Plan B - Jana Aston - E-Book
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Jana Aston

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Beschreibung

Cometí un error, ¿de acuerdo?   Ahora necesito un Plan B.  Cuando conocí a Kyle Kingston, supe que sería un error.  Uno delicioso, pero un error al fin y al cabo.  Pasamos una noche juntos y, cuando desperté, se había marchado.  Poco después, descubrí que me había dejado embarazada. Necesito localizarlo y decírselo, y tengo un plan: me colaré en la fiesta de jubilación de su abuelo, buscaré a Kyle y le daré la buena noticia.  ¿Qué podría salir mal?  Vuelve Jana Aston con una novela sexy y divertida  "Jana Aston nunca decepciona cuando se trata de hacernos reír. Os hará soñar con esta historia de amor." Totally Booked Blog    

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Plan B

Jana Aston

Traducción de Eva García Salcedo

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 14

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

Plan B

V.1: febrero de 2021

Título original: Plan B

© Jana Aston, 2019

© de la traducción, Eva García Salcedo, 2021

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2021

Todos los derechos reservados.

Publicado mediante acuerdo con Bookcase Literary Agency.

Se declara el derecho moral de Jana Aston a ser reconocida como la autora de esta obra.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Publicado por Chic Editorial

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-17972-29-5

THEMA: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Plan B

Cometí un error, ¿de acuerdo? Ahora necesito un plan B

Cuando conocí a Kyle Kingston, supe que sería un error. Uno delicioso, pero un error al fin y al cabo. Pasamos una noche juntos y, cuando desperté, se había marchado. Poco después, descubrí que me había dejado embarazada. Necesito localizarlo y decírselo, y tengo un plan: me colaré en la fiesta de jubilación de su abuelo, buscaré a Kyle y le daré la buena noticia. ¿Qué podría salir mal?

Vuelve Jana Aston con una novela sexy y divertida

«Jana Aston nunca decepciona cuando se trata de hacernos reír. Os hará soñar con esta historia de amor.»

Totally Booked Blog

Capítulo 1

Daisy

La primera vez que vi a Kyle Kingston supe que sería un error. Uno que disfrutaría, pero un error, al fin y al cabo. No sabía quién era, ni siquiera cómo se llamaba. No sabía que me rompería el corazón en menos de un día. O que me robaría como un vulgar carterista que debe el pago del alquiler.

No sabía que le daría un giro de ciento ochenta grados a mi vida, pero era consciente de que no era una buena idea.

Eso me consuela porque significa que tengo intuición. Necesito cambiar mi costumbre de acostarme con imbéciles, pero al menos sé que lo son. Algo es algo.

Estaba a dieta de penes cuando lo conocí porque, si eres una chica divertida, los hombres creen que no te importa el compromiso. Consideran que, solo porque no eres de las que lloran, montan un drama y dan ultimátums, pueden irse de rositas haciendo lo justo y necesario.

Estaba harta de que me trataran como si fuera basura. Cansada de los hombres que no se acordaban de llamarme o que no me prestaban atención cuando hablaba. Tíos que querían presumir de chica con los amigos en Nochevieja, pero que olvidaban que existía cuando llegaba San Valentín. Tíos que no recordaban cómo me gusta tomar el café por la mañana o cuál es mi helado favorito. Cosas que no cuesta memorizar si la persona con la que te acuestas te importa, aunque sea un poquito. A los veintiséis ya estaba mayor para esas tonterías.

A los veintipocos debes elegir bien con quién sales o estarás casada con un capullo antes de que te des cuenta y pasarás el resto de tu vida quejándote de que tu marido prefiere jugar al sóftbol a echarte una mano con los niños; o te arruinará por perseguir su sueño de montar un grupo de música; o no durará nada en los trabajos porque las grandes empresas no lo entienden.

No, gracias.

Así que me puse a dieta de penes. Decidí hacerlo durante seis meses. No tengo ni idea de por qué me decanté por ese periodo de tiempo; supongo que me pareció apropiado para darme un respiro. Llevaba cuatro meses cuando conocí a Kyle.

«No lo hagas», me dije. «No lo hagas. No te vas a morir por no saber cómo es ese hombre en la cama. Vete». Porque lo supe antes siquiera de saber su nombre, fui consciente de que no valdría la pena saltarme la dieta por él.

Eso solo merecería hacerlo por alguien con quien fuera a tener un futuro.

Él era la puerta de entrada a más penes. 

