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Bianca 2010 Para reconocer la paternidad del niño, antes tiene que descubrir los secretos que ella esconde. El implacable y peligroso magnate hotelero André Gauthier ha llevado a Kira hasta la paradisíaca isla caribeña que es su refugio. Su intención no sólo es hacerle el amor con una pasión despiadada… ¡también quiere vengarse! Está convencido de que Kira le ha traicionado con su peor enemigo. ¡Una sola caricia es suficiente para que Kira desee desesperadamente perderse de nuevo entre las sábanas de André! Pero antes tiene que decirle que está embarazada de él...
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Seitenzahl: 194
Veröffentlichungsjahr: 2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Janette Kenny
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión cruel, n.º 2010 - octubre 2022
Título original: Pirate Tycoon, Forbidden Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-245-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
KIRA MONTGOMERY apretó la frente contra el hueco para la cara de la mesa de masaje y se movió ligeramente tratando de relajar la tensión que le entumecía el cuello y los hombros. Imposible.
La masajista había «salido un momento», pero dejar a un cliente esperando quince minutos era un comportamiento totalmente inapropiado.
Chateau Mystique no podía permitirse más mala prensa.
Las trágicas muertes acaecidas recientemente junto con los consecuentes escándalos asociados al exclusivo hotel de cinco estrellas de Las Vegas habían tenido un impacto negativo tanto en lo económico como en lo personal.
Para desestabilizar todavía más su vida personal, el médico había confirmado sus temores. Que estaba embarazada.
Temblando de ira, Kira respiró profundamente y contuvo el aliento. Después expulsó el aire lentamente, tal y como le había sido recomendado por la masajista, pero eso tampoco logró tranquilizarla. Ni eso ni nada.
Desde que siguió el consejo de su abogado y aceptó viajar a la isla caribeña de Petit St Marc para una reunión con André Gauthier, la vida de Kira se había convertido en una caótica pesadilla.
El apuesto multimillonario le había asegurado que él no tenía ni idea acerca de aquella reunión y se había negado rotundamente a divulgar cómo había logrado hacerse con parte de las acciones de su hotel. Aunque ella se había sentido frustrada y furiosa con él, había quedado totalmente dominada por la fuerza de su personalidad y por su capacidad para debatir cualquier tema.
El hombre la había estimulado mentalmente con sus argumentos, y, físicamente fue capaz de excitarla como ningún hombre lo había hecho antes, pero ella se había negado a aceptar su oferta de compra de sus acciones. André Gauthier contaba con una participación menor, y era todo lo que iba a tener.
Chateau Mystique era su hogar, su sueño, su legado, y para ella no hubo más motivo para continuar más tiempo en la isla.
No más motivo que el puro deseo.
Porque André Gauthier había despertado en ella una ardiente pasión y un profundo deseo. Por otro lado, ella era una mujer adulta, y tenía todo el derecho a una breve aventura sin más consecuencias.
Sin embargo, trece semanas más tarde Kira seguía siendo incapaz de olvidar su fugaz noche de pasión, ni el escándalo que siguió a la mañana siguiente a su encuentro en todas las publicaciones de prensa rosa del país. Ni a André Gauthier, el padre del hijo que llevaba en su seno, el hombre que había aparecido en la prensa económica como autor de un intento despiadado de destruir Bellamy Enterprises.
¿Por qué iban los accionistas a obligar a Peter Bellamy a vender el imperio de su padre?
Quizá estarían dispuestos a una fusión, como la que ella había buscado con André antes de darse cuenta de su perfidia.
¡Qué ingenua había sido! Si al principio sólo le preocupaba el acuerdo con André sobre el Chateau, ahora la idea de tener un hijo en común la desestabilizaba personalmente. ¿Cómo contarle a un amante fugaz del que se había despedido con clara hostilidad que pronto sería padre?
Las náuseas que le habían acompañado constantemente durante las últimas semanas amenazaron de nuevo. Kira se concentró en las instrucciones del médico en lugar de descolgar el teléfono y llamar a André para cortarle la noticia.
La puerta se abrió y ella rápidamente apartó a André de su mente para enfrentarse a la masajista.
–Espero que tenga una buena excusa para dejarme esperando durante quince minutos –dijo sin incorporarse.
Pero sus palabras no obtuvieron respuesta.
Kira frunció el ceño, con la inquietante sensación de que había alguien en la puerta observándola.
Alguien que no debería estar allí.
