Poniéndole alas a la imaginación - María Elena Altamirano - E-Book

Poniéndole alas a la imaginación E-Book

María Elena Altamirano

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Beschreibung

¿Te acuerdas del último cuento que escuchaste antes de dormir? A mí me lo contaba mi mamá. En homenaje a mi madre, a la madre de mi madre y a todas las mamás que se toman unos minutos para leer o contar un cuento a sus pequeños, nació el libro Los fantásticos cuentos de la abuela - Poniéndole alas a la imaginación. En este libro encontrarás una recopilación de seis cuentos, que fueron transmitidos en forma oral, desde tiempo remotos, en la familia de la autora. Son historias atrapantes con narraciones claras y entretenidas para niños y jóvenes.

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Seitenzahl: 76

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Recopilación y adaptación: María Elena Altamirano

Ilustrador: Reinaldo Sebastián Berdini

Altamirano, María Elena

Poniéndole alas a la imaginación : los fantásticos cuentos de la abuela 1 / María Elena Altamirano. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

104 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-674-4

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos Infantiles. 3. Cuentos Fantásticos. I. Título.

CDD A863.9282

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. María Elena Altamirano (Email: [email protected])

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Los fantásticos cuentosde la abuela 1

Poniéndolealas a laimaginación

María Elena Altamirano

Dedicado a los niños de mi familia, descendientesde la Nona Fabiana y de mi mamá Celia (la Mane),ellos son mis sobrinos, Germán, Joaquín y Bruno,mi sobrino/nieto Leonardo Máximo,y mis nietos Gabriel León y Eluney Ximena.

Y a los que vendrán…

Una mención especial para Julieta, Gastón y Priscila,tres tataranietos de la Nona Fabiana.Esos niños que habitan la entrañable casita de campo,hoy con algunas modificaciones, donde pasé momentos inolvidablesde mi infancia y escuchaba los fantásticos cuentos de la abuela.

Homenaje

En homenaje a mi Nona Fabiana y a mi mamá Celia, que en mi niñez dedicaron muchos momentos de su vida para narrarme estas historias fantásticas. Cuentos que fueron transmitidos desde tiempos remotos, en forma oral, de generación en generación en la familia. Este libro nació por el afán de que estas historias no se perdieran, de que no las devorara el tiempo y que otros niños pudieran conocerlas.

Anhelo que aquellos que las lean puedan deleitarse con estos personajes legendarios, disfrutar de sus aventuras e imaginar los escenarios de cada una, en lugares comunes y cotidianos para ellos.

Prólogo

En un paraje de Traslasierra, departamento Pocho de la provincia de Córdoba, que se denomina “La Calera” —vecino y parte de la comuna de Los Talares, zona rural y algo solitaria—, se erigía un ranchito con techo a dos aguas, de paja y barro. El rancho tenía un gran patio de tierra, muchas plantas de jardín y una no muy extensa, pero linda vista. Esa era la casa de doña Fabiana Altamirano, la Nona, mujer nacida y criada en el campo, con todas las virtudes que eso supone y con carencias que son casi lógicas.

Desde que me acuerdo usaba un bastón, luego fueron dos. Es que el tiempo pega fuerte y en el campo es más implacable aún, pero ella resistía con resignación y siempre ponía empeño para vencer los obstáculos. Sabía tejer increíblemente al crochet; sabía bordar, hacer arrope de higo, secar otros para hacerlos pasas...

La hija menor de doña Fabiana, era Celia, mi madre. Con ella íbamos a menudo al mortero, una gran piedra con un pocito en el medio donde molía el maíz. Me encantaba, además, ver a mi mamá tejer en telar o hacer a gran velocidad, con dos agujas, unos magníficos guantes de lana. También sabía hacerme los más lindos vestidos que se pudiera imaginar, para mí y para mis muñecas.

Con mi prima íbamos a juntar leña, también peperina y hongos para venderle a un señor que pasaba de vez en cuando a comprar. Cerquita de allí corría un arroyo que tenía una pequeña pero bella cascada; de él nacía la acequia de riego que pasaba frente a la casa y desde donde generalmente se recogía el agua para la cocina.

Había dos perros, uno era blanco, alto y de pelo corto. Cuando alguien le decía “mucho gusto” y le extendía la mano, él se sentaba y levantaba la suya, entregándola cortésmente. Mi hermano mayor, lo había bautizado como Buen Amigo; el otro se llamaba Chuschín y era petizo, de pelo largo, blanco con alguna que otra pinta negra, y muy bandido. A Chuschín le encantaba robarse cualquier cosa que pudiera comer y quedara a su alcance; si estaba alto, buscaba cómo treparse para robárselo igual. La Nona renegaba bastante por eso.

