Pasión impredecible - Emma Darcy - E-Book
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Pasión impredecible E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Nathan King, poderoso dueño de la legendaria empresa ganadera de su familia, lo tenía todo excepto una mujer que compartiera su vida. Miranda Wade no tenía nada, excepto un pasado que estaba decidida a superar, y la esperanza de que su nuevo trabajo en el Edén de los King le permitiera iniciar una nueva vida. Nathan la deseaba, pero dudaba de que fuera capaz de soportar la aislada vida del interior de Australia. Miranda también lo deseaba, pero creía que su pasado le impedía tener un futuro con un King. Las consecuencias de la pasión que surgió entre ellos fueron imparables e impredecibles...

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Emma Darcy

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasion impredecible, n.º 1184 - diciembre 2019

Título original: The Cattle King’s Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-671-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA AMANTE de un hombre casado… ni hablar!

Miranda se dio cuenta de que le estaban chirriando los dientes otra vez, y conscientemente relajó la mandíbula. Iba a acabar por deshacerse los dientes si continuaba pensando en Bobby Hewson y en su absurda pretensión de que siguieran siendo amantes, alegando que su inminente matrimonio no debía suponer una barrera de ningún tipo para lo que ellos compartían.

Bien, ya podía buscarse a otra persona para que le calentara la cama la próxima vez que viajara a Sydney, pensó Miranda. El adulterio no era su estilo. Podía haber sido una estúpida al dejar que Bobby jugara con ella durante tres años con sus promesas de matrimonio, pero no iba a consentir que la utilizara como un objeto de placer fuera del matrimonio.

–Señorita Wade, aquí tiene su ginebra con tónica.

Miranda apartó de su mente aquellos irritantes pensamientos, y miró a la sonriente azafata que extendía una servilleta en la pequeña bandeja metálica para bebidas que había sobre el brazo de su asiento de primera clase. Sobre ella depositó una pequeña botella de ginebra, una lata de tónica, y un vaso con cubitos de hielo. Era agradable que sus nuevos jefes hubiesen pagado un billete de primera clase, pensó Miranda, con la esperanza de que la bebida la relajara.

–Gracias –respondió devolviéndole la sonrisa.

Los ojos de la azafata se iluminaron con interés:

–Acabo de ver el libro que tiene en el regazo, El Edén de los King. ¿Se dirige hacia allí?

Era el libro que Elizabeth King le había dado como información básica, después de que Miranda hubiese firmado un contrato por dos años como directora del centro de vacaciones. La historia del lugar, y de sus dueños podría resultar algo árida, pero era lectura obligada dadas la circunstancias, y la mejor manera de pasar el rato en aquel vuelo hacia Darwin. Miranda se dijo a sí misma, con decisión, que ya era hora de que se concentrara en el futuro que le esperaba, y dejara atrás el pasado.

–Así es –respondió decidida a sacar partido del interés mostrado por la azafata–. ¿Lo conoce?

–He estado allí –respondió la azafata con notable entusiasmo.

–¿Se alojó en el centro de vacaciones?

–No en el edificio principal. Era demasiado caro. Con unos amigos estuve unos días en las cabañas que hay en el cañón Granny.

Cabañas, camping, bungalows y suites en el edificio principal, eran los cuatro niveles de alojamiento que Miranda se encargaría de dirigir.

–¿Cree que mereció la pena?

–¡Sin duda! Nunca había visto tantas mariposas. Los árboles que había estaban llenos de ellas. Y nadamos en un maravilloso lago de aguas cristalinas alimentado por las cascadas que caían de los acantilados. Una maravillosa manera de darse una ducha.

–Así que definitivamente lo recomienda.

–A cualquiera –confirmó la azafata–. Y no deje de visitar las cuevas con pinturas de los aborígenes, si va al cañón.

–Lo haré, gracias.

Bueno, pensó Miranda, el Edén de los King le había resultado agradable al menos a una persona. El único atractivo que tenía para ella en aquel momento era la oportunidad que le ofrecía de vivir su vida por sí misma.

Si se hubiese quedado en la cadena de hoteles Regency, podría haber pasado de ser asistente de dirección en Sydney a ocupar un puesto en algún lugar de Europa, una ambición que tuvo hacía años. Pero la promoción dependería de los servicios personales que prestara a Bobby Hewnson. Él lo había dejado muy claro. El ascenso iba ligado al hecho de que ella aceptara su matrimonio, que por otra parte, según Bobby era solo una cuestión de conveniencia para reforzar la alianza entre dos cadenas de grandes hoteles.