Un vistazo a su rabo y volvería a los idiotas que olvidaban mi cumpleaños, cuando lo que yo quería era pasarme a los hombres que se preocupaban por su plan de pensiones y estaban ansiosos por preguntarme qué tal me había ido el día.

En fin, que solo con mirar a Kyle supe que había mandado la dieta al garete.

Capítulo 2

Daisy

La dieta y cualquier plan de cara a un futuro cercano se han ido al traste porque me ha dejado embarazada.

La maternidad no entraba en mis planes a corto plazo, pero no pasa nada; sé adaptarme a las circunstancias. Consigo lo que me propongo, y en esto no será diferente. Además, siempre me he imaginado con hijos. No ahora, ni así. Pero tenía claro que llegarían.

Algún día.

Y ahora resulta que ese día será en siete meses.

De soltera a madre soltera. Yo puedo. Tendré que dejar el trabajo y comprarme pantalones elásticos, pero puedo con esto y mucho más.

Sin embargo, lo primero es lo primero. Tengo que decírselo al tío que me dejó embarazada.

El problema es que es imposible de localizar.

¿Te lo puedes creer?

Sé quién es, sé cómo se llama, pero no tengo forma de contactar con él.

No es que no recuerde los nombres de los tíos con los que me acuesto. Me los sé. Siempre. No soy tan guarra —sin ánimo de ofender a esas chicas, claro—. Cada uno hace lo que quiere con su vida y todo eso, pero yo puedo contar los rollos que he tenido con los dedos de una mano, y eso incluye a los de la universidad, que, como todo el mundo sabe, no deberían contar.

Esto no me ayuda en nada, ¿verdad?

Pues eso, que se lo voy a decir a Kyle. Merece saberlo, aunque sea mi problema y no el suyo. A ver, en cierto modo, también es el suyo, pero seamos sinceros: siempre es problema de la mujer. Aun así, diría que merece saberlo. No, estoy segurísima de que debería saberlo.

No quiero nada de él, nada. Puedo afrontar esto sola, y lo haré, pero es justo que lo sepa. Aunque sea un capullo de campeonato y, posiblemente, un idiota. Aunque sea una injusticia como una casa que me haya dejado embarazada. Asumo la responsabilidad que me corresponde por haberme saltado la dieta, pero que fallara el condón fue culpa suya.

Así que se lo voy a decir porque es lo correcto, como reciclar. Dios, no soporto a la gente que no recicla. Y menos cuando el contenedor está ahí mismo. Sabéis de qué gente os hablo, ¿no? Es la peor clase de egoísmo: tirar algo al vertedero para que se pudra por los siglos de los siglos cuando puedes lanzarlo al contenedor que hay justo al lado de la papelera para que renazca convertido en papel de impresora o en unas zapatillas de deporte aprobadas por los millennials. Además, reciclar es supersexy, ¿no creéis? Acabo de leer un libro en que el protagonista tiraba una botella de agua vacía al contenedor y casi me corro.

Lo juro.

El caso es que yo reciclo, y cuando un hombre me hace un bombo, se lo digo. A pesar de haberla cagado con el condón. Es típico de los hombres: la cagan con las cosas que tienen consecuencias a largo plazo, pero se salen con lo de la satisfacción inmediata.

Uf.

No estoy enfadada, de verdad. Hacen falta dos personas para bailar un tango. Tendría que haber llevado mis propios preservativos. O escoger a un chico lo bastante inteligente como para saber usarlos. ¿Se rompió? ¿Era viejo? En internet pone que, en teoría, los condones tienen una efectividad del noventa y ocho por ciento, pero que, en la práctica, los hombres cachondos son idiotas y que, de media, quince de cada cien mujeres que solo usan preservativos se quedan embarazadas.

Soy una de ellas ¡Yupi!

Vale, sí que estoy algo enfadada. Estoy haciendo pis en pruebas de embarazo y preguntándome cuánta teína hay en un té chai mientras que él vive su vida y bebe toda la cafeína que quiere.

Aunque eso no cambia el hecho de que algún día el bebé preguntará por su padre y necesitaré respuestas. No a la pregunta: «¿Cómo me engendrasteis?» —Dios me libre—, pero sí a la de: «¿Quién es mi papá?». Qué menos que concederle eso a mi hijo o hija después de arruinarle la infancia ideal con dos padres y una valla blanca en el jardín. El bebé es mi responsabilidad, pero algún día, cuando quiera conocer a su padre —si es que eso ocurre—, deberé mediar para que se conozcan.

