Poesía para hoy - Jaime Jaramillo Escobar - E-Book

Poesía para hoy E-Book

Jaime Jaramillo Escobar

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Beschreibung

Conformada por ciento ocho poemas, esta antología personal del poeta Jaime Jaramillo Escobar (ex  nadaísta  conocido como  X -504) está organizada alfabéticamente e incluye una selecta muestra de los temas, imágenes y lugares característicos de su universo poético. Aquí aparecen las mitologías rurales, pero también las urbanas de la modernidad, las mitologías colectivas y también las suyas más personales e inconfundibles. Como bien lo dice en su plegaria  " Ruego a  Nzamé " : " Dame una palabra antigua para volver a  Angbala ,  /  la más vieja de todas, la palabra más sabia.  /  Una que sea tan honda como el pez en el agua [ … ] .

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Poesía para hoy

Selección

Jaime Jaramillo Escobar

Contemporáneos

Editorial Universidad de Antioquia®

Colección Contemporáneos

© Jaime Jaramillo Escobar

© Editorial Universidad de Antioquia®

ISBN: 978-958-714-915-9

ISBNe: 978-958-714-916-6

Primera edición: agosto de 2019

Impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia

Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o

con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial

Universidad de Antioquia®

Editorial Universidad de Antioquia®

(574) 219 50 10

[email protected]

http://editorial.udea.edu.co

Apartado 1226. Medellín, Colombia

Imprenta Universidad de Antioquia

(574) 219 53 30

[email protected]

A

Carlos Vásquez Tamayo

dedico

Jaime Jaramillo Escobar

(Pueblorrico, Antioquia, 1932)

Poeta y ensayista, es traductor y compilador de autores como Geraldino Brasil, León de Greiff, Luis Carlos López y otros. Ha dirigido por varias décadas talleres de formación de escritores y lectores. Además de numerosos volúmenes de antologías y selecciones de su obra, ha publicado los libros: Los poemas de la ofensa, Extracto de poesía, Poemas de tierra caliente, Sombrero de ahogado, X 504 Poeta, Selecta, Alheña y Azúmbar,Método fácil y rápido para ser poeta. Poemas principales,Alta voz, El ensayo en Antioquia, Poemas ilustrados, Medellín en la poesía (compilación y notas), Permiso voy a cantar. Cartas con Geraldino Brasil, Poesía sin miedo, Más español que americano,Poesía de uso, El soneto en Colombia (selección y ensayo).

Pórtico

En español

Escribir en español es la delicia de las delicias, por su riqueza y flexibilidad.

Pensar en español es la fortuna de las fortunas, por su precisión y claridad.

Cantar en español es el placer de los placeres, por su sonoridad y belleza.

Hablar en español es la maravilla de las maravillas, por su libertad y seducción.

Amar en español es el encanto de los encantos, por su ternura y expresividad.

Vociferar en español es el gusto de los gustos, por su fuerza y contundencia.

Secretear en español es el regocijo de los regocijos, por su cadencia y delicadeza.

Orar en español es la bendición de las bendiciones, por su fervor y concisión.

Jugar en español es la diversión de las bendiciones, por su astucia y malicia.

Mentir en español es el deleite de los deleites, por su artificio y esplendor.

Soñar en español es la felicidad de las felicidades, por su ilusión y fantasía.

Vivir en español es la suerte de las suertes, por su variedad e intensidad.

Morir en español es el deseo de los deseos, por la palabra adiós y la palabra gracias.

Cantar en español

Todos los idiomas tienen su maravilla.

No voy a decir que no.

Pero el español la tiene más,

como lo decís vosotros,

y como lo dicen ellos,

y como lo digo yo.

Cada canto que yo canto

es un canto al español,

rica lengua, lengua rica

sin igual en su esplendor.

Del latín tiene la lógica y la fuerza y la pasión,

y del griego la nobleza, la elegancia, la armonía,

del árabe la cadencia, el lujo, la fantasía,

y de su mezcla de pueblos el misterio encantador.

