Panóptico - Jorge Pablo Rosolen - E-Book

Panóptico E-Book

Jorge Pablo Rosolen

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Beschreibung

¿Un viaje tiene implicancias ontológicas?   Hace más de doscientos años que pienso en eso.   Quiero decidir si salgo de viaje o no.   Estoy en mi casa, en el pueblo donde nací.   Pero hace más de tres siglos que no salgo de ella.   Desde que los humanos no envejecemos —somos, a efectos prácticos, inmortales—, no logro apurar ninguna decisión. Mi viaje sería al centro del pueblo, sería un viaje de cuatrocientos metros.   En este libro, su autor nos esboza un paisaje donde comparte algunos mitos de su tierra. Aquí se pueden encontrar cuentos, relatos cortos, crónicas e historias de vida. En estas ficciones hay hombres que reinciden y traicionan, hay otros que muestran sus miserias y también su vulnerabilidad. Rosolen logra usar parte de su propia historia (la pampa húmeda, la Historia, los recuerdos las lecturas, los viajes...) y de su imaginario para construir un mundo. O al menos un aleph por donde espiar ese mundo.

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Jorge Pablo Rosolen

Panóptico

Pequeñas escenas de la vida cotidiana

Rosolen, Jorge Pablo

Panóptico / Jorge Pablo Rosolen. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6505-34-7

1. Literatura. 2. Narrativa. 3. Cuentos. I. Título.

CDD A863

© 2023, Jorge Pablo Rosolen

Primera edición, noviembre 2023

Dirección comercial Sol Echegoyen

Dirección editorial Julieta Mortati

Coordinación editorialMartín Vittón

Edición Jacqueline Golbert

Diseño y diagramaciónLara Melamet

Corrección Malvina Chacón y Patricia Jitric

Conversión a formato digital Estudio eBook

Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.pampublicaciones.com.ar

Para Marisa, para Juan y Pancho.

Para Pitty.

Prefiero lo ridículo de escribir poemas a lo ridículo de no escribirlos.

WISLAWA SZYMBORSKA

 

 

Me gustaría imaginar lo pasmado que se quedaría el bueno de Homero, quienquiera que fuese, al ver sus epopeyas en las estanterías de un ser tan inimaginable como yo, en medio de un continente del que no se tenía noticias.

MARILYNNE ROBINSON

 

 

Tengo una mente pequeña y pienso usarla.

ANTONIN ARTAUD

 

 

No podemos comprender el conjunto, pero aun somos capaces de pensarlo.

H. P. LOVECRAFT

319 palabras necesarias

Pobre Dante.

Hablan, todos hablan de él.

Lo citan, no lo leen.

Dante es un poeta de la unanimidad

políticamente correcta.

Es una valla a saltar, como Voltaire,

como Joyce, como Montesquieu,

o Conrad, o Lugones.

¿A quién le interesan?

¿A quién?

¿A quién le interesa Borges?

Para leerlo digo, no para citarlo.

 

Borges refiere que nadie

debe privarse de la felicidad de leer

la Comedia.

De leerla en modo ingenuo, como un niño.

“Después nos acompañará hasta el fin”

dice.

 

Una historia de amor

metida en una historia.

 

Dante se pierde en el Infierno,

donde no hay lugar para el arrepentimiento.

Se redime en el Purgatorio.

¿Se redime?

Y alcanza el Paraíso.

En su camino

visita a los muertos,

cruza el Aqueronte,

llega al Limbo, y allí está Virgilio,

el guía.

En el Nobile Castello,

y Orfeo y Homero.

Y Eneas y Héctor y Electra.

Y Platón y Aristóteles.

Los no bautizados.

Y Héctor se queda con Homero en el Limbo.

No siempre estuvieron allí, pero ahora sí.

El siglo XXI les dio destino de Limbo.

Permanente.

 

Zeus en el laberinto.

 

Homero dice que

los dioses tejen desventuras para los hombres

para que las generaciones venideras tengan algo que cantar.

 

¿A quién le interesa Dante?

¿A quién?

 

Ya nadie se pierde en el Infierno y

se redime en el Purgatorio

donde sí existe arrepentimiento.

Y aspira al Paraíso.

A la luz del Paraíso.

Dante, Dante sí.

En definitiva, se trata de amor.

