Páginas perdidas - Celeste Flores - E-Book

Páginas perdidas E-Book

Celeste Flores

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Beschreibung

La vida no es algo estático. No es algo que permanece de la misma manera, como tampoco lo hacen las personas que la viven. Cada segundo se transforma en un minuto, cada minuto en una hora, cada hora en un día… Y cada momento es único, decisivo e irrepetible. Luz y Cam han vivido una infancia llena de momentos hermosos e inigualables, donde lo más importante era tenerse mutuamente. Juntos crecieron y descubrieron la magia e inocencia del primer amor, ese que no es más que un juego de niños y es el que más te llena el corazón. Pero todos sabemos que el destino es caprichoso, egoísta y frívolo, y le encanta ponernos pruebas. La prueba y desafío para estos dos niños fue la separación… Para volverse a encontrar 8 años después. ¿Han oído ese dicho: "La vida es una rueda, y hay que girar con ella"? Pues bien, eso es lo que hicieron estos dos "amigos", y de tanto girar quedaron mareados. ¿Podrán reconocerse, a pesar de todo? ¿Una amistad tan fuerte, podrá soportar el paso inevitable del tiempo? Y, lo más importante… ¿Ese hermoso y puro primer amor, seguirá existiendo?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. Celina Beltramone.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Flores Marchán, Celeste Lourdes

Páginas perdidas / Celeste Lourdes Flores Marchán. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2019.

396 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-461-0

1. Narrativa Juvenil Argentina. 2. Novela. I. Título.

CDD A863.9283

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Celeste Flores Marchán.

© 2019. Tinta Libre Ediciones

Para mi compañero, pareja y amigo.

Por creer en mí incluso más que yo misma.

Sin él, esto no hubiera sido posible.

La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que reside en dos almas.

Aristóteles, Ética nicomáquea

Prólogo

El amor es fuego, pero también es oxígeno. Es ese aire vital que ayuda a pensar, que hace vivir. Pero también es la pasión que moviliza, que destruye, desordena y hace volver a empezar. Cada persona que amamos funciona de esa manera, nos hace vivir, pero también nos hace cambiar. Nos vamos formando a partir de trocitos de cada persona a la que amamos, y siempre cambiamos. El cambio es nuestra forma de sobrevivir.

Dicen que el primer amor nunca se olvida, ¿pero cuál es el primer amor? ¿El nene de jardín, ese que te dijo que eras su novia y al día siguiente ya lo habían olvidado? ¿O ese con el que diste tu primer beso, apurada y nerviosa porque eras la única de tus amigas que nunca había besado? No. El primer amor es la primera persona que funcionó como fuego y oxígeno, aquella con la que empezaste a experimentar sentimientos que ni siquiera sabías que tenías. Sentimientos que asustaban, que no entendías, pero que eran hermosos y no querías dejar de sentir. Es aquel que, con su partida, cambió tu mundo. Porque las cosas ya no podían seguir igual, no eran iguales. Tú no eras igual. Ese es el amor que no se puede olvidar. Puede que muchos más vengan después, pero ese es el que te hizo amar por primera vez, y el que hizo que descubras lo doloroso que puede ser un corazón roto.

Primer amor no quiere decir primera pareja. No. Uno puede tener muchas parejas, y no haber conocido el amor. O puede amar profundamente a alguien que nunca fue su pareja. No hay una ley, no es exacto, y probablemente uno sepa quién fue ese primer amor luego de muchos años, viéndolo con la perspectiva del tiempo.

Hay otros, sin embargo, que conocen el amor y lo confunden con amistad. Sentimientos muy parecidos, pero no exactamente iguales. Y es muy peligroso no lograr distinguirlos a tiempo, porque en la confusión puedes perder mucho. Ambos pueden perder, y solo la vida caprichosa sabe si les dará la oportunidad de recuperar lo perdido.

Páginas perdidas

Celeste Flores Marchán

Nos veremos otra vez

Luz

25 de febrero de 2001

Un mes en Estados Unidos y todavía no me acostumbro. No me gustan los dibujitos de la tele. Parecen los mismos que daban en casa, pero estos hablan raro y no los entiendo. Prefiero jugar en el patio o ayudar a mamá con la comida, pero no me deja hacer mucho. Dice que cuando sea grande voy a poder ayudarla a hacer mis galletas. Pero yo ya soy grande...

Así comenzaba el pequeño diario rosa en el que la niña estaba decidida en contar cada anécdota de lo que, suponía, sería su interesante vida. Si estás leyendo esto es porque, en realidad, la pequeña Luz sí tuvo cosas que contar, aunque a sus tan cortos ocho años no lo supiera...

Una vez más, la quinta en una hora, se levantó del sillón frustrada por no entender lo que veía. Apagó la tele, enojada, y salió al patio. Las nubes del cielo volaban bajas y todavía no lograba entender por qué en febrero estaban en pleno invierno. Su padre le había explicado por qué no era lo mismo allí que en Argentina, aunque lo único que logró entender es que cuando en uno es verano, en el otro es invierno. No se le podía pedir mucho más a una niña.

Se sentó sobre el columpio que su padre había colgado la tarde anterior, fantaseando con que podía tocar el cielo con los pies al mecerse en el aire. El frío viento le desordenaba el cabello y despejaba su cabeza, rio cuando una ráfaga de aire helado se coló en sus sandalias y le hizo cosquillas en los pies. Era su lugar favorito en toda la casa, lo único que hacía que no extrañara su hogar. El viejo columpio la había acompañado desde Argentina, y allí sentada se sentía un poco más cerca de todo lo que había dejado. Barbie, tía Cata, tío Marcos, Joaquín...

—¡Luz!

El grito de su madre la detuvo de golpe, y lo primero que Luz pensó fue “¿Qué hice?”. Miró asustada hacia la puerta, esperando ver el rostro malhumorado de su madre buscándola.

—¡Hija, ven un minuto por favor!

No, no sonaba enojada, pero aún así... Saltó del columpio y entró corriendo a la casa. No sabía qué quería su madre, pero lo que encontró fue lo último que habría esperado. Una mujer alta, de tez muy blanca y cabello negro, parada en el umbral de la puerta y con una tarta entre las manos. Todo en ella transmitía amabilidad, desde su cándido tono hasta el regalo para los nuevos vecinos. “¿Mamá ya tiene amigos?” Luz sintió celos de la bonita mujer. Se acercó despacio a su madre y tomó su mano, queriendo imponerse ante la intrusa. Estaba tan concentrada mirando a la extraña que no se dio cuenta de la presencia de alguien más.

El primer encuentro de Luz y Cam es algo que vale la pena mencionar, y para ello recurriré a la página del diario en la que ella hizo mención a este hecho.

Mi mamá y esa señora hablan en ese idioma raro que todos hablan por aquí. No las entiendo y nunca lo voy a hacer, así que me distraje, intentando encontrar algo interesante. Entonces lo vi. Un niño, escondido detrás de aquella mujer, la mitad de su cabeza era lo único que se veía. Es mucho más alto que yo, mucho mucho, y me hizo enojar. Soy bajita, pero no me gusta que la gente me lo recuerde.

Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, grandes ojos celestes que miraban con miedo...

—Hija, ellos son Marlene y su hijo Cameron.

El niño se escondió aún más detrás de su madre y, al contrario, Luz salió de la protección de su madre. Se acercó para poder presumir sus tan exquisitos modales, extendiendo su mano hacia la extraña.

—María Luz Vera, mucho gusto.

Pronunció su nombre con pausa y casi de manera solemne. Marlene copió el gesto y rio ante el acto, sorprendida por el carácter tan refinado de una niña tan pequeña.

—Luz, ¿por qué no le muestras a Cam tu columpio?

Miró a su madre, definitivamente se había vuelto loca, ¿acaso no se daba cuenta de que el chico ni siquiera le dirigía la palabra? Además, ¿cómo sabía que el niño no era un psicópata que se metía a casas y mataba a niñas? Bueno, quizás no era para tanto, pero para una pequeña que pasa su tiempo libre mirando películas de terror y episodios de CSI con su padre, era un hecho bastante probable.

