Pasión en la oficina - Christie Ridgway - E-Book
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Pasión en la oficina E-Book

CHRISTIE RIDGWAY

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Beschreibung

Lucy Sutton tenía una misión: olvidarse de Carlo Milano de una vez por todas. Ser la empleada del infalible director de seguridad le ayudaría a olvidarse de un capricho de juventud que nunca había sido correspondido. Lucy ya no era la adolescente molesta que Carlo recordaba, ahora se había convertido en una mujer hermosa e inteligente que trabajaba para él. Era dulce y… sí, increíblemente sexy. Carlo sabía que estaba jugando con fuego, pero cuanto más se acercaba a ella más difícil le resultaba resistirse a la llama de la pasión.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Christie Ridgway

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión en la oficina, n.º 1756- febrero 2019

Título original: Bachelor Boss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-434-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

A LUCY Sutton no le gustaban los «primeros días».

Mientras esperaba frente a la semiabierta puerta del despacho de su nuevo jefe, tuvo que admitir que de hecho odiaba los «primeros días». Como era tradición en su familia, se había escondido en el armario de su habitación en su primer día de guardería. Aquello no lo recordaba muy bien, a diferencia de su primer día de instituto durante el cual había estado rascándose constantemente la urticaria que le había salido debido a los nervios. Pero lo peor eran los primeros días de un trabajo. Sin la mano de una madre que le apoyase ni un grupo de amigas con el que charlar, las primeras horas de trabajo en un lugar nuevo podían llegar a ser espantosas.

Lo que no ayudaba a entender por qué se había hecho pasar por bastantes de esos «primeros días» desde que había obtenido su licenciatura en Contabilidad hacía tres años.

Tragó saliva para aliviar la sequedad de su boca y se recordó a sí misma que a pesar de que a sus jefes les había gustado ella y su trabajo, aquellos tres trabajos de procesamiento de datos que había realizado no habían sido para ella. Pero sabía que más de una persona en su familia pensaba que era ella la que no estaba hecha para trabajos de éxito. En su familia consideraban que ella, a quien llamaban Lucy «la gansa» gracias a uno de sus superperfectos hermanos mayores, era demasiado inconstante como para tomarse nada demasiado en serio… o para que nadie la tomara en serio a ella.

Pero lo peor de todo era cómo aquellas leyendas familiares se convertían en hechos de una manera desagradablemente rápida.

—Pero no ocurrirá con esa leyenda —murmuró Lucy—. Les voy a demostrar a todos los demás Sutton que soy tan capaz como ellos.

Aunque aquel trabajo era sólo un trabajo temporal de secretaria, se iba a aferrar a él y a tener éxito, tras lo cual trataría de encontrar un trabajo adecuado a su capacidad como contable. El trabajo que se merecía estaba esperándola en algún sitio y aquél era el primer paso para conseguirlo.

Miró la placa que había junto a la puerta de su nuevo jefe. Carlo Milano. A él también le tenía que demostrar algo.

Expresamente… que había superado lo suyo.

Respirando profundamente, llamó con delicadeza a la puerta.

—Pase —dijo alguien que obviamente era un hombre.

Lucy vaciló y, en vez de entrar, pensó en la última vez que había visto a Carlo. Había sido hacía un par de años en una fiesta celebrada en casa de su hermana Elise. Él había hecho una de sus extrañas apariciones. Se había apoyado en la pared de la cocina, vestido con pantalones vaqueros y camisa informal Pero no había tenido el aspecto de estar relajado, sino que había parecido serio y tenso. Había parecido como si cualquier cosa dulce y accesible que hubiese tenido le hubiese abandonado.

Como si le hubiese abandonado por disgustos de los que él nunca hablaría.

Ella había tratado de animarle aquella noche, pero tras haber intentado hacerle reír un poco… ¡se hubiera conformado con una sonrisa!… contándole una historia sobre un viejo compañero, Carlo simplemente había movido la cabeza.

—Eres una gansa —había dicho él en voz baja—. Ve a utilizar tu bonita sonrisa y tus artimañas con alguien que las aprecie.

Entonces Carlo le había restregado los nudillos por su repentinamente ruborizada mejilla y ella, en respuesta, siguiendo un impulso que según su familia era otra de sus debilidades, se puso de puntillas y restregó sus labios contra los de él para tratar de darle un poco de alegría.

