a ti te encantó. ¿Te suena de algo?

Ryan fue incapaz de rebatir las palabras de Thom. El guion de Jaci era una emocionante comedia de acción. Y Jaci, cosas del destino, que le había jugado una mala pasada, era su creadora. Y su único inversor, Leroy Banks, creía que era su novia y, además, pensaba que era un bombón, lo cual Ryan entendía perfectamente, ya que él también lo pensaba.

Asimismo, era una novia con la que no podía romper porque era su guionista, una de las personas clave de la nueva película.

–No sé por qué te pones así –se quejó Thom–. Jaci y tú ya os conocíais, pero la hemos contratado por sus méritos, sin conocer su relación contigo. Y punto. Así que, ¿podemos continuar de una vez con esta maldita reunión para que pueda volver a mi despacho y tumbarme en el sofá?

–Te sugiero que esperes a ver esto –Shona abrió el periódico y lo dejó en la mesa. Ryan lo miró y el corazón se le detuvo.

A todo color y ocupando media página había una fotografía hecha la noche anterior en el vestíbulo frente al salón de baile del hotel Forrester-Graham. Una de las manos de Ryan sujetaba una cabeza rubia, la otra descansaba sobre unas perfectas nalgas. Los brazos de Jaci le rodeaban el cuello y sus bocas estaban unidas.

Ryan leyó el breve texto de debajo de la fotografía:

Ryan Jackson, el productor ganador de un premio por Stand Alone lo celebra en los brazos de JC Brookes en la fiesta de anoche de los premios de cine y televisión. Ella es una guionista a la que ha contratado Starfish Films. Es famosa en Inglaterra por ser hija de Archie Brookes-Lyon, director de periódico, y de su esposa Priscilla, multipremiada autora de novela histórica. Recientemente ha roto su compromiso con Clive Egglestone, que estaba destinado a gobernar su país antes de que se descubriera su implicación en varios escándalos sexuales.

¿Qué compromiso? ¿Qué escándalos sexuales? Neil tampoco le había dicho nada de eso. ¿Jaci había sido la prometida de un político? Ryan no conseguía imaginárselo. Pero eso no era lo importante en aquel momento.

Le pasó el periódico a Thom. Cuando su amigo alzó la vista y lo miró, sus ojos expresaban preocupación y horror.

–¡Vaya! –se limitó a exclamar.

Ryan miró los rostros de sus empleados, sentados alrededor de la mesa, agarró una silla y se sentó. Supuso que tenía que darles una explicación.

–Jaci y yo nos conocemos. Es la hermana menor de un viejo amigo. No mantenemos relación alguna.

–Eso no explica el beso –puntualizó Thom.

–Jaci me besó impulsivamente porque Leroy intentaba flirtear con ella y necesitaba librarse de él.

Eso explicaba el beso de ella, pero no por qué la había besado él después. Pero ni Thom ni el resto del personal necesitaban saberlo.

–Le dije que era mi novia y que hacía unos días que no nos veíamos. Yo ya lo había planeado todo. Cuando Leroy y yo volviéramos a vernos, si me preguntaba por ella, le diría que nos habíamos peleado y que se había vuelto a Inglaterra. No se me ocurrió que mi novia de cinco minutos fuera también mi nueva guionista.

Thom se encogió de hombros.

–No pasa nada. Cuéntale que os habéis peleado y que se ha ido. ¿Cómo va a saber que no es verdad?

–Porque anoche me dijo que quería conocer a las principales personas que participan en el proyecto, lo cual incluye al guionista.

–¡Oh, no! –gimió Thom.

Ryan se volvió y miró a Jaci quien, totalmente perpleja, no se había movido de la puerta.

–Vamos a mi despacho.

Ryan pensó que la mañana se había complicado aún más de lo que esperaba.

Capítulo Tres

Jaci se detuvo en el umbral de la puerta del despacho de Ryan sin saber si debía entrar en aquella caótica habitación, cuyos escritorios y sillas estaban llenos de carpetas, guiones y tacos de folios, o quedarse donde estaba. Él estaba en el cuarto de baño. Se oía el agua de un grifo abierto y un montón de palabrotas.

Jaci no entendía lo que acababa de suceder. Lo único que sabía era que Jax era Ryan y su nuevo jefe.

También sabía que el haberlo besado había tenido mayores consecuencias de las que había previsto.

