Perdiendo el control - Robyn Grady - E-Book
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Perdiendo el control E-Book

Robyn Grady

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Beschreibung

"Trabajarás para mí" Para Cole Hunter, magnate de los medios de comunicación, hacerse cargo de los problemas era algo natural. Y eso incluía tratar con Taryn Quinn, una obstinada productora de televisión. Aunque a Cole no le gustaba su idea para un programa de viajes, Taryn lo intrigaba, y decidió acompañarla a una remota isla del Pacífico para buscar localizaciones. Rápidamente ella hizo que Cole se olvidara de todo… excepto de hacer el amor con ella a la luz de la luna. Sin embargo, ¿se arriesgaría a perder todo por lo que había luchado por mantener a Taryn en su vida?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Robyn Grady

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Perdiendo el control, n.º 2077 - diciembre 2015

Título original: Losing Control

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7276-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Todas las miradas se alzaron y la conversación cesó cuando Cole Hunter estalló, dejando escapar un gruñido. No iba a disculparse. No soportaba que le mantuvieran al margen, sobre todo cuando el engaño tenía que ver con el hombre al que más respetaba en el mundo.

En otra época el padre de Cole había sido un motor corporativo, un líder al que todos admiraban y al que a veces temían. Las cosas habían cambiado. Guthrie Hunter se había ablandado con los años y la responsabilidad de dirigir Hunter Enterprises había caído sobre los hombros de Cole. Primogénito de cuatro hermanos, era la persona en la que la familia se apoyaba cuando había una crisis, en Sídney, o en cualquiera de las otras sedes que la empresa tenía en Los Ángeles y en Nueva York.

Cole no quería pensar en el problema de Seattle.

La recepcionista de su padre se puso en pie. Cole la hizo volver a su asiento con una mirada enérgica y entonces fue hacia las colosales puertas que llevaban el flamante emblema de Hunter Enterprises. ¿Cómo iba a hacer que las cosas funcionaran si no le mantenían bien informado? No podía arreglar aquello que desconocía.

Atravesó las puertas. Al volverse para cerrarlas su mirada recayó en las tres personas boquiabiertas que esperaban en la recepción. Uno de ellos era una mujer con unos enormes ojos azules y el cabello liso. Su rostro era pura curiosidad. El pulso se le aceleró un instante y entonces recuperó la cadencia furiosa. El trabajo en la producción televisiva le ponía en contacto con mujeres preciosas todos los días, pero la madera de estrella era difícil de encontrar. Esa mujer la tenía a raudales. Seguramente iba a hacer un casting para un programa. Debía de ser un proyecto especial, si Guthrie Hunter iba a realizar la entrevista él mismo.

Otra cosa de la que no sabía nada…

Apretando la mandíbula, Cole cerró dando un portazo y se volvió hacia el escritorio de madera noble. Innumerables premios rutilantes cubrían la pared de detrás. Siempre habían estado ahí, desde antes de que él naciera. Impertérrito, un hombre canoso hablaba por teléfono, sentado frente al escritorio. Las fuentes de Cole le habían informado de que habían pasado tres horas desde el segundo atentado contra la vida de su padre. Guthrie debía de estarse preguntando por qué había tardado tanto su primogénito.

Parándose en el medio del enorme despacho, Cole cerró los puños.

–Sea quien sea el responsable, se pudrirá en una cárcel por el resto de su vida. Por Dios, papá, ha habido disparos. Este tipo no va a parar.

Guthrie murmuró unas palabras de despedida por el auricular y colgó. Miró a su hijo y entonces levantó la barbilla.

–Lo tengo todo bajo control.

–Igual que el mes pasado, ¿no?, cuando te sacaron de la carretera.

–Las autoridades concluyeron que fue un accidente.

Cole miró al techo.

–La matrícula era de un coche robado.

–Pero eso no quiere decir que hayan intentado atentar contra mi vida.

–Bueno, pues te diré lo que sí significa: guardaespaldas hasta que esto se solucione. Y no quiero oír nada más al respecto.

El dueño de Hunter Enterprises, de sesenta y dos años de edad, apoyó las palmas de las manos sobre el escritorio y se puso en pie con la agilidad de un treintañero.

–Te alegrará saber que ya tengo uno. Y también es detective privado.

Cole soltó el aliento, aliviado.

–¿En qué estabas pensando? ¿Cómo has podido ocultarme esto?