Desde entonces habían transcurrido setecientas treinta y cuatro noches y sus labios todavía le quemaban al recordarlo.

También su orgullo estaba hecho cenizas… ya que él la había apartado y se había marchado de allí. Nunca lo había vuelto a ver.

Hasta aquel momento.

—He dicho «pase» —dijo Carlo casi impacientemente.

Entonces ella entró al despacho y se quedó sin aliento.

Vio el enorme escritorio de Carlo y la silla de cuero que había tras de éste, que estaba vacía. Justo detrás había una pared de cristal con unas impresionantes vistas sobre la bahía de San Diego. Era como una hermosa postal donde se podía ver el cielo fundiéndose con el agua.

Eran unas vistas espectaculares que le dejaron claro que Carlo Milano, viejo amigo de su familia y policía, había ganado una fortuna con su empresa de seguridad. Obviamente estaba lo suficientemente ocupado como para necesitar que ella hiciera una suplencia del puesto de secretaria durante las siguientes tres semanas. El hombre que era su nuevo, aunque temporal, jefe, había logrado mucho éxito.

De reojo, vio cómo algo se movía en un extremo de la sala, detrás de un área de descanso con sillas y una mesa. Carlo, con traje oscuro, estaba allí sentado mientras atendía a una elegantemente vestida mujer. Le dada la espalda a ella.

Lucy sintió cómo le quemaba la nuca y cómo le salía más urticaria en los brazos. Vestida con una falda color caqui y una blusa blanca, nunca antes se había sentido tan… desarreglada.

La mujer estaba muy cerca de Carlo, parecía que estaba a punto de besarlo, y Lucy se preguntó qué debía hacer, si debía interrumpirlos… Pero se dijo que no, que lo más inteligente sería salir de la oficina. Una mujer que quería, no que necesitara, tener éxito en su trabajo, debía retirarse en aquel momento. Una mujer que necesitaba, y sí, deseaba demostrarse a sí misma que había superado el enamoramiento no correspondido hacia su jefe, no debería hacer nada para evitar que él tuviera suerte.

O que le besaran. Debía alegrarse por él mientras se marchaba. Eso era lo que haría una mujer adulta y digna, una mujer que había superado su encaprichamiento.

En ese momento carraspeó, lo suficientemente alto como para que su presencia fuera notada.

Se preguntó cómo podía haber hecho algo tan indiscreto. A Carlo no le iba a gustar y ella no se sentía adulta ni digna durante los primeros momentos en su primer día de aquel nuevo trabajo.

Pero entonces se oyó así misma carraspeando de nuevo, reclamando atención…

—Hola —dijo Carlo, mirando hacia ella.

A Lucy le dio un vuelco el corazón. Allí estaba, aquella bella cara que nunca había olvidado, aquellos oscuros ojos… No podía leer su expresión… no sabía si expresaban desagrado o alivio.

—Hola —dijo a su vez, deseando parecer más entera de lo que en realidad estaba.

Se recordó a sí misma que debía comportarse como una adulta digna, pero… pero… ¡estaban a punto de besar a Carlo! Se preguntó si su extraña reacción ante ello se reflejaba en su cara.

—Lo siento, pero… me dijiste que entrara y…

—No hay ningún problema —dijo él, apartándose de la elegante mujer que lo acompañaba.

La mujer parecía enfadada, pero Carlo no mostró estar afectado por ello, ni mucho menos enfadado por el hecho de que Lucy hubiera interrumpido su «pequeña conversación». Si hubiera habido un beso en perspectiva, no parecía preocupado por la oportunidad perdida.

Lucy se animó un poco. Quizá aquel «primer día» no fuese a resultar tan malo. Mientras se acercaba a ella, Carlo pareció alegrarse de verla, era como si no fuese consciente de aquel encaprichamiento que ella había tenido por él. Quizá incluso ni se acordara de cuando lo había besado hacía dos años… cosa que ella agradeció ya que la haría parecer digna ante sus ojos. A sus veinticinco años, interpretó la aptitud de él como un buen augurio para su trabajo.

—Maldita sea —dijo él al detenerse frente a ella.

