Pinceladas sobre un pasado incierto - Juan Carlos Firbeda - E-Book

Pinceladas sobre un pasado incierto E-Book

Juan Carlos Firbeda

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Beschreibung

Pocas veces se sabe el por qué. Por qué uno comienza algo tan complejo y vasto. Los motivos que lo transportan a ese incierto momento de decisión en que sabe que debe hacerlo. Que otro no lo haría. Que será muy tarde para empezar a recordar. Fue así que sin ninguna noción de gramática o sintaxis, sin siquiera estar convencido de por dónde comenzar, es que empecé. Mi familia. No hubo modo (ni tengo) y no por falta de ganas, de hilvanar una crónica íntima mas completa. Solo el intento de dar un testimonio de una época y sus circunstancias que acompañaron los sucesos o, en todo caso, de retazos de recuerdos como sagas trasmitidas de vidas, tan presentes como pasadas. Sin juzgar. Solo mostrar. Tratar de correr, en parte, ese pesado velo de un antaño muchas veces cruel, otras esperanzador, ante un futuro tan desconcertante. Son mis ancestros, la mayoría no conocidos, pero hermanados por el tiempo impiadoso que tuvieron que transitar, los que iluminan estas páginas. Este no es más que un humilde homenaje a todos ellos y, de servir para que no caigan en la bruma del olvido y contribuya a darlos a conocer, tan siquiera, estaré más que satisfecho.

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Seitenzahl: 228

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Juan Carlos Firbeda

Pinceladas sobre un pasado incierto

Firbeda, Juan CarlosPinceladas sobre un pasado incierto / Juan Carlos Firbeda. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3690-7

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

La primera edición de "Pinceladas sobre un pasado incierto" forma parte del catálogo de la Biblioteca Nacional de Francia.

Índice

INTRODUCCIÓN: (29/8/94)

Crónica de mi familia

Aromas

Hablame, Cata... cuéntame - Parte 1

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 3

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 4

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 17

Arbol Genealógico – María Fernández Blanco

Arbol Genealógico – María y sus hermanos

Arbol Genealógico – Justo (abuelos maternos)

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 2

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 5

Arbol Genealógico Firbeda

Los padres del final

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 6

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 7

El destete

Fiebre

La tele

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 8

72

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 9

Pinamar

La villa

El viaje a esa ciudad… ¡tan feliz!

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 10

Almohada con perfume de papá en una tarde de domingo

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 11

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 12

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 13

Arbol Genealógico – Szuhi – Szajko

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 14

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 15

Hablame, Cata… cuéntame - Parte 16

Queridos Cata y Gaspu:

Queridos Cata y Gaspu:

Remembranzas de… hoy

Tiempos idos

Reencuentro

Conmigo

Amasando una idea

¿Por quién doblan las campanas?

El dolor

El dilema

La pesadilla… que no se va

Crónica de un denso día cualquiera

Dos objetos

Amenothep

Escandinavia

Puntos de vista

La solución final: Un ligero Aroma

Naré

¿Los recursos son humanos?

Silencio

Breve introducción al material fotográfico

Documentos

Epilogo

AGRADECIMIENTOS

“Las cosas no necesariamente pasan para mejor, pero podemos hacer lo mejor posible de las cosas que nos pasan”.

Tal Ben Shahar (filósofo)

A Cata y Gaspu que en mi atardecer me hicieron ver, nuevamente, salir el sol.

INTRODUCCIÓN: (29/8/94)

Algo ocurrió en junio de 1947 que hizo que, meses más tarde llorara por primera vez en mi vida. Nací.

Hoy las manos me traspiran, mi corazón se agita y me pongo inquieto, la decisión me alcanza. Necesito volver atrás para poder avanzar.

Quizá el abandonar esas seguras pretensiones literarias de los novatos como yo, por desconocimiento de las más elementales normas o códigos de la gramática o usos, me ha beneficiado en aras de la improvisación de lo que iría surgiendo de mi, por ahora, tenaz memoria.

Claro que siempre envidié la estilizada pluma de mis escritores más queridos que, con gran casi alarde de simpleza, teñían de realismo recreando en sus páginas verdaderas pinturas en que se podía ver y hasta palpar sus relatos.