–Hijo, acabo de llegar –rodeando el escritorio, Guthrie le puso una mano en el brazo a su hijo–. Ya tienes bastantes cosas de las que preocuparte. Como te he dicho antes, todo está bajo control.

Cole hizo una mueca. Su padre se estaba engañando a sí mismo.

Cuatro años antes, mientras su padre se recuperaba de una cirugía de bypass, el imperio de la familia había sido dividido y cada uno de los hijos había quedado a cargo de una sección. Cole, que entonces tenía treinta años, se había responsabilizado de la televisión por cable australiana y de los derechos de emisión. Cuando no iba detrás de alguna falda, Dex, el hermano mediano, se ocupaba de la productora de cine, localizada en Los Ángeles. Wynn, el benjamín consentido de los chicos Hunter y fruto del primer matrimonio de Guthrie, se encargaba de la sección de prensa de Nueva York; y Teagan, hermana de padre y madre de Cole, hacía lo propio en Washington State.

Al principio Cole se había enfurecido al ver que la «niña de papá» eludía sus responsabilidades negándose a ponerse al frente del negocio. Hunter Enterprises les había dado todo lo que tenían, incluyendo las operaciones de Teagan en la infancia y los vestidos de firma durante la universidad. Su papel, no obstante, no tenía que ser más que secundario, ya que la responsabilidad mayor recaía en los tres varones. Y Cole no podía sino estar agradecido de que la malcriada de los Hunter hubiera abandonado al final. Ya pasaba demasiado tiempo vigilando a sus hermanos y preocupándose por sus respectivos negocios y decisiones personales.

No era que no quisiera a sus hermanos. Nada podría cambiar el cariño que sentía por ellos. Habían tenido una madre maravillosa, una belleza de Georgia llena de talento que siempre decía con orgullo que Wynn y él habían nacido en Atlanta. Los hermanos Hunter solo se llevaban dos años y siempre habían sido uña y carne, pero gracias a la prensa amarilla y a la red todo el mundo estaba al tanto de las disputas que convertían en un desafío la ingente labor de llevar el timón de un imperio corporativo fraccionado. Los excesos de Dex y la debilidad de Wynn le habían pasado factura a la imagen de la corporación, y Cole estaba decidido a tomar las riendas de Hunter Enterprises a toda costa.

Guthrie quería que sus hijos limaran asperezas y siguieran trabajando juntos, pero eso se había convertido en una misión imposible. El dueño del imperio Hunter se había casado por segunda vez con una arpía calculadora y jugar a la familia feliz suponía cada vez más esfuerzo.

Apartándose de su padre, Cole contempló los ferris que surcaban las aguas azules del puerto de Sídney.

–Me gustaría hablar con Brandon Powell y organizar la protección durante veinticuatro horas.

–Sé que Brandon y tú sois amigos desde hace años, y su empresa de seguridad es una de las mejores. No es que no haya pensado en ello, pero, francamente, necesito a alguien a quien le quede claro quién paga la factura.

Cole se giró de golpe.

–Si estás sugiriendo que Brandon sería capaz de actuar de una forma poco profesional…

–Estoy diciendo que tú estarías encima de él todo el tiempo y al final se divulgarían todos mis movimientos, todo lo que pasa bajo el techo de mi casa, y eso no es una opción. Sé que no te cae bien Eloise pero… Hijo, mi esposa me hace feliz.

–¿Igual que mi madre?

–Tal feliz como espero que seas alguna vez cuando encuentres a alguien que de verdad te importe.

Cole se negaba a ver el brillo de las lágrimas en los ojos de su padre, y tampoco quería reconocer el peso incómodo que sentía en el pecho. Se dio media vuelta y caminó hasta las enormes puertas. La lujuria y el amor eran dos cosas distintas. Un hombre de la edad de su padre debería haber tenido muy clara la diferencia.

Casualmente, la primera cosa que llamó la atención de Cole cuando regresó a la recepción fue la rubia que parecía tener madera de estrella, con sus piernas largas y sus labios protuberantes. ¿Qué hombre con sangre en las venas hubiera dejado pasar la oportunidad de tener esas curvas cerca?

Pero eso no era más que algo sexual, pura lujuria. Cole esperaba encontrar a la mujer adecuada algún día, alguien a quien respetar y que le devolviera ese mismo respeto. Su madrastra no conocía el significado de esa palabra. De hecho, no le hubiera sorprendido en absoluto que hubiera estado detrás de esas balas.

