Paraíso de placer - Kate Carlisle - E-Book
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Paraíso de placer E-Book

Kate Carlisle

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Beschreibung

Preparados, listos… ¡Ya! ¿Ciclo de ovulación? Comprobado. ¿Nivel de estrógenos? Perfecto. Ya nada podía impedir que Ellie Sterling se quedara embarazada en una clínica de fertilidad. Nada, excepto la oferta de su buen amigo y jefe: concebir un hijo al modo tradicional. Aidan Sutherland no deseaba convertirse en padre. Solo pretendía impedir que su mejor empleada y futura socia abandonara la empresa. Pero el romántico plan a la luz de las velas diseñado para retenerla se transformó en puro placer. Tras una noche con Ellie, el seductor millonario se sintió confuso y, aunque pareciera increíble…, ¿enamorado?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Kathleen Beaver. Todos los derechos reservados.

PARAÍSO DE PLACER, N.º 1933 - Agosto 2013

Título original: She’s Having the Boss’s Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3485-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

«¿Qué más problemas van a surgir?».

Aidan Sutherland miró el críptico mensaje que le había enviado el encargado de obra y juró entre dientes.

No solía sentirse agobiado por los imprevistos, pero llevaba una mañana en la que todo parecían complicaciones.

Volvió a leer el mensaje y decidió que tampoco era tan grave. Solo significaba modificar la lista de prioridades de su agenda para las siguientes veinticuatro horas.

–Si es así ¿por qué estás tan intranquilo? –se dijo en alto al tiempo que recorría su amplia oficina hasta los grandes ventanales del extremo opuesto.

Contemplar la vista del paradisiaco complejo hotelero de Alleria transformó su inquietud en satisfacción.

Pensó en los días en que el hotel no era más que un sueño compartido con su hermano gemelo, Logan. Además de querer convertirse en superhéroes, soñaban con fundar el imperio del surf. No en vano, eran dos chicos californianos que habían aprendido a nadar antes que a caminar, y su plan era que las oficinas centrales de ese imperio estuvieran en una isla paradisiaca, desde donde lo dirigirían mientras reposaban en una hamaca a la sombra de un cocotero.

Aidan vio un catamarán partir del puerto deportivo. Logan y él habían cumplido su sueño, aunque en lugar de hamacas tuvieran las mejores suites del complejo. Lo que no estaba nada mal para dos chicos de origen humilde que habían pasado la adolescencia surfeando y pasándolo bien.

Durante ese tiempo, habían ganado prácticamente todas las competiciones a las que se habían presentado y habían reunido el suficiente dinero como para cumplir la promesa que habían hecho a su padre: ir a la universidad.

Lo sorprendente era que los admitieran en una de las universidades más elitistas de la Costa Este y, según la leyenda, que ganaran al póquer las escrituras de su primer bar.

Además, se graduaron con las mejores notas y ambos hicieron un máster. Pero esos no eran los detalles que interesaban a las revistas de negocios, que preferían engordar la leyenda de los hermanos Sutherland con sórdidas historias de surf, apuestas y fiestas.

Ni a Logan ni a él les importaba esa fama porque lo cierto era que habían alcanzado un éxito que superaba el más ambicioso de sus sueños. Todo ello había dado lugar al imperio de Sutherland Corporation, y a que la isla de Alleria fuera uno de los lugares más atractivos y demandados por el turismo de lujo del Caribe.

Aidan fue a servirse un café mientras pensaba en su hermano, que en aquel momento estaba de luna de miel por Europa con su mujer, Grace.

–Ese es el problema –masculló–. Demasiadas bodas.

Una vez retornara la feliz pareja, las cosas volverían a la normalidad. Aunque no del todo. Su padre también había decidido dar el paso. ¡Como si con Logan no fuera bastante! Pero Aidan no podía sino alegrarse de que su padre se casara con su querida Sally. Los dos se habían encontrado tras años de soledad y parecían hechos el uno para el otro.

Aun así, Aidan tenía la sensación de que los problemas habían comenzado desde que todo el mundo había decidido enamorarse.

Su padre y Sally iban a celebrar su boda en Alleria el mes siguiente, así que había que organizar la ceremonia. Y Aidan tenía que volar aquel fin de semana a California para resolver algunos asuntos legales que debían aclararse antes de que su padre se casara con Sally Duke.

–Maldita sea –exclamó.