Me pregunto también si mis lecturas podrían influir negativamente en mi teclado, pero luego comprendí que uno escribe para no estar solo y bastaba con comenzar.

Tampoco me propuse, como un mandato, que las futuras notas fueran espontáneamente divertidas o que tendieran al llanto fácil por lo perdido. Solo acontecimientos, sucesos o cosas que ayudaran a alejar mis fantasmas, siempre presentes. La vergüenza, la envidia, las comparaciones, el otro deseo…

Serán muchas las omisiones, escudadas por fallos de memoria o, más probablemente, por el egoísmo del agarre. Pero de eso se trata, de afrontarla y darla a luz. Ponerse humano.

Sé que la posteridad no espera estas líneas. Las traducciones de famosos se encargan de eclipsarlas. Pero es que hay bellas y ocultas historias de amor familiares y de bárbaros desencantos que afloran a la superficie en cada página de la vida.

Otro factor, del que recién ahora me doy cuenta al repasar lo incipiente escrito, es la sensación poco grata que me produce leerme, ¿o reconocerme?

Siento un pudor íntimo al lanzarme a la aventura del escribir que lo dará esa autocrítica que da la conciencia del hombre y que no creo que la haya tenido el ser primitivo, no sé.

Pero sí sé que la vida es breve y, en general se la maltrata, con banalidades inconducentes que, finalmente, dañan al propio protagonista.

Además en eso de contar o decir se entra en una zona de riesgo, peligrosa. ¿Decimos toda la verdad o la edulcoramos para no ser crueles aún con uno? En ese momento comienza a tallar el tiempo trascurrido, la memoria por un lado, pero por otro también lo idealizado o creído que existió a fuerza de ganas de que ocurriera.

Otra vez la duda acompañante. Continua. Inseparable.

Y la falta de atrevimiento, en tantas cosas, ¿dónde va? La cobardía en no afrontar una pelea que se podía haber ganado.

No será el Rubicón, pero…

Ver foto/ 93.

Crónica de mi familia

La no conformidad me llevó a vencer la interminable abulia del padecimiento. Quizá el tener tanto tiempo sin utilizar, sumado a la necesidad creciente, como las olas que suman sin acumular, me hicieron sentar y reflexionar sobre ese pasado no vivido, pero tan presente.

Siempre pensé que la vida de cualquier hombre común sería de interés para él mismo según pasaran los años. Quizá en un exceso de arrogancia imaginé la nuestra, que no es patrimonio de mí mismo, sino de los que ya no están y que hoy evoco. Creo que toda historia familiar es parte de una novela que uno escribe y la padecen muchos, pero de esos muchos la mayoría no están para oponerse y la mirada para atrás suele ser benévola, quizá por egoísmo frente a los que la espían, a través de esa estrecha rendija que es el tiempo.

Unos años terribles en que me debatía entre adverbios esquivos, sustantivos que no calificaban y preposiciones que no proponían y, sobre todo, palabras que faltaban. O no las encontraba. Como tampoco un por qué.

Los talleres no me brindaban un pensar más lúcido, una mente más clara y, se sabe, que los vientos solo ayudan cuando uno sabe dónde se quiere ir.

Las experiencias ajenas solo pueden servir al que las sabe apreciar y no era mi caso. El cúmulo de ideas solo alumbra cuando hay una. Parece un oxímoron, pero era eso sin serlo.

Deambular conorco solo ayuda cuando se ve, al final, esa luz que acompaña y da sombra, pero abre los ojos para despertar del sueño constante de la ignorancia.

Hoy dije: es el día. No puedo esperar más. Por qué pedir ayuda cuando la humanidad sucumbe al anonimato del hombre. Mi propósito es que no se olviden mis abuelos fallecidos de mis nietos por nacer. Algún día seremos. Pero habrá quien se pregunte cosas, relaciones, personas que no podrán contestar por el cruel olvido de la memoria.

Creo que fatalmente se hacen las cosas para uno, para que lo recuerden, para que lo quieran. Para no ser olvidado.

