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La tolerancia, entendida como la posibilidad de convivir con el otro, con el diferente, es uno de los conceptos de mayor valía en la sociedad actual. La idea de la tolerancia permea los planteamientos filosóficos, políticos y pedagógicos que sustentan los proyectos educativos en México y en el mundo. Pedagogía de la tolerancia, compilación preparada por la viuda del autor, Ana Maria Araújo Freire, reúne entrevistas, declaraciones, cartas, testimonios y fragmentos de textos originales de Paulo Freire en torno a la diversidad, a la convivencia con lo diferente. El objetivo de esta obra es transparentar el tema de la tolerancia —una de las cualidades fundamentales de la vida democrática— como uno de los hilos conductores centrales que permiten vincular los conocidos textos pedagógicos de Freire: Pedagogía del oprimido, Pedagogía de la indignación, Pedagogía de la esperanza y Pedagogía de la autonomía, entre otros, escritos a lo largo de casi 40 años. Dada la trascendencia de la obra de Freire en el pensamiento educativo contemporáneo, el lector encontrará en estas páginas un valioso testimonio de uno de los pilares de la pedagogía del siglo XX.
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Seitenzahl: 513
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Paulo Freire (Brasil, 1921-1997) es uno de los pedagogos latinoamericanos de mayor relevancia. Su trabajo se caracteriza por una continua y decidida actividad en torno a la experiencia educativa y a las posibilidades de transformación social que ésta puede generar. Sus actividades, calificadas en algún momento de subversivas, lo obligaron a exiliarse en Chile, donde dio a conocer la célebre Pedagogía del oprimido. Trabajó en los Estados Unidos y en Ginebra, Suiza; finalmente regresó a su país natal, Brasil, donde continuó su labor. En 1986 recibió el Premio Internacional Paz y Educación de la UNESCO.
SECCIÓN DE OBRAS DE EDUCACIÓN Y PEDAGOGÍA
PEDAGOGÍA DE LA TOLERANCIA
Organización y notas de ANA MARIA ARAÚJO FREIRE
Traducción de MARIO MORALES CASTRO
Primera edición, 2006 Primera reimpresión, 2023[Primera edición en libro electrónico, 2025]
Distribución mundial
Paulo Freire, patrono de la educación brasileña © Villa das Letras Título original en portugués: Pedagogia da tolerância
D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
Comentarios: [email protected] Tel.: 55-5227-4672
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-968-16-8249-1 (rústica)ISBN 978-607-16-8731-9 (ePub)ISBN 978-607-16-8746-3 (mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
Preámbulo
Prólogo
Presentación
Primera ParteSOBRE LOS INDÍGENAS
De la tolerancia, una de las cualidades fundantesde la vida democrática“Vivir es recrear”: un diálogo sobre la educación indígenaEtnociencia y sentido común: “¿Hay episteme en el saberde los indígenas?”Segunda ParteSOBRE LA AFRICANIDAD
Amílcar Cabral, pedagogo de la RevoluciónCarta a Mário CabralTercera ParteSOBRE LA ACCIÓN CULTURAL Y LA CIUDADANÍA
Acción cultural-concientización“Ciudadanía es creación política”Cuarta ParteSOBRE LA ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
Diálogo con universitarios uruguayos:la importancia de la psicologíaen la práctica educativaLa formación permanente“La pasión de cambiar, de rehacer, de crear…”“Por una escuela seria y alegre”Audiovisuales en la educaciónQuinta ParteDIÁLOGOS Y DISCURSOS
El profeta de la esperanza“Sin esperanza,la radicalidad se negaría”Consideraciones en torno a la reforma agraria¿Qué cosas permanecencomo certezas?Sexta ParteCARTAS
Exilio, “doloroso desarraigo”No temas enfrentar, no temas oír, no temas el descubrimiento“El salón tá vacío”“Pedagogía y fe”Las “caras pintadasde los adolescentes”Séptima ParteTESTIMONIOS
Es necesario cambiar el mundoPedagogía de las grandes mentiras“Parentesco intelectual”“No es posible la moralidad sin la belleza”“¡Jamás envejezcan, tan sólo permanezcan maduros!”Lo simbólico y lo diabólicoOctava ParteDECLARACIONES DE VIDA
“Mi sueño es el sueño de la libertad”“Me gustaría poder alejar,lo más posible de mí, la muerte”“Fui un niño lleno de anuncios docentes”Con inocultable brilloen los ojosObligado es iniciar estas palabras con un sincero agradecimiento a Nita Freire, por la gentileza y el honor de solicitarme este preámbulo. Lo mismo para el CREFAL, que tuvo a bien respaldar y avalar dicha solicitud. Es para mí una deferencia muy especial, que me llena de orgullo y de responsabilidad.
El hecho de que nuestro maestro Paulo haya partido antes de tiempo significó que su obra quedara trunca (¿cuánto tiempo hubiera bastado, tratándose de un ser humano tan completo y productivo?). Afortunadamente, su pensamiento y su testimonio de vida siguen siendo, día con día, fuente de inspiración y ejemplo para un número creciente de educadores y educadoras en todo el mundo; y esto no sólo ocurre en el campo educativo, sino que impacta y promueve un pensamiento y acción renovados en todos los campos del saber y el actuar humanos, especialmente entre aquellos que tienen que ver con los campos ético, político y social.
Debemos agradecer que Nita haya tenido el enorme acierto de reconocer que muchos trabajos de Paulo, inéditos o a medio desarrollar, podían ser organizados en volúmenes con una cierta unidad temática, independientemente de la intención originaria que inspiró al autor a escribirlos. Así, Nita nos ha regalado ya, como herencia póstuma de Paulo Freire, tres importantísimos textos: Pedagogía de la indignación, Pedagogía de los sueños posibles y el que hoy nos ocupa: Pedagogía de la tolerancia.
Sobre este último comencemos diciendo que el tema que lo identifica y conduce es, en sí mismo, de vital importancia para estos tiempos modernos, como lo fue para Paulo, quien hizo de este valor y esta virtud uno de sus asideros clave en los debates sobre los tiempos del “fin de la historia”.
Cuando se produce la crisis de paradigmas; cuando se viene abajo el campo socialista de Europa del Este; cuando el muro de Berlín es derribado por miles y miles de ciudadanos que, físicamente o a la distancia, se sumaron al derrumbe de ese símbolo tan cuestionado como manipulado por todos los matices políticos, culturales y religiosos; cuando la Nicaragua revolucionaria es derrotada en las urnas como desenlace de un proceso de agresión y terrorismo de muchos años; cuando todo esto se cimbra, se derrumba o se cuestiona, los principios y las convicciones de miles y miles parecen derruirse también.
Un tiempo en que la toma de postura o la ubicación dentro del ambiguo campo de “la izquierda” es considerada como “radical”, como premoderna, como ahistórica… como una muestra de posiciones “antitolerantes”. Hoy, se dice, el mundo debe superar esas “antiguas y equivocadas posiciones” para, tolerantemente, superar dogmatismos, intransigencias y radicalismos propios de ese pasado reciente que hoy los hechos han demostrado ser sólo eso: “asuntos del pasado”.
Y ay de aquel que se atreva a pronunciarse en ese sentido. Lo que menos se le dirá es que es un “intolerante”, pues hoy el mundo ya no resiste esas ideologías y “posturas radicales” que atentan contra la convivencia humana. Hoy, el mundo, ya “libre” de ideologías, debe ser y caracterizarse justamente por la tolerancia… según el decir de los ideólogos y agoreros del mercado con su ética neoliberal. Desde esta perspectiva, Paulo Freire sería un claro ejemplo de esa “intolerancia” de otro tiempo. ¿Cómo entender entonces que Freire nos regale, con la atinada decisión y organización del volumen preparado por Nita, un tratado sobre la tolerancia?