Mi caballo habla español

porque en español me entiende;

cuando le hablo en inglés

se hace el desentendido,

pues nunca antes había oído

otro distinto sonido

que el de la lengua española

con que le hablo al oído.

En sus enhiestas orejas

cada sílaba resuena

con un timbre conocido

heredado de su abuela.

Me topé con qué culebra,

culebra guarda-caminos.

La conjuré en español

y así me dejó pasar,

haciéndome reverencia

con su gran agilidad.

Si en inglés le hubiera hablado,

seguro me habría mordido.

Las culebras son así:

tienen muy fino el oído.

No quise aprender idiomas.

Con el español me basta.

Para escribir en inglés

tendría que traducirlo

al castellano de España,

dicho español en América

porque de España proviene,

que a pesar de los pesares

se le llama Madre España.

Puede decir cualquier cosa,

pero no que suene mal.

Siempre suena si disuena,

y si disuena da igual.

La lengua es de nacimiento.

De poco sirve aprendida.

Aprendida suena falsa.

Eso se nota enseguida.

Cuando mi madre me dijo

unas primeras palabras,

me dicen que sonreí,

encantado con el habla.

Después, cuando fui a la escuela,

para estudiar la gramática,

eso no me gustó nada,

pues no era necesaria.

Mi madre me había leído

lo que había por leer,

y con eso había aprendido

lo que había que aprender.

No te enredes con gramáticas.

Basta el sentido tener

de la lengua, que ella misma

todo te lo hará saber.

La lengua la hacen los pueblos,

poco a poco, a su entender,

ayudados por los diablos.

La gramática es después.

Gloria a la lengua de España

por su clara inteligencia,

por la música que encierra,

su precisión y su ciencia.

Para hablar en español

no se necesita nada:

sólo hacerle caso al cuerpo,

y el sentido de la danza.

De ocho sílabas en ocho,

como danzando y cantando,

el español se compone

a la manera de un canto.

La décima y el cuarteto,

el terceto y la sextilla,

te salen mucho mejor

cuando en español se rima.

No hay para qué argumentar,

la evidencia lo atestigua,

siendo la lengua española

tan moderna como antigua.

Con metro y rima, o sin rima,

y en prosa canto mejor,

pues no existe mejor canto

que cantar en español.

Poesía para hoy

A Eduardo Mendoza Varela, que me ha mandado hacer un soneto

I

Ya que hacer un soneto me has pedido,

trataré de probar si tengo suerte,

y puedo al fin, Eduardo, complacerte

con un soneto o algo parecido.

Que no es cosa difícil he creído,

y al contrario es un juego que seduce,

ya que todo el problema se reduce

a que el soneto quede concluido.

Por lo cual, si quisiera hacer sonetos,

como nadie los hizo los haría,

y para que quedaran más completos

tres o cuatro tercetos les pondría,

mas lo que pasa, Eduardo, es que hoy en día

no está la vida para hacer sonetos.

II

Si sonetos, Eduardo, me gustara

hacer, seguramente los haría,

y ni Lope de Vega me igualara

en el arte de hacer sonetería.

Mas no puedo encerrar mi fantasía

en esa jaula de oro del soneto,

que ninguna prisión soportaría,

y a límite ninguno me someto.

Años hace, obediente a preceptivas,

con metro y rima me inicié de bardo,

pero vi mis ideas tan cautivas,

y mis poemas vi tan incompletos,

que lo juré por Dios, querido Eduardo,

nunca jamás volver a hacer sonetos.

III

Si hacer sonetos me gustara, Eduardo,

mejor que Núñez de Arce los hiciera,

ni Campoamor, ni Góngora siquiera,

ni Argensola, al tobillo me llegaran.

Ni Gracián, Garcilaso, ni Cetina,

ni Machado, ni Tirso de Molina,

ni Fray Luis, ni San Juan, ni otros sujetos

de igual o parecida maestría,

harían los sonetos que yo haría,

mas como no me gusta hacer sonetos...

