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"Pasarás por mi vida" es una obra que incluye una selección de la poesía de José Ángel Buesa publicada en Cuba, que le dio popularidad entre varias generaciones de cubanos. Con este volumen se pretende dar a conocer la obra de este gran poeta Latinoamericano a las siguientes generaciones.
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Seitenzahl: 129
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Título:Pasarás por mi vida
Todos los derechos reservados
© Sobre la presente edición:
Editorial Letras Cubanas, 2014
ISBN 9789591019820
E-Book- Sandra Rossi Brito (Edición-corrección) / Javier Toledo Prendes (Diagramación)
Libro Impreso-Edición: Mayra Hernández Menéndez / Corrección: Anet Rodríguez-Ojea García y Alena Bastos Baños / Diseño: Berardo Rodríguez Cadalso/Imagen de cubierta:Eva en el baño, de Carlos Enríquez
JOSÉ ÁNGEL BUESA (1910 - 1982). Nació en Cruces. En su adolescencia se muda a la ciudad de Cienfuegos a continuar estudios en el Colegio de los Hermanos Maristas. Aún joven, se traslada a La Habana, donde se incorpora a los grupos literarios existentes en aquel entonces. Publicó su primer libro de poesías a los 22 años de edad y continuó con una producción constante que se difundió ampliamente por todos los países de habla hispana. Se dedica a escribir para la radio, y en adelante gana el pan de cada día como trabajador intelectual exclusivamente. Además de poeta, fue dramaturgo, traductor, periodista y, sobre todo, escritor de novelas radiales. Del teatro llevaba a sus composiciones poéticas la vocación por contar tragedias: una forma de verso rimado que narra una historia con una estructura o espíritu teatral, recurso muy popular y aceptado desde la antigüedad y el medioevo.
El diario contacto con una radioaudiencia inmensa y su temperamento sincero, vibrante, comunicativo, lo llevan a vivir intensamente cada uno de sus poemas. Cruzando fronteras, sus poemas aparecen traducidos en remotos sitios del mapa, traducidos al inglés, francés, portugués, ruso, polaco, japonés y chino. Colaboró en Bohemia, Vanidades y otras muchas publicaciones periódicas. Perteneció al consejo de redacción de la revista Isla.
Buesa fue la figura cimera del neorromanticismo en las letras cubanas, su poesía trató fundamentalmente el tema erótico en forma mimética y externa, y él constituyó un fenómeno de comunicación —en el que mucho influyó su atractivo físico de «galán», algo común en la época—, a través de sus versos amatorios, divulgados en múltiples ediciones y programas radiales. Algunos de sus libros, como Oasis y Nuevo Oasis, vieron múltiples ediciones. Otros libros que editó fueron Misas paganas, Hyacinthus, La vejez de don Juan, Prometeo, Cantos de Proteo, Poeta enamorado y Maya. Publicó, además, varias antologías de sus poemas. Tradujo Los Trofeos, de José Ma. Heredia y Poemas perversos, de Adrien Roland.
El presente volumen incluye una selección de su poesía publicada en Cuba, que le dio popularidad entre varias generaciones de cubanos.
(A Pablo Medina)
YA se abre el palacio de ébano de la noche,
y salen en tropel los pajes de los sueños,
a ilusionar los ojos de la virgen dormida
y a ungir con miel la urna de su boca sin besos...
Yo, espero en la alta noche. No sé qué es lo que
viene,
ni qué ansiedad me azota, ni siquiera qué espero...
No hay más rumor que el tímido de algún mueble
que cruje,
ni más luz que el de un astro que se mira en mi
espejo...
Ya todos los amantes dormirán abrazados,
a un lado las revueltas sábanas, y en sus nervios
estará ardiendo aún la caricia postrera,
que dejó acaso trunca la llegada del sueño...
Yo me siento muy solo en la alta noche. Solo
cual si estuviera en medio de algún vasto desierto.
Yo solamente escucho lo que dice la noche;
yo solamente sueño con los ojos abiertos...
