Pelota Sudaca - Jerónimo Parada - E-Book

Pelota Sudaca E-Book

Jerónimo Parada

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Beschreibung

Pieles de todos los colores e inverosímiles cabelleras han envuelto el interior y las osamentas de los genios más creativos jamás vistos sobre un campo de juego, magos o deportistas que han dotado de un ruedo fascinante a la Pelota Sudaca.

Este compendio de historias en formato de enciclopedia construye una épica que eleva a estos cracks a desconocidos planos de su existencia, otorgándoles místicas conexiones con célebres personajes, mitos y sucesos de la historia de la humanidad.

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“Pelota Sudaca”La Pollera Ediciones.www.lapolleraediciones.cl

Primera Edición. Marzo, 2015.

Autor: Jerónimo Parada y Andrés Santa María Editor: Ergas / Leyton Diseño: Pablo Martínez Ilustraciones: Rafael Edwards

E-Book editado en Santiago de Chile.

Índice

ARGENTINA Osmosis rioplatense
Alfredo Di Stefano
Daniel Pasarella
Diego Maradona
Gabriel Batistuta
Javier Mascherano
Lionel Messi
Ángel Di María
BOLIVIA Nuestra Señora de La Paz
Máximo Alcócer
Marco Antonio Etcheverry
Erwin Sánchez
Marcelo Moreno Martins
BRASIL Conchas contra piedras: el baile primigenio
Garrincha
Pelé
Zico
Romario
Ronaldo
David Luiz
Neymar
CHILE Arauco tiene una pena
Elías Figueroa
Roberto Rojas
Iván Zamorano
Marcelo Salas
Arturo Vidal
Gary Medel
Alexis Sánchez
COLOMBIA Visiones del Yagé
Carlos Valderrama
Freddy Rincón
René Higuita
Faustino Asprilla
Radamel Falcao
James Rodríguez
ECUADOR Reminiscencias de Gondwana
Alberto Spencer
Álex Aguinaga
Agustín Delgado
Enner Valencia
Antonio Valencia
PARAGUAY Defensores del Chaco
Julio César Romero
José Luis Chilavert
Carlos Gamarra
Salvador Cabañas
Roque Santa Cruz
PERÚ La fiesta interrumpida: el crepúsculo de los ídolos
Héctor Chumpitaz

SUDAMÉRICA ATRAPA, DESBORDA, SUMERGE en otro tiempo mientras remontamos sus impredecibles ríos madre que se conectan con afluentes que parecen contener toda el agua café del mundo, hilillos que a veces se pierden entre montañas densas del fragor verde de la naturaleza, en picos desde los que brotan innumerables cascadas y que conducen a planos de aguas mudas que poco se diferencian del mar, en cuyas tazas de leche el atardecer se expresa con furiosas tonalidades de imposibles rojos y naranjos. Bajosus aguas, en sus selvas, en parajes en los que la ciencia está lejos de dar su veredicto, se esconden animales peligrosos, mosquitos resilientes y todo tipo de alimañas. Allí no hay seguridad; el hombre todavía se expone a la naturaleza fulminante que es capaz de acabar con todo y a la vez de resucitar cualquier cosa, pues no hay manantial más fértil que aquellos rincones sudamericanos.

Parece indiscutible que la experiencia del fútbol en América del Sur, es más salvaje y única que la que pueda darse en cualquier otro lugar del planeta.

Belicosos indígenas originarios, sanguinarios conquistadores, poderosas linfas africanas, inmigrantes de todos los confines fundidos en maravillosas meiosis en las que intervinieron poderosísimas deidades que también se reprodujeronentre sí, dieron a lugar a los héroes del fútbol sudamericano, hijos de una historia peligrosa e impredecible.

Pieles de todos los colores e inverosímiles cabelleras han envuelto el interior y las osamentas de los genios más creativos jamás vistos sobre un campo de juego que han dotado de otro giro a la pelota sudaca, de un ruedo fascinante que con su flujo energético nos conecta por extraños huecos que surcan el tiempo y el espacio desatando en nuestras humanidades sudacas una incontrolable pasión, un frenesí místico sin parangón.