Sin embargo, para que eso pase, tengo que localizarlo. Sé lo que estáis pensando: que contactar con él es lo fácil. Y que lo difícil será decirle: «Eh, ¿te acuerdas de mí? Pues estoy embarazada». No digo que vaya a ser sencillo, pero lo será más que encontrarlo.

Resulta que mi rollo de una noche es el heredero de una cadena de grandes almacenes que se caracteriza por los valores familiares y los precios bajos. Os contaré un secreto: Kyle Kingston carece de «valores familiares». Y con eso me refiero a que es un sucio cabrón. Deliciosamente sucio. Supongo que ese es el motivo por el que le prohíben salir en los anuncios de KINGS. En ellos solo aparecen familias y parejas de jubilados que se sonríen por los bajos precios de las judías verdes en conserva y el papel de cocina. Imagino que una campaña publicitaria con Kyle para promocionar preservativos no es el mercado que buscan.

El problema es que los tíos de su calaña no tienen Facebook. Ni Twitter. Ni Instagram ni Pinterest. Ni siquiera una página web. No hay forma de contactar con los hombres como él.

Debe de ser muy práctico para librarse de los rolletes esporádicos.

Como ha hecho conmigo.

Capullo.

¿Tenéis idea de la rabia que da no poder localizar a alguien? ¡Estamos en el siglo xxi! Sé quién es, dónde trabaja y dónde vive, pero no puedo contactar con él. Es desesperante. Es diez veces peor que cuando un amigo pone el móvil en silencio por error y te ves forzada a esperar durante horas hasta que se dé cuenta de que le has escrito.

He llamado a la oficina, pero no ha servido de nada. Supongo que no le sorprenderá a nadie, pero no puedes llamar a una empresa importante y pedir hablar con el encargado así como así. Pero ¡si ni siquiera puedes llamar a una pequeña empresa y pedir hablar con…, bueno, con alguien! Se me ocurrió hacer clic en el apartado de «Contacte con nosotros» en la página web de la tienda porque ninguna de las demás categorías se ajustaba a mis necesidades. No, no tengo problemas con un pedido. No, no tengo una pregunta sobre la garantía. Y no, no necesito ayuda para hacer una devolución.

Por extraño que parezca, «Vuestro director ejecutivo me ha dejado embarazada» no figuraba entre las opciones. Tras diez minutos de frustración, salí de la pantalla de contacto y acabé comprándoles vitaminas prenatales. Y un bolso hecho de botellas de agua recicladas. Me apetecía guardarles rencor, pero la verdad es que tienen muy buenos precios.

Es hora de poner en marcha plan B.

Capítulo 3

Daisy

¿Recordáis esa película protagonizada por dos hombres que se cuelan en las bodas para ligar sin tener que pagar la bebida o la cena?

Pues esto no es así.

Esto es una embarazada que va a colarse en una fiesta de jubilación para comunicar al que la ha preñado que va a ser padre.

No me rebajaría tanto como para arruinar una fiesta de jubilación, pero estoy desesperada. Además, tampoco me quedaré a cenar. Será entrar y salir. Solo Kyle sabrá que he ido. Y es probable que ni siquiera pique nada, a no ser que un camarero pase con una bandeja de pepinillos o algo similar y no pueda resistirme. Es broma, no tengo el típico antojo de pepinillos. Es más un antojo por todo lo que no sea un pepinillo.

Bueno, que ese es el plan.

Si es que Kyle asiste.

Creo que hay muchas posibilidades de que vaya porque su abuelo es el homenajeado de la celebración y, por lo que he averiguado en internet, Kyle acaba de asumir el cargo de director ejecutivo de la empresa familiar.

Empresa que viene a ser KINGS, la cadena comercial más importante de Estados Unidos.

Lo ascendieron hace poco, de hecho, a la semana de dejarme embarazada.

Su ascenso es el único motivo por el que sé quién es y dónde encontrarlo. Descubrí su nombre aquel fin de semana, pero no lo reconocí. ¿Por qué iba a hacerlo? Solo era un tío que había conocido mientras estaba de paso por Filadelfia, y su apellido era Kingston, y la franquicia se llama KINGS.

