Pasión en Río de Janeiro - Jennie Lucas - E-Book

Pasión en Río de Janeiro E-Book

Jennie Lucas

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Beschreibung

En el sensual calor de Río y de su carnaval, Ellie sucumbe a los encantos de su jefe, Diogo Serrador. Pero una vez le roba su virginidad, el multimillonario brasileño no quiere nada más con ella… ¡hasta que descubre que está embarazada! Diogo no se conformará con menos que convertir a Ellie en su esposa. Su matrimonio es apasionado durante las noches, pero vacío durante el día. Ella se percata de que se encuentra en una situación imposible; el oscuro pasado de Diogo ha helado su corazón, pero ella se ha enamorado de su esposo…

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Seitenzahl: 176

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Jennie Lucas

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión en Río de Janeiro, n.º 1942 - octubre 2021

Título original: Virgin Mistress, Scandalous Love-Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-695-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EMBARAZADA.

Cuando Ellie Jensen salió de la boca de metro todavía estaba temblando. No se percató del hecho de que tras un largo y gris invierno, finalmente Nueva York se había rendido a una brillante primavera.

Pero ella estaba helada. No sentía los dedos de los pies ni de las manos desde que aquella misma mañana había visto los resultados de la prueba de embarazo… aquellas dos rayitas rosas.

Embarazada.

Se iba a casar en seis horas y estaba embarazada.

Del bebé de otro hombre.

Del bebé de su jefe.

Se detuvo en seco delante del edificio Serrador. Miró la trigésima planta y sintió cómo el pánico se apoderó de ella.

Diogo Serrador, el oscuro y despiadado magnate del acero para el que llevaba trabajando un año, iba a ser padre.

Todavía recordaba cómo, durante la apasionada noche que habían pasado en el Carnaval de Río, él le había dicho que no la podía dejar embarazada. Le había susurrado al oído que no se preocupara ya que sería imposible.

¡Y ella le había creído!

No comprendía cómo había sido tan estúpida. Había sido presa del tópico más antiguo del mundo; una inocente chica de pueblo que se muda a la gran y peligrosa ciudad para dejarse seducir por su arrogante, rico y extremadamente sexy jefe.

Debía haber dejado la empresa en Navidades, cuando lo hizo Timothy. Pero había seguido trabajando allí, como si algo fuera a impedir que perdiera la ciudad que amaba, la vida que le encantaba, al hombre que…

Dejó de pensar en eso y se dijo a sí misma que sólo había sido un encaprichamiento. Un salvaje encaprichamiento al que le había seguido una seducción.

Sabía que la noticia de su embarazo no convertiría a Diogo en padre. El famoso playboy tenía infinidad de mujeres a su disposición, mujeres a las que trataba como reinas cuando le apetecía para luego tratarlas como si fueran basura. Seguramente que ya se había olvidado de ella, una chica que llevaba ropa barata y que no tenía un aspecto muy atrayente.

Diogo Serrador… ¿un padre decente?

Lo más probable sería que le ofreciera dinero para que abortara.

–Oh… –dijo, cubriéndose la cara con las manos y maldiciendo a Diogo en voz alta.

Aunque aquel embarazo era muy inconveniente, había llegado a querer mucho a aquel bebé. Era su hijo. Su familia.

Pero sabía que Diogo tenía el derecho de conocer la noticia.

Entró en el edificio y se dirigió hacia los ascensores, donde tomó uno que la llevó a la trigésima planta. Al llegar se dirigió con mucha determinación hacia las oficinas.

–Llegas tarde –espetó Carmen Álvarez cuando la vio–. Los números que me diste anoche no eran correctos. ¿Qué es lo que te ocurre, muchacha?

Ellie sintió cómo el suelo se movía debajo de sus pies al embargarla una sensación de náusea. Ya se había sentido mareada en dos ocasiones mientras se dirigía hacia allí en metro desde su pequeño apartamento en Washington Heights. Aunque en realidad llevaba sufriendo mareos desde hacía meses. Aquello debería haberle advertido, pero se había dicho a sí misma que su menstruación no era muy regular. No podía estar embarazada. ¡Diogo Serrador le había dado su palabra!

–¿Estás enferma? –le preguntó la señora Álvarez, frunciendo el ceño–. ¿O has estado de fiesta toda la noche?

