Pelota Cosaca - Jerónimo Parada - E-Book

Pelota Cosaca E-Book

Jerónimo Parada

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Beschreibung

El espíritu de esta época y sus raíces históricas nutren estas biografías ficcionadas en las que la vida personal de los jugadores de fútbol y el pasado mítico de los países construyen la épica de cada selección. El camino que trazaron los mismos autores con Pelota Sudaca, donde dan vida a héroes y leyendas de Sudamérica, en este libro recorre el mundo entero, obviando los límites de la realidad y la ficción como una forma de adentrarse en los misterios de los pueblos y su diversidad.

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Pelota Cosaca de Jerónimo Parada y Andrés Santa María

© 2018 de la obra por JERÓNIMO PARADA y ANDRÉS SANTA MARÍA © 2018 de la primera edición LA POLLERA EDICIONES

Primera edición, La Pollera Ediciones (2018) ISBN 978-956-9203-69-5

Edición: Ergas / Leyton Diseño: Pablo Martínez

LA POLLERA EDICIONES www.lapollera.cl / [email protected]

Índice
África
Egipto: la revelación de Bastet
Mohammed Salah: la pizarra de Hapy
Marruecos: el mundial de Mohammed IV
Mehdi Benatia: el león del Atlas
Nigeria: la pretenciosidad es anatema
Kelechi Iheanacho: el amor de Mercy
Senegal: el viaje interdimensional de Plinio el Viejo
Sadio Mané: un encuentro inevitable
Túnez: los cuerpos desnudos
Aymen Abdennour: el arte de la anticipación
América
Argentina: fútbol para todos
Lionel Messi: el falso mesías
Nicolás Otamendi: la paradoja hípster
Brasil: regreso a Ciudad de Dios
Dani Alves: tardes de Juazeiro
Casemiro: los nuevos héroes
Neymar: el Rey Jaguar
Colombia: el mensajero rioplatense
James Rodríguez: cien años de fútbol
Costa Rica: pentecostales al poder
Keylor Navas: Jesús y su apóstol Conejo
México: el gigante abandonado
Héctor Herrera: la forma del agua
Panamá: JDC, el eterno Jerarca Apostólico del esférico
Román Torres: meditación en carrera
Perú: chicha for the jet set
Paolo Guerrero: Túpac Amaru, el tercero
Uruguay: hijos de Vaimaca-Pirú
Luis Suárez: latidos del magma
Diego Godín: el espíritu de Benavides
Asia
Arabia Saudita: la genialidad como obstáculo
Mohammed Al-Sahlawi: el escorpión del desierto
Irán: fútbol en distopía
Sardar Azmoun: la batalla de los dioses
Corea del Sur: un kibun para la victoria
Son Heung-Min: la nuera de Woon-jung
Ki Sung-Yueng: el hilo invisible de Bagwhan Shree Rajnesh
Japón: Súper Campeones
Keisuke Honda: el último samurái
Shinji Okazaki: travesía en haikú
Europa
Alemania: la bestia dormida
Manuel Neuer: el Teddy Bear
Toni Kroos: trastorno obsesivo compulsivo
Mats Hummels: la invisible fuerza de los Thurizas
Bélgica: surrealismo cultural
Eden Hazard: creacionismo científico
Romelu Lukaku: de animal a Dios
Croacia: reminiscencias de Yugoslavia
Luka Modrić: los sirvientes de Dalmacia
Dinamarca: en búsqueda de la felicidad
Christian Eriksen: la angustia de Kierkegaard
España: hispanidad en peligro
Isco: Messi el labrador
Sergio Ramos: los reyes católicos
Francia: las dos fiestas
Kylian Mbappé: el sueño de Le Pen
Paul Pogba: el volcán de Yeo
Inglaterra: bongo bong Amy
Harry Kane: goal save the Queen
Islandia: la alquimia de Loftour
Gylfi Sigurdsson: contra corriente
Portugal: la isla de Madeira
Cristiano Ronaldo: los heterónimos de Pessoa
Pepe: espíritu interdimensional
Polonia: el regreso de los mártires
Robert Lewandowski: Yo, Lewa
Serbia: la fuerza de la ira
Branislav Ivanović: Sava, el vampiro
Suecia: el sueño de Olof Palme
Zlatan Ibrahimović: Zlatan, luego existo
Suiza: la confederación helvética
Xherdan Shaqiri: duende de la Tierra
Rusia: una cuestión de respeto
Yuri Zhirkov: estamos con Inna
Oceanía
Australia: picados preavícolas
Tim Cahill: el vuelo de las cacatúas