Lo que pasa es que Paulo no asume, ni sostiene, ni avala esa visión falsa y manipuladora que el neoliberalismo hace sobre la tolerancia. Por el contrario, denuncia la manipulación ideológica, se resiste a aceptar la supuesta derrota y predica con más fuerza que nunca el valor de la esperanza. Reitera sus convicciones: se indigna y reacciona frente a la injusticia, la miseria, la explotación y la mentira. Como siempre, toma posición frente a todo ello, y lo hace desde la óptica y los intereses de los “empobrecidos del mundo”.
Esto explica el texto [incompleto] que aparece al inicio de este libro. Se trata del titulado “De la tolerancia, una de las cualidades fundantes de la vida democrática”, en el que reacciona indignado por el asesinato de Galdino Jesus dos Santos, el jefe indio pataxó que fue quemado vivo cuando estaba dormido a la intemperie en Brasilia. Quienes lo hicieron, un grupo de jóvenes y adolescentes, dijeron que había sido “sólo por jugar”, que no sabían que se trataba de un jefe indio, que pensaban que se trataba de un simple indigente. Dicho de otra manera, dieron a entender que siendo un simple indigente sí se “justificaba” el macabro juego…
En este breve texto, Paulo sitúa su comprensión de la verdadera tolerancia. Nos advierte que la tolerancia no es “… pura condescendencia o indulgencia que A tiene o experimenta en relación con B”. Ésa —nos dice— es “una comprensión alienada y alienante de la tolerancia”, que él rechaza porque supone posiciones de superioridad e inferioridad. La tolerancia, para Freire, no es aquella actitud mediante la cual el superior “tolera” al inferior.
En Pedagogía de la esperanza, escrito con valentía y coherencia justamente en los días del derrumbe de muros y paradigmas, Paulo nos dice: “la pedagogía de la esperanza: un reencuentro con la pedagogía del oprimido, es un libro así, escrito con rabia, con amor, sin lo cual no hay esperanza”. Y continúa diciéndonos que se trata de “una defensa de la tolerancia —que no se confunde con la connivencia— y de la radicalidad”.
Como apreciamos, no niega en ningún momento los dos polos dialécticos en cuestión: la afirmación radical de sus principios y convicciones, de la cual se derivan tanto la rabia como el amor. Y quizá sea ésta la fórmula dialéctica para poder asumir, sin contradicciones ni claudicaciones, una verdadera actitud tolerante: rabia y amor; amor y rabia en tensión amorosa. Convicción y apertura. Apertura, sí, pero sin por ello claudicar de las propias convicciones, que son presentadas ante y con otras posturas diferentes; que son escuchadas, dialogadas y hasta eventualmente asumidas, al menos parcialmente. Y, por supuesto, acepta y valora la necesidad e importancia estratégica de una verdadera actitud y práctica tolerantes.
Pero ¿qué entiende Freire por tolerancia? Para empezar, se deslinda —sin ambigüedades— de la falsa postura que la confunde con la connivencia, es decir, aquella postura en la que todo vale, todo cabe, todo es igual, aquella postura en la que el conflicto quiere ser inhibido u ocultado bajo la falsa postura de que no existe.
En Hacia una pedagogía de la pregunta, el autor afirma respecto a la tolerancia que ésta “no significa de manera alguna la abdicación de lo que te parece justo, bueno, cierto. El tolerante no renuncia a su sueño por el que lucha intransigentemente, pero respeta al que tiene un sueño distinto al suyo”. Y más adelante afirma que “la tolerancia es la sabiduría o la virtud de convivir con el diferente, para poder pelear con el antagónico. En este sentido, es una virtud revolucionaria y no liberal conservadora”.
Frente a la interpretación que de la virtud de la tolerancia ha venido haciendo el neoliberalismo, para tratar de inhibir y descalificar cualquier posición firme, radicalmente asumida en contra de la injusticia, la discriminación, la explotación, etc., Paulo nos explica que tolerancia no significa neutralidad. Tampoco pérdida de las convicciones ni, en consecuencia, abandono de las posiciones críticas frente al mundo y frente a las diferentes opciones éticas, sociales y políticas. No se trata de subastar las ideas y los valores, afirma Paulo, quien “no renuncia a su sueño, por el que lucha intransigentemente”.
Es éste (el “intransigentemente”), sin duda, un concepto muy fuerte, muy duro. Freire nos reta a mantener “intransigentemente” nuestros sueños, nuestros valores y nuestras convicciones, pero sin convertirlos en dogmas o ideologías cerradas. Nos ofrece la posibilidad de combinar y hacer dialogar la intransigencia con la apertura; la posición firme con la escucha, la comprensión y el respeto por las otras posiciones. Y desde esta actitud y práctica tolerantes, respetar, escuchar, estar abierto a aceptar parte del otro discurso. Correspondientemente, esperamos del otro esa misma actitud y práctica de la virtud tolerante.
Me parece que la clave para leer esta colección de textos, que recorren muchos años de vida y experiencia de Paulo, así como temas muy diversos, sería la que he presentado antes: la difícil, dialéctica y “tolerante” virtud de practicar la tolerancia sin que ello signifique la renuncia o claudicación de los propios sueños y convicciones. Una posición como ésta desenmascara y sitúa en su verdadera intención, engañosa y manipuladora, la postura de hablar y predicar la “tolerancia” que proviene de la derecha, de las posiciones más conservadoras de la ideología neoliberal.
Independientemente de que los textos contenidos en este libro se refieran explícitamente o no al tema de la tolerancia, creo que todo su contenido está atravesado por esta actitud y este valor tan necesario hoy, tan actual y tan ambiguo, según se quiera ver, interpretar o manipular. Efectivamente, nadie puede negar que el dogmatismo y la intolerancia caracterizaron (y lo siguen haciendo) ciertas posiciones políticas, tanto de derecha como de izquierda. Y en función de ellas y en nombre de las mismas, algunos críticos de esas posiciones intolerantes fueron incluso asesinados, ejecutados por sus propios compañeros que consideraban como una grave debilidad el no ser tan radicales como ellos se pensaban y asumían.
Las posiciones encontradas en la ideología y la política llevaron a muy serios enfrentamientos no sólo en el ámbito público, sino incluso en el terreno militar. Y esto se dio tanto a niveles nacionales como regionales e internacionales. Fue la época de los “bloques mundiales” y de las guerras de liberación en América, África y Asia. En esa perspectiva la intolerancia era, sin duda, un ingrediente “necesario” en las luchas ideológicas, políticas y militares.
Pero las condiciones mismas que el proceso mundial fue generando llevaron, inevitablemente, a señalar el absurdo de la imposición arbitraria de la fuerza en perjuicio de los más débiles. No importaba quién tenía la razón, o la justeza de sus causas. Lo que primaba siempre era la imposición arbitraria, ilegal y violenta del más fuerte, frente a la terca y heroica resistencia de los débiles. Tal es el caso, por ejemplo, de Nicaragua y su gobierno revolucionario, o de la lucha del FMLN en El Salvador, o la sangrienta lucha del pueblo guatemalteco… Muchas otras causas podrían citarse, y siempre la soberbia, la fuerza y la ilegalidad justificaban la actitud y práctica intolerantes que acababan imponiendo su poder y su fuerza por encima de la razón y la justicia.