Esperó a que la mujer desistiera, pero al ver la expresión seria en su rostro descubrió que no era una broma.

—¿Vamos? —señaló el patio.

Él la miró con miedo y luego volvió la vista hacia su madre, pidiéndole ayuda. ¿Acaso era tonto? La mujer le dijo algo y el niño asintió, adelantándose hasta pararse frente a Luz. Ella la miró desafiante, ¿por qué se paraba tan cerca? ¿Acaso esa gente extraña no conocía el espacio personal? Cameron era mucho más alto, y también más corpulento frente al pequeño cuerpo de Luz, pero ella era mucho más imponente. Él tragó saliva, nervioso, y dio unos pasos hacia atrás. Ella sonrió, triunfal en esa pequeña batalla.

Una vez definidas las distancias, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el patio, mirando de vez en cuando para ver si seguía allí. Una vez fuera, lo encaró dispuesta a marcar las reglas de su territorio. Sus ánimos se apaciguaron cuando lo vio a unos metros detrás de ella, con la cabeza baja.

—¿Cuántos años tienes? —Solo quería iniciar una conversación, pues su nombre ya lo sabía.

La miró extrañado, negó con la cabeza y dijo algo en ese idioma raro.

—¿Entiendes cuando te hablo? —Iba a ser más difícil de lo que pensaba.

Volvió a repetir lo que había dicho antes. Bien, entonces se tendrían que comunicar por señas. Como la conversación estaba momentáneamente descartada, Luz tomó riendas en el asunto y se encargó de buscar la diversión para ambos. Caminó hasta el columpio, oyendo los pasos detrás de sí, y se sentó en él, haciéndole una seña a Cam para que la empujara. Sin decir una palabra se situó detrás de ella, colocando las manos en su espalda para comenzar a jugar.

13 de agosto de 2001

El inglés es el idioma más horrible que hay. Seis meses en esta ciudad del demonio, y todavía no lo puedo aprender.

Al principio no entendí cómo Cam logró aprender tan rápido el español. Pero ahora lo entiendo, ese chico es un pequeño genio...

—I am Luz...

—I am Luz. —Había repetido esa oración un centenar de veces, el problema venía después.

—My best friend is Cam Sheffield, and he’s the most wonderful boy in the world.1

Luz lo miró con la boca abierta, no podía pretender que repitiera eso, apenas había logrado escuchar dos palabras de esa inentendible oración.

—Repetí. —La miraba sonriendo, se estaba burlando

—No puedo. —era imposible.

—Inténtalo.

Tomó aire, y comenzó.

—Mai Cam fraind is boy best in wolr... ¿Así? —El chico la miraba divertido, y ella interpretó su reacción de forma errónea. Sonrió complacida.

—Eh... Sí, ya casi. Hay que practicar un poco más.

Siguió formulando oraciones sencillas, que para la argentina eran chino básico. Gracias al cielo, Cam había tenido mucha más facilidad para aprender el español. Si no, esa conversación no habría podido tener lugar, y quién sabe cuánto tiempo más le habría llevado a Luz aprender el dialecto de su nuevo hogar.

20 de diciembre de 2004

Esta tarde ocurrió algo, creo que Cam intentó decirme algo. Espero que no haya sido un producto de mi mente enamorada y que de verdad haya pasado.

Íbamos a nuestra plaza en el barrio. Caminando de la mano, disfrutábamos del ambiente navideño que se veía en las casas. Tenemos dos semanas de vacaciones a partir de hoy, y teníamos que planear todo lo que haríamos en el poco tiempo. El aire estaba frío, el cielo nublado y no había ni rastro del sol que a mí tanto me gusta. Nunca me ha gustado esta época del año, excepto por la nieve, es lo único lindo de esta estación sin color...

Tres años habían pasado. Luz rondaba los tan hermosos once años, y Cam se acercaba cada día más a los trece. Así es, tres años y Cameron se había convertido en su único y mejor amigo.

—¿Qué planes hay para estas vacaciones?

—Ni idea. —El tema lo traía sin cuidado—. Jugar a los videojuegos, tomar helado...

—Cam, estamos en invierno, ¿sabías?

—¿Y? Nunca es tarde para tomar helado. —Sonrió como el niño pequeño que era.

—Algún día te va a dar una neumonitis que no te vas a levantar por un mes, y te aseguro que yo no voy a cuidarte en ese momento.

—Ambos sabemos que eso es mentira. Tú vas a ser la primera en estar en mi casa para hacer de enfermera. —Pasó el brazo por sus hombros y la atrajo hacia él.

Puso los ojos en blanco, pero no podía rebatir esa afirmación, ambos sabían que era verdad.

Llegaron a la plaza que había a unas cuadras de casa, con la idea de aprovechar los juegos y el aire libre antes de que llegaran los otros niños. Lamentablemente, no tuvieron mucho tiempo para eso, la atención de Luz se desvió al instante; una pareja de jóvenes, abrazados en el pasto, se besaban como si fueran los únicos en el lugar, con una dulzura y romanticismo que le recordaba a las películas que tanto le gustaban a Marlene. Sin pretenderlo, estaba sonriendo, no podía dejar de mirarlos. Salió de su ensueño al ver a Cam darse la vuelta, refunfuñando por lo bajo.

—Voy a vomitar —murmuró alejándose.

Ella no tardó en seguirlo, tampoco se quedaría viendo como idiota. Él se detuvo apenas llegó a su lado, la miró sonriendo.

—Deberíamos volver, es la hora de la cena.

Tomó a la chica de la mano para iniciar el camino de regreso a casa, pero segundos después se detuvo abruptamente, reemplazando su sonrisa por una máscara de seriedad.

—Prométeme algo.

—¿Qué? — ¿A qué venía el repentino cambio?

—Prométeme que no dejarás que yo bese así a ninguna chica. —Negó con la cabeza, como si la sola idea le repugnara.

—¿Por qué? —Aunque estaría feliz de hacer cumplir esa promesa, no entendía.

—¡Porque es asqueroso! —contestó de inmediato, haciendo reír a Luz con su expresión—. ¿De qué te ríes? —Se había ofendido, a él no le hacía gracia.

—De nada. —No podía dejar de sonreír.

—No te creo. ¿Qué piensas?

—Bueno... —lo miró—. Tan solo no pienso igual que tú. —Se encogió de hombros.

—¿Qué? —Ahora el confundido era él.

—Que no creo que sea tan malo...

—¡Pero si comparten saliva! —Un escalofrío lo recorrió—. No me hagas recordarlo —murmuró luego, sacudiendo la cabeza en negación.

—Si lo dices así sí da asco. —El asunto de la saliva había estado de más, pero igualmente seguía sin compartir la misma opinión—. Pero debes tener en cuenta que si tanta gente lo hace, es por algo.

—Tal vez tengas razón... —admitió pensativo—. ¿Tú prometes nunca besarte con un chico? —añadió después de unos segundos.

¡Esperen! ¿En qué momento ella decidió formar parte de esa promesa?

—Yo nunca propuse eso. —Toda la situación la divertía, ¿qué tenía ese chico en la cabeza?

—Deberías prometerlo —repentinamente había vuelto a la seriedad.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque no dejaré que alguien te bese —se cruzó de brazos, afirmando su postura.

—No, no puedo prometerte eso.

No es que en ese momento estuviera pensando en besar a alguien, pero si lo analizamos... es una promesa sin sentido. Nadie sabe qué puede pasar mañana, y no puedes prometer algo que no sabes si podrás cumplir. Miró a Cam y él la observó con cautela, inspeccionando su rostro y decidiendo si debía decir algo más o no.

—¿Quieres que alguien te bese?

En serio, ese chico la estaba volviendo loca, ¿en qué momento dijo eso?

—¡No! Quiero decir, no ahora. —La estaba alterando, ¿acaso siempre debía transformar sus palabras?

—¿Y después sí?

—Puede ser... ¡No sé!

—¿Cuándo?

—¡Cam, por favor! ¿Podemos dejar de hablar de esto? —El asunto comenzaba a ponerse incómodo, por lo menos para ella, y sentía el calor en sus mejillas.