África 

Egipto: la revelación de Bastet

Ni Héctor Cúper ni sus dirigidos estaban contentos con las actividades extra programáticas que les imponía la Asociación Egipcia de Fútbol. La obsesión de Samir Zaher por la religión del antiguo Egipto interrumpió las concentraciones de los faraones en reiteradas ocasiones durante el camino a Rusia 2018. Cuando el presidente de la federación se presentaba en el hotel The Nile Ritz Carlton de El Cairo, el técnico y los seleccionados se preguntaban: “¿Y ahora dónde nos va a llevar este demente?”. Tardes de PlayStation, piscina temperada y siestas eran reemplazadas, muy a su pesar, por visitas a monumentos históricos en las que el propio Zaher hacía de guía con un entusiasmo sin parangón.

En viajes que implicaban distanciarse cientos de kilómetros de El Cairo, primero vinieron las pirámides de Giza y después la pirámide Roja seguida por el Templo de Lúxor. Pero lo extraño comenzó a ocurrir en el Templo de Hatshepsut construido en honor a Ra, ubicado en los acantilados de Deir el Bahari, muy cerca del río Nilo y del valle de Los Reyes. En las penumbras de su interior, mientras Sami Zaher profundizaba en la figuras de Hatshepsut y Senemut, se les encimaron una pléyade de brillantes ojos, lo que llevó a los gritos a Essam El-Hadary, capitán del seleccionado, quien corrió despavorido. Constatar pronto que se trataba de una horda de gatos Sphynx, aplacó la tensión del momento. Luego visitaron los templos de Abu Simbel, a orillas del lago Nasser, donde, mientras el presidente de la federación hacía una completísima exégesis en torno a Ramses II y su esposa, Nefertari, Héctor Cúper, todo el seleccionado y el propio Zaher vieron encenderse los ojos de una estatuilla felina. En el viaje de regreso a El Cairo, los seleccionados comenzaron a valorar las actividades extra programáticas y a la vez dejaron de ver lo ocurrido en el Templo de Hatshepsut como un evento aislado; Mohamed Salah inquirió a Mohamed Elneny: “¿Qué hay con los gatos?”, pregunta ante la cuál Elneny se quedó sin respuesta. El misticismo felino que tenía en llamas a Zaher y que ahora entusiasmaba hasta al técnico argentino y gran parte del plantel, tuvo su acontecimiento cúlmine en la visita a la gran Esfinge de Guiza. Zaher no alcanzó a empezar su exposición en torno a Horus cuando la esfinge con cuerpo de león transmutó su rostro en el de una gata, instante en que el presidente de la Asociación Egipcia de Fútbol, enloquecido, comenzó a gritar: “Es Bastet, es Bastet”, y Cúper, su cuerpo técnico, y los veintidós seleccionados entendieron las señales que se venían manifestando.

A partir de la revelación de la diosa Bastet, el ánimo de los seleccionados y su técnico de cara a Rusia 2018 se trasformó por completo. Desde ese entonces, fue posible apreciar en los entrenamientos extrañas triangulaciones, impredecibles movimientos que por un momento parecían inocuos, para luego dar lugar a un furioso arañazo. Ya saben los faraones que cuando se extinga la luz de Ra, los ojos de la diosa protectora serán sus faros en la oscuridad.

