Palermo Zombi - Miguel Ortemberg - E-Book

Palermo Zombi E-Book

Miguel Ortemberg

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Beschreibung

Palermo Zombi transporta al lector por un recorrido introspectivo y personal, en un escenario poblado de bizarros personajes. Allí, algunos buscan la verdad, y otros, su propio destino y el sentido auténtico de su existencia, enfrentando la injusticia y el autoritarismo. El protagonista es un zombi, el Lobo Rocambole, que vuelve desde el más allá, el Continuo, con un grupo de muertos vivos para desentrañar el enigma de su propia muerte. En su recorrido por Buenos Aires, se involucra sorpresivamente con Leticia, una joven rebelde y valiente. Así queda inmerso en la realidad política atravesada por la profunda crisis social de 2001. Se articulan en la trama otras dos figuras principales: Ocho Pérez, historiador barrial depositario de saberes y métodos de conocimiento diferentes a los académicos, y el fiscal antizombi de Buenos Aires José Macarti, quien encarna, con sus contradicciones, los sectores sociales enfrentados en aquel momento histórico tan controvertido. A través de esta novela, la narrativa de Miguel Ortemberg lo revela como uno de los más notables escritores de un género literario en expansión: el realismo delirante.

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Miguel Ortemberg

Ortemberg, Miguel Enrique

Palermo zombi / Miguel Enrique Ortemberg. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-562-8

1. Narrativa Argentina Contemporánea. I. Título.

CDD A863

Diseño e ilustración de tapa: Camilo Rodríguez

© Libros del Zorzal, 2019

Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de

este libro, escríbanos a: <[email protected]>

También puede visitar nuestra página web: <www.delzorzal.com>

Índice

Introducción

Ocho Pérez, historiador urbano | 7

Recomendación inicial | 11

Consideraciones sobre un tiempo que ha dejado de existir | 14

Métodos de validación de la investigación histórica cuando algunos de los sujetosde la acción son zombis | 15

José Macarti, fiscal antizombi de Buenos Aires | 20

El Lobo Rocambole | 27

Palermo Zombi

La belleza de Leticia | 42

La canción de los números | 50

La rebelión | 59

La carta | 65

Curso de capacitación para postulantes, Fiscalía Antizombi de Buenos Aires | 69

La batalla de Palermo Viejo | 77

Siete veces siete | 95

A través de los cristales sucios | 103

Escapando de Lanús Oeste | 106

Primera Invasión Inglesa zombi a Buenos Aires | 118

El lobo estepario | 125

Terapia de vidas pasadas | 137

El rapto | 149

El pacto Rocambole-Macarti | 152

El plan J | 166

El gran desafío | 171

Segunda Invasión Inglesa zombi a Buenos Aires | 189

La reconquista | 194

El rescate | 201

El amor en los tiempos del corralito | 204

Epílogo

Posfacio

Palermo Zombi, de Miguel Ortemberg. Una crítica delirante en tiempos de farsas decadentes | 229

Introducción

Ocho Pérez, historiador urbano

He recibido un número como nombre porque fui el hijo número ocho de una familia española, y se ve que a esa altura de sus vidas a mis padres les costaba imaginar nombres de ancestros aplicables. Creo, por cierto, que yo no estaba en sus expectativas, pero nací.

Eso me relacionó con la casualidad y esta, con la causalidad. Hace algunos años, investigando mi árbol genealógico, llegué a la conclusión de que tal vez debíamos ser de origen sefaradí, o sea, provenir de una tradición judeoespañola obligada a convertirse para sobrevivir a la Inquisición. Mis padres trataron de no usar nombres bíblicos para sus hijos, y cuando en algún caso lo hicieron fue por respeto a sus antepasados. Las mujeres, mis hermanas, recibieron nombres de flores: Margarita, Rosa, Lila y Jazmín; los hombres, de héroes griegos, como mi hermano mayor, Héctor, o Aquiles, el tercero. El noveno fue llamado Henoc, hermoso nombre y la excepción a la regla.

En la escuela, para atemperar el impacto de un nombre que generaba risas y chascarrillos, algunos maestros empezaron a llamarme Octavo y, con el tiempo, mis amigos lo transformaron en Octavio, como el emperador romano, pero al fin y al cabo siempre fui un simple Ocho que rima con abrocho; se imaginarán ustedes el resto.

Número simétrico con una o por delante y otra por detrás, dos vocales iguales que podrían ser dos ceros, dos nadas. Así, el nombre queda reducido a una ce hache, letra compuesta, conformada por una ce, que si se observa bien es otro cero, pero abierto, y una hache, letra muda que debería suprimirse por irracional, oscurantista y contaminante, idea ya sólidamente expresada por el abuelo anarquista, personaje de Miguel de Unamuno en su novela Niebla.

¿Qué podría tener yo como vocación sino la historia, una de las maneras de acceder al misterio del tiempo?