Le acarició el pelo de la manera en la que lo haría un tío con su sobrina favorita.

—Hacía mucho que no te veía, Gansa.

 

 

—Por favor, Carlo, ya nadie me llama Gansa —dijo Lucy con firmeza.

Él le había indicado a su acompañante femenina que saliera del despacho y, una vez ésta se marchó, le pidió a Lucy que le enviara a la mujer dos docenas de rosas junto con una nota; no eres tú, soy yo.

—Mira, sólo salimos juntos un par de veces y ella no se enteró. Yo no me comprometo en pareja.

Lucy sí se enteró. Siempre se había enterado, aunque aquel conocimiento no había enfriado lo que sentía por Carlo. Aparte del sueldo, apagar para siempre los sentimientos que tenía hacia él había sido la razón más importante para que aceptara trabajar en su empresa.

Cuando había regresado a San Diego, su padre, que era viejo amigo del padre de Carlo, sugirió que ella podía hacer la suplencia del puesto de secretaria en McMillan & Milano antes de comenzar la búsqueda a conciencia de un trabajo de contable en la ciudad. Se suponía que debía ser un favor para Carlo… pero también lo sería para ella. Haberse mudado desde Arizona de nuevo a California le había dejado muy mal de dinero y trabajar como su secretaria resolvería otro gran problema.

Según lo veía ella, estar tres semanas trabajando para McMillan & Milano acabaría, de una vez por todas, con sus sentimientos hacia Carlo.

Mientras observaba cómo él se marchaba sin siquiera mirar hacia ella una segunda vez, pensó en lo fácil que había parecido para él referirse a ella por su humillante apodo juvenil. Su libido debía de haber escuchado el mensaje… no había ninguna esperanza. Carlo nunca la miraría con la clase de pasión que un hombre debe sentir hacia una mujer.

Pero la idea no la deprimió en absoluto.

Ni mucho menos.

Así que se dispuso a comenzar con sus quehaceres, sin parecerle aquella oficina distinta de las demás en las que había trabajado… incluyendo el hecho de que cuando al finalizar la tarde se acercó al área de descanso y encontró el refrigerador de agua vacío… pero varias botellas llenas de agua en el suelo.

—Agua, agua por todas partes, pero ni una gota que se pueda beber —murmuró, parafraseando a Coleridge.

Agitando la cabeza se remangó. Aunque no había sido ella la que había bebido agua fría por última vez, todos sabían que los empleados en su primer día de trabajo no podían dejar al resto de sus compañeros sin agua.

Quitó la botella de agua vacía que había en el refrigerador y, cuando estaba apunto de colocar una nueva mientras rogaba al cielo que impidiera que se le cayera al suelo debido a lo pesada que era, apareció Carlo.

—Gansa, ¿qué estás haciendo?

El instinto hizo que ella se girara hacia donde venía la voz… la voz de Carlo… pero ello sólo logró desestabilizarla aún más. Antes de que pudiera hacer nada, notó unos brazos de hombre alrededor de su cuerpo… los brazos de Carlo. Su espalda estaba presionando el pecho de él y su trasero…

—Estate quieta —ordenó él—. Eres demasiado pequeña para ocuparte de esto. Suelta la botella y deja que me ocupe yo.

—Oh —dijo Lucy, soltando la botella.

Pero él continuó abrazándola y ella pudo disfrutar del aroma de su aftershave. Sintió su respiración en la sien…

Entonces se apartó de él, que, sin mirarla, se dirigió a colocar la botella en el refrigerador.

—Lucy… —dijo Carlo, dejando de hablar al mirarla—. Uh… se te han desabrochado un par de botones.

Ella miró hacia abajo y emitió un grito ahogado. Al haber tratado de colocar la botella de agua se le habían desabrochado algunos botones de la camisa y se le veía casi todo el sujetador. Ruborizada, se los abrochó a toda prisa.

—Tranquila —dijo él—. Soy yo.

—Sí, tú.

Él era el hombre con el que ella había soñado desde que había tenido quince años.

Logró abrocharse casi todos los botones, pero todavía estaba luchando para abrocharse el de más arriba de la camisa cuando su recién estrenado jefe emitió un sonido fraternal. Entonces se acercó a ella.

—Permíteme que te ayude.

