Poscrecimiento - Tim Jackson - E-Book

Poscrecimiento E-Book

Tim Jackson

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Beschreibung

La crisis del capitalismo no es un mito, pero el capitalismo en sí mismo, sí lo es. Tim Jackson nos recuerda que cada época se construye alrededor de una narrativa y nosotros nos aferramos al crecimiento exponencial y al consumo desbocado. El exceso no es sinónimo de progreso tal y como nos ha demostrado la crisis financiera de 2008, la posterior pandemia global, la crisis ecológica, la desigualdad social y una acentuada inestabilidad económica. El célebre economista ecológico británico reflexiona sobre la viabilidad de los modelos imperantes y las condiciones bajo las cuales creemos prosperar, y aboga por una economía construida alrededor de energías renovables, un sistema de gobernanza global y transparente, y tecnologías más respetuosas con el entorno medioambiental. En este brillante ensayo nos desafía a imaginar un mundo poscapitalista, un lugar donde el bienestar y la naturaleza humana tenga prioridad sobre los beneficios y el poder. «"Poscrecimiento" es, por un lado, una gran narrativa histórica, por otro lado, un tratado filosófico y, en su totalidad, una invitación para que los lectores exploren las corrientes subterráneas más profundas de lo que puede hacer una sociedad justa, satisfactoria y sostenible». Karry Kennedy Presidente de Robert F. Kennedy Human Rights

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Traducido del inglés:

© Post Growth, Tim Jackson, 2021.

Este libro se publica por acuerdo con Polity Press Ltd., Cambridge

© De la traducción: Sion Serra Lopes

© Imagen de cubierta: Irie Wata

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2023

Preimpresión: Editor Service, S.L.

www.editorservice.net

eISBN: 978-84-19407-01-6

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

Para Linda

Índice

Prólogo

El mito del crecimiento

¿Quién mató al capitalismo?

Lo limitado y lo ilimitado

La naturaleza de la prosperidad

Del amor y de la entropía

La economía como narrativa

De vuelta a la labor

Un dosel de esperanza

El arte del poder

Delfines en Venecia

Agradecimientos

Bibliografía

Prólogo

La historia, pese a su dolor atroz,

No puede no ser vivida, y no habría

Que revivirla si se enfrenta con valor.

Maya Angelou, 19931

El pasado es prólogo; lo que vendrá,

Es cosa tuya y mía.

William Shakespeare, 16102

«El mundo comienza a temblar», escribió el sociólogo Peter Berger, «en el mismo instante en que la conversación que lo sostiene empieza a decaer». El año 2020 fue un testimonio innegable de esta verdad incómoda. La conversación que nos sostiene no solo decayó. Hizo un giro brusco y nos pegó un golpe en la cara. Un golpe duro. No sorprende, pues, que el mundo aún se sienta más que inestable.3

Todo estaba yendo tan bien. Salió el sol, resplandeciente, sobre la ciudad más alta de Europa en la tercera semana de enero. Su luz matutina brillaba espléndida sobre los picos nevados, como oro sobre el azul profundo del cielo alpino. La naturaleza en todo su esplendor. El telón de fondo perfecto para la congregación anual del privilegio y el poder. Los primeros ministros y los multimillonarios. Las limusinas y los helicópteros. El 50.° Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, estaba a punto de empezar.

«Es un jolgorio», me confió mi anfitrión la noche anterior tras recogerme en la pequeña estación de tren, mientras me mostraba mi alojamiento temporal. Un apartamento prestado, apartado del pueblo, con vistas a las montañas. «Es una jungla», respondió su compañero. Y todos logramos reírnos.

Nuestros líderes conocen las reglas de este juego. Saben por intuición que el ostentoso desfile es un desfile de belleza. Las apuestas son siempre altas. Los focos deben resplandecer sobre los trajes elegantes y cortes de pelo impecables. Las cabalgatas deben competir en poderío. La retórica debe estar perfectamente afinada con las peculiares luchas de ese día. El sol debe brillar con diligencia sobre los justos. La farsa no debe dejar lugar a dudas. Las montañas deben sellar por los siglos de los siglos el trato alcanzado en los sótanos de la historia: más engendra más; el poder engendra poder; el crecimiento engendra crecimiento. Al que tiene, más le será dado.

Llevan medio siglo aterrizando sus jets en esta espléndida estación de esquí, jurando lealtad al gran dios Crecimiento. Caiga nieve o salga el sol, haga mal tiempo o bueno, su misión siempre fue clara como el agua: llevar socorro a los débiles, valor a los débiles de corazón. Matar a los dragones del escepticismo, dondequiera que surjan. El crecimiento económico es solo un truco de confianza. Mientras nos lo creamos, sucederá. Todo estará bien, y todo estará bien, y sea lo que sea estará bien.4

Siempre hay muchos dragones. Este año no fue una excepción: Europa preocupada por el auge del populismo. Australia angustiada por los incendios que seguían arrasando durante su largo «verano negro». Estados Unidos preocupado por la guerra comercial con China. Casi todos, de repente, preocupados por el carbono. El cambio climático fue el ganador sorpresa de la lucha por la atención de este año. Las huelgas escolares de 2019 acabaron llevando el asunto a encabezar la lista de riesgos a largo plazo para el crecimiento que prepara el Foro.

Lo nunca visto. Contra todo pronóstico, surgió en Davos un amplio –que no del todo unánime– consenso de que había que hacer algo antes de que las inundaciones y los incendios forestales, o los molestos activistas que de vez en cuando impedían el paso a las limusinas que entraban y salían de la ciudad, descarrilaran el vagón económico.

«La impaciencia de nuestros jóvenes es algo que debemos aprovechar», dijo Angela Merkel a los asistentes. Se refería, por supuesto, al liderazgo excepcional mostrado por la joven activista sueca Greta Thunberg, quien se encontraba en la ciudad por segunda vez, diciendo la verdad al poder con la extraordinaria claridad de un vidente. Desde luego, daba el cante. Este año, la simplicidad de su mensaje había atraído a toda una nueva generación de activistas a un campo de batalla que apenas podían reconocer. Miraron a su alrededor con desafío y asombro. La canciller alemana no fue la única veterana a la que le saltó alguna lágrima de simpatía.5

No todos se dejaron impresionar. «¿Es esta la economista jefa, o qué? No lo entiendo», bromeó el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steven Mnuchin, una ocurrencia de la que se habrá arrepentido casi al instante. «Cuando haya estudiado economía en la universidad, que vuelva y nos lo explique». Metiste la pata, Steven. Déjalo ya.6

Pero no podían, por supuesto. Dejarlo ya. El presidente estadounidense estaba decidido a elevar este disparate al rango de credo inmortal. «Para abrazar las posibilidades del mañana, debemos rechazar a los sucesivos profetas de la desgracia y a sus predicciones apocalípticas», proclamó Trump. «Son los descendientes de los tontos adivinos de antaño». Nuestro héroe contempla la sabana de rostros mirando al horizonte de oportunidades infinitas. Me imagino, en algún lugar, a un redactor de discursos sonriendo, autocomplaciente, engreído. La vida es solo una película de Hollywood. Mala.7

El paraíso es una tierra creada con una mentalidad de frontera. Quémalo, excávalo, edifica sobre él. El progreso es un lugar que está en obras. Por ahora, puede que parezca desordenado, pero los centros comerciales y condominios del mañana ofrecerán un glorioso panorama. Que se mueran los que dudan de ello. Los niños que van a la escuela, los huelguistas climáticos, los rebeldes de la extinción: que se vayan todos al infierno. Malditos sean los descendientes de los tontos adivinos de antaño. El optimismo obligatorio es la tendencia. Y lo que deslumbra por su obviedad es borrado de los discursos del poder.

