Política revolucionaria - Leopoldo Lugones - E-Book

Política revolucionaria E-Book

Leopoldo Lugones

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Beschreibung

"Política revolucionaria" es un ensayo de Leopoldo Lugones sobre filosofía política donde el autor enaltece el golpe de Estado provocado por el Ejército en 1930 en Argentina y la instauración de una dictadura militar.-

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Leopoldo Lugones

Política revolucionaria

 

Saga

Política revolucionaria

 

Copyright © 1931, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726641769

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ADVERTENCIA PATRIOTICA

Bástame exponer en este libro la doctrina inspiradora del movimiento del 6 de Setiembre con que hubo de iniciarse la revolución ahora en marcha, para que resulte un nuevo homenaje a las armas de la Nación. Creo inútil ponderar lo que ello me halaga. Durante siete años, desde mis conferencias del Coliseo en 1923, había proclamado casi solo, por no decir completamente, la necesidad de que los militares diesen gobierno a la Patria. Pues a despecho de tantas elecciones libres y de tantos sufragios secretos y obligatorios, no lo tenía. Considerando su disciplina más fuerte, su preparación más sólida, su conducta más limpia, su patriotismo más exigente, y aquella superior eficacia administrativa que exige a la moderna oficialidad la organización de las naciones en armas, había llamado a los militares los mejores por antonomasia para imponer y asegurar el orden en la República.

Esto es ya un hecho. Las armas de la Nación salváronla por cuenta propia, y su jefe la gobierna de igual modo. Mucho mejor, desde luego, que los predilectos del sufragio universal durante dieciseis años. A la fuerza militar le bastó un día. Seis meses después, el país ve restablecido su crédito, a pesar de la crisis más rigurosa que haya soportado nunca: iniciada su política económica, que era lo más urgente en el dominio material; rehecha la disciplina universitaria que en el dominio moral era también lo más urgente; acometido a fondo el reajuste de la administración; exigida por primera vez la responsabilidad de los funcionarios; eliminado el extranjero pernicioso que formaba dentro del país un verdadero ejército de ocupación con bandera roja; perseguida con vigor la delincuencia; fomentado y defendido con incansable celo el bienestar común: corregido en una palabra el grave trastorno con que iban comprometiendo la suerte de la Nación sus políticos desenfrenados.

Todos ellos; pues la sobrepuja de favores y halagos para conquistar las masas urbanas que forman entre nosotros la mayoría electoral, arrastrólos al izquierdismo. Nadie ignora que la dictadura del proletariado, aspiración definitiva del socialismo, consiste realmente en la dominación ejercida por los obreros de las ciudades. Y así nos lo enseña la Rusia de los soviets.

Ahora bien, el izquierdismo como el laborismo inglés y el obrerismo de nuestros radicales, viene a ser el socialismo con otro nombre; del propio modo que este último es un sinónimo del comunismo. Basta verlos definirse por sus actos, que es como vale. La experiencia del mundo entero revela que todo eso constituye una derivación fatal del liberalismo. La igualdad incondicional en política, requiere luego, no más, la incondicional igualdad económica. La democracia mayoritaria es, si bien se ve, una forma de comunismo: gobierno de todos y para todos; riqueza de todos y para todos . . .

Infestada de izquierdismo por conveniencia electoral, y peor todavía si lo estuviere por convicción, nuestra política ha dejado de ser momentáneamente un azote, pero continúa siendo un peligro. Los radicales fueron los peores, por la sencilla razón de que llegaron al gobierno. Con ideología y procedimiento iguales: izquierdismo y ley electoral, seguro es que todos harán lo mismo. Un radical es un argentino como cualquier otro.

Por esta razón, todos los políticos defienden como una “conquista sagrada” del pueblo y de la libertad, el maléfico sistema cuyo único fruto hasta el día de la Revolución, fué una calamidad de dieciseis años. No tocar nada, no demorar en la restauración del sistema: es decir, volver a empezar cuanto antes. He aquí cómo responden los políticos a la obra militar del 6 de Setiembre. Verdad es que siendo izquierdistas, todo lo militar les resulta abominable. Basta verlos desde el día siguiente, perdonando la vida al vencedor como el portugués desde el fondo de la zanja, y pretendiendo conocer mejor que él mismo el propósito de la Revolución.