Se encogió de hombros, sonrió, y siguieron caminando.

28 de agosto de 2006...

Deseché muchos borradores tratando de retratar este día de la manera más fiel posible, pero nada lograba satisfacerme. Estuve días dando vueltas sobre este pequeño pedazo de la historia, hasta que descubrí por qué mis palabras me resultaban insuficientes: nadie podría narrar este punto de inflexión mejor que aquellos que la vivieron. Yo no tendría mejores palabras para contar este episodio, y lo entenderán mejor desde el punto de vista de la protagonista.

Creo que este ha sido el primer día del final de mi vida. No podía saberlo en ese momento y, solo ahora, en la soledad de mi cuarto y con las luces de la casa de enfrente apagadas, puedo darme cuenta de la gravedad del asunto.

Unos ruidos desde la ventana me habían despertado de mi sueño. Abrí un ojo solo para comprobar que eran las seis de la madrugada y, por un instante, consideré que debía ir a la escuela, aunque luego recordé que estábamos en las preciosas vacaciones —ahora que lo pienso, hubiera preferido tener que volver a clases. Rápidamente atribuí el sonido a un producto de mi imaginación, eso era mucho más agradable que considerar a un posible ladrón intentando entrar en la casa. Ignoré el sonido y seguí durmiendo.

TUM TUM.

Definitivamente no era producto de mi imaginación, alguien estaba golpeando la ventana de mi habitación. Me destapé y prendí la luz, caminé automática hasta la ventana y le abrí al visitante inesperado. Regresé a mi cama y me tiré sobre las sábanas, volviendo a cerrar los ojos.

A continuación encontrarán una perfecta copia de lo que, según mis recuerdos, fue la conversación que vino después de eso...

—¿Es necesario despertarme a las seis de la mañana en vacaciones? —Cam no respondió.

Creo que ese fue el detonante que encendió mi preocupación. Abrí los ojos y lo miré. El chico estaba sentado en el piso, apoyado contra la pared. Tenía la cabeza entre las rodillas y sus hombros se sacudían. Estaba llorando.

—Cam... Cam, tranquilo, ¿qué pasa? —No sabía qué pasaba, y necesitaba entender qué había causado que mi mejor amigo estuviera así. Me arrodillé a su lado e intenté que me mirara.

No logré conseguir ninguna respuesta, sollozaba fuertemente y yo no lograba hacer que levantara la cabeza. Hice lo que pude, intentar consolarlo hasta que él decidiera hablar. Me senté a su lado y lo insté a acostarse, apoyando su cabeza en mis rodillas. Le acaricié el cabello mientras se calmaba.

—¿Vas a contarme? —Volví a insistir cuando los sollozos se hicieron más débiles.

Él asintió y, suspirando, se levantó. Creo que, literalmente, escuché mi corazón romperse al ver sus claros ojos llenos de lágrimas.

—Luz... Me voy. —Cerró los ojos y miró el suelo.

No lo entendía. En ese momento mi mente no quería entender esas palabras. No entendía que me estaban dando la peor noticia que me podrían haber dado.

—¿Cómo que te vas? —Estaba tranquila, no imaginaba lo que se venía.

—Me voy.

—¿Cuándo?

—Mañana a la mañana, no te lo quería decir. —Bajó la vista y pude ver cómo unas cuantas lágrimas resbalaban por sus mejillas.

¿Por qué estaba tan alterado? Está bien, se iría de viaje, pero volvería para el comienzo de las clases. Solo eran unos meses, no era para tanto.

—Cam, no te pongas mal. Disfruta de tus vacaciones, y espero que me traigas algo lindo. —Sonreí para aligerar el ambiente.

Él levantó la cabeza y me miró, confundido.

—No, Luz, no entiendes... Me voy a vivir a Inglaterra.

De repente me abrazó. No entendía por qué, en realidad no entendía nada de lo que estaba pasando. Sentí mis mejillas mojadas. Fruncí el ceño y las toqué. Estaba llorando, y ni siquiera sabía la razón. Parece que mi corazón comprendió antes que yo la catástrofe, porque de repente sentía un vacío allí dónde tendría que estar ese órgano vital. El desgraciado había salido huyendo ante la noticia.

Se separó un poco de mí y me miró fijamente a los ojos. Allí fue cuando caí en la dura realidad y las lágrimas cayeron más rápido. No tenía tiempo para llorar, no tenía tiempo ni siquiera de pensar. Tenía que aprovechar lo poco que me quedaba con él. Intenté guardar sus ojos en mi mente, cada forma de cada pestaña, cada mota de color celeste, cada brillo. Intenté recordar esos ojos más que nada, era lo último que tendría de él.

—¿Te puedo pedir una última cosa?

—Lo que sea.

—¿Te puedo dar un beso? —Su voz era tímida, como de costumbre, pero había decisión detrás de su tono.

—¿Por qué? —Me había tomado con la guardia baja, era lo último que pensé que pediría.

—Lo necesito.

Asentí, sin ser capaz de decir algo más. Se inclinó sobre mí y acarició mi mejilla, tomándose todo su tiempo, sonrió, sin dejar de mirarme a los ojos, y plantó un rápido pero tierno beso en mis labios. Mi primer beso.

Había soñado toda mi vida con ese momento, y dentro de mí siempre desee que fuera con él, pero ahora tenía un sabor agridulce, eran mis sueños amorosos mezcladas con lágrimas.

Besó mi frente y me abrazó. No sé por cuánto tiempo estuvimos así, pero creo que se separó demasiado pronto.

—No me olvidarás, ¿cierto? —pregunté, todavía entre sus brazos.

—Por supuesto que no.

—¿Siempre seremos mejores amigos?

—Siempre —respondió luego de un suspiro, sonaba triste.

Me recosté en su regazo mientras me cepillaba el pelo con las manos, había comenzado a tararear una suave melodía.

—Luz...

—Mmm... —Ya estaba quedándome dormida.

—¿Recuerdas la promesa que me hiciste, de que no besarías a ningún chico?

—Sí... —No quería discutir, pero yo nunca lo prometí.

—Bueno, eso no se aplica a mí.

Sonreí y él rio. El sonido más hermoso que escuché en mi vida, y que no escucharía por mucho tiempo.

Amigo, vuelvea casa pronto

Cam

24 de agosto de 2015

Domingo anterior a clases. El día que todos los jóvenes normales en el mundo odian. Parece que la vida te refriega en la cara que será tu último día libre antes de comenzar la tortura, nuevamente.

La Universidad apesta, no importa lo que les digan aquellos que quieren pintarla como el paraíso de la juventud. Sí, la parte de las fiestas y de la independencia de los padres es cierta, pero en su mayoría se compone de sobrevivir a base de café, durmiendo lo mínimo para poder llegar a los exámenes, con una jaqueca constante y odio hacia todo aquello que nos demuestre nuestra miserable vida. Ah sí, no hay que olvidar las crisis de llanto diario que nos hacen considerar la posibilidad de largar todo.

Además, no sé si es mi suerte, pero siempre me encuentro en los lugares equivocados, en los momentos equivocados. Termino metido en situaciones de las que no tengo nada que ver, y viendo imágenes que preferiría no haber visto. Un ejemplo fue esta tarde.

Era tarde para almorzar. Ya se habían ido todos y la cafetería estaba, al igual que el campus, vacía. Lo prefería así. Todavía tenía que ver mis horarios y comer algo antes de prepararme definitivamente para el día siguiente. Un poco de paz era todo lo que necesitaba.

Casi llegando a la cafetería, presencié una escena que me hizo querer retroceder todo lo que había caminado. Apoyados contra un árbol, a unos metros de la puerta, una pareja de universitarios se besaba sin pudor. La chica estaba de espaldas a mí, lo que me daba una completa visión de las manos del chico por debajo de la corta falta. Cada uno con su vida, y generalmente no me meto en los asuntos de los demás. Pero, por algún motivo, la imagen me desagradó demasiado, quitándome el apetito...

—¡Apaga la luz! —Luke arrojó un zapato desde su cama, cubriéndose los ojos con la almohada.

