¿Quién seduce a quién? - Kate Carlisle - E-Book

¿Quién seduce a quién? E-Book

Kate Carlisle

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Beschreibung

El primer paso: mezclar los negocios con el placer ¿Nuevo peinado? ¿Maquillaje? ¿Un vestido? ¿Dónde había estado su eficiente secretaria? Porque la mujer que había delante de Brandon Duke no era la Kelly Meredith que se había ido de vacaciones dos semanas antes. Estaba atónito, y encantado, por su transformación. Ella decía que el cambio de imagen era parte de su plan… para ser más seductora. Y el millonario era el hombre perfecto para darle a su ayudante unas cuantas lecciones de amor. Lo haría despacio, saboreando cada momento, y luego diría adiós… ¡si podía!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Kathleen Beaver. Todos los derechos reservados.

¿QUIÉN SEDUCE A QUIÉN?, N.º 1834 - febrero 2012

Título original: How to Seduce a Billionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-476-7

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Nota a mí mismo: «Prohibir vacaciones a empleados» –farfulló Brandon Duke al comprobar que la taza de café estaba vacía. Otro recordatorio de que su valiosa ayudante, Kelly Meredith, seguía de vacaciones. Llevaba fuera dos semanas; desde su punto de vista, eso eran catorce días de más.

No era que Brandon no fuera capaz servirse un café, pero Kelly siempre se adelantaba, apareciendo para rellenarle la taza con café caliente en el momento justo. Era una maravilla en todos los sentidos: los clientes la adoraban, las hojas de cálculo no le daban ningún miedo, y tenía un don para reconocer el mal o buen carácter de las personas con sólo mirarlas. Esa cualidad valía su peso en oro, y Brandon la había aprovechado pidiendo a Kelly que lo acompañara a reuniones de negocios por todo el país.

Brandon también tenía buen instinto a la hora de evaluar a un posible socio de negocios, o la motivación de un competidor, pero Kelly era un gran apoyo. Hasta sus hermanos habían adquirido el hábito de pedirle que colaborara en la contratación de empleados y en la solución de problemas de otros departamentos. Todo funcionaba mejor gracias a ella.

Aprovechando la tranquilidad de la oficina a esa hora tan temprana, Brandon empezó a escribir notas para la conferencia telefónica que tendría con sus hermanos más tarde. El Mansion Silverado Trail, en Napa Valley, nuevo centro vacacional de los Duke y joya de la corona de su imperio hotelero, estaba a punto de inaugurarse; había llegado el momento de centrar sus energías en nuevas propiedades y nuevos retos.

Revisó la lista de opciones para pujar por la absorción de una pequeña cadena de hoteles de lujo en la pintoresca costa de Oregón, después consultó su agenda. Cada hora del día estaba ocupada con citas, conferencias telefónicas y entregas, gran parte de ellas relacionadas con la gran inauguración. Por suerte, Kelly volvía ese día. Su sustituta había sido competente, pero Kelly era la única capaz de manejar la miríada de tensiones y conflictos que implicaban los eventos venideros.

La esposa de su hermano estaba a punto de tener un bebé. Iba a ser el primer nieto. Eso sí que iba a ser una celebración por todo lo alto. Brandon tenía que comprarle algo y no tenía la menor idea de qué; confiaba en que Kelly sabría elegir el regalo perfecto, y hasta lo envolvería.

Brandon oyó ruido de papeles y de cajones al otro lado de la puerta entreabierta.

–Buenos días, Brandon –saludó una voz alegre.

–Ya era hora de que volvieras, Kelly –replicó él con alivio–. Ven a verme en cuanto puedas.

–Vale. Pero antes prepararé café.

Brandon consultó el reloj. Había llegado quince minutos antes de su hora, otra muestra de que era la empleada ideal.

–Me gusta estar de vuelta –murmuró Kelly, encendiendo el ordenador. Era difícil de creer, pero había echado de menos a Brandon Duke. El sonido de su voz grave le provocaba un escalofrío que atribuía a la pasión que sentía por su trabajo.

Dejó el bolso en un cajón del escritorio y fue a preparar café. Al llenar la jarra de agua se dio cuenta de que le temblaba la mano y se obligó a relajarse. No había razón para sentirse nerviosa.

Aunque había hecho algunos cambios durante las vacaciones, nadie los notaría. Se fijaban en su buen sentido de los negocios y en su actitud positiva. No se darían cuenta de que, en vez de uno de sus habituales trajes pantalón, llevaba puesto un precioso vestido de punto color gris oscuro que acariciaba sus curvas con sutileza. Ni de que había cambiado las sosas gafas de los últimos cinco años por lentillas.