Un estremecimiento de ansiedad le recorrió la columna vertebral y ella se estremeció a pesar de la exquisita manta que le cubría el cuerpo desnudo.
–¿Quién está ahí?
–Bonjour, ma chérie –dijo una voz de hombre con tono grave y penetrante.
¡André Gauthier! ¡En lugar de responder a su llamada, había ido a verla!
El primer impulso de Kira fue levantarse de la mesa y lanzarse a sus brazos, aunque sólo fuera para asegurarse de que no era un sueño. Aunque sólo fuera para acariciarlo, para besarlo, para sentir de nuevo sus manos y su boca.
–Sugiero que dejemos esta conversación para más tarde, cuando esté presentable –dijo ella, haciendo un esfuerzo para controlar sus emociones.
–No he venido para hablar.
Un par de carísimos mocasines masculinos aparecieron en el reducido espacio que le permitía ver el hueco para la cara de la mesa de masajes.
El hombre apoyó una mano en la espalda femenina, a la altura de la cintura, marcándola con el calor de la palma, recordándole que la última vez que la tocó la había sumido en un auténtico mar de pasión y placer.
Aunque tampoco necesitaba nada que se lo recordara.
Pero donde antes había sentido el ardor masculino, ahora notaba únicamente su antagonismo. Totalmente dirigido contra ella.
La rabia masculina no era el mejor augurio para la noticia que tenía que darle.
–¿Entonces para qué has venido? –preguntó ella con un incontrolable temblor en la voz.
–Para reclamar lo que es mío.
Kira clavó las uñas en el apoyabrazos. Claro, estaba allí para continuar negociando por el hotel Chateau Mystique. No por ella.
Kira había esperado aquella conversación. Aunque en unas circunstancias muy distintas, con ella vestida y en total control de sus emociones, en la reunión de la junta directiva que habían acordado para dos semanas más tarde, no tendida desnuda en una camilla de masaje y temblando de deseo.
André le recorrió con la mano la columna vertebral, deslizando lentamente la manta sobre la piel. Ella apretó los dientes, luchando contra las emociones que la embargaban. Emociones de irritación, de deseo, de necesidad.
Era una batalla perdida.
Desde el momento que lo vio por primera vez, Kira había sido consciente de todo lo que era él, desde la intensidad de su presencia a la virilidad de su cuerpo y de su olor, mezcla de hombre y de mar.
Los largos dedos masculinos se deslizaron sobre la espalda desnuda en una sedosa caricia, inundando sus sentidos de espontáneos recuerdos de los besos embriagadores que continuaban grabados en su mente, de las expertas manos que la habían llevado a la cima máxima del placer, y de la noche compartida, la experiencia más intensa y apasionada de su vida.
Aquella firme y a la vez suave caricia le impedía pensar. Su cuerpo reaccionó traidoramente, y Kira sintió cómo se le hinchaban los senos y se le erizaban los pezones.
A duras penas contuvo un suspiro de placer. Una intensa y sensual sensación empezó a converger en la unión de las piernas, haciéndola temblar de deseo. ¡Maldito él!
–Éste no es lugar para hablar de negocios.
–Siento discrepar.
El crujir de papel resonó en el silencio. Un folio apareció ante sus ojos bajo el hueco de la mesa.
Kira dejó escapar un bufido, segura de que sería otra oferta tan peregrina como las anteriores por el Chateau. Pero al leer el titular sintió que se le caía el alma a los pies.
¡No! ¡No podía ser! Leyó cada palabra sin poder dar crédito a sus ojos.
–¿Qué engaño es éste? –preguntó ella.
–Nada de engaños, ma chérie. Como puedes comprobar soy el accionista mayoritario de Chateau Mystique.
¡Imposible! Las acciones de Edouard tenían que pasar a sus manos tras la lectura del testamento, y para eso todavía faltaban dos semanas. Edouard le había prometido que, tras su muerte, ella tendría el control mayoritario del hotel.
Sin embargo, el documento demostraba que las acciones de Edouard habían caído en las manos de aquel arrogante multimillonario. Kira dudó de su validez, a pesar de que tenía la firma de su abogado, una firma que había visto en innumerables ocasiones.
Una vez más se sintió traicionada, utilizada, y abandonada.
André controlaba su hotel, su hogar, y si se lo permitía, terminaría por controlarla a ella.
La mano masculina se deslizó sobre sus hombros en una falsa caricia, y ella tembló, encolerizada como no había estado nunca.