Cuando descubrí que estaba embarazada, lo busqué en Google con la esperanza de encontrar un perfil de Facebook con su foto y enviarle un mensaje rápido para seguir adelante con mi vida. Para pasar de él. En cambio, el primer resultado que me salió fue un reportaje del New York Times con el logo de KINGS y una foto de Kyle como todo un empresario. El artículo adjunto hablaba de que el abuelo de Kyle y fundador de la compañía, William Kingston, se jubilaba, y de que su nieto se convertiría en el nuevo director ejecutivo de Empresas Kingston.

Empresas Kingston, dueña de los seis mil KINGS de Estados Unidos. Locales de diferentes tamaños: desde tiendas de productos básicos a la vuelta de la esquina hasta hipermercados y economatos. Por lo tanto, comprendí dos cosas. La primera, Kyle Kingston era el heredero de un imperio minorista que llevaba su nombre, y la segunda, iba a ser imposible contactar con él.

Entonces, en un golpe de suerte, por una casualidad o una intervención cósmica, me invitaron a un congreso que se celebra la semana que viene en Filadelfia. «Mira qué bien, así mato dos pájaros de un tiro», pensé. ¿A que sí? Asistiría al congreso y aprovecharía para dar con Kyle. Así que busqué en internet con la esperanza de que la suerte no me hubiera abandonado y encontrar la dirección de su casa. Acamparía en su puerta hasta que apareciese, lo que fuera necesario. Ya sé que no está bien acosar a la gente, pero a situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

Además, ¿quién no ha acosado a alguien alguna vez? Todos lo hemos hecho de una forma u otra. Hurgar entre las cosas de tu novio. Escuchar a unos desconocidos conversar en plena calle. Y todos aquellos con acceso a internet han buscado algo que no era asunto suyo, no importa si una vez o quinientas. Es lo más normal del mundo.

Así que busqué. Y busqué y busqué. Pero, al parecer, mis habilidades de espionaje son un desastre, porque solo descubrí que tiene una hermana llamada Kerrigan. Lo único que tienen en común con las Kardashian es que su apellido también empieza por K, porque los Kingston son muy celosos de su vida privada. La hermana tampoco tiene redes sociales. Había imaginado que podría acosarlo a través de ella, pero no caerá esa breva. Sus padres fallecieron en un accidente de avión hace cinco años. Había algunos artículos antiguos sobre el asunto, pero, por lo demás, no había mucho de donde tirar. Hasta que, de repente, vi que hablaban de la fiesta de jubilación de William Kingston. Kyle iría, ¿no? ¿Cómo no iba a asistir cuando acababan de nombrarlo jefe de la empresa que fundó el mismo abuelo que ahora se jubila? Colarme en esa fiesta era mi mejor baza para hablar con él en persona.

Reconozco que viajar a otro estado con el objetivo de colarme en un evento privado para hablar con alguien es un poco siniestro y es probable que sea un delito federal. Así es como funciona un delito federal, ¿no? ¿No consiste en que una vez cruzas la frontera de un estado para cometer un delito pasa a ser federal? Da igual, qué más da. Las hormonas ya me hacen delirar. No cometeré ningún delito; solo hago todo lo que está en mi mano para decirle a Kyle que, sin querer, se dejó su esperma en nuestro último encuentro.

Vale. Está claro que no lo he superado, pero estoy en ello, lo prometo.

Además, voy a asistir a un congreso; no es que haya ido a Filadelfia solo para acosar a alguien. Hace un par de años que deseo asistir a este congreso en concreto, pero nunca lograba cuadrarlo en la agenda. Hasta que hace dos semanas se pusieron en contacto conmigo para que asistiera, algo verdaderamente importante. Tengo alojamiento y acceso gratis. Además, es una gran oportunidad para hacer contactos.

Así que le endosé mi trabajo a mi hermana gemela y puse rumbo a Filadelfia unos días antes con el objetivo de encontrar a Kyle y acabar de una vez con el problema.

Intento no refunfuñar mientras me abro paso por el aeropuerto de Filadelfia. Acabo de llegar de Chicago y estoy más inquieta que una niña con sobredosis de azúcar por culpa del rato que llevo encerrada. Estoy nerviosa. Ahora sí que sí. La fiesta es esta noche y, como no localice a Kyle, no sabré qué más hacer para hablar con él. Solo me quedará contratar a un abogado para que le lleve los papeles. Creo. ¿Eso se puede hacer? No quiero nada de él, así que no creo que pueda contratar a un abogado para que sea mi mensajero personal. No quiero su tiempo y no espero que me ayude a cambiar pañales. Solo quiero hacer lo correcto y seguir con mi vida. Quizá consiga su número por si el niño o la niña quiere llamar a su padre algún día.