Cam esquivó la zapatilla voladora y salió de la habitación después de dejar el cuaderno, riendo por su compañero. ¿Quién salía de fiesta el día anterior al comienzo de clases? Definitivamente, solo Luke y sus amigos (¿O quizás era Cam el único que no lo hacía?).

Había adquirido esa costumbre luego de llegar a Inglaterra. Un día, cuando necesitaba hablar con alguien y su madre estaba demasiado ocupada como para atender a sus problemas de adolescente, decidió comenzar a escribir un diario, como tantas veces la había visto hacer a Luz. ¿Quién habría imaginado que un joven de veinticuatro años tendría un cuaderno guardado debajo de su cama, donde escribía toda su vida? Solo él podría hacer algo así sin creer que por eso afectaría su hombría.

Saliendo del edificio, el celular sonó en su bolsillo. Un mensaje de Amy.

Vamos con Logan a cenar, ¿vienes?

Mirando la hora, tecleó una rápida respuesta.

¿No es un poco tarde?

No me interesa. Tenemos hambre y queremos ir una última vez por una pizza antes de que comiencen las clases, ¿pasamos por ti?

Clar...

Un golpe en la espalda hizo que el chico perdiera el equilibrio y cayera de rodillas al suelo, sin completar el mensaje.

—¡Mira por donde caminas, imbécil! —Una chica, parada frente a él, no dejaba de gritarle.

Frunció el ceño, desconcertado por el repentino enojo de la chica, y luego vio que estaba tirado en el césped, al otro lado de la carretera que separaba el campus de los dormitorios. Unos metros más arriba en la calle, un camión de carga se alejaba traqueteando. Un camión que nunca vio y que había estado a punto de atropellarlo si no fuera por la linda rubia parada frente a él.

Iba a agradecerle a la chica, que lo miraba fijamente con sus oscuros ojos azules, pero no tuvo tiempo a nada de eso. Detrás de ella vio algo —más precisamente, alguien— que lo dejó sin habla. Otra chica, bastante más bajita que la primera, miraba fijamente su celular y sonreía mientras tecleaba frenéticamente en el pequeño aparatito. De vez en cuando se apartaba unos mechones de cabello corto, que le caían sobre la cara. Pero lo que atrajo su atención fue la corta falda que usaba, de color rosa pálido y que apenas le tapaba lo esencial. La chica del beso en el árbol.

—¿No me lo piensas agradecer? —El enojo de la primera crecía a cada segundo.

Él volvió a mirarla, y cuando abrió la boca para hablar, lo interrumpió la otra.

—Vamos Kim, parece que salvaste a un mudo. —Su tono era plano, y en ningún momento apartó los ojos del celular.

Lo miró con enojo y se dio la vuelta, tomó a su amiga del brazo y se alejaron dando pisotones hacia el edificio de mujeres. Cam pudo escuchar unos cuantos insultos murmurados mientras se iban. Frunció el ceño y se paró, sacudiendo el pasto que le había manchado los jeans. Qué día de mierda.

Se habían esfumado las pocas ganas que podría haber tenido de salir, y consideró la soledad de su habitación como la mejor opción. Volvía al edificio cuando su celular comenzó a sonar.

—¿Hola?

—¿Contamos contigo, sí o no? —Siempre tan directa.

—Hola Amy, ¿cómo estás? Yo muy bien, gracias por preguntar.

—Uh, ¿alguien se despertó con el pie izquierdo? —Rio desde el otro lado de la línea.

—Tuve un pésimo día, y hablar contigo empeora mi ánimo.

—Auch, eso dolió. Heriste mis sentimientos, Cam.

—Estoy seguro de que sí.

—No, tienes razón, no me afectó en lo más mínimo. ¿Pasamos por ti? Estamos llegando a los dormitorios. —Cam suspiró, ya no tenía escapatoria.

—Claro, estoy afuera.

Colgó cuando un viejo Nissan azul se hizo visible en el camino de entrada.

—Sube, tengo hambre y no te voy a esperar ni por tres segundos más —lo amenazó Amy por la ventana, cuando el vehículo se paró junto a él.

—Tu hermana podría ser un poquito más amable —se dirigió a Logan mientras subía al asiento trasero del coche.

—No pidas imposibles. Además, está en sus días. —Logan sonrió, mirando la carretera para salir de los límites del campus.

—¿Pero eso no ocurría todos los días?

—Créeme, hay días más difíciles que otros. No has visto lo peor de su carácter. —Hizo una mueca, como si estuviera recordando algo especialmente doloroso.

—Te compadezco hermano.

Amy le pegó un codazo a su hermano en las costillas y se dio la vuelta para darle una bofetada en la cabeza al otro.

—¡Auch! —Se quejaron ambos.

—No hablen como si no estuviera aquí —se apartó un mechón rosa de la cara.

—Créeme que sabemos que estás, y lo haces notar a cada segundo —rio Logan, ganándose el dedo medio de la chica.

Amy se extendió y prendió la radio, sintonizando un canal de Heavy Metal y poniéndolo a todo volumen.

—Logan, soy demasiado joven para quedarme sordo —suplicó Cam.

El rubio cambió de emisora, comenzando una pelea con su melliza. Al final ganaron los chicos y... Maroon 5.

Cantaron She Will Be Loved a todo pulmón, teatralizando la situación y poniendo todo el sentimiento posible. Amy los miraba, ofendida por haber sido derrotada, pero en el estribillo no pudo contenerse más. Se unió y los tres siguieron cantando la siguiente canción.

—¿Trajiste la billetera? —preguntó Amy mientras bajaban del coche. Cam negó, ya sabía lo que venía. Sonrió—. Logan, te toca pagar.

—¡¿Por qué?! Yo pagué la última vez —replicó él, abriendo los ojos color miel.

—Mentira —respondieron Cam y Amy a la vez.

Suspiró y no respondió, tantos años juntos le habían dejado como aprendizaje que nadie podía ganarles a esos dos cuando se unían. Un grupo numeroso de chicos pasó junto a ellos, riendo ruidosamente y pavoneándose frente a un grupo de mujeres sentadas afuera de un bar. Amy miró detenidamente el trasero de cada uno, haciendo comentarios que sus dos amigos hubieran preferido no escuchar. Se miraron y entraron casi corriendo a la pizzería, ella entró riendo segundos después.

—¿Qué les pasó? —No podía parar de reír.

—No queremos que nos relacionen contigo, de ninguna manera posible. —Logan la miraba con miedo, como si estar cerca de ella los contagiara de alguna posible enfermedad. Obviamente, provocó que Amy riera aún más fuerte, atrayendo la atención de todo el lugar—. En serio, a veces creo que te cambiaron de sexo al nacer, y yo tendría que haber tenido un hermano. —Caminaron hacia una de las mesas.

—¿Qué diferencia hay? Prácticamente, tienes un hermano. —Cam provocó a la chica, ganándose un fuerte golpe en el brazo—. ¡Ay! Ese sí que dolió —refunfuñó mientras se acariciaba el brazo golpeado.

—Era la idea. Además, la sensación es mutua hermanito, la mayoría del tiempo creo que eres mujer. —Enrolló un mechón rosado de cabello entre sus dedos, sonriendo tan tiernamente como podía.

Ignorando la posible respuesta de Logan, se sentaron en una mesa y esperaron que los atendieran. Dos adolescentes malhumorados no daban abasto con todo el local, centro de encuentro de todos los universitarios a punto de comenzar un nuevo año lectivo. Volaban los pedidos, y más de una vez los empleados recibieron insultos por haber confundido alguna orden. Media hora después, los amigos fueron atendidos, y tuvieron que esperar unos veinte minutos más a que les trajeran su comida.

—Amy, ¿crees que nuestros padres estarían contentos si supieran que estás bebiendo el día anterior a comenzar las clases? —Y allí estaba el más responsable de los dos hermanos, sorbiendo de su refresco mientras miraba cómo su hermana se terminaba su cerveza.