Ryan salió del cuarto de baño sin la camisa y con otra limpia en la mano. Ella lo contempló con un suspiro y pensó que podía aparecer en la portada de cualquier revista masculina de fitness. Sintió un cosquilleo en todo el cuerpo y se preguntó por qué había tardado casi veintiocho años en sentir verdadera atracción y deseo por un hombre. Bastaba con que él respirara para que se pusiera a temblar.

–Te llamabas Ryan Bradshaw. ¿De dónde ha salido el apellido Jackson? –le espetó Jaci. Fue lo único que se le ocurrió, aparte de «bésame como lo hiciste anoche».

Ryan frunció el ceño y sacudió la camisa antes de colgársela del brazo.

–Sabías que Chad era mi padre y Ben mi hermano, por lo que suponías que yo me apellidaría igual. Pues no es así –respondió con frialdad.

Ella cerró la puerta.

–¿Por qué no?

–Conocí a Chad a los catorce años, cuando un tribunal sentenció que debía vivir con él tras la muerte de mi madre. Él la había abandonado en cuanto le dijo que estaba embarazada, por lo que es el apellido de ella el que aparece en mi partida de nacimiento. Acababa de perder a mi madre y no estaba dispuesto a perder también su apellido.

Se pasó la mano por la cara.

–¿Qué importa todo eso? Pasemos a otra cosa.

Jaci pensó que le hubiera gustado saber más de su infancia y de su relación con su padre y su hermano, que, a juzgar por el dolor que expresaban sus ojos, no debía de haber sido buena.

–¿Cómo demonios voy a arreglar esto? –preguntó él.

–Siento haberte causado problemas por haberte besado. Fue una acción impulsiva para librarme de Leroy.

Ryan se puso la camisa sin dejar de mirarla.

–Era insistente y no estaba dispuesto a dejarme en paz –añadió ella–. Lamento que nos hicieran una foto besándonos. Sé la invasión que eso supone de tu intimidad.

Él miró el periódico que había dejado en el escritorio.

–Parece que sabes de qué hablas. ¿Escándalos sexuales? ¿La prometida de un político?

–Todo eso y más –Jaci alzó la barbilla desafiándolo y lo miró a los ojos–. Está todo en Internet, si necesitas lectura antes de dormirte.

–No leo basura.

–Pues no voy a contarte lo que pasó.

–¿Acaso te lo he pedido?

Claro que no. Jaci se puso colorada.

Era hora de marcharse.

–Si quieres que le pida disculpas a tu novia o a tu esposa, lo haré –pensó añadir que no les diría que él la había besado después, pero decidió no echar más leña al fuego.

–No tengo pareja, lo cual es lo único positivo de todo esto.

–Entonces no entiendo a qué viene tanta preocupación. Los dos estamos solteros y nos besamos. Vale, ha salido en los periódicos, pero ¿a quién le importa?

–A Leroy Banks. Y además le dije que eras mi novia.

–¿Y? –ella seguía sin entender.

Ryan le dirigió una mirada llena de frustración y ansiedad.

–Para producir Blown Away necesito un presupuesto de ciento setenta millones de dólares. No me gusta recurrir a inversores, pero de los cien millones que tengo no puedo disponer en este momento. Además, con una suma tan grande, prefiero arriesgar el dinero ajeno en vez del mío. Ahora mismo Banks es el único que puede decidir si Blown Away verá la luz o si la guardo en un cajón y produzco otra película de menor presupuesto. Creí que estábamos a punto de firmar el contrato –prosiguió Ryan– pero me está apretando las clavijas.

–¿Por qué?

–Porque sabe que lo he pillado flirteando con mi novia y se siente violento. Quiere recordarme quién manda aquí.

Ya lo entendía, pero prefería no haberlo hecho. ¿Había puesto en peligro una inversión de cien millones de dólares?

–Y soy tu guionista, una de las personas fundamentales para el proyecto.

–Sí –Ryan se sentó en el borde del escritorio, agarró un pisapapeles y comenzó a pasárselo de una mano a la otra–. No podemos decirle que te lanzaste a mis brazos porque te resultaba repulsivo. Si lo hacemos, podemos despedirnos definitivamente del dinero.