La nada está en mi nombre, dos ceros más uno abierto y una letra muda. Y no es que quiera hablar de mí; esto viene a cuento porque lo que voy a contarles es una historia verídica con epicentro en la ciudad de Buenos Aires, ocurrida en un tiempo que dejó de existir. Un vacío temporal que, al igual que aquel del siglo xvi, sucedió realmente, pero ha desaparecido de la historia.

Soy historiador, pero me reivindico en este acto como memorialista. Los memorialistas no dudamos de lo que encontramos. Si una señora nos dice en la puerta de su casa que vio a un zombi comiéndose a un vecino, en principio le creemos. ¿Por qué no deberíamos hacerlo?

En cambio, la Academia duda por método: de lo que dicen las fuentes orales, de los vecinos, de los inmigrantes, de la veracidad de los documentos. Al dudar de todo, pierde el sentido de realidad, la vivencia, lo que los hechos significan para la gente que los vive. Luego no logra explicar un suceso o tarda décadas en hacerlo. Los academicistas construyen de manera consciente artefactos literarios, ficciones históricas para encontrar después, artificialmente, las pruebas que las sustenten. El relato sostiene y fundamenta su filosofía de la sociedad y la historia. Parten de sus creencias y usan el relato para darle valor a la manera de demostración de un teorema; así vista, la historia tiene fines instrumentales sin verdades propias que proclamar.

Prefiero, ante eso, la memoria viva, el sabor y el sentimiento de algo ocurrido que cambia la vida de la gente. Nosotros vamos a la realidad lo más desprovistos posible de todo, con cierta ingenuidad y una mirada llena de sesgos como la de cualquiera, pero no intentamos demostrar una verdad previa indiscutible.

Se sabe lo que socialmente desencadena la prohibición: la del sexo en la época de la moral victoriana llenó el mundo de reprimidos y perversos; la del alcohol durante la Ley Seca en Estados Unidos colmó ese país de borrachos; la actual de las drogas hace aparecer cada vez más adictos, instalando la doble moral como sistema; ese es el plan. La discusión no es si consumiremos drogas en el futuro, sino quién tendrá el control de su distribución ilegal.

La invasión zombi correrá tal vez la misma suerte, a pesar de las prohibiciones. O gracias a ellas.

No soy abogado, aunque me gano la vida desde hace años como ayudante en una escribanía. Ese hecho me ha conectado con el pasado del barrio de manera directa, he accedido a la historia de las propiedades y, por lo tanto, de las personas y familias, de sus títulos, sucesiones, herencias, usucapiones, traslaciones de dominio, subdivisiones, juicios, reyertas, acusaciones, negocios, fraudes y todo tipo de cosas donde se mezcla el territorio y su apropiación con la historia de la gente que lo habita. Durante siglos, fueron los curas párrocos los depositarios de la memoria de los barrios. Los sacramentos les permitían acceder a la vida de los fieles. Bautizaban, confirmaban, casaban, confesaban, cuidaban enfermos, auxiliaban huérfanos, alimentaban vagabundos, daban la extremaunción, acompañaban a los difuntos hasta las sepulturas rezando por sus almas... Toda la dimensión de la vida en significación y sentido se desplegaba ante sus ojos como una gran película que los encontraba comprometidos con la felicidad y el dolor que la vida proporciona. En cambio, lo mío fue accidental, el trabajo me conectó involuntariamente con la historia de Palermo y despertó en la juventud una fuerte vocación que he sostenido en el tiempo.

Como he utilizado la palabra barrio, se impone que explicite sus significados posibles. Por oposición, barrio es lo contrario a lo que no es barrio; por ejemplo, un barrio cerrado no es barrio, porque los barrios, por definición, no pueden ser cerrados, en ese caso son guetos. Los barrios de una ciudad amurallada no pueden ser cerrados. Las ciudades pueden estar protegidas por murallas; los barrios, no. El centro de la ciudad no es un barrio, porque los barrios son lo contrario a los centros, las acrópolis. Las villas miseria no lo son inicialmente, pero están llamadas a transformarse en barrios. Así empezó La Boca, como un humilde caserío de inmigrantes genoveses. Las áreas modernizadas artificialmente de manera violenta tampoco lo son. Los barrios se definen por la multiplicidad de contenidos yuxtapuestos: simbólicos, históricos, políticos, culturales, económicos, sociales, que hacen que alguien se sienta parte de algo llamado barrio de Palermo o barrio de Boedo.

Recomendación inicial

La narración se dispone alrededor de un conjunto de vórtices poderosamente románticos, con momentos abismales de los cuales resulta difícil recuperarse anímicamente. Un especialista lo definiría como un texto tardo-romántico, en el que lo histórico nos envuelve y afecta.

Abandonar el propio cuerpo y viajar al Hades en una búsqueda temeraria del otro no es una experiencia fácil de atravesar con la pretensión de salir ileso.