A Guillermo Valencia

En 1943 tenía yo once años,

terminaba estudios primarios en una aldea de Antioquia,

te sabía de memoria y te admiraba,

porque es fácil impresionar a un poetica de once años,

cuando ocurrió aquella desgracia de tu muerte,

que ha dado origen a tantas celebraciones.

A las siete de la mañana don Gabriel Caro Urrego,

el maestro que me enseñó a leer,

le dio la infausta noticia a toda la escuela pulidamente formada,

estrictamente limpia e inocente.

Nos dijo:

Queridos niños: Acaba de morir el gran poeta Guillermo Valencia,

del que hemos aprendido de memoria sus mejores versos.

Por él conocemos, como si los hubiéramos visto, camellos y cigüeñas,

y hemos sabido en qué consiste la inspiración de los poetas.

En memoria suya, y para cumplir con el decreto del Gobierno nacional,

tendremos en adelante un sillón vacío en un aula vacía, presidida por su retrato.

Era mucho discurso para unos niños en una perdida aldea,

pero se trataba de impresionarnos.

Bajo un pino que estorbaba en nuestro patio de recreo pasaron lentamente,

aquella lúgubre mañana,

camellos y centauros y cigüeñas, y sobre todo supimos

que la poesía les hacía la competencia a nuestros balones mal inflados.

A decir verdad, hasta los cincuenta años no vine a conocer un camello,

y eso un camello todo desbaratado en un circo pobre.

De las cigüeñas líbreme Dios, y centauros ni los vea, porque caigo muerto.

A los pocos días retiraron la silla, que sería más útil en el despacho del director,

meses después fue necesario utilizar el aula,

más tarde alguien quitó tu desteñido retrato,

y así fue como empezó a desmantelarse tu monumento de símbolos.

Más fácil nos fue convivir con las guacamayas blancas,

porque en el pueblo había pavos irreales blancos, que a pesar de su casta seráfica

comían maíz con las gallinas en el patio de la casa.

La frágil y perecedera perfección fue tu pasión despiadada,

aunque de todos modos nos enseñaste el cuidado del verso,

aunque después cambiáramos de idea.

Débese considerar, sin embargo, para poner un solo ejemplo,

que en 1935 muere Fernando Pessoa y nosotros todavía en el parnasianismo.

Por eso tuvimos que dar la batalla definitiva contra ti en el 58,

puesto que tu fantasma seguía asustando a los piedracielistas,

y a los cuadernícolas y a todos los demás.

Toda la rima, todo el cálculo, todo el precio–

sismo y el mito, en nada de nada quedó todo.

En un rapto inspirado nuestro talante recio

rompió el cristal del verso con un golpe sonoro.

A una criatura increada

Soñé que te quería,

te quería matar,

a besos.

Qué más puedo yo hacer

que quererte

y estrangularte en un abrazo,

en un juego divertido y ocioso,

mi querido Luzbel de fantasía,

y que nos condenemos juntos

ja ja ja, ja ja ja, dice el diablito,

que por ser tan chiquito y tan bonito

en un descuido se llevó a mi hermanito,

que también era tan lindo y tan diablito

como el que más.

Y qué más podría yo decir

de este angelito

que tenía garras y un piquito

como cualquier diablito.

Actitud

En aquel pueblo de montaña pocas eran las palabras.

Los sentimientos se escondían bajo la ruana.

Las miradas indiferentes nada expresaban,

perdidas en un silencio duro y frío.

A las cinco de la mañana, en el mercado de la plaza,

un vaho azul salía de las renuentes bocas.

–¿Cuánto cuesta ese atado? –Diez.

–¿Vende usted ese caballo? –No.

–¿Cómo llama su hijo? –Pregúntele a él.

–¿Adónde va usted? –Allá.

–¿Dónde viven sus padres? –No sé. No tengo.

Nadie sabía nada. Nadie tenía nada. Nadie nada.

