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Abigail Gordon

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Beschreibung

La ambiciosa doctora Nina Lombard no quería estar en aquel pintoresco pueblo, Stepping Dearsley. Pero una difícil situación familiar la había llevado hasta allí, y hasta el impresionante doctor Robert Carslake. Nina se dio cuenta de que tenía una razón más para quedarse... Rob se decía a sí mismo que había sido un error contratar a Nina. Ella pertenecía a la ciudad. Él era del campo. Eran dos polos opuestos. Pero, aparte de todo aquello, el doctor sabía que había otra poderosa razón para tener reticencias, y cada vez le resultaba más difícil enfrentarse a la verdad...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Abigail Gordon

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Por orgullo, n.º 1288 - agosto 2016

Título original: The Elusive Doctor

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8719-0

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

A MEDIA mañana, las calles del pueblo estaban abarrotadas. Los vecinos de Stepping Dearsley iban de un lado a otro haciendo sus tareas y los turistas, que habían llegado en coche, tren o autocar para pasar el día en uno de los pueblos más bonitos de Cheshire, se dedicaban a pasear por las calles empedradas o a tomar café.

Los que tenían un presupuesto más alto lo tomaban en el hotel Royal Venison, con sus pavos reales correteando por el jardín, y los que andaban escasos de dinero, en el antiguo mesón del pueblo.

Cerca del hotel, una profesora y sus alumnos salían de la exposición de pintura contemporánea en la galería de Sara Forrester, situada en un antiguo patio.

Frente a la galería, se alzaba una vieja casa de piedra de la que entraba y salía gente continuamente. Era la clínica de Stepping Dearsley.

Nina la observaba desde la acera, con expresión malhumorada.

Aquello no era Kosovo, ni Bosnia, pensó, observando a una joven que salía de la clínica con su hijo de la mano.

Ella tenía tantos planes, tantos ideales para cuando terminase la carrera…

¿Y qué había pasado? Una carta de su padre diciendo que la necesitaba en casa. Ni siquiera se molestaba en decir «por favor». Y si no fuera Eloise la causa de tan urgente llamada, Nina no habría viajado a aquel pueblo precioso, pero alejado de cualquier sitio interesante.

La noticia de que Eloise, su madrastra y amiga, sufría cáncer de mama había hecho que se trasladase a Stepping Dearsley para ayudarla en lo que fuera posible.

Su madrastra protestó, pero Nina sabía que debía estar con ella.

–En la clínica necesitan un médico –le había dicho su padre–. Podrías trabajar aquí y así no perderías el tiempo.

¿Trabajar en Stepping Dearsley? Se moriría de asco en aquel sitio, pensaba Nina.

La idea de instalarse en el pueblo al que su padre y Eloise se habían mudado un año antes le daba escalofríos. Ella era una chica de ciudad. Discotecas, bares, teatros, grandes almacenes… eso era lo que le gustaba. Además, ella era conocida entre los estudiantes de la universidad de Londres como el alma de todas las fiestas.

Cuando terminó la carrera decidió buscar trabajo en algún sitio interesante o ingresar en Médicos sin fronteras, pero no había podido decirle que no a su padre. Conociéndolo, sabía que no le sería de ayuda a Eloise, la encantadora mujer que se había ganado su corazón cuando era una niña de once años.

Además, aquella vez había hecho bien en llamarla. Cuando abrazó a Eloise se dio cuenta de que, por primera vez en muchos años, tenían que invertir los papeles: era ella quien debía proteger a su madrastra.

La sugerencia de que buscase trabajo en la clínica, aunque la había irritado el primer día, era la única solución. De ese modo, al menos podría trabajar en lo suyo.

Y por eso estaba frente a la clínica, el único servicio médico de Stepping Dearsley.

Una anciana pasó a su lado cuando estaba a punto de cruzar la calle.

–¿Le ocurre algo, señorita?

–No, nada –contestó Nina, sorprendida.

–No la conozco, pero aquí ya no conocemos a nadie –suspiró la mujer–. El pueblo está tan lleno de turistas que todas las caras resultan desconocidas.

–Soy la hija de Peter Lombard. Vive en una casa al final del pueblo.

Los ojos de la anciana se iluminaron.

–Ah, entonces eres la hija de la señora Lombard. Es una mujer muy agradable.

–Sí, es verdad –asintió Nina. No tenía sentido explicarle que era su madrastra.

Su padre era un militar retirado y no era fácil vivir con él, pero Eloise debía encontrarlo atractivo. Alto, fuerte, con el pelo blanco por los años y unos penetrantes ojos verdes… Sí, en realidad seguía siendo bastante guapo. Pero era insoportable.