Deseo, por lo tanto, advertir a las personas impresionables y a los menores de edad, a las mujeres embarazadas y a todos aquellos que estén atravesando alguna situación emocionalmente riesgosa que posterguen la lectura. Puede parecer inofensivo y hasta remanido el hecho de contar una historia tremebunda en la que unos muertos vivos mal parecidos y peor vestidos invaden alguna ciudad, pero el escrito incluye contenidos conmovedores. Deben considerar que los zombis no suelen ser aristocráticos y elegantes como los vampiros.

Las voces en primera persona corresponden a fragmentos utilizados tal cual fueron encontrados, con el objetivo de que no perdiesen su frescura y veracidad.

Los hallazgos iniciales, producto de la casualidad, dieron lugar a la búsqueda sistemática de pruebas, documentos y trabajo de investigación.

Todo se exhibe como mosaico de discursos concurrentes; las anotaciones al margen explicitan su origen y metodología. Se trata, entonces, de una compilación en la que las partes, los extractos, las materias y los documentos han sido organizados en función de rescatar los hechos y registrar la memoria común sobre ellos.

El relato describe una invasión zombi que se inicia con una aparición traumática en el barrio de Villa Crespo, hacia fines de 2001, y que se desplaza luego para configurar su epicentro en el barrio de Palermo. Resulta obvio que para ustedes los zombis no existen, y que los consideran personajes de ficción. Sería apropiado que dejen ese prejuicio a un lado. Al finalizar la lectura, podrán replantearse sus ideas en relación con la existencia o no de los zombis y sobre los juicios de valor que nos llevan a distinguir entre el mundo de lo existente, al que llamamos mundo real, y el de lo inexistente, al que denominamos ficción, irrealidad, fantasía, metafísica.

Los zombis son un fenómeno anómalo y poco creíble; sin embargo, como podrán verificar, muchísimas cosas anómalas ocurren cotidianamente en la vida de las personas y deben ser aceptadas como parte de la realidad del mundo por el simple hecho, fatal e inevitable, de que les tocó vivirlas. Y así lo expresan: ¿sabés lo que me pasó?… ¡Increíble!

Increíble pero real, creíble pero irreal: así estaban las cosas por esa época en Buenos Aires. Resultaba difícil distinguir.

La invasión zombi sigue siendo negada oficialmente, pues las fuerzas oscuras así lo decretaron, destruyendo las pruebas y censurando de manera sistemática toda información relacionada.

Resultan importantes los vestigios. ¿Qué son acaso los zombis sino vestigios de una vida que ya no existe o que está dejando de existir?

Tal vez sean lo contrario: pruebas de una muerte que no puede terminar de morir, pues tiene alguna cuenta pendiente en el mundo de los vivos. Los vestigios son señales latentes de una realidad anterior, cenizas, ruinas, restos, escritos, cartas, ropaje, marcas que los que vivieron nos han dejado.

Las miniaturas, los microrrelatos, los he compuesto junto a fragmentos más largos, de los cuales algunos son de mi autoría. Inicialmente, tenían una gran dispersión. Con el tiempo y el trabajo de campo, he podido darles sentido y compaginarlos en una serie coherente.

Las numerosas entrevistas a testigos y actores de los sucesos me permitieron verificar los hechos, y las interpretaciones se suman a las pruebas documentales que han llegado a mis manos, algunas casualmente, otras luego de una perseverante búsqueda: cartas, material periodístico, trabajos de arqueología urbana, entrevistas y el hallazgo final de sitios y utensilios como el caloventor Aurora y la mesada de acero inoxidable en la carnicería de Rino en el Bajo Flores. Los zombis aparecen y desaparecen sin dejar señales, tomando y abandonando cuerpos muertos, pero no es lo único que aparece y desaparece en Buenos Aires.

Los zombis no existen, sin embargo allí estaban, caminando por las calles.

Consideraciones sobre un tiempo que ha dejado de existir

En 1582, diez días desaparecieron del almanaque: el 4 de octubre pasó a ser el 15 del mismo mes. El evento, decidido por el papa Gregorio XIII, corregía así las desviaciones del calendario juliano. Los que nacieron en esos días dejaron de existir; los que murieron debieron resucitar para morir luego; los matrimonios fueron anulados; las compras, las ventas, las leyes promulgadas, los actos administrativos, las condenas a muerte, los eventos deportivos y sus resultados, siempre discutibles; lo dictado en días inexistentes había perdido realidad. Lo anterior demuestra que la realidad es una cuestión convencional.

El nuevo calendario entró en vigor en esa fecha para las tierras que dependían de Roma, España y Portugal. Sin embargo, fue resistido en otras latitudes. Inglaterra lo aceptó en 1752; Alemania lo incorporó recién hacia 1700; Rusia, en 1918, y Grecia, por último, en 1923, a comienzos del siglo xx.

La anulación de un cronotopo, por infinitésima que sea, genera grandes consecuencias.