La capa de nieve que recubre Davos adelgaza un poco más cada año. La temporada de esquí alpino es un mes más corta que cuando Klaus Schwab fundó el Foro en 1971. El clima está cambiando. El hielo se está derritiendo. Un millón de especies están en peligro de extinción. Estamos cambiando los equilibrios ecológicos de formas totalmente impredecibles. Algunas de ellas resultaron ser mortales. El planeta finito al que llamamos hogar está siendo modificado, quizá de manera irreversible, por la expansión masiva de la actividad humana que desfila bajo el seductor estandarte del progreso. Pero, por favor, no nos llamen la atención sobre estas realidades. Nos costó tanto trabajo ignorarlas.8

En otro momento revelador desde el mismo escenario de Davos, el recién elegido canciller de Austria aprovechó su tiempo en el púlpito para pedir una Europa más innovadora, más progresista y más dinámica. A los 33 años, Sebastian Kurz acababa de convertirse en el jefe de Estado más joven del mundo por segunda vez en el lapso de muchos años. Reprendió el «pesimismo» de la economía europea más antigua y elogió el dinamismo de los más jóvenes y «más hambrientos». Haciéndose eco de la retórica de la frontera, pidió un optimismo renovado, más innovación, un crecimiento más rápido. Hasta aquí, nada nuevo.

Pero más adelante, Kurz reconoció algo curioso. «Hace poco estuve en un debate sobre varias filosofías: una sociedad posterior al crecimiento», les dijo a sus oyentes. «Nos decían que quizá sería bueno que un país no creciera, que sería mejor medir la felicidad en lugar del crecimiento económico». La confesión despertó interés. Una leve sonrisa se dibujó en los labios del joven. Por un momento, uno casi se cree que llegó, por fin, una generación de políticos más sensatos. Que ahora las cosas cambiarían. «Todo eso suena maravilloso y romántico», dijo. Sus ojos brillaron, cómplices. «¡Pero con felicidad no se pagan las pensiones!»9

Kurz había presentado la sociedad del poscrecimiento tan solo para desecharla enseguida como una noción utópica y blandengue, sin fundamento real. Sin embargo, en cuestión de semanas, esa negación fácil parecía sabiduría del ayer. El final del enero más cálido del que hay registro trajo consigo una dura lección. Pocos eran conscientes de ello, incluso en el privilegiado Davos. Algunas mentes demasiado ansiosas pueden haber albergado sospechas furtivas. Unos cuantos políticos sin escrúpulos habían utilizado información privilegiada para poner su riqueza personal a buen recaudo ante el peligro de un colapso financiero. Pero la mayoría lo ignoraba o lo negaba. Nadie podía haber predicho el alcance de la profunda conmoción económica y social que estaba a punto de sufrir un mundo desprevenido. Cuando Trump pronunció su elogio de la frontera, Li Wenliang, un joven médico chino, luchaba por su vida en el Hospital Central de Wuhan.10

Menos de un mes antes, Li había alertado al mundo del hecho de que una nueva cepa de coronavirus, desconocida y de inusitada virulencia, estallara en un área de la ciudad ocupada por un mercado de animales. Sus quejas le valieron severas reprensiones. Moriría dos semanas después: una estadística heroica en la alarmante curva exponencial de una pandemia rampante. Li sería la primera de muchas muertes innecesarias y de todo en todo prevenibles, ya que los trabajadores de primera línea perdieron la vida cuidando a los demás.11

En cuestión de semanas, la economía mundial se hundiría en una crisis existencial. La negación daría paso al caos. El caos, a la conveniencia. La conveniencia lo volcaría todo. La normalidad se evaporaría poco más que de la noche a la mañana. Empresas, hogares, comunidades, países enteros entraron en confinamiento. Incluso el ansia por el crecimiento disminuiría por un tiempo ante la urgencia de proteger la vida de las personas. Junto con un recordatorio incómodo de lo que más importa en la vida, nos estaban dando una lección de historia sobre cómo se ve la economía cuando el crecimiento desaparece por completo. Y algo quedó claro enseguida: el mundo moderno no ha visto antes nada parecido en ningún aspecto.

En algún momento encontraremos mejores términos para describir el mundo en que vivimos. El lenguaje se sitúa demasiado cerca del objeto de su escrutinio. La felicidad puede o no ser la moneda de pago de las pensiones del mañana. Para entonces, nuestras miras habrán sido recalibradas. Nuestra visión se habrá renovado. Tendremos la capacidad de articular un futuro para nuestra economía libre de los grilletes que atan nuestra creatividad al lenguaje de un dogma obsoleto.

Pero a día de hoy Poscrecimiento sigue siendo un marco mental necesario. Incluso en pleno cambio, seguimos obsesionados con el crecimiento. Poscrecimiento es una forma de pensar qué podría ocurrir cuando acabe esa obsesión. Nos invita a explorar nuevas fronteras para el progreso social. Apunta hacia un terreno por descubrir, un territorio inexplorado donde la abundancia no se mide en dólares y la plenitud no es el resultado de la acumulación incesante de riqueza material.

La vida después del capitalismo fue un subtítulo hipotético, especulativo, para este libro. Una invitación al lector a imaginar nuestro modelo económico dominante como algo pasajero; un remanente casi moribundo de viejas formas de ser; no la verdad inamovible e inmutable que pretende ser. Durante los primeros meses de la redacción de este libro, el capitalismo fue desmontado, pieza por pieza, en un esfuerzo cada vez más asombroso por salvar vidas y rescatar la normalidad. Durante el año 2020, el mundo fue testigo del experimento más extraordinario de no capitalismo que podamos imaginar. Ahora sabemos que tal cosa no solo es posible; bajo ciertas circunstancias, es esencial. El objetivo de este libro es formular las oportunidades que nos esperan en este traspaís apenas vislumbrado.12

Poscrecimiento es una invitación a aprender de la historia. Una oportunidad para liberarnos de las creencias fallidas del pasado. Tal como la poeta y activista de los derechos civiles Maya Angelou invitó una vez al pueblo estadounidense a hacer en el poema que dio inicio a este prólogo. Su función, ahora mismo, es ayudarnos a reflexionar con honestidad sobre la situación en la que estamos. Su tarea más profunda es hacer que elevemos la mirada del suelo de una economía inquinada y vislumbrar otra forma de ver lo que podría significar el progreso humano. Pronto no será necesario. Su poder para hoy es liberar nuestros labios del mantra de ayer y hacer que podamos articular un mañana distinto.