Pensar que la escritura se inventa, vaya a saber cómo y por qué, hace miles de años, en esa incluso hoy lejana tierra, seguramente en forma insensible, sin saber que depararía envidia o temor en pobladas y desordenadas sagas, hasta poco creíbles que con tanto esmero hoy tratamos de descifrar.

No es mi propósito aburrir en este devaneo casero, aunque tampoco sé divertir. Ni siquiera sé si va a continuar a moverse el teclado de mi notebook, por lo que me ocupé de avisar en mis comienzos.

Para hablar ahora en primera persona, lo que fue una constante fue la duda inicial… que se mantuvo. Maldita duda que me privó de la inconstante aventura de vivir sin tanta red y cuidarme tanto. Sé que eso, lo no hecho, solo me sirvió para añorarlo. Pero soy injusto, no solo conmigo, sino a pesar de mí.

Ojalá sirva al menos para fijar algún recorrido de la existencia pasada.

Bs. As., 8/6/19

Ver foto/ 1.

Aromas

Los olores me remiten irremediablemente al pasado. Siempre. Sin excepción. Es una sensación no siempre placentera, pero que tiene en común hacer desaparecer, al instante, el presente.

Me invade, como en un sueño, el vértigo quieto de la nostalgia vivida.

Una especie difícil de definir o aún describir, de un regreso a la situación ya olvidada.

La más antigua evocación —y recurrente— es el olor al cuarto de pollo al horno que mamá me hacía invariablemente cuando estaba enfermo.

Se contaba como un clásico tan esperado por mí que hacía que espiara cómo lo doraba pacientemente con limón, enriqueciendo ese tufillo gastronómico insuperable y llegado el momento cumbre lo pinchaba con un escarbadientes para comprobar su precioso acabado.

Ese plato, siempre escaso, venía acompañado con el infaltable puré. De papa pisada con unas gotas de aceite de oliva.

Recuerdo de esa época también otro olor, oloroso, esta vez penetrante, que opacaba cualquiera que estuviera presente, alguna comida, perfume, en fin, se privilegiaba a sí mismo. La lavandina. Esta impregnaba el lavadero y las manos de mi abuela María. Ella siempre estaba con un delantal puesto. Hasta la una de la tarde. Ahí se cerraba la cocina para dar paso a otro aroma. La blanca y humectante crema Beauty que se mezclaba sin prisa entre sus dedos. Eran dos aromas tan distintos, pero característicos de ella, y, por lo tanto, de mi lejana niñez. Tan protegida.

El olor salino del mar nuestro aparecía todos los veranos sin faltar. Es decir, los veraneos. No importaba si había sol o lluvia. El mar nos envolvía con su húmedo y pegajoso magma. También aseguraba todo un verano ocioso de mi juventud marplatense que tantos capítulos abarcaría. Desde estancia continua con papá en la playa, poco más tarde con un amigo que aún conservo luego de décadas en que pasando por la adultez llegamos a la insospechada vejez.

También el olor del amor, caliente, íntimo, traspirado de alguna novia que siempre retorna a la mente. El aroma agrio y dulce al mismo tiempo de mis hijos bebés encima de la infaltable colonia.

Un capítulo merece el olor a glicinas de la casona de French al 2800. Era una vieja y agobiada tapia que permitía asomar alguna flor y que en diciembre, a la madrugada, invadía el barrio puntualmente. Yo pasaba, a esa hora, de regreso de un complejo amor que creía furtivo y que hoy lleva treinta años de actualidad.

Podría hacer un ejercicio de memoria y traer tantos recuerdos que llenarían páginas enteras, pero no son tantos los que me hacen cerrar los ojos un momento y sentir un poquito de ese pasado que no puede volver a este presente porque ya pasó.

Bs. As., 18 de julio de 2018

Hablame, Cata... cuéntame

Parte 1

Hoy es 12 de diciembre de 2019. El reloj marca las 14:45 h de un día caluroso, claro, se acerca el verano. Nueve días para ser exactos.

Hace años que quiero sentarme con esta notebook para tratar de escribir una historia. Nuestra historia. La de nuestra familia.