–¿Por qué no me quedo en la sombra? –preguntó Jaci. No era lo que deseaba, no había llegado a Nueva York para eso. Sin embargo, lo haría si así se producía la película–. Él no sabe que el guion es mío.

Ray dejó el pisapapeles, se cruzó de manos y la miró. Después, negó con la cabeza.

–Eso me supondría muchos problemas. En primer lugar, has escrito el guion y el mérito es todo tuyo; en segundo lugar, no me gusta mentir. Siempre tiene consecuencias desagradables.

¡Vaya! Era un tipo honrado. Jaci creía que la especie se había extinguido hacía tiempo.

Se sentó en la silla más próxima, sobre un montón de guiones.

–Entonces, ¿qué vamos a hacer?

–Te necesito como guionista y necesito a Leroy como inversor para hacer la película, así que haremos lo único que podemos.

–¿Qué es?

–Seremos lo que Leroy y todo el mundo creen, una pareja, hasta que tenga el dinero en el banco. Después nos separaremos alegando diferencias irreconciliables.

Jaci negó con la cabeza. No se veía capaz de hacerlo. Acababa de salir de una relación y no creía poder iniciar otra, falsa o no.

–No, no estoy dispuesta a hacerlo.

–Has sido tú quien me ha puesto en esta situación al arrojarte a mis brazos, así que, te guste o no, vas ayudarme a salir de ella.

–En serio, Ryan…

Este entrecerró los ojos.

–Si no recuerdo mal, aún no has firmado el contrato.

–¿Es que no vas a formalizarlo si no acepto hacer lo que me propones?

–Ya he comprado los derechos del guion. Es mío, por lo que puedo hacer con él lo que quiera. Quiero efectuar algunos cambios, y preferiría que fueras tú quien los escribiera, pero puedo pedirle a Wes o a Shona que lo hagan.

–¡Me estás chantajeando! –gritó Jaci, llena de furia. Miró el pisapapeles del escritorio y pensó en lanzárselo a la cabeza. Tal vez a Ryan no le gustara mentir, pero no le importaba manipular a los demás.

Él suspiró y colocó el pisapapeles sobre unas carpetas.

–Mira, has sido tú la causante del problema, así que ve pensando cómo solucionarlo. Considéralo parte de tu trabajo.

–¡No me eches la culpa!

Ryan enarcó una ceja y ella frunció el ceño.

–¡Al menos, la culpa no es toda mía! ¡El primer beso iba a ser un simple roce, pero tú lo convertiste en un beso apasionado! –grito Jaci al tiempo que se agarraba a los brazos de la silla.

–¿Qué iba a hacer? ¡Te abrazaste a mí y pegaste tu boca a la mía! –respondió él en el mismo tono.

–¿Sueles meter la lengua en la boca de desconocidas?

–¡Sabía que te conocía! –rugió él.

Se levantó de un salto y fue a mirar por la ventana. Jaci observó que respiraba hondo un par de veces. La asombraba estarse peleando con aquel hombre, gritándole, pero estaba eufórica. No tenía sentimientos de culpa ni de fracaso, lo cual era una novedad. Tal vez Nueva York fuera a sentarle bien.

–Entonces, ¿qué vamos a hacer? –preguntó ella.

Tenían que hacer algo, no estaba dispuesta a renunciar a su trabajo. Tenía que demostrar su valía en aquella dura ciudad. Después, nadie dudaría de ella.

–¿Quieres que produzca la película? ¿Quieres ver tu nombre en los títulos de crédito? –preguntó él sin volverse.

–Por supuesto.

–Entonces, necesito el dinero de Leroy.

–Seguro que no es el único inversor al que puedes recurrir.

–En primer lugar, los inversores no crecen en los árboles. Además, llevo casi año y medio discutiendo el acuerdo. No puedo perder más tiempo y no quiero haberme esforzado para nada.

–Y, para conseguir el dinero, tenemos que ser pareja.

–Una falsa pareja –la corrigió Ryan a toda prisa–. No quiero ni necesito una relación de verdad.

Ella tampoco.

–Así que iremos a fiestas juntos, al teatro o a la ópera y a restaurantes caros –prosiguió él– ya que Banks querrá demostrarme lo importante que es y demostrarte lo que te has perdido.

–Qué bien.

–No tenemos otra opción.