1. «On the Pulse of Morning» de ON THE PULSE OF MORNING de Maya Angelou, copyright © 1993 de Maya Angelou. Reproducido previa autorización de Random House, un sello y división de Penguin Random House LLC. Reservados todos los derechos. Este poema fue recitado por Maya Angelou en la toma de posesión del presidente estadounidense Bill Clinton, el 20 de enero de 1993 (ver Angelou, 1993). La presentación se puede encontrar aquí: https://www.youtube.com/watch?v=59xGmHzxtZ4

2. Shakespeare, La tempestad, acto 2, escena 1.

3. Berger (1967, p. 22).

4. Historia del WEF: https://www.weforum.org/about/history. «Todo estará bien», de Revelaciones del amor divino, por Juliana de Norwich. En línea: https://www.gutenberg.org/ebooks/52958(inglés).

5. Merkel en Davos: https://www.theguardian.com/business/live/2020/jan/23/davos-2020-javid-merkel-soros-us-brexit-trump-trade-wef-business-live?page=with:block-5e299d708f0879d539efd9c5. Ver también: https://www.bundesregierung.de/breg-en/news/speech-by-federal-chancellor-dr-angela-merkel-at-the-2020-annual-meeting-of-theworld-economic-forum-in-davos-on-23-january-2020-1716620

6. Mnuchin: https://time.com/5770318/steven-mnuchin-greta-thunberg-davos/

7. Trump vs. Greta: https://www.cnbc.com/2020/01/21/our-house-isstill-on-fire-greta-thunberg-tells-davos.html

8. Nieva menos en los Alpes: https://time.com/italy-alps-climate-change/

9. Sebastian Kurz en Davos: https://www.weforum.org/events/world-economic-forum-annual-meeting-2020/sessions/a-conversationwith-sebastian-kurz-federal-chancellor-of-austria-db08d177be

10. El enero más caluroso: https://edition.cnn.com/2020/02/13/weather/warmest-january-noaa-climate-trnd/index.html. Uso de información privilegiada: https://fortune.com/2020/03/20/senators-burr-loeffler-sold-stock-coronavirus-threat-briefings-in-january/

11. Muerte de Li Wenliang: https://edition.cnn.com/2020/02/06/asia/li-wenliang-coronavirus-whistleblower-doctor-dies-intl/index.html

12. El sugerente título de Wolfgang Streeck –¿Cómo terminará el capitalismo?– (Streeck, 2016) influenció de modo considerable en mi elección del subtítulo del presente libro. Pero también tengo que prestar aquí mi homenaje al excelente Cuatro futuros de Peter Frase, quien utilizó el mismo subtítulo (Frase, 2016).

El mito del crecimiento

Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y lo único de lo que sois capaces de hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno.

Greta Thunberg, septiembre de 201913

Demasiado, y durante demasiado tiempo, parece ser que hemos renunciado a la excelencia personal y los valores comunitarios en nombre de la mera acumulación de cosas materiales.

Robert F. Kennedy, marzo de 196814

Día de San Patricio, 17 de marzo de 1968. Era una tarde de domingo templada como pocas. La brisa nocturna prometía una primavera temprana cuando el senador Robert F. Kennedy llegó a Kansas desde Nueva York. Ese mismo día había anunciado su candidatura presidencial. Para postularse, se tendría que enfrentar al presidente en funciones, Lyndon B. Johnson. Senador contra presidente; demócrata contra demócrata: parecía avecinarse una lucha reñida y, para Kennedy, el éxito no estaba asegurado en absoluto.15

Pero cuando bajó a la pista de Kansas City, él y su esposa Ethel fueron asediados por un par de miles de simpatizantes que rompieron un cordón policial y cruzaron la pista, gritando «¡Vamos, Bobby, vamos!» y pidiéndole que hiciera un discurso. No había nada preparado, ni siquiera megáfono. Así que Kennedy correspondió con algunos comentarios al viento, antes de darse cuenta de que apenas podían oírle. «Este ha sido mi primer discurso de campaña», dijo. «Ahora aplaudamos todos». Él aplaudió, el público aplaudió y todos se rieron. Parecía un inicio auspicioso para una campaña presidencial.

El senador aún se veía nervioso la mañana siguiente, cuando llegó a la Universidad Estatal de Kansas (KSU) para el primer discurso formal de la campaña. Lo había escrito con esmero y a propósito para la ocasión su redactor de discursos, Adam Walinsky. Las primeras impresiones importan. Nadie del equipo de campaña pudo predecir su impacto. Kansas era uno de los estados más conservadores del país, leal al establishment y a la bandera estadounidense. Quizá era el último lugar del que se podría esperar simpatía por el mensaje contra la guerra de Bobby Kennedy.

Abrió, de forma muy hábil, con una cita de William Allen White, exeditor de un periódico de Kansas. «Si nuestros institutos y universidades no forman (a estudiantes) que se alborotan, que se rebelan, que atacan la vida con toda la visión y el vigor de la juventud, entonces algo va mal en nuestros institutos», dijo. «Cuantos más disturbios surjan en nuestros campus universitarios, mejor será el mundo mañana». Era un llamamiento sincero a la generación que había sacado el movimiento de protesta anti-Vietnam de los guetos y lo había llevado a los campus de las universidades de la clase media liberal en todo Estados Unidos. A los estudiantes les encantó. La salva de apertura de Kennedy fue recibida con un «rugido feliz».16

El entusiasmo era palpable. Los estudiantes, en el pasillo, algunos de ellos encaramados en las vigas, vitorearon con frenesí el ataque sin concesiones de RFK a la guerra de Vietnam, su desprecio por la Administración de Johnson y su indignación por el moralismo básico de las políticas estadounidenses de aquel entonces en el país y en el extranjero. La suya no fue una incursión inicial cautelosa en una campaña presidencial más bien prudente. Era dinamita. La recepción fue mejor de lo que nadie se había atrevido a esperar. Testigos oculares describen cómo un periodista, el fotógrafo de Look Magazine, Stanley Tettrick, se vio rodeado por una turba de estudiantes, tratando de mantenerse de pie en medio del pandemonio, mientras gritaba a nadie en particular: «¡Esto es Kansas, maldito Kansas! ¡Él va hasta el final!».17

Bobby Kennedy no fue, como nos diría la historia, «hasta el final». Pero nadie lo sabía el día de la inauguración de esa fatídica campaña presidencial. Todo el equipo estaba en éxtasis. La campaña estaba lanzada. Los periodistas tenían su historia; y la cobertura de los medios no le haría ningún daño a su candidato. Hubo una palpable sensación de alivio cuando la comitiva se dirigió al segundo discurso del día en el gran competidor deportivo de la KSU, la Universidad de Kansas.