¡Otra mentira! La fotografía de su novia francesa que apareció en los periódicos, fue para Miranda una prueba más que suficiente de que Bobby no tendría inconveniente para disfrutar de su luna de miel. Sin duda había estado mintiéndola todo el tiempo. Tres años de mentiras. Lo único que era capaz de creer ya era su amenaza de que si lo abandonaba, él se encargaría de que no pudiese conseguir un buen trabajo en ningún otro sitio. Había dejado claro que haría lo que fuera necesario para lograr lo que quería.

El Edén de los King le ofrecía la perfecta escapatoria. Era un complejo que no dependía de nada que Bobby Hewson pudiera manejar o influir. Sonrió para sus adentros al recordar una de las preguntas que Elizabeth King le hizo durante la entrevista:

–¿Tienes algún… compromiso?

–Soy completamente libre, señora King –afirmó–. Mi vida me pertenece.

Y así era como iba a ser en el Edén de los King, se juró Miranda. Tendría su propia vida, dirigida por ella misma. No le importaba lo diferente que pudiera ser el entorno, ni los problemas a los que tuviera que enfrentarse. Su propia autoestima le exigía hacerse valer por sí misma… ¡no por ser la amante de un playboy!

Abrió el libro que tenía en el regazo decidida a concentrarse en el futuro. En la primera página había un mapa que mostraba la región de Kimberly –trescientos veinte mil kilómetros cuadrados, que se extendían desde el puerto de Broome en la costa oeste de Australia, hasta la frontera norte.

 

Podía no ser el Jardín del Edén, pero al menos no tenía serpiente. Con ese pensamiento tranquilizador en mente, Miranda pasó la página y comenzó a leer, consciente de que había pasado también una página en su vida personal, y solo le quedaba un camino posible, seguir hacia adelante.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DIME solamente una cosa, madre. ¿Por qué has elegido una mujer?

Porque necesitas una, y ahora que Susan Butler ha desaparecido definitivamente de tu vida, ya es hora de que busques algo más que una amante, pensó Elizabeth King, pero no dijo nada, mientras evaluaba el nivel de enfado de su hijo mayor, ante la decisión que había tomado. El tono de irritación en su voz, el ceño fruncido, y la tensión que reflejaban sus impacientes movimientos desde que había entrado en el salón, no parecían presagiar un encuentro amigable entre Nathan y Miranda Wade, a la que estaba a punto de conocer.

Tommy era el encargado de dirigir el centro de vacaciones. Nathan se ocupaba de la empresa ganadera, y había establecido una clara separación entre ambos negocios.

Tenía treinta y cinco años. Ya era hora de que se casara y tuviera hijos. Nathan era genéticamente el más parecido a Lachlan, y Elizabeth no quería que aquella herencia se perdiera.

–He elegido a la persona más cualificada para dirigir las instalaciones –respondió ella, alzando una ceja en señal de extrañeza mientras miraba a aquel hijo que tanto se parecía a su padre–. No tenía ni idea de que tuvieras prejuicios ante la idea de que las mujeres ocupen puestos de responsabilidad, Nathan.

Él la miró con gesto irónico, desde el sillón de piel que había hecho suyo por ser el único lo suficientemente grande como para poder acomodar en él toda su corpulenta humanidad.

–Ni siquiera tú puedes pasar aquí todo el año.

Aquel argumento no le iba a servir.

–Tengo otros intereses que atender, y tú lo sabes.

Nathan mantuvo su mirada escéptica:

–El hecho es que todos habíamos acordado que un matrimonio sería lo mejor.

–Sí, si el matrimonio es estable –aceptó Elizabeth, aludiendo indirectamente al hecho de que el último encargado había abandonado el puesto presionado por una amenaza de divorcio–. ¿Y quién puede determinar lo estable que es una relación en una entrevista en la que todos se esmeran por dar la imagen que se espera de ellos para conseguir el trabajo? Ya hemos pasado por eso.

–En ese caso, yo creo que un hombre solo tiene más posibilidades de poder adaptarse a este lugar que una mujer sola.

–No me gustaron los hombres que solicitaron el trabajo. Algo blandos, para mi gusto.