En este contexto de despertares tempranos, con el cacareo de las gallinas por el patio, el canto de pajaritos y el cotorreo de las loras, viví mis primeros años. Fue allí donde fui azafata en el avión imaginario que formaba parte del tronco de un viejo e inmenso aguaribay; donde al anochecer corría las gallinas para que se fueran a dormir trepadas en los árboles que había detrás de la casa; donde conocí la escarcha que el intenso frío formaba sobre los pozos de la acequia y mi tentación de romperla se chocaba contra la advertencia de la Nona, que me decía que no debía hacerlo porque se iba a levantar viento (entre nosotros, no faltó la oportunidad de desafiar a los vientos y romperla con un palo, con sumo cuidado de no ser descubierta). También allí viví la experiencia de que en una navidad el niñito Dios no me dejara un regalito y me quedé pensando qué habría hecho mal, para cuidarme de no cometer el mismo error y al año siguiente ser merecedora de algún obsequio.

La Nona me convidaba mate de leche a media mañana, ¡¡¡sabía muy rico acompañado con pan casero!!! Para hacer las compras era necesario ensillar el caballo y recorrer distancias que no eran cortas, para luego volver con las alforjas —hechas y bordadas por mi madre—, llenas de mercadería. Cuando el sol se terminaba de esconder, era el momento de ir a encerrar las cabras en el corral y ganarle a la noche; muchas veces acompañaba en esa tarea a los mayores, otras, me quedaba en la casa con mi abuela.

Más tarde y mientras mi madre o mi prima preparaban la cena, solíamos jugar con la Nona juegos de mesa a la luz de una lámpara a kerosene. Después, con mi mamá nos íbamos a la habitación y minutos antes de dormir, ella comenzaba con los relatos; era la hora en que la imaginación se echaba a volar, era la hora del cuento.

Los Tres Picosde Amor

I

En un lugar lejano, en una casita muy pobre, vivía una pareja con sus dos hijos ya adolescentes. Cada día era una lucha para ellos y los fenómenos naturales no acompañaban su esfuerzo. Las pocas cosechas se habían perdido y en general nada salía como se planeaba, por lo que no había demasiada esperanza de progreso y el hijo mayor decidió irse a probar suerte a otro lugar. Armó su escaso equipaje y se despidió.

Caminó y caminó hasta encontrar una arboleda cercana a las márgenes de un lago, donde decidió descansar un rato. Cuando iba a reanudar su marcha, pensó que era buena idea reabastecer su cantimplora con agua, porque no sabía qué tan largo era el camino que le esperaba. Llegó a la orilla del lago y cuando se disponía a llenar el recipiente, repentinamente emergió del fondo una sirena.

—No bebas de esta agua, o sufrirás por mí —le dijo.

Sorprendido y temeroso, el muchacho retrocedió, y viendo que aún le quedaba un poco de agua, decidió seguir su camino y no meterse en problemas con ese ser, tan bello como misterioso.

Después de un tiempo y luego de soportar un crudo invierno en el lugar, el hijo menor vio que revertir la situación de pobreza en la que habían caído sus padres era bastante difícil. Entonces decidió que la única forma de ayudarlos era irse a trabajar en otro lugar, para así poder proveer de lo necesario en la casa paterna. Les informó la decisión tomada a sus progenitores, quienes se pusieron tristes, pero entendieron que era la única esperanza para todos, ya que del hijo mayor aún no tenían noticias.

Sin saberlo, el muchacho tomó el mismo camino que su hermano y bajo un sol abrazador, muy sediento ya por la caminata, divisó el lago y la acogedora sombra que ofrecían los árboles en su ribera. Hacia allí se dirigió, decidido a beber de manera urgente. Pero cuando estaba a punto de hacerlo apareció nuevamente la sirena diciéndole:

—No bebas de esta agua, o sufrirás por mí.

Sorprendido, el caminante sacó la espada que llevaba en la cintura y luego de observar a ese bello ser que le había hablado, delicadamente la hizo a un lado con la espada y se agachó para beber, haciendo caso omiso de su recomendación. Luego de observarlo beber, la sirena continuó hablando:

—Ahora no podrás irte sin mí —le dijo—, ni lo intentes, porque está escrito que nunca llegarás a destino. Escúchame y haz lo que te digo, es por tu bien, yo te avisé y tú decidiste. Antes de que caiga la tarde busca dos caballos que pastan alrededor del lago, átalos y tenlos listos, mañana al amanecer te esperaré aquí. No faltes, y como compromiso entre ambos, te entrego esta manzana y este pañuelo; consérvalos contigo.

El muchacho asintió, guardó la manzana y el pañuelo y se fue en busca de los caballos. Los encontró, los ató con una soga a la rama de un árbol para que no se alejaran y se echó a dormir, pues la noche estaba a punto de apoderarse del lugar.