Me impedía (o impide) dos situaciones, no sé textualizar una crónica y su complejidad. Me pasó con otras tareas que comencé y abandoné al poco tiempo por ser exigente conmigo mismo y no esperar o, mejor, esperar demasiado de mi labor. Así comienzo diciendo que soy muy exigente ya no con mi persona, sino con la vida, que en realidad y hasta este momento —ya veremos— fue muy piadosa conmigo.

Debo incluir a mi actual sicóloga (Mónica) y a mi propia mujer (Adriana),la que me emplazó a que haga algo con mi vida actual y no postergue más en lo que a recuerdos se refiere. Estoy plagado de ellos. No desaparecen. Por momentos me agobian y en otros me exaltan.

Cuando abrí la pantalla pensé en Cata, la mayor de mis nietos, aunque incluyo a Gaspar naturalmente. Pero para que suene más coloquial, como una charla amena, me referiré a ella solamente, quizá por tener más historia, casi cinco años, hoy.

Una de las cosas de las tantas que no sabía es por dónde comenzar y, allí fue donde pensé… ¿por qué no empezar por mí?, la infancia, las evocaciones de olores, sabores, colores, paisajes, seres queridos, etc.

Quizá fue allí donde supe, y me tranquilicé, que el producto no iba a ser una obra maestra, pero, de algún modo, si acercaba un testimonio que algún día podía ser hallado por la descendencia, el cometido habría valido la pena. No sabés lo difícil e intrincado que es, Cata, desmenuzar y volcar los ancestros a una realidad.

Envidio a los nobles que tienen realizada, paso a paso y de generación en generación, su propia genealogía, aunque no la merezcan o mienta. Los orígenes, pienso yo, no deberían ser olvidados por los contemporáneos porque seguramente de ellos tomamos cosas que, aunque pasen muchos años, repetimos como en una noria sin final. Diana París dixit.

Seguramente contar la propia historia tiene su ventaja, se es más indulgente y se tiene más a mano. Intentaré no serlo. Aunque la construcción, no literaria sino secuencial, sea tan engorrosa y con tantos baches informativos.

¿Allá vamos?

Nací un 20 de marzo (1948) en el hoy desaparecido sanatorio De Cusatis (av. Pueyrredón de esta capital). Fui el primer varón de mis primos, cosa en la que no hubo mérito, ya que no hice ningún esfuerzo y además la mayoría de mis primos fueron primas.

A mi hermana Marta no le habría caído muy en gracia (cosa que persiste), ya que me llevaba siete largos veranos de reinado absoluto. Un verdadero incordio mi aparición.

Mis recuerdos más lejanos se desarrollaron en el jardín de infantes del Colegio Cardenal Cisneros (de la Av. Montes de Oca, Barracas) hoy transformado en una universidad privada. Tenía dos señoritas (una rubia, Yolanda, y la otra morocha). Nunca entendí lo que había que hacer o se pretendía de un niño tímido como yo, como jugar o hacer palotes, pintar sin salir de los límites (cosa que se repitió en el tiempo).

Claro, era muy consentido por el entorno familiar y la adaptación a un medio extraño se veía compleja. Vivíamos en un primer piso y mis abuelos, con cuatro tíos solteros, en el séptimo de la misma casa de departamentos.

Mis tiempos se repartían entre ambos espacios, durante mucho tiempo. Mis abuelos (María y Justo) con Delia, Alberto, Carlos y Alfredo matizaban mis tiempos. No creía necesario concurrir a clase cuando allí me divertía más.

Casi de ese modo pasaron los primeros años, con mucha familia y poca (o nada) de plaza.

Quizá lo más destacado eran los veranos que pasábamos invariablemente en la costa.

Mar del Plata. Primero en el desgraciadamente demolido hotel España (sobre la calle Belgrano) y luego, en el año 1960 aproximadamente, en nuestro muy querido y recordado departamento de San Luis 1830, 8 D. Actualmente Edificio con Mención.