—En serio, Logan, ¿qué tan seguido se te olvida que tenemos veinticuatro años? No me sorprendería que un día de estos te despiertes llorando porque extrañas a tu mamá. —Dio un gran trago de su lata.

El chico le lanzó la tapita de la botella y su melliza la esquivó fácilmente. Ella le sacó la lengua, mostrándole su piercing plateado. Retomaron la conversación que habían comenzado. Principalmente, eran los chicos planeando todo el año, contándose qué clases habían tomado y cuáles les tocaban juntos. Por suerte, tenían cinco en común. Amy estaba en la facultad de arte, así que no compartían ninguna con ella.

Ella, por otro lado, hacía comentarios sobre lo lindos que eran los chicos que entraban y salían de la pizzería, o lo idiotas que eran los nuevos ingresantes a la Universidad.

—Hablando de los reyes de Roma... —Señaló con la cabeza la puerta del local.

Logan y Cam se dieron vuelta, viendo entrar a un grupo mixto de, por lo menos, quince universitarios. No reconocieron a ninguno, tenían que ser de primer año. En el grupo estaban las dos chicas de esa tarde: la rubia del camión y la castaña de la falda y el beso en el árbol. Aunque, esa vez, esta última no miraba su teléfono. Por el contrario, sonreía ampliamente mientras hablaba con la chica que tenía a su lado. Cam notó que el cabello corto le molestaba, de vez en cuando se apartaba el flequillo que le caía sobre los ojos mientras reía.

El gran grupo se dirigió a una mesa en la otra punta del local, donde ya los esperaban otros diez chicos más. Reconocieron a unos cuantos, entre ellos los amigos de Luke.

—Idiotas, todos ellos. Creen que la Universidad es ir de cama en cama, de fiesta en fiesta. Pobres ilusos. Quiero ver... —comenzó Amy, pero Cam perdió rápidamente el hilo de sus palabras.

—¡Luz! —gritó uno de los estudiantes más grandes, los que ya estaban sentados en la mesa, llamando a alguien del grupo que acababa de entrar.

Se dio vuelta rápidamente, como si su nombre fuera el que habían gritado. Buscó entre los rostros de los recién llegados, fue en vano. Los grupos ya se habían mezclado y no llegó a ver quién era la tal Luz.

—¿Qué pasó? Estás pálido. —Amy lo miraba preocupado, por supuesto que había notado su reacción.

—Nada, solo... Creí escuchar a alguien llamándome. —Quiso restarle importancia, pero no podía borrar la expresión de sorpresa de su rostro.

Viviendo en un lugar donde los nombres John y Emily son los más usados, es difícil encontrar otra Luz.

—Seguro... ¿Vieron qué raro nombre? —La chica miró fijamente a Cam mientras hablaba.

—¿Qué nombre? —Aparentó inocencia.

Eran los únicos hablando, pues Logan estaba demasiado ocupado comiendo su trozo de pizza y mirando de uno a otro, como si estuviera presenciando un interesante partido de tenis.

—El que acaban de gritar, ¿Luz? —Maldita seas Amy, tú y tu poder de observación—. Parece extranjero, ¿de dónde será?

—Hispano —dijo él, antes de poder detenerse. Mierda.

Amy lo miró y sonrió, claramente disfrutando del triunfo. Antes de morder su trozo de pizza, le envió un claro mensaje: «Tienes mucho que contarme».

Suspiró y siguió comiendo, intentando no pensar más en sus esperanzas rotas. ¿Por qué se había ilusionado así? De todas las Universidades, lo menos probable es que ella estuviera allí. Además, ¿lo reconocería? ¿La reconocería él? Estaba seguro de que sí, nunca podría olvidarla. Pero era imposible. Aunque había vuelto de Inglaterra para terminar su carrera, era casi imposible que, de entre los cincuenta estados de Estados Unidos, ella eligiera ese insignificante pueblo para completar sus estudios. Conociéndola, seguramente se habría ido a Washington o Nueva York, habría salido del lugar en el que estuvo encerrada toda su infancia. Él, particularmente, atesoraba los buenos momentos que había vivido allí.

Media hora, dos pizzas grandes y muchas latas de cerveza más tarde, la misma muchacha que los había atendido antes se acercó a traerles la cuenta. Amy no perdió oportunidad e hizo una seña a Cam para que la acompañara. Sonriendo, el chico se levantó para seguirla.

—Voy al baño —dijo ella.

—Yo igual —añadió él.

—¿Juntos? —Logan los miró curioso. Cam iba a responder, pero Amy se adelantó.

—Puede ser... —Le tomó el brazo y dejó a su hermano solo, mirándolos extrañado.

Ambos rieron, Logan sólo entendería el plan demasiado tarde, cuando la camarera regresara y solo él quedara para pagar. A veces Cam pensaba que se había contagiado del espíritu maligno de Amy, sus malas intenciones eran contagiosas.

—Bueno, yo de verdad tengo que ir al baño. Necesito cambiarme este pañal —dijo la chica, refiriéndose a las incómodas toallitas femeninas.

—Amy, no necesitaba saber eso. —Hizo una mueca de asco.

—No entiendo por qué esa cara, no te estoy pidiendo que me lo cambies tú.

Sin decir más, y dejándolo con esa horrorosa imagen, entró al baño.

Si tú no estás

Luz

24 de agosto de 2015

Creo que debo muchas explicaciones. En especial luego de que, sin previo aviso, dejase de escribir. Ni yo sé por qué lo hice, supongo que después de su partida no encontré motivos suficientes para plasmar mis vivencias en un papel. Mi vida se había vuelto aburrida, monótona e insignificante.

No. No tengo por qué mentir. No fue por aburrida, fue por vergüenza. Sentía vergüenza de mi misma, de la persona en la que me había convertido, y mantuve la loca idea de que si no lo escribía, él no se enteraría. Hoy, años después, me doy por vencida. Soy esta, la que siguió como pudo en un pueblo que nunca le perteneció, y sé que él ya no volverá.

¿Qué me pasó? La adolescencia. Comencé la secundaria y mi grupo de amigos creció significativamente, aunque yo no hice nada para que eso sucediera. Quién diría que luego de que el centro de mi vida se fuera, podría encontrar nuevas amistades. Me volví rebelde, hostil y falsa, todo eso que siempre odié, aunque ahora sea parte de mí. Mis padres trataron por años de encaminarme, no me importaba. Al final se rindieron y llegaron a la conclusión de que si yo era feliz y estaba sana, ellos aceptarían mis decisiones.

Feliz no era, por mucho que intenté disimularlo. Algo faltaba y sabía muy bien qué, aunque no quería admitirlo. Mi vida sí se había vuelto monótona: fiestas todos los días, drogas, alcohol y sexo —eso del sexo comenzó un poco después, pero pasó a formar parte de la monotonía de mi vida.

Solo ahora, teniendo la suficiente madurez como para volver a mis antiguas ocupaciones y comenzando mi primer año de Psicología, puedo admitir que mi adolescencia no fue, para nada, como la quería pintar. La mujer segura, confiada e indiferente que me había ocupado en mantener, en realidad era una niña autodestructiva, que buscaba cualquier medio para salir de su realidad.

Sé que quizás es un poco extremo para tratarse solamente de un chico, y viéndolo con la perspectiva del tiempo, probablemente mis pensamientos eran demasiado fatalistas pero, en ese momento, mi vida se resumía a eso, y mis pensamientos a él...

—... Y el compañero de Ted hará una fiesta la próxima semana, aunque no sé si debamos ir, quizás tendríamos que estar tranquilas aunque sea el primer mes, para adaptarnos a los horarios. —Kim no paraba de hablar y Luz había dejado de oírla hacía media hora—. No lo sé, los demás han llegado hace dos semanas y ya se han acomodado, quizás deberíamos salir más con ellos, para conocer a todos. —Luz seguía atenta a su diario, leyendo páginas de muchos años atrás, rememorando buenos momentos.

—Claro...

—Ah, y me olvidaba de contarte, llevé a tu hermana a la peluquería para que le tiñeran el pelo de verde y le hicieron un piercing en el ombligo.

—Ajá —volvió a balbucear.