Por ello resulta bastante extraño que ante el “triunfo” de las posiciones extremas de la derecha, sean esa misma derecha y sus ideólogos neoliberales los que, en nombre de la tolerancia que nunca practicaron, exijan a los antagónicos que sean “tolerantes”. Se trata de una hábil y tramposa medida para obligar a “bajar la guardia” a quienes siguen (seguimos) soñando que “otro mundo es posible”, que no es cierto que la historia haya llegado a su fin; que la utopía que pensamos, asumimos y soñamos es posible de construir.
Advertidos, pues, de la maniobra y el engaño, como nos alerta Paulo Freire, dispongámonos a leer, disfrutar y hacer vida sus enseñanzas y, sobre todo, su irrenunciable testimonio de vida.
CARLOS NÚÑEZ HURTADOMayo de 2006
A André y Marina, nietos queridos,y a Gabriel y Gi, que a ellos se han juntado;también a todos y todas quienes, como ellos,comprenden que sólo con tolerancia esposible un mundo mejor.NITA
Ha sido muy oportuna la decisión de Nita Freire de reunir este conjunto de reflexiones y de diálogos del maestro Paulo Freire —que se han reunido en ocho grupos de disertaciones, testimonios, seminarios y cartas— y publicarlos con el título de Pedagogía de la tolerancia.
El título es acertado debido a las convicciones más profundas de Paulo Freire: la tolerancia hacia las diferencias, para que la diversidad pueda aflorar en toda su plenitud; tolerancia como cualidad de convivir con el que es diferente, no con el inferior; tolerancia para con la incoherencia ideológica de los actos pedagógicos que, poco a poco y siempre, va construyendo el camino de respeto por el otro, por los educandos. La indignación por el capitalismo, que en este trayecto gesta el compromiso social de los maestros con los intereses de la mayoría, de los grupos populares despojados; la “práctica que da vida al discurso” de la educación como derecho de todos, en lo cotidiano, en el juego de las contradicciones y del poder.
El conjunto de los artículos —en varios estilos y oportunidades— revela y actualiza, con otras palabras e imágenes, la discusión central presente en toda su obra, especialmente en la tríada Pedagogía del oprimido, Pedagogía de la esperanza y Pedagogía de la autonomía; la necesaria coherencia entre el discurso y la práctica, el diálogo como método y sus implicaciones en la transformación social, al que nos obliga el reconocimiento del acto pedagógico como acto político.
Paulo Freire tiene un estilo único: es un irresistible narrador de historias y de “casos”. Por medio de esta metodología original revela las contradicciones presentes en todos los discursos —especialmente los que se muestran como neutros—y nos va convenciendo, con sus argumentos y sus contrarios, acerca de la historicidad de nuestras acciones, como educadoras y ciudadanas. Por ese motivo, fue un muchacho “lleno de sueños docentes”.
Osaba proponer la radicalidad de convivir con el contrario, de aprender con el diferente; de ser un radical que no se atribuye la posesión de la comprensión del mundo. Un revolucionario que sabía y proponía que la liberación sólo se hace (construye) en comunión. Por lo tanto, un predicador del sueño necesario y colectivo, el cual comienza en cada uno, pero que no se completa con la sumatoria de las liberaciones individuales, pues liberación no es donación de los que “ven más y mejor”: es acto-reflexión colectiva.
Finalmente, Paulo Freire siempre nos previno que “existir es arriesgar”, y su gusto por el riesgo definió su sueño, su sueño de libertad, y soñar en torno a este mañana; de la libertad de los pueblos y de cada uno. Tenía horror a la violencia, pero sabía que hay momentos para las armas en la historia de la construcción de la ciudadanía y de la igualdad de los explotados, pero con belleza ética, amor y afectividad en la política.
En estos tiempos difíciles, en que la intolerancia con los más pobres, los más lentos, con las minorías, con los que no son campeones, los no competitivos anda exacerbada, y el pensamiento homogéneo y homogeneizado avanza en forma astuta, leer esta obra nos hace mejores, nos conmueve y nos agiliza; sazona la lucha, como él quería y siempre lo hizo.
LISETE R. G. ARELARO(una eterna aprendiz de las palabrasy hechos de Paulo Freire)
Siempre es un placer y una alegría enormes presentar un libro de Paulo Freire, mi marido, no sólo porque estoy cumpliendo una de las tareas que él mismo me delegó, sino también porque los textos de Pedagogía de la tolerancia están “empapados” en el humanismo esperanzador, en la creencia en la democracia verdadera y en los sueños de tolerancia con quien es diferente. Con nuevos abordajes en sus temáticas preferidas de “emprendedor político del mundo”, este libro añade a los anteriores importantes contribuciones para hacernos discernir sobre los días extremadamente conturbados de hoy.
Estoy segura de que, si no la mayoría, una gran parte de la población del mundo tiene el sueño utópico de construir un mundo en el cual las situaciones de conflicto se resuelvan de forma armoniosa —y no con la guerra—, teniendo como objetivo preservar la grandeza y la entereza de los seres humanos.
Soñamos con un mundo en el cual quepan la tolerancia, la decencia, la confianza y la solidaridad tanto en las relaciones de familia como en las sociales, en todos sus niveles y amplitudes. Pero a partir del “11 de septiembre” [de 2001], el imperialismo estadunidense dictó, con su principio más grande calcado del neoliberalismo globalizado, una versión posmoderna de la ley del talión, desde la cual las acciones que inciden en el mundo deben regirse necesariamente por la codicia de las riquezas ajenas, por la usurpación de éstas para usufructo privilegiado de sus semejantes y, eventualmente, de sus conciudadanos.
Así, las acciones de los “neoconservadores y fundamentalistas cristianos”,1 que comandan el mundo de la Casa Blanca, vienen siendo promovidas básicamente por el odio hacia el diferente, concretadas por las guerras de venganza, llamadas preventivas, profundamente deshumanizantes. Para quienes las practican y para quienes las sufren, estas acciones exacerban, por tanto, la falta de ética, en un proceso de deshumanización que afecta a todos y a todas.
Esta perversa ideología disemina la idea de su superioridad intrínseca por encima de todas las cosas y de las personas, y afecta todos los ámbitos y todas las relaciones. Estamos viviendo tiempos de miedo y de desconfianza entre individuos de la misma familia, entre vecinos, entre compañeros de trabajo y, sobre todo, entre sociedades de diferentes culturas del mundo.
El auténtico diálogo freireano, del cual tanto necesitamos, es aquel que, por el contrario, se rige por la propensión al amor, por el respeto al diferente y admiración por la diversidad y por la creencia en la horizontalidad de las relaciones entre las personas como sujetos de la historia para la construcción de un mundo verdaderamente democrático. Es una acción cultural para la humanización.
Hago que se publique este libro no con la intención únicamente de divulgar una nueva obra de Paulo, por más que esto sea válido, sino para propiciar y ampliar la posibilidad de este diálogo, para dar continuidad a esta comprensión del mundo propuesto por él desde los años sesenta del siglo pasado.
Si bien es cierto que el libro no llegará a los “dueños del mundo”, me nutro con la esperanza de que éste, seguramente, irá a servir no sólo a los que sueñan con ese mundo mejor, sino también a los otros-yo, quienes, no siendo sectarios, procurarán leerlo porque quieren escuchar voces diferentes a la suya. Por ser curiosos y abiertos hacia otras lecturas del mundo, quieren salir de la “mismidad” conservadora. Así, para ambos se torna importante escuchar la voz de un hombre como Paulo Freire, quien pautó su vida/obra mostrándonos la posibilidad de otro mundo donde sea posible amar, proponiéndonos el diálogo concientizador para que construyamos una sociedad verdaderamente democrática.