Sobre esa negación bajaba la bruma de la cordillera,

y muy abajo el río solitario,

arrastrando un gallinazo sobre el vientre hinchado de un cadáver.

Nadie sabía nada. Nadie decía nada.

Era un pueblo enmudecido por la violencia asesina.

Los vecinos no se visitaban. Se rehuían con el sombrero agachado.

Nadie tenía nada qué decir.

Las siete de la noche se alumbraban con una vela de sebo.

Se rezaba en silencio. Se miraba en silencio.

Sólo las pocas, indispensables palabras en voz baja.

No se hablaba ni con los padres ni hermanos.

Nadie sabía nada de nadie.

La palabra sonrisa no se conocía.

Para decir sí o no, para eso estaba la cabeza con sus dos movimientos.

¿Por qué no se iban? ¿Hacia dónde? ¿Cómo? A qué.

Los que se iban morían de nostalgia, o de rabia en la miseria del desarraigo.

O se convertían en lo que nunca han debido ser: fantasmas callejeros.

Cuando presentían la muerte, con el mismo terco silencio la esperaban.

Adverso destino

Para Javier Gil Gallego

En los pueblos más aislados de Colombia se encuentran gentes asombrosas,

que no se sabe de dónde sacan valor, inteligencia, sagacidad y genio

para sobreponerse a tanta hostilidad, injusticia y atropellos.

Perdidos en remotos lugares, carentes de todo apoyo y sin saber por qué ni cómo,

sobreviven pintores, músicos, poetas, historiadores, profesores ilustres en escuelas y colegios, ingeniosos artesanos, sabios admirables,

que no pretenden notoriedad ni dinero, sino sólo el derecho de vivir con libertad y dignidad en la que consideran su patria,

entre las gentes de su cercanía y sus familias.

Pocos entendidos entienden el fenómeno, lo aprecian dentro de sus límites,

sin atender al hecho de que ellos dan lustre a sus lugares de origen con auténtico valor, desinterés e hidalguía.

Cómo queremos tener una patria si no nos ponemos de acuerdo en formarla,

si declaramos el todos contra todos y sálvese quien pueda.

En tiempos pasados mal que bien la tuvimos, y decíamos estar orgullosos porque a ella aspirábamos.

Pero a comienzos del siglo xxi todo se derrumba en la vileza, el crimen y el desorden social, disimulado superficialmente con el manto de la hipocresía.

En nada se puede creer, porque todo está carcomido por el gusano de la mala fe.

En lugares no imaginables los párrocos tienen que esconder las joyas que los fieles donaron a las imágenes, reemplazándolas con imitaciones,

porque los ladrones saben que no hay infierno para quienes profanan una virgen,

sea de La Candelaria, Del Carmen, De los Remedios, Inmaculada, De Fátima, o Del Perpetuo Socorro,

la misma que el ladrón lleva al cuello en auténtico lazo de oro para que lo proteja de la mala suerte.

Si por casualidad usted se encuentra con el ladrón, hágase el desentendido.

Si lo mata o lesiona, usted va para la cárcel por tantos años cuantos el ladrón contaba en el momento,

pero si el ladrón lo mata a usted, sale libre al día siguiente por falta de pruebas y de testigos, y el juez le presenta rendidas excusas en nombre de la Ley por haber impedido su derecho al trabajo, el que cada quien pueda tener, inventar, desarrollar, imaginar, aparentar, ejecutar.

Todo esto es sabido, pero antes no aparecía en poema alguno, porque la poesía se reservaba para las causas nobles, es decir bellas: el elogio, el ditirambo, la astucia, la lambonería.

Y mejor que usted no siga leyendo, porque mientras lee se descuida, y entre tanto lo despojan del celular, la billetera, el reloj suizo, las tarjetas, y para qué lleva usted tanta cosa consigo, qué ingenuidad. Mire usted, que le robé su tiempo, lo más precioso, y ni cuenta se dio.

Afrenta de la muerte

La Muerte, acompañada de sus seis hijos...