–¿Y qué es lo que has conseguido? ¿Una mujer de acero? –dijo –. Más vale que así sea, porque no estoy dispuesto a ir detrás de ella enderezando sus entuertos.

–Estoy segura de que sabrás hacérselo entender, Nathan –Elizabeth no pudo reprimir una leve sonrisa de satisfacción al añadir–. Si quieres.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Dudo mucho de que Miranda Wade sea de las que les gusta colgarse de la mano de ningún hombre.

«Y eso, hijo mío, puede resultar para ti un reto muy difícil de resistir».

–Justo lo que necesitamos… una feminista agresiva que saque a relucir sus encantos con nuestros huéspedes.

–Oh, creo que alguien que ha estado en el negocio de la hostelería durante doce años, sabe cómo tratar a los huéspedes –rebatió Elizabeth–. Pero juzga por ti mismo, Nathan. Ese ruido parece el del coche de Tommy. Confío en que harás un esfuerzo por ser amable.

Nathan levantó los ojos y murmuró:

–Estoy seguro de que Tommy estará en buena forma, y que sin duda será capaz de suplir mis fallos.

Cierto, pensó Elizabeth. Lo más probable era que su segundo hijo, que era extremadamente extrovertido, estuviera derrochando sus encantos con Miranda en ese mismo momento. Tommy era atractivo y le gustaba gustar. Pero estaba segura de que por más que se esforzara, los flirteos de Tommy no harían mella en Miranda. La mirada de los profundos ojos verdes de aquella mujer estaba enfocada hacia dentro, no hacia fuera, como si tuviera la necesidad de demostrarse algo a sí misma. Elizabeth pensó que sería interesante comprobar si Nathan era capaz de sacarla de ese ensimismamiento. Nathan, siendo como era, podía gustar o no, pero era sin duda un reto. Un reto que la mayoría de las mujeres se sentían incapaces de afrontar. Pero Elizabeth no creía que Miranda fuera de las que se dejaban vencer con facilidad. A pesar de todo, sería necesario que se sintieran atraídos el uno por el otro. Ese elemento tan caprichoso, la atracción sexual, era esencial. Elizabeth no podía sino esperar…

 

 

Miranda había visto desde el aire, aquella mañana, la zona que incluía el centro de vacaciones y la empresa ganadera, pero no se había dado cuenta de que los edificios relacionados con ambas actividades estaban completamente separados. El edificio principal del complejo turístico, no tenía relación alguna con la casa de la familia. El primero era una construcción de diseño muy moderno, mientras que el aire que desprendía la segunda tocó una fibra sensible en el ánimo de Miranda. Aquel lugar mostraba unas raíces sólidas y profundas. El tipo de raíces que ella nunca había conocido. No había habido nada estable ni sólido en la vida de su madre, y Miranda se había alegrado de poder salir de ella. Era consciente de que ella para su madre no solo era el desagradable recuerdo del error cometido, y de su edad, sino además era una indeseable distracción para los hombres que la mantenían. En cuanto cumplió los dieciséis años, se fue y había trabajado y vivido en hoteles desde entonces, sin dejar que el entorno le afectara. Eran simplemente lugares que le proporcionaban un techo, pero no tenía noción de lo que era un «hogar», ni sabía lo que eran tradiciones familiares, ni tenía la sensación de pertenecer a nada que no fuera ella misma.

Se sentía extraña al enfrentarse cara a cara con algo tan distinto a su propia experiencia.

Nada allí era nuevo. Como todos los edificios de la empresa ganadera, la casa principal era blanca. Sin embargo, estaba construida lejos de las otras edificaciones, en un alto sobre el río, y los miradores, con sus balaustradas de hierro forjado, rematados en lo alto con los simétricos picos del tejado, le daban la apariencia de una brillante corona destacando sobre todo el terreno que desde allí se divisaba.

Mientras Tommy dirigía el Jeep hacia las escaleras de la casa, Miranda, impresionada por sus dimensiones preguntó.

–¿Cuándo se construyó?

–Oh, va a hacer noventa años –respondió él dirigiéndole una de sus radiantes sonrisas–. Uno de los primeros hermanos King que hubo por aquí, Gerald, vio la casa de un oficial del gobierno en Queensland, y le impresionó tanto que copió el diseño, e hizo que le enviaran todos los materiales por barco hasta Wyndham.