–Kelly –llamó Brandon desde su oficina–. Trae la carpeta de Dream Coast cuando vengas, ¿vale?

–Ahora mismo voy.

La familiar voz de Brandon Duke hizo sonreír a Kelly. Con una altura de un metro noventa y tres, tendría que haberla intimidado desde el primer día. Además, sabía que bajo los trajes de diseño había músculos duros como rocas. Habían coincidido en el gimnasio del hotel más de una vez, y lo había visto en pantalones cortos y camiseta. Ver a un exjugador profesional de fútbol americano levantando pesas era un espectáculo que la dejaba sin aliento, pero ella lo achacaba a haberse excedido en la cinta de ejercicios.

Soltó una risita al pensar en algunas de sus amigas, que habrían asesinado por ver al guapo Brandon Duke en pantalones cortos. Por suerte, Kelly nunca se había sentido tentada por su jefe.

Era un hombre espectacular, sí, pero para Kelly era mucho más importante su puesto de trabajo que una aventura breve e insignificante con un deportista famoso. Y una aventura con Brandon Duke sólo podía ser así. Había visto a las mujeres que hacían fila para salir con él, y cómo eran desechadas a las dos semanas como mucho.

–¿Qué diablos te pasa? –susurró para sí. Nunca había pensado en su jefe en esos términos, y no tenía intención de empezar a hacerlo. Sacudió la cabeza, disgustada consigo misma.

Mientras se llenaba la cafetera, Kelly miró por la ventana, sintiéndose orgullosa y afortunada por estar allí. ¿A quién no le gustaría trabajar en lo alto de una colina, en el corazón del valle Napa, con vistas a viñedos que se perdían en el horizonte?

Brandon y su equipo ejecutivo llevaban cuatro meses trabajando in situ en el Mansion Silverado Trail. Seguirían allí alrededor de un mes más, hasta que el complejo estuviera abierto al público y concluyera la vendimia. Después regresarían a la sede central de Duke, en Dunsmuir Bay.

Para entonces, Kelly habría completado su plan y su vida volvería a la normalidad. Entretanto, tendría que acordarse de respirar y relajarse.

–¿Oyes, Kelly? Relájate –murmuró, alisando el vestido con las manos. Después, llenó dos tazas de café–. Respira.

Dejó un café en su escritorio, recogió el correo y abrió la puerta del despacho de su jefe.

–Buenos días, Brandon –saludó, dejando el correo sobre su mesa.

–Buenos días, Kelly –dijo él, mientras escribía en una libreta–. Me alegro de tenerte de vuelta.

–Gracias, yo también de estar aquí –dejó la taza sobre el papel secante–. Café.

–Gracias –dijo él, absorto en lo que escribía. Un momento después, llevó la mano a la taza y alzó la vista. Sus ojos se agrandaron–. ¿Kelly?

–¿Sí? –ella lo miró y parpadeó–. Ah, disculpa. Querías la carpeta de Dream Coast. La traeré.

–¿Kelly? –su voz sonó tensa.

–¿Sí, Brandon?

Él la miraba con… ¿incredulidad? ¿horror? No era buena señal. Cuánto más la miraba, más nerviosa se ponía.

–Eh, vamos –dijo–. No tengo un aspecto tan horrible como para hacerte enmudecer –toqueteó el cuello del vestido, sonrojándose.

–Pero, ¿qué has hecho con…? –su voz se apagó, pero siguió mirando su rostro.

–Ah, ¿lo dices por las lentillas? Sí. Era hora de un cambio. Voy a por la carpeta.

–Kelly –sonó exigente.

Ella se dio la vuelta y vio que él la miraba el pelo. Suspiró y se apartó un mechón de la mejilla.

–Me lo han aclarado y le han dado forma. Nada importante –salió corriendo a por la carpeta.

A juzgar por la reacción de Brandon, la gente iba a mirarla como si fuera una alienígena. Así no iba a ser fácil relajarse, respirar y ejecutar su plan.

Buscaba en el archivador cuando oyó el sonido de las ruedas de la silla de Brandon. Segundos después él estaba en el umbral. Seguía mirándola.

–¿Kelly? –repitió.

–¿Por qué no haces más que repetir mi nombre? –Kelly alzó la cabeza.

–Para comprobar que eres tú.

–Soy yo, así que vale ya –le dijo–. Ah, aquí está la carpeta, por fin.

–¿Qué has hecho?

–Eso ya lo has preguntado.

–Y sigo esperando una respuesta.

Ella dejó caer los hombros un segundo, pero luego se enderezó. No tenía por qué avergonzarse, y menos ante Brandon, que siempre había elogiado su capacidad de trabajo y de resolución de problemas.