Después de haber organizado y dado título a los dos últimos libros de Paulo —Pedagogía de la indignación; cartas pedagógicas y otros escritos y Pedagogía de los sueños posibles—, cuando empecé, a principios de 2004, a organizar estos textos suyos, pensaba y reflexionaba constantemente que la globalización de la economía y el pensamiento neoliberal, al contrario de lo que sus promotores decían pretender hacer, lo que concretamente estaban haciendo era diseminar —a través del poder político y económico centralizado, totalitario y exacerbado— la arrogancia, la prepotencia y la maldad sin límites. Sobre todo, veía con claridad, como tantos otros y otras lo hacían, que éstos se comportaban y orientaban la política mundial con la intolerancia del superior, de los que a nada ni a nadie respetan, de los que “¿saben ustedes con quién están hablando?”, de los que piensan que la historia y ellos mismos se hacen con el YO exacerbado como demiurgos de la realidad, sin el indispensable TÚ.
En la búsqueda del título para este libro fui anotando algunas posibilidades de modo que pudieran darle unidad necesaria a textos de naturalezas diferentes y que le dieran sentido en la historia actual. Cuando sucedió lo del 11 de marzo, quedé perpleja y fui sacudida —como la gente de todo el mundo— con los tres atentados; en la mañana de las mutilaciones y muertes de hombres y mujeres sencillos camino al trabajo, en Madrid, se fue afirmando el nombre de Pedagogía de la tolerancia.
¿Justamente en España, país que luchó valientemente contra la guerra en Irak?, me preguntaba. Yo había estado ahí dos veces en 2003, en abril y en diciembre, y había sido testigo de la vehemente protesta contra el sí del gobierno del primer ministro Aznar ante el poder mayestático del señor Bush, en nueve ciudades de las que visité. Miles de personas firmando manifiestos, caminando por las calles en marchas colectivas y en las ventanas agitando peticiones o exigencias de “No a la guerra” y “Paren la guerra” mostraban un vigor de paz y justicia poco visto en el mundo. ¿Por qué, me preguntaba incesantemente, la voz de casi toda esa población, tantas veces dividida por las “naciones” internas, pero unísona en la cuestión vital hacia la población mundial, no estaba siendo escuchada?
Me cuestionaba también: ¿por qué respuesta tan cruel de los no respetados por sus diferencias de cultura y religión? ¿Por qué el mundo árabe no puede existir de forma diferente dentro de un mundo masificado por la estandarización exigida por los imperialistas dueños del poder del mundo? ¿Qué significa para un pueblo ver su patria invadida y vilipendiada? ¿Ver su cultura y sus riquezas saqueadas? ¿Odio a todos los occidentales, indiscriminadamente?
Infelizmente, para el mundo árabe no era y continúa no siendo únicamente la rabia que moviliza hacia las acciones éticas contestatarias; era —y sigue siendo— el odio, en respuesta al rencor concretado por las muertes y flagelos de toda clase, impuestos por la nación más rica del mundo y por sus compinches de España y del Reino Unido, quienes, entre otras cosas, están dividiendo a Europa en su unidad de reconstrucción material y de paz lograda por el diálogo político de la posguerra, es decir, tras la segunda Guerra Mundial.
Estamos, por tanto, ante la historia que se viene dando por medio del odio recíproco que petrifica y deshumaniza. Actos de falta de humanismo contra la deshumanización de “etnias inferiores por naturaleza”. Cuerpos despojados del deseo ontológico de vivir en nombre de Dios y de sus valores culturales contra armas poderosísimas que, en el Lejano Oriente —como sucede también con las intifadas entre judíos y palestinos—, nos dicen acerca de la imposibilidad del diálogo y del menosprecio por la vida que orienta la política ambiciosa, prepotente y malvada de los poderosos, a la cual los “débiles” se adhieren por no encontrar otra opción.
Se habla, se cuestionan, más que nunca, los valores en todas partes del mundo; sin embargo, es el “eje del bien” el que está produciendo una moral extravagante a partir de su “agenda religioso-ideológica, la de los valores morales”.2 Nacida en el vientre del neoliberalimo/globalización de la economía que, en verdad, siendo ideológica y basada en el secular puritanismo calvinista hipócrita —el cual tiene miedo de su propio cuerpo y del otro o de la otra, pero incentiva como legítimo el enriquecimiento desenfrenado “de los que tienen valor”, “de los más aptos”—, viene orientando las costumbres y tradiciones de la mayoría de las personas de la sociedad estadunidense.
Esta “agenda”, por tanto, además de ser exactamente la falta de ética, tiene la intención de volver miope, de confundir y someter a su propio pueblo que, crédulo en la palabra, ingenuamente la acepta y así se torna “esclavo” de sus propias alienaciones. Por eso elige hombres políticos con sus llamamientos moralistas, cuando les falta precisamente una vida y una política interna y externa orientada por los verdaderos valores morales, por la ética pública.
¿Qué se está haciendo de las virtudes humanas que deberían buscarse en cada uno y dentro de nosotros mismos? ¿No fueron las virtudes tan valoradas como bien social por excelencia después de derrocado el nazismo? ¿Qué virtud fundamental nos falta en los tiempos presentes para que tengamos un mundo de respeto por el que es diferente, un mundo donde la PAZ sea posible?
Mi respuesta a mí misma es: la tolerancia. Exactamente esa virtud que por su esencia ontológicamente humana, eminentemente humanista, niega la posibilidad de la existencia de ese binomio perverso de ambición y de deseo totalitario de la globalización/ neoliberalismo, que justifica la dualidad del terrorismo, que son las dos caras de la moneda: “eje del bien” y “eje del mal”. Si no detenemos esta actitud deshumanizante, seremos llevados, muy posiblemente, hacia la autodestrucción.
Por cierto, en mi presentación del libro de Paulo, Pedagogía de los sueños posibles, en la Posdata, con fecha del 15 de octubre de 2001, dije:
¿Qué mundo es éste que estamos construyendo? ¿Estamos perdiendo la esperanza de días mejores o este atentado a la vida y a la paz debe de ser entendido, contradictoriamente, como el inicio de la posibilidad de entendimiento y de proyectos de un mundo en el cual el diálogo de la tolerancia y de la diferencia nos encaminará hacia un tiempo/espacio de más armonía, justicia y tranquilidad? ¿[...] o nos identificamos con la ética liberadora, por tanto humanista; con las utopías en las que caben las diferencias, expurgándonos y expurgando de la sociedad planetaria las discriminaciones y nos solidarizamos con la construcción social de los sueños posibles de la tolerancia democrática o marchamos a pasos largos y rápidos hacia la destrucción total de los seres humanos?
De esta forma, el 11 de marzo de 2004, llevada por la razón, por la emoción y por los sentimientos, intentando adivinar qué título le pondría Paulo y, sobre todo, queriendo ser coherente con su lectura del mundo, decidí que este libro se llamaría Pedagogía de la tolerancia.