Nina se parecía mucho a él, incluso en el fuerte carácter. Aunque había heredado la personalidad de su madre, una mujer encantadora a la que quería todo el mundo.

–Me llamo Kitty Kelsall –estaba diciendo la anciana–. Limpio la clínica, pero ya he terminado por hoy. Ahora están los pintores y no puedo seguir trabajando.

–Ah, claro.

De modo que iba a ser entrevistada en medio de un montón de botes de pintura… ¿Los directores de la clínica la recibirían mordisqueando un palillo? ¿Habrían oído hablar de las nuevas técnicas o serían los típicos médicos de pueblo?

Fuera como fuera, ella estaba vestida para la ocasión, pensó mientras atravesaba las puertas de cristal de la clínica.

Con un precioso traje de chaqueta azul marino y una blusa blanca, el pelo oscuro cortado a la moda para destacar sus hermosas facciones y los ojos verdes tan brillantes como siempre, Nina se sentía cómoda con su aspecto.

A primera vista, la clínica era un dispensario de pueblo. Los pacientes se sentaban en bancos de madera y el papel pintado de la sala de espera debía ser cambiado urgentemente para no causar daño a la vista.

Sin embargo, había varias recepcionistas, como si fuera un moderno hospital. ¿A cuánta gente atendían diariamente en la clínica de Stepping Dearsley?

–Buenos días. Tengo una cita con los directores de la clínica –anunció Nina.

–Dos de ellos están pasando consulta y los otros están abajo –sonrió una de las jóvenes–. ¿Es usted la doctora Lombard?

–Sí.

–En el piso de arriba están las oficinas, los ordenadores y la sala de juntas. Si no le importa esperar un momento…

Nina hizo un gesto de sorpresa. Aquel sitio parecía la clínica de La casa de la pradera y, sin embargo, tenían oficinas y ordenadores. Quizá no sería tan aburrido trabajar allí.

–Muy bien.

–Puede subir a la sala de juntas. ¿Quiere que la acompañe?

–No, gracias. La encontraré yo misma.

Si el primer piso de la clínica era un sitio anticuado, no podía decirse lo mismo del segundo. Nina caminó por un pasillo con paredes forradas de madera y llegó a una sala que parecía más el cuartel general de la N.A.S.A. que la oficina de una clínica de pueblo.

Subido a una escalera había un pintor terminando su trabajo. No la había visto y cuando ella tosió para llamar su atención, el hombre se dio la vuelta y, sin querer, tiró el bote de pintura que tenía a su lado.

No le dio de lleno, pero la salpicó.

¡Pintura blanca en su inmaculado traje azul marino!

El hombre la miraba, sorprendido.

–¡Mire lo que ha hecho! ¡Tengo una entrevista para trabajar en este maldito dispensario de pueblo y llevo una mancha de pintura en el traje!

–Lo siento, pero me ha asustado –explicó el pintor–. Puede intentar limpiar la mancha con aguarrás.

–¿Usted iría a una entrevista oliendo a aguarrás? –exclamó ella, furiosa–. ¡Y bájese de ahí! Me duele el cuello de mirar para arriba.

El hombre obedeció, pero Nina se dio cuenta de que no parecía en absoluto arrepentido. Los ojos castaños que había bajo la gorra blanca tenían un brillo de burla.

–Podría ponerse la falda al revés. Pero no creo que a nadie le importe tanto una mancha.

–Eso espero. No sé para quién trabaja, pero su jefe debería pagarme una falda nueva. Es la primera vez en mi vida que voy a una entrevista hecha unas zorros… Y hablando de la entrevista, ¿dónde están los directores de la clínica? La recepcionista me dijo que los encontraría aquí.

–Y están aquí –contestó el pintor, desabrochándose el mono blanco.

Cuando Nina iba a replicar, oyó pasos en la escalera.

–¡Rob! –exclamó una mujer–. ¿Qué estás haciendo?

La que hablaba era una morena llena de curvas… y de maquillaje.

–Estaba retocando un poco el techo –contestó él.

–Estás loco. ¿Para qué pagamos a los pintores? –preguntó la mujer, antes de volverse hacia Nina–. ¿Y usted quién es?

–Nina Lombard. He venido para entrevistarme con los directores de la clínica. Aunque no suelo presentarme con el traje manchado de pintura.

–Es culpa mía, Bettine. Se me ha caído un bote –explicó el pintor–. Creo que debería presentarme, doctora Lombard. No soy Miguel Ángel ni Velázquez. Soy Robert Carslake, uno de los directores de la clínica de Stepping Dearsley.

Mientras hablaba estaba quitándose el mono y cuando Nina vio aquellos hombros anchos, el pelo castaño y los ojos de color nuez, se echó a reír. Menudo comienzo de carrera en la medicina rural. Eso, si conseguía el puesto.