–Me he hecho un pequeño cambio de imagen.

–¿Pequeño?

–Sí. He perdido unos kilos, me he cortado el pelo y me he puesto lentillas. Nada importante.

–Pues yo diría que sí. Ni siquiera pareces tú.

–Claro que parezco yo –Kelly no iba a mencionar la semana pasada en un lujoso establecimiento termal ni las clases privadas de etiqueta y dicción.

–Pero llevas puesto un vestido –acusó él. Kelly se miró y luego alzó la vista

–Sí, cierto. ¿Eso es un problema?

–No. Dios, no –incómodo, dio un paso hacia atrás–. No es problema. Te queda genial. Es solo que… tú no llevas vestidos.

–Ahora sí –a Kelly la sorprendió que lo hubiera notado. Esbozó una sonrisa resuelta.

–Supongo –dubitativo, escrutó su rostro–. Bien, como dije antes, tienes un aspecto genial.

–Gracias. Me siento genial.

–Sí. Eso es genial –asintió con la cabeza, apretó los dientes y soltó el aire con fuerza.

Kelly se preguntó por qué seguía frunciendo el ceño si todo era tan genial.

–¡Ah! –dijo, sintiéndose ridícula. Le ofreció la carpeta–. Aquí está el informe de Dream Coast. Sus manos se rozaron un instante y ella sintió que un extraño cosquilleo le recorría el brazo.

–Gracias –el ceño de Brandon se acentuó.

–De nada.

–Es genial que estés de vuelta –dijo Brandon.

–Gracias –Kelly se planteó hacer un recuento de geniales–. Tendré las cifras de ventas mensuales calculadas en veinte minutos.

Él cerró la puerta y ella se hundió en su silla. Levantó la taza de café y tomó un largo trago.

Brandon dejó la carpeta de Dream Coast en el escritorio y siguió andando hasta una de las paredes, acristalada de suelo a techo. Su equipo y él ocupaban la suite del propietario, en la última planta del Mansion Silverado Trail, y nunca se cansaba de las vistas. Cuando contemplaba las suaves colinas de viñedos chardonnay se enorgullecía del éxito familiar.

Había captado un leve aroma a flores y especias en el aire. No estaba acostumbrado a que su ayudante llevara perfume, o no lo había notado antes, pero el olor lo llevó a imaginar una fresca habitación de hotel y una rubia ardiente. Desnuda. Entre las sábanas. Debajo de él.

Kelly. Aún la olía. Maldijo para sí.

Había hecho el tonto mirándola boquiabierto, como si ella fuera un filete jugoso y él un perrito muerto de hambre. Se había quedado mudo. Y luego se había repetido como un loro. Pero la culpa era de ella. Había conseguido desconcertarlo del todo, y eso nunca le ocurría a Brandon Duke.

Movió la cabeza. Kelly no había necesitado ningún cambio de imagen. Estaba bien como era: profesional, inteligente, discreta. Nunca suponía una distracción.

A Brandon no le gustaban las distracciones en su lugar de trabajo. En la oficina sólo se dedicaba a los negocios. Tras diez años siendo una estrella de la liga de fútbol, sabía que las distracciones arruinaban el juego. Desviar la vista de la pelota un segundo podía suponer acabar enterrado bajo un montón de hombretones enormes y rudos.

Brandon apoyó una mano en el cristal. ¿Quién sabía que su eficiente ayudante ocultaba curvas impresionantes y unas piernas de primera bajo los habituales trajes pantalón? ¿Y que sus ojos eran tan grandes y azules que un hombre podría perderse en ellos?

Más inquietante aún era su nuevo pintalabios. Tenía que ser nuevo, o él se habría fijado antes en los labios carnosos y en esa boca tan sexy. Casi había derramado el café al contemplarlos.

Y el vestido se pegaba a cada curva de su lujurioso cuerpo. Curvas cuya existencia había desconocido. Aunque la veía en el gimnasio del hotel a menudo, siempre llevaba pantalones de chándal y camisetas enormes. Imposible adivinar que escondía un cuerpo como ese bajo las prendas sudadas. Había estado engañándolo a propósito.

–No seas ridículo –se reconvino. Pero lo cierto era que su discreta y trabajadora ayudante era un monumento. Y eso le parecía una traición.

Unos minutos antes, cuando sus manos se habían rozado, había sentido una especie de corriente eléctrica. El recuerdo de la sensación de piel contra piel hizo que se excitara.