Sonriendo indulgentemente, apartó las manos de ella de la camisa y se dispuso a abrocharle el botón. Por un instante le rozó la garganta con las yemas de los dedos y ella se apartó instintivamente. Se le revolucionó el pulso y se percató de que él se quedó paralizado. Carlo tuvo mucho cuidado de no tocar otra cosa que no fuera la camisa y el botón a continuación.

—Gansa —dijo tras carraspear—. Hueles como una chica.

Una pequeña risita nerviosa se escapó de la garganta de ella.

—Carlo, soy una chica.

—Sí, cierto —dijo él, terminando de abrocharle el botón y acercándose a la puerta. Se metió las manos en los bolsillos y ladeó la cabeza. La analizó con la mirada—. En realidad eres mucho más que una chica. Eres una mujer.

—¿Te has dado cuenta? —dijo ella.

Se percató de que estaba más que claro que el beso que le había dado hacía dos años ni siquiera se había quedado guardado en su memoria, no había llamado su atención.

Carlo se apoyó en la jamba y le sonrió levemente.

—Ahora creo que me será difícil de olvidar.

La profundidad de la voz de él provocó que Lucy se estremeciera. Se humedeció el labio inferior para aliviar su sequedad y pudo ver cómo él estaba observando aquel movimiento.

Repentinamente se le revolucionó de nuevo el corazón y se le aceleró el pulso al ver cómo la miraba él… Se preguntó si lo estaba haciendo con algún tipo de interés masculino.

Se dio cuenta del brillo que reflejaban sus profundos ojos oscuros y trató de encontrar más pistas en su boca y nariz. Era un hombre guapísimo, con su herencia italiana reflejada en cada facción de su cara… pero no podía leer su expresión.

Volvió a chuparse el labio inferior.

Carlo se enderezó abruptamente y apartó la vista.

—Así que… uh… Gansa…

—Lucy —corrigió ella.

Pensó que aquello contestaba a su pregunta; ningún hombre sentiría ni siquiera un poco de deseo hacia una persona que consideraba una «gansa». Sintió cómo la decepción se apoderaba de su cuerpo, aunque en realidad había aceptado aquel trabajo precisamente para eso… para aceptar finalmente que no había ninguna atracción entre Carlo y ella.

Ninguna atracción. Ninguna esperanza.

—Así que, Lucy, supongo que debo volver a trabajar.

Suspirando silenciosamente, ella lo siguió con la mirada mientras él se dirigía hacia su despacho por el pasillo. Admiró la manera en la que el corte europeo de su camisa azul pálida acentuaba su musculatura.

Se dijo a sí misma que tenía por delante tres semanas en las que podía mirar pero no tocar, tres semanas para aceptar que eso mismo era todo lo que iba a tener de él.

Pocos minutos antes de las cinco se felicitó a sí misma por haber superado el que podía haber sido un desastroso primer día, pero en ese momento apareció un mensajero con un paquete importante para Carlo. Ella pensó que era oportuno ya que le entregaría el paquete y se despediría de él al mismo tiempo. De esa manera su primer día en aquel trabajo, y su primer día con Carlo, habría pasado.

Cuando llamó a la puerta de su despacho, él le dijo que pasara. Al entrar lo vio sentado en su escritorio detrás de la pantalla del ordenador.

Carlo levantó la mirada al verla entrar.

—Lucy, justo la persona en la que he estado pensando durante toda la tarde —dijo, echándose para atrás en la silla.

Lucy apretó el paquete con fuerza.

—¿Yo? —dijo, mirándolo a la cara e impresionada de que hubiese estado pensando en ella.

—Me he dado cuenta de que no sé que te ha traído de vuelta a San Diego.

—Oh —dijo ella, que no sabía qué decir.

Pensó en decir que no le habían gustado los trabajos que había encontrado de contable, trabajos para los que había estado estudiando durante cuatro años, pero le hacía parecer muy inconstante. Muy tonta, sobre todo teniendo en cuenta que cada uno de sus hermanos había pasado directamente de graduarse a tener gran éxito en las empresas en las que se habían colocado nada más terminar la universidad.

—Claro, ya sabes que soy de aquí y…

—Tu padre le mencionó algo al mío sobre que te habías decepcionado mucho en Phoenix, ¿no es así?