–¿De fiesta? –contestó Ellie, riéndose levemente. Aquella mañana, cuando finalmente había sido capaz de subir la cremallera de su falda negra de tubo y de abrocharse los botones de su entallada camisa blanca, se había dirigido a una farmacia abierta las veinticuatro horas. Allí había comprado una prueba de embarazo–. No, no he estado de fiesta.

–Entonces es algún hombre –dijo Carmen–. Ya he visto esto antes. Espera ahí –ordenó la secretaria antes de contestar al teléfono–. Oficina de Diogo Serrador…

Otra de las secretarias que trabajaban allí se acercó a Ellie para darle unas palmaditas en el hombro.

–¿Has visto la fotografía del señor Serrador en los periódicos de esta mañana? –preguntó Jessica–. Llevó a lady Allegra Woodville a la cena benéfica de anoche. Es tan guapa y elegante, ¿no te parece? Pero claro, proviene de una familia de clase alta, al igual que él.

Ellie apretó los dientes y pensó que jamás debía haber confesado su encaprichamiento de Diogo… ni cuánto había sufrido tras haber estado con él en Río.

Jessica había esparcido unos malintencionados rumores por la oficina. En aquel momento, todo el personal que trabajaba para Diogo la consideraba una cazafortunas. ¡Ella, que nunca antes había besado a un hombre! ¡Había sido él quien la había tomado en brazos en Río!

Pero finalmente había renunciado a sus sueños y se había percatado de que su abuela tenía razón.

Su corazón no era lo suficientemente duro ni moderno como para sobrevivir a la vida en la gran ciudad. Se había dado por vencida.

Hacía tres semanas le había dicho que sí a Timothy. Éste había dejado su prestigioso trabajo como abogado en las oficinas Serrador para marcharse a trabajar al pequeño pueblo de ambos y abrir un bufete. Había insistido en que Ellie se marchara con él, pero ella se había negado.

Pero después de aquel día no tendría que volver a ver Nueva York… ni a Diogo. Se iba a casar con un hombre respetable que la amaba. Un hombre en el que podía confiar.

Claro, eso sería asumiendo que Timothy todavía la quisiera al enterarse de que estaba embarazada del hijo de otro.

La señora Álvarez colgó el teléfono y la miró.

–No sé qué has estado haciendo en tu tiempo libre, pero tu trabajo ha sido inaceptable. Ésta es tu última oportunidad…

La profunda voz de Diogo la interrumpió. Éste habló por el interfono de la oficina.

–Señora Álvarez, venga inmediatamente.

El pánico se apoderó del cuerpo de Ellie al oír aquella voz. Se le revolucionó el corazón.

–Sí, señor –contestó la secretaria ejecutiva. Entonces miró a Ellie de arriba abajo de manera crítica–. Necesito que hagas un nuevo análisis a conciencia de…

–No –susurró Ellie.

–¿Qué has dicho? –preguntó la señora Álvarez con el enfado reflejado en la cara.

Temblando pero muy decidida, Ellie miró a la mujer a la cara.

–Tengo que verlo.

–¡Desde luego que no! –espetó la secretaria.

–Déjala pasar –terció Jessica–. En cuanto la vea vestida con ese horrendo conjunto seguro que la despide.

Ignorando aquel hiriente comentario, Ellie comenzó a dirigirse al despacho del jefe.

–¡Detente inmediatamente! –le ordenó Carmen, poniéndose delante de ella–. Aquí no eres nadie y ya he soportado demasiado tu incompetencia. ¡Tu insolencia! Agarra tus cosas. ¡Estás despedida!

Desesperada, Ellie logró pasar por un lado de la señora Álvarez y entrar en el despacho de su multimillonario jefe.

 

 

Diogo Serrador estaba teniendo una semana infernal.

Tras un año de duro trabajo y de gastar millones de dólares, su hostil toma de poder sobre Trock Nickel Ltd había fallado.

Porque había perdido su aliado entre los directores de aquella empresa.

Porque no había acudido a una importante cita.

Porque una de sus secretarias no había escrito correctamente la hora…

Y aquél sólo era el último de los errores de Ellie Jensen. Durante las anteriores semanas había observado cómo el trabajo de ella caía en picado hasta llegar a unos niveles ridículos. La había visto llegar tarde, marcharse antes de tiempo, alargar mucho la hora de comer y pasar demasiado rato en el cuarto de baño.