Evangelio de Bartolomé (Recensión copta)

He aquí que de repente aparece la Muerte acompañada de sus seis hijos,

de los cuales tres son varones y tres son hembras.

Yo la miro fijamente y la escupo a la cara,

y ella me lanza una palabrota por debajo de su manto raído.

–Mala Muerte, mala Muerte:

si yo te preñé seis veces

te puedo preñar las siete.

Cuando yo estaba enfermo vino el Gran Visir a mi alcoba con sus seis amantes,

de los cuales tres son varones y tres son hembras,

y abriendo la puerta a las tres de la madrugada,

los arrojó desnudos sobre el tapiz, a los pies de mi cama,

y cohabitó con ellos al borde de mi fiebre.

Después yo tuve que ponerme a pelear con la Muerte, hasta que se estuviera callada.

–Mala Muerte, mala Muerte:

si te preño siete veces,

puedo preñarte las nueve.

El día que llegué al puerto para tomar posesión del barco en que habría de dar la vuelta al mundo,

la Muerte, con su pañuelo rojo atado al brazo, quiso echarme al mar por la pasarela,

y tuve que darle una patada en la boca.

Pero ella me esperaba siempre en los cuatro puntos cardinales acompañada de sus seis hijos,

de los cuales tres son débiles y tres son gigantes.

–Mala Muerte, mala Muerte:

si te preñé en Nueva York

te preño en Alejandría.

La Muerte me perseguía por toda la cordillera de los Andes con su maletín negro en la mano.

La Muerte andaba detrás de mí por los pasillos del Banco de Londres & Montreal Ltda.

La Muerte me acechaba en las avenidas de Río de Janeiro disfrazada como un vendedor de esencias.

La Muerte, llena de impaciencia, mordía uno a uno los ciento veinte dedos de sus seis hijos,

de los cuales tres son bizcos y tres tienen el labio partido.

–Mala Muerte, mala amiga:

si yo te preñé de noche,

puedo preñarte de día.

La Muerte me manda paquetes postales ahumados al apartado de correos 5094,

la Muerte introduce amenazas anónimas por debajo de la puerta de mi casa, en el número 4 de la calle 14,

la Muerte me espera en las escaleras, en las bocacalles, en los grandes almacenes de especias,

la Muerte me manda razones con el juez, me escribe insultos con carbón en las paredes.

–Mala Muerte, mala esposa:

vivo o muerto da lo mismo,

te empreño de todos modos.

La Muerte les habla mal de mí a los vecinos, me empuja en el metro, me espera a la salida de los cines,

la Muerte me oculta las recetas del médico, me derrama la leche, me esconde las medias,

la Muerte manda sus hijos a que me tiren piedra, que se burlen de mí, que me muestren la lengua,

la Muerte obstruye las cañerías de mi casa, se orina en el zaguán, abre goteras en el techo.

Es evidente que la Muerte me persigue. ¿No les parece a ustedes?

Alba del Castillo

Las voces de Alba del Castillo

(Lucía Libia Agudelo Rebolledo)

y de Yma Sumac

(Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo),

se escucharon diariamente en todos los bares y cafés de América española

durante el siglo xx,

voces que colmaron las vidas de muchas gentes con el timbre y tesitura de su voz,

su emoción, la excelsitud de su canto, la perfección de su arte.

Esplendorosos pájaros de maravilla que merecieron el título de divinas,

aunque con muy distinta suerte,

porque el Perú supo apreciar y enaltecer a su diosa, y en Colombia

Alba del Castillo murió a los cincuenta años en extrema pobreza,

tanto que fue necesario recoger limosnas para comprar un pobre ataúd,

como lo cuenta don Jesús Rincón Murcia, uno de sus felices admiradores.

Alba del Castillo había nacido en Medellín, en 1923,

y su deceso se produjo en la fría Bogotá, en junio de 1973,

cuando sólo su voz recogía monedas en las rockolas de los bares,

mientras su persona desfallecía en la miseria del olvido.