—Bueno… hum…

Lucy sintió cómo volvía a ruborizarse y no sabía qué más decir. Sabía que los trabajos que había realizado en Phoenix no habían sido adecuados para ella, pero quizá Carlo, al igual que su familia, la considerara incapaz de sentar la cabeza.

—Pensé que quizá habías tenido problemas con los hombres.

Ella parpadeó. ¿Problemas con los hombres? El único problema con hombres que había tenido recientemente era el problema que le causaba el no poder olvidarse de él y el no poder librarse de sus sentimientos.

—No es…

—Admito que hasta hace un par de horas todavía tenía de ti en mi mente la imagen de una chica de catorce años. Con las rodillas amoratadas, aparato en los dientes y todos aquellos rizos rubios que tenías.

¡Estupendo! Mientras ella no había podido dormir pensando en cómo sería volver a tener delante a Carlo, la imagen que él había tenido de ella era algo demasiado parecido a Pippi Calzaslargas.

Carlo carraspeó.

—Pero ahora ya veo que has crecido. Como dije antes, ya eres una mujer.

Hum… Lucy pensó que aquello sonaba mejor y todavía más interesante fue la manera en la que él le miraba la boca. Se preguntó si podría ser…

Vacilante, aguantó la respiración mientras el ambiente en el despacho parecía impregnarse como de una carga chispeante.

Él la miró entonces a los ojos.

—Pensé que quizá estés aquí porque alguien te ha roto el corazón.

—Oh… no. N… no, todavía —dijo ella, pensando que hasta aquel momento no había realmente aceptado que no podía tenerlo a él.

Pero, al sentir la tensión que se había apoderado del ambiente, le pareció algo muy improbable.

Se reprendió a sí misma y se dijo que no se engañara.

Haciendo caso a su sentido común, interrumpió el rumbo que estaba tomando la conversación y le dio a Carlo el paquete que había llegado para él.

—Esto llegó para ti. Parece importante.

Él agarró el paquete y ella se dio la vuelta.

—Te veré mañana, Carlo.

—Espera.

Pero ella no se dio la vuelta.

—Son más de las cinco.

—Pero somos viejos amigos y yo estaba pensando que como me has hecho el gran favor de suplir el puesto de… —a Carlo se le apagó la voz—. Maldita sea.

La curiosidad hizo que Lucy se diera la vuelta.

—¿Estabas pensando…?

Carlo estaba mirando lo que parecían un par de entradas que tenía en las manos.

—«Estaba pensando» no. Sé… —dijo, esbozando una mueca— que puedo tener una cita esta noche.

Lucy tragó saliva.

—¿Hay alguien a quien quieras que telefoneé para que hables con ella? ¿Tamara? ¿O…?

—Tú, Lucy.

—¿Yo? —dijo ella, que estaba comenzando a parecer una maquina de eco.

Carlo se levantó y se acercó a ella antes de que ésta pudiese correr hacia la puerta. No es que ella quisiera hacerlo, no cuando él se acercó a su cuerpo lo suficiente como para volver a abrocharle los botones… o para desabrocharlos…

La tensión se sentía en el ambiente. Y el calor. O quizá eso le afectaba sólo a ella. No, no. Carlo estaba sobre ella y Lucy vio cómo se le dilataban las pupilas al respirar su perfume. La estaba mirando de una manera en la que no miraría a Pippi Calzaslargas.

—¿Vendrás conmigo a una fiesta esta noche? —preguntó él.

Lucy apretó las uñas contra las palmas de sus manos.

—Oh, bueno…

—Te presentaré a la gente. Quizá te encontremos…

—¿Al hombre que me he estado perdiendo? —dijo Lucy sin poder evitarlo. Aquello pareció como si estuviera tratando de coquetear con él.

Se sintió horrorizada y excitada a la vez. Aparte de unas pocas bromas y de aquel humillante beso, nunca se había comportado de manera abierta con él.

Carlo levantó una ceja y esbozó una leve mueca. Acercó la mano para tomar entre sus dedos un mechón del pelo de ella.

—Lucy, ¿es eso lo que estás buscando?

Ella bajó las pestañas y esbozó otra vez un gesto que parecía de coqueteo.