Métodos de validación de la investigación histórica cuando algunos de los sujetosde la acción son zombis

El hecho de que muchos de los personajes sean zombis no le quita valor al testimonio. Por el contrario, le suma sentido y lo hace más verdadero.

Las tradiciones de los pueblos cuentan historias míticas que reúnen en el escenario de los hechos personajes históricos con almas errantes, fantasmas, brujas, dragones, espíritus, ángeles y diablos, dioses menores, faunos, sátiros y todo tipo de actores que ayudan a comprender la realidad existencial de las sociedades, sus interrogantes, angustias y proyectos. Pero debo advertir que Palermo Zombi no es un relato que mezcla ficción y realidad, zombis con seres vivos, mito con sucesos históricos, sino que parte del hecho de que la presencia zombi es un fenómeno real, concreto y demostrable. Los zombis están y actúan, se expresan, son sujetos históricos y no personajes de ficción.

El libro más difundido en la historia humana, la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, reúne relato histórico, epifanía, poesía, sabiduría, escatología, milagros, guerras, fiestas y conmemoraciones, ritos, normas de higiene física, adivinaciones, profecías y recetas de cocina. Todo actuado por sujetos de diversa naturaleza y condición: pueblos, tribus, reyes, personas, ángeles, arcángeles, demonios y, por supuesto, el mismísimo Creador bajo sus tres formas. Nadie sensato puede decir que la Biblia está desconectada del mundo y de lo que en él sucede, ni que trata de una ficción.

Sin la menor pretensión de comparar este limitado escrito con una de las obras literarias colectivas más importantes de la historia de la humanidad, asumo libre y responsablemente la anomalía de contar hechos de difícil comprobación. Un historiador clásico jamás habría tomado semejante riesgo profesional. La marginalidad de los saberes que articulo y los métodos de trabajo con que he llegado a las verdades que la narración propone me distancian del academicismo. Estar lejos de lo académico no es garantía de verdad sino que puede ser la rebeldía de una persona contrariada con los formalismos del saber institucional. No es mi caso. Me considero un buscador más que un rebelde.

Nací en Palermo, lo conozco como la palma de mi mano: su gente, sus calles y en particular la esquina de Cabrera y Gurruchaga, donde paraba todos los días al menos un rato. Era un bar almacén en el que, desde 1953, Jesús y su esposa Lola se repartían para atender a los clientes, la mayoría, como en mi caso, reincidentes.

Los primeros documentos llegaron a mí de la mano del propio Jesús. Era un mediodía de verano; en el salón del bar había tres empleados del Automóvil Club Argentino. Solían dejar sus autos grúa de color amarillo estacionados frente al local y comían en la misma mesa sándwiches de pan francés cargados con fiambre y acompañados de cerveza helada. Era su almuerzo cotidiano. Jesús les cobraba siempre lo mismo, a diferencia de otros clientes, a los que nos facturaba lo que se le antojaba al momento, poco o mucho según sus humores. Hacía mucho calor ese día, y me senté a tomar una gaseosa con hielo.

Luego de traer la bebida, Jesús se acercó a mi mesa y con su acento español dijo: “Tengo una caja llena de escritos que tal vez le interesen, los encontró mi nietita en la pieza de la azotea, en el armario. Está llena de documentos de una fiscalía antizombi”. Y me preguntó, con una sonrisa en la boca: “¿Usted sabe qué son los zombis?”. Le respondí que eran personajes de historieta. ¡Qué boludez!... ¿no?, imaginé que contenía revistas del género. Fue lo que se me ocurrió en ese momento y llevé la caja a casa. Luego de cenar, la puse sobre la mesa, corté los hilos y levanté la tapa. Encontré un verdadero tesoro: relatos novelados escritos a mano por un tal Lobo Rocambole que decía ser un zombi, textos íntimos de una joven llamada Leticia y documentos membretados de la fiscalía antizombi de Buenos Aires. No tenía idea de que tal fiscalía existiese. Esa noche casi no dormí, me quedé hasta la madrugada leyendo y clasificando esos textos, que cambiaron el curso de mi vida.

Cuando volví al bar esa semana, Jesús comentó: “Yo iba a tirar todo, pero a Lola por suerte se le ocurrió entregárselos”.

Con el pasar de los días, comprendí que esos documentos, al igual que muchos otros que hallaría más tarde, habían formado parte de algo ocurrido delante de nuestros ojos. Como los milagros que presenciamos y no podemos creer, esa realidad nos había tenido de protagonistas.

La información había sido sumergida o negada por nosotros mismos. Vacío de recuerdos, pliegue en el tiempo, hueco en el espacio, hundimiento de capas en la memoria colectiva, la invasión zombi había dejado sus secuelas y enseñanzas.

El texto general me pertenece; muchos de los fragmentos que pondré a vuestra disposición son atribuibles a los actores concretos; están en primera persona, pues respeté su valor, pruebas rotundas de lo acaecido. En otros pasajes, el contenido toma la forma de diálogos. Debo aclarar que dichos diálogos son una recreación que he realizado a partir de escritos y testimonios de terceros, con la intención de hacer más vívido el relato.