El fox de Bravo Rueda se adaptó magistralmente a las voces de las divas,

excelsas sopranos que aún siguen resonando en los oídos

de todos cuantos las escucharon y conservan su recuerdo en fiel memoria,

en el alma, podríamos decir,

pues, aunque el alma no existe, todo el mundo sabe lo que es.

Alba del Castillo, alma del canto, canto del alma,

en la ingratitud de un país cicatero,

que dejó morir al gran Crescencio Salcedo

ofreciendo rústicas flautas de caña a cien pesos en los andenes de Medellín,

sin que ninguna autoridad, ninguna persona, supiera valorar y reconocer

al artista confundido en las calles con mendigos y rebuscadores.

Pero qué esperar, si Bolívar tuvo que buscar refugio en manos españolas,

y Manuela Sáenz debió huir al Perú con una negra fiel,

y perderse en un pequeño pueblo costero.

Alheña y azúmbar

La digestión de la pulpa del coco demora cuarenta días y cuarenta noches. Ni mucho, ni poco.

Al plátano hartón de cáscara roja le falta un grado para ser veneno. Compadre, no coma coco.

Si se ha comido banano y se toma ron, muerte segura. Nadie comió. Ni yo tampoco.

La pepita de la pitahaya si la comes no la muerdas, si la muerdes no la tragues; si la tragas, allá tú.

La pepita de la granadilla si la tragas se te embucha. Para que no se te embuche, mejor que no comas mucha.

La pepita de la granada no es como la de la granadilla.

La pepita de la guayaba no es como la de la granada.

Y la pepita de la papaya no es como la de la guayaba. Es como la de la papayuela, pero más dulce.

Si es más dulce es más sabrosa, si es más sabrosa es más cara.

Para que no sea más cara, no compre papaya ni compre nada.

La pepita de la guanábana es como la de la chirimoya. Y ambas son como la de la calabaza.

Cuando a uno le dan calabazas no le dan chirimoya ni le dan papaya.

Las pepitas de la guama se usan para hacer zarcillos; quiero decir que se utilizan como pendientes.

O, mejor dicho, lo que quiero decir es que los chicos se las cuelgan de las orejas.

Trae el corozo una nuez, trae la nuez una almendra, pero la almendra de la nuez no es como la nuez del corozo.

Si no se entiende, que no se entienda.

La ciruela se lava, pero no se pela.

El madroño se pela, pero no se lava.

Para saber si una fruta se lava o se pela hay que consultar el diccionario. El diccionario tiene la palabra.

Pero si no la tiene, será que le falta una página.

La pulpa de la algarroba se ataruga y se atraganta.

Si tomas agua se forma una pasta y se te pega en la garganta.

Con la garganta atragantada tratas de ver si resuellas, o si no resuellas nada.

Si no resuellas, mortus est.

El icaco es una fruta especial para diabéticos: no tiene azúcar, ni tiene harina, ni tiene icaco ni nada.

El que come patilla oxidada seguro estira la pata.

Para no correr el riesgo es mejor comer sandía. La sandía es una fruta sandia.

El tamarindo es la fruta que más me gusta, porque es de negros y de tierra caliente.

Qué sería de los blancos cuando van a tierra caliente si los negros no les sirvieran refrescos de tamarindo.

Con el sabor áspero del tamarindo se forman bolas ácidas recubiertas de azúcar, que sirven para vender en las calles de Cartagena,

y se hace el espejuelo de tamarindo para lamer sobre hojas de plátano.

También se baten sorbetes para el arzobispo,

y además el árbol de tamarindo produce una sombra verde y fresca para construir un banquito y sentarse alrededor del tronco.

El tamarindo es un tronco de árbol copudo, completamente lleno de tamarindos.

Sólo los negros los pueden coger, porque no es fruta de blancos.

Si los blancos tuvieran tamarindo, entonces los negros serían blancos. Pero no puede ser.

Hay muchas frutas que son de negros.