Mohammed Salah: la pizarra de Hapy

La filosofía africana, puesta en entredicho y ubicada detrás de un biombo, ha sido entendida –quizás con justa razón– como una timorata expresión de tendencias occidentales absorbidas desde el colonialismo. Pero sería ingenuo aquel que no considerara a Hermópolis, Menfis o Tebas, como parajes que sostuvieron una eclosión: el desembarco de todo lo que hoy se observa como firme y sólido, los derroteros que germinaron la semilla misma de quienes ahora los consideran serviles. No deberíamos olvidar que Tales de Mileto, Aristóteles, Pitágoras y Platón, observaron el Delta, viajaron por el Nilo y dibujaron los cimientos de occidente bebiendo de sus aguas. Esfuerzos filosóficos recientes como los de Séverine Kodjo-Grandvaux, Souleymane Bachir Diagne, Léonce Ndikumana, Kwasi Wiredu, Kwame Anthony Appiah y otros que han abordado el problema de la identidad del hombre africano, debiesen quizás considerar el brutal aliciente que se esconde bajo la figura de Mohamed Salah, cuyo despliegue ofrece una infinidad de posibilidades al pensamiento africano que darían lugar a aluviones de fertilidad, muy evidentemente en su contacto con los estudios culturales, pero también en los ámbitos de la filosofía de la religión, la ética, la estética y, por sobre todo, la metafísica. En este último terreno, tendríamos que atender a esos primitivos picados sobre campos de limo, sedimento clástico incoherente arrastrado por el dios Hapy, materialidad que curtió el estilo de Salah. Sus movimientos brotaron de la misma pizarra del dios Hapy, no podemos desconocer en su jeroglífico la figura que impulsó su juego de extremo derecho. En directa relación con la crecida del Nilo, siguiendo los caminos del delta, Salah ha corrido desde el centro hacia la derecha no solamente atravesando como una nave protocósmica el Estadio Internacional de El Cairo, la cancha del Anfield Road o del Olímpico de Roma, sino que antes, mucho antes, al correr obligado por el ajet de los trastocados terrenos de la aldea de Ngrig para comprar dos kilos de pan a su familia. El primigenio alimento se agradece también a la pizarra de Hapy y, sobre todo, a su harem de diosas rana, que una vez al año aceptan dar fin al divertimento continuo que azota la cueva Bigeh. Es ahí cuando sale el dios verde con sus senos de mujer llevando una flor de loto o bien una palmera en su testa, posibilitando con ello no solamente el cultivo de innumerables toneladas de trigo y cebada, sino también aquel acontecimiento que todo el pueblo de Ngrig ha de recordar, pero que no trataremos con detalles en este libro apócrifo: el día en que escuchando el estridente pop egipcio que vertía en vivo Hadi Halal, y bajo los influjos de una bebida espirituosa, Salah se perdió hacia la derecha de la pista de baile e intentó emular al Dios que dio origen a su juego. Otorgando un afluente decisivo para las nuevas aguas del panteísmo, partido que mantiene expectantes a Giordano Bruno y Baruch Spinoza, Salah constituye un material dorado para el renacimiento de la metafísica africana, una que sin duda debe volver a conectar con los derroteros de dioses y magos capaces de modificar el curso de las aguas, con los mismos que hoy producen un imperceptible pero no menos inquietante movimiento en el caudal del Volga.

Marruecos: el mundial de Mohammed IV

Cuando Al-Hassan Addakhil llegó a fines del siglo XIII a lo que hoy conocemos como Marruecos para ser el imām de los habitantes de Tafilalet, se sembró la semilla de lo que sería una larguísima tradición de gobernantes de la Dinastía alauí que se alzó en el poder en 1666 con la figura de Mulay al-Rashid. Desde entonces, las premisas han sido unificar, pacificar –con las innumerables connotaciones de este dudoso verbo aplicado al poder– y conectar a la nación con la economía europea, para tratar de transformarla en un ejemplo de prosperidad en el continente africano. Bereberes, beduinos e idealistas demócratas como Mehdi Ben Barka debieron conformarse con el control de una monarquía que logró sobrevivir al influjo de los adalides de la ONU y legitimarse en el contexto internacional, consolidando su posición y traspasando hasta nuestros tiempos la corona real en la figura de Mohammed VI.

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