Aunque su padre hubiera zanjado el tema, iba a hablar con Brandon Powell de todos modos.

Cole parpadeó rápidamente y apartó la mirada de esa llamativa rubia de ojos azules. Su padre le observaba con las cejas alzadas.

–Veo que ya conoces a nuestra nueva productora, Taryn Quinn.

Cole se quedó estupefacto. ¿Productora? ¿La chica iba a estar detrás de las cámaras y no delante de ellas? Volvió a examinar a la joven. Ella le atravesaba con la mirada.

Se aclaró la garganta. Daba igual que fuera productora o una nueva promesa. Si su padre no le había consultado nada antes, entonces no podría hacer más que ofrecerle un escueto saludo. Tenía una reunión a la que asistir y muchos documentos importantes que revisar.

–Encantado de conocerla, señorita Quinn –dijo con prisa, listo para seguir su camino.

La joven ya se había puesto en pie, no obstante, extendiéndole la mano. La luz que se reflejaba en sus ojos pareció multiplicarse por mil. Cole no podía negar que sentía el calor de esa sonrisa en los huesos.

–Usted debe de ser Cole –dijo ella al tiempo que Cole le apretaba la mano.

Una sutil corriente eléctrica le subió por el brazo y, a pesar de su mal humor, se vio asaltado por una sonrisa.

–¿Entonces es productora, señorita Quinn?

–Para un programa que aprobé la semana pasada –dijo Guthrie de repente al tiempo que la señorita Quinn bajaba la mano–. No he tenido tiempo de hablar contigo todavía.

–¿Qué clase de programa?

–Es un programa de destinos turísticos.

Por el rabillo del ojo Cole vio que su padre jugueteaba con la pulsera de platino de su reloj, tal y como hacía siempre que estaba incómodo. Y no era de extrañar que lo estuviera. La última serie de destinos turísticos de Hunter Broadcasting había tenido una muerte rápida y bien merecida. En tiempos de crisis, lo último que necesitaban los espectadores era otro programa más de «mejores destinos». Además, los presupuestos de esa clase de proyectos siempre eran desorbitados y los patrocinadores intentaban bajar los costes de todas las formas posibles. A pesar de su deslumbrante encanto, Cole no hubiera dudado ni un segundo en rechazar la propuesta de la señorita Quinn si le hubieran dado oportunidad de decidir. Otro desastre más que tendría que arreglar…

La recepcionista de Guthrie les interrumpió en ese momento.

–Señor Hunter, me pidió que le avisara si llamaba Rod Walker, de Hallowed Productions.

Pensativo, Guthrie se tocó la barbilla antes de regresar a su despacho. Se detuvo un instante bajo el umbral.

–Taryn, hablamos después. Mientras tanto… –miró a su hijo–. Cole, le he dado a la señorita Quinn el despacho que está al lado del de Roman Lyons. Hazme un favor.

Cole se metió las manos en los bolsillos para esconder los puños cerrados.

–Tengo una reunión…

–Primero acompaña a la señorita Quinn a su despacho, por favor. Tu reunión puede esperar.

 

 

Taryn le dio las gracias a Guthrie Hunter y entonces se volvió hacia su hijo. Cole Hunter tenía el atractivo de una estrella de Hollywood.

–Su padre es un hombre muy considerado, pero si está ocupado, no le entretengo.

Al sentarse de nuevo cruzó las piernas y tomó una revista. Cole, sin embargo, se quedó allí de pie. ¿Acaso esperaba que le hiciera una reverencia antes de marcharse?

Taryn levantó la vista de la revista.

–No puedo posponer esta reunión.

–Oh, lo entiendo –le dedicó una sonrisa rápida que él no le devolvió.

–Mi padre no tardará. Rod Walker también es un hombre muy ocupado.

Taryn asintió y volvió a cruzar las piernas y fijó la mirada en la revista. El joven señor Hunter, sin embargo, miró el reloj.

–Mi invitado tiene que tomar un vuelo de vuelta a Melbourne a mediodía. No tenemos mucho tiempo.

Levantando la vista de nuevo, Taryn ladeó la cabeza y parpadeó.

–Entonces, será mejor que se dé prisa.

Cole Hunter era de lo más predecible. Ante todo, era uno de esos tipos ferozmente ambiciosos que no dejaba que nada se interpusiera en su camino. Nada era comparable a la sensación de verse en lo más alto.