Había olvidado que tenía que redactar los documentos correspondientes. ¿Qué le estaba pasando? Él jamás olvidaba nada. ¿Estaba perdiendo habilidades? No. Pero se había quedado sin secretaria. También ella lo había abandonado para casarse. Justo cuando más la necesitaba, su persona de confianza se había enamorado y había partido a Jamaica para casarse con su amorcito. ¿Por qué tenía que coincidir con la marcha de Logan?

Definitivamente, las bodas solo le causaban problemas. Al menos podía contar con no celebrar jamás la suya y por tanto, con poder mantener cierto orden en su vida y en la de su empresa.

Sacó el teléfono para comparar el calendario electrónico con la agenda que tenía en el escritorio y asegurarse de que no se había olvidado de ningún otro detalle. Tal y como se temía, comprobó que desde la partida de Logan tenía varios asuntos pendientes a los que no había prestado la suficiente atención. Nada grave, pero sí irritante para alguien que se vanagloriaba de no olvidar nunca nada.

Tomó nota mental de que el acuerdo con Erickson tendría que cerrarse en las tres semanas siguientes. Y ya que no podía contar con Logan, decidió que se lo encargaría a Ellie. No tendría más remedio si él quería concentrarse en los planes y la estrategia del hotel boutique que iban a abrir los Duke en el norte de la isla. Los Duke eran sus primos y negociadores expertos con los sindicatos, pero no vivían en la isla y él tendría que actuar como su representante.

Por otro lado, Ellie haría su trabajo a la perfección. Aunque Logan y él fueran mejores negociadores, ella añadía un toque de sofisticada elegancia a cualquier discusión. Sería capaz de manejar a Erickson, a los representantes de los sindicatos y a los Duke con habilidad. No pensaba cargarla con todo ese trabajo, pero tenía la certeza de que, de hacerlo, todos los proyectos saldrían adelante, y saberlo era tranquilizador. Era evidente que, por más que le costara admitirlo, él no podía confiar exclusivamente en su propia memoria y capacidad.

–¿Se puede?

–¿Qué pasa? –preguntó Aidan, volviéndose bruscamente para ver quién iba a molestarlo.

–Vaya, ¿vengo en mal momento?

–Ellie –Aidan se relajó en cuanto vio que se trataba de Ellie Sterling, la vicepresidenta de la compañía–. Pasa. Disculpa que haya sido tan brusco.

–¿Algo va mal?

–Nada que no tenga solución –dijo Aidan–. Un problema con las obras. De eso quería hablarte. Pero empieza tú.

–Quiero repasar una lista de cosas contigo –dijo Ellie, indicando la tableta de la que no se separaba.

–Claro –dijo Aidan con una risita. Su eficaz y activa vicepresidenta siempre tenía listas.

Ellie se acercó al escritorio y Aidan tragó saliva al verla sentarse ante él y cruzar sus espectacularmente largas piernas.

Tenía que mirar a otro lado. Cada vez que Ellie se le acercaba se sentía como un gato a punto de abalanzarse sobre ella. Pero, ¿quién podría resistirse a aquellas piernas y a una sonrisa espectacular, por no decir unos senos que no había visto y que se esforzaba en no imaginar? Además, tenía unos preciosos labios, ojos azul claro, una nariz adorable y un lustroso cabello oscuro que se recogía con un broche y que le caía por la espalda.

Tras una larga pausa, sonrió a Ellie como si no acabara de imaginarla desnuda en su cama, al tiempo que se amonestaba por tener ese tipo de fantasías con su vicepresidenta... a pesar de que el etéreo vestido veraniego sin mangas que llevaba y las delicadas sandalias permitieran apreciar su delicada figura más que sus habituales trajes de chaqueta.

–¿Qué puedo hacerte? –dijo. Y corrigiéndose de inmediato ante la sorprendida mirada de Ellie, preguntó–: ¿Qué puedo hacer por ti?

Ellie estudió la pantalla de la tableta a la vez que cruzaba y descruzaba las piernas. Aidan, cautivado por el movimiento, se preguntó qué pasaría si la tumbaba sobre el escritorio y...

–El primer punto tiene que ver con el polideportivo –dijo Ellie–. El contrato con Paragon está listo para firmar.

Aidan se irguió y ahuyentó las inapropiadas imágenes que poblaban su mente. Paragon era la compañía que iba a proveer todo el material del gimnasio, desde las máquinas a las toallas. Logan y él eran viejos amigos de Keith Sands, el presidente de Paragon.