Fracasada por exceso de vanidad, la intriga renació y persiste bajo una doble forma que resume con majadería baladí la animadversión del izquierdismo. El gobierno puede y no puede esto y lo otro: iniciar, por ejemplo, la política económica, retardada en veinte años, o reprimir la vagancia: porque estas cosas son atribuciones del Congreso. Es decir, que ha podido disolver ese cuerpo, restablecer por bando la pena de muerte, percibir los impuestos, aplicarlos, modificarlos; destituir jueces, crear jurisdicciones penales. . . pero debe estar sujeto a lo que cada ideólogo determine. El objeto de esta aparente simpleza, no es impresionar al gobierno, sino perturbar el espíritu público. El izquierdismo en masa se ocupa de ello, desde el radical conspirador hasta el liberal doctrinario. El fracaso de la Revolución que así se persigue, es la venganza que se atreven a intentar contra las fuerzas militares cuyo éxito menosprecian y aborrecen. Este propósito de venganza manifiéstase ya con expresiones incontenibles. Ultimamente, en boca del populacho más soez, se ha oído el grito revelador: ¡Ya verán cuando lleguen las elecciones! Es la contrarrevolución, o mejor dicho el desquite de la anarquía que los políticos desatarán sobre el país.

Pues bien: estas elecciones que así se preparan a reproducir lo que era de esperar, constituyen el otro aspecto de la intriga. Según los ideólogos liberales, crisis económica, depresión monetaria, descrédito clandestino del país: todos los inconvenientes que soportamos, tendrán remedio en el comicio; como si no los debiéramos, precisamente, a la demagogía electa y reelecta durante dieciseis años y que las minorías izquierdistas no supieron contener porque eran astillas del mismo palo. Lejos de esto, sobrepujáronla en obrerismo disolvente y en anarquía universitaria.

Las fuerzas de trabajo y de producción: agricultores, ganaderos, comerciantes, industriales, sobre todo en el pueblo rural, saben que bastaría la convocatoria a elecciones generales para malograr desde luego el plan gubernativo en el cual han puesto su esperanza. Nuevo desorden social; nuevo abandono de la política económica; nueva depresión monetaria. Esto último se ha producido ya dos veces, al anunciarse otras tantas que iba a convocarse varias provincias, no más: concluyente repetición de un fenómeno tan significativo.

Es que no estamos todavía para elecciones. La Revolución tiene que consumar antes de eso lo que ha prometido al país, porque sin tal condición, el fruto de aquéllas será la anarquía: administración reorganizada; crédito sano; extirpación de agitadores extranjeros; restablecimiento moral y material de la disciplina; defensa económica y militar bien planteada, porque de las dos, una apenas ha comenzado a existir y la otra frisa en el desastre. Y como órgano indispensable, un partido conservador fundado en las realidades económicas y sociales del país, lo que es decir nacional de suyo.

Reúne este libro mi colaboración de publicista en dicho propósito; y buscando el mejor homenaje que podría yo rendir a las tropas del 6 de Setiembre, lo empiezo con el discurso ante la tumba de los cadetes que derramaron su sangre por la Patria y la Revolución.

Antes y después de aquel día, los publicistas liberales han estudiado las condiciones del país, para llegar una y otra vez, con ser ambas tan distintas, a la insignificante conclusión de que lo mejor es no hacer nada. Las armas de la Patria que hicieron la Revolución sin ellos, decidirán si, para consumarla, merecen más atención.

L. Lugones

EN EL ENTIERRO DE LOS CADETES

Cayeron como soldados en función de guerra. Cayeron como patriotas al pie de la bandera que juraron honrar. Cayeron privilegiados por el riesgo de la vanguardia, sobre la marcha de este ejército argentino que desde el día inicial de Mayo fué siempre el ejército libertador. Cayeron asesinados a traición que es como se atreve con los bravos la vileza, enmascarada, todavía, esta vez, con el trapo blanco que en demanda de capitulación había izado su miedo. Y no se vea ninguna diferencia ante la muerte en estas palabras de glorificación. Cadetes, oficiales estudiantes y ciudadanos, todos son acreedores al homenaje militar de los que sucumben en servicio de la Patria.