Ya en sus cunas rosadas, sonrisa tras sonrisa,
entre sueños, los niños revivirán sus juegos;
darán cuerda a sus trompos y rodarán sus arcos,
y beberán el néctar de los besos maternos...
Yo espero en la alta noche. No sé qué es lo que viene,
ni qué inquietud me abruma, ni siquiera qué
espero...
Yo solamente miro los ángeles que pasan,
con sus alas tan blancas, con sus ojos tan tiernos...
Ya en los antros hediondos, soñando, los malvados
se ven tras fuertes rejas, como animales fieros,
o ante la pavorosa silueta del patíbulo,
entre antorchas y armas y embozados de negro.
Yo me encuentro muy solo, muy solo en la alta
noche,
oyendo el rechinar de los dientes del Miedo,
cuando cruzan las sombras de los ajusticiados
y aúlla el negro can de los remordimientos...
Ya dormirán las bestias... Y si ellas también sueñan,
soñarán en que tienen un amo más benévolo,
o en galopes fantásticos, o en cópulas violentas,
o en baños en el río, o en festines de pienso...
Yo estoy solo en la noche, como superviviente
de una inmensa catástrofe de todo el Universo,
viendo a las pesadillas, cual monstruosas arañas,
tejer torturas entre los gajos del silencio...
Yo estoy profundamente solo en la alta noche,
cual si estuviera en medio de algún vasto desierto,
viendo el desfile torvo de los ángeles malos
y el vuelo musical de los ángeles buenos...
Yo solamente escucho lo que dice la noche;
yo solamente sueño con los ojos abiertos...!
Y ANTE mi abrazo te sentí rendida...!
Y, ante tu sumisión, mis besos sabios
pusieron a temblar entre tus labios
ansias de amor y de placer y vida...!
Fue un instante no más, uno de esos
siglos-instantes que el amor nos brinda,
prometiéndole un lauro al que se rinda
primero en la batalla de los besos!
Lo ves, mujer... No cabe en la materia
la espiritualidad de lo insensible;
todo es vencido ante el irresistible
empujón de la carne y su miseria...
Y te sentí temblar como la fronda
al soplo tibio de la brisa vaga,
cuando en su trino el ruiseñor divaga
y peina el Sol su cabellera blonda...
Y te sentí temblar como la onda
que su inquietud sobre la arena apaga,
y como el ave que sin rumbo vaga
y un círculo invisible traza y ronda.
Y te sentí languidecer al peso
de mis labios, al peso de un gran beso
que perfumó en tus labios a un suspiro,
tal como languidece en la laguna
un cisne enamorado de la Luna,
al no hallarla en el cielo de zafiro...
Y te sentí latir, tal como late
al manotazo del ciclón la hoja,
como en la espada late, humeante y roja,
la sangre que bebiera en el combate;
tal como el sauce que su frente abate
cuando la nube en su aflicción lo moja,
o como el Océano que se enoja
y en el escollo solitario bate.
Y te sentí vencida, con el lento
y anhelado y temido vencimiento
del Sol, cuando la Noche abre la puerta
del negro templo de su Dios ignoto;
y te sentí dormida, como un loto
en la serenidad de un agua muerta...!
Y te sentí anhelante y temblorosa
cual la irisada espuma de un torrente;
como un lucero en la región silente,
insinuando una seña misteriosa;
cual la palma que agita, rumorosa,
su abanico de jade, lentamente,
como despunta en un jardín durmiente
el milagro de gracia de una rosa;
y cual la cierva, cuando la acorrala
la jauría—, cual ave moribunda
que pliega triste su ya inútil ala.
Y adoré tu sensual melancolía,
llena de rendición meditabunda,
y te sentí profundamente mía...!
«Ah! les mondes éteints et les globes détruits!»
Edmond Haraucourt
SOBRE el vasto silencio se proyectó mi grito,
sobre el silencio ilímite del firmamento hueco:
Ni un eco abrió sus órbitas elásticas... Ni un eco
rajó sus cien gargantas roncas en lo infinito.
Contra el silencio incólume se aplastó mi protesta,
contra el terco mutismo de la extensión plomiza.