Dios les dio a los negros la tierra caliente y las frutas porque Dios tiene predilección por los negros; eso es evidente.

A los blancos los puso en tierras frías, para que se resfríen, pero ellos inventaron la aspirina y las cobijas de lana.

El níspero y el mamey son frutas de negros. Y el zapote también.

Pero lo que pasa es que a los blancos siempre les ha gustado comerse la comida de los negros.

Y la música de los negros.

Y los bailes de los negros.

Y las negras de los negros.

Sigamos: mi negra se emperejila, se emperespeja, se aliña

con alhucema y albahaca, con cidrón y toronjil,

con lavanda, con canela, con loción y con anís.

Mi negra tiene un meneo que no cabe por la calle,

mueve el tacón y la punta del zapato y ese baile

derrama tantas fragancias que no caben en el aire.

Mi negra es alta y esbelta, muy lucida y bien plantada,

su cuello es tan largo que anda su cabeza por el aire.

El donaire de mi negra no cabe en ninguna parte.

Mi negra tiene ojos blancos, dientes blancos, calzones blancos,

calzones en diminutivo, calzoncitos, prendas íntimas.

Yo no sé qué tienen de íntimas, si las anda mostrando por todos lados.

Cuando mi negra se desnuda queda completamente desnuda.

No como las blancas,

que, aunque se desnuden, siempre tienen algo que las cubre,

aunque sea un concepto.

Mi negra no tiene conceptos, ella nació y se crio desnuda,

y por lo tanto no se puede vestir completamente,

porque mientras más se viste más desnuda queda.

Mi negra se aceita el codo, se pule el pelo, acicala,

se emperimbomba, se tiñe, se sahúma, se apercala,

se va de rumba y regresa cuando está la noche alta.

Yo no sufro por mi negra. ¡Cómo me alegra mirarla!

Mi negra camina en versos de cuatro o cinco tonadas,

su habla es un canto largo, con las palabras cortadas.

Mi negra es dulce por fuera;

por dentro yo no sé nada.

Por dentro mi negra tiene

alguna cosa guardada.

Agüita de manzanilla,

tisana de ron y eneldo,

la raíz del limoncillo

y un manojito de espliego.

El aire huele a linaza

con astillas de canela.

Con alheña y con azúmbar

viene pintada mi negra.

Pintada no es la palabra,

viene más azul que negra,

como esculpida en el aire

durísimo de la piedra!

Andanza del río Cauca

Llovió, aumentaron las aguas, las quebradas fuera de sí saltan por encima de los puentes,

se derrumban los taludes, se desprenden las peñas, se descuajan grandes árboles sobre la tierra revuelta por la tormenta,

en toda aquella región entre Tulio Ospina y Cangrejo, sobre el ferrocarril troncal de occidente.

Llovió, y el río lleva los restos del desastre,

náufragos maderos, animales fúnebres, acaso un ahogado solitario en la vastedad del anochecer.

Congestionado por los afluentes, hinchado, severísimo, el río en la devastación de la crecida, arrugado,

¡oh señor río, no me toquéis!

Los últimos aleteos del horizonte se pierden entre farallones;

se cierra la noche sobre el ruido turbulento de las aguas

y el retumbar del trueno en que se aleja la tempestad.

Caminamos, Humberto Gómez Molina y yo, muchachos de quince años,

caminamos sobre las traviesas a lo largo del río, en la depresión de las montañas, compartiendo la noche con el río,

a trechos tomados de las manos para andar sobre los rieles que nos conducirán al amanecer.

De pronto, una luz brilla entre el boscaje, sombras de hombres se cruzan,

a la orilla del río algo urgente sucede.

Derramando preciosísima sangre por la hermosa boca, terriblemente herido, está sobre la arena húmeda el novillo.

Rápidamente se mueven los cuchillos; la lustrosa piel, todavía viva, se separa con hábil cuidado.

En ella queda humillada la imagen del novillo,

el fuego que era novillo yace apagado en el rescoldo de su piel.