Muerte de bronce envidiable como un galardón. Rotura de fresco alabastro, en la impaciencia de ofertar a un grande amor el perfume que guardaba. ¡Mira, Patria, cómo te querían! ¡Advierte, Patria, cómo te merecieron!

Amando a la Patria y esperando en ella, es decir, en estado de suprema iluminación, qué destino el de esos valientes! Dijérase, en efecto, una gracia de la poesía. Anocheció sobre su juventud cuando la estrella de la tarde asomaba.

Tarde aquella de esperanza y de amor, como para morir joven, templada ya en caricia de primavera, embanderada con cariñosa anticipación por nubecillas de seda que parecían tenderles en blanco y azul la ternura de un cielo de noviazgo. Y al impulso del entusiasmo en que los arrebataba la multitud grandiosa de los días históricos, aclamados como guerreros, mimados como niños por el regalo transeunte de la fruta y la flor, caer envueltos para la eternidad, en el abrazo de león de su pueblo.

Tal se define, ratificado con sangre por el estúpido encono de la asechanza, el significado profundo de la revolución. Pueblo y ejército estaban allá, y por esto mismo estaba allá toda la Patria.

No los lloremos, pues. El dolor llorado consuela pero reblandece y olvida porque es un agua que corre. Tenemos que vengarlos ejecutando inexorablemente el bien con la imperiosa rectitud de una espada. El sacrificio de esta juventud es deuda contraída que sólo puede saldar el cumplimiento del servicio en que se contrajo. Este servicio es la construcción de la Patria en la triple seguridad de la justicia, el bienestar y la victoria. Juremos que para ser dignos de los que honramos sabremos como ellos continuarla hasta el fin.

Dichosos ellos que cayeron en flor de mocedad, de generosidad y de gallardía. ¿No es mejor caer así, que caducar tras larga insignificancia en la sequedad de la cáscara inútil o en el encono de la espina infructuosa?

¡Gloria sobre ellos, que no tribulación, en la virilidad de los corazones y el reflejo de las espadas desnudas!

 

Buenos Aires, 14 de Marzo de 1931

LA COMIDA DEL 3 DE OCTUBRE DE 1930

(De “La Nación”)

 

Tal como se había anunciado, el teniente coronel Emilio Kinkelín, en virtud de una indicación formulada por el presidente del gobierno provisional, teniente general José F. Uriburu, invitó anoche a comer en el Jockey Club “a los únicos civiles que estuvieron en contacto con la junta militar revolucionaria durante la preparación del movimiento del 6 de Setiembre último”.

Una de las cabeceras de la mesa fué ocupada por el teniente coronel Kinkelín, quien tenía a su derecha al ministro del Interior, Dr. Matias Sánchez Sorondo, y a su izquierda a D. Carlos R. Ribero. La otra cabecera la ocupó D. Leopoldo Lugones, que tenía a su derecha a D. Daniel Videla Dorna y a su izquierda al Dr. Juan E. Carulla. Los demás asientos los ocuparon los señores, Alberto Uriburu, Alberto Peña, Enrique H. Zimmermann, Eduardo Saguier, Rodolfo de Alzaga Unzué, Detlef von Bülow, Roberto Hossman, Rodolfo Irazusta, Julio Alzogaray, José Luis Silva, Julio Figueroa, Félix Gunther, Luis González Guerrico, César J. Guerrico, Félix Bunge, Raúl Guerrico, David Uriburu, Jorge R. Zimmermann, Severo Luna, Nicolás E. Rodríguez, Jorge H. Guerrico, Santiago Rey Basadre, Alejandro Zimmermann, Horacio Kinkelín y Guillermo Sánchez Sorondo. Otro de los invitados, el doctor Ernesto Palacio, se halla en San Juan como secretario de gobierno de la intervención.

Los señores Viñas y Videla Dorna y el señor Carulla asistieron a la comida en representación de la Legión de Mayo y de la Liga Republicana.