Lo consiguió, pero no fue tan fácil como había creído. Para empezar, porque el bromista de la pintura se convirtió en un hombre diferente una vez que estuvo sentado en la sala de juntas.

Era amable y simpático, pero Nina se dio cuenta inmediatamente de que era un profesional muy serio.

La morena, que tenía una actitud muy posesiva con el doctor Carslake, le fue presentada como Bettine Baker. Había también un hombre rubio, Gavin Shawcross, y un hombre de origen asiático, el doctor Vikram Raju.

Robert Carslake le preguntó en qué universidad se había graduado, dónde había hechos las prácticas y si tenía intención de especializarse. Bettine Baker le preguntó sin mucho entusiasmo cuánto tiempo pensaba quedarse en Stepping Dearsley.

Cuando Nina contestó que se quedaría tanto tiempo como la necesitasen en su casa, Robert replicó que eso no era dar mucho margen.

–De modo, que está dispuesta a trabajar en este «maldito dispensario de pueblo», como usted misma ha dicho antes, durante el tiempo que le venga bien, sin considerar las necesidades de la clínica. ¿Es eso?

Sabiendo que había empezado fatal, Nina sonrió.

–Dije eso en un momento de enfado. Le recuerdo que acababa de tirarme un bote de pintura.

Lo cierto era que no le apetecía nada trabajar allí, aunque no podía decírselo a la cara o se quedaría sin empleo. Y no quería que su padre tuviera que mantenerla.

–Siento haber dado una mala impresión, pero si me ofrecen la oportunidad de trabajar aquí, espero hacerlo con dedicación y profesionalidad. Sería mi primer trabajo serio después de graduarme en la universidad y, por lo tanto, un gran reto para mí. Cuando he dicho que las circunstancias familiares decidirán el período de mi estancia en Stepping Dearsley, pensaba en la enfermedad de mi madrastra.

–Sabemos que es usted hija de Peter Lombard y que su esposa tiene problemas de salud –dijo entonces Robert Carslake–. Pero supongo que entenderá que debemos tomar una decisión pensando en la clínica.

–Sí, por supuesto.

–Y que nos gustaría discutir el asunto entre nosotros antes de tomar una decisión.

–Claro.

Robert se levantó, sonriendo.

–Le daremos una respuesta dentro de un par de días, doctora Lombard. Supongo que podemos localizarla en casa de sus padres, ¿no?

–Así es –suspiró ella.

Cuando se dirigía a la escalera, Robert Carslake la llamó.

–Le pagaré la limpieza del traje. O uno nuevo, si quiere –le dijo, con una sonrisa–. Aunque a mí me parece que la mancha le queda muy bien.

–Muchas gracias, doctor Carslake.

Debía de creerse muy gracioso, pensó, mientras bajaba la escalera taconeando ruidosamente.

–¿Qué tal ha ido? –le preguntó su padre en cuanto llegó a casa–. No me digas que has ido así a la entrevista.

Nina dejó escapar un suspiro.

–En respuesta a la primera pregunta, no muy bien. Y, en cuanto a lo segundo… uno de los directores de la clínica me tiró encima un bote de pintura.

–¿Que te ha tirado encima un bote de pintura? ¡Por Dios bendito!

–Bueno, más que tirármelo, se me cayó encima.

–No me digas que están pintando la clínica ellos mismos. Sé que necesitan fondos, pero…

–Solo estaba retocando no sé qué.

Peter Lombard frunció el ceño.

–Pues espero que no te haya «retocado» a ti.

Nina soltó una carcajada. Su padre no solía hacer bromas y, seguramente, ni siquiera sabía que había hecho una.

–¿Dónde está Eloise?

–Descansando en la habitación.

–Voy a verla.

Hasta el momento, nadie había hablado de una mastectomía. Le habían extirpado el tumor y estaba recibiendo quimioterapia. Por eso estaba tan cansada.

Aparentemente, el cáncer no se había extendido, pero la madre de Eloise había muerto a causa de un cáncer de mama y eso podría indicar que el problema solo estaba empezando.

Su madrastra era una enferma extraordinaria y cuando Nina entró en la habitación, la recibió con una sonrisa. Nada de quejas, nada de lamentos.

–Cuéntame qué ha pasado.

–No hay mucho que contar –suspiró Nina, sentándose en la cama–. Bueno, yo dije que la clínica era un «dispensario de pueblo» y uno de los directivos me manchó el traje de pintura.

Eloise soltó una carcajada.

–No sé si debo preguntarte qué ha pasado.

–¿Tú conoces a Robert Carslake?

–Sí –contestó su madrastra.