¿Por qué es tan difícil hacer lo correcto? Es injusto por muchas razones. Pero haré lo que sea necesario para llevar esto de forma civilizada. Por el bebé. Algún día tendré que inventarme una historia bonita y convincente para contarle de dónde vino. Creo que me decantaré por algo como «no estábamos hechos el uno para el otro, pero te tuvimos a ti y eso es lo único que importa».

Vuelvo a suspirar y doy golpecitos con el pie derecho. Me parece una historia horrible hasta a mí, pero ya tendré tiempo de mejorarla. Para cuando el niño se haga preguntas, ya habrán pasado algunos años y no se fijará apenas en los detalles. Hará tanto de ello que no necesitará saber que «no estábamos hechos el uno para el otro» en realidad significa «fue un rollo de una noche» porque «papá tiene una sonrisa y unos abdominales que quitan el sentido».

Para cuando este niño se preocupe lo bastante como para preguntar, será una historia tan antigua que, quizá, los hechos estén algo cambiados. Y, con suerte, Kyle pesará veinte kilos más y estará calvo.

Vale, me he pasado. Lo más seguro es que se vuelva más atractivo con el paso de los años, que es como envejecen los hombres, y yo me alegraré por él como la buena persona que soy.

A no ser que tenga que llamar a un abogado. Es difícil que una historia en la que haya un abogado de por medio tome un cariz romántico. Además, no me quiero ni imaginar lo que costaría y el lío que se armaría. No me apetece montar un circo. No soy esa clase de chica.

Me pregunto si recordará mi nombre. ¿Le dije mi apellido? Creo que no. Imagino a su bufete de abogados sacando el tema en una junta semanal y me quiero morir. «Y, por último, señor Kingston. A la señorita Daisy Hayden le gustaría informarle de que va a ser usted padre. Asimismo, le exige que repase las instrucciones de uso del preservativo y que le devuelva su cámara». ¿Se acordará así? Si roba a todas las chicas con las que se acuesta, puede que no. Bicho raro.

Un bicho raro, rico e imbécil. He oído de gente rica que experimenta una subida de adrenalina al robar en tiendas y de pervertidos cuyo fetiche es robar ropa interior. Pero llevarse mi cámara fue ruin y punto. Comprarme otra me costó cuatrocientos dólares y perdí las fotos de la semana porque todavía no las había pasado al ordenador. Conocí a Kyle casi al final de mi viaje. Iba a publicar las fotos en una entrada en el blog sobre comer en Filadelfia por menos de veinte dólares. El tío es el heredero de un imperio minorista, por lo que seguro que puede permitirse su propia cámara, y con descuento, además.

La peor de todo es que ni siquiera me molestó tanto como cabría esperar. En una ocasión, pillé al chico con el que salía mientras sacaba dinero de mi monedero para pagar una pizza que él mismo había pedido… sin preguntarme siquiera. Y la había encargado con aceitunas. Odio las aceitunas. Los novios que se bebían mi última agua con gas o no tenían dinero para pizzas eran mi pan de cada día, por tanto, que Kyle me hubiera robado la cámara me pareció normal. Merezco algo mejor, lo sé. Estoy en ello.

Suspiro al salir del aeropuerto por unas puertas automáticas. Por lo general, a los veinte minutos de aterrizar ya estoy en el taxi, ya que suelo llevar equipaje de mano. Soy una experta en preparar maletas ligeras.

¿Sabes quién no puede ir ligero de equipaje?

La gente con niños.

La gente con niños viaja con dos maletas facturadas, un carrito con funda y un gatito de peluche llamado Colechester que no se puede perder bajo ningún concepto, a no ser que quieras que se arme la de Dios, David.

Vale, ese ejemplo en concreto era la familia que estaba detrás de mí en el avión. Pero es lo que ocurre, y lo sabéis.

Los niños suponen llevar muchos trastos encima. Y a su paso dejan migas de galletas con forma de pez y sabor a queso. Dan patadas en el respaldo de los asientos de los aviones. Gritan. Y, de vez en cuando, te tiran una galleta de esas cuando sus padres no los ven porque han cerrado los ojos de lo cansados que estaban ya antes de despegar.