Y de Beatriz.

Pero Beatriz

se desvanece.

Como en la vida, a veces.

En definitiva, se trata de poesía,

Y si es de poesía, Nicanor Parra

revolotea por ahí, y dice:

En un mundo desprovisto de racionalidad

la poesía no puede ser otra cosa

que la mala conciencia de una época.

Lo demás es literatura grecolatina.

De poesía y del amor,

claro.

Del amor que mueve al sol

y a las demás estrellas.

El señor K lee a Bowles

Baja la vista hacia el libro. El señor K lee a Bowles. Le gustan sus cuentos duros, directos, poéticos, que hablan del norte de África. Se distrae por unos segundos y vuelve a releer un párrafo que lo dejó profundamente impresionado: “¿La eternidad? Imagínense una montaña de diez mil metros de altura, toda de bronce; cada siglo un águila pasa y la roza con el ala. Cuando esos roces sucesivos y espaciados hayan desgastado la montaña hasta hacerla desaparecer habrá transcurrido tan sólo un instante de la eternidad”.

El señor K reflexiona. Piensa en todos los años vividos, piensa en la vida, en la muerte, en la eternidad. La frase de Bowles lo conmueve. Lo empequeñece.

Se levanta del sillón alejándose del calor de la estufa a leña, es un invierno frío. Húmedo y frío. Se acerca a la ventana que da al jardín de la casa de campo. A pesar del duro invierno, el verde se destaca. Le encanta su jardín, le gusta su casa, le gusta el invierno a solas frente a la estufa con la enorme biblioteca de marco. Ha tenido una buena vida, ha sido larga y buena.

Mira la hora en el reloj de pared, las once cero cinco, se sirve una copa de coñac y se sienta nuevamente en su sillón, toma el libro y retoma. El tiempo es de él, lo dispone a voluntad, es un ser nocturno.

Al rato se duerme.

“Toc, toc”, escucha el golpe en la puerta del frente de la casa, mira el reloj que marca las dos de la mañana. “¡Qué raro a estas horas!”, piensa.

—¿Quién es? —pregunta.

—Carta para el señor K —responde una voz del otro lado de la puerta.

El señor K se levanta del sillón y se dirige a abrir.

—¿Es usted el señor K? —le pregunta un hombre muy mayor vestido con el uniforme de la empresa de correos.

—Sí, yo soy.

—Carta para usted —y sin más preámbulo le entrega un sobre muy blanco que contiene su nombre y domicilio, sin ningún otro dato adicional. Da media vuelta y se retira.

Extrañado por la situación, ya que hace muchos años que no tiene contacto con su familia y sus pocos amigos no acostumbran a escribirle, el señor K se sienta y abre el sobre. En el interior hay una pequeña esquela que dice: “Señor K, hoy es el día. Cuando escuche golpear la puerta, seré yo”.

El señor K se despierta de golpe, sobresaltado. El libro sobre el regazo. “Fue un sueño”, piensa. Soñé que recibía una carta.

“Toc, toc, toc”, escucha y se da cuenta de que son golpes lo que lo despiertan. ¿Qué pasa?, ¿estaba soñando? “Toc, toc”, los golpes en la puerta suenan nuevamente. Está soñoliento, confundido, sabe que está despierto pero en un estado de irrealidad. Se levanta del sillón y pregunta:

—¿Quién es?

—Carta para el señor K.

Abre la puerta y se encuentra con un señor muy mayor, vestido con el uniforme de la empresa de correos, que lo espera al otro lado de la puerta y le entrega un sobre muy blanco que contiene su nombre y domicilio, sin ningún dato adicional.

Bolivia

En una visita a una Feria del Libro de los años ochenta, en alguna editorial, me dieron un librito con frases de escritores. Ahí se le atribuye a Paul Bowles una definición de la eternidad insuperable. Dice algo así (estoy recordando, hace varios años que ese libro se encuentra perdido en mi biblioteca): “¿Qué es la eternidad? Imaginemos un águila que pasa cada diez mil años rozando con su ala la cumbre de una gigantesca montaña de bronce. Cuando esa montaña haya desaparecido por el desgaste del ala del águila, habrá pasado un instante de la eternidad”.

La eternidad está fuera del tiempo, lo contiene, pero no es inherente a ella. La eternidad es atemporal.