Sin reparar en gastos, pensó Miranda, recordando que en el libro que había leído se decía que los primeros hermanos King que se desplazaron como pioneros a aquellas tierras, habían hecho una fortuna como buscadores de oro en Kalgoorlie, antes de desplazarse hacia allí.

–Es impresionante –murmuró Miranda, pensando que ya no se hacían casas tan enormes en esos tiempos. Al menos no en los suburbios, rectificó, consciente de la limitación de sus conocimientos.

–En los viejos tiempos, esta casa servía para muchas cosas –explicó Tommy alegremente–. Todos vivían en ella, y los viajeros que pasaban se quedaban a descansar aquí durante días. La hospitalidad ha sido siempre una característica de esta zona tan despoblada de Australia.

–Supongo que sirve para combatir la sensación de aislamiento –sugirió Miranda.

–Bueno, hoy en día los aviones han solucionado ese problema –respondió él.

Miranda se había enterado de que él poseía y dirigía una compañía aérea de Kununurra . Tommy King era un empresario en toda regla. Su autoestima, su agradable personalidad, y un don especial hacían de él una persona capaz de vender cualquier cosa, sobre todo a sí mismo. Pero Miranda no estaba dispuesta a comprar. Había estado con él desde que la recogió en el aeropuerto de Kununurra aquella mañana, y como guía informativo había resultado perfecto, pero ella estaba firmemente decidida a mantener una clara distancia en el terreno personal. Los atractivos de Tommy King no podrían tentarla a mezclar el negocio con el placer. Esperaba que él estuviera entendiendo su mensaje porque desde luego que no deseaba que se produjera entre ellos ningún malentendido.

–Ahora, este lugar se está empezando a convertir en un elefante blanco –comentó él mientras paraba el coche–. Desaprovechado… –dijo moviendo la cabeza con tristeza–. Probablemente los huéspedes darían un ojo de la cara por poder alojarse aquí, pero Nathan no quiere ni oír hablar del asunto –sonrió, y sus ojos oscuros brillaron con aire de complicidad al añadir–. Mi hermano es como un muro de piedra.

Nathan… el hijo mayor de Elizabeth y Lachlan. Había hecho bien en estudiarse el árbol genealógico que aparecía en el libro del Edén de los King. Las personas que había encontrado hasta ese momento asumían que ella conocía todos esos detalles tan bien como los conocían ellas.

–Se comprende que prefiera mantener la privacidad de su familia –alegó Miranda, pensando que había cosas que eran más importantes que el ganar dinero.

–Si alguna vez llega a casarse y a formar una familia, estaré de acuerdo –replicó Tommy–. En la actualidad, está aquí solo la mayor parte del tiempo, y no parece que eso vaya a cambiar.

Tommy bajó del Jeep y rápidamente dio la vuelta al vehículo para abrirle la puerta. Miranda tuvo poco tiempo para digerir la nueva información. Había creído que la invitación para cenar con la familia en la vieja casa familiar aquella noche incluiría a más de un hombre. A más de dos, contando a Tommy.

–Pensé que la señora King vivía aquí también –dijo mientras salía del Jeep.

–No de forma permanente. Mamá está muy ocupada dirigiendo los cultivos de perlas en Broome… –«perlas», pensó Miranda. Tommy sonrió–… pero vino ayer para poder darte la bienvenida y para asegurarse de que todo está a tu gusto.

Miranda se relajó. No sería la única mujer en la cena. Elizabeth King sería sin duda la encargada de dirigir la conversación aquella noche.

–¡Que amable! –dijo Miranda sonriendo.

Tommy se rió:

–Mamá es una diplomática de la cabeza a los pies.

Subieron las escaleras, mientras Miranda se preguntaba cómo serían de diferentes los dos hermanos y si le costaría mucho a su madre lograr unificar sus diferentes intereses en un tono suficientemente armonioso.

–¿No hay un tercer hermano?

El libro del Edén de los King se había escrito hacía años, y ella había asumido que desde entonces se habrían producido algunos matrimonios. Tras comprobar que su supuesto era erróneo en el caso de Nathan y Tommy, y no habiendo mencionado este último a un tercer hermano, Miranda se preguntaba si le habría pasado algo.