También te saludan con la mano y te dicen «hola» con la voz más dulce que puedas imaginar. Y te sonríen como si fuerais cómplices en una broma. Y a veces, si tienes mucha suerte, hasta te dejan un gatito ligeramente húmedo llamado Colechester, por lo que no pueden ser tan malos.

Ruego en silencio que mi hijo no sea de los que dan patadas a los asientos, y para que pueda comprarle un juguete de repuesto por si le pasa algo a su favorito, y le meteré un chip de rastreo para localizarlo si se pierde. Al juguete, no al niño. No voy a perder al niño.

Hablando de sustitutos, me llama la mía.

—¿Ya te has arrepentido? —pregunto al descolgar a la vez que arrastro el equipaje de mano con suavidad y me pongo a la cola de los taxis. La sermoneo, medio criticándola medio animándola, sobre lo fácil que es hacerse pasar por mí en el trabajo mientras espero al taxi.

Por cierto, el plan B empezó en el momento en que eché a mi hermana de casa. Suena peor de lo que es. La quiero. Más que a nadie en el mundo. Por eso tenía que librarme de ella, para protegerla.

Violet es mi gemela idéntica y va como pollo sin cabeza porque le he pedido que me sustituya esta semana. Bueno, para ser exactos, le he pedido que se haga pasar por mí. Suena peor de lo que es. ¿O tal vez es tan malo como parece? Es una locura, pero a la vez es una idea brillante.

Soy guía turística en Sutton Travel. O lo era. En teoría, todavía lo soy, pero tengo los días contados. No porque no sea buena. Soy genial. Las opiniones de mis clientes son excelentes. Mi expediente es impecable y me encanta mi trabajo. Lo adoro.

Pero…

No puedo trabajar de eso con un niño. Así que tictac.

Imagina que hay otra persona en el mundo que es igual que tú. No aprovecharlo implicaría tener muy poca visión de futuro, ¿no crees? Pues eso mismo pienso yo. Y que conste que nunca nos hemos intercambiado con mala intención o en beneficio propio, salvo aquella vez que, con trece años, la convencí para que hiciera mi examen de ciencias. No repetimos la experiencia porque no valía la pena. Sí, saqué un sobresaliente, pero a Violet le corroía tanto la culpa que me obligó a memorizar la tabla periódica para poder vivir con el engaño. Lo cual fue un verdadero rollo. Si hubiera querido aprender la estructura de la materia, habría prestado atención en clase, no me habría molestado en intercambiar la ropa y la mochila con mi hermana en el baño del colegio para que hiciera el examen por mí.

De todos modos, solo nos intercambiamos por una buena causa, como si fuera un superpoder. Y que me sustituya ahora es más por Violet que por mí. Pero ella no lo entiende, o no habría accedido. «El amor es duro», me recuerdo en silencio mientras suspiro con fuerza.

—Estoy tan cansada de tus mierdas, Violet. Deja de comportarte como una cría y hazlo.

—Gracias, Daisy. Qué cosas más bonitas me dices.

—De nada. Nadie te obliga. Si quieres volver a mi casa y pasar otros seis meses de morros en el sofá, adelante. Vete a mi habitación, si te apetece. Total, yo no estoy.

«No vuelvas a mi casa», le suplico en silencio. Necesito que recupere su vida antes de que descubra que estoy embarazada. Me mata no decírselo, pero es por su bien. Si lo supiera, antepondría mis necesidades a las suyas, y no puedo permitirlo. Además, solo le pido que me sustituya esta vez, no durante todo el embarazo. Solo quiero sacarla un poco de su zona de confort. Como mucho, hará que me despidan y, si no, ya dimitiré yo cuando vuelva del viaje. 

Tal vez sea innecesario decirlo, pero Violet es la gemela buena. La responsable. No digo que yo sea la mala, para nada. Soy buena persona y es de tontos pensar que solo porque haya dos de algo, uno tiene que ser bueno y el otro malo. La vida no es solo de color blanco o negro, al igual que las personas, que son como tarros llenos de caramelos. Una variedad de sabores, sensaciones, gustos y colores. En todas hay algo de bondad y algo de maldad. Algo de luz y algo de oscuridad. Es lo que hace que el comportamiento humano sea tan difícil de predecir y tan fascinante al mismo tiempo.

Pero me conozco lo bastante como para saber que la gente consideraría a Violet la buena. Ella es la organizada, la que sigue las reglas, la perfeccionista. Siempre lo ha sido. Era la niña que pedía permiso. Yo, la que se tiraba a la piscina y luego se disculpaba.