El resto del material corresponde a entrevistas, algunas en profundidad, otras hechas a la manera de un detective privado o un comprador misterioso que no puede revelar ante el interlocutor su identidad y propósito.

Hasta el día de hoy, mucha gente tiene miedo de hablar de todo esto.

Tal cual lo testimoniado por Jesús, un tal Lobo Rocambole se adjudica el poder de contar la historia. En otros documentos, con membrete de la fiscalía o sin él, hay profusión de materiales atribuibles a José Macarti, fiscal antizombi de Buenos Aires. Los restantes son escritos de una joven vecina del barrio, llamada Leticia.

Realicé también relevamientos de ciertos lugares y reuní datos valiosos. Me documenté con información de medios y periódicos barriales, comisarías, guardias de hospitales, funerarias y cementerios.

Debo confesar que recientemente he logrado acceder al Continuo, hecho que cambió a último momento la sustancia de mi relato. Estación final de mi trabajo de investigador, no creía en la existencia de semejante sitio hasta que lo visité. Rino, un testigo clave, especie de Caronte, me permitió vivir esa experiencia.

Por lo tanto, deseo advertirles que el relato histórico que entrego me encuentra escribiendo desde adentro como nunca lo había hecho en mi vida. A la manera de un antropólogo que ha convivido durante años con aborígenes en la selva impenetrable, así estoy, atravesado, ablandado, enamorado de estos seres vivos y muertos vivos.

Cito a Paracelso: “Quien no conoce nada no ama nada. Quien no puede hacer nada no comprende nada. Quien nada comprende nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor”.

Eso me ha sucedido. Creo que me enamoré; viví enamorado de Palermo, de Buenos Aires y ahora de estos zombis. Nunca me casé, si bien conocí el amor, pero eso no viene a cuento.

He trabajado más de diez años para llegar a este resultado. Al final de cada capítulo se presentan brevemente los materiales, su origen, aportes de colaboradores, los trabajos de investigación que realicé asociados directamente a ese contenido y algunas reflexiones y comentarios que me han parecido atinados y concurrentes.

La selección de las fuentes no se corresponde con un método ortodoxo de análisis, pues junto a las pruebas históricas se han incorporado materiales de origen metahistórico, y se le ha dado gran valor a los testimonios orales. Ha sido respetada, en todo momento, la cronología de los hechos.

Como dice el Lobo Rocambole: “Espero que sobrevivan a la lectura”, resulta conmovedora. Se trata de dar cuenta de la realidad.

Cuanto más grande es el conocimiento en relación con una cosa, más grande es el amor… De aquí en más, la crónica histórica que denominé Palermo Zombi.

Ocho Pérez, memorialista, compilador, cronista, historiador barrial.

José Macarti, fiscal antizombi de Buenos Aires

El escrito de Macarti justifica la creación de la novedosa fiscalía que preside. Dirigiéndose a un público indefinido y con el lenguaje propio de una arenga política, llama a la lucha contra los zombis; el Lobo Rocambole aparece como su principal obsesión. Resulta ambiguo el propósito del texto, si es que realmente busca colaboración o sólo le preocupa el consenso pasivo de sus interlocutores para avanzar sin condicionamientos en la extraña misión que le ha sido encomendada.

Imagino que les gustará la personalidad del Lobo Rocambole. Resulta encantador. Conozco las ideas del zombi, he tenido la oportunidad de estar frente a él, también he leído varios de sus deplorables escritos, soy fiscal. Espero que cuenten con sentido común, sensatez, racionalidad, no se dejen engañar fácilmente y sean personas de bien. Por lo tanto, tengan en cuenta que la voz que surge de los escritos y se atribuye la capacidad de iluminarlos, salvarlos, llevarlos a lo más recóndito de ustedes mismos hasta hacerlos estallar en un conjunto de hombres nuevos sin codicias ni egoísmos es un zombi. ¡Sí, un zombi! Y no cualquier zombi: el jefe de la insurrección zombi, un terrorista que propone el rock como camino de salvación. ¡El rock, los hippies, la droga, el sexo sin límites, los zurditos, los inmigrantes ilegales nos están destruyendo como sociedad!

Debería haber empezado de otra forma. Me llamo José Macarti y soy fiscal antizombi de Buenos Aires. Los fiscales denunciamos actos criminales en un determinado territorio. Ese es precisamente mi problema. Existe en la ciudad de Buenos Aires un conjunto de fiscalías con funciones diversas: la cpace, Mesa Receptora de Denuncias; la del Subte B, Unidad de Orientación y Denuncia; la cayt, Fiscalía de Cámara; otras que coordinan los cuerpos de investigación judicial, la fiscalía en sí con sus zonas geográficas asignadas: este, oeste, sud, sudeste y norte.