Entonces, me puse inmediatamente a buscar en cuál archivo había guardado yo un escrito de Paulo que habría sido la tercera carta del libro Pedagogía de la indignación; cartas pedagógicas y otros escritos, despreciado por él, todavía inacabado, en el momento mismo en que se enteró de la muerte del indio Galdino Jesus dos Santos. Consideré que ese bellísimo texto, que se intitula “De la tolerancia, una de las cualidades fundamentales de la vida democrática”, debería de abrir la serie de sus trabajos en este libro que entrego, pensando, repito, en los que creen en la utopía de días mejores y no en la incapacidad humana de cambiar “nuestra dirección” que determinaron los brutos y los prepotentes, justificándose en la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York.
Finalmente, manifiesto mi agradecimiento a dos personas, quienes de manera particular contribuyeron a enriquecer la Pedagogía de la tolerancia. Fieles amigos a los cuales Paulo dedicó también un aprecio muy especial, continúan incansables recreándolo en la tarea de hacer un Brasil más bonito y democrático.
A Lisete Arelaro, quien, como “brazo derecho” —la expresión que vendría al caso ciertamente sería “brazo izquierdo”— de Paulo en los años en que fue secretario municipal de Educación de São Paulo escribió con esmero un valioso y bello prólogo declarándose, humildemente, “una eterna aprendiz de las palabras y hechos de Paulo Freire”. Creo, mientras tanto, que en su experiencia personal y como docente de la Universidad de São Paulo ella sigue siendo una fiel recreadora del maestro/profesor. La conocí en la labor diaria y desgastante de la cual nunca se eximió para que Paulo, ella misma y todos(as) quienes tenían el sueño ético-político-democrático de “cambiar la cara de la escuela” lograran ese inédito-viable y para, como verdadera amiga, no quitarle tiempo a la convivencia de él conmigo.
A Luiz Oswaldo, quien también es mi amigo ahora, profesor de la Universidad Estatal de Ceará, y quien presta su inteligencia y sensibilidad política al Banco de Brasil como uno de sus vicepresidentes; él escribió un texto impregnado de la más auténtica nordestinidad. Lo conocí con Paulo, cuando él se empeñaba con talento y voluntad política para que BBEducar se tornara en un programa y que, siguiendo fielmente la percepción de educación de mi marido, llegara a 2004 con 178 554 alfabetizados y alfabetizadas y contara, actualmente, con una matrícula de 150 396 hombres y mujeres que quieren volverse sujetos de nuestra historia.
Un agradecimiento verdadero y fraterno a todos y todas, en la persona de don Pedro Casaldáliga, quienes autorizaron, para la publicación, los textos con sus participaciones al lado de Paulo, algunos incluso estaban bajo su custodia y me fueron cedidos. Con su postura de hermano en Cristo, siempre abierto y solidario, desentrañó dudas y nos regaló con gran satisfacción “‘Vivir es recrear’: un diálogo sobre la educación indígena”.
São Paulo, atardecer del 8 de diciembre de 2004, con la alegría del derecho y el deber cumplidos.
NITA(ANA MARIA ARAÚJO FREIRE)
SOBRE LOS INDÍGENAS
El bárbaro asesinato de Galdino Jesus dos Santos, el indio pataxó que, al despertar por el dolor inefable de su cuerpo en llamas, sabía que irremediablemente estaba muriendo, nos plantea una vez más la cuestión de la tolerancia.
De la tolerancia, de la educación, de la democracia, pero no de la tolerancia o indulgencia que A tiene o experimenta en relación con B. En este sentido, la tolerancia implica un cierto favor que el tolerante le hace al tolerado. El tolerante, en última instancia, es una persona dispuesta, bondadosa o benévolamente, a perdonar la “inferioridad” del otro.
En esta comprensión alienada y alienante de la tolerancia, como favor del tolerante al tolerado, se halla escondida la desconfianza en el tolerante, cuando no la certidumbre de su superioridad de clase, de raza, de género y de saber frente al tolerado. Éste, por su parte —espera el que tolera—, debe humildemente revelar su gratitud hacia la bondad del tolerante.
No es de esta tolerancia ni de este tolerante ni tampoco de este tolerado que hablo. Hablo de la tolerancia como virtud de convivencia humana. Hablo, por eso mismo, de la cualidad básica que debe de ser forjada por nosotros y aprendida por la asunción de su significado ético: la cualidad de convivir con el diferente. Con el diferente, no con el inferior.
La tolerancia verdadera no es condescendencia ni favor que el tolerante le hace al tolerado. Más aún, en la verdadera tolerancia no hay propiamente el o la que tolera y el o la que es tolerado(a). Ambos se toleran.
Por eso mismo, en la tolerancia virtuosa no hay lugar para disertaciones ideológicas, explícitas u ocultas, de individuos que, creyéndose superiores a los otros, le dejan claro o insinúan el favor que les hacen al tolerarlos.
Nadie es verdaderamente tolerante si se admite el derecho de decir del otro o de la otra: lo máximo que puedo es tolerarlo o aguantarlo. La tolerancia genuina, por otro lado, no exige de mí que concuerde con aquel o con aquella a quien tolero o tampoco me pide que la estime o lo estime. Lo que la tolerancia auténtica demanda de mí es que respete al que es diferente, sus sueños, sus ideas, sus opciones, sus gustos, que no lo niegue sólo porque es diferente. Lo que la tolerancia legítima termina por enseñarme es que, por medio de su experiencia, aprendo con el diferente.
Algo que me parece fundamental y hasta previo a cualquier indagación en torno a la tolerancia es que ésta constituye una instancia de la existencia humana.
Solamente entre mujeres y hombres, seres finitos y conscientes de su finitud, seres que, por naturaleza, son sustantivamente iguales, se puede hablar de tolerancia o de intolerancia. No es posible conjeturar en torno a la primera entre tigres o entre árboles de mangos y jacas.**
En este sentido, la tolerancia es una virtud que debe ser creada y cultivada por nosotros, mientras que la intolerancia es una distorsión viciosa. Nadie es virtuosamente intolerante, así como nadie es viciosamente tolerante.
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PAULO FREIRE (PF): Es interesante observar la posición del que domina, sea éste una persona o un grupo, una clase o una masa, o, dependiendo, una nación frente al dominado. La pregunta que se plantea es sobre la relación dialéctica entre los que despojan y los despojados. Una de las características fundamentales del proceso de dominación colonialista o de clase, sexo, todo mezclado, es la necesidad que tiene el dominante de invadir culturalmente al dominado. Por tanto, la invasión cultural es fundamental, porque ésta piensa en el poder, ora a través de métodos violentos, tácticos, ora por medio de métodos cavilosos. Lo que en la invasión cultural se pretende, entre otras cosas, es exactamente la destrucción, lo cual felizmente no se logra en términos concretos. Es fundamental, para el dominador, triturar la identidad cultural del dominado.
Y cuando uno echa una mirada a las experiencias de los países colonizados, Brasil incluido, se ve la barbaridad, la disputa, el comportamiento del colonizador en África; confusos esos momentos finales como cuando me encontré constantemente como asesor del gobierno en ese continente, de un país recién liberado. Se percibe exactamente, en todo y en todos, esa presencia y esa garra de un gobierno imperialista, colonialista, de dominación en el sentido de triturar la identidad cultural del pueblo, del grupo, de la clase dominada, para que de esa manera se haga con facilidad la expropiación material de los dominados.
La Historia ya está saturada de eso, se repite en todo lugar. No es por casualidad que el blanco colonizador en África haya intentado convencer al africano de que éste no tenía Historia antes de que él hubiera llegado.