Cuando amanezca, sonrientes niños llevarán pedazos de novillo sobre hojas de plátano, bajo el sol restablecido,

hacia sus casas grises de madera con techo de zinc y un corredor delante, entre el olor mineral de la hulla.

En la margen occidental, alta sobre el río, la población de Anzá tal como fue construida en el siglo xvii.

A la orilla del primer camino, donde el conquistador tuviera su herrería, ignorada a causa de su significado,

la piedra muestra la huella clara y honda de un pie, rastro mítico del ígneo ser que en ella posara su planta.

Cazamos la guatinaja y la tenemos dos meses en el patio, cebándola bajo un árbol,

hasta que no nos aguantamos más las ganas de su carne, en un sancocho hirviente al medio día bajo la incandescencia del sol.

La carne del venado, la carne de la zarigüeya, la carne del armadillo, la carne de la culebra,

carnes que ofrece el monte para las gentes de monte.

En la plaza de piedra, al férvido medio día,

empiezan de pronto a moverse las hojas de los mangos, como agitadas por un céfiro repentino,

e inmediatamente todos los habitantes toman sus precauciones, incluidos los animales domésticos.

Momentos después los árboles empiezan a batir fuertemente los brazos,

se desorganizan las palmeras, las primeras tejas se desprenden

y el huracán asalta el pueblo removiéndolo todo.

Atraviesan el cielo ramas de árboles y hojas de palma.

Entonces un aguacero cerrado aprieta la meseta en un silencio duro y gris.

Humildes y paupérrimas gentes pueblan las montañas, los ríos y los cementerios.

Su mala suerte es tanta que siguen siendo pobres después de muertos.

Su pobreza es lo único que tienen, de ella están colmados, la derrochan a manos llenas.

Sentadas en el suelo junto a sus chozas, en aquellas lomas áridas,

viejísimas ancianas silenciosas, como salidas de sus tumbas para venir a ventear el grano.

Ignoran que viven en el reverso del mundo.

Nosotros estábamos tranquilos a la orilla de nuestros ríos,

especialmente yo estaba a la orilla del Cauca viendo unos ganados.

No eran míos, pero eran hermosos y gratos de ver.

No me importaba de quién fuesen, puesto que no los deseaba.

Lo importante era verlos como ganados que ignoran completamente que alguien posea derecho sobre ellos.

Él puede venir a decirles “vosotros sois mis ganados”. Y ellos lo miran con una indiferencia que espanta.

Yo quería hacer un canto épico para el río Cauca,

pero mejor voy a esperar hasta que pueda estar seguro de que el río Cauca es mío,

porque no me gusta cantarles a los ríos ajenos.

El río Cauca, convertido en inmensa alcantarilla, no sabe qué hacer:

se desborda, se encoge, le duelen mucho las entrañas, sufre náuseas, quiere vomitar.

Vomita un zapato Croydon.

Anuncio en un sueño

La muerte

es su

natural y

necesario

progreso.

Ojalá

lo cumpla

y evítese

represalias

por

las demoras.

Apariencia y realidad

Para Arnulfo Arias García

Enclavados en montañas o descansando en llanuras,

a la orilla de los ríos, rodeados de verdes campos,

o en lugares áridos o remotos parajes,

se forman los poblados con sus particularidades propias,

y en ellos la vida transcurre en la complacencia de sus costumbres y rutinarios placeres.

Algunos aparecen sobrios en sencillas construcciones, calles de piedra y pequeños huertos.

Otros pretenciosos, con exhibición de insólitas arquitecturas y rimbombantes monumentos.

Otros son tradicionalistas, con patrióticos legados y banderas a los héroes,

y todos se contentan con los frutos de la tierra y sus animales ancestrales en concurridas ferias periódicas,

ofreciendo al forastero coloridos tejidos de lana, minuciosos bordados en seda, originales artesanías y curiosidades locales.

Los viandantes resguardados con ruanas y sombreros en la pausada actividad de las tierras frías,