Jaci se pasó las manos por la cara. ¿Quién hubiera imaginado que un beso impulsivo podía desembocar en aquel lío? No tenía más remedio que seguir el plan de Ryan y convertirse en su novia de forma temporal. Si no lo hacía, meses de trabajo suyo, de Ryan y de Thom, se evaporarían. Y dudaba de que ninguno de los dos quisiera volver a trabajar con ella si la consideraban responsable de la ruptura del acuerdo con Banks.

–Muy bien. Tampoco tengo… tenemos muchas opciones.

Ryan se volvió, suspiró y se frotó las sienes con la punta de los dedos, lo que indicó a Jaci que le dolía la cabeza. Menos mal que no le había tirado el pisapapeles.

–Tal vez Leroy cambie de idea y no quiera vernos, por lo que nos habremos librado del problema –dijo él.

–¿Qué posibilidades hay de que eso suceda?

–No muchas. No le gusta que seas mi novia. Me pondrá las cosas difíciles.

–Porque eres todo lo que él no es –murmuró Jaci.

–¿A qué te refieres?

«A que eres alto, guapo, sexy y encantador cuando quieres. Y eres un productor famoso y con éxito», pensó ella.

Ryan agarró la botella de agua que había en el escritorio y le dio un trago.

–Entonces, en cuanto Leroy se ponga en contacto conmigo, te lo diré.

–Muy bien –Jaci se levantó.

–Una cosa más, en el trabajo nos comportaremos como profesionales: tú serás mi empleada, y yo, tu jefe –afirmó Ryan.

Jaci pensó que eso tenía lógica, salvo por la electrizante tensión sexual que había entre ellos. Aunque, a juzgar por el tono de su voz y de su expresión impenetrable, Ryan no parecía darse cuenta de ella. Jaci supuso que sería buena idea hacer lo mismo.

Pero sus pies la llevaban a acercarse a él, sus labios necesitaban volver a sentir los suyos… Era una locura.

–De acuerdo. Entonces, vuelvo al trabajo.

–Sí, buena idea.

Cuando Jaci salió de su despacho, Ryan se sentó y giró la cabeza a un lado y a otro para aliviar la tensión que sentía en el cuello y los hombros. En cuestión de diez horas, tenía novia y peligraba el acuerdo más importante de su vida si Jaci y él no conseguían que su idilio fuera creíble. No había exagerado al decirle a Jaci que Leroy se pondría furioso si se daba cuenta de que ella lo estaba usando como una excusa para apartarse de sus largas manos.

Lo que complicaba las cosas era el beso, el fantástico y apasionado encuentro de sus bocas. Y Jaci tenía razón. El primer beso, el que ella le había dado, había sido suave y precavido; había sido él el que lo había hecho más profundo, apasionado y húmedo. Era cierto que ella lo había seguido sin rechistar. Y a él no le hubiera importado que hubieran continuado.

«Concéntrate, idiota», se dijo. El sexo debería ocupar los últimos puestos de su lista de prioridades.

Había añadido leña al fuego al decirle a Leroy que Jaci era su novia. Este la deseaba y, por eso, le iba a poner difícil acceder a su dinero.

Al igual que su padre, Leroy Banks quería automáticamente lo que no podía ni podría obtener. Ryan sabía que, a pesar de lo atractiva que le pudiera resultar Jaci, perseguirla no tenía que ver realmente con ella, como la propia Jaci había señalado antes, sino con Ryan, con el hecho de que ella estaba con él, que era un tipo alto, con un buen cuerpo y un rostro agradable.

Lo que hubiera sido un proceso relativamente sencillo le supondría unas cuantas semanas más y mucho esfuerzo añadido. Conocía a los tipos como Leroy, que era como su propio padre. Eran personas a las que muy raramente se les negaba algo y, cuando eso sucedía, les daba igual.

En el mejor de los casos, Leroy y ellos dos cenarían juntos un par de veces, y era de esperar que a Leroy le distrajera otra hermosa mujer y dejara de prestarles atención.

En el peor de los casos, Leroy se cerraría en banda y lo presionaría negándole el dinero para la película.

Su padre tenía acceso al dinero que necesitaba, pero no se lo pediría bajo ningún concepto. En uno de sus numerosos y recientes correos electrónicos, Chad le había dicho que él y sus amigos estaban dispuestos a invertir hasta doscientos millones de dólares en una de sus películas, siempre que él tuviera un papel. Parecía que se le había olvidado que su última y definitiva pelea, la que había acabado destruyendo su frágil relación, había sido a causa de la industria cinematográfica, el dinero y el papel Chad en una película.