Walinsky pasó el corto viaje redactando de nuevo el discurso que había preparado para el segundo evento. Había sido concebido como una conferencia más amena y sopesada, que mostrara un lado más reflexivo e intelectual del senador. En particular, contenía un segmento relativo a los usos y abusos del Producto Interior Bruto (PIB) –principal indicador del crecimiento económico–. Era un tema extraño, casi esotérico para un discurso de campaña. Un testimonio del radicalismo de la visión política de Kennedy.

Sorprendido y contento por la respuesta entusiasta a su discurso matutino, Kennedy quería hacer doblete por la tarde. Así que le ordenó a su redactor que apartara el contenido sobrio y le diera a la charla un poco de la salpimienta matutina. El resultado fue lo que podría llamarse de manera afectuosa un mash-up: partes de discursos anteriores (incluido el de la KSU) entremezclados con anécdotas y algunas bromas oportunas. Se mantuvo la sección sobre el PIB. Y ese simple capricho del destino resultaría de enorme relevancia para este libro y, de hecho, para la vida de su autor, que era apenas un niño cuando todo aquello ocurrió.18

El mito importa

Cada cultura, cada sociedad, se aferra a un mito para vivir. El nuestro es el mito del crecimiento. Mientras la economía siga creciendo, nos sentimos seguros de que la vida va a mejor. Creemos que estamos avanzando, no solo como individuos sino como sociedad. Nos persuadimos de que el mundo del mañana será un lugar más luminoso para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos. Cuando sucede lo contrario, la desilusión asoma. El colapso amenaza nuestra estabilidad. Oscurece el horizonte. Y estos demonios –por reales que sean en una economía que depende totalmente del crecimiento– se crecen ellos mismos aún más ante la pérdida de fe en la narrativa central que nos sostiene: el mito del crecimiento.

Utilizo aquí la palabra «mito» en el sentido más amable posible. El mito importa. Las narrativas nos sostienen. Crean nuestros mundos mentales y moldean nuestras conversaciones sociales. Legitiman el poder político y suscriben el contrato social. Jurar lealtad a un mito no es incorrecto de por sí. Todos lo hacemos, de una forma u otra, implícita o explícitamente. Pero reconocer el poder de un mito no siempre es aprobarlo. A veces los mitos nos funcionan. A veces operan en nuestra contra.

Cuando permanecen es por alguna razón. El crecimiento económico trajo consigo una extraordinaria abundancia. Sacó a millones de personas de la pobreza. A los bastante ricos y afortunados les proporcionó vidas de increíble comodidad, lujo y complejidad. Brindó oportunidades que nuestros antepasados quizá no podrían haber imaginado. Facilitó el sueño del progreso social. Nutrición, medicina, vivienda, movilidad, vuelos, conectividad, entretenimiento: estos son algunos de los frutos del crecimiento económico.

Sin embargo, la explosión masiva de la actividad económica también causó estragos sin parangón en el mundo natural. Estamos perdiendo especies más rápido que en cualquier otro momento de la historia humana. Los bosques son diezmados. Los hábitats, perdidos. La tierra arable está amenazada por la expansión económica. La incertidumbre climática está socavando nuestra seguridad. Los incendios consumen franjas enteras de tierra. El nivel del mar sube. Los océanos se acidifican. La riqueza a la que aspiramos fue comprada a un precio que no podíamos pagar. El mito que nos sostuvo está en vías de liquidarnos.

Mi objetivo aquí no es enumerar estos impactos o documentar sus daños. Ya hay muchos informes excelentes que están disponibles. «Durante más de treinta años, la ciencia fue clara como el agua», recordó Greta Thunberg en la Conferencia Climática de la ONU en 2019. Sus palabras se convirtieron en un meme cultural. Incluso generaron interpretaciones artísticas y musicales que van más allá del público científico. Las pruebas incontestables que las sostienen se hallan en innumerables páginas de trabajo ampliamente accesible.19

Mi intención es retomar el desafío más profundo que la joven Greta Thunberg lanzó. Más allá de los «cuentos de hadas del crecimiento económico» hay un mundo complejo que reclama nuestra atención. Esos cuentos de hadas forman parte del código-guía de la economía moderna. Ahí estuvieron durante décadas y aún siguen distorsionando nuestra comprensión del progreso social. Nos impiden pensar nuestra condición humana más allá de la superficie.

La tesis general de este libro es que vivir bien no tiene por qué costar la Tierra. El progreso material cambió nuestras vidas, en muchos aspectos para mejor. Pero el peso de tener puede ofuscar la alegría de pertenecer. La obsesión por producir puede distorsionar el sentimiento de realización que nos da el hacer. La presión de consumir puede socavar la simple levedad del ser. Recuperar la prosperidad no es tanto una cuestión de renuncia como de oportunidad.

Este libro aborda las condiciones bajo las cuales prosperamos; va en busca de nuestro potencial para vivir vidas mejores: que nos llenen y satisfagan más, que sean más sostenibles. El fin del crecimiento no es el fin del progreso social. Poner coto al imperio de la expansión material no tiene nada que ver con renunciar a la prosperidad humana. Otro mundo (mejor) es posible. Esto fue obvio… al menos desde Kansas.

Cuando Kennedy llegó al «Phog» Allen Fieldhouse, sede del equipo de baloncesto de la Universidad de Kansas, el ambiente era electrizante. Más de veinte mil personas se habían agolpado en el estadio: estudiantes y personal, periodistas y comentaristas, desparramándose sobre la cancha amarilla, dejando solo un pequeño círculo para que Kennedy se posicionara tras un atril de madera, repleto de micrófonos.