Primera afirmación: ustedes ven que eso científicamente no merece ni una consideración, no vale la pena ni discutir una barbarie de éstas, pero está viva, se expresa por la presencia invasora del blanco en ese lugar. El blanco trajo la Historia en la mano, la Historia es suya, es la Historia del blanco y se la dio de regalo, porque “quiere bien” al desgraciado del negro. En la Historia viene la cultura del blanco, viene la religión del blanco; viene también la comprensión del mundo blanco; la lengua del blanco que es la única que es lengua, porque lo que los negros hablan es dialecto. La lengua es sólo la del colonizador; la del colonizado es dialecto. Es una cosa mala, débil, inferior, pobre, incompetente, no es capaz de expresar el mundo, de expresar la belleza, la ciencia; eso sólo se puede hacer en la lengua del civilizado, en la lengua del blanco que es mejor, más bonita, porque detrás de esa blanquitud están tanto Camões como Beethoven.
Observen que ésa es la concepción blanca del Brasil mestizo. Ésa es una concepción blanca del Brasil mestizo en relación con las culturas negras o la de los indios de este país. Es impresionante ver eso en nuestro caso aquí; en un relato de éstos, uno percibe eso. La blanquitud brasileña al expropiar las tierras, al dominar la cultura, al considerar a los indígenas como menores de edad, incapaces,1 quistes de negatividad en Brasil y de inferioridad, o manchas de impotencia nacional. Al hacer eso, no obstante, siempre en ese momento a favor de ese desarrollo de nuestra nación, pretenden obtener una mano de obra para toda esta región del país. Una mano de obra barata, explotada y vilipendiada.
Y para eso, al pretender expropiar a los indígenas de sus condiciones materiales verdaderamente nacionales, pretenden, en esa búsqueda de conquista del ser cultural del dominado, iniciarlo en destrezas importantes para la blanquitud. Pero esas destrezas son mínimas, porque lo que se necesita de la privación de los indígenas para servir mejor a los blancos es exactamente media docena de conocimientos para que con éstos se torne en una mano de obra semicalificada con la vocación de continuar tan explotada como la del trabajador. Esto es lo que para cierta blanquitud brasileña significa la integración del indio a la brasilidad. Entonces, lo que sucede es que la cosa es dialéctica, viene una respuesta que la blanquitud no espera.
En el momento en que la blanquitud lanza al indio en una iniciación rudimentaria de estudios, para que la mano de obra indígena se sienta mejor, ellos entran de cualquier manera en el campo de la cultura indígena con esa propuesta, y la respuesta del dominado es exactamente soñar los sueños de la blanquitud. Pero no es sólo por pura alineación, no, en el fondo es como si los indígenas estuvieran diciendo: si ustedes vienen acá a ofrecernos los primeros años de escuela, para volvernos trabajadores de ustedes, nosotros queremos ahora estudios para que podamos ser médicos, ingenieros, padres, obispos; no es sólo ustedes, no… Entiendan bien, yo no quiero decir con esto que uno llegue al sertón brasileño para hacer universidad para el indio: estoy diciendo que es inevitable huir de ese tipo de reacción.
En el fondo, el problema mayor en relación con los xavantes no es tanto la reivindicación de ellos, sino que, por detrás de ésta, hay un desorden establecido, es decir, es esa estructura de injusticia lo que está provocando esa respuesta, la cual nos deja incluso sorprendidos. En términos prácticos, no sé hasta qué punto, por ejemplo, un buen trabajo con los xavantes o con los indígenas nacionales sería proponer una tentativa de lectura de la realidad y comprensión crítica de la realidad brasileña, es decir, una profundización para comprender las razones de esto. Por ejemplo, la cuestión no es tanto decirle a los xavantes: “ustedes no deberían soñar con ser ingenieros, médicos, porque el sistema incluso se los va a dificultar”. Porque si yo fuera xavante, diría: “pero ¿por qué no puedo ser pedagogo, cuál es el impedimento, cuál es la diferencia que existe?” La diferencia es exactamente lo que hay en el mundo de acá, es decir, tengo la impresión de que cuanto más cree uno que el xavante es un ser humano competente a nivel de su cultura, de su escuela, es capaz de superar su capacidad actual; en otras palabras, el xavante tiene una cierta sabiduría hoy y es capaz de tener una sabiduría mayor el día de mañana.
Esto en una tentativa de calificación de la razón de ser, del estado actual de cosas que incluso provoca esto, que provoca este tipo de aspiración. Yo no tengo ninguna duda de que no sólo en este campo, sino en otros de la experiencia social, el propio comportamiento del blanco provoca esta respuesta. Es difícil para ustedes decir: “tú no tienes derecho de estudiar”. Pero, por otro lado, ustedes están seguros, porque el tipo de escuela que ellos están pidiendo es una especie de veneno. Vean qué situación tan dramática es la de ustedes. Por eso, propongo que se haga un análisis de los aspectos de ellos, un análisis valiente. Porque decir que no tienen derecho no es posible, que no deben soñar con eso no es posible, pero estimular este tipo de educación brasileña de la manera como está no ayuda ni a la clase dominante de este país.
PARTICIPANTE (P): Usted siempre establece una relación entre el dominado y el dominante. Se nota en el pueblo xavante que éste tiene envidia del blanco.
PF: Estás usando un discurso de la clase dominante para comprender la del dominado, eso no sirve. Lo que estás llamando envidia es la necesidad de supervivencia en cuanto dominado.
P: Hay una cosa interesante: como etnia, ellos tienen conciencia de sus valores y procuran defenderlos. Yo no sé por qué el pueblo xavante, que es un pueblo vigoroso y bastante altivo, no tiene esa conciencia y por eso quiere volverse exactamente igual a nosotros. Lo que estoy tratando de decir es: “usted tiene su cultura y tiene su valor”.
PF: Hay un libro que considero un clásico, es el de un ex colonizado que ahora enseña en París. Su libro se llama Retrato del colonizado precedido por el retrato del colonizador.2 Hay un momento en que dice que el colonizador y el colonizado son miembros de una ambigüedad dramática, que es la siguiente: por un lado, él odia al colonizador y, por otro, se siente apasionadamente atraído por éste. Por tanto, este dualismo, esta ambigüedad que el colonizado vive, tiende a romperse, no como resultado de los discursos, pero la ambigüedad tiende a romperse en determinado momento histórico, en que el dominado, de diferentes maneras, se enfrenta al dominador. Es exactamente en la asunción de su vida conflictiva cuando el dominado rompe con su dualismo y se descubre a sí mismo y no quiere ser el otro. Pero en determinado momento, el testimonio de humanidad que el dominado tiene es el mismo que el del dominador.
Es la imitación lo que tú llamas envidia. No es envidia, es la necesidad de estar con el otro, en la medida en que el otro está dentro de él. Una de las cosas dramáticas del colonizado es que él introyecta al dominado. El que domina habita en la intimidad del dominado. El proceso de liberación implica la expulsión del dominador. Ustedes imaginen: hace 480 años el indio de Brasil es dominado, discriminado, considerado como una cosa exótica, domesticado, invadido y manipulado, despreciado en la expresión de su cultura. Pues bien, el existir por ahí una docena de indios en Brasil buscando autonomía representa una cuestión nueva; incluso ahora, creo que existe una cierta religiosidad intensa entre ellos. Ese nivel de lucha se encuentra mucho más entre ellos.
Tengo la impresión de que si ustedes me preguntaran: Paulo, ¿qué sugerirías, si surgiera la posibilidad de, en grupos de niños, adolescentes y adultos, exigirle a alguien que les enseñe? Podría discutirse el pensamiento y la clase cultural a la cual pertenecen, conocer el ser de la cultura, lo que equivale a decir también la lengua, el lenguaje, la Historia, discutir la Historia usando métodos que toda cultura tiene.