Esa era una de las máximas favoritas de su tía, la mujer que la había criado.

«Invierte en ti mismo, como puedas, cuando puedas», solía decirle.

Cole cambió el peso al otro pie.

–En realidad tengo que pasar por delante del despacho que está al lado del de Roman.

Ella abrió la boca para declinar, pero él siguió adelante.

–Insisto.

Le ofreció una mano y, sabiéndose acorralada, Taryn no tuvo más remedio que aceptar.

Tal y como esperaba, volvió a sentir esa descarga que la había recorrido la primera vez que se habían tocado. La sonrisa de satisfacción disimulada que se dibujaba en los labios de Hunter le dejaba claro que él había sentido lo mismo.

Mientras caminaban hacia el ágora central del edificio, Taryn se imaginó a su tía Vi levantando las manos a modo de advertencia y sacudiendo la cabeza. Cole Hunter era uno de esos hombres que hacían encenderse todas las alarmas.

 

 

–Guthrie me hubiera dicho que íbamos a trabajar juntos.

Cole no se llevó ninguna sorpresa al ver que su comentario no recibía respuesta alguna. Taryn Quinn era atractiva, encantadora, misteriosa… Mientras caminaban pasillo abajo, Cole no tuvo más remedio que admitir que se sentía profundamente intrigado. Y su padre lo sabía de antemano. La llamada de Rod Walker era una excusa.

Al pasar por delante de un grupo de empleados, Cole la miró de reojo. Taryn seguía mirándole como si acabara de decirle que los científicos habían demostrado que la luna estaba hecha de queso azul. A lo mejor tenía problemas de audición. Cole probó a hablar más alto.

–He dicho que mientras esté en Hunter Broadcasting, estará a mis órdenes.

–Lo siento, pero se equivoca.

Cole aflojó el paso. Miró a su alrededor. ¿Acaso era una broma y había una cámara escondida, o lo hacía adrede?

–Debe de estar al tanto de mi puesto aquí. Soy el director general y el productor ejecutivo, y es así para todos los programas que produce la empresa. Yo doy el visto bueno a los presupuestos, a los acuerdos con patrocinadores y a los proyectos.

Taryn arqueó las cejas.

–Guthrie y yo hemos discutido todo eso. Yo trabajaré directamente para él.

Cole ni se molestó en esconder la media sonrisa. No le gustaba ejercer la crueldad gratuita, pero iba a disfrutar poniendo a la señorita Quinn en su sitio.

Fuera lo que fuera lo que Guthrie le hubiera dicho, su padre llevaba años sin implicarse a esos niveles en la gestión de Hunter Enterprises, aunque a lo mejor era conveniente mirar el asunto desde otra perspectiva. ¿Qué había hecho Taryn Quinn para acercarse tanto a su padre? ¿Qué le había dicho? ¿Cómo de cercana podía ser su relación? Una docena de preguntas acudieron a su cabeza de repente. ¿De dónde había salido? ¿Acaso sabría algo de los intentos de asesinato?

Más adelante, Roman Lyons, el rey de la comedia, acababa de salir de su despacho. Iba silbando esa cancioncilla que canturreaba siempre y que tanto incomodaba a Cole. Años antes habían tenido un desacuerdo respecto a la dirección de un programa y Cole le había rescindido el contrato. Guthrie le había convencido para que le diera una segunda oportunidad. Después de dos años, Cole no podía negar que el inglés había hecho un buen trabajo. Incluso había tomado las riendas de Hunter Enterprises en su ausencia en un par de ocasiones. Jamás serían los mejores amigos, no obstante.

Lyons le saludó cordialmente, pero su mirada se clavó en la joven que le acompañaba. A juzgar por la intensa expresión que adquirieron sus ojos oscuros y velados, cualquiera hubiera dicho que la conocía.

–Tiene que ser la chica nueva. Taryn, ¿no? –Lyons le ofreció una mano, guiñando un ojo al mismo tiempo–. Las noticias vuelan.

Cole sacó la barbilla. Las noticias volaban, pero no para él.

–Gracias por la bienvenida –dijo Taryn–. ¿Usted es…?

–Roman Lyons.

–Parece que vamos a ser vecinos, señor Lyons. Mi despacho estará junto al suyo.

–Iba a por una taza de té. ¿Le apetece?

El rostro de Taryn se iluminó.