En mi viaje a Machu Picchu entendí un poco qué es la atemporalidad y me asomé, tenuemente, a la eternidad. No porque lo que haya visto estuviera fuera del tiempo; su inexorabilidad todo lo alcanza, pero Bolivia, la región del Titicaca y Cusco tienen una sintonía, una velocidad, un tempo propio, casi como que el tiempo estuviera detenido. Esa falsa percepción de quietud es lo que genera la analogía.

Lo que sigue es una de las crónicas de ese viaje.

Salir de La Paz por El Alto es una experiencia única. Anoche, mientras leía la crónica “La arquitectura esquizofrénica”, de Álex Ayala Ugarte, en un libro que compré en la única librería que pude encontrar en La Paz, pude decodificar algunas cosas que vi cuando entramos a esta ciudad. Esos edificios llenos de colores, con unas casas construidas en su cúpula, representan riqueza, poder y prestigio. Erigir esos edificios con su chalet en la cima simboliza el final de un camino de éxitos económicos.

Ayer vi en la Calle de las Brujas nonatos de llama disecados que se venden como souvenir. Pregunté para qué se usaban y me explicaron que cuando se construye una casa, o se crea un nuevo emprendimiento, se entierra un nonato en la fundación del cimiento para que traiga buena suerte. Ayala Ugarte dice que si el emprendimiento es muy costoso, como esos enormes edificios coloridos con una casa en la terraza que hay en El Alto, a veces no alcanza con un nonato de llama y se utiliza un nonato humano.

La ciudad es un caos. Para acceder a la autopista de salida, luego de un periplo entre el tráfico desordenado, el GPS me envía por un camino en construcción. Tuve que pasar por encima de un cúmulo de escombros con la incertidumbre de pensar que podría romper el auto allí, y con la seguridad de que, si ocurría, no podría resolver la rotura.

¿Cómo será El Alto dentro de cincuenta años? Pareciera que si continúa ese desarrollo anárquico, explosivo, fuera de toda regla, será imposible entrar a La Paz desde este sector. Solamente podrán hacerlo expertos en decodificar esta urbe imposible.

La sensación de peligro inminente flota en el ambiente. En El Alto se ve la riqueza que crece en la marginalidad. La pobreza es extrema, pero percibo a una sociedad en movimiento, con mucha actividad comercial. Aquí una vez más pareciera reafirmarse el concepto de que los que ascienden en la pirámide social se quieren parecer a los odiados explotadores que critican, y no a los humildes explotados que quedan en el camino. “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”, casi que se verifica a Marx. Bolivia tiene enormes, sorprendentes contrastes.

Avanzo en mi camino de salida, desde El Alto hacia el oeste, hacia Tiwanaku, y me encuentro de repente con una ruta recién hecha, literal. Hace escasos minutos que ha pasado la máquina terminadora. Conduzco sobre el alquitrán fresco que se pega en toda la base del auto y forma una pasta negra, mezcla de asfalto y polvo, que va a acompañar al vehículo hasta su destino final con seguridad.

Tiwanaku es grandiosa. Yanet, la guía aimara nos acompaña a recorrer las ruinas semi descubiertas y a explorar un mundo único.

Esta cultura nació hace tres mil quinientos años, eso es unos quinientos años antes de que Homero y los Homéridas escribieran La Ilíada. Este concepto es muy fuerte para mí que amo a los griegos y todo lo que esa cultura significó para la humanidad. Cuando esos pueblos estaban en la edad de bronce, en estas tierras ya había una cultura muy avanzada, que estudiaba las estrellas.

Cultura, ciencia y religión. Las ruinas son absolutamente asombrosas. Nos dice Yanet que sólo se ha desenterrado el veinte por ciento de la ciudad.

Entre las piedras se ven numerosas ofrendas que se hacen a los viejos dioses. Le pregunto a Yanet si conviven y cómo lo hacen las dos religiones, la vieja y el catolicismo. Ella me dice que las dos están vivas entre los aimaras, yo sospecho que la vieja religión está muy presente, más que la católica.

—Hasta no hace mucho la gente le tenía miedo a este lugar —nos dice Yanet.

—¿De qué vive la gente aquí? —pregunto.

—De la agricultura y del tambo. Sembramos papa, oca, cebada, más otros cultivos.