–Perfecto. Mándaselo a Keith para que los firme.

–Muy bien –Ellie pulsó la pantalla y se mordisqueó el labio a la vez que leía un mensaje, mientras Aidan se torturaba observando sus voluptuosos labios en movimiento y se preguntaba si no debía darse una ducha fría.

Desvió la mirada diciéndose que cuando fuera a California a pasar un fin de semana debía quedar con alguna mujer. Llevaba demasiado tiempo sin disfrutar de una buena sesión de sexo, y esa debía ser una de las razones de que estuviera babeando ante Ellie.

–¿Qué más? –preguntó.

Ellie alzó la mirada de la pantalla.

–Como sabes, el hotel nuevo debería abrir en dos semanas.

–Sí, pero hay un problema con la compañía que proporciona el cemento.

–Así es. He hablado con ellos –dijo Ellie–. Creo que lo he resuelto. Ya te lo confirmaré.

–Gracias por haberte ocupado. ¿Siguiente punto?

–Este es un poco difícil –Ellie tomó aire–. Hace tiempo que no me tomo unas vacaciones y siento avisarte con un plazo tan breve, pero tengo que tomarme tres semanas el mes que viene, del dos al veintitrés –miró la tableta–. He distribuido mis tareas, así que no tiene por qué haber ningún problema.

Antes de que Aidan contestara, Ellie pasó al siguiente punto:

–En otro orden de cosas, tengo buenas noticias, pero necesito tu aprobación. El servicio de limusinas va a cambiar la flota dentro de seis semanas por una gama superior. He conseguido vender la antigua a una compañía en St. Barts, pero tenemos que transportarlos hasta allí. Están dispuestos a pagar la mitad de los costes, pero yo preferiría que lo organizáramos nosotros. Hay una nueva compañía de transportes en Nasáu con la que quiero negociarlo.

–Mándame la información y te contestaré. Pero volvamos al tema anterior.

–¿La compañía de cemento? –preguntó Ellie con una expresión inocente que no engañó a Aidan.

–No, Ellie. Tus vacaciones. ¿Tres semanas?

–Sí, pero no te preocupes. Son el mes que viene.

Aidan tomó un calendario y calculó.

–Estamos prácticamente a final de mes. El próximo empieza la semana que viene.

–Sí. Me ha surgido un asunto urgente. Siento no darte más tiempo.

Aidan frunció el ceño y repitió:

–¿Te marchas dentro de una semana?

–Lo siento, Aidan. Se trata de una cita importante y la fecha es fundamental.

–¿Pasa algo serio? ¿Estás enferma? –preguntó Aidan, preocupado.

–No –se apresuró a decir ella–. Pero no puedo postergarlo.

Aidan volvió a mirar el calendario.

–¿No podría hacerte cambiar de idea? Te necesito aquí el mes que viene y ya sabes que me voy este fin de semana. Además, Logan no volverá hasta dentro de dos semanas. El acuerdo con Erickson es urgente, el proyecto Duke debe ser supervisado y tengo una docena de solicitudes para el puesto de secretaria. Contaba contigo para las entrevistas. Es el peor momento para que te vayas.

–Te aseguro que he dejado todo...

–Escucha –señaló el calendario–, la convención de embalaje es en mitad de ese periodo, y son tus clientes. No puedes abandonarlos; te adoran.

–Los dejo en buenas manos. También adoran al personal de ventas.

–No es lo mismo –dijo Aidan aferrándose a cualquier excusa posible. ¿A qué se debía tanta urgencia? ¿Se trataría de un hombre? La idea no le gustaba–: ¿Qué es tan importante como para que necesites irte la semana que viene?

Ellie lo miró fijamente.

–Es un asunto personal.

–Puedes contármelo. Somos amigos.

–Eres mi jefe.

–Y tu amigo.

–No creo que quieras saberlo –dijo Ellie, sonriendo.

–Te equivocas –dijo él, entrelazando las manos por encima del escritorio–. ¿Qué puede ser tan importante como para que nos dejes cuando más te necesitamos?

–Te recuerdo que son vacaciones retrasadas.

–Lo sé, lo sé –dijo Aidan, preguntándose por qué estaba siendo tan inflexible–. Por supuesto que te mereces unas vacaciones. Es solo que me sorprende que, con lo organizada que eres, no me hayas avisado antes.

