Palabras para La Poderosa Pibes - Valeria Sorín - E-Book

Palabras para La Poderosa Pibes E-Book

Valeria Sorín

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Beschreibung

La moto con la cual Ernesto Guevara y Alberto Granado hicieron su viaje iniciático por la América profunda se llamaba La Poderosa. Hace unos años, unas personas, compañeras y compañeros que adosaron a sus necesidades la memoria, fundaron la "Asociación Civil La Poderosa Integración por la Educación Popular". Hace tiempo que se los conoce fuera de sus barrios por una notable revista que dieron en llamar La garganta poderosa. Los escritores que integran este primer volumen de la antología Palabras para La Poderosa son, como los integrantes de la organización, trabajadores. Y, como ellos, algunos tienen conchabo y otros no. Al Fondo a la Derecha Ediciones entiende que todas las luchas populares se insertan, se incluyen, se subsuman en la gran lucha por el sentido de las palabras. Que todo cambio, grande o pequeño, exige adueñarse de ese significado. La palabra es motor y combustible para cambiar o para que todo siga igual. En este libro, la palabra es ficción y arte, lo que en modo alguno la trivializa; porque el arte es esa extraña continuación de la realidad por otros medios.

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Índice de contenido
Tapa
Portadilla
Leyenda 1
Legales
Leyenda 2
Contratapa
Palabras de los editores
Pedro y el lobo, por Liliana Bodoc
La sopa de piedra, por Ruth Kauffman
Caperucita roja, por Franco Vaccarini
Tris, el mono, por Daniel Sorín
La mujer del mediodía, por Mónica Melo
Luna naranja y luz azul, por Sandra Comino
Detrás de las lluvias, por Márgara Averbach
Desmesura, por Andrés Sobico
Unas rimas que arriman, por Adela Basch
Cuatro gritos, por Alejandra Erbiti
El sueño del pibe, por Silvina Rocha
Leo, leés… ¿leemos?, por Mariana I. Pellegrino
San FarraNCHO, por Graciela Bialet
Cazador cazado, por Mario Méndez
Fermín, el aguacil, por Mónica Rodríguez
Cuentos de miedo, por Daniela Goldín
Bajo el extraño pabellón, por Martín Sancia Kawamichi
Sobre los autores
Otros títulos de la editorial

Palabras para

La Poderosa

Pibes

Antología de cuentos

Colección Rodolfo Walsh

La editorial y sus autores reciben

mensajes de texto de los lectores

a través de Whatsapp al

54 911 25677388

Palabras para La Poderosa Pibes

antología de cuentos / Liliana Bodoc ... [et al.] ;

compilado por Valeria Sorin ; Daniel Adolfo Sorín.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Daniel Adolfo Sorín, 2020.

Libro digital, EPUB - (Palabras para La Poderosa)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-86-7604-3

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Infantil. 3. Antología de Cuentos. I. Bodoc, Liliana. II. Sorin, Valeria, comp. III. Sorín, Daniel Adolfo, comp.  

CDD A863.9282 

© 2020, Al Fondo a la Derecha Ediciones

José Cubas 3471 (C1419), Buenos Aires, Argentina.

www.alfondoaladerecha.com.ar

© 2020, “Los conductores, las máquinas, el camino”: Selva Alamada, Pengüin Random House y Editorial No Hay Vergüenza

© 2020, “Pedro y el lobo”: Liliana Bodoc.

© 2020, “La sopa de piedra”: Ruth Kauffman.

© 2020, “Caperucita roja”: Franco Vaccarini.

© 2020, “Tris, el mono”: Daniel Sorín

© 2020, “La mujer del mediodía”: Mónica Melo.

© 2020, “Detrás de las lluvias”: Márgara Averbach.

© 2020, “Luna naranja y luz azul”: Sandra Comino.

© 2020, “Desmesura”: Andrés Sobico.

© 2020, “Unas rimas que arriman”: Adela Basch.

© 2020, “Cuatro gritos”: Alejandra Erbiti.

© 2020, “El sueño del pibe”: Silvina Rocha.

© 2020, “Leo, leés… ¿leemos?”: Mariana I. Pellegrino.

© 2020, “San FarraNCHO”: Graciela Bialet.

© 2020, “Cazador cazado”: Mario Méndez

© 2020, “Fermín, el aguacil”: Mónica Rodríguez

© 2020, “Cuentos de miedo”: Daniela Goldín

© 2020, “Bajo el extraño pabellón”: Martín Sancia Kawamichi

Diseño de tapa e interior:

Al Fondo a la Derecha Ediciones

Imagen de tapa: fragmento de Rodado 14, Luis Grosclaude (acrílico sobre tela, 2000) www.luisgrosclaude.com.ar.

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso de la editorial. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

Autores y editores ceden

las regalías de este libro

para apoyar el trabajo de la

Asociación Civil La poderosa

Integración por la Educación Popular.

Contratapa

La moto con la cual Ernesto Guevara y Alberto Granado hicieron su viaje iniciático por la América profunda se llamaba La Poderosa.