Lejos de la pachamama americana, en tiempos que solo son recordados gracias a las memorias que resisten y a los escribanos que grabaron en libros las vicisitudes de su era, diversos personajes desarrollaron teorías filosóficas, avances científicos, obras artísticas inolvidables, guerras brutales y un sinnúmero de diversas actividades que en conjunto conforman lo que entendemos de nuestra civilización. Sus acciones, motivadas por las más diversas pasiones e ideas, tocaron cuerdas de infinita vibración, atravesaron el tiempo ayudados por la voluntad y energía emanada de los dioses y ligaron su existencia, en un futuro inimaginado, con un continente lejano y desconocido y con una realidad inexistente que se materializó en cinco siglos de fusión cultural, concentrados en un campo de pasto verde, y en los gladiadores que fugazmente comenzarían a construir una robusta alegoría a los infinitos matices de la humanidad como especie.

Todas las gestas heroicas, los brillos más enceguecedores, las jornadas inolvidables y el infinito clamor del pueblo, se han ofrecido a la escritura de diversas mentes que, obsesionadas con el incesante rodar del balón, han intentado conseguir la inspiración divina y el favor de los dioses para poder plasmar en la palabra escrita aquello que brota del fútbol y que necesita de lenguajes ajenos a sí mismo para ser representado de la manera más sublime. La literatura ha abrazado al fútbol con genuina devoción y sus cultores, desde diversos estilos y corrientes estéticas, han ofrecido lo mejor de su pluma para rendir honores a la delirante pasión que cruza todos los rincones de la existencia humana y que es capaz de unir las más diversas formas de cultura y pensamiento para obtener impensados resultados: a veces, una apolínea sintonía de preceptos ético-morales y, otras, un estrambótico caos que refleja los rincones más pestilentes de la naturaleza humana.

Pelota Sudaca nos conecta con las raíces del árbol abriendo caminos extraviados, ductos tapados por la tierra de la descripción que se surcan para volver a vernos, para decirnos de un modo diferente. Pelota Sudaca es un libro vivo, sujeto al devenir, siempre dispuesto a dibujar una y otra vez los misteriosos recovecos de las vidas de los genios sudamericanos, esos caminos que se vuelven a abrir incrustándose en el pasado para parir nuevos dioses.

ARGENTINA

Osmosis rioplatense

Hace cuarenta mil años, el descenso de los océanos permitió la milagrosa aparición del Puente de Beringia, y con ello las primeras comunidades se adentraron en la misteriosa América, una nueva dimensión del mundo que se abría como un libro de secretos listos para ser capturados. Siglos después, en el sur del nuevo mundo y al este de la Cordillera de los Andes, a un lado del Océano Atlántico, apenas corrían 3 minutos de partido un 16 de mayo de 1901, cuando Guillermo Leslie derrotó al meta uruguayo Sardeson y logró el primer gol de la historia de la albiceleste, desatando una revolución absoluta en la esencia misma del pueblo argentino, uno de los tantos herederos del poblamiento americano.

Una revolución que por cierto había partido en la mente de Juan Bautista Alberdi en 1852, cuando su frase “gobernar es poblar” obsesionó las mentes de los miembros de la Asamblea Constituyente, quienes consideraron que los ciudadanos del “Primer Mundo” darían un futuro de virtud y prosperidad con su llegada. Pero fue la llegada del pueblo europeo, particularmente desde Italia, la que trastocó furiosamente todos los cimientos de la cultura argentina.

Siglos de historia transcurridos en Europa, y pueblos de distintas naciones se mantenían intranquilos, insatisfechos, hastiados de la explotación, la esclavitud, la inmundicia y la ignorancia de la que eran herederos milenarios, y de ver cómo la historia era escrita por la Aristocracia política y religiosa, incomodada apenas con la aparición de una Burguesía desinteresada de lo que ocurría un poco más allá de sus propias narices. Mientras los patriotas fraguaban las revoluciones que hicieron estallido en Europa durante los siglos 19 y 20, otros decidieron tomar lo poco que los ataba a su tierra natal y viajar al Nuevo Continente. Entre los millones de viajeros que llegaron a América buscando romper con la noción cristiana de destino, destacaban españo les y particularmente italianos, que darían a la Argentina un sello de mestizaje único, en particular a su destino predilecto, la porteña ciudad de Buenos Aires.

