¡¡¡Pero qué perro!!! - Esteban Caparrós - E-Book

¡¡¡Pero qué perro!!! E-Book

Esteban Caparrós

0,0
9,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

La obra narra, en cada uno de sus once cuentos, la intensa relación de una comunidad con el fútbol, explorando cómo este deporte se entrelaza con las vidas, esperanzas y tragedias de sus personajes. A través de la pasión por el fútbol y teniendo siempre en los relatos la presencia de un perro, se revelan las complejidades de las relaciones humanas y los conflictos sociales, presentándonos un poderoso retrato de la sociedad argentina.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 464

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


ESTEBAN CAPARRÓS

¡¡¡Pero qué perro!!!

Tabla de Contenidos

AUGUSTO ROMANO

EL BOTÍN

EL CAMALEÓN

EL OLÍMPICO

GRINGO

NO DA LA PATITA, NI HACE EL MUERTITO

TRANSPORTADOR DE ALMAS

TRASLOCACIÓN

PIPO

TENDENCIOSO

¡TRÉBOLES!

A mis padres

AUGUSTO ROMANO

OCTAVO DÍA DE CUARTO MENGUANTE

—¡Señores por favor! –gritaba Emilio Judice, el secretario– ¡tenemos que seguir adelante con la reunión! –el griterío por momentos aflojaba y parecía que los miembros de la Comisión Directiva daban por terminadas sus rencillas personales y se encauzaba de una vez por todas pero no. Al tiempo que el presidente del club intentaba ser escuchado alguien optando por la peor opción pero tal vez la más efectiva, se metía la mano debajo de la campera y sacaba un arma.

—¡Vamos! ¡Qué mierda les pasa ahora! ¿Eh? –gritaba Roberto Trementi, Presidente del Club Honores de Chimbas de San Juan –¿Ahora me acusan a mí? –el Club Honores de Chimbas se había convertido en un polvorín. Algunos vociferaban entre sí. Otros se gritaban de una punta a la otra mientras en la cabecera de la larga mesa de madera laqueada el presidente del club trataba de mantener el orden.

—Callate, Roberto, caradura. ¡Vos mismo propusiste a tu suegro para dirigir a Honores!

—¡Pero si ustedes estuvieron de acuerdo! ¿O no?

—Nos lo impusiste, vos lo impusiste –gritaba uno blandiendo delante de su nariz el dedo índice.

—¡Nos estás mandando a la ruina! –le gritaba otro.

—¿Yo mandarlos a la ruina? Desde que estoy al mando del club no hemos hecho más que crecer y crecer.

—¿Y en el fútbol? ¿Eh? ¿En el fútbol como estamos?

—Sabías bien que nos íbamos al descenso y no reforzaste el equipo, solo te interesó hacer canchas de tenis, jockey sobre césped sintético y un microestadio.

—Y bien orgulloso estoy de eso –manifestaba Trementi con tranquilidad.

—¡Pero nos vamos al descenso, nos vamos! ¡Te voy a acogotar!

—¿Sabés Roberto lo que significa para nosotros? ¡Fuimos pentacampeones entre el 70 y 75! Labruna puso los ojos en algunos de nosotros.

—¡No me importa! –dijo el presidente ofuscado. Lo que desató el delirio de los concejales. Los gritos llegaban a escucharse a dos cuadras de distancia. Fue entonces que el tipo que jugueteaba el revólver decidió que era el momento y subiendo un poco la mano disparó. El estruendo se escuchó en todo San Juan. Los concejales se habían tirado de cabeza al suelo. El único que estaba de pie era el Sordo Vargas que a su media lengua intentaba exponer sus argumentos. Al ver que todos se cubrían olisqueó el aire y sintiendo olor a pólvora, salió volando por la misma ventana abierta que había salido la bala llevándose un pedazo de cortina.

—¡Bueno, por fin! –dijo el tipo armado– ¿vamos a hablar como personas? –en ese momento se volvían a levantar gritando y el tipo que había disparado antes con un sonoro chiflido hizo girar sobre su cabeza el arma con un brazo extendido, era Raúl Ludueña, un hombre práctico– ¡levante la mano el que quiera decir algo coherente! ¡Luis Degregorio! Bien, luego Pedro Benavente y Finalmente José Restriega.

—¡Yo no estoy cuestionando la gestión de Roberto! –dijo Luis arreglándose las puntas de los bigotes– Me parece que ahora que tenemos un rival accesible ya tendríamos que tener un nuevo director técnico. ¡Ya mismo! El club Honores de Chimbas ha crecido, es verdad, pero en 30 días nos toca enfrentar a nuestro clásico rival –aludía al Chimbas Sporting Club–que nos daría la vuelta olímpica en nuestra propia casa y nosotros nos iríamos sin atenuantes al descenso. ¡Necesitamos un San Martín, un Güemes!

—¡Gracias Luis! No nos alcanza con un San Martín. Necesitamos un ejército de ellos y así y todo sería difícil –dijo Pedro Benavente.

—¡Un ejército de gladiadores! –y por lo bajo se dijo a sí mismo– ¡Si supieran lo que eran los gladiadores! –se lamentó el secretario Emilio Judice.

—Oiga, mi señor, ¿cómo no saber quiénes eran? Eran hombres feroces que no temían a la muerte –todos se dieron vuelta a ver quién hablaba, no era la voz de José Restriega quien tuviera la palabra. Raúl Ludueña, en un segundo, intentó apuntar el arma al que hablaba y sin darse cuenta se encontraba desarmado, con la cara apoyada en la mesa y el brazo izquierdo peligrosamente extendido a punto de quebrarse.

—¡No sea chiquillo, mi señor! –dijo el recién llegado– le devuelvo el juguete si me promete que no lo usa más –sin dejar que prometiera lo liberó y le dejó el arma en la mano y siguió hablando mientras caminaba hacia donde se encontraba el presidente– ¡Yo, Augusto César Romano soy el nuevo director técnico de Honores de Chimbas! –el silencio se devoró las últimas sílabas pronunciadas, solamente se respiraba olor a pólvora y sudor de hombres viejos– ¡Vamos señores, podéis aplaudir al menos! –unos tibios aplausos surgieron de algún desprevenido– ¡Vamos, liberad la sala que tengo que hablar con Don Roberto! –el mismo Roberto tan sorprendido como los otros hizo gestos de que lo dejaran a solas con ese extraño. Raúl Ludueña desde el fondo hizo un gesto con el arma al presidente, pero este meneó la cabeza para que se retirara como los demás. El silencio dentro del salón contrastaba con el cuchicheo incesante que reinaba afuera.

—Siéntese, señor Romano –invitó Roberto mientras se encaminaba a la puerta y con cuatro gritos convertía el afuera en un frío silencio de tumba.

—¡Gracias, mi señor! –Augusto se acomodaba en el mismísimo sillón que ocupara el presidente y esto a Trementi no le agradó demasiado. Le clavó la mirada y retiró una silla como para que se enterara que él se sentaba en la cabecera. Que ese era su lugar. Romano lo miró y dijo:

—¡Sí, mi señor, siéntese por favor así ponemos las cláusulas del contrato en conocimiento suyo! –sacando una carpeta de cartón vaya a saber uno de donde y que antes no llevaba en la mano. Roberto Trementi se sentó más por la sorpresa que por el convencimiento de sentarse. –No pretendo gran cosa, soy un trabajador honrado, sincero y sin necesidades económicas. Soy un trotamundos... –se aproximó a Roberto y pudo sentir su aliento–un trotamundos con hambre de gloria. Le aseguro que mi paso por Chimbas no quedará en el olvido.

—¡Ya lo creo! –sonrió Roberto por primera vez tomando un cigarrillo de su delicada cigarrera de plata– Su entrada ya debe estar siendo comentada en todo San Juan –la velocidad de las manos de Augusto dejó a Roberto con la boca abierta y sin su cigarrillo en ella. Destruyéndolo entre sus dedos Augusto con gesto serio replicó.