Maldiciendo, se levantó de su escritorio y comenzó a andar por delante de los grandes ventanales desde los que se veían los rascacielos de Manhattan y el parque Battery. A pesar de la inexperiencia de la señorita Jensen y de la manera en la que la había contratado… simplemente basándose en la recomendación del que había sido su jefe de abogados… se la había llevado consigo a Río para cubrir un importante acuerdo, ya que la señora Álvarez había estado enferma. Y Ellie Jensen había estado en camino de convertirse en una empleada muy valiosa para su empresa.

Pero había cometido el error de seducirla…

Apretó los dientes y se dijo a sí mismo que jamás debía haberla llevado a Río. Debía haberla despedido en Navidades junto con su traicionero abogado.

Se puso tenso al recordar la pálida cara de Timothy Wright cuando éste supo que él había descubierto lo que había hecho.

–Debería darme las gracias, señor Serrador –había dicho el hombre–. Le he ahorrado millones de dólares.

¿Darle las gracias? Lo que se merecía Wright era arder en el infierno.

Pero tuvo que admitir que quizá le gustaba tener a Ellie por la oficina. Al contrario que otras muchas secretarias, ella siempre había actuado de manera alegre y amable. No se había involucrado en los cotilleos y había añadido vitalidad a la oficina.

Hasta que se había acostado con ella.

Había sabido que la muchacha venía de un pueblo, pero como tenía veinticuatro años en ningún momento se le había pasado por la cabeza que fuera virgen. Si lo hubiera sabido, jamás la habría tocado. Las vírgenes se tomaban demasiado en serio las relaciones sexuales y lo veían como el comienzo de una relación. Además, normalmente eran aburridas en la cama.

Pero Ellie Jensen había sido encantadoramente sensacional, con aquellos preciosos ojos azules y aquel angelical pelo rubio. Había tenido un cuerpo tan fantástico que él había asumido que tenía mucha experiencia. Movido por el calor y la lujuria del Carnaval de Río había actuado en un impulso. Y había sido una noche maravillosa… Se excitaba con sólo recordarlo.

Pero había otras muchas mujeres bellas en el mundo y no estaba interesado en romper corazones inocentes.

Oyó cierto alboroto fuera de su despacho e, irritado, volvió a presionar el botón del interfono.

–¿Señora Álvarez? ¿A qué se debe el retraso?

La puerta del despacho se abrió abruptamente y Diogo se puso tenso.

–Por fin. Por favor, escriba lo siguiente…

Pero al levantar la vista, en vez de ver a su competente secretaria ejecutiva, vio a su cruz… la mujer que con su belleza e inocencia le había costado un acuerdo de un billón de dólares.

–¡Tengo que hablar contigo! –gritó ella, forcejeando con la señora Álvarez–. ¡Por favor!

–Señorita Jensen –espetó él. Entonces la miró detenidamente.

Ellie llevaba el pelo agarrado en una despeinada coleta y tenía ojeras. Su aspecto era realmente horrible y la arrugada ropa que llevaba le hacía parecer más gorda. Se preguntó qué le había ocurrido a su alegre y arreglada secretaria.

Sin duda la chica pretendía confesar su amor por él y suplicarle un compromiso… precisamente lo que él había tratado de evitar. Le habría gustado tenerla como amante durante más de una noche, pero se había negado a sí mismo aquel placer. La había ignorado deliberadamente con la intención de que la muchacha se percatara de que no tenía ningún futuro con él.

Le había sido difícil, sobre todo trabajando en la misma oficina. Muchas veces, al verla sentada en su puesto de trabajo, había deseado llevarla a su despacho y hacerle el amor sobre su escritorio, contra la pared, en el sofá de cuero… Pero se había contenido. Había tratado de ser noble.

Y aquél era el resultado; tres meses sin tener a ninguna mujer en su cama y la pérdida de un acuerdo de un billón de dólares.

–Lo siento, señor –se disculpó, jadeando, una furiosa Carmen Álvarez–. Traté de detenerla…

–Déjenos solos, señora Álvarez –contestó él.

–Pero, señor… –comenzó a responder la mujer.

Diogo la miró de tal manera que provocó que la señora Álvarez se marchara de inmediato y que cerrara la puerta tras de sí.

–Siéntese, señora Jensen –ordenó entonces él.

La muchacha no se movió. Con los brazos cruzados, lo miró amargamente.

–Creo que deberías comenzar a llamarme Ellie, ¿no te parece?

¿Ellie? Él nunca sería tan poco profesional como para tutear a un miembro de su personal.

–Siéntese –repitió.