André se echó a reír, sin duda disfrutando de la reacción femenina, y la humillación de Kira fue completa.
–Levántate.
Kira se incorporó rápidamente, cubriéndose el pecho con la manta y sacudiendo la cabeza para apartarse de pelo de la cara, tan furiosa y sorprendida que ni siquiera se dio cuenta del brillo de admiración en los ojos masculinos al mirarla.
Al menos estaban solos. Sabía que André jamás salía sin su guardaespaldas, un matón que seguramente estaba en el pasillo, asegurándose de que nadie les interrumpía.
Levantando la mirada, Kira recorrió el cuerpo alto y musculoso de André, enfundado en un traje gris de corte impecable que marcaba aún más la anchura de los hombros y la poderosa expansión del pecho. La camisa, inmaculadamente blanca, contrastaba con la piel bronceada, y la corbata plateada hacía juego con el reloj de platino que seguramente costaba más de lo que ella ganaba en un año.
Kira sintió cómo el corazón le latía traicioneramente al recordar lo mucho que había disfrutado de tener aquel cuerpo pegado al de ella, aquellas manos largas y esbeltas llevándola una y otra vez a la cima del placer.
Con él fue así desde el primer momento. Apenas dos horas después de conocerse estaban el uno en brazos del otro haciendo el amor con una urgencia y una pasión que la hizo incluso ignorar las consecuencias de caer en la cama de André.
«Dile cuál ha sido el resultado de la aventura», le gritaba una voz en su mente una y otra vez. «Díselo de una vez».
Con manos temblorosas, Kira lo miró a los ojos. Una violenta ráfaga de emociones cayó sobre ella dejándola sin fuerzas. No, aquél no era el momento.
–Vístete –ordenó él.
Kira le dio la espalda y se puso un vestido de verano de seda azul sin poder evitar el temblor de sus manos y los fuertes latidos de su corazón al tenerlo tan cerca. Bajo la mirada masculina se sentía tremendamente vulnerable.
–Supongo que ahora querrás comprar mis acciones –dijo ella.
–Oui.
–No están a la venta.
–No has oído mi oferta.
–No es necesario –dijo ella plantándose ante él fingiendo un valor que no sentía–. No voy a vender.
Él arqueó una ceja, como cuestionando su afirmación.
– Todo el mundo tiene un precio.
–Yo no.
– Eso lo veremos –André señaló la puerta con la cabeza–. Tú primero.
–Mejor me despido de ti aquí y nos vemos en la reunión de la junta dentro de dos semanas –repuso ella manteniéndose firme en su postura.
La sonrisa masculina era glacial.
–Tú vienes conmigo, ma chérie.
–Ya te gustaría –dijo ella, detestando el temblor en su voz.
Un músculo latía aceleradamente en el rostro masculino.
–Te llevaré en brazos si es necesario, pero tú te vienes conmigo a Petit St Marc.
¿La isla del Caribe? ¿Se había vuelto loco?
–¿Para qué?
–Para ganarle la vez a tu amante, ma chérie.
–Pues estás perdiendo el tiempo, porque yo no tengo amante.
–Sé que has estado en esto con Peter Bellamy desde el principio.
–¿Peter? –Kira soltó una histérica carcajada–. Te aseguro que no es mi amante.
–Ahórrame las mentiras. Conozco la verdad.
André no podía estar más equivocado, pero Kira se dio cuenta de que si no la creía en eso, jamás creería que él era el padre del niño que llevaba en su seno.
–No pienso ir contigo a ninguna parte. Vete o…
André chasqueó los dedos y ella dio un respingo, golpeándose con la espalda contra la pared.
–Esto me costaría hundir el hotel –la amenazó él–. Y entonces tus acciones no valdrían nada. ¿Eso es lo que quieres?
¡Aquello era chantaje! ¡Y como mínimo secuestro! Pero no podía permitir que nadie hundiera el hotel en el que tenía puestos todos sus sueños y todo su futuro.
–No, pero no puedo irme dejándolo todo en el aire –dijo ella, consciente de que las palabras de André no eran un farol.
–Claro que puedes, y lo harás –André la sujetó por el brazo y la llevó hasta la puerta, aunque el contacto fue sorprendentemente suave.
De acuerdo, se dijo ella. De momento volvería a la isla con él. Quizá allí tendría la oportunidad para hablarle del hijo que esperaba. Quizá allí podría razonar con él sobre el Chateau, y convencerlo de que era suyo por derecho.