Está claro que no es la gemela que se quedaría embarazada de un rollo de una noche.

Violet es la hermana más leal del mundo y haría cualquier cosa por mí, incluso descuidar su vida por centrarse en la mía. Que es justo lo que haría si descubriera que estoy embarazada y el motivo por el que se lo he ocultado. Me mata no decírselo. Por lo general, se lo cuento todo, pero ahora mismo no pasa por su mejor momento. De ahí que haya venido a vivir conmigo una temporada. Pero, como se entere de lo del bebé, insistirá en hacerlo permanente. En quedarse a ayudar. Vivirá su vida en base a lo que es mejor para la mía.

No puedo permitirlo.

Así que tocaba echarla del nido, por así decirlo.

—Necesitas espabilar. ¡Una aventura!

Ahora estoy reforzando mi argumento de venta, aunque tampoco es muy difícil, porque la verdad es que le vendría bien tener una aventura. En una serie de catastróficos eventos, se quedó sin trabajo, sin novio y sin casa de golpe. Así fue como acabó en mi sofá. No paso por alto lo injusto que es. Violet lo planea todo al detalle y yo, que me dejo llevar por la intuición, tengo un apartamento y dos trabajos.

—¿No te aburres, Violet? Tendrías que vivir un poco. Soltarte la melena. ¡Agarra la vida por las pelotas!

Ojalá agarrara a algún tío por las pelotas. No creo que haya estado con nadie desde el idiota de su ex, y si alguien merece tener una aventura, esa es Violet. Estoy segurísima de que su último novio era un desastre en la cama, aunque no lo reconozca. Ella dijo que estaba bien; no me hizo falta oír más. «Bien» en la cama no es una valoración demasiado grandilocuente. Eso sí, me iría de perlas para el blog. Me guardo la idea por si decido darle otro aire o enviar un artículo a Cosmo. «Bien en la cama: cómo evitar que tu amante te ponga un cero». O «Bien en la cama: las palabras que ningún hombre quiere oír». El título es mejorable, pero la idea es buena, y escribir por cuenta propia es perfecto para mis ingresos.

Me va muy bien; es algo que parece sorprender a mucha gente. De verdad, veo las miradas que me echan cuando menciono que soy bloguera como si dijeran: «Mírala, en el paro». Y si cuento que soy guía turística, me observan como si pensaran: «¿Y eso es un trabajo?».

A veces, digas lo que digas, te van a criticar igualmente.

El blog ha sido mi principal fuente de ingresos durante los últimos dos años, y no es que sea poco. No he dejado de ser guía turística porque es un trabajo estupendo y lo puedo complementar con el blog, que principalmente es de viajes. Además, en mi página web vendo un curso para aquellos que quieran iniciarse en el mundo de los blogs: las mejores prácticas para las redes sociales, cómo construir una plataforma y captar la atención de los anunciantes. Ese tipo de cosas.

El trabajo de guía turística no se puede compaginar con un bebé, lo que significa que tengo los días contados. Maldito tictac. Había pensado en dejarlo dentro de unos meses; dependerá de los horarios de las visitas y de cómo esté. Ir apretujada en el autobús y guiar a un montón de turistas por Estados Unidos será imposible en la recta final del embarazo, y ya ni te cuento al ser madre soltera. No tendría a nadie con quien dejar al bebé mientras estuviera de viaje (entre siete y catorce días). Además, no quiero separarme del niño o niña entre siete y catorce días. No me lo imagino. Es pronto e inesperado, pero no me imagino sin el bebé tanto tiempo.

Así que cuando me invitaron al congreso de blogueros, decidí acelerar el proceso de mi dimisión. Pero eso fue antes de que se me ocurriera una idea mejor: enviar a Violet. Doble victoria, ¿no? Si no fuera porque es de las que cumplen las normas a rajatabla. El yin de mi yang. Solo le pido que me sustituya esta vez, para sacarla un poco de su zona de confort.

Pero no pretendía estresarla. Si no quiere hacerlo, que no lo haga. Quería que lo pasara bien, no que sufriera un ataque.

—No te preocupes, Vi —digo—. Hazlo o no lo hagas. Quédate o vete.