Abrió con lo que debió de ser una broma más o menos espontánea. «Realmente no estoy aquí para dar un discurso», bromeó. «Vengo de la (Universidad de) Kansas State y ellos quieren enviarles su amor a todos ustedes. Lo hicieron. No hablan allí de otra cosa, solo de lo mucho que os quieren». La rivalidad entre las dos mejores universidades de Kansas era legendaria. El feroz Sunflower Showdown, el enfrentamiento que oponía a los dos equipos de baloncesto venía trabándose desde 1907. El público estalló en risas. Ya lo amaban. Con eso bastaba, aparentemente, para que él les impartiera un poquito de macroeconomía.20

Un poquito de macroeconomía

Para simplificarlo al máximo, el PIB es una medida del tamaño de la economía de un país: cuánto se produce, cuánto se gana y cuánto se gasta en todo el país. Se cuenta, por supuesto, en valores monetarios: dólares, euros, yuanes, yenes. Es la medida principal, dentro de un complejo Sistema de Cuentas Nacionales, que desde 1953 constituyó el estándar internacional para medir el desempeño económico de una nación. Desarrolladas durante la Segunda Guerra Mundial, las cuentas fueron motivadas en parte por la necesidad de determinar cuánto podían dedicar los gobiernos al gasto militar.21

En 1968, el valor del PIB se había convertido en un indicador casi omnipresente de éxito político. La formación del Grupo de los Siete (G7) a principios de la década de 1970 y del Grupo de los Veinte (G20) en la de 1990 cimentó su influencia. Este valor se convirtió en el indicador de política más importante en todo el mundo. Durante más de medio siglo se mantuvo como significante impar del progreso social. Tanto más extraordinario, por eso mismo, criticarlo en el día de apertura de una campaña presidencial.

Cuando Kennedy empezó a hablar de economía, la multitud se tranquilizó, me dijo Walinsky, atento al contenido y a la retórica de la visión del senador. El argumento en sí era de una simplicidad deslumbradora. Resulta que esa estadística en la que creemos a pies juntillas cuenta las cosas equivocadas. Incluye demasiados «males» que nos restan calidad de vida y excluye demasiados «bienes» que realmente nos importan. El PIB «cuenta la contaminación del aire y la publicidad del tabaco, así como las ambulancias que limpian nuestras carreteras de la carnicería», dijo Kennedy al gentío de la Universidad de Kansas:

Cuenta cerraduras especiales para nuestras puertas y cárceles para quienes las rompen. Cuenta la destrucción de la secuoya y nuestras maravillas naturales que se pierden con la expansión caótica. Cuenta napalm y cuenta ojivas nucleares y vehículos blindados para que la policía combata los disturbios en nuestras ciudades. Cuenta el rifle de Whitman y el cuchillo de Speck, y los programas de televisión que ensalzan la violencia para vender juguetes a nuestros hijos.22

E incluso si se equivoca contando todas estas cosas como beneficios para nosotros, hay muchos aspectos de nuestras vidas que se quedan fuera, sin más, de la estadística. La desigualdad en nuestra sociedad. La contribución de quienes no son remunerados. El trabajo de quienes cuidan a los jóvenes y ancianos en el hogar. No cuenta «la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o la alegría de sus juegos». Se echa en falta «la belleza de nuestra poesía… la inteligencia de nuestro debate público… la integridad de nuestros funcionarios públicos».

Sería todo un hallazgo encontrar hoy a un político hablando en esos términos. Nos fuimos quedando cada vez más atrapados en el lenguaje del crecimiento. Nuestra política se fue alejando cada vez más de la decencia, la integridad y el sentido de servicio. Nuestra obsesión con el PIB tiene parte de la responsabilidad de esto. Ese valor aislado «no mide ni nuestro ingenio ni nuestro valor como personas, ni nuestra sabiduría ni nuestro aprendizaje, ni nuestra compasión ni nuestra devoción por nuestro país», concluyó Kennedy. «Mide todo, en resumen, excepto lo que hace que la vida valga la pena». Al final de su crítica, hizo una pausa breve. El público empezó a aplaudir. No con la euforia de los vítores anteriores, observó Walinsky. «Ese aplauso fue serio, reflexivo. Pero parecía que podría durar el día entero», dijo.

Es difícil dar una idea exacta de cuán extraordinario fue el discurso de Kennedy ese día. A finales de la década de 1960, la economía estadounidense crecía alrededor del 5% anual. Se suponía que esos niveles de crecimiento continuarían de modo indefinido. La economía misma se construyó en torno a la creencia de que siempre lo harían. Sin embargo, aquí había un político, no uno cualquiera, sino uno que aspiraba a ser presidente de la economía más grande del planeta, cuestionando el shibboleth más intocable del capitalismo: la acumulación incesante de riqueza.23

Medir la economía viva y decir que el progreso nunca fue y nunca será el camino hacia una prosperidad duradera. Ese fue el mensaje contundente de RFK a los estudiantes de Kansas, transmitido de manera tan elocuente. Estaba destinado a convertirse en el discurso más emblemático de una crítica al PIB que perdura hasta hoy.24

La historia que hay detrás

Me quedé fascinado con ese día en Kansas durante mucho tiempo, sobre todo después de que se recuperara de un sótano una grabación en vivo del discurso de la Universidad de Kansas hace unos veinte años. Sentí un escalofrío de emoción histórica en lo que todavía era un debate marginado. A lo largo de los años transcurridos, empecé a dar por sentado que ese debate sí existía. Las palabras de RFK pasaron a formar parte del vocabulario común de quienes critican el crecimiento económico o las herramientas utilizadas para medirlo.

Sin embargo, dio por preguntarme cada vez más de dónde venían sus ideas. ¿Cómo pudo colarse una crítica del poscrecimiento en un discurso de campaña presidencial en aquel momento y lugar? ¿Qué motivó a aquel hombre, en aquel entonces, a tomar una posición tan contracultural en lo que debe haber parecido un debate bastante arcano? Si pudiera contestar a estas preguntas, quizá empezaría a entender por qué se tardó más de medio siglo en tomar esas ideas un poco en serio. Y por qué, en gran parte, siguen siendo ignoradas o rehuidas.

En un evento organizado para el quincuagésimo aniversario del discurso, tuve la ocasión de compartir una mesa redonda con Kerry Kennedy, fundadora de la Fundación de Derechos Humanos RFK e hija de Bobby Kennedy. Me interesaba mucho averiguar si ella sabía algo más que yo acerca de los orígenes de su pensamiento sobre el crecimiento económico. Pero cuando su padre estaba en Kansas ella todavía era una niña. Y aunque su labor continuaba el legado de su padre, haciendo campaña por los derechos humanos, las particularidades del PIB le resultaban un terreno extraño. Según me dijo, hasta ese mismo día del evento en que coincidimos, no se había percatado del significado de ese discurso.

Sin embargo, nuestra conversación me llevó de forma crucial al testimonio de Adam Walinsky, quien enseguida se mostró receptivo a mi sed de más información. Además, me dejó bastante claro que él mismo no había sido el inspirador de esas ideas. Procedían de RFK. «Yo las escribí, elegí las palabras», dijo. «Pero fue él quien eligió todos los ejemplos: eran temas de los que venía hablando desde que llegamos al Senado. Por eso, todo el discurso habla del país que él quería realmente que fuéramos. Se trataba de su visión de Estados Unidos y de aquello a lo que deberíamos aspirar».