–Me ha surgido algo inaplazable –dijo ella con gesto crispado.

–Vamos, Ellie, ¿tan importante como para dejar colgados a los quinientos asistentes a la convención? –dijo Aidan, guardándose el comentario «además de a mí».

Ellie dejó escapar un resoplido de impaciencia.

–Está bien, pero te he avisado –se puso en pie y añadió–. Tengo una cita con una clínica de inseminación en Atlanta. La fecha es fundamental porque tiene que coincidir con la ovulación. La semana siguiente harán el tratamiento y luego tengo que descansar otras dos semanas.

Aidan abrió los ojos desmesuradamente sin dar crédito a lo que oía.

–Voy tener un bebé– añadió Ellie, sentándose con una sonrisa serena.

Por fin lo había dicho.

Había intentado reservarse los detalles, pero debía haber supuesto que Aidan Sutherland se empeñaría en saber la verdad.

Solía planear sus vacaciones con tiempo de sobra, era muy organizada y nunca actuaba impulsivamente. Pero por fin se había dado permiso para ser espontánea.

Finalmente, Aidan se inclinó hacia adelante y, como si tuviera un problema de oído, dijo:

–¿Te importa repetirme eso?

Ellie suspiró. Aidan y ella tenía una magnífica relación laboral y ella lo consideraba su amigo además de su jefe. Era divertido, atlético, guapo, sexy... pero esa no era la cuestión. Compartían intereses y, como compañeros de trabajo, solían viajar a menudo juntos. Juntos habían cerrado numerosos contratos y habían tomado más de una copa cuando las negociaciones se habían complicado.

Era una lástima que esa buena relación se hubiera transformado para ella en un fascinación adolescente que jamás manifestaría, tanto porque no pensaba arriesgar su trabajo como porque no estaba dispuesta a quedar como una idiota.

Como sabía que Aidan mostraba una genuina preocupación, decidió ser sincera con él.

–He dicho que voy a tener un hijo.

–¿La semana que viene?

–La semana que viene empieza el proceso.

–¿No puedes retrasarlo?

–No –dijo Ellie intentando mantener la calma–. Mis ciclos son muy regulares, así que una vez llegue a Atlanta tengo un margen de tres días para empezar a ovu...

–Para –Aidan alzó la mano–. Demasiados detalles de fisiología femenina.

–Pero si lo has preguntado tú...

–Solo quiero saber por qué tiene que ser esta semana.

–Porque quiero tener un hijo –Ellie no pensaba dar más detalles.

–Pero ¿por qué acudes a un banco de esperma? –preguntó Aidan, confuso.

–Yo prefiero llamarlo clínica de inseminación –dijo ella, empezando a sonar irritada–. ¿De verdad necesitas que te explique para qué voy?

Aidan resopló.

–Claro que no. Lo que quiero saber es por qué no lo haces... por el método tradicional.

–Ah –dijo Ellie–. Te refieres a eso.

–Exactamente: a eso –Aidan se cruzó de brazos.

–Verás... –Ellie no quería decirle que eso era lo que ella habría querido. Quedarse embarazada de un hombre al que amara, alguien maravilloso que quisiera pasar el resto de su vida con ella.

Hacía poco tiempo había salido con alguien, pero en cuanto le mencionó el tema de los niños, desapareció. Y como ni siquiera habían mantenido relaciones, había perdido la oportunidad.

Aunque en la isla era fácil conocer a hombres que podrían servir como candidatos, ninguno de ellos estaba dispuesto a dar el paso. De hecho, la mayoría de ellos acudía a Alleria para pasarlo bien y no les interesaba una relación duradera.

El otro problema era que, aunque Ellie sabía que los hombres la encontraban atractiva, también les resultaba intimidante. Simplemente, era demasiado lista. Y había mucha gente a la que eso no le gustaba.

Desafortunadamente, Ellie no tenía ni idea de cuándo cerrar la boca y dejar que un hombre fuera feliz creyéndose más listo que ella. Los hombres eran muy extraños.

Tenía la suerte de que Aidan y Logan apreciaban su inteligencia y a ella le encantaba trabajar para ellos. La aceptaban y la necesitaban, y ella valoraba eso mucho más que tener un hombre en su vida.

Pero entretanto, tras estudiar detenidamente las ventajas e inconvenientes, había optado por acudir a la inseminación artificial para conseguir su sueño de ser madre.