La que yo presido denuncia, al igual que las preexistentes, crímenes administrativos, fiscales o penales, defraudaciones de todo tipo, con la particularidad de que los sujetos a investigar son zombis. O sea, crímenes cometidos por zombis, o asociaciones ilícitas entre zombis y vivientes, modalidad que empezó después del corralito bancario aquel 2 de diciembre de 2001, cuando Cavallo dio su famoso discurso que nos sacó de la convertibilidad. Error tremendo del cual todas las personas de bien deberían estar arrepentidas.

He sido seleccionado para ejercer el cargo debido a que cuento con una sólida formación religiosa y por mis fuertes convicciones en pro de un mundo mejor, libre y democrático.

El problema más serio que tenemos en esta batalla es que la especie de zombis que combatimos es inmaterial. Son almas errantes que se apropian de un cadáver para participar de la vida por unas pocas horas y luego lo abandonan para volver al inframundo al que pertenecen. A diferencia de zombis de otras ciudades del mundo, no han sido infectados por radiación nuclear, agua llena de cianuro, como los zombis sanjuaninos, ni virus de laboratorio lanzados en la guerra química para suprimir poblaciones inadaptadas al mundo global. El único que ha podido retener un cuerpo estable es, precisamente, el Lobo Rocambole, y de allí su liderazgo. Ignoramos cómo lo ha logrado y dónde deja su cuerpo cuando vuelve al más allá. Seguramente, ha hecho un pacto con el Diablo.

Sí, déjense de pensar pavadas, el Diablo con mayúscula existe y opera en Buenos Aires. Dice mi joven ayudante Méndez que ese pacto se firmó en el Hueco de las Ánimas, en la esquina donde vivió Juan de Garay, luego funcionó por décadas un teatro y hoy opera el Banco de la Nación Argentina, en la esquina de Rivadavia y 25 de Mayo.

Los zombis son caníbales, se alimentan de seres vivos, ni siquiera se toman el trabajo de matarlos antes de hincarles los dientes. A un policía tucumano, de la Montada, le han devorado un brazo en la puerta del Banco de Boston, en Villa Crespo. Las pocas horas en las que invaden la ciudad tienen un apetito voraz, son despiadados. Luego desaparecen, vuelven a las tumbas, ocultan los cuerpos; ignoramos dónde. Hay quienes dicen que los abandonan en los cementerios más pobres y retirados del Gran Buenos Aires y luego parten hacia el más allá.

Algunos de mis colegas abogados, gremio injustamente mal considerado al cual quiero reivindicar, creen que mi trabajo es simple de ejecutar, pues en la ciudad hay tres o cuatro cementerios (Recoleta, Chacarita, Británico, Bajo Flores) y resulta fácil, por lo tanto, controlar sus repentinas apariciones y posteriores huidas. Se equivocan, desconocen la historia, no es así en absoluto: en Buenos Aires han existido más de cuarenta cementerios diseminados aquí y allá.

La mayoría se ha convertido en plazas, avenidas o permanecen sepultados en los alrededores de las iglesias. En torno al Obelisco y en el llamado Mercado del Plata han existido cementerios; también en Plaza de Mayo. Es conocido el caso de Perón y Pasco, bajo la plaza Primero de Mayo, y se sabe que en la plaza Ameghino, en Parque Patricios, funcionó uno importante durante décadas. Los zombis, por lo tanto, pueden llegar desde lugares inesperados o desaparecer hacia cualquier lado.

Historiadores de la ciudad han realizado un plano con todos los sitios donde han existido cementerios desde la época de la colonia. ¡Una gran ayuda para nuestro trabajo!

Rocambole, de lejos, tiene el aspecto de un humano común, mide más de un metro ochenta, figura atlética con abundante pelo negro, pero de cerca resulta inquietante, labios gruesos, piel cobriza llena de tatuajes –algunos, obscenos–, y su gran boca llena de dientes en punta que aterroriza. Usa invariablemente botas altas, pantalones de lona. Parece que nunca tiene frío, está siempre en camisa. Camina como marchando, seguro de sí, no tiene el andar torpe de los zombis de las películas. Los que lo han visto han descripto sus ojos con los más variados colores: marrones, negros, celestes, verdes, rojos. Es evidente que estaban en pánico, algunos incluso han sido mordidos por él. Resulta lógico: cuando alguien está a punto de ser comido vivo, no puede identificar el color de ojos del atacante.

Gracias a las descripciones de testigos, hemos realizado un identikit. Andrés Ferreira, el policía al que le mordió el brazo en Villa Crespo, sucumbió al terror cuando vio la imagen, por su increíble similitud.

Todos hablan mal del sistema, de la globalización, del orden establecido, de las deudas de la democracia, pero sin sistema viviríamos en la anarquía. Creemos que los anarquistas se han asociado a los zombis y hablan de autogobierno. “Que se vayan todos”, declaman. Sin ánimo de ofender, no saben lo que dicen. Son como chicos, gritan y gritan, patalean; las señoras golpean cacerolas, pero al final alguien les tiene que decir lo que deben hacer.