Y repetí mi grito: ¡Como única respuesta
me derribó una cálida ráfaga de ceniza!
Y por la estepa muda cruzó un soplo terrible
difundiendo acres gérmenes de odios y de
epidemias;
y en la oquedad monstruosa del silencio impasible
trepidó un sordo y torpe galope de blasfemias.
Y se hundieron de súbito las planicies desiertas
barajando en un vértigo todas las perspectivas,
y sobre el surco estéril de las edades muertas
pasó el ala de fuego de las cóleras vivas.
Y otra vez mi estentóreo grito de rebeldía,
perforando el silencio, se clavó en lo infinito,
y en la paz inmutable de la tierra vacía
rebotó cuatro veces el dolor de mi grito!
Así el sesamo délfico fulminó su eficacia
sobre la oscura y áspera vegetación de obstáculos;
y una fosforescencia de convulsos tentáculos
ramificó en las sombras un ademán de audacia.
Y, como un filo rubio, se destacó en las brumas
un rígido propósito de verdades intactas,
y entonces la ola inmóvil se perfumó de espumas
y la brújula absurda marcó rutas exactas.
Y entre las nieblas turbias vibró un signo incoloro
que agolpó en una réplica todo el dolor disperso.
El silencio infinito labró un verso de oro,
y mi grito rebelde fue el oro de aquel verso!
«Dans le vieux parc solitaire el glacé...»
Paul Verlaine
EN el recogimiento de la tarde que muere,
entre las imprecisas brumas crepusculares,
cada jirón de sombra cobra vida, y sugiere
vaporosas siluetas familiares.
En la brisa que pasa, parece que suspira
la virgen de ojos claros que aún sueña en mi regreso;
el rumor de las frondas abre el ala de un beso,
y desde aquella estrella, alguien me mira...
Allá, entre la alameda, se perfila la sombra
grácil de la mujer que amé más en la vida,
y en la voz de la fuente vibra una voz querida,
que en su canción de oro y cristal me nombra...
Todo canta, a esta hora, la canción olvidada;
todo sueña el ensueño que quedó trunco un día,
y verdece de nuevo la ilusión agostada,
ebria de fe, de ardor y de armonía...
Y entre la sutil bruma de prestigios de incienso
que exalta mis recuerdos y mi melancolía—,
en la paz de este parque abandonado, pienso
en la mujer que nunca será mía...
«Mon ame a son secret...».
Arvers
PASARÁS por mi vida sin saber que pasaste.
Pasarás en silencio por mi amor, y, al pasar,
fingiré una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte... y jamás lo sabrás.
Soñaré con el nácar virginal de tu frente;
soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar;
soñaré con tus labios desesperadamente;
soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás.
Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás.
Yo te amaré en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás.
Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
—el tormento infinito que te debo ocultar—,
te diré sonriente: «No es nada... Ha sido el viento».
Me enjugaré la lágrima... y jamás lo sabrás!
YO la amé, y era de otro, que también la quería.
Perdónala, Señor, porque la culpa es mía.
Después de haber besado sus cabellos de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa el castigo.
Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo,
mis labios están dulces por ese amor amargo.
Ella fue como un agua callada que corría...
Si es culpa tener sed, toda la culpa es mía.
Perdónala, Señor, tú, que le diste a ella
su frescura de lluvia y su esplendor de estrella.
Su alma era transparente como un vaso vacío.
Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.
Pero, ¿cómo no amarla, si tú hiciste que fuera
turbadora y fragante como la primavera?
¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío
sobre la yerba seca y ávida del estío?
Traté de rechazarla, Señor, inútilmente,
como un surco que intenta rechazar la simiente.
Era de otro. Era de otro, que no la merecía,
y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.
Era de otro, Señor. Pero hay cosas sin dueño:
Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño.
Y ella me dio su amor como se da una rosa,
como quien lo da todo, dando tan poca cosa...
Una embriaguez extraña nos venció poco a poco:
¡Ella no fue culpable, Señor... ni yo tampoco!
La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella,