Petrarca - Francisco Rico - E-Book

Petrarca E-Book

Francisco Rico

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Beschreibung

La más penetrante síntesis de la vida y obra de Francesco Petrarca (1304-1374). El profesor Rico ahonda en los claroscuros que aún perduran en la biografía del gran poeta italiano. Francesco Petrarca es una de las cumbres de la cultura occidental. Su legado intelectual, inmenso en su tiempo, supuso el origen de lo que todavía hoy entendemos por Humanismo. Pero, además de un gran filólogo y estudioso incansable de los clásicos, Petrarca fue también un hombre apasionado por la política de su tiempo, un católico devoto en constante reflexión sobre la virtud propia y ajena, un aspirante a filósofo cristiano —Platón, Séneca y san Agustín fueron sus grandes maestros— y, cómo olvidarlo, un poeta único, cuya huella en la literatura europea perduró durante siglos y aún hoy nos cautiva y condiciona. Este libro recorre los avatares y las máscaras de esa figura, su trayectoria intelectual y las paradojas de su posteridad a partir de cuatro espléndidos y sabios textos de Francisco Rico, miembro de la Real Academia Española desde 1987 y el más insigne petrarquista de nuestro tiempo.

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PETRARCAPOETA, PENSADOR, PERSONAJE

 

 

 

 

© del texto: Francisco Rico, 2023

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S.L.

Primera edición: enero de 2024

ISBN: 978-84-19558-66-4

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Carolina Valcárcel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitidapor ningún medio sin permiso del editor.

Francisco Rico

PETRARCAPOETA, PENSADOR, PERSONAJE

SUMARIO

NOTA EDITORIAL

I. Poeta, pensador, personaje

II. Petrarca en el escenario

III. De la filología a la filosofía

IV. Posteridad

Notas

PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS

NOTA EDITORIAL

El presente volumen reúne los cuatro trabajos que Francisco Rico considera —al margen de algunas publicaciones altamente especializadas— su mejor contribución al conocimiento de la vida, obra, significación y legado de Francesco Petrarca. Solo dos de ellos se han publicado antes en nuestra lengua, como parte de empeños más generales o en volúmenes de homenaje, uno ha sido traducido del italiano para la ocasión y el último se había difundido únicamente en ese idioma, a pesar de que su redacción original fue en castellano. Uno de los textos fue escrito hace casi medio siglo, mientras que los tres restantes son fruto de los últimos años, circunstancia que señala la constancia, incluso la tenacidad, con que Rico se ha dedicado al estudio y comprensión del humanista de Arezzo.

El orden de los capítulos es decisión de la editorial. Cabe también leer las cuatro piezas con la autonomía con que fueron concebidas y en la cadencia que se prefiera. Tal como se proponen hoy al lector, describen una trayectoria: comienza con una completa biografía de Petrarca a través de sus palabras y sus obras, minuciosamente desplegada ante nuestros ojos; sigue la ilustración del juego de espejos que el autor del siglo XIV estableció entre su existencia privada y su imagen pública, ajustada a lo ejemplar y que se proyecta casi como una creación literaria más; continúa con su evolución intelectual desde el humanismo filológico a la filosofía cristiana, recorrido cuya coherencia dista de ser obvia pero que queda magistralmente argumentada aquí; concluye con un atisbo a la fama póstuma del Petrarca latino, percibido como un divulgador enciclopédico, pasto de repertorios y florilegios de sabiduría.

No en último lugar, el autor y la editorial quieren agradecer a Rosa Bono su fundamental ayuda en la preparación de este libro.

I

POETA, PENSADOR, PERSONAJE

De ningún otro hombre de su época o de las precedentes tenemos tantas noticias como en lo que a él respecta, si bien estas derivan en su mayor parte de testimonios directos del propio Francesco Petrarca, que a menudo ofrecen elementos divergentes entre sí y siempre han sido reelaborados con fines literarios o para construir, a través de la manipulación de los datos históricos y su reorganización, una autobiografía ideal y tendenciosamente mendaz. Así pues, dichos testimonios, pese a que no pueden desecharse sin más, presentan, no obstante, amplios márgenes de incertidumbre. Dudosa es incluso la fecha de su nacimiento, tradicionalmente fijada en la noche entre el 19 y el 20 de julio de 1304 (sobre la base de una carta del mismo autor, la Seniles, VIII, 1, fechada justo el 20 de julio, pero de 1366). Una de las primeras biografías, la de un desconocido florentino del siglo XIV, lo sitúa en las «calendas de agosto», o sea, el 1, y lo mismo hace Pier Paolo Vergerio; Boccaccio indica la fecha del 21 de julio, «XII kalendas augusti», que siguen Pietro da Castelletto y Leonardo Bruni; Giannozzo Manetti, uno de los primeros en basarse en el testimonio del propio Petrarca, sitúa su nacimiento en el vigésimo día «Quintilis mensis» del 1305 ab incarnatione («desde la encarnación»), es decir, el 20 de julio de 1304; otras vidas anónimas recogidas en 1650 por G.F. Tomassini en Petrarcha redivivus repiten la fecha del 20 de julio. En cualquier caso, en torno a esa fecha, Francesco nació en Arezzo, en una casa en la calle o borgo dell’Orto (Sen., VIII, 1 y XIII, 2), del notario Pietro (Petracco, Petracolo) di Parenzo y Eletta (o Laeta) Canigiani (o Carigiani). Más adelante la elección del apellido latinizante se inspirará en el patronímico, pero hasta su adultez fue llamado Franciscus de Pentraco (según Boccaccio) o Francisco Petrachi (o Petraccho, o Petrachus o Petracchus) de Florentia (así en los documentos relativos a los beneficios eclesiásticos; en las peticiones firmará Franciscus Petracchus en 1348, Petracca en 1350, Petraccus en 1351 y Petrarcus solo en 1355).

El padre, proveniente de una familia del Valdarno dedicada desde generaciones a la notaría,1 había sido canciller para las reformas de la ciudad de Florencia y compañero de Dante por los güelfos blancos, junto con los que fue desterrado de Florencia en 1302 (Petrarca afirma habérselo encontrado en una ocasión en la infancia, Fam., XXI, 15). Convertido en portavoz de la facción expulsada, Petracco tal vez participara en la batalla de Lastra, la malograda prueba de fuerza que tuvo lugar justo el 20 de julio de 1304, tras la cual los blancos se dispersaron. La fecha de la batalla, que marcó el definitivo abandono de las esperanzas de Petracco de un regreso digno a Florencia, se corresponde con la que Petrarca declaró respecto a su propio nacimiento, el cual, aunque no sin referencia directa a esta coincidencia, afirmó que había tenido lugar «en el exilio» (Fam., I, 1, 22-24 y Posteritati, «A la posteridad»), una condición que antes de aquella fecha no era definitiva para el padre. Tras este fatídico episodio, cada uno de los exiliados tomó su propio camino: el de Petracco, a través del cardenal Niccolò da Prato (junto a quien había actuado presumiblemente en el vano intento de mediación entre las facciones florentinas en marzo de 1304), lo llevó primero a Pisa y después a Aviñón, punto de confluencia tradicional del exilio güelfo. Allí Petracco, vinculado a la compañía mercantil de los Frescobaldi (aparece varias veces en sus registros), redacta actas desde 1310, sin esperar, por tanto, en Italia, o haciéndolo con pocas esperanzas, el descenso de Enrique VII. Entre finales de 1311 y principios de 1312 la familia se reunió: se menciona que el viaje por mar fue realizado en invierno, con riesgo de naufragio en Marsella, aunque contempló quizá una larga escala en Génova (Fam., XIV, 5), donde pudo suceder el encuentro con Dante (Fam., XXI, 15) y donde se encontraron con él su esposa y sus dos hijos, Francesco y Gherardo (nacido en 1307). Los tres habían pasado sus primeros años en la modesta posesión paterna de Incisa, en el territorio de Florencia (adonde Eletta se le había permitido regresar ya a principios de 1305, en febrero, según la Fam., I, 1, y donde también Petracco, si bien proscrito, pudo residir ocasionalmente), y después en Pisa (desde 1311, si nos basamos en la Fam., I, 1 y la Sen., X, 2, o desde 1312, si se sigue la Posteritati; y, en realidad, tal vez desde finales de 1310). Petrarca tuvo otro hermano, que murió siendo niño,2 y más tarde un hermanastro.

La familia se estableció en la lejana Carpentras, que no era una minúscula villa (como Petrarca rememora en la Sen., X, 2), sino la importante capital del condado venesino, donde el papa residía más a menudo que en Aviñón (solo desde 1316 sede definitiva de la curia a raíz de la elección de Juan XXII, que había sido obispo de esta última ciudad). En Carpentras, Francesco y Gherardo iniciaron sus estudios bajo la guía de otro exiliado güelfo al que ya habían conocido en Pisa, Convenevole da Prato (nacido hacia 1270), recordado con un vivo y afectuoso retrato en la Sen., XVI, 1 (en la que lo define como «grammaticus optimus»), clérigo y notario, modelo de protohumanista con grandes competencias literarias pero incapaz, como en ocasiones le sucederá en un futuro a su discípulo más célebre, de llevar a término las ambiciosas obras proyectadas.3 Petrarca, que afirmará haberse dedicado a los primeros estudios literarios bajo su guía, le debe también su primera educación caligráfica, culminada en la cursiva que empleará en los bocetos, que coincide en gran medida con la del único autógrafo de su primer maestro, un acta conservada en el Archivo de Estado de Florencia (ASF).

Al rememorar, ya anciano, su propio cursus studiorum, Petrarca afirmó haber leído «paene ab infantia» («casi desde la infancia») a Cicerón y los clásicos latinos, antes incluso de empezar los estudios jurídicos que su origen y condición le imponían. Que él sintiera desde sus años juveniles una profunda repulsión hacia la actividad jurídica del padre es una impresión que algunos biógrafos han extraído de su epistolario y de las obras de madurez, pero también en este caso se trata de un dato atribuible a la construcción hagiográfica que Petrarca llevó a cabo, a partir de la década de 1350, de su propio personaje, puesto que Petracco no fue en absoluto hostil a la educación literaria del hijo (aunque este último lo recordara mientras le arrojaba los libros al fuego en Sen., XVI, 1). Por una parte, lo demostraría su adquisición, en los años de la pueritia de Francesco, del célebre Virgilio ambrosiano (o sea, el manuscrito que contiene las obras del poeta mantuano actualmente conservado en Milán4) y de un códice de Isidoro más tarde arrebatado por los acreedores y restituido a su legítimo propietario por Ildebrandino Conti en 1347,5 y, por otra, el mismo testimonio de Francesco, que declara haber leído desde joven a Cicerón «patris hortatu» («por exhortación de mi padre», Sen., XVI, 1). No resulta más fiable la cronología de sus estudios jurídicos, proporcionada por el mismo Petrarca en Fam., XX, 4 (fechada por Wilkins entre 1355-1359): iniciados a los doce años —por tanto, en el otoño de 1316, cfr. Sen., X, 1—, él los prosiguió durante «siete años enteros», entre Montpellier y Bolonia. Sin embargo, en 1326, es decir, al cabo de diez años, él todavía se encontraba en Bolonia. Tampoco soluciona nada restar del cómputo el periodo en el que abandonó la ciudad y la universidad a causa de una revuelta estudiantil (poco más de un año). Más probablemente, el marco temporal indicado busca hacer referencia al hecho de que él llegó a las puertas del título doctoral (para el cual se necesitaban ocho años) y, en consecuencia, muestra el abandono voluntario de los estudios cuando estaba a punto de concluirlos6 para remarcar su inutilidad al destinatario de la carta, un joven genovés que, dubitativo respecto a la carrera legal emprendida, obtuvo como sugerencia una reprobación del tiempo desperdiciado en los estudios jurídicos (recordados en otras ocasiones, como en Sen., X, 2, sin atisbo de denigración). En Montpellier, Petrarca coincidió con el genovés Guido Sette (de familia originaria de la Lunigiana), su coetáneo y amigo de infancia en Carpentras, más tarde archidiácono y, finalmente, obispo de Génova (desde 1358) y futuro instrumento de su actividad diplomática, que culminará con la devolución de la ciudad a los Visconti.

En 1318 o 1319 perdió a su madre, que tenía treinta y ocho años, el mismo número de los hexámetros del Breve panegyricum defuncte matri (Epystole, I, 7), que constituye su primera obra conocida: un ejercicio no carente de sincera emoción que, con todo, deja entrever un arte rudimentario todavía en fase de refinamiento, lo que impide considerar como verdadera la leyenda de una exquisita educación juvenil, eminentemente literaria, interrumpida a regañadientes para obedecer al padre, que lo habría encaminado, recalcitrante, a las pandectas y los códigos. Sin duda, el previsor Petracco no habría gastado la cuantiosa suma necesaria para enviar a Francesco a estudiar en Bolonia y acompañado por un maestro privado si no hubiera tenido, desde el cuatrienio aviñonés, suficientes garantías respecto a las perspectivas de futuro del hijo. En otoño de 1320, Francesco, junto con su hermano Gherardo, entonces de trece años, y Guido Sette, llega a la alma mater (Sen., X 2; Fam., XVIII 1, 5). Cuando en la primavera de 1321 estudiantes y docentes dieron inicio a una revuelta y, reunidos en Imola, residieron allí por más de un año, Francesco y Gherardo —inicialmente entre aquellos— regresaron a Aviñón tras un viaje que pasó por Rímini y Venecia. En octubre de 1322, finalizada la secesión estudiantil, Petrarca volvió a Bolonia, donde permanecería por más de tres años.

El 9 de diciembre de 1324 aparece como beneficiario de un préstamo de doscientas liras boloñesas por parte del librero Bonfigliolo Zambeccari, que debían restituirse en un mes. Se puede plantear que al menos una parte de la suma se destinara a las primeras adquisiciones de libros por su propia cuenta: un San Pablo comprado por poderes en Roma, uno de los primeros libros de su biblioteca (si bien la nota de posesión que indica la fecha se remonta a 1347, así como las apostillas, y podría conservar una memoria no fidedigna), al cual cabe añadir una antología de Séneca.7

En los años transcurridos en Bolonia, Petrarca tuvo la oportunidad de afinar su educación literaria siguiendo los cursos de los profesores de retórica que en aquellos años leían a Cicerón y Ovidio, Bartolino Benincasa y Giovanni del Virgilio.8 Bolonia, además, no era solo la cuna del clasicismo de la época (bastaría tan solo el nombre de Giovanni del Virgilio para confirmar tal aspecto), sino también un centro impulsor de la nueva poesía en lengua vulgar que se difundía a partir de las recientes experiencias toscanas: se leía tempranamente la Comedia de Dante, además de sus rimas; allí había residido Cino da Pistoia; y se practicaba la poesía lírica a la manera del stil novo o sicilianizante. Tommaso Caloiro da Messina, muerto en 1341 y de quien ha sobrevivido un soneto al cual Petrarca dio respuesta, precedió a Petrarca por esta senda, si se pueden interpretar en tal sentido los versos de Triunfo de Amor, 59-60, 63-64, en los que el mesinés aparece indicado como predecesor y maestro de Petrarca en la lírica de amor

volsimi a’ nostri, e vidi ’l bon Tomasso,ch’ornò Bologna ed or Messina impingua.

senza ‘l qual non sapea movere un passo

Dove se’ or, che meco eri pur dianzi?9

Y, no obstante, Petrarca no fue el estudiante indolente y refractario a los códigos que posteriormente quiso hacer creer que había sido. Entre sus maestros, aparte de Giovanni d’Andrea y Pietro de’ Cerniti, pudo figurar también Jacopo di Belviso, que contaba con discípulos como Giacomo y Agapito Colonna y Niccolò Capocci, otro noble romano y futuro cardenal. En este ambiente, destinado a abrirle las puertas de las canonjías y de una sólida carrera clerical, trascurrió el trienio (y más) boloñés de Petrarca. Entre los amigos de la época, más tarde destinatarios de sus cartas, figuran Luca Cristiani, de Ferentino, que inició como él, bajo la protección de los Colonna, la carrera eclesiástica, y el florentino Mainardo Accursio.

Petrarca dejó Bolonia, para siempre, en abril de 1326, el día 26, para ser exactos, si se da crédito a la Fam., IV, 1, 19, que recuerda el décimo aniversario del abandono de los estudios de su juventud. La causa del alejamiento definitivo del derecho fue la muerte del padre, a consecuencia de la cual tuvo que afrontar una difícil etapa económica (Fam., X, 3) y se vio despojado también de los libros, algunos de los cuales recuperaría más tarde (el Virgilio en 1338, el Isidoro en 1347).

Lo poco que se conoce de los años que van de 1326 a 1330, transcurridos en Aviñón, se debe a una carta al hermano Gherardo (Fam., X, 3) en la que Petrarca recuerda, siguiendo el bien conocido modelo agustino de la reprobación de los propios desvaríos juveniles, el pasado disoluto de ambos, que incluía la práctica de la poesía amorosa en lengua vulgar. A esta época se remonta una obra, posteriormente perdida o destruida por el mismo poeta, de la cual sobrevive una sola mención (en Fam., II, 7): la Philologia Philostrati, tal vez una comedia elegíaca.

Por aquel entonces, para ser exactos el 6 de abril de 1327, un Viernes Santo (aunque el 6 de abril es una fecha simbólica en la que se colocan acontecimientos determinantes en la vida del poeta), Petrarca sitúa un suceso sobre cuya consistencia real es razonable albergar dudas, pero que asumirá una capital importancia en las diversas representaciones que el poeta proporcionará del mismo: el encuentro, en la iglesia de Santa Clara en Aviñón, con una mujer llamada Laura, o Lauretta, objeto de diversas tentativas infructuosas de identificación por parte de la crítica, que será investida con densos significados alegóricos y poéticos. Esta mujer, junto al yo lírico del poeta, es la protagonista de los Rerum vulgarium fragmenta («Fragmentos vulgares»), la colección de 366 composiciones poéticas en lengua vulgar que desde el siglo XVI es conocida también con el título de Rimas (Rime) o Cancionero (Canzoniere). Prescindiendo de los ejercicios líricos anteriores, los textos líricos compuestos en este periodo constituirán en los años 1336-1338 una primera colección de referencia del Cancionero, no destinada a la divulgación, sino concebida como un instrumento de trabajo: se trata de un grupo de veinticuatro sonetos (veintidós de Petrarca y dos de respuesta de Pietro Dietisalvi y Geri Gianfigliazzi) y un fragmento de canción, de los cuales solo diecisiete acabarán en el Cancionero. En 1342 esta colección se organizará parcialmente en una transcripción ordenada, de la cual tenemos noticia por las numerosas anotaciones presentes en una colección de bocetos de rimas en lengua vulgar,10 si bien solo después de la muerte de la amada en 1348 Petrarca concebirá la idea de un cancionero-novela, cuya larga elaboración, atestiguada por diversos estadios intermedios, lo mantuvo ocupado hasta los últimos días de su vida.11

En este periodo Petrarca, movido por la necesidad, tuvo que dedicarse a la profesión clerical. No existen pruebas de que recibiera las órdenes, ni tan solo las menores, siendo esto una obligación tan solo formal para la concesión de beneficios eclesiásticos, que más tarde obtuvo con abundancia, aunque siempre sin labor pastoral, lo que prueba que nunca habría recibido las órdenes mayores. Los años aviñoneses habrían estado dedicados igualmente a la vocación humanística y filológica de Petrarca, quien, todavía sin obligaciones profesionales, podía perseguirla en la fecunda fragua literaria de la curia papal. En este periodo es cuando, casi sin predecesores, se forma su competencia filológica. Según la reconstrucción de G. Billanovich, puesta en duda recientemente por M.D. Reeve, entre 1326 y 1329 Petrarca restauró el texto del Ab urbe condita (Historia de Roma desde su fundación) de Livio y de aquello que los siglos habían transmitido de esta obra fundamental para el conocimiento de la historia de Roma, uniendo un códice de la tercera década con el de la primera que había copiado en su integridad. A continuación, cotejó el texto con la transcripción de un extraordinario ejemplar veronés que había obtenido gracias al aretino Simone della Tenca.12 Landolfo Colonna le proporcionó después el texto de la parte central de la tercera década (XXVI-XXX) de un antiguo manuscrito de Chartres. Petrarca cotejó entonces la segunda mitad de la tercera década mientras corregía la primera mitad (XXI-XXV) ope ingenii. Por último, dispuso la cuarta década mediante el cotejo con un texto derivado de aquel que en su día había sido preparado por Lovato Lovati. El mérito de Petrarca fue reunir las tres primeras décadas que circulaban separadamente y restablecer las extensas partes mutiladas a partir del cotejo con otras copias. El monumento de este esfuerzo, testimonio del intenso amor por los clásicos que ya albergaba en Aviñón, es, según la reconstrucción de Billanovich, el Livio Harleian 2493 de la British Library, más tarde propiedad de Lorenzo Valla (quien recuerda, en una nota, al ilustre propietario anterior). En aquellos años, Petrarca conoció en Aviñón a algunos célebres eruditos: quizá en 1328 al poitevino Pierre Bersuire, moralizador de Ovidio; en 1329 al embajador del rey de Inglaterra Richard de Bury, celebre bibliófilo y erudito; y en 1333 al fraile agustino Dionigi da Borgo Sansepolcro, un poco mayor que él (nacido en 1300), que enseñaba teología y filosofía en el prestigioso Studium que los agustinos dirigían en Aviñón.

La elección de los estudios que Petrarca quería emprender comportó la renuncia a la fuente de ingresos, el notariado, que había proporcionado seguridad económica a Petracco, por lo que el escaso patrimonio familiar afrontó, desde la muerte del padre, un peligroso declive; de aquí la decisión, dictada por la quiebra de la prosperidad familiar, de ponerse al servicio de los Colonna, los primeros de la serie de patrones y protectores de Petrarca, siempre dispuesto a renunciar a su independencia a fin de asegurar las mejores condiciones para sus estudios. La familiaridad con los vástagos del patriarca Stefano Colonna se remontaba a los años estudiantiles. En la Sen., XVI, 1, Petrarca sitúa el inicio de su propia amistad con Giacomo Colonna, hermano de Giovanni, cuando tenía 21 años, es decir, en la segunda mitad de 1325, y en Bolonia. El servicio efectivo y remunerado se inició solo a partir de 1330 (fecha indicada también por los sonetos de aniversario de los Rerum vulgarium fragmenta), cuando Petrarca se convirtió en «cappellanus continuus commensalis» («capellán doméstico») del cardenal Giovanni. La relación con los Colonna se prolongará durante muchos años incluso tras la muerte de Giacomo (1341), hasta el divortium recordado en la égloga homónima (Bucolicum carmen, VIII), compuesta en una fecha cercana a la de la muerte del cardenal Giovanni en 1348. Ente las numerosas cartas y poesías dedicadas a esta relación, cabe recordar al menos la escrita por Petrarca el 27 de abril de 1374 a Luca della Penna (Sen., XVI, 1), en la que expone su reconocimiento a Giacomo Colonna por haberlo acogido entre los familiares del cardenal Giovanni, a su vez recordado como un padre.

En marzo de 1330, Giacomo Colonna (nacido en 1301) pasó por Aviñón camino de Lombez, en la Gascuña, donde, tras haber sido nombrado obispo por Juan XXII dos años antes, tomaría posesión de una diócesis ya administrada por su hermano cardenal, y reclutó a su antiguo compañero de estudios para su propia corte, de la cual formarían parte dos futuros estrechos amigos de Petrarca —a quienes llamará Sócrates y Lelio—: el cantor flamenco Ludwig van Kempen y el hombre de armas romano Lello di Pietro Stefano dei Tosetti (Sen., I, 3 y III, 1). Al verano transcurrido en la Gascuña (recordado con sumo placer en Fam., IV, 12, Sen., X, 2 y XVI, 1), le siguió un largo viaje, iniciado en la primavera de 1333, que dio un nuevo aliento al afán de Petrarca como restaurador de textos clásicos. En su transcurso, visitó diversas ciudades de la Europa septentrional (Fam., I, 4 y 5), pasando por París, Gante, Lieja (donde descubrió y copió el Defensa de Arquias de Cicerón), Aquisgrán, Colonia, las Ardenas y Lyon, desde donde Petrarca regresó, en agosto del mismo año, a Aviñón. Entretanto, Giacomo Colonna había abandonado Lombez y había sido enviado a Roma por el cardenal Giovanni para ocuparse de problemas familiares (Fam., I, 6). Petrarca solo volvería a verlo cuatro años después, durante su viaje a Roma de enero de 1337. No habiendo necesidad de regresar a la Gascuña, se presume que se quedó en Aviñón durante los años siguientes, viviendo con el estipendio del cardenal Giovanni. Las actas pontificias de este periodo lo mencionan como su capellán.

El 10 de enero de 1335, Benedicto XII, elegido hacía menos de un mes, le concedió una canonjía sub exspectatione praebendarum («a la expectativa de prebendas») en la diócesis de Lombez, que el cardenal administraba, y de la cual no tomó nunca formalmente posesión, pero que mantuvo, con sus beneficios, hasta 1355. El nuevo papa subía al solio al final de un periodo en el que no habían faltado las fricciones entre el colegio cardenalicio y su predecesor, Juan XXII, promotor de una política anexionista dirigida a crear un Estado güelfo en la Italia septentrional. Petrarca había manifestado su apoyo a la liga de ciudades italianas liderada por los Visconti que respaldaba a Luis IV de Baviera y se oponía a la campaña encomendada por el papa al cardenal Bertrand du Pouget.13 Resulta difícil decir si esta posición era fruto de ideas autónomamente maduradas o de un mandato concreto de los Colonna, algunos de los cuales eran favorables a Luis IV (Sciarra), mientras que otros eran hostiles (Giacomo). Petrarca también acabará desilusionado ante los numerosos preparativos, que nunca se llevaron a término, de hacer volver a Roma la sede pontificia,14 mientras que su apoyo a la cruzada que se estaba organizando en 1333 y que al final no tuvo lugar se recoge en dos canciones de los Rerum vulgarium fragmenta, 27 y 28.

Pese a sus críticas a la curia y a la «avariciosa Babilonia» que en su opinión Aviñón representaba, Petrarca logró en esos años emprender una carrera diplomática prometedora. Su influencia parecería demostrada por el hecho de que, junto al jurista veronés Guglielmo da Pastrengo, defendió ante el colegio cardenalicio a Azzo da Correggio y Mastino della Scala en la causa interpuesta contra ellos por la familia Rossi, que había sido expulsada de Parma con confiscación de bienes después de que Azzo y Mastino se hicieran con el poder por la fuerza en mayo de 1336. Por ello, los antiguos señores de la ciudad se habían dirigido al papa reclamando justicia, si bien la causa confirmó sustancialmente las pretensiones de los Scaligeri. Con todo, de esta actividad jurídica no tenemos otros testimonios aparte de Petrarca (que recuerda la causa en una carta a Ugolino de’ Rossi de finales de 1351, la Fam., IX, 5), y no resulta fácil comprender cuál fue la ayuda efectiva que pudo ofrecer a un jurista experimentado como G. da Pastrengo. Sin embargo, la causa le permitió ponerse en contacto con Correggio, con quien se vinculará más estrechamente varios años más tarde y que permitirá su regreso a Italia en 1341 y su larga permanencia allí hasta 1345. Entretanto, Petrarca había visitado Roma, a la que había llegado tras un arriesgado viaje que, iniciado a finales de 1336, lo había llevado de Marsella a Civitavecchia y de allí a Capranica, gobernada por Orso dell’Anguillara, cuñado de Giacomo y Giovanni Colonna, donde se vio obligado a permanecer durante más de un mes debido a que la presencia de milicias hostiles le impedía recorrer la vía Cassia hacia el sur. Tan solo la intervención de Giacomo y Stefano Colonna el Joven, al mando de una brigada de caballeros armados, logró conducirlo hasta la ciudad, adonde entró en enero o febrero de 1337. En su primera carta desde Roma, fechada el 15 de marzo (Fam., II, 14), al contemplar desde el Capitolio las ruinas de la urbe, Petrarca transmite su admiración por su grandeza y majestuosidad. Un tema, el del redescubrimiento de la Antigüedad clásica y el lamento por su decadencia, que él inicia en ese momento y que está destinado a convertirse en uno de los ejes éticos, estéticos y políticos del humanismo.

De vuelta en la Provenza, Petrarca se trasladó a Vaucluse (hoy Fontaine-de-Vaucluse), un pueblo de montaña en el territorio de L’Isle-sur-la-Sorgue a menos de veinte millas de Aviñón y más cerca aún de Carpentras, en el lugar en que el Sorgue, afluente a la izquierda del Ródano, nace impetuoso de una cueva subterránea. Él describirá Vaucluse, donde había comprado una casa, como un puerto de quietud, un Helicón en el que invocar desde el exilio a las Musas, un refugio espiritual. En aquella «solitudo iocundissima» («agradabilísima soledad»), en la que podía modelar la propia vacatio («alejamiento») del mundo sobre la base del otium de los antiguos fortalecido con rasgos ascéticos, Petrarca se dedicará enteramente al estudio y a las obras poéticas y eruditas que ya había comenzado a componer en los años precedentes: Africa15 y De viris illustribus,16 además de algunas Epystole. Allí reunió a tal fin una conspicua biblioteca, confiada en su ausencia al fiel granjero Raymond Monet.

La estancia en las riberas del Sorgue, cuyos rasgos eremíticos se amplifican en las epístolas de este periodo con el fin de ensalzar la elección de la soledad y de los estudios, se veía, sin embargo, interrumpida por las obligaciones que el servicio a los Colonna imponía: acompañar a amigos ilustres de viaje por la Provenza (Sen