—Nada de vicios dentro del club. Ni nosotros, ni nuestros gladiadores. Esta misma tarde me hace sacar todo el alcohol, cigarrillos y revistas de mujeres que puedan dispersar la mente de mis hombres –la cara de fastidio y sorpresa de Roberto fue tan transparente que Augusto con un dedo sembrado de hebras de tabaco marcaba en la carpeta abierta– ¡Aquí lo dice! ¡Está en el contrato! –recomponiendo su calma continuó– lo que usted y todos esos monigotes hagan en sus casas es asunto de ustedes, mis guerreros tendrán que estar limpios para la contienda de cada domingo.

—¿Quién es usted? ¿Quién lo mandó? –el otro sonrió.

—Soy Augusto César Romano y me envió...

Afuera se generó un griterío se volvió a escuchar un disparo. Un grito que venía de la garganta de Ludueña y la puerta de la sala que se abría de golpe dejando a la vista a una mole peluda de un color gris perla increíble. Roberto se agitó en su silla.

—Tranquilo, mi señor, ese es Escipión, mi único confidente y amigo y porque no decirlo es todo mi equipo técnico. Seguramente vino a escuchar las condiciones del contrato –el enorme mastín napolitano se acercó tranquilamente a donde se encontraban los dos hombres y se sentó con sus cuartos traseros en el suelo con las patas de adelante paradas y su enorme cabeza erguida que alcanzaba la estatura de las dos personas sentadas en sus sillas –Buenas tardes, Escipión –el perro emitió un breve gruñido en respuesta– bueno leamos el contrato que se nos vendrá rápido la noche.

Los primeros artículos simplemente ponían en claro que el nuevo DT de Honores de Chimbas sería Augusto César Romano, que su ayudante sería Escipión y que se haría cargo del equipo en la mañana de mañana a las 8 a. m. Los otros hablaban de la paga esta no sería en metálico, solamente solicitaba a cambio una casa con parque cerrado, para su perro, servicio de habitación como si se tratara de un hotel y servicio de almacén, verdulería y carnicería. Trementi le preguntó si necesitaba alguien que le cocine a lo que Romano señaló que él mismo se encargaba de ello. Con respecto al chalet no había problema, estaba el de su suegro que había huido a Córdoba y que estaba a tres cuadras del club. Siguieron leyendo. El anteúltimo punto le hizo remover a Roberto un poco en su silla. Todos los jugadores estarían a disposición del entrenador a tiempo completo y sus trabajos serían rentados por el club hasta el domingo del partido final contra el Sporting, sus puestos de trabajo serían respetados y luego de la epopeya les serían restituidos. El punto final hablaba claramente del sacrificio que tendrían que hacer...

La puerta se abrió de golpe e ingresaron dos policías locales con un Raúl Ludueña enfurecido tomando con su mano derecha la mano izquierda envuelta en unas gasas con algunas manchas de su propia sangre.

—¡Ese fue! –gritó Raúl señalando con su mano sana al enorme perro.

—¡Es suyo ese animal! –Romano asintió– ¡Entonces tendrá que acompañarnos! –dijo uno de los oficiales– y el perro también –Romano no les dio demasiada importancia y se dirigió nuevamente a Roberto.

—Mi señor es importante leer el último artículo –dijo Augusto a Trementi– no hemos terminado nuestra reunión.

—Por mi parte está bien, mañana lo dejo para que Olga se lo presente al secretario y otros de la comisión directiva para que lo firmen.

—Mi señor... –miró a Roberto con los ojos bien abiertos mientras este se encogía de hombros y entre los dos oficiales lo levantaban a Romano de la silla y lo llevaban fuera del recinto. A paso cansino, Escipión los acompañaba por detrás.

El comisario se quedó unos minutos hablando con el presidente de Honores, si bien nadie supo lo que se dijeron era claro que eran amigos de toda la vida y que el máximo responsable de mantener la ley y el orden era fanático del club de Roberto y que además tenían otros negocios turbios en común. Arreglaron las cosas. Punto. Ludueña fue atendido en el hospital y le diagnosticaron lesiones leves. Nada tenía que decir porque el arma que portaba y que todo el mundo sabía que portaba era ilegal, sin papeles y, por lo tanto, podía costarle más caro que enviar al nuevo técnico a pagar la culpa de su enorme perro. Luego se reunieron el comisario, Roberto, Ludueña, Romano y su perro. Se dieron la mano y cada uno a su casa.

Roberto caminó a su oficina en el club. Augusto se instaló en la casa del suegro de Trementi. Al llegar a su lugar de descanso sacó un puro, se sirvió una copa de coñac y cuando se disponía a cortar la punta un gran escalofrío le subió desde la parte baja hacia el cuello. Tomó todo lo que tenía incluidas unas revistas y las guardó en una caja para llevárselas a su casa. Levantó el teléfono y marcó un interno.

—¡Honores de Chimbas, buenas tardes! –respondió alguien.

—Olga soy Roberto, estoy en el club. Necesito que vengas.

—En menos de un minuto estoy –Roberto sonrió, cuando había posibilidad de chisme nuevo era un verdadero rayo. Así fue, sin darse cuenta la tenía tras de sí.

—Diga don Roberto.

—Pedile a Franklin que saque del buffet todas las bebidas alcohólicas.

—¿Y a dónde las lleva?

—Qué sé yo, a su casa, a donde él quiera ¡que se las meta en el culo!

—No va a querer.

—¡Me importa una mierda si no quiere y si se enoja, Olga! Quiero que cuando yo salga a mi casa en unos 15 minutos pase por el buffet y que no haya una sola gota de alcohol –la mujer iba a contestar–nada, no digas nada Olga–ella hizo ademán de retirarse–No, esperá, necesito que me traigas a la puta.

—¿Acá don Roberto?

—Sí, acá, delante de todo el mundo. ¡Qué!

—Nada, claro, usted es viudo, puede hacer lo que quiera, aunque sea con una criatura.

—¡Criatura no, esa putita tiene 25 años! ¡Es mayor de edad!

—Bueno, usted tiene 53, igual Angélica no está acá.

—Por eso llamala para que venga.

—No está en Chimbas, se fue a Tucumán.

—¿A Tucumán?

—A hacer una promoción de Turismo Carretera.

—Ah, el TC, es cierto, algo había dicho ¿cuándo vuelve?

—Mañana.

—Entonces la contactas y le decís que necesito que haga un trabajo para mí –Olga lo miró de reojo– para mí, no conmigo.

—Está bien Don Roberto, ¿qué tal el nuevo técnico?

—Lo debe haber traído Dios, el tipo apareció y todo este quilombo se calmó –miró la carpeta que tenía sobre su escritorio– ¿La verdad Olga? ¡No tengo la más puta idea! ¡Huevos tiene! ¡Eso sí! Pero hay que ver si solo con eso alcanza. ¿Alguien me llamó?

—Sí. La mitad del pueblo para insultarlo.

—¡Dale Olga! No te hagas la graciosa.

—No, si usted se refiere a gente importante de La Rioja, Tucumán o Catamarca, no.

—¡Bien, bien!, y recordame cuándo es el próximo pago que tenemos que hacer a la constructora.

—El viernes que viene, este no, el otro don Roberto.

—¿50 mil?

—Sí, 50 mil don Roberto, este sería el anteúltimo pago, otro en un mes y ya estaríamos libres, hasta que se le ocurra hacer otro estadio.

—Sí Olguita, pero el tema es que tendré que vender algo para poder juntar ese dinero y no apareció nada a la vista que pueda vender...