—¿Que no me preocupe? —me grita Violet al oído porque no tiene ni idea de lo que ocurre—. Como me vaya, te van a echar. La visita empieza en cinco minutos y tú no estás. ¿Dónde estás, por cierto? ¿En un aeropuerto? Porque es lo que parece. ¿Y cómo es posible que no te importe que te despidan? Es algo muy serio.

Tiene razón. En lo del aeropuerto, no en lo del despido.

—No es para tanto. Te digo lo mismo que antes. Míralo con perspectiva, Vi. —Ella refunfuña, pero yo solo trato de animarla—. La vida cambia a diario. Nunca se sabe lo que pasará mañana, créeme. Aprovecha el día.

—¿Qué es tan urgente para que te juegues el puesto? —exige saber—. Es un trabajo muy bueno.

—Tengo que hacer una cosa —contesto—. Te dejo. Súbete al autobús y finge que eres yo. Me has visto hacerlo, no es tan difícil.

Hice ese mismo recorrido con ella el mes pasado porque no se habían vendido todas las entradas y sobraba sitio en el autobús. Por aquel entonces, no sabía que estaba embarazada, pero ahora sonrío ante la ironía. ¿Veis como dejarse llevar por la intuición a veces sirve de algo? Nunca fue mi intención pedirle que se hiciera pasar por mí en el trabajo, pero así están las cosas.

No le digo que la visita es irrelevante. Que lo único que me importa es que se divierta, que se le pase el bajón, que siga con su vida antes de descubrir que estoy embarazada y lo deje todo para cuidarme.

—Voy a meter la pata —dice Violet—. ¿Cómo voy a hacer de guía si solo he hecho el recorrido una vez?

—Eso ellos no lo saben, Violet. Ya lo hemos hablado. Nadie se enterará de que no sabes lo que haces. Diles lo que quieras. Tú sonríe y asegúrate de no perder a nadie en los descansos para ir al baño. Venga, que lo vas a hacer genial.

—No sé yo —responde, dubitativa.

—Y te regalo el cheque que me dará Sutton Travel por la visita. Lo pongo en tu cuenta. —Violet suspira—. No eres tonta, así que dudo que confundas la Casa Blanca con el Capitolio. Tú mira la chuleta que te he preparado.

—Es una idea horrible, en serio —masculla, pero sé que lo hará. Se lo noto en la voz. La conozco casi tanto como a mí misma.

—Es una idea brillante —replico con una sonrisa, aunque no me vea. Lo digo en serio—. Te quiero. Eres mi mantequilla de cacahuete.

—Y tú mi mermelada —contesta Violet, y colgamos el teléfono.

Es una cosa nuestra. Una cosa de gemelas. Una dice algo y la otra tiene que responder con algo que lo mejore. Como nosotras, que somos un lote. No me imagino cómo habría sido crecer sin ella. De pronto, me invade la tristeza al pensar que mi bebé será hijo único durante muchísimo tiempo. Lo más probable es que solo nos tengamos el uno al otro.

A no ser que vengan dos. Dos bebés que bañar, que cambiar y que hacer eructar. Dos bocas que alimentar. Dos juguetes favoritos a los que seguir la pista en lugar de uno.

Madre mía, agárrate que vienen curvas.

Me recuerdo a mí misma que las estadísticas están a mi favor —para tener un bebé, no dos—. Pero parece que he olvidado que las estadísticas son una mierda de por sí. Por probabilidad, no debería haberme quedado embarazada la primera vez que tenía sexo en meses, pero díselo tú a la frambuesa que está creciendo en mi útero. Un momento, ¿los bebés crecen en el útero? ¿O en la matriz? Es lo mismo, ¿no? ¿Por qué no sé estas cosas?

Decido que está en el útero y suspiro. 

Tiro el equipaje de mano al asiento trasero de un taxi y me subo. El congreso empieza el lunes, pero el evento benéfico en el que me voy a colar es esta noche. Si no consigo entrar y hablar con Kyle, entonces no sé cómo contactaré con él sin que haya abogados de por medio. Quiero dejarlo hecho hoy para centrarme en el congreso y no en el padre de mi hijo.

No será tan difícil entrar, ¿verdad? Es una fiesta de jubilación, no la Gala del Met ni el desfile de Victoria’s Secret. Tampoco es el acontecimiento del año. Además, en el artículo ponía que se esperaba que asistieran unas quinientas personas. Ni se darán cuenta de que estoy. Entraré con sigilo, encontraré a Kyle, le contaré lo que necesito decirle y me iré sin que me vean. En silencio. Quedará entre nosotros.