En esos veranos pasé de niño a joven, de las primeras letras a la facultad, de solo a estar con Marta, mi infatuada primera novia. La misma que me dejaría en soledad y en ese mismo lugar siete largos y abúlicos años después. Sufrí pero luego conocí el sol: Alicia.

Qué curiosos que son los recuerdos. Hoy pienso que, al cambiar tanto las costumbres, de niño no se iba a la tarde a la playa, solo los mozos del hotel o personal de maestranza y mucamas, yo me aburría solemnemente, sin embargo hay mucha añoranza por aquella época.

¿Será porque era joven y hoy, bueno, pasaron seis décadas?

Pienso y recuerdo no haber sido una persona satisfecha con mi imagen corporal o social. Es como si me hubiera faltado algo, no me sentía canchero, moderno, era (¿soy?) muy formal y atado a un guion, que escribía yo mismo, seguramente sin proponérmelo. Eso no lo pude superar, de ahí las agradables sorpresas en la obtención de algunos sorpresivos méritos o relaciones.

Entre ellas mi noviazgo y casamiento con la entrañable Verónica(madre de mis hijos y hoy gravemente enferma). Mis hijos (Matías y Esteban), algunos trabajos y claro… luego del desgaste del tempo,Adriana, la que me deslumbró y quiero desde hace treinta años.

De mi paso por la escuela primaria (Arzobispo Espinoza de la calle M. de Oca, frente a la plaza Colombia), retomo, no tengo mayores ni lindos recuerdos. Colegio de barrio, chato y yo un alumno no destacado y casi ridiculizado. Mi niñez fue la de un niño retraído, tirando a nabo, con creciente interés por la lectura y alejado de la pelota,que era lo que nucleaba a los demás. Crecí entre adultos, mi familia.

Ingresé a la secundaria (Colegio Nacional D. F. Sarmiento, Libertad 1257, CABA) y permanecí los primeros dos años sin progresos en los lazos con los que eran mis compañeros hasta tercero (3.º), en que me integré en un grupo más como acompañante que como protagonista. Era muy tímido con el anhelado sexo opuesto y rehuía situaciones a las que era más fácil acceder que dejar pasar.

Sí, así era yo. Una lástima.

En la universidad me costó adaptarme nuevamente. Fui para atrás, recién terminando el ciclo básico y a punto de entrar en la Unidad Hospitalaria (en el desactivado Hospital G. Rawson, CABA) me fui acomodando, de a poco.

Era muy estricto, rígido y eran los 70, donde empecé a hacer análisis de grupo precisamente con uno politizado a la tendencia, peronista. Para colmo con un terapeuta igual. Uff, ¡¡qué época!!

Así y todo era buscado para determinadas cosas, arreglar algunas situaciones, programar, hasta liderar.

En la facultad fui un alumno de menor a mayor sin llegar al premio mayor, aunque tuve alegrías y logros.

Si bien la elección de la carrera de estudios (Medicina, quizá no fue la más afortunada), la especialidad (cirugía) no le fue en la saga, la continué ejerciendo un cierto tiempo, para pasar luego por otros menesteres —no afines— y que me dieron satisfacciones, pero me alejaron del “arte de curar”, aunque siguiendo ejerciendo con mi título inicial (gestión).

Lo pienso y ya enuncié mi dificultad para empezar a tirar palabras sobre algunos antecedentes propios, de modo que dejo para otro momento el formato familiar primario en que me tocó crecer. ¿Te parece, Cata?, pero, en realidad es historia moderna que podrás indagar, seguramente, por sí sola y sacar tus conclusiones como yo hice con las mías.

Quiero (¿y podré?) relatar entonces la historia antigua tal como se enseña (sin pretensiones propias) en los libros y tratados.

Llamo historia antigua a la protagonizada por mis abuelos, es decir, tus bisabuelos y entre ellos (cuatro) especialmente la línea materna, la de Dora, mi mamá. Esta elección no es por preferencia, sino por el nivel de conocimiento o información del que dispongo. Ya lo verás.

Para aproximación a ellos debo empezar por bucear en Europa, fundamentalmente España (con acento en la provincia minera de Asturias) con su época, aproximadamente fin del siglo XIX, ya que Justo, mi agrisado y tan buena persona abuelo nace en 1885. El árbol genealógico que pude armar, por lo complejo, lo anexo como adjunto a este texto.