Hace unos años, unas personas, compañeras y compañeros que adosaron a sus necesidades la memoria, fundaron la organización La Poderosa. Hace tiempo que se los conoce fuera de sus barrios por una notable revista que dieron en llamar La garganta poderosa.

Los escritores que integran este primer volumen de la antología Palabras para La Poderosa son, como los integrantes de la organización, trabajadores. Y, como ellos, algunos tienen conchabo y otros no.

Al Fondo a la Derecha Ediciones entiende que todas las luchas populares se insertan, se incluyen, se subsuman en la gran lucha por el sentido de las palabras. Que todo cambio, grande o pequeño, exige adueñarse de ese significado. La palabra es motor y combustible para cambiar o para que todo siga igual.

En este libro, la palabra es ficción y arte, lo que en modo alguno la trivializa; porque el arte es esa extraña continuación de la realidad por otros medios.

Palabras de los editores

¡Hola!

Vemos que están leyendo el libro Palabras para La Poderosa – Pibes y eso nos pone muy contentos. Nosotros somos Daniel y Valeria, los editores de este libro digital.

Ahora que ya nos hemos presentado queremos hacerles una advertencia: las cosas no salieron bien. Nosotros teníamos que convocar a los autores, elegir los cuentos, corregirlos, ordenarlos y hacer que el libro quedara bonito. Pero tuvimos dos problemas.

El primero es que no logramos ponernos de acuerdo acerca de cómo ordenar las historias. ¡Es que en este libro hay de todo! Hay cuentos con soñadores (los de Kauffman, Sobico, Melo, Pellegrino y Rocha), cuentos con enamorados (los de Comino y Sancia), y otros con vecinos (los de Bodoc, Rodríguez, Eribiti).

Algunos son arbolados (Melo, Vaccarini, Basch), otros andan buscando la lluvia (Averbach, Rodríguez), y otros están fuera de este mundo (Goldín, Sobico). En algunos cuentos los animales hablan (Sorín, Basch), en otros en cambio son capaces de transformar su entorno sin decir una palabra (Méndez, Rodríguez).

No nos ponemos de acuerdo sobre el criterio para ordenar las historias. Así que si bien van a encontrarlas una después de la otra, léanlas en el orden que quieran.

El problema más grande es que a esta edición le faltan imágenes. Así que dijimos “¿Qué hacemos?” y ahí no más se nos ocurrió una idea estupenda.

Queremos proponerles que lean los relatos y a medida que los disfrutan hagan montones de dibujos. Con lápices, con crayones, con hojitas, con masa, vale todo. Y a los que ustedes consideren que les salieron mejor los firman, le ponen la fecha y su edad. Les sacan una foto y nos los mandan por whatsapp. También los pueden subir a las redes como Facebook e Instagram y etiquetarnos para que podamos verlos.

De paso a medida que van llegando los dibujos se los mostraremos a los autores. Y quién sabe, miren si les escriben un mensaje de agradecimiento.

Acá les dejamos los datos a mano:

Whatsapp: 54 911 25677388Facebook: @afdedicionesInstagram: @afd.ediciones

¡Qué disfruten los cuentos!

Pedro y el lobo

Por Liliana Bodoc

Este relato pertenece a la tradicional oral rusa, una de las tantas tradiciones que integran la cultura argentina.

Los pastores suelen llevar consigo un largo bastón, una botella de cuero llena de agua fresca y un perro. Pero eso no siempre es así. Hay pastores menos afortunados. Pedro, por ejemplo.

Pedro, el joven pastor, tenía una rama de abedul en lugar del bastón. Usaba sus dos manos para beber del río. Y en vez de perro tenía un recuerdo que, de tanto en tanto, ladraba bajito en su corazón. Era el recuerdo de un buen ovejero que lo había acompañado hasta que se puso viejo. Tan viejo que ya no podía seguirle el paso.

A pesar de ser muy joven, casi un niño, Pedro era un pastor cuidadoso. Contaba los animales antes de regresar por las noches para estar seguro de que no faltaba ninguno. Y era capaz de distinguir una oveja de otra como un padre distingue a sus hijos. Tanto, que les había puesto un nombre: Sasha, Alesandrina, Dunia, Lenka, Zina… Y así hasta completar el rebaño. Pero las ovejas, ovejas son. Y no perros, ni amigos. Por eso, aunque Pedro las llamara por sus nombres, ellas no obedecían.

A veces, las tardes de invierno parecían interminables. Un largo ovillo de lana blanca que no acababa de desenredarse. Por eso, cierta vez Pedro se sentó junto a sus ovejas y buscó conversación.

—¿Cómo estás, Alesandrina? ¿Te resulta bueno este pasto?

La oveja ni siquiera lo miró, y continuó su camino tras las hierbas más tiernas. Entonces, el pastor buscó conversación con otra oveja que le pareció más amigable.

—Hola, Zina. Si lo deseas podemos conversar un rato. Vos me contás de tu familia, y yo te cuento de…

Antes de que Pedro acabara su invitación, Zina dio media vuelta y se marchó.