La noche se presentaba fresca. Augusto se había preparado un caldo de verduras y unos pequeños bifes. Mientras cocinaba hablaba con alguien y ese alguien le respondía. El resto de la carne mezclada con verduras y arroz se la había ido comiendo Escipión. Su amo le daba raciones pequeñas separadas por una hora de tiempo, para que no sobrecargue el estómago y que se le diera vuelta. Antes de sentarse a cenar, llamó a Roberto a su casa. Le recordó la firma del contrato a primera hora de la mañana. Le pidió que tuviera un listado de todos sus jugadores, no traería refuerzos. Al menos no por ahora. Ocho menos cuarto estaría allí y esperaba puntualidad de su parte.

NOVENO DÍA DE CUARTO MENGUANTE

Romano despertó sintiendo olor a muerte. Sonrió mirando a su perro que había traído su ofrenda, dos enormes ratas negras que había dejado junto a sus sandalias.

—¡Gracias, amigo! –le dijo acariciando su enorme cabezota gris– No hace falta que me traigas tus trofeos –el perro gruñó y levantó su enorme pata para que Augusto se la tomara.

Llegaron al club caminando por unas cuadras vacías y secas. Y por supuesto tuvieron que esperar. A Olga, a Roberto, al Secretario y a dos representantes de la comisión directiva. Pero siempre hay algo peor. Los jugadores fueron llegando y el último de ellos lo hizo a las 10 de la mañana. Trementi echaba fuego, sin embargo, Augusto se mantenía incólume. Firmaron rápidamente el contrato sin leerlo completamente. Salieron a la cancha de fútbol. El Chimbas parecía que tenía mucha actividad deportiva.

—¡Está todo el plantel señor Romano! –dijo el secretario.

—¡Perfecto! ¡Gracias! –mientras se levantaba de una de las sillas del banco de suplentes– Pídales que se pongan en una sola fila, uno al lado del otro, dejando 50 centímetros entre uno y otro y frente a los bancos de suplentes –los 18 jugadores se formaron como lo indicara el nuevo DT.

—¡Buenos días! –se presentó Augusto al primero de la fila– Dije buenos días ¿no escuchó? –dijo en voz muy baja.

—Sí, señor, lo escuché.

—¿Y por qué no respondió? –sin darle tiempo a responder– ¡No volverá a ocurrir, seguro que no! Dígame su nombre, su apodo, su apellido y su puesto en la cancha.

—Edgardo, me dicen el laucha, Ramírez, juego de 6 y soy el capitán –Romano lo fulminó con la mirada.

—¡Quién lleva la capitanía lo decido yo! Para ser líder tiene que tener conducta y usted no lo está demostrando ¡Ponga las manos atrás! –el Laucha como un resorte las puso atrás. Romano tomó su cabeza entre las manos y lo obligó a abrir la boca. Lo examinó como si fuera un médico. Palpó cada músculo de sus brazos y piernas, incluidos los glúteos y genitales. El Laucha casi le da una trompada. Se quedaron frente a frente uno con el brazo flexionado con el puño cerrado el otro con una mirada serena. En ese momento Olga emitió un pequeño grito. Lo que veía era a un general romano frente a un esclavo.

—¿Qué pasa Olga? –preguntó Roberto mirando risueño a sus compañeros– ¿Le gustaría ser revisada por ese hombre? –y todos los que estaban rieron, todos menos Olga, a la que la broma no le cayó nada bien como ninguna de las bromas que le hacía Roberto y que se aguantaba para no perder su trabajo–casi lo olvido Olguita, esta noche le voy a mandar a la chica con las camisetas de fútbol para ver qué opina nuestro nuevo DT.

Augusto revisó a cada uno de sus hombres y les pidió que comenzaran a trotar por la cancha. Diez vueltas completas. Luego se dirigió a la comitiva y les dijo. Estos guerreros están desnutridos. Necesito que se habilite un comedor para ellos y que reciban este menú. De un bolso que traía sacó otra carpeta marrón y la entregó al secretario. Día por día de lunes a domingo tenía detallado desayuno, almuerzo, merienda y cena. Acto seguido corrió como un caballo desbocado y se colocó al frente del pelotón de trotadores. Tras ellos controlando el paso se posicionó Escipión. Al que perdía el ritmo le daba un gruñido feroz que lo reavivaba. Luego hicieron gran variedad de ejercicios físicos y al finalizar los sentó a todos en el centro de la cancha. Él se sentó como Menotti sobre una pelota lejos de la comitiva para que no escucharan nada, además se puso de espaldas para que ni siquiera le pudieran leer los labios y les habló con firmeza.

—Antes de hacer una práctica de fútbol para que pueda ver el potencial de cada uno necesito hacer unas preguntas para saber algunas cosas de ustedes ¿Quién bebe alcohol, quién fuma y quién consume drogas? –todos se miraron– no tienen que decirlo públicamente, pero yo tengo que saberlo por ustedes y no por otros. Por otro lado, ¿quién está casado, quién está de novio y quién no tiene pareja? Me lo dicen después. Algo muy importante, no se van a tener que preocupar por sus trabajos de aquí a final del campeonato. El club se hará cargo de lo que perciban y se los pagarán a sus familias o a quien ustedes dispongan. Cuando todo esto termine van a tener asegurado su puesto de trabajo –aplaudió dos veces y se levantó de la pelota– Pato en aquel arco, Damián en el otro. Con Pato van Roberto, el Conejo, el Gallego, el Laucha, el Matador, Pitón y Leo Luque. Eh, también Ricky Blanco y Chaca –otros dos aplausos–¡Vamos muchachos a moverse! Del otro lado con Damián, Diego Rojas, Mulán, Omar, el Lobo, Daniel Beltrami, Daniel el Kaiser y el Loco Casaman. ¡Vamos, dos tiempos de 15 minutos! ¡Quiero que me muestren lo que saben! –Por el lado de Pato el que organizó el equipo fue el Laucha y del otro lado se hizo cargo el Kaiser. Augusto se sentó en lo más alto de la tribuna. Abajo quedó su perro Escipión custodiando. Observó desde allí la práctica y lo que vio no le pareció nada mal. Pasaron los primeros 15 minutos y se tomaron 5 de descanso. Augusto se manejaba con sus dos aplausos no necesitaba silbato para dar órdenes y su voz parecía deslizarse entre los jugadores.

—¡Jorge! ¡Jorge “Mulán” Sánchez! Venga un minuto por favor –el jugador se dirigió a las gradas. El perro le gruñó y a una orden de Augusto le concedió el paso. Era de baja estatura, piernas firmes y largo pelo negro atado en una cola de caballo– Ya nos vimos abajo, tenga buenos días.

—¡Gracias, Profe! ¡Buenos días para usted! –dijo con voz suave y agradable.

—¡No me llame profe! ¡No lo soy! Solamente con decirme Augusto o señor Romano está bien –el jugador asintió– Lo hice venir porque quiero que me explique la razón de que esté aquí y le aclaro, no es por cómo juega, lo hace muy bien siendo todos ellos hombres y usted no ¿cuál es su nombre?

—Jorge y me dicen...

—¡No! –lo cortó en seco visiblemente ofendido– ¡No está bien lo que hace!, yo tengo que saber todo de ustedes para que las cosas salgan al menos como pretendo y si entre usted y yo no somos sinceros...–hizo una pausa– ... Por favor, ¿cómo debería llamarla?

—Mariana, señor Romano, Mariana Sánchez –la pobre chica se ruborizó–no bebo alcohol, no fumo, no consumo drogas y estoy en pareja con el Laucha, vivimos juntos, pocos lo saben, pero sí saben que soy una chica.

—Tranquila, para mí seguirá siendo “Mulán” y seré discreto –Romano levantó la mirada y vio que el Laucha los observaba desde el costado del campo de juego entonces el entrenador levantó la mano hacia él con el pulgar hacia arriba. El jugador con una amplia sonrisa hizo lo mismo. –¡Gracias por su honestidad, Mariana! ¡Vaya! Y le recuerdo algo no respondió mi pregunta ¿por qué está aquí? No hace falta que lo diga ahora, tendré tiempo de escucharla –volvió a aplaudir 2 veces y les indicó que jugaran otros 15 minutos. No usaba nada para anotar, todo lo registraba en su mente, se sentó plácidamente y con el sol que estaba arriba se relajó. Roberto Trementi junto a Raúl Ludueña lo observaban, casi no miraban a los jugadores moverse.

—¿Qué opinas Raúl? –preguntó el presidente–respondeme con ese sexto sentido que tenés, no como uno más de este pueblo repugnante de mierda en el que estamos.

—Me parece que nos cayó de perlas –dijo mirando hacia la grada– no sé qué logrará, por ahora no hizo nada distinto de los demás–miró a Roberto– lo único novedoso es que no cobrará un peso, lo del pago a los jugadores y eso de que los quiere bien alimentados –sonrió, se metió una mano en la campera con los dedos sanos y sacó un atado de cigarrillos, con la extraña habilidad que solo tienen los fumadores ofrecía a Roberto uno, este automáticamente lo tomó lo puso en su boca. El perro se les había acercado. Ludueña le tenía pánico después de que mordiera su mano. Roberto no lo veía, estaba a su espalda. Se dio cuenta por el aliento y el breve gruñido que emitió. Sonriéndole al animal tomó el atado, le quitó a Raúl su cigarrillo y también el que él tenía en la boca y los tiró en un tacho de residuos.

—Es otra de sus novedades, nada de alcohol, cigarrillos y revistas que distraigan a sus gladiadores –el perro volvió a su puesto y los dos tipos rieron.

—Esto va a tener entretenidos a todos y vamos a poder trabajar sin ser molestados.

—Eso espero. Hay que pagar 50 mil el viernes y no tenemos la guita, con suerte estaremos en 30 lucas. Vení, vamos a ver al equipo de hockey.

El equipo de hockey femenino de Chimbas era uno de los mejores de la región, muchas chicas venían a probarse, el club en ese sentido era muy generoso, las mantenía a prueba por un mes alojándolas en una pensión sin ningún costo económico para ellas. Si la cosa pintaba muy bien se quedaban, si la cosa pintaba bien, las ubicaban en otros clubes a préstamo y si no iba se volvían a sus casas. La entrenadora del equipo era muy buena, las llevaba muy bien y las manejaba a su antojo, muchas de ellas dejaban todo para venir a San Juan, casi todas eran enviadas de algún municipio de las provincias vecinas. Roberto no hablaba mucho con la entrenadora. Su contacto era su primo Ernesto Trementi Paz quien al verlos llegar se acercó con el ceño fruncido, algo que su primo Roberto captó de inmediato.

—¿Estás nervioso, primito? ¡Eso quiere decir que tenemos algo! –dijo Roberto a Ludueña– ¡Qué bueno! ¿Qué tenemos? –el primo miró a Ludueña con impaciencia– ¡Dale boludo! ¡Este, vos, el sordo, el comisario y un par más que vos ya sabés estamos hasta las bolas! El único que está al margen es nuestro líder, ¡Dale, hablá!

—Vinieron hace 15 días tres chicas nuevas, dos que no nos pagarían ni 5 lucas por las dos, ni siquiera son buenas jugando, pero hay otra Rober, una negrita que es un sueño –sacó su celular y le mostró las fotos. Este se las mostró a Ludueña. El primo les sacaba las fotos con el uniforme de Chimbas supuestamente para promocionarlas en Buenos Aires– el hijo de Digregorio le está haciendo el noviecito y la profe ya la está ablandando.

—¿La familia? –preguntó Roberto.

—La familia no existe, son brutos sin recursos y viven cerca de la cordillera, no hay comunicación y la piba está en crisis, una semana más y la tenemos lista, tal vez en menos tiempo.

—¿Ya la podríamos promocionar?

—Sí, claro. En cuanto esté lista la entregamos.

—¿Puede ser antes del viernes? –el primo sacudió la cabeza, pero Roberto se corrigió– no este viernes, el otro.

—¡Ah, sí! ¡Para el otro sí! Ponele la firma Rober, pero capaz la tenemos mañana o pasado. La profe la tiene contra las cuerdas va a aceptar un año a préstamo en Tucumán y el turrito del noviecito le hizo la cabeza le dijo que se iban juntos, después ustedes la mandan donde quieran– el presidente le dio un abrazo.

—¡No sabés como te lo agradezco primo! ¿Hubo alguien preguntando o algo así?

—Nada primo, todo tapado, bueno, no, ya sabés quién estuvo, la putita tuya habló con las nuevas por lo de su hermana, cada tanto le metemos una pista falsa para que se entretenga, el fin de semana estuvo en Tucumán, está más desorientada que nunca.

—Mejor así, mejor así –dijo Roberto mientras se alejaba con Ludueña– ¡Primo! –gritó Roberto– tenés una araña en el hombro –el primo instintivamente saltó y se sacudió uno y otro hombro mientras Ludueña y Trementi se partían de risa.

Volvieron a la práctica de fútbol y lo que vieron los dejó boquiabiertos.

—¿De dónde sacó todo eso? –preguntó Trementi.

—¿Qué hace este idiota? –el gruñido de Escipión lo hizo retroceder. En el campo de juego ante un puñado de curiosos muertos de risa, el mismísimo Romano y sus jugadores se batían a duelo con espadas de madera y escudos rectangulares– seremos el hazmerreír de Chimbas.

—Mejor, estarán distraídos con ese payaso y podremos hacer lo nuestro con tranquilidad.

—Sí, pero te aseguro Roberto que cuando nos hayamos ido al descenso ese tipo desaparece como todas las trolitas que les vendemos a nuestros vecinos, lo juro y ese perro inútil también –dijo Ludueña mirando al costado y se besó el índice dos veces haciendo la cruz. Escipión escuchó todo pero no era necesario gruñir. A veces era mejor pasar por perro.

El entrenamiento con espadas continuó hasta las doce y media. Cada uno de los jugadores tuvo la oportunidad de batirse con todos sus compañeros incluidos el DT. A dos palmadas de Romano y cuatro palabras todos los hombres y Mulán se dirigieron al vestuario.

—A las 13 horas en el comedor mis gladiadores –invitó Augusto a sus dirigidos. Él también se bañó y se cambió de ropa rápidamente y se dirigió al comedor junto con su perro. Las mesas eran de 4 y 8 personas. Miró la estantería y las heladeras y sonrió. No había una gota de alcohol. Saludó respetuosamente a Franklin que tenía cara de odiarlo y se dispuso a acomodar las mesas haciendo un cuadrado de 5 comensales por lado y una abertura en un vértice para que pueda pasar un mozo o alguien que tuviera algo que decir a sus compañeros. Al lado de cada plato puso una carpeta con el menú que tendrían, tal como lo hiciera con la comisión directiva del club. Y se sentó a esperar. Ninguno de sus hombres llegó a las 13 puntual. Se fueron acomodando sin un orden preestablecido. Romano se levantó de su silla y se plantó en el centro del cuadrado. El silencio fue total. El hombre habló tranquilamente sin elevar su voz y todos entendieron cada palabra que les dijo. –Mis señores. Los horarios a partir de ahora se respetarán. El que no lo haga deberá tener un justificativo más que convincente. Nadie y con esto me incluyo, puede llegar ni un segundo tarde a todas las actividades que desarrollaremos –tomó aire– ¿Quién de ustedes tiene que venir en transporte público a entrenar? –cuatro de ellos levantaron la mano– Roberto, Diego, el Conejo y Leo. ¡Muy bien! ¿Alguno de los que vienen en auto pueden pasar a buscar al menos a uno de ellos? –Pato levantó la mano– Pato, muy bien ¿a quién traerías?

—A todos, no tengo problema.

—Tienen que coordinar bien los horarios y se te pagará el combustible –luego se dirigió a todos– tienen un menú detallado de lo que comerán a partir de hoy hasta el final del campeonato. Quiero que lo lean ¿Alguno padece una enfermedad? –todos negaron.

—Yo no como pescado –dijo el Lobo.

—La dieta no está en discusión excepto por enfermedad o alergia y no por gusto.

—Es que no puedo tragar el pescado –insistió el Lobo.

—No me entendió. No se discute o está de acuerdo o se retira –el silencio se hizo pesado. Laucha Ramírez lo instó a que recapacitara y accediera a comer pescado. Pero el Lobo tal vez imaginando la situación sintió una arcada y negó con la cabeza y la mirada perdida. Se levantó y saludando por lo bajo se retiró dejando nuevamente en silencio a todos.

—Yo no como carne, profesor –era Mulán, el DT la miró enarcando las cejas como diciendo, ya viste lo que pasó con Lobo– pero si usted me jura que es necesario para sacar al Chimbas del descenso lo haré hasta el final del campeonato –todos estallaron en un estruendoso aplauso, chiflidos y vítores. Lobo se detuvo en la puerta y nuevamente los jugadores el técnico y hasta Escipión lo miraron. Sin emitir una palabra volvió a su lugar en la mesa y en voz muy baja dijo que también lo iba a intentar. Augusto se paró delante de él y le dio las gracias apretando fuertemente sus manos.

Roberto Trementi estaba en su oficina esperando la llegada de Angélica. Antes de que ella llegara, él se puso perfume importado y se metió una pastilla de menta en la boca. La chica hacía honor a su nombre. Roberto la besó en los labios y la apretó contra sí aferrándose de su hermoso trasero. Ella no se negó, no es lo que más quería en la vida pero por ahora no ponía reparos en ese acoso.

—¡Sos tan hermosa!

—Lo sé, para qué me llamaste Ro.

—Necesito que hables con el nuevo director técnico.

—¿Que me encame con él? –ella ahora lo besó suavemente en la boca y se despegó de Trementi. Sus ojos notaron la firmeza de sus senos bajo la camisita apretada y por un momento dudó de si eso lo había provocado él o era la excitación que le daba a la puta por cogerse al nuevo entrenador.

—Siempre después de coger la lengua se afloja y se dicen muchas cosas –ella se sentó y se acomodó su pelo ondeado color trigo– Vas a ir a la casa hoy después del entrenamiento y le vas a presentar las camisetas nuevas –volvió a extasiarse con su belleza– estas están hechas a tu medida –dijo con un grado desagradable de excitación lasciva–llevate una ropa interior transparente y lo tenés toda la noche sacándole información.

—¡Cómo esta! dijo la chica desabrochándose un par de botones de la camisa dejando ver su lencería –Trementi se le fue encima y le besó el pecho, ella lo apartó y se abrochó rápidamente.

—¿De cuánto hablamos, Ro? ¿Lo de siempre o voy a tener un plus por todo lo que te cuente después?

—¡Hoy nena tenés tarifa doble! ¡A las 15 te espero en casa para hacer una siesta! y si me das buena información vas a cobrar más, prometido. No te cambies, con esos vaqueros estás tremenda ¡Te veo a la siesta! –ella se desabotonó de nuevo para que él simplemente explotara la besara y toqueteara un poco. A ella no le gustaba para nada, sólo fantaseaba con que le diera un infarto y verlo morir sin hacer absolutamente nada por ayudarlo–¡Te espero! y cuando nos veamos me contás si averiguaste algo de tu hermana –ella lo besó y agradeciéndole se fue sin mirar atrás sabiendo que Roberto se quedaría mirándole el culo hasta que desapareciera de su vista.

El almuerzo había terminado. Todos sabían que Jorge “Mulán” era Mariana la novia del capitán y a nadie le molestaba. Los jugadores habían hablado sin filtro de sus problemas, por suerte ninguno consumía drogas pesadas. Por desgracia 7 de ellos fumaban cigarrillos comunes y marihuana y solamente 2 tenían graves problemas con el alcohol. Los otros que bebían una cerveza o vino, no tenían problemas en no tomar hasta el final del campeonato, pero el Gallego y el Loco no podían asegurarlo había que llevarlos a vivir con alguien. En este caso nadie se hizo cargo, entonces la situación tenía que resolverla el presidente del club. Después del entrenamiento verían. Descansaron después de almorzar y a las 15 en punto se reunieron en el campo de juego. Mientras ellos hacían cosas que nadie imaginaba Roberto Trementi recibía en su lecho a Angélica que se prodigaba de una manera también inimaginable.

—Vengan, Pato, al arco. Ustedes Lobo, Chaca, Daniel y el Loco van a armar la jugada. Conejo, Laucha y Omar van a defender. Roberto, Kaiser y el Matador con Damián –todos se miraron– sí, Damián, el otro arquero, van a cabecear. Diego, Pitón, Ricky. Ustedes van a tirar los centros y los tiros de esquina. Los demás observen y aprendan. Esta formación mis fieles gladiadores se llama formación anticaballería.

Tomó a Lobo y le indicó que pusiera sus brazos hacia atrás con el cuerpo levemente inclinado hacia adelante. Tras él Chaca sostenía sus manos también con sus brazos extendidos formaban una figura rectangular de unos escasos 2 metros. Dejando medio metro hizo formar igual a Daniel y el Loco. Estaban al borde del área chica a los costados del punto del penal. Puso a los defensores de un lado y a los cabeceadores del otro. Se llevó a Diego Rojas y a Ricky Blanco al borde del área grande para que ejecuten con zurda y a Pitón del otro lado para ejecutar con derecha. Entonces hizo señas a Mulán para que tirara con Pitón. Los primeros centros fueron impecables pero los cabeceadores no entendieron lo que debían hacer. Romano hizo dos aplausos. Se llevó a su escuadra anticaballería y les hizo algunas indicaciones, luego habló con los cabeceadores. Miró al costado y le hizo una seña a Escipión. Este se acercó al trote. Augusto se acercó a Diego y a Ricky y le señaló a este último que tirara el centro un metro adelante del punto del penal. Dio dos aplausos y la pelota voló hacia el área la formación no fue perfecta pero cumplió con su objetivo. Lanzado a la carrera Escipión voló hacia el balón en el callejón que le habían armado los de la escuadra anticaballería (AC) y con un violento frentazo clavó la pelota en la red. Todos se quedaron mudos mirando como el enorme perrazo daba dos o tres ladridos y se marchaba feliz. Practicaron tiros libres y centros y la formación AC fue tomando forma. Hicieron otros ejercicios físicos, estiramientos y antes de retirarse les dio a cada uno una carpeta con las formaciones que tenían que aprenderse para mañana. Se llevó al Gallego y al Loco consigo para hablar con el presidente. Como era de esperar se encontró solamente con el secretario, Emilio Judice y Olga que tomaban un té matando el tiempo.

—No quieren venir a mi casa, señor secretario, por él –dijo Augusto mirando al perro.

—¿Y usted cree que en la casa de don Roberto serán recibidos? –preguntó Olga.

—Estos hombres no deberían estar solos, son muy buenos jugadores y no quiero que se me pierdan.

—No sé qué decirle señor Romano pero no creo que Trementi los aloje en su casa –explicó Judice.

—Se vienen a la mía –se dieron vuelta.

—¿Ludueña? –sí, efectivamente era él.

—Haría cualquier cosa por el honores de Chimbas –miró a los dos jugadores– y si usted Romano dice que estos jugadores valen la pena entonces los recibo yo en mi casa.

—Gracias, señor Ludueña –le tendió la mano pero este mostrando la que tenía vendada para que lo recordase– es verdad, discúlpenos, a mí y a Escipión. Le recuerdo que no deben consumir nada de alcohol ni tabaco. Se tienen que bañar, cenar antes de las 20 horas e irse a dormir temprano.