Tenía un trabajo seguro y bien pagado, además de unas condiciones laborales excelentes que le permitirían criar un hijo sola. También tenía buenas amigas en la isla con las que podría contar en cualquier circunstancia. Así que estaba convencida de que podía formar la pequeña familia que tanto ansiaba. Lo único que necesitaba era unos días libres para conseguirlo.

–Ellie, ¿vas a explicarme por qué no puedes hacerlo según...?

–Sí, sí, según el método tradicional –Ellie se irguió y alzó la barbilla–. No creo que sea de tu incumbencia.

–Tienes razón –Aidan sonrió con sarcasmo–. Pero ya que me has detallado tu calendario de ovulación, ¿por qué guardarte el resto?

–¡Aidan, no tengo por qué dar explicaciones de lo que hago en mi tiempo libre!

–Claro que no. Pero tienes que entender que me preocupe. Soy tu jefe, pero también tu amigo, y no te vas de vacaciones, sino a quedarte embarazada. Si lo consigues, ¿qué pasará? ¿Hasta cuándo seguirás trabajando?

–Hasta que nazca el bebé. Entonces estaré de baja de maternidad tres meses y cuando acabe, volveré.

Otro de los beneficios de trabajar para los Sutherland era que en el complejo había una magnífica guardería, así que se era un problema menos para Ellie.

–Tres meses... prefiero no pensar en pasar tanto tiempo sin ti –Aidan se puso en pie y recorrió el despacho pensativo. Finalmente la miró y dijo–: Está bien. Concentrémonos en las próximas tres semanas.

–Me parece bien –dijo Ellie.

–¿Qué voy a hacer sin ti? Nunca te has ausentado tanto tiempo. Estamos hasta arriba de trabajo y no hay nadie que pueda remplazarte.

Ellie sonrió porque había buscado soluciones para cada problema. En parte, gracias a su mejor amiga y encargada de catering, Serena.

–Serena y su secretaria estarán al cargo de la convención. Y mi secretaria se ocupará del día a día del despacho. Podrá contactarme por teléfono siempre que lo necesite.

–¡Maldita sea, Ellie!

Ellie se puso en pie y se plantó ante él.

–Escucha, Aidan. Si hubiera un médico especializado en inseminación artificial en la isla, no me iría. Pero como no es el caso, me marcho a Atlanta.

–Pero, ¿y si sigues el proceso y no...? –Aidan decidió que era mejor no terminar la pregunta.

Pero Ellie lo hizo por él.

–¿Y no me quedo embarazada? Volveré a intentarlo en unos meses.

Aidan apretó los dientes.

–Está bien, comprendo lo que quieres y no tengo derecho a entrometerme, pero ¿no eres demasiado joven? ¿Cuántos años tienes, veintiocho?

–Treinta.

–Te queda mucho tiempo para conseguirlo a la...

–Sí, sí, a la manera tradicional. Ya lo has dicho varias veces.

–Porque vale la pena repetirlo –dijo Aidan.

Ellie desvió la mirada hacia su tableta para disimular su incomodidad. ¿No hacía demasiado calor en aquel despacho? Aquella conversación sobre embarazos y métodos tradicionales le estaba removiendo los sentimientos y el deseo físico que Aidan le despertaba ella y que había conseguido sofocar hacía tiempo. Y eso era lo peor que podía pasarle.

–Eres consciente de que nada de esto es asunto tuyo, ¿verdad?

Aidan tuvo el descaro de sonreír.

–Por supuesto.

Ellie suspiró.

–Escucha, aunque tenga todo el tiempo del mundo por delante, lo cierto es que no tengo pareja. Y sabrás que es necesario contar con alguien que esté dispuesto a hacer el trabajo.

No podía ser más explícita.

–¿Y qué hay del tipo con el que estuviste saliendo? ¿Cómo se llamaba?

–Lo sabes perfectamente. Me lo presentaste tú.

–Ah, sí. ¿Brad?

–Blake –dijo Ellie poniendo los ojos en blanco.

–Es verdad. ¿Qué hay de Blake?

Ellie esquivó su mirada.

–¿Qué hay de Blake para qué? –al ver que Aidan se limitaba a enarcar una ceja, indicando que se refería al sexo, continuó un resoplido de impaciencia–. No funcionó. Ya no estamos saliendo.

–Lo siento –dijo Aidan.

–No parece que seas sincero.