Seguí con la investigación y descubrí dos vínculos esenciales en el trasfondo intelectual del pensamiento de RFK. Uno fue el liberalismo estadounidense de mediados del siglo xx, que comenzaba a explorar los descontentos de una sociedad basada en el consumismo. El otro fue el impacto asombroso que causó Primavera silenciosa de Rachel Carson. Publicado en 1962, durante mucho tiempo se ha considerado que ese libro impulsó por sí solo el movimiento ecológico moderno. Es muy probable que tuviera influencia en los Kennedy. El hermano de Bobby, el presidente John F. Kennedy, apoyó a Carson durante la redacción del libro y respaldó su trabajo contra la feroz oposición de la industria cuando apareció por primera vez en público.

El «ecologismo lujuriante» de la Administración JFK se consolidó en un discurso pronunciado por uno de sus asesores más cercanos durante la exitosa campaña electoral de 1960, el juez de la Corte Suprema William O. Douglas. Bobby Kennedy y Douglas habían sido amigos desde los años cincuenta. Juntos habían practicado senderismo por rutas salvajes. El amor de RFK por la naturaleza nació, al menos en parte, de su familiaridad con ella. Douglas fue un aliado entusiasta en la lucha por una política más ecológica. «La preservación de valores que la tecnología destruirá […] es, de hecho, la nueva frontera», declaró en una Conferencia sobre Áreas Silvestres en San Francisco.25

Los liberales estadounidenses se hicieron eco de ese sentimiento. En el debate que generó, dos intelectuales destacaron por encima de los demás (uno de ellos, en sentido literal: el economista John Kenneth Galbraith medía más de dos metros). Galbraith había dedicado unos textos mordaces a las dudosas recompensas del consumismo. En el pasaje más citado de su éxito de ventas La sociedad opulenta (1958), escribió:

La familia que hace una excursión en su coche color malva y cereza, con aire acondicionado, dirección asistida y servofreno, atraviesa ciudades mal pavimentadas, desfiguradas por la basura a la vista, los edificios desconchados, los carteles publicitarios, y los postes para tendidos eléctricos, que deberían ser subterráneos desde hace mucho tiempo.26

Su colega de Harvard y antiguo vecino, Arthur Schlesinger, se había referido en un tono muy similar a la incongruencia de la riqueza ostentosa en medio de la creciente miseria pública. En un panfleto –El futuro del liberalismo– escrito en 1956, se quejó de que:

Bienes de consumo con cada vez más funcionalidades y sofisticaciones nos salen por las orejas mientras nuestras escuelas se llenan a abarrotar y se vacían de recursos, nuestros maestros están más cansados y mal pagados, nuestros patios de recreo más abarrotados, nuestras ciudades más sucias, nuestras carreteras más congestionadas y sucias, nuestros parques más descuidados, nuestra aplicación de la ley más laboriosa e inadecuada.27

Ambos hombres fueron más tarde asesores de los Kennedy durante la Administración de JFK. Las bases para una crítica del PIB habían sido establecidas por dos debates culturales importantes de la época, ambos críticos con el sueño americano, uno por razones sociales, el otro por razones ecológicas. Pero, al final, la inspiración para el discurso de Bobby Kennedy en la Universidad de Kansas sigue siendo producto de la experiencia, el conocimiento y la empatía de un solo hombre. Quizá no haga falta ninguna explicación más.

«No todo está bien»

Casi tan curioso como la historia que hay detrás del discurso de Kansas es su legado permanente. Había mucho allí de tópico con relevancia inmediata. Había mucho, también, de un compromiso más profundo y filosófico con la naturaleza del progreso humano. Pero, de aquel discurso, lo que pervivió en las décadas siguientes fue un aspecto no tan filosófico y más bien técnico. Más allá de la retórica yacía un problema de medición muy bien definido: el principal indicador de éxito económico que los gobiernos utilizan no sirve.

La medición es un tema técnico por excelencia. ¿La medida que estamos usando es apta para el propósito o no? ¿Importan sus limitaciones? ¿Se pueden abordar? ¿Qué tipo de ajustes podríamos efectuar para que funcione mejor? Aquí había algo más fácil de arreglar que nuestra obsesión con el crecimiento. Aquí había un espacio bastante seguro como para permitir que incluso los más precavidos coquetearan con las ideas de Bobby Kennedy sin tener que enfrentarse al desafío más profundo que planteaban. Se tomaron su tiempo para unirse a la fiesta, todo hay que decirlo. Pero al final llegaron algunos invitados inesperados.

El programa Más allá del PIB (Beyond GDP) de la Comisión Europea en 2007 y la Comisión sobre la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social de la OCDE en 2014 fueron testimonio de nuestro apetito por los aspectos técnicos de la medición. Incluso el Foro Económico Mundial pudo hablar de alternativas al PIB en términos positivos. En el camino, de alguna manera, las palabras de Kennedy se volvieron icónicas. Fueron citadas una y otra vez, no solo por «lunáticos, idealistas y revolucionarios», sino incluso, alguna u otra vez, por recientes candidatos presidenciales y primeros ministros conservadores.28

Las discusiones relativas a la medición constituyen un espacio de verdadera innovación política en un debate que todavía lucha por deshacerse del fardo ideológico del crecimiento. Países tan distintos como Bután, Nueva Zelanda, Finlandia y Escocia empezaron (en la mayoría de los casos, hace muy poco) a desarrollar nuevas formas de medir el progreso. Algunas de estas iniciativas proporcionan lo que a veces se denomina «cuentas satélite», sin desafiar nunca del todo el dominio del PIB. Otros hacen un intento genuino de integrar las alternativas en la política económica y las decisiones presupuestarias.29

Estos debates son importantes. La medición es importante. «Si medimos mal, hacemos mal», argumentó Joseph Stiglitz, laureado con el Nobel de Economía, quien copresidió el grupo de la OCDE: «Si nuestras medidas nos dicen que todo está bien cuando en realidad no lo está, seremos complacientes», dijo hace poco. «Y debe quedar claro que, a pesar de los aumentos del PIB, a pesar de que la crisis de 2008 fue superada, no todo está bien».30

Y, sin embargo, la crítica del crecimiento en sí mismo, el auténtico estribillo del poscrecimiento que recorre el discurso de Kennedy, apenas se escucha hoy en día. En la práctica, fue ignorado durante décadas por la política dominante. Gracias al activismo juvenil, logró más visibilidad. Pero incluso hoy se presenta sobre todo como una anomalía curiosa, en clara discrepancia con el discurso comúnmente aceptado. La sonrisa de Kurz en Davos decía mucho. Primero, te ignoran. Luego se ríen. Hasta que, de repente, la realidad se nos echa encima y ya no podemos no enfrentarla.