Tras la muerte de Ben, sus amigos y seguidores habían utilizado las redes sociales y los medios de comunicación para animar a Ryan a producir un documental sobre su hermano, cuyos beneficios se donarían a una ONG en nombre de Ben. También le habían sugerido que el narrador fuera su padre.

Ryan había perdido en aquel accidente a las dos personas que más quería, las mismas que lo habían traicionado de la peor manera posible. Mientras trataba de lidiar con la pena, la idea del documental fue ganando terreno, y se vio embarcado en el proyecto sin entusiasmo, pero incapaz de negarse. Un amigo de Ben escribió un guion aceptable y su padre accedió a narrarlo. Pero, en el último momento, Chad dijo que quería cobrar por hacerlo.

Y no una cantidad simbólica, sino diez millones de dólares, dinero que Ryan no tenía en aquella época. Ryan se sentía traicionado por Ben, con el corazón destrozado por Kelly y furioso porque Chad, su padre y el de Ben, hubiera intentado aprovecharse de la muerte de su hijo.

Después de aquel estallido, Ryan se dio cuenta de lo solo que estaba. Pero, al cabo de un tiempo, comenzó a disfrutar de la libertad que su solitario estado le proporcionaba. Le gustaba su ajetreada vida. De vez en cuando tenía una aventura con alguna mujer que nunca le duraba más de mes y medio. Tenía buenos amigos, trabajaba y producía excelentes películas. Y si a veces deseaba algo más, una compañera, una familia, rechazaba esos pensamientos. Estaba satisfecho.

O lo estaría si no tuviera una falsa novia que le excitaba solo con respirar, un inversor que pretendía manipularle y un padre que no cesaba de intentar recomponer su relación.

Capítulo Cuatro

Jaci estaba sentada con las piernas cruzadas en el sofá y lanzó una maldición cuando el timbre de la puerta le indicó que tenía visita. Miró el reloj. Eran las nueve y veinte de la noche, un poco tarde para recibir visitas.

Frunció el ceño, se dirigió a la puerta y presionó el botón.

–¿Sí?

–Soy Ryan.

¿Ryan? Era la última persona que se esperaba a esa hora. Después de haberse marchado de su despacho cuatro días antes, no había vuelto a hablar con él, y esperaba que hubiera desechado la ridícula idea de que fingiera que era su novia.

–¿Puedo subir?

Jaci se miró las zapatillas de estar por casa, los pantalones de yoga, rotos en una rodilla, y la camiseta, dos tallas más grande que la suya, que era de Clive. Estaba despeinada y el maquillaje le había desaparecido después de haberse duchado tras correr en Central Park.

–¿No puedes esperar hasta mañana? Es tarde y estoy vestida para acostarme.

–Me da igual lo que lleves puesto. Abre de una vez.

Había tanta determinación y arrogancia en su voz que Jaci pensó que seguiría tocando el timbre del telefonillo hasta que le abriera. Además, quería oír lo que tenía que decirle.

Pero la razón principal de abrirle era que quería verlo, oír su voz, inhalar su olor y devorar su hermoso cuerpo con los ojos.

Apoyó la cabeza en la puerta y trató de calmarse. Tener a Ryan en su casa, estar sola con él, era peligroso. El piso no era grande y el dormitorio estaba a un paso de la puerta.

«No estarás pensando en llevarte a la cama a tu jefe. ¡Por favor, intenta ser sensata!», se dijo.

Ryan llamó a la puerta y ella le abrió. Llevaba unos vaqueros descoloridos, una camiseta negra y una chaqueta de cuero echada al hombro. Tenía ojeras, barba de tres días y parecía cansado.

–Hola –dijo él al tiempo que se apoyaba en el marco de la puerta.

–Hola. ¿Qué haces aquí? Es tarde.

–Leroy ha contestado por fin a mis llamadas. ¿Puedo entrar?

Ella asintió y retrocedió para dejarle entrar. Ryan dejó la chaqueta en una silla y miró a su alrededor.

–No es como tu casa inglesa.

–No.