En aquella ocasión Ellie obedeció. Se sentó en la silla que había frente al escritorio de él. Tenía un aspecto muy infeliz, como si estuviera enferma. Su mirada provocó que Diogo se sintiera culpable e intranquilo.

Obviamente el silencio de él no le había dejado las cosas claras a aquella mujer. Iba a tener que ser muy brusco y decirle que no tenía intención de tener ninguna relación seria.

Con suerte, Ellie aceptaría su decisión y volvería a ser una secretaria eficiente. Tenía que darle la oportunidad… ¡aunque si hubiera sido otro miembro de su personal el que le hubiera hecho perder un contrato tan importante lo hubiera echado sin pensarlo dos veces!

Pero no le podía hacer eso a Ellie. No después de haberla seducido en Río. No después de haber pervertido la inocencia de la única chica verdaderamente buena que había conocido en Nueva York.

–¿De qué quiere hablar conmigo, señorita Jensen? ¿Qué puede ser tan importante como para que casi se haya peleado con la señora Álvarez?

–Tengo… algo que decirte –contestó Ellie, tragando saliva.

–¿Sí?

Diogo esperó. Supuso que ella le iba a decir que lo amaba, que no podía vivir sin él…

–Me… me marcho –fue lo que dijo Ellie–. Dimito. De inmediato.

El alivio se apoderó del cuerpo de él. Pero a continuación sintió un profundo arrepentimiento.

Se sentó en su silla.

–Siento oír eso. Pero comprendo por qué quiere marcharse. Le escribiré una carta de recomendación que conseguirá que cualquier empresa de la ciudad la contrate.

–No –Ellie negó con la cabeza–. No comprendes. No necesito ninguna carta de recomendación. Me voy a casar.

Muy impresionado, Diogo se quedó mirándola.

–¿Se va a casar? –dijo, sintiendo cómo el pecho se le quedaba frío–. ¿Cuándo?

–Esta tarde.

–¡Qué rápido! –exclamó él, apretando los puños.

–Lo sé.

Diogo respiró profundamente. Durante los meses anteriores ella no había parecido estar muy abatida por lo que había ocurrido con él. Se percató de que no la había herido al seducirla y de que ella se había distraído con un nuevo romance. Debería sentirse feliz.

Pero algo parecido a una furia ciega se apoderó de su cuerpo. Por alguna razón, sintió ganas de darle un puñetazo al hombre que en poco tiempo tendría a Ellie Jensen en su cama todas las noches…

–¿Quién es él? –preguntó.

–¿Realmente te importa? –quiso saber ella, sentándose erguida en la silla.

–No –contestó Diogo, poniéndose tenso–. No.

Ellie se quedó mirándolo durante largo rato.

–Es cierto, ¿verdad? –dijo por fin, susurrando–. Para ti las mujeres son intercambiables. Las utilizas para organizar tu rutina, para que te hagan el café o para que te calienten la cama.

Él pensó que nunca antes había experimentado la sensación de que una mujer a la que todavía deseaba lo dejara. Se sintió furioso.

–Pues debe saber, señorita Jensen, que lo distraída que ha estado usted con su nuevo novio me ha costado perder el acuerdo Trock…

–¡Te he dicho que me llames Ellie! –gritó ella–. ¡Y no he terminado!

Diogo se cruzó de brazos y se forzó en esperar.

Ellie se levantó despacio de la silla en la que estaba sentada. Tenía los ojos acuosos y parecía estar muy emocionada.

–Siento lo del acuerdo Trock, Diogo, pero hay algo que debes saber –dijo en voz baja–. Voy… a tener un bebé.

¿Un bebé? Él se quedó helado. Ellie estaba embarazada del hijo de otro hombre.

Durante un momento le costó incluso respirar. Oyó el eco de una voz de mujer que le suplicaba en portugués…

–¿Te casarás conmigo, Diogo? ¿Lo harás?

Y más tarde la voz de un hombre que le hablaba en el mismo idioma.

–Me temo que está muerta, senhor. La han golpeado hasta matarla…

–¿Diogo?

La voz de Ellie le hizo volver al presente.

Embarazada. Aquello explicaba que hubiera ganado peso y su palidez. Había estado en la cama con otro hombre. Se preguntó cuántas veces habrían hecho el amor para que ella se quedara embarazada. ¿Tres veces a la semana? ¿Tres veces al día? El enfado que sentía se hizo aún más intenso. Desde que habían regresado de Río, él había sido tan célibe como un monje ya que había estado luchando día y noche para materializar el acuerdo Trock. Y mientras que él había estado culpándose a sí mismo por haber destruido la inocencia de aquella pobre muchacha, ella se había metido en la cama de otro hombre con toda tranquilidad.