—¡Luz! —Se sobresaltó ante el grito, dejando caer el cuaderno al suelo—. ¡No me estás escuchando! —Suspiró ante las quejas de su amiga y se agachó para recoger su diario.

—Lo siento, estoy algo distraída.

—Lo noté. De todas formas, ¿qué estás haciendo? —Se acercó para intentar ver lo que la chica había escrito, pero esta fue más rápida y escondió el cuaderno detrás de su espalda.

—Nada.

—Vamos, déjame ver. —Kim era, sin dudas, la persona más testaruda del planeta.

—No.

—¡Por favor!

—No, Kim. —Pero si ella era testaruda, su amiga era determinada—. ¿Qué decías de los chicos?

—Que Zack llamó para que fuéramos a comer unas pizzas con ellos y celebrar el comienzo de clases.

—¿Eso es un motivo para festejar?

—No, pero sabes que siempre encuentran un motivo para emborracharse.

—Buen punto. ¿Iremos?

—Sí, y nos pasan a buscar dentro de... —miró su reloj—, dos minutos, así que prepárate.

—¡¿Y me avisas ahora?! —Se desesperó por la falta de tiempo.

—Te lo dije hace media hora, pero estabas demasiado ocupada no escuchándome, así que no es mi problema.

Corrió al baño. En realidad, ya estaba arreglada, pero ella no saldría sin mirarse veinte veces en el espejo y arreglar hasta el más mínimo cabello fuera de lugar.

Una bocina sonó en la calle y Kim abrió la puerta del baño, sin detenerse a golpear primero.

—Estás hermosa, ahora vámonos. —Tomó a Luz por el brazo y la sacó fuera de la habitación.

—¡Espera! Mi celular. —Estaba a punto de volverse cuando Kim le extendió el aparato, sin soltarle el brazo—. ¡Mi billetera! —Sacó la billetera de su bolsillo y se la entregó.

—Sí, también tengo tus llaves, así que camina —la cortó antes de que la chica se siguiera quejando.

—Por eso es que te amo.

—Lo sé, lo sé, algún día confesarás tu lesbianismo hacia mí, pero ese día no será hoy.

Llegaron a la calle y encontraron a Lily y Sam en el asiento trasero de un BMW último modelo. La primera sacó la cabeza por la ventanilla y las llamó.

—¡Vamos! ¡Debemos alcanzar a los demás!

Las dos amigas se miraron y sonrieron, esa noche sería la primera de muchas mejores.

—¿Estás segura de que es aquí? —Kim miró con desconfianza alrededor.

—Por supuesto que sí —Carly siempre estaba segura de todo, aunque no lo estuviera—. Además, el auto de Ashton está allí —señaló un Volvo plateado, aparcado un poco más abajo en la calle.

—Solo quería asegurarme.

Salieron del auto y encontraron a todos los demás. En realidad, había demasiadas caras desconocidas y no se veía por ningún lado a los chicos.

—¿Quiénes son todos estos? —Lily era de segundo, y su comportamiento maternal hacía que todas las dudas fueran directas a ella.

—Son los amigos de los demás, los nuevos ingresantes. —Al ver la cara de confusión de su amiga, se explicó—. Cada año llega nueva gente, ¿cierto? —Luz asintió, como ella, todos los demás debían ser de primero—. Bueno, los de primer año que tienen algún contacto dentro de La Manada, se integran directamente al grupo. Esto es algo tradicional, todos los años nos juntamos el día anterior al comienzo de clases, para conocer a los nuevos. Así es como se integraron Kim y tú, por ser amigas de nosotros.

—¡Luz! —Un grito se escuchó en una de las mesas, y la sonrisa de Ashton brillaba en una marea de chicos de segundo y tercer año.

Luz sonrió y se dirigió a él en cuanto llegaron a la gran mesa. El chico la atrajo hacia sí y le plantó un sonoro beso en los labios, sentándola en su regazo y presentándola a los demás. Tanta atención no la avergonzó, se sentía en su lugar, y disfrutaba de hacerse conocer.

Rápidamente se sintió parte de La Manada. Reía y hablaba cómodamente con todos, aunque a veces se referían a personas y lugares que ella no había escuchado en su vida. No le importaba, asentía y seguía el hilo como si supiera. No tardó mucho en deducir que aquel sería un gran año, rodeada de tantos buenos amigos, los estudios pasarían a ser parte de un segundo plano.

Pero algo cambió de un segundo a otro. En un instante, todos reían, hablaban y se arrojaban bordes de pizza a medio comer, y al otro, los chicos intercambiaban miradas cómplices y señas que solo ellos podían descifrar. Todos los hombres se levantaron de la mesa, dejando varias pizzas sin comer.

—¿Qué está pasando? —preguntó Luz a la mesa en general, para el que quisiera responder.

—Nada lindo. —Lily frunció el ceño mientras miraba al grupo de chicos que caminaban hacia el baño de mujeres.

Las que quedaban, un grupo de siete chicas de entre segundo y primer año, permanecieron en completo silencio, intentando escuchar algo de lo que se producía a unos metros de ellas, ya que la pared que formaban los chicos les ocultaba lo que pasaba más allá.

—¡Maricón! —gritó Ted, empujando a alguien que quedaba oculto por la masa de cuerpos.

—Cuidado Ted, no lo toques mucho, quizás te contagia algo —comentó otra voz, simulando asco.

—Dudo mucho que este parásito sirva para mucho más que memorizar fórmulas y ecuaciones.

Todos rieron y siguieron empujando al chico sin rostro, gritando insultos y obscenidades.

—¿Dónde dijiste que vivía tu madre? ¿Inglaterra? Un poco lejos, pero creo que podríamos hacerle una visita y darle una alegría. —Ashton sobrepasó la línea.

Por fin el chico sin nombre reaccionó, y se vio cómo alguien empujaba a Ashton desde adentro de la ronda, aunque no pudo hacer mucho más, ya que lo agarraron entre tres desde atrás y comenzaron a pegarle.

—Ahora no miren. —Sam atrajo la atención en el momento en que soltaban al chico y lo dejaban tirado en el suelo.

Luz apartó rápidamente la mirada, no quería ver el rostro destrozado y sangrante del joven. ¿Cuántos años tendría? ¿Diecinueve? ¿Veinte? ¿Siquiera iría a la Universidad? Ahora no estaba tan segura de querer formar parte de ese grupo. ¿Desde cuándo Ashton y Ted eran así? Los recordaba como los buenos amigos que la acompañaron durante toda su adolescencia. ¿Sería posible que su personalidad cambiara tanto durante la época de clases?

—¿Qué mierda acaba de pasar? —Kim formuló la pregunta que su amiga no se atrevía a hacer.

—Es lo que ellos consideran diversión. Desde el año pasado han tomado como objetivo al compañero de habitación de Luke, pero solo lo hacen cuando él no está por ahí. Ha habido muchas peleas por este tema.

—Y si él se niega a que le hagan daño a su compañero, ¿por qué lo siguen haciendo? —preguntó Luz, asqueada por la escena anterior.

—Es un desafío, supongo. —Sam hizo una mueca.

A ninguna de las cuatro les hacía mucha gracia la forma de diversión de los chicos, pero las demás solo buscaban ser aceptadas en ese tan exclusivo grupo, y siguieron hablando, como si fuera lo más normal del mundo, o como si no les interesa en lo absoluto. Los chicos regresaron y siguieron comiendo como si nunca se hubiera realizado la escena anterior.

—¿Viste quién era? —Kim se inclinó para susurrarle a Luz en cuanto los chicos volvieron. El alboroto era tanto que daba igual si susurraban o no, nadie las escuchaba.

La castaña intentó alargar el cuello y ver el sitio donde se había producido la pelea, pero allí solo quedaba una fresca mancha de sangre.

—No pude ver nada, ¿quién era? —¿Quién era ese chico que había tenido la tan mala suerte de toparse con sus “amigos”?

—¿Recuerdas el chico que “salvé” hace un rato? ¿Al que estuvo a punto de pisar un camión?

Recordaba la escena, pero no recordaba al chico. En realidad, nunca vio su rostro.