Tal vez piensen prejuiciosamente que soy un facho, pero comprenderán, a lo largo de mi relato, que la razón me asiste. Los zurditos son resentidos, como estos pibitos que se dicen peronistas. Si hubiesen vivido esa época… Unos perdedores que no saben ganarse la vida y se dedican al asambleísmo y la protesta. Se reúnen a tomar mate y decir hasta el hartazgo que el mundo está lleno de gente mala que quiere ganar plata. Su pasatiempo preferido es cortar el tránsito. A eso lo llaman resistencia. Se recubren de viejas frazadas ideológicas llenas de polillas para justificar su impotencia. Representan, con su progresismo conservador, el freno a cualquier emprendimiento y posibilidad de desarrollo. Se quejan del capitalismo sin darse cuenta de que el marxismo está muerto, basta con mirar el horroroso final del modelo cubano…, como los peronistas que combaten desde siempre el capital y después se lamentan en sus sindicatos porque no llegan las inversiones, qué paradoja… Son como ovejas confundidas. Sin capital no hay trabajo. Las actitudes facilistas y maníacas los llevan al infantilismo de maximizar sus derechos y minimizar sus obligaciones, entonces ven cualquier dificultad como una injusticia que los convierte en acreedores; en su eterno machaqueo reivindicativo, rechazan el progreso veloz y evolutivo que el mundo actual nos ofrece a través del desarrollo tecnológico, para instalarse en una resistencia absurda, anacrónica, propia de un subdesarrollo involutivo que los calcifica en el pasado, en el siglo que termina, en el siglo de las guerras. Se me escapó la pluma, disculpen. Habrán notado que me encantan los discursos. Apenas entré a la Facultad de Derecho, fundé una agrupación política. Hoy nuestro problema son los zombis.

Mi descripción sobre los hechos no es una versión más, sino que tiene un valor único. La cuestión no es quién soy, sino lo que represento: la ley, la justicia y el orden, el sistema. Sí, el maldito sistema al que atacan sin descanso. Sin embargo, no logran pensar siquiera lo que sería la realidad sin ese sistema. La vida en sociedad desaparecería, nos mataríamos entre todos como animales.

Se quejan de los americanos. Son ignorantes. ¿Imaginan acaso el mundo liderado por los chinos, los rusos o los norcoreanos?

Estaré con ustedes hasta terminar con el flagelo, les dejo mi mail: [email protected]. Si lo desean, pueden ayudar formando parte de nuestras brigadas antizombi. En el caso de estar involucrados en actos ilícitos, pueden declarar voluntariamente; integrarán nuestras listas de testigos protegidos. También es posible entrar a nuestra página en Internet y, con sólo un click, serán parte de esta apasionante lucha contra el crimen.

Los medios asignados para la justicia son siempre escasos.

Nota del redactor:

Los textos pertenecen a José Macarti. Llegaron a mí en la caja que me entregara Jesús, tal cual se relata en la introducción. Tienen un gran valor histórico, pues son una prueba irrefutable de la existencia de dicha fiscalía y del fenómeno zombi acaecido por esos años. En su contenido, Macarti realiza aseveraciones pontificias, mezclándolas con juicios de valor de todo tipo y tenor.

A través de la lectura, puede advertirse en él a una persona decidida, convencida de sus creencias, enfrentando un enemigo nuevo, desconocido e impredecible.

Dado lo novedoso de su rol, el de haber sido elegido como primer fiscal antizombi de la historia patria, me interesé en su psicología y personalidad como forma de comprender sus escritos y actuación. Decidí convocar a varios especialistas: un médico psiquiatra, una socióloga, un analista político, un periodista deportivo y una grafóloga matriculada. Si bien no conocía en ese momento la claridad que los estudios grafológicos pueden proporcionarnos sobre los rasgos de una persona, al recibir las primeras interpretaciones de los fragmentos manuscritos pertenecientes a Macarti quedé maravillado. Transcribo una apretada síntesis del extenso estudio de la licenciada Adelma Lopensino: “El texto fue confeccionado en hojas A4 rayadas. El autor es diestro y utilizó una birome Bic punta fina de color azul. Las palabras se apoyan de manera ordenada sobre los renglones. Las letras verticales, como la ‘p’ o la ‘t’, invaden los renglones inferiores o superiores. La escritura es pequeña, abigarrada, despareja e inclinada levemente hacia la izquierda. No se observan errores de ortografía. La firma de Macarti resulta muy significativa y confirma el carácter que se observa en la escritura.