–Me muero por un café.

–Déjeme adivinar. Cortado, con azúcar.

Cole soltó el aliento.

–Os dejo para que os conozcáis. Tengo trabajo que hacer.

–¿Con Liam Finlay? Iba hacia tu despacho hace un momento –Roman se ajustó el nudo de la corbata como si se estuviera aflojando el nudo de la horca–. No parecía muy contento, si no te importa que te lo diga.

Cole reprimió un juramento. Nunca era buena idea hacer esperar a Liam Finlay, y mucho menos ese día. Finlay era el director general de la liga de fútbol más importante de Australia. Hunter Broadcasting había tenido los derechos de retransmisión de la mayor parte de sus partidos hasta cinco años antes, momento en el que su padre y él habían tenido una disputa.

Pero ese año esos codiciados derechos estaban a la venta de nuevo. Cole había tenido que esforzarse mucho para conseguir que Finlay accediera a reunirse con él y, llegado ese momento, no podía permitirse ni un solo fallo de protocolo.

–Gracias por tomarse la molestia, señor Hunter –dijo Taryn Quinn–. A partir de ahora me las arreglo sola sin problema.

Cole sintió que una vena comenzaba a palpitarle en la sien. Tenía que acudir a la reunión, pero no había terminado con la señorita Quinn.

Roman se alejó y Taryn entró en su nuevo despacho, equipado con muebles de teca y con la última tecnología. Ella, sin embargo, fue directamente hacia los ventanales. Cole creyó oírla suspirar mientras admiraba las vistas al puerto. Su mirada recorrió esas curvas tentadoras escondidas bajo una elegante falda azul.

–¿Tiene experiencia en algo más, aparte de la producción en televisión, señorita Quinn?

–He trabajado en televisión desde que terminé la carrera de Dirección de Arte.

–Entonces debe de tener experiencia en otras áreas del sector, ¿no?

–Empecé como ayudante de producción y he ascendido poco a poco.

–¿Y mi padre…–volvió a recorrer esa falda con la mirada– resultó impresionado por su currículum?

Ella se volvió con una sonrisa firme en los labios.

–En realidad fue algo más que una buena impresión.

–Siempre hago que revisen exhaustivamente el currículum de todos mis empleados, sobre todo de los puestos directivos.

–Vaya, supongo que hay muchos esqueletos en los armarios por aquí.

Cole esbozó una media sonrisa rebosante de sarcasmo. Cruzó los brazos.

–¿Tiene alguno en el armario, señorita Quinn?

–Todos tenemos nuestros secretos, aunque no suelen interesarle a nadie.

–Tengo la sensación de que los suyos me interesarían.

Ella le miró fijamente y comenzó a caminar hacia él, moviéndose con una cadencia calculada y desafiante. Cuando estuvo lo bastante cerca como para que Cole pudiera oler su perfume, se detuvo y apoyó las manos en las caderas.

Cole soltó el aliento.

«Pobre señorita Quinn…», pensó. ¿Acaso no sabía que las novatas como ella formaban parte de su dieta diaria?

–Ya le he robado demasiado tiempo. No haga esperar a su invitado. Estoy segura de que su padre vendrá enseguida.

Cole sonrió. Podría haberse pasado todo el día jugando con ella, pero no tenía tiempo. Empujó el picaporte.

–Mi padre ha sido quien la ha contratado, pero soy yo quien maneja las cuentas, y si su programa no obtiene resultados la producción se acaba, si es que dejo que arranque.

Una sombra se cernió sobre esos ojos azules.

–Mi programa arrancará y será la sensación de la temporada. Vamos a tener una lista de invitados de primera.

–Ya hemos hecho eso.

–Vamos a escoger destinos tanto salvajes como de lujo.

–Ya está hecho.

–El presentador que tengo en mente es el más famoso del país. Ha sido votado como el más popular de Australia y tiene una larga lista de éxitos en su currículum.

Cole reparó en sus labios carnosos.

–¿Eso es lo mejor que tiene?

Cole creyó verla estremecerse.

–Tengo una copia firmada del proyecto aprobado y también un contrato en el que se fija mi sueldo.

–Un contrato que será extinguido si su piloto no es más fresco que los titulares de las noticias de mañana.

Una emoción similar al odio hizo que le brillaran los ojos.

–¿Y si le ofreciera algo que jamás ha visto antes?

Cole esbozó una sonrisa.