—Depende de hasta dónde tenga que llegar para encontrarle.

Carlo agitó la cabeza y esbozó una masculina sonrisa, reflejo de lo divertido que estaba.

—¡Caramba!, ¡caramba!, ¡caramba! ¡Desde luego que has crecido!

Ya estaba claro lo que pasaba. Ya no había malentendidos. Carlo la estaba mirando con una nueva clase de interés reflejado en la cara, con la pasión con la que ella había fantaseado.

Nerviosa y con el pulso acelerado, se dijo a sí misma que él la estaba mirando de la manera en la que un hombre mira a una mujer.

Carlo le acarició entonces la mejilla.

—A las ocho —dijo—. Tienes que ponerte un vestido de fiesta.

—Sí —dijo ella, emocionada.

—¿Dónde paso a buscarte?

El acelerado pulso de Lucy se detuvo en seco. La pasión que se sentía en el ambiente continuó, pero ella se preguntó durante cuánto tiempo.

—¿Dónde, Lucy?

—En casa de mi hermana. Hasta que encuentre una casa para mí, me estoy quedando con Elise.

Entonces ella obtuvo su respuesta. La tensión, el calor, la atracción entre ambos no duró ni siquiera un momento más. Miró por el gran ventanal de cristal y al hacerlo notó cómo él reflejaba en su expresión que se estaba cerrando ante ella.

Carlo apartó la mano de su mejilla y se echó para atrás.

—Estaré allí a las ocho.

No retiró su invitación. Policía de formación y viejo amigo de la familia, no sería grosero con ella, incluso si ello significaba tener que ir a buscarla a la casa de su hermana casada.

Su hermana. El amor no correspondido de la vida de Carlo Milano.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

ALGUIEN llamó a la puerta de la habitación de invitados donde dormía Lucy. Ésta estaba de pie delante del armario y frunció el ceño.

—Pasa.

Su hermana asomó la cabeza dentro de la habitación.

—Papá telefoneó mientras estabas en la ducha. Quería saber cómo te ha ido el primer día de trabajo.

—Espero que le hayas dicho que no he abandonado el trabajo —dijo Lucy—. Y tampoco me echaron —continuó, hablando entre dientes.

Aunque no era cierto, sospechaba que aquello era lo que su familia había pensado cada vez que ella había cambiado de trabajo.

Sus quejas provocaron que su hermana, que tenía una cara perfecta, frunciera el ceño. Elise entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí.

—¿Estás bien?

Lucy evitó una perspicaz mirada ya que se dio la vuelta y miró de nuevo el armario.

—Necesito un traje de fiesta para asistir a un concierto de rock. ¿No crees que ello requiera algo menos conservador que un traje negro?

—No lo sé —contestó Elise, acercándose a su hermana—. Es a ti a quien le encanta la música. Ha sido muy amable por parte de Carlo invitarte.

—Sí, muy amable.

Lucy se imaginaba que la había invitado más por conveniencia que por otra cosa. Carlo había necesitado una cita por el negocio y ella había sido la mujer más cercana en aquel momento. Aquellos breves momentos en los que se había engañado a sí misma al pensar que sus fantasías se habían realizado… bueno, la palabra autoengaño lo decía todo.

—Como trabajo para él, pensé que sería mejor decir que sí. Aunque estoy segura de que tiene un libro negro lleno de números a los que podría haber telefoneado.

—Él tiene muchas citas con mujeres, eso lo sé.

Lucy miró a su hermana y se preguntó cuánto sabía, se preguntó si sería consciente de los sentimientos que Carlo tenía hacia ella. Ella creía que no, pero cuando Elise se había casado con su marido, John, hacía seis años, había estado muy claro que Carlo había perdido a la mujer de sus sueños.

Lucy se había percatado porque él había sido el hombre de su vida, pero dudaba que Carlo hubiera compartido con alguien el sufrimiento tan grande que le había causado ser el padrino en la boda de Elise. Incluso ella misma lo hubiera dudado de no haber sido porque en el gran día, vestida con su traje de dama de honor, había oído a la hermana de él decir en alto las sospechas que tenía sobre el amargo secreto de su hermano. A Lucy le había roto el corazón confirmar la verdad. La mujer de los sueños de Carlo se había dirigido hacia el altar, se había alejado de él…

Pero aquello no había cambiado sus sentimientos hacia él, cosa que tampoco había ocurrido cuando la dura expresión de él al haber ella mencionado a su hermana aquel mismo día había dejado claro que sus sentimientos hacia Elise todavía estaban muy vivos.