Cuenta con una inteligencia muy superior a la media; tiene rasgos de frialdad; una mente racional y organizada; posee la capacidad de ocultar sus verdaderos sentimientos hasta límites insospechados. Macarti es un hombre con fuertes rasgos de doble personalidad. Eso no quiere decir que no tenga afectividad ni que esté desconectado de ellos como un psicópata: tiene una capacidad inusual para disimularlos. Debe, por lo tanto, ser un excelente negociador. La invasión de las letras hacia renglones superiores o inferiores nos habla de alguien prepotente. Su discurso, desde un punto de vista psicológico, muestra una tendencia marcada a lo epopéyico y grandilocuente, si no a lo mesiánico. Se comporta pendularmente, viajando en pocos segundos de la esquina del salvador a la del verdugo”.

El Lobo Rocambole

El zombi habla y escribe. Por lo tanto, rompe todo parámetro establecido. En el texto no se priva de casi nada, amenaza al lector… Es insólito. Se presenta bajo un seudónimo. Hace un largo alegato. Se sabe un monstruo, reivindica las deformidades propias y las ajenas. Esgrime afirmaciones sobre cuestiones ideológicas, políticas, morales, la mayoría de ellas inconexas, faltas de medida. Avanza en descripciones metafísicas, tiene sus motivos y experiencia: viene de la muerte.

Cada maldito día al amanecer me he preguntado si sería esa la última vez que vería el sol. Me llaman el Lobo Rocambole, los acompañaré durante la narración. Espero que lleguen vivos al final. Cuando se trata de novelas largas, mucha gente lee el primer y el último capítulo y abandona, muy segura de sus conclusiones. Debo darles un simple dato estadístico sin ánimo de amenaza ni de premonición: ese tipo de lectores suele morir prematuramente.

Les aconsejo no hacerlo en este caso, sólo superstición.

Mi verdadero nombre resulta intrascendente a los fines de la historia. Sería darles información inútil y poco pertinente de mi última vida. Por cierto, la única que recuerdo. Aunque de ella se me ha olvidado por completo el momento mismo de mi muerte, ese instante. Charlando con otros aquí en el Continuo, he verificado que a muchos les ha sucedido lo mismo.

Confieso que el sobrenombre que me han puesto mis amigos es de mi agrado. Se debe a dos cosas que acepto con alegría. Una es que el cuerpo que habito provisoriamente tiene una enorme boca llena de dientes, de allí lo de lobo. Si bien ser un bocón puede resultar antiestético en la vida ordinaria, en un zombi genera respeto entre los pares y pánico en las calles. Lo de Rocambole es por un héroe de fumettos del siglo xix creado por Pierre Alexis Ponson du Terrail. El lector, buscando en la red, podrá informarse rápidamente al respecto. No confundir el personaje de Terrail con Ricardo Cohen, alias “Rocambole”, dibujante de cómics, folletines, tebeos, amante del rock, residente en La Plata, provincia de Buenos Aires, quien dijo: “No me gusta que el arte se transforme en un objeto valioso que forme parte del mecanismo capitalista”.

Coincido con él. Odio el capitalismo, sobre todo cuando su espíritu codicioso y acumulativo se encarna en seres que se autoproclaman sensibles y espirituales. Sin duda, mucha gente en el mundo se cree especial, aunque, como todos, vaya de cuerpo dos veces por día. Es seguro que sus madres, desde la infancia, comentaban reiteradamente en reuniones familiares y círculos sociales: “Enrique, mi hijo menor, es un muchacho muy sensible, un chico especial”. De tanto decirlo, Enrique, convencido de su singularidad como consecuencia del bombardeo oral soportado en su temprana edad, se va transformando de a poco en un imbécil, un imbécil especial, un imbécil on demand.

Volvamos al tema que nos ocupa.

Si bien puede resultar extraño, la habitual voz omnisciente ha tomado en este caso la extraña forma de un zombi. ¡Soy un zombi! ¿Debido a qué? Por un lado, a una necesidad personal, incluso contractual, que más adelante aclararé y, por el otro, al hecho evidente de que, si vamos a ser testigos de una historia que involucra en igualdad de condiciones a muertos y vivos, esa voz debe ser la de alguien que conoce los dos territorios como la palma de su mano.

Una cosa es la teología, las suposiciones, y otra muy diferente es hablar sobre la experiencia propia. Por lo tanto, creo que como narrador puedo agregar algo único al relato, abriendo los secretos del Hades, lugar al que nosotros llamamos el Continuo y muchos de ustedes, el Purgatorio, aunque yo, que lo conozco, les aseguro que ese nombre no es el que describe mejor lo que sucede en ese sitio. Digo “ese” sitio y no “este” sitio porque el relato lo escribo en los intensos momentos en los que participo de lo que se llama vida, sentado en una mesa extrema del bar de Palermo que Leticia, su ideóloga y única propietaria, bautizó con el nombre de Palermo Zombi. Sólo algunos bares de Buenos Aires tienen mesas extremas, lugares en los que sentarse supone entrar en un canal cósmico de energía creativa, como la de Julio Cortázar en el London City de Florida y Avenida de Mayo, o la mesita para dos, aislada contra el mostrador, entre la ventana y la puerta de entrada del Carioca, en Córdoba y Lavalleja.