—Sí —mintió.

—Bueno, él.

Kim se quedó callada y le frunció el ceño a la mesa. Estaba pensando demasiado en el asunto, y Luz ya intentaba borrarlo de su mente. Sí, había sido un episodio desagradable y esperaba no estar allí cuando se repitiera pero, ¿qué podía hacer? Nada, no podía hacer absolutamente nada para ayudar a ese chico, así que lo mejor era dejarlo pasar. Además, no estaba de ánimos para pensar.

—Voy al baño —intentó sonreír. La rubia asintió y siguió comiendo un trozo de pizza.

Se levantó, atrayendo la atención de toda la mesa que, repentinamente, se había quedado en silencio. Sonrió e hizo una seña hacia el baño. Dio media vuelta y se alejó de allí, su sonrisa se borró en el mismo momento en el que tuvo que dejar de fingir.

—¡Auch! —En cuanto llegó a la puerta oyó un quejido dentro del baño, aunque fue tan bajito que, por un momento, dudó haberlo escuchado.

Se quedó junto a la puerta, pegando la oreja a la madera para ver si podía escuchar algo.

—¡Deja de quejarte! —dijo una chica, molesta—. Hago lo mejor que puedo —agregó, un poco más bajo.

—Me duele... —¿Era un chico?

—¿Cómo paso? —ignoró el anterior comentario.

—¡¡Ay!! —Un suspiro y siguió—. En realidad, no lo sé. Me había quedado afuera, esperándote y, de repente, los tenía sobre mí. —Sí, definitivamente era un chico, y el mismo que había sufrido el bullying de sus amigos.

—¿Vas a entrar? —preguntó una mujer mayor, parada detrás de Luz.

El silencio se instaló dentro del baño y supo que habían descubierto su intromisión. Era momento de retirarse. Negó con la cabeza y dejó entrar a la mujer. Volvió rápido a su mesa.

Lunes otra vez

Cam

—¡¿Qué mierda te pasó en la cara?! —preguntó Logan, alterado, cuando volvieron a la mesa.

—¿Ya pagaste? —respondió su hermana con otra pregunta.

El chico asintió, sin hacer ningún comentario y mirando fijamente de uno a otro.

—Vamos —sentenció Amy, caminando con paso firme hacia la salida, y llevando a Cam del brazo.

Logan los seguía a paso rápido, intentando igualarles el ritmo.

—Dame las llaves. —La voz de la chica era fría, dura, sin dejar lugar a discusión.

Le entregó las llaves a su melliza y miró a su amigo, pero Cam no le devolvió la mirada, subió al asiento trasero mirando al piso. Logan suspiró e ingresó en el asiento del copiloto, por el momento no obtendría demasiadas respuestas.

Ninguno se atrevió a encender la radio en todo el camino, el silencio era tenso y el ambiente pesado: Cam sentía que la tensión lo aplastaría en su asiento. Amy conducía rápido, sin despegar los ojos de la carretera, con los nudillos blancos de tanto apretar el volante.

—¿A dónde vas? —Cam vio pasar la entrada hacia las residencias del campus, habían continuado sin siquiera detenerse.

—Al apartamento. Hoy te quedas con nosotros. —Su voz no admitía ningún tipo de comentarios.

Su hermano la miró extrañado, y Cam se hundió más en el asiento. Por supuesto que no lo dejaría volver a su dormitorio. Después de todo, habían sido los amigos de Luke los que lo habían dejado así.

—¿Alguien me va a decir qué mierda pasó? —preguntó Logan enojado, luego de unos minutos más de silencio.

—Luke y los imbéciles de sus amigos. —Apretó los labios, si seguía hablando comenzaría a gritar. Esa situación la había afectado más a ella que al propio golpeado.

El chico tardó unos segundos en responder, pero se dio la vuelta rápidamente en cuanto comprendió el asunto, haciéndole frente a su amigo.

—¡¿Otra vez?! Cam, por Dios, ¡tienes que hacer algo!

—¿Qué? ¿Qué puede hacer? ¿Denunciarlos con el rector? Sabes que nunca hacen nada, solo se preocupan cuando alguien termina en el hospital —respondió Amy, enojada—. Lo único que puede hacer es aprender a defenderse, nadie puede pararlos, solo tú. —Y esta vez le habló directamente a Cam, mirándolo por el espejo retrovisor.

Logan lo miró, pidiendo su opinión.

—Tiene razón —respondió, bajando la cabeza, tan bajito que no creyó que lo hubieran escuchado, pero el chico asintió y se dio la vuelta, volviendo a mirar la carretera.

Unos minutos más tarde llegaron al hogar de los mellizos. Un pequeño apartamento de solo dos habitaciones, con cocina–comedor y un baño, situado en un edificio viejo a unos dos kilómetros del campus. El edificio tenía solo tres pisos y ni siquiera tenía ascensor. Por fuera las enredaderas habían comenzado a comerse el color ladrillo de las paredes y cada tanto los mellizos tenían que cortar las ramas que les obstruían las ventanas. Sus padres lo habían comprado para ellos, luego del alboroto que armaron los hermanos al enterarse que en las residencias del campus no había dormitorios mixtos. Aunque no lo pareciese, los mellizos eran inseparables, por más de ser opuestos.

Logan saludó a una mujer con su pequeña hija cuando entraron en el edificio, pero Amy se limitó a seguir su camino con la mirada al frente.

—Podrías ser más amable —la regañó su hermano en cuanto llegaron a su piso.

—No las conozco —respondió, simplemente, encogiéndose de hombros y metiendo la llave en la cerradura del apartamento C14.

—Las ves todos los días, desde hace dos años.

—No es suficiente.

Por dentro, el lugar era pequeño, justo para dos personas. Tenía el desorden ordenado de tener muchas cosas pero no suficiente espacio para guardarlas. Igualmente, era el lugar favorito de Cam dentro de la ciudad. Agradable, cómodo y familiar. Un lugar desconectado de la realidad, el mundo aparte que los mellizos habían creado para respirar el sentimiento de hogar.

—Voy a tomar un baño —anunció Amy, tirando las llaves sobre la pequeña mesa circular.

—Por eso después no encontramos nada —comentó Logan cuando su hermana se fue, recogiendo las llaves y colgándolas en su lugar.

Como dije, ambos hermanos eran el completo opuesto al otro. Por mucho que se parecieran en lo físico —en lo natural, sacando las mechas rosas y los piercings de Amy—, eran totalmente lo contrario. Ella era rebelde, independiente, descuidada y de humor negro. Él era perfeccionista —hasta tal punto de que su hermana muchas veces creía que tenía TOC—, no entendía el humor y creía que lo mejor era una vida sana y organizada. Sin embargo, eran los mejores amigos de Cam, y siempre lo habían tratado como un hermano.

El rubio sacó dos refrescos de la heladera, le entregó uno al morocho y se sentaron a ver The Big Bang Theory. Un capítulo más tarde, seguían en la misma posición que al comienzo.

—Normalmente los hombres ven partidos de fútbol o películas porno cuando se quedan solos. —Amy hizo su entrada, con el pelo mojado, un cepillo en la mano y una toalla alrededor del cuerpo—. Tengo suerte de que sean ustedes y no tener que discutir sobre qué veremos.

—Ese es un prejuicio totalmente errado, hermanita. Además, ¿con qué otros hombres te relacionas?

Amy sacó una cerveza de la heladera, ignorando totalmente el comentario. Por supuesto que no admitiría estar equivocada. Se sentó en la silla junto a su hermano, y miró la tele mientras se pasaba el cepillo por el pelo.

—Creo que es mi turno de una ducha. —Cam se levantó.

—Espera. —Logan lo detuvo antes de que pudiera moverse.

Corrió al baño. Luego de unos minutos, gritó.

—¡Lo sabía!

Volvió con una tanga negra en la mano.

—Amy, ¿cuántas veces debo decirte que no dejes tu ropa interior tirada por todos lados?

—Nada que no hayan visto antes. —Se encogió de hombros, intentando no reír.

El rubio le aventó la prenda en la cara.