El espíritu de obreros venidos de todos los rincones de Italia se tomó las calles de Capital Federal. Los bachichas con desenfrenados gritos plasmaron su entusiasmo en todas las actividades de esta nueva Argentina. Una exquisita osmosis de hablas y costumbres tuvo lugar con la llegada de miles de inmigrantes: se fundaron ghettos, surgieron conventillos donde predominaba la cocina de la gran bota, y se dejaban sentir por vez primera en tierras sudamericanas los intensos aromas de hierbas selváticas como la albahaca, el romero y el tomillo, que emanaban del fragor de ollas repletas de berenjenas, tomates y zuchinis. Un grupo de genoveses había tomado como su Picola Italia el terreno que comprendía la zona de la desembocadura del Riachuelo en el Río de La Plata, al punto de bautizar el que sería uno de sus más populares barrios, alzando la bandera genovesa como República Independiente de La Boca. Pero no todo era pesto, focaccia y discusiones en torno al anarquismo de Malatesta. Los italianos introdujeron también una desmedida pasión que se plasmaba en cada picado que poblaba las calles entusiastas de deportistas en bruto. De aquel barrio, ampliamente transitado por el espíritu itálico y fruto de estos primarios partidos, surgían los dos clubes más grandes de la Argentina, River y Boca, protagonistas del mayor clásico del fútbol mundial, y congregadores de una inmensa pasión en torno a sus colores.

Fruto de toda esta historia, todos los días emanan como murmullos interminables desde cafés, bares y taxis en la capital y el interior de la Argentina palabras dedicadas al fútbol, produciendo una vibración futbolística incuantificable, que a veces a mitad de semana y siempre los fines de semana se transforma en alaridos boyantes o encolerizados, en puteadas de inverosímil creatividad, en pizzas cancheras, en chorizos, en aluviones de birra, como si el cuerpo se abocara por completo a esa devoción que no conoce de sensatez, perdiéndose en senderos salvajes e indeterminados que pueden terminar en ráfagasde éxtasis o en la noche oscura del alma. Pasado el vendaval, ese fin de semana repleto de noventa minutos de primitivo frenesí, cesa el griterío y vuelve el rumor, la conversación se torna más cerebral, las pasiones se aquietan, pero la pelota sigue dominando el pulso de la verborrea argentina hasta que nuevamente es viernes y el ciclo se repite sistemáticamente como el giro de la tierra alrededor del sol, como un rito interminable que pareciera que nunca va a acabar.

Alfredo Di Stefano

De la frescura de la mente francesa, la misma que hizo reírse a Voltaire de Dios en una Europa que parecía pudrirse en los oscuros pantanos que son las estancadas aguas de la seriedad, que había encallado en el putrefacto olor del culto a lo sacrosanto, brotó el inmejorable adjetivo l'omnipresent para definir a Di Stefano. No podía ser más acertado, y solo cobraba vida porque los ingenios de los periodistas que así le bautizaron se habían curtido en la tierra del hombre que a través de su Cándido se burlaba de las ideas de Leibniz. Esta vez, los atributos divinos se bajaban a la humanidad de Alfredo Di Stefano, vinculando de forma inédita la figura del Dios cristiano con la de un futbolista. La famosa frase bíblica de Jeremías podía releerse así: Di Stefano es omnipresente.

Está con su ser, saber y poder, donde quiera que exista algo distinto de Él mismo. La ubicuidad de “La Saeta Rubia” no se ejercía en todos los confines del universo, pero una vez de corto, abrochados los botines y sobre el pasto verde delimitado por líneas blancas, desafiaba las problemáticas teológicas, cuestionaba los paradigmas de la física, las teorías del tiempo y del espacio: pateaba un córner y con su testa lo convertía en gol. En el Bernabeu, incrédulos hinchas se deleitaban con el omnipresente que vestido de blanco se alzaba como el primer Dios del fútbol mundial.

El castellano rioplatense, variedad dialectal más característica de muchas de las más grandes urbes de Argentina y Uruguay, siguió fluyendo en el viejo Alfredo, aún tras sesenta años de vida en España. “Sho creo que Cristiano es un fenómeno”, replicaba en su última entrevista antes de morir, con esa mezcla de castellano y la inconfundible influencia italiana.

Era imposible olvidar la infancia en Barracas, y esa riqueza multicultural que se armaba entre grupos de alborotados niños hijos de genoveses, cántabros, gallegos y judíos sefardíes, todos con historias siniestras detrás que eran tiernamente adornadas para olvidar los avatares de un pasado con el que no parecían querer conectar.

Más de medio siglo en España no pudo borrar ese sentimiento profundamente argentino que la Saeta evocó siempre en su habla impenetrable, ni tampoco sus recuerdos más bellos de la experiencia de 1947, cuando con sus seis goles lideró a la Argentina campeona del entonces llamado Campeonato Sudamericano de Selecciones, máxima gloria que pudo alcanzar en este tipo de competencia, y una razón más para entender por qué Di Stéfano nunca dejó de alucinar desde su ventana con las más hermosas panorámicas del Río de la Plata.

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

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