El estado estacionario

Casi por las mismas fechas en que Kennedy habló en Kansas, un joven agroeconomista llamado Herman Daly estaba a punto de publicar su primer artículo de divulgación. Había estado trabajando en él desde 1965. El argumento principal de «La economía como ciencia de la vida» era que, en última instancia, la economía y la biología estaban ambas involucradas en el estudio de una y la misma cosa: el proceso de la vida en sí.

Es un sentimiento que apunta directo al corazón de los argumentos que quiero desarrollar en este libro. Un llamamiento a los economistas para que entiendan que la economía no es un aspecto separado ni siquiera separable del mundo natural, sino un «subsidiario en total propiedad» del medio ambiente. Daly estaba en Brasil cuando envió el artículo al prestigioso Journal of Political Economy, sin acceso a equipamiento de oficina sofisticado. De ahí que el manuscrito fuera un borrador con correcciones escritas a mano. Para su sorpresa, fue aceptado de inmediato. Fue impreso en mayo de 1968, solo un par de meses después de la crítica de Kennedy al PIB.31

Fue una casualidad tan extraña que no pude evitar preguntarme si Daly habría tenido conocimiento del discurso de Kennedy o incluso si tendría alguna relación con él. Me dijo que solo se enteró de aquello mucho más tarde. Pero conocía, por supuesto, las dos influencias directas en Kennedy —Primavera silenciosa de Carson y los escritos de los liberales estadounidenses. En particular, La sociedad opulenta de Galbraith le había causado un profundo impacto cuando era un joven estudiante de economía.32

En los años que siguieron a la publicación de «La economía como ciencia de la vida», Daly empezó a desarrollar cada vez más la ciencia que se conoció como «economía ecológica». La cuestión de la escala ocupaba el centro de su investigación. ¿Cómo puede la economía humana seguir creciendo cuando las dimensiones del planeta son inevitablemente finitas? En última instancia, argumentó Daly, no puede. A principios de la década de 1970, publicó los fundamentos de lo que empezó a llamar la «economía del estado estacionario», definida como una economía con una población y un stock de capital constantes. En lo esencial, este stock constante tenía que ser lo suficientemente pequeño como para que el flujo de material y energía necesarios para mantenerlo estuvieran dentro de la capacidad de carga del planeta. De lo contrario, en algún momento colapsaría. Era «una extensión del modelo de los demógrafos de una población estacionaria para incluir las poblaciones de artefactos físicos», escribió en 1974. La misma idea fundamental «se encuentra en la discusión del (economista) John Stuart Mill sobre el estado estacionario de la economía clásica».33

Aquí llegamos a uno de los aspectos más curiosos del mito cultural. Cada cultura es ciega con respecto a su propia naturaleza mítica. Estamos condenados a vivir dentro de la burbuja. Al igual que el personaje de Jim Carrey, Truman Burbank, en la película de Peter Weir El show de Truman, todo parece ser real. Las rutinas de nuestra vida y los límites de nuestro mundo parecen inmutables. Desde el interior de la burbuja, el crecimiento es la norma irreductible y el concepto de estado estacionario parece una cosa de locos, una aberración. Pero basta con distanciarnos un segundo para que los roles se inviertan por completo. Uno de los padres fundadores de la ciencia económica ya escribió sobre la economía del poscrecimiento hace dos siglos y medio.

John Stuart Mill profesaba una profunda aversión por la sociedad que estaba surgiendo a su alrededor en el apogeo de la revolución industrial. «No me seduce el ideal de vida que sostienen quienes piensan que el estado normal del ser humano es el de luchar por salir adelante, que el pisotear, aplastar, dar codazos y pisar los talones, que forman parte de la actual vida social, son lo más deseable de la humanidad», escribió en sus Principios de economía política, publicados en 1848. Sobre el estado estacionario admitió: «No puedo considerarlo con la misma aversión no afectada que los economistas políticos de la vieja escuela tan a menudo manifiestan hacia él». Por el contrario, afirmó: «Me inclino a creer que supondría, en general, una mejora muy considerable con respecto a nuestra condición actual».34

En otras palabras, el gran economista clásico decía esto: un mundo posterior al crecimiento puede ser un lugar más rico, no más pobre, para todos nosotros. Y es esa visión de un mundo más rico, más equitativo y satisfactorio, vislumbrado por Mill, exigido por Kennedy y desarrollado por Daly, la que inspira los argumentos de este libro.

El viaje de este libro

Nuestra visión predominante del progreso social depende por desgracia de una falsa promesa: que siempre habrá más y más para todos. Forjado en el crisol del capitalismo, este mito fundacional se desmoronó de forma peligrosa. La búsqueda imparable del crecimiento eterno provocó la destrucción ecológica, la fragilidad financiera y la inestabilidad social.

¿De verdad alguna vez el mito fue adecuado a su fin? No queda del todo claro. Su error fatal es asumir que «más» es siempre «mejor». Donde todavía hay una insuficiencia, esta afirmación se mantiene, al menos de forma condicional. Donde ya hay exceso, categóricamente no. Uno de los dos defectos fundamentales que forman parte del núcleo del capitalismo es su incapacidad para saber cuánto es suficiente. La otra es no saber parar cuando lleguemos.

Estos defectos tienen raíces tan profundas que no es fácil rehuirlos. No disponemos de ningún truco de magia para sortear la trampa sin sacudir los cimientos de nuestras propias creencias culturales. El objetivo de este libro es ponernos manos a la obra. Al discernir los supuestos codificados en el capitalismo y reformular las proposiciones que les subyacen, mi objetivo es reconstruir las bases de una narrativa posterior al crecimiento.

El viaje mismo está imbricado en la historia del pensamiento. Esa historia fue creada por algunas personas extraordinarias. Sus vidas y luchas dotan de un fundamento histórico a la teoría. Escuchados con respeto, se convierten en nuestros guías. A lo largo de este capítulo, nuestro guía principal ha sido, por supuesto, Robert F. Kennedy, ex fiscal general de Estados Unidos y aspirante a candidato presidencial en la campaña de 1968. A medida que vaya avanzando el libro, el elenco se irá multiplicando.

No estoy del todo seguro si elegí a estos personajes o si ellos me eligieron a mí. Tampoco podría decir con certeza que fui yo quien condujo el sentido de su relato. Mientras escribía, sus voces me alejaron sin clemencia de mis objetivos originales, más modestos, y me obligaron a afrontar complejidades que no tenía la intención de abordar. Estas mujeres y hombres se convirtieron en mi compañía intelectual. Me perdería una y otra vez en sus vidas y sus luchas. No demasiado, espero. Pero lo suficiente como para llegar de vez en cuando a ese espacio fronterizo donde algo inesperado puede ocurrir. La mayoría de las veces lo hizo.