Solo, sin perro ni amigos, el pastor comenzó a acumular sentimientos amargos en su corazón. Igual que la tierra se acumula en las uñas.

Acumuló tristeza. Acumuló enojo. Y también acumuló envidia.

Estaba triste por su triste suerte. Estaba enojado con aquellas ovejas maleducadas. Sentía envidia de los niños que pasaban las tardes en compañía de sus hermanos. O se iban a pescar con su padre al río helado.

¡Hay que ver cuánto duele la soledad en esos campos de Rusia! Cuando el frío es un cuchillo que corta el día en rebanadas. Y el cielo usa capa gris.

Y bien, esa tarde Pedro, el pastor, estaba más enojado, triste y envidioso que de costumbre. Primero peleó con sus ovejas.

—¡Sos fea, muy fea, Sasha! ¡Fea, muy fea!

Sasha, que no usaba espejo, lo miró con ojos de oveja.

—¡Miren a Lenka! Ella solamente sabe decir “BeeeBeee”.

—Beee —dijo Lenka.

De pronto, Pedro tuvo una idea que lo hizo sonreír.¡Asustarlas! Eso le pareció al pastor una grandísima idea. Se escondió detrás de un árbol, se puso en cuatro patas y empezó a aullar como un lobo.

Las ovejas eran ovejas, pero no eran tontas. Todas ellas distinguían a lo lejos el aullido de un lobo, su olor y su sombra. Lo que se escondía detrás del árbol, no les dio ningún miedo. Así que siguieron pastando como si nada.

Entonces, más furioso aun, Pedro tuvo otra idea.

Tal vez no pudiera engañar a las ovejas, pero sí podría engañar a la gente de la aldea. ¡Qué feliz se puso! Tanto que empezó a danzar alrededor de la rama que usaba como bastón. Estaba feliz imaginando que todos saldrían de sus casas. Los niños tendrían que interrumpir sus juegos, y los pescadores abandonar sus redes.

“Jajarajá”, se reía.

Y se reía otra vez: “Jajarajá”.

Cuando acabó de gastar la risa que tenía en la panza, se preparó para mentir. Subió a lo alto de la colina, donde la voz no tenía obstáculos, puso sus manos a los costados de la boca y gritó muy alto.

—¡Socorro!¡Socorro, vecinos! ¡El lobo nos ataca!

Y tal como lo había imaginado, sucedió.

En la aldea, todo el mundo abandonó lo que estaba haciendo. Hombres, mujeres y niños tomaron lo que tenían a mano y salieron en ayuda del pastor. Escobas, azadas y rastrillos, remos, y muchas otras cosas servirían para ahuyentar al horrible animal.

En esas desoladas aldeas de Rusia, los lobos entran en las pesadillas de la gente y devoran la paz de las noches. Por cierto, son más temidos que las brujas y las tormentas de nieve.

Cuando los vecinos llegaron al prado, no había ningún lobo.

—¿Dónde está?

—¿Se llevó alguna oveja?

—¿Estás bien? —le preguntaron.

Pedro puso cara de susto, y se tragó la mitad de la voz para fingir espanto.

—Se fue, queridos amigos —dijo— El lobo los escuchó llegar y huyó de aquí.

Los vecinos respiraron con alivio. Y murmurando bendiciones, regresaron a sus tareas.

Tan divertido estaba Pedro con el resultado de su mentira, que no pudo esperar para reírse. Tomó la rama y volvió a bailar a su alrededor. Pero tan alto se rio que los vecinos pudieron oír las carcajadas.

¿Es Pedro el que se ríe así? ¿Por qué se ríe de esa manera? ¡Vamos a ver!

Cuando las personas de la aldea regresaron, descubrieron a Pedro muerto de risa y cantando:

“Jajarajá…

La aldea entera creyó mi mentira.

Jajarajá…

¡Volveré a hacerlo todos los días!”

Los aldeanos comprendieron que habían sido engañados. Y descargaron su enojo con gritos.

—¡Te agarramos, muchacho!

—¿Nadie te enseñó que con los lobos no se juega?

—Sos un mentiroso.

—Un sinvergüenza, un mal pastor y un mal vecino.

Hombres, mujeres y niños se alejaron, aunque esta vez lo que murmuraban no eran bendiciones.

Al día siguiente, Pedro volvió al prado con sus ovejas. Hacía un frío atroz y nevaba. El pastor recordó lo que había sucedido y quiso reírse. “Jajara…já. Jajara…” Pero no pudo. No había caso. La risa no le salía bien.

Pedro se sentó bajo un árbol y empezó a comer un pedazo de pan de centeno. Estaba apenado. Tan apenado que cerró los ojos para no llorar.Pero, mientras el pastorcito se adormecía mecido por su tristeza, alguien se acercaba. Paso a paso llegaba un animal oscuro y hambriento.

Con la lengua babeando entre sus largos colmillos, un lobo caminaba lentamente hacia el rebaño. El viento helado se llevaba lejos su olor. Y la intensa nevada disimulaba su presencia. Por eso las ovejas de Pedro fueron sorprendidas.