André Gauthier miró a la hipócrita mujer que caminaba por el pasillo delante de él, moviéndose con un suave contoneo de caderas que eran toda una invitación para cualquier hombre. No era de extrañar que Bellamy le hubiera ofrecido el cuarenta y nueve por ciento de las acciones de Chateau Mystique.
Kira Montgomery era la sexualidad personificada. A él desde luego lo había engañado y seducido prácticamente sin esforzarse.
Él siempre se había enorgullecido del férreo control que tenía sobre sí mismo y el mundo que le rodeaba, hasta que Kira invadió su isla tres meses atrás.
A André no le sorprendió que Bellamy enviara a una mujer a negociar con él tras rechazar su última oferta para comprar el Chateau. El viejo había contado con los encantos de Kira para lograr sus objetivos, y desde luego funcionó. Al menos por una noche, André se vio atrapado en el debate más estimulante de su vida, y él no se dio cuenta de hasta dónde llegaba su engaño hasta mucho después.
No fue el viejo Bellamy quien la envió, sino su hijo Peter. Su más fiero rival. El hombre que probablemente había preparado el camino que condujo hasta el accidente de coche en el que murió la amante de Edouard y lo dejó a él moribundo en el lecho de un hospital.
Kira no era sólo la querida de Peter, también era el cerebro de la maniobra utilizada para terminar con el viejo Bellamy y que le había dado por fin el control de Chateau Mystique.
Pero su traición había arrebatado a André algo mucho más valioso que propiedades materiales.
Había participado en destruir lo último que quedaba de su familia.
A su hermana Suzette.
Kira lo había traicionado, y lo que él deseaba por encima de todo era venganza. Ella estaría en la isla a su merced cuando él lanzara el ataque definitivo para hacerse con Bellamy Enterprises.
En silencio, los dos subieron a la quinta planta. Kira iba la primera y André la siguió hasta una puerta que ella abrió con una tarjeta magnética. La suite era pequeña, nada espectacular, pero muy acogedora y agradable. André se dio cuenta de que tenía algunos toques muy personales, propios del típico saloncito inglés, y de que olía a la misma delicada fragancia floral que ella.
–No necesitarás mucho equipaje –dijo él, irritado ante la idea de que aquél podía ser el lugar donde recibía a su amante, Peter Bellamy.
–¿Piensas tenerme encerrada en una habitación todo el día? –repuso ella tensándose.
–Si es preciso –la amenazó él con los dientes apretados–. Te conozco bien y no quiero volver a arriesgarme. Tengo pruebas de tu participación en el plan de Bellamy.
Kira lo miró boquiabierta, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
–No tengo ni idea de a qué te refieres.
La sonrisa de André era tan forzada como la tensión reinaba en la suite.
–Nunca deja de sorprenderme las molestias que se toman algunos para triturar cualquier rastro de papel, pero olvidan el electrónico –fue el irónico comentario de André, que ella no comprendió–. Y basta de perder el tiempo, recoge tus cosas y vámonos.
Kira se metió en el dormitorio como alguien camino de la guillotina. En ese momento, sonó el móvil de André y éste respondió inmediatamente. Era su guardaespaldas.
–¿Qué?
–Peter Bellamy acaba de llegar –dijo la voz profesional del hombre al otro lado del teléfono.
André miró con ojos acusadores a Kira, que parecía estar preocupada únicamente por hacer la maleta. No la había perdido de vista, por lo que o Bellamy estaba haciendo una visita sorpresa al Chateau a ver a su amante, o algún empleado de Kira le había avisado por teléfono.
–No lo pierdas de vista –André se metió el móvil en el bolsillo–. ¿Vas a tardar mucho?
–Sólo necesito un par de cosas más y el portátil –dijo ella acercándose a un escritorio y cerrando un ordenador portátil–. Aquí tengo todo lo que necesito para continuar dirigiendo el hotel desde cualquier lugar del mundo.
–No pensarás seguir trabajando.
–Por supuesto que sí, no soy de las que se queda de brazos cruzados –le aseguró ella–. Y no necesito tu permiso.
–No estés tan segura de eso.
André tuvo la satisfacción de verla palidecer antes de que el móvil sonara de nuevo.
–Están aquí los paparazis –dijo su guardaespaldas–. Van detrás de Peter Bellamy.
No. Era lo último que necesitaba. Verse involucrado en otro enfrentamiento público con Kira.
–Tenemos que irnos sin que nos vea la prensa. ¿O prefieres una repetición de la última vez?