–Ellie, eres una buena actriz, ¿verdad? –no pudo evitar decirle, mirándola. Comenzó a tutearla–. Haces muy bien el papel de la dulce chica inocente. Pero cuando te diste cuenta de que entregarme tu virginidad no iba a conseguir que me quedara contigo, te marchaste con otro hombre a toda prisa, ¿no es así? Y te quedaste accidentalmente embarazada. Supongo que será muy rico. Enhorabuena.

Ellie se quedó con la boca abierta y lo miró con los ojos como platos.

–¿Crees que me he quedado embarazada a propósito? –susurró–. ¿Que he forzado a un hombre a casarse conmigo?

–Creo que eres muy lista –contestó él con frialdad–. Durante todo este tiempo he pensado que eras muy diferente al resto de las mujeres… pero eres incluso peor. Biskreta, eres la mejor actriz que conozco.

–¿Cómo puedes siquiera pensar eso?

–Sólo tengo curiosidad por saber la identidad del pobre tonto –dijo Diogo despiadadamente–. Dime… ¿quién es el idiota que se dejó atrapar por ti?

En ese momento los ojos de Ellie se llenaron de lágrimas. Pero él acorazó su corazón frente a aquellas lágrimas de cocodrilo. No iba a permitir que le tomara el pelo. ¡Nunca más! Había estado preocupándose por sus sentimientos durante tres meses. Incluso se había contenido de llevarla a la cama por protegerla. ¡Y durante todo aquel tiempo lo único que había buscado Ellie había sido tener un anillo en el dedo!

–Tú crees que sólo un idiota se casaría conmigo, ¿no es así? –dijo ella.

–Efectivamente –contestó él fríamente–. Sólo unos pocos tontos se casarían con una mujer que los ha atrapado deliberadamente con un bebé.

A Ellie comenzaron a caerle las lágrimas por las mejillas.

–Eres una actriz envenenada –murmuró Diogo–. Has realizado una actuación maravillosa.

Ella lo miró y se rió.

–Tú jamás dejarás embarazada a ninguna mujer, ¿verdad, Diogo? –espetó–. ¡Te has asegurado de ello!

–Sim, así es –respondió él–. Jamás he conocido a ninguna mujer en la que pudiera confiar durante más tiempo del que conlleva seducirla.

–¿Eso es todo lo que tienes que decirme? –preguntó Ellie, susurrando–. ¿Después de que me sedujeras y de que me robaras la virginidad? ¿Después de tres meses de silencio no tienes otra cosa que decirme que no sean insultos?

Diogo sintió cómo un estremecimiento le recorrió el cuerpo. Pensó que Ellie Jensen era una cazafortunas y que era ridículo que le sorprendiera. Había muchas como ella.

–Tengo una pregunta que hacerte –dijo mordazmente–. ¿Por qué estás todavía aquí, en mi despacho? Has renunciado a tu trabajo sin previo aviso. Aunque la verdad es que te has convertido en una secretaria tan mala que me alegro de que te marches. ¿Pero por qué sigues aquí? ¿Tienes miedo de que tu futuro marido no te vaya a complacer en la cama y estás tratando de buscar un amante? Pues lo siento, pero yo no salgo con mujeres casadas.

–¡Eres detestable! –espetó ella, secándose las lágrimas.

–No, querida. Eso lo serás tú. Como empleada mía, te respeto. Pero me equivoqué contigo. Márchate, Ellie. Simplemente márchate.

–No te preocupes, Diogo –dijo ella con suavidad–. Jamás me volverás a ver.

En ese momento alguien llamó a la puerta y él se dirigió a abrir. Se encontró con un guardia de seguridad.

–La señora Álvarez me ha llamado, señor Serrador.

–Sí, acompañe a la señorita Jensen a la salida –contestó Diogo, dándose la vuelta–. Márchate, Ellie. Buena suerte.

–Buena suerte –repitió ella–. Adiós.

Una vez estuvo solo, Diogo trató de trabajar. Pero no pudo. Después de una hora se dio por vencido. Telefoneó a una actriz bellísima y la invitó a comer.

Sólo fue mientras comían que se le ocurrió que el hijo que estaba esperando Ellie podía ser suyo.