Allí reinaba y moría en ese preciso 1885, Alfonso XII, muerto prematuramente por tuberculosis a los 27 años y sucedido por su hijo menor Alfonso XIII, con regencia de la reina viuda María Cristina.

La población entera de la nación ascendía a 18 millones de almas y la provincia a 600.000 personas. Oviedo (capital provincial) y Gijón ostentaban 30.000 parroquianos, casi todos labriegos.

Para comprender algo más de la época se registraba un 61% de analfabetismo y la cantidad de matrícula en la entonces Universidad de Oviedo era solo de 300 alumnos.

Años muy movidos socialmente con reclamos económicos frecuentes de mejoras salariales y de trabajo, especialmente en el rubro minero (carbón) que dio paso a huelgas (1901 en Gijón) y otras hasta el paro general tiempo después.

El clero abrumaba con sus rígidas normas de conducta y sociales, siempre asociado al poder de turno, haciendo posible la construcción de la imponente Parroquia de Covadonga en el Consejo de Cangas de Onís, durante 1877/1901.

Don Justo (así se lo llamaba) siempre protestaba airadamente contra “los curas”, que tanto daño hicieron.

En ese contexto (zeitgeist: específica palabra en idioma alemán) te comento, Cata,que tus bisabuelos (mis abuelos, sumaban, restaban y leían) y eran ellos personas ligadas a la tierra (de otros), se presume que de distinta posición económico/social, aunque ambos rurales y seguramente ninguno de familia muy pudiente.

Aquí es donde empiezan algunas dudas que el tiempo no permitió despejar. Aún.

Hay certezas. Justo Uría nace el 23/11/85 en San Martín del Valledor, aldea rural parroquial, en el Consejo Asturiano de Allande, a 480 m de altura snm y a 31 km de la Pola de Allande.

Nunca se hablaba (acá, en la Argentina) de la España que habían dejado atrás (ambos), pero bueno es decirlo que tampoco despertaba mucho interés entre los hijos de ellos el saberlo (mis tíos y madre).

La nebulosa de sus padres permanece entre inciertos, sobre todo en la paternidad (mibisabuelo, o sea tu tatarabuelo) que, como se presume, fue hijo de madre soltera (María Campa u Oría, ¿o Uría?) o quizá pareja de Juan Uría. En las partidas, se anotaban los nacimientos, con pereza, en las parroquias y se amontonaban a merced del polvo, humedad, ratas y sobre todo olvido (¿verdaderas o fraguadas?), más tarde volveré a ello, se aunaban el que poco sabía escribir (no había Registro Civil generalizado tomando como cierto que el 1 de enero de 1871 se reglamentó pero…) con el que hablaba en semidialecto.

Lo cierto es que entre sus posible ancestros figuran Josefa Queipo y Manuel Oría o Uría como sus posibles abuelos (mis tatarabuelos). Misterio.

Llegando a la treintena de años decide (se desconocen los motivos, aunque la gran inmigración lo acompaña) venir a la Argentina que para aproximadamente 1925/28 era un destino buscado por esa enorme masa peninsular (españoles e italianos mayormente) que venían (o creían) hacer “la América”.

Su paso inicial (por nuestro país) no queda debidamente registrado como imaginarás, Cata, ya que se unen dos variables: investigación deficiente de mi parte con nulo testimonio de los que pudieren aportar información por las razones expuestas, poco interés (sumado con que no quedan sobrevivientes de antaño).

Pero los datos más creíbles sobre su devenir son que Justo se dirige posteriormente a la provincia de Sta. Fe, a Rosario,donde recibe a mi abuela. Tu tatarabuela, María también. Pero Fernández Blanco. De ella hablaremos luego que es la parte jugosa de la historia (¿de amor o desencanto?).

Allí nace Dora (mi madre, tu bisabuela) el 26 de noviembre de 1915.