–Oh, Jared se ocupa de los asuntos mineros, y supervisa el trabajo en los campos de cultivo de perlas. Rara vez viene por aquí –respondió de inmediato–. Probablemente lo conocerás antes o después, pero no esta noche. Creo que está en Hong Kong en estos momentos.

«Asuntos mineros».

Lo que tenía frente a ella era una verdadera fortuna, de un nivel similar, si no superior a la de la familia Hewson, pensó Miranda. Los tres hermanos King estarían acostumbrados a obtener lo que se les antojara, tal y como le pasaba a Bobby. Cuando se casaran, sería sin duda con mujeres de familias que tuvieran relación con sus negocios. Esa era la manera de funcionar que tenía la gente de su clase. Ella estaba fuera de ese mundo. Era una empleada que tenía sus obligaciones. Miranda decidió mantener esas «obligaciones» claramente definidas.

Jamás permitiría que las cortesías de Tommy la afectaran, y si Nathan había construido un muro de piedra alrededor suyo, ella no sería la que lo derribara. Jared parecía estar más o menos fuera de juego, así que no tendría problemas con él. Pensó que lo mejor era que aquella noche dedicara toda su atención a Elizabeth King. Con esta decisión firmemente asentada en su mente, Miranda se dedicó a prestar atención a los detalles de la casa a la que entraban.

Una vez dentro, comprobó que el hall de entrada se extendía hasta la parte posterior de la casa, formando una galería de retratos. Un resumen de la historia del Edén de los King, pensó, sin poder detenerse a contemplarlos.

Tommy se dirigió directamente hacia la primera puerta del pasillo, y la abrió cediéndole el paso hacia un gran salón. La mayor parte de la decoración tenía influencias orientales, pero no reparó demasiado en ella, su mirada quedó clavada en un hombre que parecía una montaña. De una altura superior a los de dos metros, de anchos hombros, pecho musculoso, era uno de los hombres más grandes que Miranda había visto jamás, y todo él emanaba una fuerza imparable.

Su mera presencia física tuvo un fuerte impacto en Miranda. Parecía haberle afectado a todo el sistema nervioso, y le producía una extraña sensación de desasosiego. Pero él no la estaba amenazando, pensó Miranda. Se había levantado en señal de cortesía. No había razón para que se sintiera… vulnerable.

Haciendo un alarde de autocontrol, Miranda lo miró a los ojos, y esbozó una sonrisa de cortesía. La cara de aquel hombre, de rasgos duros y cortantes, podría haber sido esculpida en granito. Incluso las curvas de sus labios parecían haber sido talladas, claramente definidas, como si se tratara de evitar cualquier signo de debilidad. No había en Nathan King ni un solo rasgo externo que permitiera clasificarlo como el típico guapito playboy.

Tenía el pelo negro, tupido y liso, pobladas cejas negras, y los ojos de un azul intenso que resaltaba aún más en el conjunto de su piel morena. Miranda se sintió atravesada por aquella mirada, totalmente incapaz de librarse de su poder cautivador… hasta que Elizabeth King habló:

–Bienvenida al Edén de los King…

Miranda volvió la cabeza hacia el lugar de donde procedía aquella voz familiar. La mujer que la había contratado estaba sentada en un sillón cuya tapicería de seda roja y dorada, contrastaba elegantemente con su pelo blanco, su traje de chaqueta blanco, y las bellas perlas que lucía en torno a su cuello.

–Es un placer y un privilegio estar aquí, señora King –logró responder Miranda con un aplomo convincente–. Gracias por haberme invitado.

La mujer mayor sonreía, y en sus ojos había una cálida mirada de íntima satisfacción.

–Este es Nathan, que dirige la empresa ganadera. Nathan, Miranda Wade, la nueva directora del centro de vacaciones.

Él no se movió ni un milímetro de donde estaba. Por un instante Miranda se quedó también clavada en el suelo, pero su amplia experiencia en tratar con gente la hizo avanzar. Tomar la iniciativa, siempre lograba romper el hielo. Tendría que estar en contacto con aquel hombre, siempre que se necesitara su colaboración, así que era importante que estableciera una buena relación. Sin embargo, a pesar de la solidez de su razonamiento, no lograba controlar bien sus piernas, que parecían querer ceder bajo su peso mientras se acercaba a Nathan King para darle la mano. Aquel era el tipo de hombre que dominaba todo aquello que tocaba… y ella estaba a punto de tocarle.