Respecto de una memoria oral, es necesario que nosotros, quienes estamos trabajando con indios, tengamos una sensibilidad a flor de piel para el problema de la cultura y la Historia. Tenemos que respetar la memoria oral, incluso la introducción de la palabra escrita en esas culturas de memoria oral tiene que ser bien hecha, mostrando un total respeto a la oralidad. Puede explotar lo oral sólo a causa de la palabra en portugués. Sin la palabra escrita, la intimidad del movimiento pedagógico es superior a la base. Son más dialécticos, tienen la comprensión de la totalidad permanente. Debemos, por lo menos, hacer un análisis o tentativa permanente de rescatar la Historia destruida. La intención de la blanquitud es destruir ese sentido de la Historia.
P: No acabé de plantear este punto del que usted estaba hablando sobre el choque de culturas. Nosotros tenemos un pueblo xavante cuya cultura trabaja ora para la vida, ora para la muerte. El xavante entiende que, tal vez por una reacción, está explotando por sentirse limitado a 180 000 hectáreas de tierra cerca de la ciudad, apretado por la civilización, naturalmente.
Entiendo la situación de los indios de Brasil. Hay tribus que no dejan que se les falte al respeto. Ellos quieren luchar y demostrar que no se dejan manipular, quieren imponer su propia voluntad. Ellos quieren usar los medios de la civilización para levantarse de donde están, de esta coacción, para manifestarse. Por eso, ellos quieren formar una nación xavante, para tener su presidente, para tener su estructura como la tiene el civilizado, para poder decirnos a los civilizados que es una cosa natural, que no podemos hacerlos a un lado. Necesitamos conocer este aspecto histórico y que tienen necesidad de crecer y ellos crecen. Ellos usan estos medios para poder expresarse.
PF: Lo que pienso es que él asumió muchas cosas, es decir, el indio en estos términos es absolutamente fundamental, es maravilloso. Para mí es a nivel de este anhelo en el que ustedes deben trabajar. Yo no comprendo la presencia de ustedes en el medio de estos indios brasileños, en Brasil, para preservarlos de estas disputas.
P: En cuanto a los indios, en el aspecto cultural, por ahora, ahí la llevan; no sé hasta qué punto ellos creen en su propia cultura. En un momento creen, en otro parece que no. En el fondo, ésta es la impresión. A veces parece que tienen mucho que ver, a veces no tienen nada. El trabajo del misionero siente la angustia de esta fe y se siente despreciado.
PF: Yo no sé. Una cosa en la que vuelvo a insistir y que me gustaría decirles, incluso en todo momento en que mi palabra pueda parecer vehemente o pueda parecer enfática, esto resulta tan sólo por el hecho de que no digo aquí lo que no creo. Entonces, mi discurso soy yo mismo, lo que no significa que esté aquí, dogmático, diciendo: “Ésta es la verdad”. No digo nada de esto. Soy un individuo muy coherente, pero yo les pondría a ustedes otro aspecto, más como un desafío, como un resultado de mis observaciones tratando de comprender el comportamiento de las clases sociales y de las personas dominadas, pobres, despojadas.
Desde hace tiempo, vengo observando el lujo y el comportamiento superficial de los grupos dominados; anduve observando en este comportamiento una serie de posiciones que he llamado mañas de los dominados, mañas históricas.3 Las mañas se hacen explícitas en el lenguaje, en el color, en la actitud y en la propia reacción al frío. Si no fuera por las mañas, los oprimidos se acabarían, no podrían sobrevivir. La violencia de los explotadores es tal que, si no fuera por las mañas, no habría cómo aguantar el poder y la negación que se encuentra en el país.
Si yo bebiera un vaso de agua en ciertas zonas rurales o en ciertas áreas periféricas de São Paulo, en una casa popular, posiblemente iría a dar al hospital. Mi organismo inmunizado perdió la inmunidad en la medida en que me tengo que adaptar. Si no hubiera esa maña que es orgánica, fisiológica, biológica, etc., el oprimido desaparecería. Pero la desaprobación también se expresa en el lenguaje. Llega el extensionista rural, llega el misionero, llega el especialista en salud pública, cada uno con su discurso. El misionero sobre la trascendencia que no tiene nada que ver con lo mundano: una pésima teología. Un viaje al cielo sin pasar por la Historia. El otro hablando, pronunciando su discurso sobre el problema de entender su lenguaje… Cuando en su conferencia dice: yo esto, yo esto, yo esto… Y cuando los tres se marchan, los campesinos van a hacer exactamente lo que les gustaría hacer. Pero ellos dan la impresión de estar cada cual más satisfecho, pensando que cuentan con uno más, pero en el fondo no. Y hasta es posible que, a veces, el campesino haga lo que ellos quieren: en determinadas situaciones, éste no tiene otra opción sino hacerlo, él también ya sabe.
Hay un sexto sentido que el oprimido posee para adivinar. Este sentido en ellos es más para adivinar que para apropiarse del hecho, de la razón de ser del hecho. Estas mañas, yo creo, no tengo duda alguna, de no ser en el medio de esos indios, éstas no existirían. Desde hace 480 años ellos han sido obligados a portarse mañosos. En la medida en que nosotros seamos capaces de comprender las mañas y estudiarlas y descubrir el papel de éstas en la totalidad de la forma del comportamiento del mañoso, que es el oprimido, la existencia de él y la importancia de su lenguaje, de ser capaces de penetrar en la profundidad del lenguaje del oprimido, no tengo duda de que más adelante uno descubriría que las mañas se volverían métodos pedagógicos.
Uno puede ver en éstas, sugerencias para nuestro trabajo de una pedagogía liberadora. Entonces, muchas cosas que nos parecen debilidad del oprimido, que nos parecen conformismo o desistimiento, muchas cosas sobre esto nos duelen, pues estamos con él, pues nosotros tenemos una opción y adhesión a él, pero sucede que no entendemos aún bien las cosas, por más que uno viva a su lado. Por tanto, muchas cosas de éstas nos parecen una entrega, un desistimiento del ser, pero en verdad no es eso: es la supervivencia en un cierto momento. Y lo que puede acontecer también es que el oprimido se equivoca a veces, en la búsqueda de su supervivencia él puede tener otro tipo de opción. Por eso insisto tanto en un debate.
Si yo trabajara con esos grupos, sobre todo para conversar, lo haría fuera de los encuentros llamados formales, fuera de las horas llamadas de trabajo, procuraría un encuentro para platicar en la noche de luna, en la casa fumando pipa. Trataría de aprender la “maña de la piyama” —claro que el indio no tiene piyama—, querría sorprender esas mañas allí en su lenguaje, en el juego de palabras, en el uso de un adverbio. Tengo una pasión por la lingüística, creo que el lingüista tiene mucho qué hacer, en qué ayudar al indio, también descubrir las mañas que pescan el alma del discurso. Les sugeriría a ustedes mucha reflexión. Si yo trabajara en un área y fuera logrando descubrir, un cierto día, comenzaría a poner esa técnica en las manos. En ese momento, uno empieza a adentrarse en los sonidos, uno necesita bañar el cuerpo en las mismas aguas culturales del oprimido. Y vean bien: no estoy aquí preguntando o dándoles lecciones, pues en cuestión de problemas de indios en Brasil, ustedes pueden ser realmente mis maestros y mis maestras, no hay duda alguna y no estoy haciendo ostentación, es porque saben, tienen la práctica y entienden, yo no. Ahora, sucede que mi práctica amplia y extensa con otros grupos sociales de oprimidos me ha enseñado también una porción de cosas, tanto que fui traduciendo expresiones teóricas, las cuales creo que son prácticas también.