La casa de su infancia era antigua y majestuosa, pero sus padres la habían convertido en un hogar. No era una pieza de mueso. Estaba llena de antigüedades y cuadros que se habían ido heredando de generación en generación, pero también estaba llena de libros, de correas de perros, de tazas de café y de revistas.

–¿Consiguió tu madre que le repararan la escalera? Recuerdo que le daba la lata a tu padre para que la arreglara. Decía que llevaba veinte años volviéndola loca.

¿Era añoranza lo que Jaci oyó en su voz o se lo estaba imaginando? Siempre había sido difícil saber lo que Ryan pensaba.

–La escalera sigue teniendo una grieta. Nunca la reparará. Ami madre le gusta tomarle el pelo a mi padre por su falta de habilidad para las reparaciones domésticas. ¿Quieres tomar algo?

–Un café solo con un chorrito de whisky, a ser posible.

Jaci le dijo que se sentara, pero él la siguió a la minúscula cocina.

–¿Te gusta el trabajo? –preguntó él.

Jaci sonrió.

–Me encanta. Me habías dicho que querías efectuar algunos cambios en Blown Away, pero tengo que hablar con Thom y contigo para saber exactamente lo que queréis. Tu secretaria me ha dicho que tenéis horarios muy apretados.

–Te prometo que intentaré hacerte un hueco lo antes posible.

Jaci se puso de puntillas para alcanzar la botella de whisky que estaba en el estante superior. Ryan se puso detrás de ella y, como era más alto, la agarró fácilmente. Jaci supuso que se apartaría de inmediato, pero sintió su nariz en el cabello y el roce de sus dedos en la cadera. Esperó conteniendo el aliento a ver si Ryan la giraba hacia él al tiempo que se preguntaba si le pondría las manos en los senos y llevaría su increíble boca a la de ella.

–Aquí tienes.

El golpe de la botella cuando él la dejó en la encimera la sacó de su ensoñación. Con la boca seca y las manos temblorosas, desenroscó el tapón y vertió una generosa cantidad de whisky en las tazas.

–Es una coincidencia increíble que tú, la hermana de mi viejo amigo, hayas escrito un guion que yo, que nosotros, hayamos aceptado –dijo Ryan al tiempo que levantaba los brazos y se agarraba al marco de la puerta. Al hacerlo, la camiseta se le subió y dejó al descubierto su musculoso y bronceado abdomen. Jaci tuvo que morderse la lengua para no gemir.

–En realidad, no me sorprende que te guste el guion. A fin de cuentas, Blown Away fue idea tuya.

–¿Mía?

Jaci sirvió el café y agarró las tazas. No podía respirar en aquella cocina tan pequeña. Necesitaba que hubiera espacio entre aquel hombre tan sexy y ella.

–¿Nos sentamos?

Ryan asió su taza, volvió al salón y se sentó en un extremo del sofá. Jaci lo hizo en una silla, frente a él, y puso los pies en la mesita de centro.

Él tomó un sorbo de café y la miró.

–Explícamelo.

–Viniste a casa poco después de dejar la uni…

–No la dejé, obtuve la licenciatura.

–Pero tienes la misma edad que Neil, y él estaba en primer curso.

Ryan se encogió de hombros. Parecía incómodo.

–Hizo un curso intensivo. Me resultaba fácil estudiar.

–Qué suerte –murmuró ella.

A diferencia de sus hermanos, había tenido que esforzarse mucho para que la admitieran en la universidad, que abandonó a mitad del segundo curso. Creía que Ryan y ella tenían eso en común, pero resultaba que era un intelectual como sus hermanos y sus padres. Ella era la menos inteligente de los dos que se hallaban en aquel salón.

Por suerte tenía mucha práctica al respecto.

–¿Me explicas lo del guion?

–Pues viniste a casa con Neil y os pusisteis a jugar al ajedrez. Llovía a cántaros. Yo estaba leyendo –en realidad lo observaba, pero no iba a decírselo–. Hablabais de trabajo y Neil te preguntó si ibas a trabajar en la industria cinematográfica, como tu padre.

Jaci miró su taza.

–Contestaste que con Ben y tu padre ya se había cubierto el cupo, que tú querías hacer otra cosa, que ibas a mantenerte alejado del cine.

–Como ves, mantuve mi palabra –dijo él en tono sarcástico.

–Neil te dijo que te engañabas, que lo llevabas en la sangre al igual que ellos.

–Tu hermano es muy listo.