Ella se ruborizó y negó con la cabeza.
–La mejor opción es la puerta de servicio.
André se lo repitió al guardaespaldas.
–Nos vemos allí en cinco minutos.
–Pero aún no estoy lista.
André maldijo en voz baja y consultó la hora.
–Tienes tres minutos. Después nos iremos, estés vestida… –deslizó la mirada por el cuerpo femenino sin ocultar su admiración–, o no.
Mascullando una maldición, Kira se hizo con un conjunto de ropa interior de encaje y corrió al vestidor. André hizo ademán de seguirla.
–Ni se te ocurra acercarte –dijo ella.
–No se me pasaría por la cabeza –le aseguró él yendo hasta la cama para cerrar la maleta y depositarla en el suelo.
Con apenas cinco segundos de tiempo, Kira salió del vestidor enfundada en una falda estampada que le marcaba las nalgas y los muslos y dejaba las rodillas y las pantorrillas al descubierto. Un elegante suéter de verano turquesa moldeada perfectamente el pecho que él conocía tan bien. Inconscientemente él los sintió de nuevo en las palmas de las manos mientras ella metía los pies en unas sandalias de tacón alto y metía el neceser en una pequeña bolsa de viaje a juego con la maleta. Después buscó su bolso y metió el móvil. Rápidamente André le quitó el bolso y retiró el teléfono, que dejó en una estantería.
–¿Así que has conseguido llamar a Peter? –dijo él burlón, sujetando la maleta y yendo hacia la puerta.
–He dejado un mensaje para mi abogado.
–Espero que haya sido de despedida –André abrió la puerta y la invitó a salir.
Kira miró a la estantería una última vez y, con la cabeza alta, salió al pasillo. André la seguía observando el sinuoso movimiento de sus caderas. Ella se metió en el ascensor y André lo hizo tras ella. El equipaje les obligó casi a pegarse.
Las puertas empezaron a cerrarse, y justo en aquel momento empezaron a abrirse las del ascensor de enfrente. Durante una décima de segundo, ambas puertas permanecieron abiertas y André cruzó la mirada con la de Peter Bellamy. Su rival lo miró con rabia, y enseguida clavó los ojos en Kira.
Al verla tan cerca de André, Peter quedó boquiabierto: su amante se iba con su enemigo. Furioso clavó de nuevo los ojos en André.
Éste sonrió, pasó un brazo por el hombro femenino y ofreció a su rival una sonrisa cargada de ironía.
AL CAMBIAR el avión privado de André por la limusina que los esperaba en el aeropuerto internacional de Martinica Aimé Césarie, Kira se preguntó cuándo acabaría aquel día, agotada tras el largo trayecto desde Las Vegas durante el que ni siquiera había podido hablar con André. Éste se había encerrado en un absoluto silencio y frustrando sus esperanzas de hablar con él racionalmente durante el vuelo.
Y no era ella la única agotada.
Las ojeras y la barba incipiente en el rostro masculino reflejaban también su cansancio. Al mirarlo, Kira recordó la sensación de aquellos labios firmes en los suyos, destrozando sus defensas y atajando sus miedos. Recordó cómo sus manos, su boca y su cuerpo la llevaron al primer y demoledor orgasmo, y continuaron haciéndolo más veces de las que ella podía recordar, hasta dejarla deliciosamente saciada y más feliz que nunca.
Eso fue la calma antes de la tormenta. Lo que ahora no podía imaginar, mientras la limusina avanzaba por los campos de azúcar en dirección hacia Fort-de-France, era qué tormenta se estaba fraguando en André.
Tres meses atrás ambos, dominados por la rabia, habían expresado el deseo de no querer volver a verse. Sin embargo, poco después ella lo llamó por teléfono, y ahora él había ido junto a ella. ¿O había planeado ir al Chateau de todos modos, para secuestrarla?
Probablemente ése era el caso, por lo que ella decidió que sería mejor mantener su secreto durante un poco más de tiempo. Demasiado agotada para seguir pensando, Kira estiró a las piernas y contempló los exuberantes jardines tropicales que se extendían a ambos lados de la amplia avenida. A medida que se acercaban al puerto, se adentraron en una zona de pintorescas tiendas y casas de colores ante un fondo de frondosas colinas de palmeras. Música reggae resonaba en la zona del mercado al aire libre, donde las mujeres lucían ropas de vivos colores y los niños jugaban despreocupados en las aceras.