Este valle, donde se encuentra Tiwanaku, parece de buenas tierras y la vegetación se ve más verde que en el camino por el que vinimos. La ciudad está a unos quince kilómetros del lago Titicaca, tuvo un puerto y el lago llegaba hasta Tiwanaku hace algunos pocos milenios.

Mañana será un día increíble, veremos el amanecer en el lago Titicaca, a más de tres mil ochocientos metros de altura.

Antes de que nos fuéramos, Yanet se acercó y nos dio unas ramitas de muña, el arbusto sagrado que ahuyenta a los malos espíritus.

Un hombre es tan bueno como su conciencia

“Un hombre es tan bueno como su conciencia”, me dijo una vez mi maestro, por eso existimos los detectives.

Nuestra profesión tiene algo de religioso, ya que la materia principal a tener en cuenta en nuestras investigaciones es la conciencia de la gente. Casi siempre está ahí la respuesta al enigma planteado que tenemos que resolver.

—¿Lo de siempre? —me pregunta Alfredo interrumpiendo mis pensamientos.

—Sí, bourbon —contesto.

Es una tardecita hermosa en la ciudad, pero aquí adentro la luz es artificial. No hay ventanas y la puerta de entrada es una más, anónima, perdida en un anónimo callejón de la zona baja de la ciudad, es ciega. Estoy en el bar Adiós Muñeca, y lo menciono porque seguro ninguno de ustedes, queridos lectores, ha escuchado jamás de él, es el bar de los detectives de la ciudad. Secreto e infranqueable para todos, menos para nosotros. Si no viniéramos los detectives, no vendría nadie y el bar hubiera cerrado hace mucho tiempo.

Yo llevo bastante más de treinta y cinco años trabajando de detective. Comencé allá por los noventa, cuando el país era una fiesta para los investigadores privados. Corrupción pública, corrupción privada, espionaje industrial, viajes al extranjero con amantes y sin amantes, dólares rebalsando de los bolsillos y de las diferentes latas, pizza con champagne y mucho trabajo.

Cuanto más dinero había, menos frenos inhibitorios. Los poderosos y los no tan poderosos vivían como si la vida se terminara en el próximo amanecer. Fueron momentos de gloria. El Adiós Muñeca desbordaba de gente. La información corría, los dólares cambiaban de manos, los casos se resolvían (algunos) y la profesión crecía.

Después de esos años de gloria, los secretos se convirtieron en materia estatal. Las agencias del Estado comenzaron a monopolizar el negocio. Una fecha de corte pudo haber sido el caso Banelco. De ahí en adelante, los espías públicos coparon el negocio y se quedaron con todo.

A los privados nos quedaron las compañías de seguros, con los robos de autos y las infidelidades. Cada tanto recibimos algún caso marginal. Mi último trabajo de ese tipo fue el de seguir durante quince días a un tal Centeno, trabajo encomendado por un doble agente que hace tareas para los saudíes y para el Mossad. Conclusión: no sé para quién trabajé. Este Centeno llevaba gente a buscar valijas a distintos lados. Las fotos y los negativos los cobré muy bien.

Sacando este trabajito, lo mío son infidelidades y autos robados. Esta es una profesión que se puede llevar adelante durante un tiempo limitado, las largas noches de vigilia, la comida al paso todos los días, los cigarrillos que ayudan a matar el tiempo… En mi juventud esperaba hacer grandes cosas. Ahora me daría por satisfecho con poder irme sin escándalo.

La tarde comienza a caer, los pensamientos me abruman, el alcohol me embrutece un poco.

—Alfredo, otro bourbon —no hay nada en la ciudad que una subida del nivel de whiskey en sangre no pueda remediar.

El Adiós Muñeca se comienza a llenar. Por supuesto, no hablamos entre nosotros. Se supone que no sabemos que los que concurrimos somos todos detectives privados. Pero lo sabemos.

Hoy es el cumpleaños de Alfredo y ha invitado a unos treinta de nosotros. Somos los de traje amarillo. Sólo los invitados sabemos y podemos venir vestidos de amarillo.

—OK, Lew —en el Adiós Muñeca se me conoce como Lew—, ¿otro? Hoy paga la casa —recibo una generosa medida de Wild Turkey y dos trozos de hielo, como prescribe mi marbete.