De ahí eso me recuerda simbólicamente el Nordeste en tiempos de sequía… tú miras, está todo muy seco, pasa un año, pasan dos, pasan tres, mueren todos los animales, está todo arruinado por la sequía, la tierra se agrieta, cuando un día aparece la neblina y por la mañana nadie reconoce ya el suelo, explota de verde. En dado momento histórico, en cierta circunstancia explota la autenticidad que está aparentemente muerta ahí. Eso no sucede por casualidad, pues no creo que un grupo se destruya porque esos grupos sean demasiado humildes.
¿Cuántos indios hay en Brasil? ¿Tal vez 220 000 en total? ¿Cuántos había cuando Brasil fue conquistado? No digo que Brasil fue “descubierto”; decir eso es un método del colonizador. Si ustedes hicieran una investigación a lo largo de Brasil, incluso si fueran a una preparatoria y a una universidad también, verían que la gran mayoría de los brasileños dirá: “Brasil fue descubierto en 1500”. Brasil jamás fue descubierto. Fue conquistado, pero se dijo que Brasil fue descubierto, porque había interés en decir eso a pesar de ser invadido, de haber conquistado las tierras. De ahí en adelante, los conquistados empiezan a usar un lenguaje como si fueran el conquistador. En otras palabras, 480 años después la gente sigue hablando del descubrimiento de Brasil, lo que es peor aún, de inconfidencia mineira, como se llama a uno de los primeros estallidos en busca de libertad, romántica o no, de Brasil, ¿de inconfidencia? Inconfidencia es el nombre que el colonizador tenía que darle, y no nosotros. El problema del lenguaje es un asunto muy serio.
PF: En el fondo todos esos problemas sobre los cuales uno quiere discutir —escuela, cultura, invasión de la cultura, respeto por la cultura— son sobre todo un problema político y un problema ideológico. No existe neutralidad en nada, no existe neutralidad en la ciencia, en la tecnología. Necesitamos estar advertidos sobre la naturaleza política de la educación. Cuando yo digo de la naturaleza política de la educación, quiero subrayar que ésta es un acto político. Por eso mismo, no hay por qué hablar de un carácter o de un aspecto político de la educación, como si ésta tuviera tan sólo un aspecto político, como si no fuera una práctica política. Y no hay una escuela que sea buena o mala en sí misma, en cuanto institución. Pero al mismo tiempo no es posible pensar la escuela, pensar la educación, fuera de la relación de poder, es decir, no puedo entender la educación fuera del problema del poder, que es político. Es necesario que los educadores estén advertidos de eso, porque en la medida en que el educador entiende que la educación es un acto político, él se descubre como un político. En verdad, el educador es un político, es un artista, él no sólo es un técnico que aprovecha las técnicas o que emplea la ciencia. Y por eso mismo él tiene que optar, y esa opción es política, no puramente pedagógica, porque no existe esa pedagogía pura.
Entonces, en la medida en que el educador es un ser político, él tiene que poseer una relativa claridad, por lo menos en relación con su opción política, lo que equivale a decir que él necesita preguntarse: a favor de quién trabajo yo en educación, a favor de qué o, en otras palabras, cuál es mi sueño como educador. Es como preguntar también contra qué estoy trabajando, porque yo conozco una cosa por su contrario de ésta; es necesario que yo sepa entonces como educador con quién estoy. Cuál es mi opción, cuál es mi compromiso. Y de ahí en adelante, también necesito vivir una cosa que no es muy fácil, que es exactamente la correspondencia entre la expresión verbal de mi opción y mi práctica. Quiere decir, vean bien: no es el discurso lo que da validez a la práctica, es la práctica la que da vida al discurso, y aquí ya soy como un indígena también, es decir, es mi práctica la que en el fondo dice que mi discurso es válido, y no mi discurso lo que va a iluminar mi práctica.
Es interesante, hay personas en quienes la identidad entre la práctica y el discurso es tal que ellas son un discurso. No sé si soy claro. Sin querer herir tu sencillez y tu humildad como obispo, obispo de todos nosotros, don Pedro, te pondría y te pongo entre esas personas en el mundo que son su palabra al caminar. Tu práctica es tu discurso, es tu palabra. Pienso que eso es de una enorme importancia. Yo les confieso, esa cuestión de pronunciar un bello discurso, un sermón de amor, de caridad cristiana, y al día siguiente considerar al indígena como un sujeto ontológicamente inferior, ¡vete al infierno! ¡No tiene sentido! Tengo la impresión de que esa cosa es muy importante para la gente.
Por ejemplo: soñamos con una escuela —ahora vuelvo inmediatamente a un análisis ya hecho—, una escuela que sea vivida o cuyos contenidos programáticos correspondan a la ansiedad de los educandos, e histórica, cultural y socialmente, una escuela en que los educandos ejerzan el derecho de ser sujetos. Y hace un momento, a la hora del café, Beth4 me decía eso: que un día, cuando conversaba con una mujer del grupo en el cual trabaja, ella le dijo:
—Tengo una cosa que enseñarte.
—No, no me digas una cosa de éstas —respondió la mujer.
No entendiendo la respuesta, continuó:
—¿Por qué? ¿Qué hay?
Y de repente, el problema de la cultura, el problema del lenguaje, parte del punto de vista de nuestra cultura autoritaria. Beth estaba segurísima, ésa es una frase normal: “Tengo una cosa que enseñarte”. Desde el punto de vista de la cultura de ellos, en que la palabra es la acción transformadora, donde el conocimiento se da en este misterio de la palabra, hubo una reacción, y entonces su compañera indígena le dijo:
—No, estaría mejor si tú dijeras: “yo te enseño y tú me enseñas”.
Por tanto, la mujer indígena planteó exactamente —hasta parece que ella había leído la Pedagogía del oprimido—, ella planteó en verdad el problema de la dialoguicidad. El problema de la dialoguicidad tiene que ver no sólo con la teoría del conocimiento, sino también con la actitud democrática de la presencia del ser como sujeto de su conocimiento, como sujeto de su educación. Ahora, una escuela que experimente un poco de esto no será en verdad destructiva. Trabajará, por el contrario, por la restauración y recuperación de la memoria que a veces se pierde.
Entonces, concuerdo con tu observación. No toda escuela…, yo sé que en Brasil la mayoría la está echando a perder en verdad. El otro día me preguntaron en Belo Horizonte si yo creía que era necesario la reforma de la educación brasileña. Y dije: “Mire, no sólo es la educación brasileña, es la sociedad brasileña completita la que tiene que rehacerse, la que tiene que ser reconstruida, reinventada”. Y reinventando a la sociedad entera nosotros vamos a reinventar la educación que ahora no vale casi nada. Vale algo, pero está horrible, y con ella, la escuela.
En este caso, tengo la impresión de que si ustedes pudieran dedicarle un poco de esfuerzo, trabajando muy de cerca con el método de las lingüistas, lo que quiere decir que apuesto por ese estudio, no que estoy idealizando el papel de las lingüistas ni el papel de nadie, pero creo que la comprensión de la cultura empieza por la comprensión de la lengua y del lenguaje. Ellas me estaban dando explicaciones formidables desde el punto de vista de la estructura del pensamiento, el no uso de los adjetivos, de las oraciones llamadas intercaladas, adjetivas, subordinadas con el pronombre que, por la falta de este que,