–El cambio es bueno –rezongó con sarcasmo, volviendo a su escritorio. No. El cambio no era bueno. Estaba acostumbrado a que Kelly llevara el cabello de color anodino recogido en una coleta o en un moño. Y se había convertido en una cascada de color miel que caía por sus hombros y espalda. Cualquier hombre desearía hundir las manos en ese pelo mientras se daba un festejo con sus lujuriosos labios. Su excitación se disparó.

Intentó controlarla abriendo la carpeta y buscando el documento que necesitaba. Sin éxito.

–Esto es inaceptable –farfulló, molesto.

Se negaba a perder la sensación de decoro y orden que siempre había imperado en la oficina. El trabajo era demasiado exigente, y Kelly una parte demasiado importante del equipo para permitir que se convirtiera en una distracción. O, más bien, en una atracción.

Mejor poner fin al asunto de inmediato. Pulsó el botón intercomunicador.

–Kelly, por favor, ven aquí.

–Ahora mismo –contestó ella. Siete segundos después entraba al despacho con una libreta.

–Siéntate –dijo él, poniéndose en pie y paseando, para evitar mirarle las piernas. No se fiaba de sí mismo–. Tenemos que hablar.

–¿Qué ocurre? –preguntó ella, alarmada.

–Siempre hemos sido sinceros el uno con el otro, ¿no es cierto?

–Sí –admitió ella.

–Confío en ti plenamente, como bien sabes.

–Lo sé. Y yo siento lo mismo, Brandon.

–Bien –dijo él, sin saber cómo seguir–. Bien.

Nunca antes se había quedado sin palabras. La miró y tuvo que desviar la mirada. ¿Cuándo se había vuelto tan bella? Conocía a las mujeres, amaba a las mujeres. Y ellas lo amaban a él. ¿Cómo no había sabido que Kelly era tan atractiva? ¿Estaba ciego?

–Brandon, ¿estás descontento con mi trabajo?

–¿Qué? No.

–¿Ha trabajado bien Jane en mi ausencia?

–Sí, lo ha hecho bien. Ese no es el problema.

–Bien, porque odiaría tener…

–Mira, Kelly –interrumpió él, cansado de jugar al gato y al ratón–. ¿Te ha pasado algo mientras estaba de vacaciones?

–No –se sorprendió ella–, ¿por qué piensas…?

–Entonces, ¿a qué viene este cambio? –le espetó él–. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué crees que tienes que engalanarte para…?

–¿Engalanarme?

–Bueno, sí. Ya sabes, maquillarte y… diablos.

–¿Está mal que intente mejorar mi aspecto?

–No he dicho eso.

–¿Me he pasado? La mujer del mostrador de maquillaje me enseñó cómo ponérmelo, pero soy nueva en esto. Aún estoy practicando –alzó el rostro y sus labios brillaron al captar la luz–. Dime la verdad. ¿El maquillaje es exagerado?

–Cielos, no, está bien –pensó que estaba demasiado bien, pero no lo dijo.

–Ahora estás siendo amable, pero no te creo. Tu forma de mirarme esta mañana cuando entré…

–¿Qué? No –«Ay, señor», pensó. Ella parecía a punto de llorar. Nunca había llorado antes.

–Pensé que podría hacerlo. Otras mujeres lo hacen, ¿por qué yo no? –se puso en pie y paseó por la habitación–. Creí que había sido sutil. ¿Parezco una tonta?

–No, en…

–Puedes ser sincero.

–Estoy siendo…

–La idea fue una locura desde el principio –masculló ella, apoyando la espalda en la pared–. Puedo hacer operaciones matemáticas complicadas de cabeza, pero no sé nada de seducción.

¿Seducción?

–Esto es muy embarazoso –gimió ella.

–No, no –dijo él, esperando que se le ocurriera algo profundo que decir. No se le ocurrió.

–¿Qué voy a hacer ahora? Sólo me queda una semana para…, ay –se tapó los ojos un momento y luego miró hacia el techo. Después, cruzó los brazos sobre el pecho y golpeó el suelo con la puntera de sus relucientes zapatos de tacón–. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?

–No digas eso –se acercó y le puso las manos sobre los hombros–. Eres una de las personas más listas que conozco.

–Puede que en los negocios, pero no en el romance –lo miró con un mohín en los labios.

Sin duda ella tenía seducción y romance en mente. ¿Por qué? En los años que conocía a Kelly, Brandon nunca la había oído mencionar intereses románticos. Pero, de repente, cambiaba de aspecto para atraer a un tipo. ¿A quién pensaba seducir? ¿Lo conocía él? ¿Era lo bastante bueno para ella? Brandon formuló cuidadosamente su pregunta.

–¿A quién intentas seducir?