—Lo que usted diga DT ¡Vamos! –se llevó a los dos y Romano suplicó a los dioses que todo eso saliera bien.

—Mañana a las 8 señores, con puntualidad por favor y con el material que les entregué leído y aprendido –asintieron y se retiraron tras Luis.

—Bueno mi señora Olga, mi señor Emilio es bueno que me vaya a descansar.

—¿Lo llevo? –preguntó Judice.

—¡No! Apenas son tres cuadras y está hermoso para caminar.

Una vez en su casa se dio un buen baño en la bañera con sales e inciensos y se puso con su túnica de lino a preparar la comida mientras escuchaba una música muy suave. Mantenía una interesante charla con su perro de las virtudes que ambos habían visto de los jugadores que tenían y llegaron a la conclusión de cómo armarían el equipo hasta que la conversación fue abruptamente interrumpida por el timbre. Se miró con Escipión y cada uno se dijo que no esperaban a nadie más para cenar. La música que se escuchaba dentro de la casa redujo su volumen. Se acercó a la puerta y preguntó quién era.

—Soy Angélica, señor Augusto, vengo a mostrarle los diseños nuevos del equipo de fútbol –dijo una muchacha con aire muy decidido.

—¿A esta hora? –miró a su perro.

—Me envía Trementi, el presidente del club.

—¡Sí, sé quién es él! ¡Es que estaba por cenar y... si viene más tarde estaré durmiendo!

—¡Yo no cené tampoco! –hizo un silencio esperando que la invitaran–.¡Puedo ir al café de la esquina y comerme un sándwich! ¡Y volver en media hora! –se apoyó en la arcada de la puerta sonriendo.

—¿Por qué no me deja la ropa acá y vuelve mañana? –se volvieron a mirar con Escipión.

—¡Discúlpeme señor Romano! pero ¿no le parece de mala educación no abrirme la puerta? –espetó con un poco de fastidio.

—Me vería con mi ropa de dormir, tendría que cambiarme y le soy sincero no quiero cambiarme.

—Yo no diría nada, lo juro –dijo la chica risueña. Se hizo un silencio–.¿Está ahí?

—Sí claro, dónde más voy a estar –entonces abrió la puerta quitando la llave– ¡Por Cleopatra, es usted muy... –se detuvo contemplándola de arriba abajo–muy joven!

—¿Solo joven? –preguntó con una radiante e insinuadora sonrisa.

—Y bella, claro, joven y más bella que la mismísima Drusila, hermosa, hermosa combinación –refrendó él–creo que sí la invitaré a cenar con nosotros.

—¿Ustedes?

—Escipión, él –señalaba a su perro que la miraba embobado– ¿la invitamos a cenar, Escipión? –el perro movió la cabeza asintiendo.

—¡Dijo que sí! –miró a Augusto–lo vi, es increíble ¿puedo saludarlo? –preguntó a Romano pero antes de que este respondiera el perro ya tenía su manaza levantada. Ella rio –es un divino ¡Hola, Escipión el africano! –dijo tomándolo de la pata.

—¡Sabe de historia! Eso es reconfortante.

—No, no mucho. Solo que había uno que se llamaba Escipión “el africano”.

—¿Cena con nosotros, Angélica?

—Sí, claro, no tengo compromisos –respondió radiante– ¿y ustedes?

—Yo sí –dijo seriamente Augusto, ella puso cara de sorpresa y se sintió claramente contrariada– tengo el compromiso de hacerle pasar una velada muy agradable mi bella agasajada –y tomándole suavemente la mano se postró ante ella y besó su dorso. Fue un gesto breve que a ella le pareció absolutamente maravilloso. Si bien Romano sería tan viejo como Roberto estaba en muy buena forma y su manera de tratarla era muy distinta. Le resultaba muy atractivo comparado con toda la basura de gente de ese pueblo.

—¡Gracias! Parece que lo está logrando señor Romano, usted es encantador.

—¡Vamos a la cocina! A la carne no le debe faltar mucho –ella lo siguió. Al abrir la puerta de la cocina el aroma del Puls que estaba preparando le hizo detonar la cabeza. Cerró los ojos y aspiró profunda pero lentamente hasta llenarse de esa delicia–cierre la puerta, Angélica, por favor, no quiero que la casa se inunde de estos olores.

—¡Qué rico! ¿Es polenta? –preguntó ella sorprendida.

—Parecido, es con harina de farro, cebada, pero en realidad se llama Puls, es un plato típico nuestro –ella lo contemplaba mientras terminaba de prepararlo y hacía la comida de Escipión con la misma delicadeza y esmero. Entonces ella se empezó a reír, al principio con disimulo y luego no pudiendo contenerlo. Augusto se dio vuelta para ver de qué reía. Ella se disculpó pero él la miraba exigiendo una respuesta.

—¡Discúlpeme señor Romano! Su túnica –él se miró.

—Le había dicho que estaba en ropa de cama –y se dio vuelta y a ella se le escapó una risa nerviosa entre sus hermosos dedos– por favor Angélica, no haga honor a su pequeña edad y dígame que es tan gracioso.

—Su túnica es un poco transparente –dijo ella con cierto nerviosismo.

—Y lo que ve le causa gracia –respondió el sin darse vuelta.

—No, no me hace reír por gracia, me provoca excitación –él siguió sin darse vuelta.

—¡Ay querida niña! No tiene que jugar ese rol conmigo. Sé muy bien cómo se maneja la gente como Roberto Trementi y todos sus lacayos. Pero le pido a usted que al menos esta noche no trabaje para él, tengamos una linda cena y hablemos como buenos amigos. Es usted una persona agradable y simpática y por cierto le ha caído muy bien a mi perro –ella se puso seria ¿agradable y simpática? pensó ¡A este tipo no le gustan las mujeres! trató de fingir una sonrisa– créame Angélica que he vivido mucho y sujetos como este han existido en todos los tiempos y no hay diferencias entre unos y otros –descorchó un vino tinto de una botella sin etiqueta y le sirvió a ella en una copa de metal, se sirvió y le puso un chorrito a su perro en su plato y terminó de cocinar sin importarle cuan transparente era su túnica.

Mientras comían hablaron de sus vidas. Él le contó que sus ancestros eran magistrados romanos y que tanto él como su otro hermano varón se habían volcado a los deportes, él por el Calcio y su hermano por los deportes olímpicos. Sus cinco hermanas se acomodaron con hombres influyentes.

—¿Cómo llegó a Argentina? ¡Bueno a San Juan! –él sonrió.

—Hay una gran razón y se llama Diego Maradona, inicialmente vine a respirar su aire, a vivir y caminar sus calles, después de haber seguido sus pasos me dediqué hace tiempo a recorrer este hermoso país, hermoso y caótico y cada vez que encuentro un equipo de fútbol en apuros... bueno, me arremango y doy todo lo que puedo –ella desplegó su sonrisa más cautivante.

—¿Y cómo le va? ¿Gana o pierde?

—Se gana y se pierde mi niña, esa es la realidad.

—¿Y hoy cómo se siente? ¿Ganador o perdedor? –abrió sus ojos lo más grandes que pudo y lo miró a pleno a los suyos.

—Hoy me siento cansado, a esta hora debería estar durmiendo... solo –aclaró– y con mi perro al costado de la cama –él retiró los platos y dejó las copas– ¿había traído algo para mostrarme?

—Sí, quedó mi bolso en el sillón de la sala.

—¿Va a seguir bebiendo? –preguntó Augusto.

—Si usted bebe sí –él le hizo un gesto de no beber más y retiró las copas.

—¡Vamos a la sala de estar! –tomó dos vasos metálicos y una botella de agua de la heladera y se sentaron en los sillones. Ella sacó una camiseta celeste blanca y celeste y un pantaloncito celeste.