–¿Qué sabes de él?

–Pues… tiene treinta y cinco años y consiguió el puesto de director hace cuatro o cinco.

–¿Y?

–Vive en un apartamento encima de la clínica y… ¿qué más quieres saber? ¿Si está casado?

–¿Lo está?

–Me temo que está prometido con otro de los directores.

–Supongo que será Bettine Baker. Porque no creo que esté prometido con el doctor Shawcross o el doctor Raju –rio Nina–. Pero me da igual. No creo que me ofrezcan el puesto.

Eloise acarició su pelo, tan cariñosa como siempre.

–¿Y si no te lo dan qué vas a hacer? Tú sabes que no quiero ser un estorbo para ti.

–Lo sé, pero aunque no hubiera hecho planes de trabajar en Stepping Dearsley, mi corazón está aquí.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.

–Eres un cielo, hija.

La chica de los fieros ojos verdes se juró a sí misma entonces que haría lo que fuera para quedarse a su lado, aunque tuviera que fregar platos en el hotel. Cualquier cosa con tal de estar cerca de Eloise… y no ser mantenida por su padre.

–¿Qué ha hecho con la falda? –escuchó una voz tras ella, en la oficina de correos.

Cuando se dio la vuelta, Nina se encontró con Robert Carslake. Aquella vez iba vestido como cualquiera de los habitantes de Stepping Dearsley, con una camisa de cuadros, pantalones de pana y un par de botas.

Estaba muy guapo. Enormemente guapo.

–Veo que esta mañana no está pintando.

–Hoy es mi día libre –sonrió él–. Y he decidido irme a Londres.

Nina suspiró dramáticamente.

–Qué suerte. Yo estoy deseando respirar humo y darme codazos con la gente para entrar en unos grandes almacenes.

–Ahora entiendo el comentario de ayer. Trabajar en una clínica de pueblo no es precisamente lo que había soñado, ¿no?

–Pues… no me importaría, la verdad. Pero si no me dan el puesto, encontraré trabajo en otro sitio. Hoy he visto en el periódico que en la iglesia están buscando monaguillo –bromeó Nina.

–Ah, pues entonces deberíamos contratarla. No me parece justo que en la iglesia tengan que sufrir porque nosotros no estemos dispuestos a hacerlo.

–¿Sufrir?

–Era una broma.

Él la estaba mirando de arriba abajo: pantalones vaqueros, camiseta ajustada bajo la que se intuían unos pechos orgullosos, una cinturita que podía haber estrechado con las dos manos…

La idea de tener a aquella joven londinense en la clínica era una locura, pero le daba igual. Se había graduado con muy buenas calificaciones y, aunque no le gustase el pueblo, mientras fuera una buena profesional…

Como médico en prácticas, debería tener un tutor, uno de los cuatro directores de la clínica. Gavin Shawcross se había ofrecido voluntario, pero por alguna razón, Robert había decidido ponerla bajo su ala.

Gavin aceptó graciosamente, el doctor Raju asintió con la cabeza y Bettine… Bettine había dicho que sí con cara de pocos amigos. Pero daba igual.

Para bien o para mal, habían decidido contratar a Nina Lombard. Quizá cuando llevase un tiempo en Stepping Dearsley, dejaría de ver aquel precioso pueblo del condado de Cheshire como un sitio indeseable.

–¿Cuándo voy a saber si me han borrado de la lista de parados de este país? –preguntó ella entonces.

Robert podría habérselo dicho, pero la oficina de correos no era el sitio más indicado para hablar de trabajo.

–Esta tarde iré a su casa para hacerle saber cuál ha sido nuestra decisión.

Esperar unas horas no le haría ningún daño a aquella chica tan moderna y tan segura de sí misma, pensó mientras volvía hacia el coche, donde lo esperaba una Bettine con cara de malas pulgas.

El viaje a Londres no había sido precisamente un éxito. Robert tenía el día libre, pero no así Bettine que, a pesar de todo, se había empeñado en ir con él. Y no le hacía gracia que pasara por encima de las normas que ellos mismos habían establecido en la clínica solo porque estaban prometidos.

Además… ¿por qué no quería aceptar otro médico en el consultorio? Tenían casi siete mil pacientes por año. Y además de los pacientes, estaba el papeleo. Nina Lombard les quitaría mucho trabajo de encima.

Las dos veces que se habían visto, Nina llevaba ropa oscura y, cuando fue por la tarde a casa de su padre, se sorprendió al verla con un vestido amarillo.

Robert vio un reflejo dorado entre los arbustos y se acercó. La figura estaba mirando los campos verdes que rodeaban el pueblo. Parecía una estatua, pero no lo era. Era Nina Lombard.