–A Roger. Mi antiguo novio –arrugó la frente y se examinó las uñas–. Tendría que haber sabido que no funcionaría.

Brandon se preguntó quién diablos era Roger. La parte de él que debería haber sentido alivio al oír que él no era su objetivo, sintió una sorprendente desilusión. Aunque nunca permitiría que hubiera nada entre ellos, le irritaba el asunto.

–¿Quién es Roger? –preguntó en voz alta.

–Acabo de decirte que es mi exnovio. Roger Hempstead –volvió a su silla–. Rompimos hace unos años y no he vuelto a verlo.

–¿Hace cuánto rompisteis?

–Hace casi cinco años.

–Ese es más o menos el tiempo que llevas aquí trabajando –dijo él, tras un rápido cálculo.

–Sí –apoyó un codo en el brazo de la silla y lo miró con coraje–. Después de la ruptura, no podía soportar vivir en la misma pequeña ciudad, con gente pendiente de mis palabras y movimientos. Decidí trasladarme lo más lejos posible, así que busqué trabajo en California y encontré este.

–Me alegro. Pero sería una ruptura terrible.

–No fue agradable, pero lo he superado.

–¿Seguro?

–Sí –asintió con firmeza–. Pero el mes pasado me enteré de que la empresa de Roger ha reservado el Mansión para su reunión anual. Estará aquí la semana que viene –inspiró profundamente y exhaló–. Y quería sorprenderlo.

–Ah, entiendo –apoyó la cadera en el escritorio–. Si te sirve de consuelo, puedo garantizarte que se quedará sin aliento.

–Lo dices por amabilidad –lo miró, escéptica.

–No soy tan amable. Créeme.

–Gracias –apretó los labios–. Pero no sé lo que hago. Se me dan bien el mundo de los negocios, pero el del romance me supera.

–Dime en qué puedo ayudarte.

–¿En serio? –Kelly lo miró con interés.

–Claro –Brandon estaba dispuesto a casi todo para que las aguas volvieran a su cauce. Si Kelly se sentía segura, haría su trabajo y dejaría de preocuparse por ese payaso de Roger. Y cuando Roger se fuera, volvería a ser la Kelly con la que se sentía cómodo. Su universo volvería al orden.

–Sería fantástico –dijo ella con entusiasmo–. El consejo de alguien como tú me vendrían muy bien.

–¿Alguien como yo?

–Es que os parecéis mucho. Tú y Roger, quiero decir. Sería una ayuda conocer tu perspectiva.

–¿Qué quieres decir con que nos parecemos?

–Los dos sois fuertes y guapos, arrogantes y despiadados y, ya sabes, machos alfa típicos.

Era una descripción certera. Le gustaba lo de fuerte y guapo.

–No me extraña que Roger pensara que yo no era bastante para él –añadió Kelly.

–¿Por qué dices eso?

–Él me lo dijo cuando rompió conmigo.

–¿Bromeas?

–No –dijo ella–. Pero ya me viste antes de mi cambio de aspecto, Brandon. Sencilla, natural, sosa.

Él sintió un pinchazo de culpabilidad al comprender que había pensado eso mismo de ella. Pero le había parecido algo bueno. Se alegró de no haberlo dicho nunca en voz alta.

–Te hizo daño –apuntó él, estudiando su rostro.

–No, no. Me dijo la verdad y tendría que estarle agradecida por eso.

–¿Agradecida? ¿Por qué?

–Porque me ayudó a ver las cosas con más claridad –Kelly apretó los labios.

–¿Qué clase de cosas? –preguntó Brandon.

–Mis carencias. Por eso he decidido recuperarlo –dijo Kelly con una sonrisa resplandeciente.

–¿Recuperarlo? –Brandon no entendía el por qué. Ni siquiera conocía a Roger y ya lo odiaba.

–Sí. Y eso explica el cambio de imagen –dijo. Después, consultó el reloj–. Dime, ¿quieres que pida el almuerzo al catering?

–Sí, muy bien. Tomaré el sándwich de ternera.

–Vale. Lo pediré.

–Kelly, si necesitas ayuda o consejo, pídemelo.

–¿Lo dices en serio? ¿Seguro?

–No me habría ofrecido si no fuera así.

–Bueno, hay una cosita en la que podrías ayudarme, si no te importa –dijo ella, tras un breve debate interno–. Vuelvo enseguida.

Regresó veinte segundos después con una bolsa de una conocida y cara tienda de lencería. Tomó aire, sacó dos diminutas prendas transparentes y se las mostró, agitándolas ante sus ojos.

–¿Qué prefieres? ¿Tanga negro o bragas rojas?