—¡Es por la bandera de San Juan! –explicó ella y sin dar tiempo a ninguna palabra se quitó la remera que tenía y se puso la del Chimbas, se acomodó mientras desplegaba esa sonrisa tan hermosa que tenía y luego se quitó las sandalias y el jean y se puso el pantaloncito. Augusto la observó como si en ella reconociera a una diosa– ¿cuál es su opinión don Romano? Tengo también las suplentes que son blancas y pantalones celestes.

—¡Deténgase! Creo que es suficiente. Quiero saber algo profundo de usted, ya hablé yo de mis hermanos y de mí ¡Cuénteme algo interesante de su vida, de su trabajo! –ella hizo una mueca.

—Mi trabajo, ja, ja ¿hace falta que le explique lo que hace una prostituta? –dijo con cierto enfado.

—¡No Angélica! ¡Discúlpeme! No fue mi intención ofenderla y le agradezco que sea tan frontal –hizo señal para que se sentara.

—Mi vida, además de la tortura de lo que hago para darle de comer a mi madre y a mí misma se resume en una sola cuestión: encontrar a mi hermana Lucy –Augusto iba a decir algo pero ella continuó–ella desapareció aquí en San Juan, hace 2 años, tendría ahora 27, era más hermosa que yo aunque para todo el mundo éramos iguales y muy dada, tenía el don de ser una jugadora de hockey sobre césped inigualable y luego de dar vueltas por aquí y allá encontró su lugar aquí bajo el mando de esa perra de entrenadora que le destrozó la cabeza, le aniquiló la autoestima y la hizo derrumbarse. Sugirieron que a lo mejor en otro equipo. No sé si usted está al tanto que el Chimbas...

—... Es una potencia nacional del hockey en el interior del país y que ha nutrido a las Leonas y a clubes de capital y conurbano bonaerense –continuó Romano.

—Y así es, es muy competitivo, por lo que la dieron a préstamo a un club de La Rioja hasta que recuperara su nivel –a la chica se le quebró la voz y se detuvo. Augusto le ofreció agua. Bebió dos sorbos y tomó aire–nunca llegó. Tenía pasajes en ómnibus, algunos dicen que abordó el micro, otros que no. Lo cierto es que se esfumó. Con eso de que estaba deprimida y que no se sentía bien etcétera es que demoraron la investigación. El comisario arrancó con todo y se fue desinflando. Trementi puso todo a mi servicio, no puedo negarlo, pero no me sirvió de nada, estoy segura de que tiene algo que ver con su desaparición. No tengo pruebas pero estoy segura, registré su domicilio dos veces y no encontré nada. Siempre me está tirando pistas falsas, algunas las sigo y otras “hago que las sigo” y me guardo el dinero que me da para alojamiento y viáticos –se miró las manos– creo que igual él lo sabe, es un pueblo chico, de todos modos a él solo le importa esto –con las manos delineó su cuerpo.

—¿Quiere más agua?

—No, gracias, es mejor que me vaya.

—Puedo acompañarla o si prefiere la escoltaría Escipión el africano.

—Ninguno de los dos, vivo a media cuadra de aquí –él permaneció en su sillón y ella volvió a sacarse la camiseta de fútbol quedando solo en ese corpiño tan cautivante y se sentó a horcajadas sobre sus piernas y lo besó en los labios esperando reciprocidad. Augusto no respondió.

—Discúlpeme, soy muy responsable cuando de trabajar se trata –sonrió amargamente y se puso la remera que había traído, el jean y las sandalias. Augusto la acompañó a la puerta. Ella sin darse vuelta volvió a disculparse.

—No tiene que disculparse mi niña, lástima que no siguió mi consejo de no trabajar para ese sujeto esta noche –ella giró en redondo y quedó pegada a él sintiendo su aliento fresco y el olor a incienso que suavemente desprendía su cuerpo.

—Se lo juro don Augusto, eso que hice recién no lo estoy haciendo por orden suya, es porque yo quiero hacerlo, también tengo derecho a elegir mis amantes –él quitó una lágrima de su hermosa cara y la miró a los ojos y lo que vio le hizo dar un escalofrío, había sinceridad en ellos. Fue el gran motivo para que al amanecer despertara con esa muchacha entre sus poderosos brazos.

DÉCIMO DÍA DE CUARTO MENGUANTE

Salieron juntos, sin escenas de amor ni promesas de volver a verse. Se saludaron en la esquina como buenos vecinos y cada uno fue a donde tenía que ir. A ninguno de los dos les importó lo que dijeran las comadres pero tampoco le interesó mucho a estas. Después de todo el nuevo DT hizo lo que hicieron todos, cogerse a la puta del pueblo. Augusto nunca se sorprendió tanto esa mañana. El plantel completo estaba en el buffet del club. El presidente, secretario, Olga y un par más también. Eran 8 menos diez y estaba todo dispuesto para la contienda. Comenzaron a trotar, él a la cabeza de sus hombres y Escipión a la retaguardia. Hicieron trabajos de control de pelota, Romano puso estacas naranjas y conos, aros y otros menesteres para que los jugadores y él mismo se movieran y le alegró verlos bien a todos, a todos menos a uno. No le sorprendió que Diego no estuviera bien, no había sido sincero, era su jugador más talentoso y con una zurda impecable. Separó a los jugadores en 2 equipos e hicieron un poco de fútbol, dejó a su perro a cargo que con un ladrido cobraba o advertía a los muchachos. Romano se fue a hablar con el presidente. Olga le dijo que ya se desocupaba. No le sorprendió ver salir a Angélica de la oficina de Trementi, después de todo era su trabajo. Se cruzó con Ludueña y trabaron unas palabras, él preguntó por sus nuevos inquilinos. Luis era un tipo práctico. Se lo dijo riendo, si joden mucho les meto un plomo entre las cejas y rio a carcajadas. Trementi no estaba en su mejor día, tal vez Angélica haya exagerado los condimentos de su visita a casa de Augusto, de todas maneras intentó sonreír cuando lo invitó a sentarse. La charla fue breve. Augusto le pidió a Roberto un lugar donde alojar al Loco y al Gallego, allí dentro del club, pero principalmente para contener a Diego. Hoy era miércoles y lo necesitaba limpio para el domingo o tendría que separarlo del equipo. Trementi le prometió hablar con el dueño de un hospedaje que había frente a la cancha. Augusto insistía en que necesitaba algo más privado, donde se lo pudiera controlar de verdad. ¡Lléveselo a su casa! ¡Lugar hay! y ahí lo va a poder controlar. No era mala la idea, había que ver qué opinaba el jugador.

Volvió al campo de juego satisfecho. Las cosas iban saliendo como él las planeaba. Al salir escuchó algo que le hizo cambiar un poco el semblante. Olga le pasaba a Trementi una llamada de Catamarca. Esto le cambió verdaderamente el humor. A Romano no le interesaba involucrarse con nada ni con nadie, pero la justicia era algo que quería que se respetara. Hicieron lucha con escudo y espada. Era importante descargarse con quien uno tuviera algún problema y no le extrañó que el Laucha lo retara a duelo.

Comenzaron la contienda y de a poco los otros luchadores dejaron sus propias peleas para hacer un círculo alrededor de ellos. El Laucha era fuerte y astuto, rápido de reflejos y veloz de piernas. La contienda fue épica. El primer minuto Augusto lo estudió, el siguiente lo dejó atacar y en el tercero le dio palazos en cada una de sus extremidades incluidas sus orejas para rematar la faena asestando los últimos golpes en el trasero y sus testículos. No fue muy positivo. Se quedó mordiendo polvo, con las orejas rojas como tomates y retorciéndose en el suelo tomándose los genitales golpeados. Augusto le ofreció de hablar antes de almorzar, pero el orgullo en el Laucha pudo más. Exigió a todos sus compañeros a que lo dejaran solo, ni siquiera le permitió a Mulán a ayudarlo. Se bañaron y se encontraron puntualmente en el comedor del club todos excepto Diego que llegó unos minutos más tarde. Hablaron mucho, de lo bien que se sentían. De la hermandad que habían forjado en solo dos días. Todos se sentían mejor. Tanto física como mentalmente. Se sentían sanos, libres.