Comienza para esta pareja una unión (de hecho como sabremos más tarde) que los acompañará hasta la muerte de mi abuelo, Justo (el 4/11/67) luego de tener 6 hijos y muchos nietos (yo, Juan Carlos, tu abuelo Juan, entre otros).

Justo se desempeñaba entre sus labores de mozo en un bar del centro de Bs. As. (Granada, calle Esmeralda casi Lavalle) y, mamá contaba, vendiendo golosinas los fines de semana en el viejo zoológico de Palermo.

Se jubiló a su edad y el festejo fue en la cantina Los tres amigos, de Suárez y Necochea, del barrio de La Boca. Allí sí acompañado de un bullicioso y feliz, en ese entonces, grupazo de familia y amigos de ellos.

Cuando fallece, ya añoso y con varias operaciones quirúrgicas (cataratas, próstata, etc.), surge un imponderable y habitual si no fuera porque mis abuelos… me refiero a conseguirle la pensión a mi abuela María, de la que hablaré más tarde.

Como ya te irás imaginando, Cata, que esa pareja era floja de papeles,algo impensado por sus hijos en pleno.

Dora, su hija, es decir, mi mamá, o lo que es lo mismo decir tu bisabuela, comienza un interminable intercambio de cartas, en aquella época por vía aérea (en papel liviano, pues se pesaba la correspondencia) con los hermanos de María. Luego —creo yo pues era muy joven y no prestaba atención al sucedido— viene una confesión (imperdonable para ese entonces), NO estaban casados.

Peor… estaba casada con el primo de Justo(José Uría, luego casado con Micaela, con la que tuvo tres hijos) y aquí se abre un abanico sin resolución hasta ahora. Enviada por él para ver el ambiente aquí y luego venir él o… lo más probable es que ese hombre al decir de entonces “le daba mala vida”y lo abandona escapando para refugiarse en la casa paterna de La Furada y luego venir a encontrarse con el juvenil amor que tuvieran, quizás, con Justo.

Nos quedaremos con esa versión que también se afirmó luego, por ser la más piadosa si no fuera por Rufinin, su pequeño hijo, que queda en su tierra y no sabe nunca más de él y que fue muerto en la impiadosa y sangrienta guerra años más tarde y que tanto duró. Mal haríamos en juzgar conductas de otros y si fueron en el pasado y en condiciones inimaginables... menos. Pero qué tristeza, ¿no?

Finalmente y luego de inconfesables gestiones que incluyen al cónsul se obtienen las certificaciones que acreditaban lo inacreditable, la partida de casamiento.

Si tuviéramos que catalogar esta versión lorquiana de mi (tu) familia deberíamos agregar condimentos tan esenciales como hablar de la papa y los huevos para hacer una saludable tortilla.

Alfredo(recomiendo tener a mano el árbol para que no haya más repeticiones innecesarias de las que desde ya menciono),mi tío y padrino, se casa conLita (María Consuelo Rodríguez), hija de AmadorRodríguez, amigo de la infancia de mi abuelo Justo.

Amador, casado con Consuelo, ambos entran en la página familiar porque, además y como se desprende, ¿no, Cata?, conocían la biografía entera y de primera mano de María y Justo, con amigos en común en Asturias, en sus pequeños y míseros pueblos de entonces.

Además de ellos había en aquella época una variedad de lejanos familiares aquí y “paisanos” que nunca dijeron nada de lo que se había visto y vivido en la lejana terriña.

¿Pacto? ¿Amistad? ¿Respeto entre gente tan “básica”?

Creo que comienzo a juzgar. Me voy.

18/5/20

Ver foto/ 2–3 –4 –5 –6 –7–8 –9 –10.

Hablame, Cata… cuéntame

Parte 3

Cuánto desorden, chicos, en estas notas, pero debo decirles que no les había prometido una secuencia fiel de sucedidos, ni pormenores o lugares en que hemos estado —información geográfica que pueden buscar en distintos sitios (hoy Google, ¿mañana?)—, sino solo recuerdos, cosas al pasar que quizá despierten emociones, cómo lo vivimos, qué sentimos y, sobre todo, cómo transmitirlo a Uds. que son los verdaderos destinatarios de estas páginas.