Aquélla era la razón por la que Lucy no había decidido qué hacer aquella noche. Se preguntó si debía ir. Todavía tenía tiempo para decir que tenía migraña o excusarse diciendo que tenía retortijones en el estómago.

Todavía sin estar segura de qué hacer, agarró una percha en la que había un vestido de colores pálidos y adornado con lentejuelas.

—¿Qué te parece éste? —preguntó, sujetando el vestido contra su cuerpo.

Elise se rió en alto.

—¿Qué?

Parecía que su hermana no podía parar de reír.

—Oh, creo que vas a ser buena para nuestro Carlo.

Lucy corrigió interiormente que sería para «su» Carlo.

—No comprendo.

—Digámoslo de esta manera; salir de la policía y crear su propio negocio no alegró mucho al hombre.

—Haber perdido a su compañero por una herida de bala quizá influyera en ello —defendió Lucy, frunciendo el ceño—. Patrick McMillan era como un segundo padre para Carlo.

Elise suspiró.

—No le estaba criticando.

Acercándose a la cama, Lucy dejó el vestido sobre ésta. Agarró entonces crema corporal del tocador y comenzó a aplicársela por las piernas.

—¿Entonces qué has querido decir?

—Tú has visto cómo ha cambiado él a lo largo de los años —dijo Elise—. Antes sonreía más. ¡Caray! Solía reír. Pero ahora esquiva la mayoría de las invitaciones que mandan nuestro grupo de amigos y, cuando dice que sí, se arrincona o trae a alguna acompañante que habla por él.

Lucy pensó que sería alguna mujer como Tamara, aunque aparentemente ésta ya era pasado.

—Creo que ya no sabe cómo divertirse —dijo Elise, asintiendo con la cabeza ante el vestido que había sobre la cama—. Quizá pudieras hacer de esa parte de tu trabajo algo estupendo.

Lucy paró en seco de aplicarse crema en la espinilla.

—¿No te da miedo que estropee mi trabajo de la misma manera en la que he estropeado cada trabajo que he hecho desde que terminé la universidad? —dijo.

Sabía que aquello era lo que su familia pensaba, aunque en realidad el haber dejado su puesto en el departamento de contabilidad de un despacho de abogados, en un colegio y en una compañía de seguros, había sido totalmente voluntario. No había sido que ella no hubiera hecho bien su trabajo… sino que el problema había sido que no había disfrutado haciéndolo.

Elise hizo un gesto con los ojos.

—Has estado escuchando demasiado a nuestros hermanos —dijo.

—Y a papá. Y también está mamá, que no deja de dirigirme miradas de preocupación —dijo Lucy, pensando que Elise tampoco era muy inocente.

Ningún miembro de su familia podía entender por qué todavía tenía ella que encontrar el trabajo adecuado.

—Recuerda… —dijo su hermana— que eres la pequeña de la familia.

—¡Pero ya no soy ninguna pequeñina!

Elise asintió con la cabeza.

—Yo ya lo sé, pero quizá sea el momento en el que se lo dejes claro al resto de la gente.

Lucy pensó con sarcasmo que aquello era fantástico; otra cosa que añadir a su lista. No meter la pata en el trabajo temporal, conseguir olvidar a Carlo, dejarle claro a la gente que ya no llevaba trenzas ni aparato en los dientes.

Al pensar aquello, recordó de nuevo a Carlo.

Recordó cuando éste le había dicho que se había dado cuenta de que ella había crecido.

De que era una mujer.

Por un momento ella había creído que él la veía de aquella manera. Había creído que la veía. Pero entonces ella había mencionado el nombre de Elise y él se había vuelto frío y distante. El brillo masculino que habían reflejado sus ojos segundos antes había desaparecido y había dejado de sonreír. Como de costumbre, para Carlo, siempre sería Elise.

Se preguntó por qué debía seguir adelante con aquella «cita». Se podía quedar cómodamente en casa y seguir torturándose por lo que sabía.