—¡No!, –dijo el Laucha golpeando la mesa– no somos libres ¿saben por qué? Porque somos gladiadores.

—No entiendo a dónde vas –repuso el Kaiser, el verdadero capitán del grupo.

—Porque los gladiadores eran esclavos, viejo –miró a los ojos a Romano– somos sus esclavos, profesor o debería decirle “lanista”.

—¡Mis señores! ¡Quien sienta que está siendo esclavizado por mí puede retirarse como hombre libre! ¡Pero el que quiera jurar su lealtad hacia mí y al resto de sus compañeros, hasta que esto termine, puede quedarse seguirán siendo mis gladiadores, no por la esclavitud que arrastren, sino por su furor y valor! –se sentó y miró las formaciones en la carpeta– ninguno de los hombres se retiró, excepto Edgardo Ramírez, el Laucha que ya había perdido su capitanía y su puesto en el equipo además de que empezara también a tambalear su noviazgo. Comenzó a caminar hacia la puerta.

—Señor Edgardo –no respondió al llamado de Romano.

—¡Laucha! –gritó su novia. Esto lo motivó.

—Gladiador viene del latín gladius que significa espada. ¡Un guerrero como yo necesita de su espada como el aire que respira! ¡Ustedes son mis espadas! Nadie lo está despidiendo Edgardo, puedo darle tiempo hasta mañana para pensarlo –invitó Augusto al excapitán. Pero él no respondió y se retiró.

Esa tarde hicieron mucho manejo de balón formando una figura de 8 puntas Pato en el arco, en la línea de fondo Lobo, Roberto, Kaiser (capitán) y Conejo. Cerraban el polígono Diego, Gallego y Pitón. El objetivo planteado era mover la pelota durante 5 minutos sin que la interceptara el equipo rival, que eran los suplentes sin el Laucha, pero con Mario el Matador, Leo Luque y Daniel Beltrami y el mismísimo Augusto. Al principio costó y parecía que la cosa no salía y que de ningún modo saldría. Entonces se escuchó una voz conocida sugiriendo algo interesante.

—El polígono lo tienen que hacer de 7 puntas sacando a Diego y a Pitón y tomando a Daniel. Dejando a Leo y el Matador arriba –se hizo un silencio.

—Es muy buena la propuesta –dijo Augusto.

—Diego y Pitón se mueven dentro del polígono y ayudan cuando se ahoga el pase y ellos dos con su buena pegada son los que van a proveer de juego a Mario y Leo –Augusto ordenó la nueva formación y las cosas salieron mucho mejor. El Laucha se sumó a los que presionaban la salida y después de muchos intentos se logró el dominio que el DT pretendía.

Dos aplausos y juntó a todos en el área. Comenzaron a hacer las formaciones que le había indicado a cada uno en las carpetas. Como lo había esperado el único que no sabía que hacer era Diego. Esa tarde hicieron formación AC, empalizada y formación en odre. La práctica terminó cuando la luz comenzaba a caer y Augusto notó que esta vez había más curiosos que lo habitual. Le pidió a Diego que lo esperara y se dirigió a hablar con Trementi. Le explicó que las prácticas desde ahora serían a puertas cerradas o con gente identificada de la comisión directiva de fútbol. Que se llevaría a Diego a su casa, pero que esperaba que el club hiciera al menos el esfuerzo de unas habitaciones cómodas para los que no podían estar solos: Diego, el Loco y el Gallego y tal vez se sumase alguien más. Trementi no lo prometió pero le aseguró que se trataría en la reunión de comisión del viernes. Y también pidió algo en carácter de urgente. Había que modificar la orientación del campo de juego.

Augusto se lo llevó a Diego a su casa, este no opuso mucha resistencia y lo que logró en él no lo lograría ningún entrenador por el resto de su corta vida. Le hizo comprender y vivir algunos conceptos que si no fuera por el terrible accidente que sufriría años después se hubiera convertido sin dudarlo en el mejor jugador del mundo. Augusto estaba todo el tiempo acercándose a la puerta de entrada. El primer concepto que le enseñó fue la puntualidad, la valoración del tiempo propio y del ajeno. El segundo fue la honestidad consigo mismo y con Augusto. Tanto Diego como el DT se dijeron las cosas sin ningún miramiento y además Augusto le animó para que hablara de su problema y de dejarse ayudar. El tercer concepto contemplaba la gloria y la vanidad. Alcanzar la gloria era para pocos y esos pocos creerían que eran los mejores por ser grandes y eso no estaría nada mal.

—¿Espera a alguien? –preguntó Diego.

—Es mi perro, que no ha vuelto –respondió el DT– y me preocupa. Pero en realidad no era a quién esperaba, sino a ella a Angélica. Augusto se puso a cocinar luego de darse un baño breve. Le pareció que Diego había hablado con alguien. Cuando salió del baño encontró a Diego y a Escipión que hablaban. Bueno Diego le hablaba pero parecía que el perro le entendía con cada movimiento de cabeza. –¿Diego?

—¡Dígame, profesor Romano! –dijo el joven.

—Voy a salir unos minutos, quiero que te quedes acá adentro y que no salgas para nada, tengo las botellas de vino numeradas –con su índice bajando su párpado inferior– así que ojo. Se marchó con Escipión. Caminaron lento hacia mitad de la otra cuadra y tocó timbre en una casa. Ella salió envuelta en un batón de seda no parecía tener demasiado debajo. Se quedó muda.

—¡Buenas noches mi bella amiga! –ella claramente no comprendía la situación.

—¿Cómo supo?

—En los pueblos pequeños todo se sabe –la miró de arriba abajo– ¿esperaba a alguien?

—¡No! No, es que me ha sorprendido –dijo la chica– ¿quiere pasar? ¡A mi madre le daría gusto conocerlo! –él la miró y bajó la vista a su perro– ¡pueden pasar los dos, claro! –la casa era pequeña y poco mantenida, pero era cálida. Pasaron a una sala donde una mujer extremadamente mayor, arrugada y canosa se mecía en una silla aferrada a una foto. Tanto Augusto como Escipión se quedaron parados sin hablar– Es mi madre, desde que desapareció mi hermana que quedó en ¿catatonia? eso creo que es lo que dijeron los médicos. Ella envejeció 20 años, come, la llevo al baño, la puedo asear y la hago caminar pero vuelve a aferrar la foto de Lucy y ahí se queda, meciéndose horas, ¿comieron? –preguntó la chica y Augusto dijo sí pero Escipión claramente dijo no con su cabeza. Ella puso sus brazos en jarra y se rio: –A ver señor Augusto ¿quién está mintiendo? –ambos perro y hombre se señalaron mutuamente lo que desató una carcajada en la muchacha –este perro es genial ¿Cómo le ha enseñado todo eso?

—Todo lo aprendió solo, se lo aseguro.

—¿Se quedan a comer unos bocadillos? ¡Ya los tengo listos, así no como sola! –Escipión levantó su pata y la chocó con la chica, esta lo agarró por los mofletes y le besó la frente– es tan bonito –y el perro le lamió la cara desde el mentón hasta la nariz y a ella le pareció que no era una lamida de perro sino un beso de un humano. Eso la perturbó. Se lo quedó mirando– sos muy extraño perrito.

Se quedaron un rato. Augusto insistía en que debían ir a su casa a tomar el café porque no quería dejar a Diego tanto tiempo solo. Ella se ausentó porque tenía que acostar a su madre y pidió que se quedaran un poco más. Tardó en volver. Pero volvió radiante, tomó a Augusto de la mano.

—¡Vení! –le dijo ella– quiero mostrarte algo. Él se dejó llevar –esta es mi cama, quiero que te acuestes conmigo.