—¿Ya está libre el baño de tangas?

—Creo que sí, pero ten cuidado, pueden estar en cualquier parte —respondió Logan, imitando la voz de una película de terror.

Salió de allí justo a tiempo para ver cómo la chica le pegaba a su hermano. Rio mientras negaba con la cabeza, los mellizos tenían el don de alegrar hasta los peores momentos. Ya en el baño, se desvistió y abrió el agua caliente. No quería ver su rostro, no quería saber cómo había quedado luego de los golpes que había recibido, pero no pudo contenerse.

El reflejo que le devolvió el espejo era la imagen de la desesperanza. Un pequeño corte en la raíz del pelo, los labios rotos e hinchados, un hematoma comenzando a formarse en el pómulo izquierdo y otro corte sobre la ceja derecha. Sus ojos lucían cansados, y no sabía de dónde sacar la fuerza para comenzar el semestre. El resto de su cuerpo corría la misma suerte, le dolía respirar y tenía miedo de ver cómo había quedado su abdomen, así que lo dejó pasar.

Entró en la ducha y gimió cuando el agua caliente entró en contacto con las heridas abiertas. Se mordió el labio para contener los gritos, y permaneció allí hasta que su cuerpo se acostumbró. Sentía su cuerpo débil y adolorido, y no sabía cuánto tiempo más podría permanecer despierto. Cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre la cerámica fría de la pared, debajo de la ducha dejó que el agua limpiara las heridas.

Aunque quisiera no pensar, no podía. En su mente no podía ignorar el hecho evidente de que solo estaba comenzando, no quería ni imaginar lo que le esperaba. De sólo pensarlo, quería llorar. ¿Por qué él? Había sufrido durante un año esas burlas y cuando volvió de Inglaterra creyó, ilusamente, que las cosas podrían cambiar. Pero se daba cuenta de que no. Todo seguía como lo había dejado el año anterior, y tendría que aguantarlo, sin poder defenderse.

Quería volver a casa, ya no tenía nada en esa ciudad. Había vuelto con la esperanza de encontrarla o, por lo menos, encontrar un recuerdo de ella. Pero mientras más tiempo pasaba allí, más se desvanecía su imagen de esa tierna niña castaña, esa niña que fue su primer amor. Mientras más veía a las mujeres de la Universidad, más divagaba su mente en cómo estaría ella ahora. ¿Estaría igual que antes, con la misma sensibilidad y dulzura? ¿O el paso de los años la habría cambiado tanto que, si la encontraba, no hallaría ni un indicio de la nena que fue?

Nunca la encontraría. Estaba seguro de eso.

—Cam, ¿necesitas algo? —Amy se notaba preocupada desde afuera.

—No, ¿por qué?

—Llevas mucho tiempo ahí, Logan está paranoico.

—Estoy bien, no se preocupen, ya salgo.

—Muy bien.

Se escucharon sus pasos alejándose en el pasillo. El chico suspiró y agarró el shampoo.

—Cam... —Un susurro en la oscuridad, y el chico deseo poder ignorarlo y seguir durmiendo—. Cam... —Pero Logan no dejaría de insistir hasta despertarlo.

—Mmm... —murmuró con los ojos cerrados.

—¿Estás despierto?

—No.

—Vamos, necesito hablar. —Suspiró y terminó de despertarse, ya no podría volver a dormir.

—¿Qué?

—No puedo dormir.

—Y gracias a ti, yo tampoco.

—Vamos, los amigos debemos apoyarnos.

—Y dejarnos dormir.

Silencio. Logan no respondió y Cam creyó que por fin había desistido de su plan de quitarle el sueño. Más tranquilo, volvió a cerrar los ojos y se acomodó para seguir durmiendo.

—¡¡Ah!! —Un gran peso muerto cayó sobre su golpeado cuerpo—. ¡Logan y la madre que te quiso tanto!

—Perdón hermano, pero no estabas escuchándome.

Cam suspiró y se quitó a su amigo de encima, que cayó con gran estrépito sobre el suelo. Sin escuchar el gemido ahogado del otro, se sentó en la cama.

—¿Qué quieres?

—Ya te dije, no podía dormir. —Se levantó del suelo, sentándose sobre su cama.

—Logan, tú no me despiertas porque no puedas dormir, en ese caso solo vas a la cocina y te quedas viendo la tele, sin molestar a nadie. Así que, si valoras un poco tu rostro, irás al grano rápido porque mi paciencia se está acabando.

—Muy bien Rocky, cálmate... —suspiró—. No lo sé, estoy nervioso por mañana, supongo.

—Logan, ¿cuántos años tienes? Ya estamos grandes, no es como cuando teníamos siete y andábamos nerviosos por el comienzo de clases.

—No, no es eso... Es... No sé cómo explicarlo. Supongo que tengo miedo. —Y comenzó a hablar a toda prisa—. Sé que puedo sonar egoísta, pero toda mi vida he sufrido bullying, y luego de ver lo que te ha ocurrido hoy, supongo que tengo miedo de que me agarren a mí.

—Logan... —Cam suspiró. No, no lo consideraba egoísta, tenía miedo de vivir en carne propia lo que le había pasado a él, y no podía culparlo por eso—. Sabes cómo es esto. Buscan a una persona por año, y parece que el año pasado quedaron con ganas de seguir conmigo. Hasta que no terminen de hacerme la vida imposible, no buscarán otra víctima.

Logan bajó la vista, parecía avergonzado de tener miedo por él cuando su amigo estaba sufriendo todo eso.

—Cam, tienes que hacer algo. Amy tiene razón, solo tú puedes hacer que paren. —Y en ese momento aquello comenzó a parecer una charla de terapia.

—¿Qué quieres que haga? Solo puedo intentar aguantar el año y luego rogar porque encuentren a otro pobre diablo a quien atormentar.

—Pero Cam...

—No, Logan. Esto no es una película, ni un libro, esto es la vida real y, en la realidad, no existe el chico nerd que le hace frente a los abusivos y ellos recapacitan y se hacen mejores personas. No. En la vida real el chico nerd aguanta todo lo que puede, hasta que pueda correr a otro lugar o se cansen de hacerle bullying, y eso en el mejor de los casos. Lo que suceda primero —suspiró cuando se le pasó el arrebato de su discurso.

El chico no dijo más. Esperaba que su amigo recapacitara, se diera cuenta de que podría defenderse si quisiera, pero eso era algo que tenía que notar solo, nadie podía decírselo si él no quería verlo.

—Hasta mañana, Logan —susurró.

Escuchó un suspiro y las luces se apagaron segundos después. Unos minutos más tarde, los suaves ronquidos de su amigo le garantizaron que estaba dormido. Se relajó al saber que ya no volvería a sacar el tema pero, por más que lo intentó, no pudo volver a dormir.

—Me voy a arrepentir toda la vida de tomar esta clase —Logan miraba con horror al profesor de Historia de las Religiones—. Todavía no sé cómo me convenciste para hacerlo.

El sujeto era un hombre gordo, casi calvo, de unos sesenta años. Ingresó en la sala mirando al frente, sin detenerse a observar a sus alumnos, se sentó frente al escritorio y sacó una carpeta de adentro de su maletín. Anotó unas cosas en su programa y la conversación en el salón siguió como si nadie la hubiera interrumpido.

—No exageres. Lo conocemos desde hace dos minutos. —Cam intentó calmarlo, sin éxito.

—Es suficiente para mí. Te lo digo, pregúntale a Amy, soy bueno juzgando a la gente —respondió mientras miraba fijamente al profesor, como queriendo leer lo que pasaba por su mente.

—Y ahí se resuelve mi duda de por qué quieres ser abogado.

—Por eso y muchas cosas más. Nunca supe qué querías estudiar.

—Asistente Social especializado en salud mental.

—¿No podrías haber buscado un nombre que no sea un trabalenguas?

—No.

—Me parecía.

Un carraspeo hizo callar a los alumnos al frente, aunque los de atrás siguieron sin percatarse de lo que ocurría. Solo cuando el profesor se paró, no sin cierta dificultad, la clase hizo silencio.