Pero también fui muy consciente de que al emprender este viaje particular me podría encontrar un elenco potencial de miles de personas. Sobra decir que podría haber elegido otras. Que haya voces que falten es inevitable. En última instancia, este no es un libro de respuestas. Es un libro de preguntas. Con algunas sugerencias hipotéticas. Otro libro, escrito otro día (u otro año), podría haber contado con un reparto muy distinto. Me atrevo a imaginar que, pese a ello, quizá habría llegado a un destino similar.

Estamos atrapados en la jaula de hierro del consumismo. Pero la jaula la fabricamos nosotros. Estamos encerrados en el mito del crecimiento. Pero la clave fue forjada en nuestras propias mentes. Hay límites físicos y materiales para nuestra existencia. Pero hay una creatividad en nuestras almas que puede liberarnos para que la vida tenga sentido y podamos prosperar juntos. Estas fueron las principales intuiciones que surgieron en mí, a través de conversaciones sin fin con mis guías intelectuales. En otros lectores, puede surgir algo diferente. Si esto ocurre, consideraré que mi viaje ha sido un éxito.

«Demasiado, y durante demasiado tiempo»

Del discurso de Kennedy en Kansas, solo unos breves minutos fueron dedicados al problema de la medición del PIB. Parte de ese discurso fue una reacción visceral a la retórica de la guerra. «No quiero ser parte de un gobierno, no quiero ser parte de Estados Unidos, no quiero ser parte del pueblo estadounidense», dijo, «y que escriban de nosotros como escribieron de Roma: “Hicieron un desierto y lo llamaron paz”».

En el centro de la visión política de RFK subyacía una ardiente preocupación por la justicia social. Kennedy habló con pasión de la pobreza extrema que había visto a su alrededor y que corrompía el corazón de Estados Unidos. Habló de niños en Misisipi con estómagos distendidos, de guetos de negros con una escolaridad miserable, de desempleados a largo plazo en las antiguas comunidades mineras de los Apalaches, del aumento del suicidio entre los indígenas. «No creo que eso sea aceptable», aseveró, «y creo que los Estados Unidos de América, […] el pueblo estadounidense, […] podemos hacerlo mucho mucho mejor. Y yo me postulo para la presidencia por eso».

Era una carrera que nunca llegaría a la meta. Poco antes de la medianoche del 4 de junio de 1968, día de las primarias de California, Kennedy pronunció su último discurso en el Embassy Ballroom del Ambassador Hotel en Los Ángeles. Era el final de un largo día en el que por fin había tomado una ventaja definitiva sobre sus rivales. Estaba radiante mientras agradecía a sus seguidores la ayuda recibida. Es casi seguro que el resultado le habría garantizado la nominación demócrata. Pero mientras se dirigía a través de la cocina a una conferencia de prensa al otro lado del hotel, recibió tres disparos a quemarropa.

Cayó al suelo de inmediato. Un ayudante de camarero del hotel de 17 años al que acababa de estrechar la mano se arrodilló para proteger del frío suelo de cemento la cabeza del senador. Todavía consciente, Kennedy preguntó: «¿Están todos bien?». «Sí, están todos bien», respondió el muchacho. El joven camarero tomó un rosario que llevaba en su bolsillo y envolvió con él la mano derecha del senador. Pero ya era demasiado tarde para rezar. Una de las balas había penetrado en el cráneo justo detrás de la oreja derecha de Bobby y sus fragmentos le habían causado daños cerebrales irreparables. Murió poco más de un día después en el Hospital del Buen Samaritano.35

«Demasiado, y durante demasiado tiempo», les dijo a quienes le escuchaban pocas semanas antes de ese trágico día, en Kansas, «parece que renunciamos a la excelencia personal y los valores comunitarios en nombre de la mera acumulación de cosas materiales».

Transcurrirían cuatro décadas para que esta rotunda crítica del mito del crecimiento lograra algún apoyo real en la política. Lo extraño fue que las cosas cambiaran, tanto a raíz de la economía misma como de los límites ecológicos y sociales del crecimiento. La historia de la caída del mito del crecimiento, como veremos en el próximo capítulo, trata no solo de los fallos del capitalismo sino también de las limitaciones de nuestro planeta finito.

13. Discurso de Greta Thunberg en la conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, en septiembre de 2019. En línea: https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/sep/23/world-leaders-generation-climate-breakdown-greta-thunberg

14. Discurso de Kennedy en la Universidad de Kansas, 18 de marzo de 1968: https://www.jfklibrary.org/learn/about-jfk/the-kennedy-family/robert-f-kennedy/robert-f-kennedy-speeches/remarks-at-the-university-ofkansas-march-18-1968

15. Detalles de la jornada en Kansas de Halberstam (1968), Kennedy (2018), Newfield (1969) y los recuerdos personales del redactor de los discursos de Kennedy, Adam Walinsky.

16. Discurso de Kennedy en la Universidad Estatal de Kansas, 18 de marzo de 1968: https://www.k-state.edu/landon/speakers/robert-kennedy/transcript.html. «Rugido feliz»: Newfield (1969, pág. 232).

17. Esta anécdota particular sobre ese día la cuenta Adam Walinsky (correspondencia personal). También la recoge Newfield (1969, págs. 232-235) en su relato del viaje.

18. Newfield (1969, págs. 234) describe el segundo discurso de RFK ese día como extemporáneo. El relato de Walinsky sobre la reescritura del viaje desde KSU explica su tono algo informal.

19. Fenómeno de culto: https://www.youtube.com/watch?v=kmkmJk7LHdk; https://www.youtube.com/watch?v=YgLSH-VvwRY. Véanse las pruebas científicas, por ejemplo: IPBES (2019); IPCC (2018); Klein (2019); Porritt (2020).

20. El texto completo del discurso de RFK en la Universidad de Kansas se puede encontrar en línea (ver nota 2). Una grabación del discurso está disponible en YouTube en: https://www.youtube.com/watch?v=AVQuviLvClM

21. Para una historia más detallada de la aparición del PIB, véase, por ejemplo: Coyle (2014); Fioramonti (2015); Philipsen (2015).

22. Según la costumbre de la época, RFK se refirió en su discurso al Producto Nacional Bruto, término que hoy en día se utiliza mucho menos que Producto Interior Bruto. En términos formales, el PIB mide el valor de los bienes y servicios producidos dentro de las fronteras de una nación, mientras que el PNB mide el valor de los bienes y servicios producidos por los ciudadanos de una nación, ya sea que vivan dentro de las fronteras nacionales o no. Existen diferencias cruciales e importantes entre estas dos medidas cuando se trata de su uso como indicadores del progreso nacional. Algunos «milagros económicos» de la última década (Irlanda y Portugal, por ejemplo) no lo parecen tanto cuando se utiliza el PNB en lugar del PIB.